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Ojos azules por caratcolamagica

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Notas del fanfic:

Hola, es mi primera vez escribiendo de las wawas pero he estado en este infierno ya por unos cuantos meses ayayay. También es mi primera vez en este sitio ténganme paciencia

la primera aclaración es que Woozi no tiene los ojos azules, es una metáfora. Scoups sí tiene los ojos azules, como cuando usa lentes de contacto en Q&A. Otra cosa que quiero decir es que este Au lo pensamos con la maravillosa Miyu y nos fuimos de una con la historia, es el fruto de nuestro amor, la barbarita hizo unos dibujos preciosos como ella misma pueden verlos aquí  .

Y por último, no menos importante, el título del fic está basado en una canción típica de la cultura indígena andina de Sudamérica; varias cositas de las tribus las saqué de la cosmogonía precolombina de la que tengo escaso (pero útil) conocimiento.

Y AHORA SÍ LO ÚLTIMO, hicimos una playlist también en conjunto con mi amor y está tan buena y perfecta para escuchar mientras leen por si les interesa aquí está ;)

pesar de salir de su tienda con el mismo sigilo y precaución de siempre, ese día no hizo falta: en vez de las miradas afiladas y los insultos de la rutina, fue recibido con aplausos y alabanzas de todos aquellos que alguna vez le escupieron la cara y los pies. Cada persona que lo había insultado y tratado de maldito a lo largo de su vida estaban ahora reunidos sonrientes, lanzando flores a su paso mientras le cantaban a los rayos del sol que se escapaban de la vigía de los árboles del fondo del bosque, el hogar de la tribu del sur en la que él nació y vivió hasta que el Canelo que plantaron en su nombre el día en que llegó el mundo lo sobrepasó en altura al cumplir los diecisiete años. Hoy dejaba ese lugar en donde lo llamaron demonio, tronco podrido y hierba mala como un héroe: la maldición con la que había nacido los salvaría a todos.


Se abrió paso entre la muchedumbre y observó complacido como a medida que avanzaba se arrodillaban profesando esas oraciones que le prohibieron decir en voz alta porque su lengua emponzoñada podría volverlas estériles, inútiles a los oídos de los dioses Alerce y Araucaria, la Tierra y el Viento protector. Jihoon se las sabía de memoria y las recitaba en su cabeza en las noches antes de dormir cuando tenía miedo de cerrar los ojos, porque tal vez ese día sí entrarían a la tienda a matarlo como lo amenazaban siempre. Pero ya no más, hoy se iría como héroe y volvería como el salvador más grande; pondrían su nombre en el tronco del roble más antiguo tras la tienda de la sabia.


Jihoon nació maldito. Le dijeron que cuando su madre quedó embarazada, su padre enfermó gravemente y ninguna planta hermana pudo sanarlo ni quitarle un segundo de dolor en su lecho de muerte; después, tras su nacimiento, mientras bebía la leche del pecho de su madre le chupó la vida hasta dejarla seca. La sabia le contaba con rabia cómo el cadáver de sus padres estaban arrugados como raíz marchita, sin una gota de rocío o sangre en sus venas. A medida que crecía, le negaban la palabra y la mirada, solo la sabia era lo suficientemente poderosa para ser inmune a la maldición que crecía con cada día de vida de Jihoon y que podría atentar contra el alma de toda criatura que no fuera sagrada. El trato de hielo terminó cuando dejó de crecer y ningún vello cubrió su rostro ni ninguna superficie de su cuerpo lechoso como Luna llena anunciando la muerte; cuando eso pasó, a los catorce años, empezaron a tirarle piedras y frutas podridas a su tienda. Le negaban la comida y el acceso a los rituales, tuvo que aprender a cazar  de noche y a hacerse su ropa como las mujeres, se acostumbró al olor de las heces y los cadáveres de los animales que dejaban frente a su puerta en la mañana.


