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Childhood Memories ~ por BicthLVL100

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POV'S Guillermo ~


Hace no mucho tiempo escuché a alguien decir que no importa cuando quieras a una persona o cuantas cosas lindas le digas, las cosas que hagas para hacerla feliz o cuanto pienses en ella antes que el mundo incluyéndote... si esa persona no siente lo mismo al final no importa.


Lo aprendí a la mala, es molesto no ser amado por los que deberían ser tu soporte, ser rechazado por los que te dieron la vida, silenciado por los que tendrían que aconsejarte. Al final terminé solo como en un principio, solo... en medio de una habitación llena de humo pudriéndome en mis recuerdos, pobres, borrosos e incompletos pero felices.


Aquella mañana, el día siguiente de mi incidente; Apenas y la luz del sol me dio la oportunidad de abandonar mi zona de confort fui directo a mi viejo hogar, esa residencia majestuosa, jardines impecables y servidumbre amable me recibieron con una gran sonrisa... ojalá pudiera decir lo mismo de mamá.


Ni siquiera me saludo o pregunto cómo habían estado las cosas, apenas y me dirigió la mirada cuando le pedí el dinero. No me lo negó, pero tampoco me preguntó para que lo quería, estaba distraída... siempre lo ha estado; estoy casi seguro de que fue la misma razón por la cual ignoró la marca debajo de mi labio.


No me preocupe en preguntar nada más, ella se veía bien sentada frente al enorme televisor en medio de aquella sala adornada por su gloria y ego irradiado en el pequeño espejo que reflejaba sus ojos maquillados en ese color perfecto. Una muñeca de adorno, para una familia de juguete... no soporté mucho antes de despedirme y salir finalmente de ahí.


Es molesto, lo odio... los odio.


Al final conseguí lo que necesitaba, incluso un poco más del que pedí; si las cosas no estuvieran molestándome como ahora quizás estaría feliz por tener algo extra para comprar algo además de mis drogas, algo de comer además de cenas instantáneas congeladas estarían bien, por ejemplo.


Abriéndome paso por la fauna peligrosa de la ciudad, el frio asfalto rasgaba contra la suela de mis zapatos y mi mirada seguía fija al suelo cuando llegué a la zona en que normalmente mi amigo iba a conseguir nuestras cosas para volver a toparme con ese par de grandulones que no parecieron felices de verme.


Me recibieron bien, esta vez no me golpearon, por lo menos no lo suficiente para hacerme sangrar otra vez; Me asfixiaron, dejaron sin aire mi estómago con un par de patadas y entonces volví a subir a la camioneta... esto de ser carne de boxeo comienza a ser estresante, ojalá pudiera tener el derecho a quejarme.


Llevado a rastras al igual que el primer día, fui dejado caer al suelo sobre la misma alfombra empolvada y dejado frente a él; a solas, mis manos y cabeza fueron liberados, ahí estaba frente a mí.


Sentado detrás de su escritorio con una ceja alzada, parecía sorprendido... al parecer mi presencia no era grata ni siquiera para él.


Ojos firmes sobre mi cuerpo, su escritorio estaba repleto de papeles y demás cosas extrañas; La puerta retumbó tras de mí, y ahí estábamos de nuevo...


Cuello tatuado, al igual que sus manos las cuales hicieron a un lado los documentos para finalmente levantarse de su asiento y recibirme con una no muy creíble o verdadera sonrisa ladina.


− Vaya ¿estás aquí tan rápido? – preguntó − Mocoso, no tengo tiempo para negociaciones torpes, consigue el dinero y aparece cuando tengas algo más que suplicas... − acercándose con esa mirada engreída y aires de superioridad, algo en este hombre me hacía recordar tanto a mi familia... y a algunas películas de Alkapone, pero sobre todo su voz, era una extraña sensación de haberla oído ya.


− Toma tu dinero, ya estamos a mano... ¿podrías darme el resto de mis cosas? − ni siquiera pensé, busque en mi bolsillo y entregué aquel fajo en sus manos; dinero que recibió con una no muy buena cara, confundido, molesto... no pude distinguir muy bien su mirada antes de que guardase aquel monto.


− Tienes más contactos de los que pensé, ¿a quién tuviste que chupar para conseguirlo? – se cruzó de brazos, recargándose sobre aquel estudio escupiendo aquella ponzoña mientras que en su boca aquella mueca bufona se burlaba de mí.


