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Confrontación Milagrosa por Ritsundere

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mismo, es decir, él no es así.

— ¡Great! Siempre me ha dado curiosidad conocer tu casa—dijo emocionado. Kagami sabe sobre lo holgado que vive Akashi, por lo tanto, quería saber cómo es su día a día. Por más chute que sonará eso desea.

Al llegar, Akashi suspiró y el vaho se notó, sus labios parecían levemente pintados de azul. — Es aquí, Taiga—lo llevó hasta la puerta. Los ojos de Kagami se abrieron de la sorpresa, no era una mansión, tampoco una vivienda normal. Es grande, pero no tanto, parece cálido.

— Akashi... Créeme que me gusta sostener tu mano, pero si entramos así, las cosas serían un tanto incómodas—le advirtió Kagami antes de que girara la manija de la rustica puerta.

"¿Dijo qué le gusta mi mano? ¡Dijo qué le gusta! Basta Seijuro, pareces saber qué" se reprendió.

— Oh, disculpa—con toda la pena, y dolor de su corazón, Seijuro soltó la cálida mano de Taiga.

El contrarío solo le regaló una hermosa sonrisa. Al entrar, una sirvienta le dio la bienvenida.

— Joven Akashi, bienvenido. Su padre está aquí—le dijo susurrando las últimas palabras.

El tierno y vulnerable chiquillo de hace minutos, volvió a su estado normal. No le agradaba en lo absoluto que su padre estuviera en casa ¡Menos esa noche! Kagami notó el cambio radical que Seijuro adquirió en un dos por tres con tal solo haber mencionado "padre".

Llegaron a la sala de estar, encontrándose al señor Akashi leyendo unos documentos que parecen bastante importantes, es alto, pero no tanto como Kagami.

— Papá—llamó Seijuro con voz educada, aunque molesta. A Seijuro le resulta bastante molesto ser de esa forma con esa persona.

— Ahora no, Sei...—se interrumpió así mismo al darse cuenta de la presencia de Kagami. Dejó de lado los importantísimos documentos para ver fijamente al mayor con curiosidad.

Seijuro nunca llevó un amigo a casa, jamás se molesto ni por educación invitar a alguien a esa casa, por lo tanto el señor Akashi sí que tiene dudas.

— ¿Quién es?—preguntó directo el adulto.

— Kagami Taiga, señor—se auto presentó el pelirrojo serio.

— Kagami... Claro, tu apellido me suena. Tu padre me ha dado problemas en América—confesó con burla molesta.

— Lamento eso señor, pero no tengo nada que ver con lo que haga o no mi padre—respondió. Seijuro estaba sorprendido, no sabía que Taiga había nacido en una familia cómoda, y en lo educado o serio que podría llegar a ser. El padre del león sonrió y con elegancia invitó a Kagami a cenar.

¿El plato especial de esta noche? ¡Qué importa! Kagami devora esa exquisitez, su lengua se desliza por sus dientes armoniosa, Akashi junior miraba asombrado a Taiga, mientras su padre se preguntaba el cómo podía come tan rápido o siquiera comer tanto.

— Y dime Kagami Taiga, ¿Qué haces después de la escuela?—preguntó con interés el adulto mayor. Kagami levantó su rostro sucio de comida para ver al dueño de la voz.

— Juego baloncesto—contestó sonriendo.

— Ya veo... Tú fuiste el que ganó la Winter Cup—afirmó viendo a Seijuro con cierto tono de enojo, pues el uno noventa fue quien destrozó a su hijo en los últimos segundos.

¿Cómo lo sabe? Es un Akashi después de todo.

— Ganar o perder, ¿Cuál es la diferencia?—dijo restándole importancia al comentario.

Si se gana algo y la emoción no está, es porque no vale la pena.

— Kagami, ganar lo es todo—le dijo el señor Akashi. Kagami frunció el entrecejo ante tales palabras, él no está de acuerdo con semejante estupidez.

— Si te sientes bien por el logro obtenido, es una victoria. En cambio, por más que ganes y no sientes nada, por más basura que se acumule, será siendo lo mismo. Absolutamente nada—respondió dejando en silencio a los espectadores.

— Tú...—dijo el mayor de edad mirándole con desprecio.

— Papá, detente por favor, molestas a mi invitado—reprochó el bajo, si no detenía a su padre seguro se le escaparía una grosería, o aún peor, el odio.

— No te metas en conversaciones privadas, Seijuro—le regañó su padre levantando la voz.

Aunque Akashi Seijuro fuese una persona a quien temer, aunque fuera el emperador, su padre es el más vil de los gobernantes, un dictador.