Creyó que siempre sería así, pero las cosas empeoraron cuando estalló la guerra con la tribu del lobo. El norte los trajo con la profecía fatídica de un pájaro que bajó del pino más antiguo a picar el ojo de la sabia hasta dejarle la cuenca vacía, el norte era territorio salvaje; allá donde los árboles empezaban a escasear y la tierra deja de ser sagrada, donde un río se funde con la tierra y la humedece atrayendo a los animales. De ese lugar inhóspito sin civilización ni el cobijo de las hermanas plantas llegaron hombres que apenas vestían atavíos y exigían tributo por su fuerza bruta y protección; decían que les debían años de frutas y carne porque ellos acababan con todos los que entraban al valle y que gracias a eso la tribu del sur y sus gentes vivían en paz. La sabia y los guerreros de la tribu no aceptaron tal humillación en el seno sagrado de sus padres los Alerces y sus madres las Araucarias, mataron a la comitiva que fue a negociar y la guerra empezó.


Fue entonces cuando lo emboscaron mientras cazaba con la oscuridad y los roedores que dejan a esa hora sus madrigueras, desde un árbol bajaron dos hombres y lo envolvieron en una manta empapada en esencia de amapola; se le adormiló el cuerpo y después el cerebro. Despertó en el calabozo subterráneo, y por la única ventana que da hacia el exterior en el techo, vio asomarse a la sabia y los altos cargos con una mirada que sobrepasaba el odio. Le echaron la culpa de la guerra y lo condenaron al encierro mientras esta duraba, no querían perderla por cobijar al hijo bastardo de los dioses pero tampoco podían arriesgarse matarlo y que su cuerpo putrefacto, que ni los gusanos tocarían, manchara esa tierra sagrada. Jihoon no lloró ni suplicó, no lo había hecho desde los trece años y no lo haría ahora que tenía diecisiete, simplemente se sentó y aceptó su destino; recogía los víveres que le lanzaban por la ventana del cielo y abría la boca en las mañanas para recibir el rocío metálico en su lengua. Hasta halló la paz en esa cueva, donde los ojos y las palabras de los que lo resentían no lo alcanzaban; se preguntaba todas las noches si así sería el vientre materno mientras abrazaba la tierra húmeda bajo sus pies.


¿Cuántos días pasaron? Perdió la cuenta, pero sí supo cuando vinieron a saquear la tribu una noche antes de su libertad: sonaron muchos pájaros y después los gritos de las mujeres. En la mañana, el rocío no solo sabía al metal de su jaula sino también al de la sangre y al humo de las tiendas reducidas a ceniza; escuchó sin embargo movimiento y quejidos cuando amaneció: había sido una advertencia. El sol debía estar en la mitad del cielo cuando abrieron el calabozo y le extendieron la escalera con una sola instrucción:


-Sube.


No respondió y se limitó a hacer lo que le mandaban. En tanto se acercaba a la superficie se preguntó hace cuánto tiempo que no usaba su voz y cuando estuvo frente a frente a la sabia que lo esperaba junto a la promesa de la liberación se tocó la garganta, reflejo que lo extrañó. Sin otra palabra lo empujaron y supuso que tenía que seguir a la anciana hasta su tienda. Una vez que llegaron, dudó en entrar puesto que le habían prohibido tocar siquiera cualquier cosa que no fuera de él, pero la sabia le dirigió por primera vez en su vida una sonrisa y le dijo con la voz de dulce miel con la que le hablaba a todos los que no fueran él:


-Jihooncito, entra.


Jihoon escuchó que los dioses del Viento le daban un aviso, los sintió correr por su espalda y tembló. Pero un alma ignorada por tanto tiempo no le dice que no a una sonrisa aunque la sepa congelada y falsa. Entró en el lugar y se sentó en unos cojines que tenían dispuestos al centro de la tienda.


-Querido, hoy puedes nacer de nuevo, los dioses me han enviado señales en las hojas caídas del padre Roble indicándome tu misión para con esta tierra sagrada.