− A tu madre... me ofreció más de hecho, pero tuve que rechazarlo, la pobre me dio pena – una mueca que se borró apenas y devolví su veneno, esta vez fui yo quien celebró en mi interior, fueron solo unos cuantos segundos de felicidad interna... luego aquella mano me tomó por el cabello.


La fuerza de su brazo golpeó mi cabeza contra la mesa, estampando mi cara contra las carpetas y documentos sobre esta; escuché mi cuello crujir y los cabellos de mi nuca ser halados hacia atrás para nuevamente encontrarme con él.


− Algo me dice que no te gustan los chistes – ahí estaban esos ojos, su mirada oscura y fría que no se despegó de mi rostro adolorido hasta que aquel teléfono timbrara salvándome de un nuevo movimiento molesto.


Liberó mi cabello, buscando al celular en su bolsillo, dio una mirada a aquel mensaje y tecleo una respuesta rápida antes de regresar a nuestro asunto.


− Lo siento, pero no puedo aceptar dinero robado... se vería mal – aclaró su voz, buscando devolver el pequeño aparato a su pantalón.


− Como si a ti te importara eso, ¿quieres terminar con tu show? Quiero volver a casa... − bufé, estaba comenzando a desesperarme de aquello, solo quería llegar a mi cama y dormir; pero ni siquiera pude terminar de hablar, aquellas manos volvieron a tomarme, esta vez empujándome contra los fríos muros tras de mí.


− ¡Joder! – maldije, mi espalda crujió y mi carne dolió. Ahí estaba de nuevo, su brazo encerró cualquier posible escapatoria acorralándome con su cuerpo frente a mí.


− Tenemos un pequeño problema, las cosas no pueden ser así de fáciles... un drogadicto no anda por ahí estafando a la gente sin aprender su lección, y yo no dejare que tú seas la excepción, mocoso – el aroma de su colonia invadió mi nariz, mareándome casi al instante. Su pecho emanaba calor, y su respiración golpeó contra mis mejillas cuando aquella amenaza salió de su boca.


Llevaba puesto un traje gris oscuro, elegante... lo hacía parecer casi una persona decente detrás de aquella actitud molesta y lengua de víbora; elegante y con una presencia imponente, los mafiosos no son los mejores cuando les conoces en persona.


− ¿Y qué vas a hacer? – por suerte, a mí no me importaba mucho mi bienestar propio y de hecho fue eso lo que me hizo hablar − ¡Si quieres golpearme hazlo, no serias el primer viejo arrogante y adinerado que me trata como mierda solo porque si...! − casi gritando, mis labios se movieron por si mismos respondiendo a aquel reto con mi propio estúpido y suicida desafío.


− Haré algo mejor... − no pude reaccionar siquiera, apenas y pude moverme para intentar liberarme de sus brazos cuando aquello sucedió.


Él, me besó...


