Desde que era pequeño, Miyaji Kiyoshi siempre mostró habilidad para resolver los problemas con rapidez. No era un niño genio, pero se las arreglaba para salir bien parado en los exámenes. Nunca tuvo la necesidad de pagarle a un tutor, ni les dio complicaciones a sus padres. Las clases eran suficiente para él; por eso, tenía un pequeño roce con su hijo.
Miyaji Koyomi no entendía a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera. Tenía problemas de retención de información.
El psicólogo de la escuela lo había diagnosticado así.
La paciencia no era una virtud que Kiyoshi poseía y a veces su hijo se esmeraba en sacarlo de sus casillas por no comprender un tema bastante sencillo.
Koyomi revolvió sus cabellos miel con las manitas y arrugó la nariz en confusión. No lograba recordar la tabla de multiplicación del número 5, por más que la haya estado repitiendo más de 5 veces.
—Koyomi, mírame —Miyaji dijo a punto de perder los estribos—, ¿cuánto es 5x4? La tabla del cinco termina en 5 o en 0. Si es número par…
—Termina en cinco; —El niño se asustó al ver la mirada gélida de su padre—; ¡En cero!
—En cero, —Miyaji repitió para calmarse y no gritarle de nuevo—, entonces te falta el otro número. Otro truco, el resultado cuando es número par es la mitad, ¿cuál es la mitad de cuatro? —preguntó.
—… ¿Dos?
—Sí, dos. —Kiyoshi suspiró—. Tienes el dos y el cero. ¿Cuánto es 5x4?
—¿Dos? —Miyaji dio una fuerte palmada en la mesa, haciendo que su hijo se cohibiera por el susto—. ¿Cero? No sé, papá… —dijo apresurado.
—Koyomi, ¿dos y cero juntos forman cero? —preguntó fastidiado.
—No sé, no sé —dijo desesperado. Los ojos se le habían llenado de lágrimas—. No sé cuánto es 5x4, no sé.
Kiyoshi se tapó el rostro con las manos, iba a entrar en un cuadro de estrés severo por culpa de esas horas de estudio. Intentaba brindarle todas las facilidades a su hijo para que aprendiera, pero él no captaba ninguna técnica.
A veces creía que Koyomi lo hacía adrede o para sacarlo de quicio, porque se negaba a aceptar que su niño fuera tan tonto, cualidad que sacó de su ex esposo, no de la familia Miyaji.
—Koyomi, ¿por qué números está formado el 20? —preguntó sin descubrirse la cara.
—Dos… y… cero —respondió apenas. Miyaji tenía planeado decirle algo más, pero el sonido de la puerta lo distrajo.
A las 7:20 PM, mayormente llegaba Takao armando alboroto.
Koyomi brincó del asiento y fue corriendo hacia él pegándose a su pierna. A pesar de que Kazunari no era su padre, el niño le tenía un gran cariño por ser mucho más comprensivo.
Takao Kazunari, para el niño, era su salvador, el adulto que lo rescataba cada que a su padre le picaban las manos.
La hora de la cena había llegado, Miyaji cerró el libro de matemáticas de su hijo y se acercó a ellos, preguntándole de paso a su pareja si había solucionado el problema en el trabajo. Fue positiva la respuesta.
—Compré fideos saltados y galletas de la fortuna~ —dijo Kazunari alcanzándole las bolsas de comida y abrazándolo cuando se dio media vuelta—. Te amo.
Eso era todo.
Kazunari cargó a Koyomi y se hizo el desentendido yéndose a la sala, le gustaba dejar a Miyaji levemente sonrojado.
—¿Cuál es el tema ahora? —preguntó, mientras dejaba su maletín en el sofá—, ya te he dicho que es mejor no presionarlo, Ki-chan.
—Te deseo suerte, mañana tiene examen de la tabla del 5, 6 y 7 —respondió.
Miyaji le cedía el mando a Takao, mientras que él servía la cena.
El método de Kazunari era mucho más pausado, lleno de cartillas y trucos de aprendizaje eficaz. Él también había sido muy despistado de joven, pero había logrado librarse cada año sin repetir cursos.
Koyomi prestó atención y se quedó con su padrastro hasta casi medianoche, sentado en la sala escribiendo una y otra vez las tablas de multiplicar.
Miyaji los observó atento desde el kitchenette, agradeciendo enternecido que su divorcio no haya provocado un aspecto negativo en su hijo, había salido airoso de ese infierno. Terminó de lavar los platos y recogió las cajas de comida que había dejado Kazunari en la sala.
—Ya se quedó dormido~ —escuchó.
—¿Lo lograste?
—Si te refieres a la multiplicación, sí —dijo divertido—. Y si te referías a las pruebas de embarazo, también.
Miyaji rompió un plato al resbalársele, Kazunari era experto en soltarle las buenas noticias en momentos inoportunos.
No importó que tuviese las manos llenas de detergente ni la ropa algo mojada, recibió a Kazunari con los brazos abiertos. Habían estado buscando encargar un niño desde hace un tiempo y por fin las cosas salían como ellos querían.