— Disculpe mi intromisión, pero no es forma de hablarle a las personas—defendió Taiga a Sei.

— Y tú no deberías hablarle a así a alguien tan importante como yo, ¿Tu padre no te enseñó modales?—dijo saliéndose de sus casillas.

¿Por qué siempre venía al caso el tema de su padre? ¿Qué tanto había logrado el señor Kagami que le enfurecía al dictador de cabellos frambuesa?

— Papá... Te pido que te guardes tus malos comentarios—pidió con aquella aura amenazante, pues aquel 'te pido' había sonado como un 'te ordeno'.

El horrible sonido de un choque de mano contra una mejilla se escuchó en todo el comedor, sus lágrimas saladas no evitaron deslizarse por sus mejillas. El dictador Akashi había osado pegarle a su heredero. Kagami no entendía como esa persona que se hace llamar educador, podría trata a su propio hijo de esa forma cuando se supone que debe ser el mayor ejemplo, siendo todo lo contrario.

Taiga suspiró, guardó sus impulsos de instinto y como última opción, decidió tomar la mano de Seijuro para llevárselo cuanto antes de ese lugar. La mano del pelirrojo más bajo apretaba con fuerza la del contrario, el frío se colaba entre sus mejillas, y el inmenso ardor en su mejilla hacía que brotara más de alguna u otra lágrima.

Taiga no aguantó más, tiró del chico y lo abrazó tan fuerte que Seijuro podía sentir como sus pequeños huesos se encogían. No dudo en devolver el abrazo y llorar más fuerte, suspira apoyado en el pecho de Taiga, le gusta sentir como su olor y calor lo envuelve.

Se separaron y por un momento se vieron a los ojos, Kagami limpió todo rastro de lágrimas, y acariciado sus cabellos le dio un tierno beso en la frente.

— Esos ojos tan bonitos no deberían estar tristes—le susurró.

Aquel día, Kagami Taiga no dudó en limpiar las lágrimas de un emperador.

 El vaho salía de sus bocas cada que exhalaban para respirar. Los ojos con heterocromía está hecho un ramillete de nervios. La mano de Kagami no lo había soltado desde el transcurso de la salida.

"¿Qué tengo... Me enfermaré? ¿Acaso no es esto lo que quería?" se cuestionó mentalmente. El majestuoso emperador y narcisista había abandonado el cuerpo del más bajo, siendo ocupado por alguien tierno, vulnerable y dulce.

— Y bien Akashi ¿A dónde vamos?—le preguntó Taiga viendo de reojo al muchachito.

— ¡A mi casa!—exclamó de inmediato, Akashi se sorprendió así mismo, es decir, él no es así.

— ¡Great! Siempre me ha dado curiosidad conocer tu casa—dijo emocionado. Kagami sabe sobre lo holgado que vive Akashi, por lo tanto, quería saber cómo es su día a día. Por más chute que sonará eso desea.

Al llegar, Akashi suspiró y el vaho se notó, sus labios parecían levemente pintados de azul. — Es aquí, Taiga—lo llevó hasta la puerta. Los ojos de Kagami se abrieron de la sorpresa, no era una mansión, tampoco una vivienda normal. Es grande, pero no tanto, parece cálido.

— Akashi... Créeme que me gusta sostener tu mano, pero si entramos así, las cosas serían un tanto incómodas—le advirtió Kagami antes de que girara la manija de la rustica puerta.

"¿Dijo qué le gusta mi mano? ¡Dijo qué le gusta! Basta Seijuro, pareces saber qué" se reprendió.

— Oh, disculpa—con toda la pena, y dolor de su corazón, Seijuro soltó la cálida mano de Taiga.

El contrarío solo le regaló una hermosa sonrisa. Al entrar, una sirvienta le dio la bienvenida.

— Joven Akashi, bienvenido. Su padre está aquí—le dijo susurrando las últimas palabras.

El tierno y vulnerable chiquillo de hace minutos, volvió a su estado normal. No le agradaba en lo absoluto que su padre estuviera en casa ¡Menos esa noche! Kagami notó el cambio radical que Seijuro adquirió en un dos por tres con tal solo haber mencionado "padre".

Llegaron a la sala de estar, encontrándose al señor Akashi leyendo unos documentos que parecen bastante importantes, es alto, pero no tanto como Kagami.

— Papá—llamó Seijuro con voz educada, aunque molesta. A Seijuro le resulta bastante molesto ser de esa forma con esa persona.

— Ahora no, Sei...—se interrumpió así mismo al darse cuenta de la presencia de Kagami. Dejó de lado los importantísimos documentos para ver fijamente al mayor con curiosidad.