 


~~~~~~~~~~~~~~~~~~


 


Un movimiento nuevo, una táctica que ni siquiera el chiquillo pudo detectar; los labios del adulto se posaron fuertemente sobre los suyos en un pequeño pero exigente deseo y sus manos se posaron sobre sus muñecas aprisionándolas contra la espalda apenas y los forcejeos de este empezaron.


Pudieron ser solo segundos, aun así, aquella táctica sucia duro lo suficiente para dejar una marca sobre los labios del más joven, una mordida contrastó la comisura de su labio inferior segundos antes de que Guillermo se liberase.


− ¡Aléjate de mí! – grito, empujando al sujeto frente a él con aquella mirada desorientada, sus ojos estaban asustados y su mente confundida. Un pequeño dolor sobre su carne reflejo la satisfacción de Samuel después de haberlo marcado.


− Anda, deja de actuar así y acompáñame... − el adulto se encogió de hombros, su persona dio la espalda buscando sobre los cajones de su escritorio; indiferente a su molestia y sus gritos, aquella reacción infantil era molesta, aunque adorable; logró despertar en el mafioso una extraña y complaciente sensación.


− ¿A dónde vamos? Si vas a dispararme hazlo de una vez – preguntó apenas y miró aquellas llaves y la dirección de su anfitrión hacia la puerta a su lado.


Lo dudó un poco antes de seguirle la corriente, ahora mismo deseaba salir de ahí huyendo, lanzarse por la ventana si era necesario. No deseaba pasar un momento más con ese sujeto extraño, pero el tono de su voz, acompañado por aquella señal con la mano le hicieron pensarlo dos veces; Guillermo no deseaba morir, por lo menos no aún.


− Cierra la boca, odio cuando mis asistentes no se callan – escuchó a su acompañante por el pasillo cuando finalmente lo alcanzó fuera de la habitación; sus amigos los recibieron al encontrarse en un lobby que parecía ser el centro de aquella "casa", intercambiaron unas cuantas miradas poco amistosas y siguieron su camino a través del salón.


− ¿Asistente? Vaya hombre de negocios ¿el dinero no te basta? consigue una secretaria... odio estar en estas cosas – se quejó, algo nuevo podría estar bien de vez en cuando pero aquel ambiente le recordaba mucho a su viejo hogar; y eso era algo que no podía soportar.


− Mi último ayudante resulto un poco herido, y lo que quedo de él se veía indispuesto para volver a trabajar; puedes tener el puesto – respondió sin siquiera mirarle; los pasos les llevaron finalmente a las afueras de la construcción donde pudo apreciar mejor su panorama.


Ahí estaba ese enorme patio, ahí estaban los mismos aburridos arboles cortados perfectamente y los aburridos jardineros de siempre; Guillermo conocía muy bien las casas de los ricos y esta no le sorprendió para nada.


− Claro, porque eso es lógico... mucho más que aceptar el dinero; La gente de tu tipo está bastante mal de la cabeza, no creo que necesites usar drogas y si lo haces deberías parar ahora mismo – habló sarcástico siguiéndole el paso por el verde suelo hasta el garaje, la puertecilla se abrió dando paso a la siguiente cosa en la lista de cosas odiadas por el chiquillo, los autos... o en este caso, el auto.


Un oscuro rojo rubí, matizado con vidrios polarizados; impecable y posiblemente sin más de dos viajes. El niño dudó, Bugatti quizás un Lamborghini, un modelo nuevo de esos que su padre coleccionaba como simples trofeos, amargos recuerdos vinieron nuevamente.


− Silencio, entra... − ordenó, entrando al auto ignorando por completo la reacción de su acompañante.


− Algo me dice que si entro ahí no regresare en una pieza ¿Podríamos tomar el autobús? – preguntó, mirando desde fuera durante unos segundos con una nerviosa sonrisa, algo que de nada sirvió.


− ¡Mete el culo a ese auto o yo mismo te lanzare dentro del maletero! – el vidrio oscuro bajó dando paso a aquel grito, algo le decía que la paciencia del tipo estaba agotándose.


− Que amable... − se rindió, desistiendo de sus ideas entrando en el copiloto, las puertas colocaron el seguro inmediatamente; el motor rugió y el camino de perdición de Guillermo comenzó a ir sobre ruedas hasta un destino extraño e indeseado.


Los ojos del chico se posaron sobre los cristales, admirando el paisaje y edificios, una zona alejada de la ciudad, irónicamente cerca de su antiguo hogar el joven adicto pudo reconocer una o dos cosas durante el camino mientras el silencio dentro de aquella zona comenzaba a hacerse cada vez más y más molesto.


No era como que pudiese hablar mucho, ¿Qué cosas podría discutir con un mafioso dentro de un auto? La mente del niño dudaba mucho sobre lo que sería mejor; y si es que debía lanzarse a hablar con su compañero o resignarse a saltar por la puerta y esperar que el asfalto no fuese tan duro.


− ¿Vamos a romperle las piernas a alguien? – habló el más joven, intentando romper aquel incomodo silencio que hasta ahora se había encargado de volver aquel viaje aún más incómodo.


