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Ojos azules por caratcolamagica

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Jihoon trató de mantener su rostro frío como el rocío de la mañana, mientras, las imágenes de la gloria y alegría con las que sería recibido en su tribu tras llevarles la cabeza del lobo Seungcheol se desvanecían  como flores de primavera tras la primera lluvia de la estación. Era su culpa, no fue la maldición y ni siquiera la habilidad heroica del lobo defendiendo a su manada, había sido él y su exceso de confianza lo que llevó el plan y esfuerzo de su tribu al fracaso. En los ojos azules del lobo y sus fauces expuestas vio la sonrisa de las mujeres que le habían regalado su propio maquillaje como si hubiera sido la hija más querida,  en esas las cejas pobladas y fruncidas vio la amargura de diecisiete años viviendo bajo la mirada del odio y, en la cercanía, comprobó que la pintura que adornaba la cara de la bestia no era tierra de color sino sangre seca: augurio fatal del fin de su vida.


Los dioses no tenían grandes planes para él, pensó, pero sí benevolencia: por eso lo habían enviado a morir a un sitio que no era su tribu del sur; la tierra que acunaba a sus amados hermanos árboles y a sus padres Alerce y Araucaria no merecía el martirio de ver su cuerpo maldito enterrado en sus raíces, pudriendo sus otoños. El Viento, la Lluvia y el Sol sabían que su alma quedaría atrapada en algún animal al verse atormentada por haber perjudicado lo único que le dio amor: el verdor del bosque, por eso lo habían traído hasta acá, para hallar soltar su último aliento de desgracia en el corazón del enemigo, su cadáver pútrido envenenaría a cada uno de los salvajes y se los llevaría con él al subsuelo junto a los demonios.


-Mírame los ojos con ese par de témpanos tuyos.


Jihoon no iba a morir obedeciéndole a él. Apartó la mirada pero no cerró los ojos, si este era realmente el fin quería ver cómo se le iban los colores de las pupilas y perdía el sentido de lo que existe y lo que no, un gesto testarudo que sabía solo le compraría un par de minutos más, o tal vez se los quitaría. Pero Seungcheol era fuerte  y en dos suspiros le dobló el cuerpo como si fuera puro aire y sentó todo su peso titánico en sus caderas para después apretarle con fuerza las mejillas, obligándole a ver la transpiración en el nacimiento del pelo bajo la cabeza del lobo. Se preguntó en silencio, mientras veía los ojos muerto del animal, si eso no era parricidio.


-Los del sur siempre han creído que el Lobo y su manada son estúpidos, pero mis hermanos y yo  supimos de tu plan desde que te vi en tu trono de hojas, ojos fríos.-Se pasó la lengua por los labios resecos de tierra y sol.-Tus propios dioses te traicionaron, el Viento me trajo tu aroma y supe que no eras una hembra de tu pueblo.-Apartó una mano de su cara para deshacerle las trenzas una por una con un cuidado que no calzaba con su rostro fiero-A nosotros no nos importa que nos hayan enviado un hombre, no hay deshonra que un macho despose un macho, pero no creas que no sé tus intenciones venenosas.


Temió que su rostro ya no pudiera mantener la piedra de su falsa quietud: se le encamaraba al pecho una pena tan profunda, una vergüenza que le caló el corazón. Porque si sabían de su plan incluso desde el momento en que se había presentado ante ellos con los atuendos y promesas de un útero fértil, eso significaba que la leyenda de su maldición había salido del bosque hasta llegar a ese lugar y que, al final, su destino manchado sí sería la perdición de su propia tribu. Tal vez, incluso, irían a arrojar sus restos a su tierra querida para guarecerse de los males que acechaban cada fibra de su ser, todo era inútil si ellos conocían su secreto. Anheló la muerte que veía acercarse, para terminar con todo pronto, volvería como bestia a atormentar a ese salvaje y a los de su tipo. Seungcheol alejó la mano de su cabeza y Jihoon abrió los ojos tanto como pudo para forzarse a no cerrarlos cuando el puño le atravesara el cuerpo y le sacara el tambor de su pecho; así se suponía que mataban los paganos, pero no sintió nada más que una mano que tomaba la suya. Se dio cuenta que había apartado la mirada del lobo cuando volvió su vista hacia él y observó su propia palma contra su pecho desnudo y adornado de cicatrices. Sintió sus latidos, fuertes y estables, seguros.


-No importa cual fuese tu plan, estos latidos no se hubieran detenido.-Jihoon dirigió sus pupilas oscuras hacia las azules de Seungcheol, vio en ellos a la Ignorancia y sintió nacer esperanza dentro de sí mismo.-Ningún engaño te hubiera funcionado, el lobo no morirá por tu veneno.


-No sabes nada de mí.-Sacó la voz para estar seguro.


-Sé que te han entrenado durante semanas para hacerte mujer y asesinarme en nuestras bodas.-Respondió juntando más las cejas, ofendido.-Pero el lobo no se doblega por placer.


-Estoy maldito y no tendré que mover un dedo para matarte.-Estiró más su suerte, aguantando la respiración.


-Ni siquiera un truco tan desesperado como ese me asustará.-Apretó más la mano de Jihoon contra su pecho desbocado de furia, aumentó la fuerza en el agarre de su boca.-En esta tribu no hay malos espíritus, huyen del lobo fiero y su manada.