Apenas respiraba la sabia, los ojos abiertos como una boca de fiera que anuncia el inicio de un festín a costa de un inocente. Se le caía la baba a la mujer mientras le explicaba que si ocupaba su maldición para el bien, todos sus pecados desde el día en que su llanto llenó la tribu de miseria serían perdonados; le contó que tenía que infiltrarse en la tribu de los salvajes de pecho descubierto y fingir amistad fiel y duradera hasta que, encontrándose como en su propio hogar, la maldición les empezaría a causar problemas a los animales del norte. En la maldición del que creyeron amigo encontrarían su perdición y la tribu del sur, en cambio, la victoria.


-¡Serás recibido como un héroe!-Su carcajada resonó por lo que debieron ser dos viajes de codorniz, ida y vuelta, al nido de sus polluelos. Jihoon encontró su voz después de años de reposo y voto silencio gris:


-¿Qué tengo que hacer para acercarme a ellos?


Su voz no sonaba como la recordaba, o mejor dicho, no sonaba como esperaba. La quería más madura y grave, pero ni la voz que es don del viento quedaba libre de la maldición. Pero el mal que habitaba su cuerpo y su vida ahora sería útil, lo podría convertir en una bendición, le dio las gracias a los dioses en su corazón.


-Vamos a fingir rendición, y te entregaremos como garantía antes de las negociaciones en trece visitas de la Luna.-Jihoon quería interrumpir con las preguntas de su alma agitada: ¿por qué lo aceptarían como garantía?, ¿cómo conseguirían dos semanas de plazo?, pero la sabia respondió sus inquietudes.-Diremos que eres la mujer más bella y de alta cuna en la tribu y te ofreceremos como esposa para el líder, te vestiré como una y te enseñaré el arte del amor de tal manera que nunca se dará cuenta que eres varón ni aun en su lecho. Trece visitas de la Luna como mínimo durará la boda, de lo contrario sería una ofensa a la que se supone es su nueva colonia.-La anciana sonrió revelando sus dientes amarillos y podridos.-Dos semanas de contacto físico con tu futuro esposo, el líder de la tribu del Lobo, bastarán para su ruina.


Jihoon supo que el plan estaba claramente inspirado por los dioses, no veía en él ninguna falla y siempre entrenó su cerebro para llegar a ser sabio como un padre Alerce así que ningún detalle se le escaparía por falta de inteligencia. Su contextura era semejante a una delgada rama y  su piel relucía lustrosa y lampiña como ninguna, con las prendas adecuadas podría pasar por cualquier doncella. La sabia se alejó de él bruscamente cuando estiró la mano, en un momento en que los dioses del viento entraron por la apertura de la tienda a bendecir el pacto, la vieja sopesó si habría daño en tomar su mano y, al decidir que la madre Araucaria la protegería de todo mal, la estrechó entre las suyas para después soltarlas  rápidamente y apartar la mirada como si hubiera visto a todos los demonios. ÉL también se asustó cuando sintió sus mejillas estirarse.


                -Acepto.-Cerró el trato, estaba sonriendo.


Después de sellar el trato salieron de la tienda para encontrarse a toda la tribu afuera, lo observaban como si fuera el árbol más bello y se deleitó con una descarga de vanidad y orgullo que electrificó sus extremidades de emoción; no le importaba vestirse de mujer, no veía en ello deshonra alguna, ¿o sería su falta de dignidad lo que le nublaba el juicio? Dejó pasar sus miedos como cascada: directamente al vacío y se entregó a los vítores y clamores de la gente cuando la sabia anunció que Jihoon había aceptado guiarlos hasta la victoria como expiación de sus males.