− Iré a visitar un lugar, solo tengo que recoger unas cosas y nos iremos, tu trabajo este día será quedarte callado y ayudarme a recordar unas cosas y llevar otras por mí; y si puedes aparentar que sabes defenderte seria genial – aquella respuesta no se la esperaba, tampoco la deseaba.


− Soy el carrito de carga de un mafioso – suspiró − No es como que no sea un buen trabajo, pero nunca me vi en esta situación de pequeño cuando me preguntaron que quería ser de mayor... − acomodándose en el respaldo del asiento de cuero, no era como si pudiese decir que no.


Decidió dejar el drama de lado y solo disfrutar el momento de paz, el movimiento del auto lo relajó mientras el paisaje de la carretera poco a poco iba cambiando, se dirigían al centro de la ciudad, un sitio que tampoco le traía buenos recuerdos.


− Conozco este lugar, mi... umm, conocí un sujeto que hablaba de él mucho – titubeó, tenía que mantener su vida personal lejos de esto; tampoco es como que tuviera mucho que decir sobre ese establecimiento.


Elegante, con una fachada en colores oscuros y un letrero luminoso con la palabra "Sin" daba la bienvenida a aquel bar; uno especial y más costoso que los normales, información cortesía de las charlas de su padre con amigos a media noche que desgraciadamente terminaba escuchando por equivocación.


− No te lo pregunté, quédate callado y solo sígueme – volvió a escuchar la voz de su acompañante después de que se detuvieran frente el lugar; ahí iba Guillermo detrás de un tipo extraño, adentrándose en uno de los bares y prostíbulos más concurridos por su propia familia.


Música, muchas mujeres y poca ropa... el olor a alcohol invadía el aire al igual que el perfume de los miles de hombres acompañados por todas y cada una de las bellezas que andaban de ahí para acá con charolas repletas de pecado.


Luces bajas, tenues que apenas le permitían ver a donde se dirigía; siguió simplemente la espalda de su improvisado jefe a través de la multitud, esquivando miradas amigables de chicas invitándolo a algo más que charlar un momento; Un recorrido extraño pero que terminó al final cuando aquel pasillo solitario los guiara dentro de una puerta aparentemente olvidada.


− Espérame aquí, ahora regreso... no intentes hacer nada estúpido – ordenó nuevamente, abriéndose paso a la habitación dejándolo a un lado aquella puerta se cerró frente a sus narices.


− No lo prometo... −


No tuvo que pasar mucho tiempo hasta que la curiosidad del chiquillo pudiese más que su miedo por el hombre, dio un par de pasos sin dirección en específico hasta volver a aquel salón envuelto en humo y perfume.


Aquel lugar era una oda al pecado, a lo morboso y prohibido. Algo especialmente amado por los que tenían más dinero del que podían gastar; hombres viejos, horribles y con una presencia asquerosa, el tipo de hombres que solo puede conseguir cariño y atención con dinero... al igual que su padre.


Una sensación de asco mesclada con ira irrumpió en su cabeza, y es que no era solo lo abrumador de las colillas del cigarrillo mescladas con el odio en su memoria; aquellas imágenes venían de repente, lo odiaba.


− Asquerosos... − habló para sí mismo, mirando hacia la nada. Su mente se nubló por unos segundos en su propio coraje, en sus propias ansias por acercase a alguien y tomar algo para fumar y luego irse a la mierda.


− Hey... − la voz se presentó a sus espaldas junto con su anfitrión que llevaba consigo un maletín, mismo que fue entregado de inmediato al chiquillo.


− ¿Terminaste de cobrar tus estafas por protección? – preguntó después de tomar aquello en sus manos.


− Este es uno de los muchos de mis salones exclusivos, productos y personas de la mejor calidad están bajo mi servicio – siguiendo por unos cuantos pasos al mafioso, ahora mismo los deseos del más joven solo eran salir de ahí.


− Es extraño, y siendo honesto me hace sentir incomodo estar entre gente como esta... − habló, su mirada cayó al suelo intentando ignorar en lo que pasaba a su alrededor, algo que despertó la curiosidad de Samuel.


− Este sitio está mucho más arriba de los estándares simples de tus pensamientos de drogadicto común −


− No es como que haya mucho que entender, ellos buscan atención y ellas dinero... cualquiera puede saberlo – habló indiferente, causando la molestia del mayor.


− Mira a tu alrededor y dime que es lo que vez... − ni siquiera terminó de hablar.


− Tipos con una alta probabilidad de morir por cirrosis y chicas con unas ambiciones bastante simples – aquella respuesta fue rápida a la par que directa, el tono del más joven parecía algo harto, molesto quizás, lo suficiente para borrar toda expresión amable de su rostro.


− Este lugar es mío, al igual que muchos de los cuales ningún chiquillo como tu podría acceder ni vendiendo su alma al demonio – aquellas palabras salieron de la boca de Samuel casi al momento de salir.