Seijuro nunca llevó un amigo a casa, jamás se molesto ni por educación invitar a alguien a esa casa, por lo tanto el señor Akashi sí que tiene dudas.

— ¿Quién es?—preguntó directo el adulto.

— Kagami Taiga, señor—se auto presentó el pelirrojo serio.

— Kagami... Claro, tu apellido me suena. Tu padre me ha dado problemas en América—confesó con burla molesta.

— Lamento eso señor, pero no tengo nada que ver con lo que haga o no mi padre—respondió. Seijuro estaba sorprendido, no sabía que Taiga había nacido en una familia cómoda, y en lo educado o serio que podría llegar a ser. El padre del león sonrió y con elegancia invitó a Kagami a cenar.

¿El plato especial de esta noche? ¡Qué importa! Kagami devora esa exquisitez, su lengua se desliza por sus dientes armoniosa, Akashi junior miraba asombrado a Taiga, mientras su padre se preguntaba el cómo podía come tan rápido o siquiera comer tanto.

— Y dime Kagami Taiga, ¿Qué haces después de la escuela?—preguntó con interés el adulto mayor. Kagami levantó su rostro sucio de comida para ver al dueño de la voz.

— Juego baloncesto—contestó sonriendo.

— Ya veo... Tú fuiste el que ganó la Winter Cup—afirmó viendo a Seijuro con cierto tono de enojo, pues el uno noventa fue quien destrozó a su hijo en los últimos segundos.

¿Cómo lo sabe? Es un Akashi después de todo.

— Ganar o perder, ¿Cuál es la diferencia?—dijo restándole importancia al comentario.

Si se gana algo y la emoción no está, es porque no vale la pena.

— Kagami, ganar lo es todo—le dijo el señor Akashi. Kagami frunció el entrecejo ante tales palabras, él no está de acuerdo con semejante estupidez.

— Si te sientes bien por el logro obtenido, es una victoria. En cambio, por más que ganes y no sientes nada, por más basura que se acumule, será siendo lo mismo. Absolutamente nada—respondió dejando en silencio a los espectadores.

— Tú...—dijo el mayor de edad mirándole con desprecio.

— Papá, detente por favor, molestas a mi invitado—reprochó el bajo, si no detenía a su padre seguro se le escaparía una grosería, o aún peor, el odio.

— No te metas en conversaciones privadas, Seijuro—le regañó su padre levantando la voz.

Aunque Akashi Seijuro fuese una persona a quien temer, aunque fuera el emperador, su padre es el más vil de los gobernantes, un dictador.

— Disculpe mi intromisión, pero no es forma de hablarle a las personas—defendió Taiga a Sei.

— Y tú no deberías hablarle a así a alguien tan importante como yo, ¿Tu padre no te enseñó modales?—dijo saliéndose de sus casillas.

¿Por qué siempre venía al caso el tema de su padre? ¿Qué tanto había logrado el señor Kagami que le enfurecía al dictador de cabellos frambuesa?

— Papá... Te pido que te guardes tus malos comentarios—pidió con aquella aura amenazante, pues aquel 'te pido' había sonado como un 'te ordeno'.

El horrible sonido de un choque de mano contra una mejilla se escuchó en todo el comedor, sus lágrimas saladas no evitaron deslizarse por sus mejillas. El dictador Akashi había osado pegarle a su heredero. Kagami no entendía como esa persona que se hace llamar educador, podría trata a su propio hijo de esa forma cuando se supone que debe ser el mayor ejemplo, siendo todo lo contrario.

Taiga suspiró, guardó sus impulsos de instinto y como última opción, decidió tomar la mano de Seijuro para llevárselo cuanto antes de ese lugar. La mano del pelirrojo más bajo apretaba con fuerza la del contrario, el frío se colaba entre sus mejillas, y el inmenso ardor en su mejilla hacía que brotara más de alguna u otra lágrima.

Taiga no aguantó más, tiró del chico y lo abrazó tan fuerte que Seijuro podía sentir como sus pequeños huesos se encogían. No dudo en devolver el abrazo y llorar más fuerte, suspira apoyado en el pecho de Taiga, le gusta sentir como su olor y calor lo envuelve.

Se separaron y por un momento se vieron a los ojos, Kagami limpió todo rastro de lágrimas, y acariciado sus cabellos le dio un tierno beso en la frente.

— Esos ojos tan bonitos no deberían estar tristes—le susurró.

Aquel día, Kagami Taiga no dudó en limpiar las lágrimas de un emperador.

 


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