Las hojas de los padres, madres y hermanas siguieron cayendo en medio del huracán de telas, clases y voces amables que le enseñaron a ser mujer, a amar, a complacer, a comportarse, a hablar con propiedad, a vestirse adecuadamente. El día de su partida le pusieron con delicadeza y evidente respeto la manta de colores pasteles como el paraíso y cuentas de plata, el faldón blanco que cubría sus pantalones de hilo blanco y fino,  lo llenaron de pulseras y tobilleras y después realizaron una ceremonia de la sangre. Todas las mujeres empiezan a recibir a la tierra en su vientre a cierta edad, y con un terremoto en su raíz expulsan el dolor de no ser madre ese ciclo lunar; le celebraron la llegada de la sangre de manera simbólica mientras cortaban su cabello y lo dejaban largo solo en la nuca, se lo trenzaron como quien teje un canasto para el pan de la tarde y sintió el peso de una trenza caer sobre su hombro; su cabello cortado también lo trenzaron y se lo adhirieron a la coronilla haciendo un tocado con plumas y pedrería. Cuando le entregaron un espejo de plata para que se mirara, Jihoon no podía creer que de su cascarón hubiera salido tan bella ave. Él mismo tomó la tierra de color y se llenó la cara de los símbolos sagrados de su tribu como nunca se lo habían permitido.


Las reverencias y los himnos al héroe terminaron cuando se sentó sobre el trono donde la comitiva lo llevaría hasta donde su futuro esposo, lejos de la protección de sus padres Alerce y Araucaria y de los dioses que habían sido sus únicos compañeros, lejos de la tierra que le había dado calor y consuelo cuando lo arrojaron al calabozo. No se sintió nervioso como creyó que lo estaría en este punto, al contrario, se sentía eufórico de ir a cumplir el sino que habían hilado los espíritus que le trajeron el regalo de la redención; pero cuando miró hacia atrás para decir adiós vio miradas de miedo e incertidumbre, y no tenía por qué consolar a esos cuervos que por muy bien que lo hubieran tratado esos últimos días no era más que una falsa primavera que, en caso de salir victorioso, se prolongaría. Quiso decir algo de todas formas, unas palabras que les dieran un poco de la confianza y esperanza que él sentía en ese momento. Cuando abrió la boca levantaron su silla adornada de plumas y telas ricas en color y tamaño, no tuvo oportunidad de articular sonido alguno. Que los dioses los acompañaran a todos, oró.


El camino fue silencioso, solo rechinaba la silla de madera consagrada y sus pulseras al rozarse. No se atrevió a proferir sonido alguno y hasta dejaba de respirar a ratos; había algo solemne mientras salían del bosque y los árboles iban disminuyendo de tamaño y cantidad. El verde sufría una metamorfosis de colores y formas hasta convertirse en tierra yerma y seca, en amarillenta roca. Pensó que el miedo llegaría entonces, pero eso no pasó. Vio en la lejanía cómo empezaban los signos de la intervención del hombre: asquerosas calaveras en el suelo, resto de lo que había sido un banquete en noches anteriores y después


después sintió ganas de llorar, ahí en la entrada al hogar de la tribu del lobo, porque frente a él se extendía un cercado con cientos de troncos afilados, claramente sin sacramento y sollozando por la desolación del despojo. Tantos espíritus de sus hermanos, violados y ultrajados de esa forma tan vergonzosa, quiso saltar de la silla y postrarse frente a ellos, bañarlos con todas las lágrimas que no había derramado en tres años, pero en vez de hacer eso apretó sus uñas contra sus palmas y con nueva resolución juró que esa gente salvaje y sin corazón se hundiría por sus propias manos. Sintió su alma arder con un resentimiento que no experimentaba ni contra las personas que lo habían insultado durante toda su vida.