Jihoon no dejó que la dicha lo dominara cuando las palabras de Seungcheol confirmaron sus sospechas: los lobos del norte no sabían nada de su maldición, su líder estaba sentado sobre él creyéndose poderoso y superior cuando en verdad solo había una diminuta fracción de la verdad ¿Y qué si sabía que lo iba a matar? No tenía idea de que la enfermedad de su cuerpo venenoso lo consumía mientras dejaba que su mano reposara libre sobre su corazón, no se imaginaba que, incluso si lo mataban y arrojaban su cadáver a los perros, él estiraría las garras y destruiría todo lo que ama por su bosque, por sus dioses, por una tabla en el sabio Roble que dijera su nombre.


-Pero no temas,-siguió balbuceando el pagano-no te mataré mientras me hagas caso, eres un valioso rehén porque si te enviaron acá debes ser vital para tu gente.


Un hombre totalmente alejado de la sabiduría de la Luna, pensó el hijo de los bosques mientras intentaba no reírse en su cara, esa piedad pagana le costaría cara junto a su incredulidad. Porque aun si decidiera no tocarlo y el salvaje hiciera gala de esa voluntad de roble contra el placer, los dioses le habían mostrado en un lago de plata que con las ropas de su tribu y el maquillaje era bello como un pavo real y que entre los lobos, sus plumas de colores resultarían exóticas y atractivas. Trataba se empujar lejos de su objetivo su recién descubierto orgullo, pero era imposible no pensar en la supuesta castidad que le guardaría Seungcheol como un reto. Esta misión, que hace un segundo lo tenía al borde de la muerte, resultaba ser como un segundo nacimiento: y jugar con el animal peligroso sonaba como un desafío interesante ahora que sentía que, sin duda, el Viento soplaba en su dirección.


-Si en tu cabeza se asoma la pregunta yo te respondo: les haremos creer a los tuyos que aceptamos su condición para la paz,-la bestia no parecía de muchas palabras, pero para su sorpresa, no se callaba nunca-y mientras ellos esperan relajados en sus tiendas nosotros haremos negociaciones con otras tribus hermanas para acabarlos como la plaga que son. Jihoon no se inmutó, no tocarían ni un solo árbol bajo la protección de la Tierra porque antes de dos semanas no quedarían lobos en ese páramo sin vida y sin dioses.- ¿No dirás nada ojos fríos? Peor que los insectos.


Claramente un animal como Seungcheol no entendería jamás que un insecto es clave para el desarrollo de un ecosistema saludable y que, por lo tanto, asociarlo a uno no significaba insulto alguno. Pero el lobo parecía satisfecho con sus palabras, se levantó dejándolo adolorido en el montón de pieles resecas, creyéndolo manso y dominado sin sospechar que el insecto planeaba su muerte repasando lo que las mujeres de su tribu le habían enseñado. Jihoon lo vio caminar hasta un por el lugar y volver con un frasco amarillento y viscoso, había estudiado lo suficiente para saber lo que era:


-Creí que no me tocarías.-Se burló, la bestia lo tomó de los hombros y lo volteó hasta dejarlo mirando el suelo mugriento.


-Tienes ojos de corazón de dios, frío e inalcanzable, no confío en ti.-Le respondió, el sureño    aguantó la respiración cuando sintió que Seungcheol le separaba las nalgas e introducía un             pulgar lubricado, sin darle aviso.-Reviso que no traigas nada escondido,-retiró el dedo y lo escuchó sonreír directamente en su oído:-eres tú el que no debe emocionarse.-Cuando quitó su peso de su espalda, Jihoon se dio la vuelta para responder a las ofensas del salvaje pero este le metió los dedos a la boca en cuanto la abrió y le examinó la lengua y hasta lo que podía verle de la garganta.-Acá también podrías esconder algo.


Dejaría que se creyera victorioso, ya tendría su venganza, antes de dos semanas lo vería rogar: arrastrarse por esa tierra marchita pidiéndole un beso, un poco de dulce calor; juntaría toda la humillación que sentía ese momento y el frío sobre su piel desnuda para entonces, lo miraría a los ojos y le diría que no, que se pudra con todos y cada uno de sus perros bastardos, con su tierra infértil donde jamás crecerá nada. Seungcheol volvió a alejarse de él para volver con unas cadenas de hierro, el metal que trabaja la tribu del norte, encerró su muñeca derecha y la otra esposa la ató a un tubo que, para el horror de Jihoon, estaba enterrado en la tierra como lanza en carne viva. Contuvo los deseos de vomitar.


-Acá dormirás.-Le dijo el lobo lanzándole unas pieles sobre su cuerpo sin abrigo, no lo dejó de mirar ni un segundo mientras se sentaba de piernas cruzadas frente a él.-Haz cualquier movimiento extraño y te corto la cabeza sin dudarlo, no me hagas hacerlo ojos fríos, no hay honor en este tipo de sangre derramada.-Le mostró la daga en su cintura y después cerró los ojos, al parecer, dispuesto a dormir en esa posición.


Se acomodó como pudo, su brazo encadenado comenzaba a dormirse. Maldijo a los lobos y a esa tierra infértil, le oró a sus dioses, pensó en el olor de sus hermanos árboles y los cánticos de medianoche. El pecho se le hizo pesado y la boca amarga, pero cambió esas emociones por la rabia contra el líder de los norteños; el enojo que aumentaba a medida que dejaba de sentir el brazo, pero que se apaciguaba un poco al pensar que dormía con un techo sobre su cabeza cuando Seungcheol bien pudo dejar que durmiera afuera como el insecto sin corazón que creía que era.


Se quedó dormido mucho antes de lo que admitiría jamás, con una emoción que se guardaría muy al fondo de su alma.


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