Levantó con firmeza la bandera blanca de la rendición y no se inmutó cuando una flecha le rozo la mejilla y sintió la sangre correr, no le importó: se las cobraría, cada gota de su vida y cada cristal de sabia que habían perdido sus hermanos árboles. Escuchó risas al otro lado del cerco y celebraciones, probablemente por la rendición, la comitiva le preguntó si se había hecho daño a lo que solo negó con la cabeza mientras las puertas genocidas se abrían en par para revelar a un grupo de guerreros que se acercaban a ellos a pecho descubierto pero armados. El líder de la misión dio un paso al frente, se paró fuerte como árbol de mil años y recitó las falsas ramas de la familia imaginaria de Jihoon para demostrar su supuesta aristocrática descendencia, finalizó con la sentencia de muerte de la tribu del norte:


-Tan regia doncella la venimos a ofrecer para que sirva como esposa al líder de la tribu del lobo, es un tributo  a cambio de las negociaciones de rendición que ofrecemos se lleve a cabo en trece visitas de la Luna después de la boda.


Los salvajes se acercaron a la silla y la rondaron como animales hambrientos mientras hacían comentarios obscenos y  silbaban como cóndores buscando carroña, Jihoon les miró como la escoria que representaban para él y eso pareció tranquilizarlos, o eso creyó, pero fue otra cosa lo que los obligó a clavarse en el suelo: empezó como un murmullo pero fue aumentando de volumen hasta convertirse en gritos de euforia y emoción a la que se unieron el clamor de las armas chocando unas contra otras.


SEUNGCHEOL SEUNGCHEOL SEUNGCHEOL SEUNGCHEOL SEUNGCHEOL SEUNGCHEOL SEUNGCHEOL


Repetían incansables SEUNGCHEOL como si se tratara de una oración o del apodo de un dios local, SEUNGCHEOL pero lo que atravesó la entrada no era un sacerdote ni un viejo sabio SEUNGCHEOL Jihoon no estaba tan seguro como para identificarlo como un dios o un hombre o  ambas cosas. Descendió SEUNGCHEOL con una caravana de mujeres, hombres y niños de todas las edades que parecían estar contentos con pisar el mismo suelo que él,SEUNGCHEOL  no paraban de gritar su nombre y vitorear sus hazañas o de cantar cómo esta rendición era una nueva victoria bajo el reinado del Lobo SEUNGCHEOL. Jihoon soltó un suspiro lleno de envidia, añoranza, y  SEUNGCHEOL  después, de alivio: porque a medida que se acercaba el líder de la tribu del norte SEUNGCHEOL  dejando a su gente y alaridos atrás, era más evidente su juventud SEUNGCHEOL; esto le tranquilizó unos nervios que no había permitido SEUNGCHEOL que gobernaran su cuerpo, porque SEUNGCHEOL aunque SEUNGCHEOL hubiera terminado SEUNGCHEOL siendo un viejo decrépito y apestoso SEUNGCHEOL, el trabajo lo hubiera hecho SEUNGCHEOL igual y con gusto.


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Los alaridos se convirtieron en silencio cuando Seungcheol, líder de la tribu del lobo, profirió un grito que pudo haber remecido la raíz de cualquier árbol. Jihoon observó su pecho descubierto, adornado por las cicatrices de alguna batalla pasada contra una fiera o dos, exhibía los molares de una presa que ya se encontraba en manos de los dioses en su cuello y cueros sin trenzar ni colorar en sus brazos; sus piernas gruesas eran envueltas por una piel blanca y gris mal trabajada, permitiendo la vista de sus muslos y pantorrillas como si se tratara de una prostituta, en su cabeza lucía el hocico de un lobo sin vida a modo de casco y talismán. Su mirada, del azul más limpio y sagrado, se iluminaba furiosa, salvaje, y era acentuada con una pintura roja que cubría sus ojos y mejillas. Todo en él gritaba falta de civilización, gusto y de dioses. Jihoon se estremeció cuando Seungcheol dio pasos ligeros y rápidos hasta encaramarse en su silla con un salto que lo tomó desprevenido a él y a quienes lo acompañaban, en un instante su rostro estaba frente al suyo; pudo ver sus ojos dilatarse y sus fosas nasales temblar tratando de captar su aroma, sus cejas se juntaron en una mueca de concentración.


-Dicen que ahora eres mía, ojos fríos.


Antes de contestar cualquier cosa, sintió la lengua viscosa del salvaje en su mejilla y después su nariz en el cuello, olfateándolo sin reparar en las etiquetas pertinentes aun cuando era él, supuestamente, una dama virgen de alta alcurnia. La comitiva que lo acompañaba se inquietó, pero Jihoon alzó su mano para tranquilizarlos.


-Vengo a servirte, Lobo del norte.-Le respondió, y agradeció que su voz no hubiera cambiado desde la niñez, definitivamente estaba siguiendo el plan del Viento y la Tierra.


El lobo se alejó unos centímetros para verle la cara y un atisbo de sonrisa canina se asomó en su rostro, suavizando por un momentos sus facciones guerreras.


-Te acepto en mi hogar como botín de guerra.-Dijo en un susurro, acercándose una vez más a su oído para después tomarlo en brazos y saltar con él de la silla que lo había traído a esa madriguera de alimañas-¡Esta es la esposa del Lobo del norte! ¡La boda se celebrará durante dos ciclos de siete soles!-Gritó una vez que empezó a abrirse paso entre la muchedumbre, dejando atrás a los de su tribu que lo habían llevado hasta ese lugar. No dijo adiós.


Pasó el cercado construido con sus hermanos caídos con una oración en el corazón y se exilió de la celebración de ese pueblo pagano que respondía al anuncio de la boda con agradecimientos al hijo de los dioses, Seungcheol, por traerles victoria y paz. Se entregó al ritmo de los brazos del lobo y se sorprendió al encontrarse relajado antes que cualquier cosa, aprovechó ese último momento de paz escuchando el galope de ese corazón extraño mientras la gente del norte se dispersaba a medida que entraban en el campamento y se dirigían a sus propios hogares. Al contrario de sus tiendas de tela y paja, la tribu del norte cobijaba a sus familias en pequeños refugios de barro, Jihoon estaba tomando nota de esta idea cuando el líder de la tribu del Lobo anunció que habían llegado a su nuevo hogar.


Lo dejó en el suelo con la delicadeza de una pluma, pero todo su cuerpo tintineó gracias a las joyas que lo adornaban, le dio las gracias cuando levantó el pesado cuero gastado por el uso y le invitó a entrar al lugar, el ambiente era pesado por la falta de viento. Caminó sin mirar atrás hasta el centro donde había un bracero, pero no pudo dar otro paso, de pronto estaba sobre unos cojines boca abajo, con el peso firme de Seungcheol en su espalda. Cerró los ojos y tuvo que reprimir una sonrisa llena de adrenalina, se entregó al padre Alerce y a la madre Araucaria y agradeció que el lobo estuviera hambriento y quisiera hacerlo suyo inmediatamente, la maldición los azotaría más pronto. También agradeció su fortuna al sentir que su ropa era removida sin tener necesidad de darle frente a ese salvaje, si lo tomaba por atrás y en cuatro como los animales, no tendría que usar ningún truco de los que le enseñó la sabia para pasar por mujer, solo debería entregarse al bruterío de ese pagano.


O eso pensó.


-No te relajes esposa mía.-Escuchó a Seungcheol hablar.-No te voy a tomar ahora como estás pensando, sé que eres un varón, hijo de las plantas y el veneno, y gracias a ti la tribu del lobo tendrá la victoria sobre tu gente.


Jihoon trató de forcejear para alejarse de la bestia, pero toda invocación a sus dioses fui inútil en esa tierra de nadie, de un momento a otro tenía esos ojos azules frente a los suyos otra vez, paralizándolo. Sintió la mano fría de su prometido en su pecho plano deslizarse hasta entre sus muslos, lo forzó a mirar directo a sus ojos, no pudo pestañear ni apartar la mirada.


-La nariz del lobo no miente.

Notas finales:

Gracias por leer (^W^)/


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