− ¿Qué te hace creer que esto me interesa? – palabras que despertaron algo más que ira dentro de la cabeza del más joven.


− Estoy comenzando a hartarme de tu tono petulante, siempre estás en esa postura de: "Hey mírenme, tengo dinero y respeto solo porque vendo narcóticos, soy un chico malo" mirándome desde arriba y haciéndome sentir menos; No todos soñamos con dormir entre billetes y oro, no todos somos egoístas y pensamos que somos el centro del universo... no todos somos como tú – provocando que la actitud de este diera un extraño vuelco, el tono de su voz cambió y su seño se frunció al volver a mirar a su jefe.


− No tienes idea de lo que dices... −


− Bueno quizás, quizás sea cierto y las drogas en mi cabeza me hayan dejado sin ilusiones y no sepa de lo que hablo; Pero lo que sí sé es que no quiero ser como tú, un tipo solitario y resentido con el mundo que anda por ahí creyéndose lo mejor por su dinero – la ira era expulsada en cada palabra y la frustración en su mirada temblorosa se hizo obvia cuando esos pequeños ojos oscuros se mostraron nuevamente.


Ahí estaba Guillermo, un simple chiquillo adicto sin nada de por medio gritándole a un capo en medio de un lugar donde nadie los escuchaba o ponía atención; ni tampoco les importaría si una bala impactara contra su rostro...


− Cualquier imbécil puede tener una fortuna cuando vives a costa de los demás, me largo de aquí... ve con tus amigos, si es que tienes alguno – gritó, huyendo del lugar aun con aquella maleta entre manos.


Sus orejas se negaron a escuchar los llamados y sus ojos a ver algo más a su alrededor que no fuese la puerta frente a él; puerta que atravesó hacia la libertad de la calle donde su camino continuó indiferente; A paso molesto, el niño solo se detuvo cuando la presencia del auto frente a él junto con la voz del mafioso volvió a impactar contra sus tímpanos.


− Mocoso... − ahí estaba de nuevo, gritando; pudo escuchar aquellos pasos firmes acercarse por su revés, aun estando de espaldas Guillermo supo lo furioso que este se encontraba.


− ¿Qué quieres ahora? – ni siquiera se molestó en mirarle, se limitó a colocar aquel maletín sobre el cofre del auto mientras que su cuerpo se recargó en la puerta del copiloto; ignorando, evadiendo el hecho de que ese hombre a sus espaldas estaba de mal humor.


Aquella ley del hielo no duró mucho, pues ahí estaba de nuevo esta mano que lo tomo por el cuello. Intentó zafarse y reaccionar ante su toque, pero los dedos se aferraron con fuerza a su nuca y antes de que pudiese siquiera gritar su cuerpo fue golpeado contra el vidrio de la puerta y su mirada se viese obligada a responder a la de su atacante.


− Nadie me habla de esa manera, nunca... − aferró los dedos sobre su cuello, ahora no parecía feliz, de hecho, aquellos ojos parecían más furiosos que nada, algo perfectamente complementado a la histeria del chiquillo que lo ignoró.


− Bueno, pues ya lo hice; Y si me vas a matar o algo mejor que sea rápido, estoy comenzando a cansarme de este lugar tan... − respondió, gritando como siempre. Su boca volvió a retarlo en una vana y pobre oración que ni siquiera fue completada.


Su nuca estampo contra el vidrio de la ventana y su cuerpo entero se paralizó cuando nuevamente aquel hombre volviese a tomarlo por la fuerza, sus labios ardieron sobre los suyos. Un beso agresivo y exigente que pidió más que solo unas pocas caricias; su lengua buscó dentro del más joven, una sensación cálida y extraña invadió al menor.


Ardiente, dolorosa como tocar el infierno por unos segundos. Intenso, su piel dolía en cada parte que él había tocado; respiración torpe, agitada debido al aroma del hombre sobre su cuerpo, su corazón golpeó contra su pecho tan fuerte que le sintió salir.


Tenía que detenerse, moverse y huir, pero simplemente, no pudo... por lo menos no hasta que el otro sujeto le permitiera.


− ¡¿Estás loco?! – gritó, apenas y este lo liberó.


− Tienes una boca demasiado floja, es molesto... me gustas más cuando estas callado, un beso es la mejor opción – recibiendo como respuesta una sonrisa falsa.


− ¡Estas completamente demente! –


− Deja de gritar, es hora de irnos, termina tu escándalo en el auto – dijo él, ignorando aquellas protestas, abriendo la puerta del conductor.


− ¡No voy a volver a viajar contigo a ningún lado, viejo asqueroso! – lanzó el maletín dentro de la puerta; estuvo a punto de dar la vuelta y simplemente huir de ahí cuando el sonido de recarga a su espalda invadió sus oídos.


− Me parece que has olvidado que quien lleva las riendas del trato soy yo, cállate y muévete – y al igual que la paciencia de Samuel, el corazón de Guillermo pareció haberse desvanecido en la nada cuando aquel cañón frio apuntó contra su cabeza.


Para Guillermo aquel día parecía no mejorar, y dudaba mucho que el hecho de tener a un mafioso apuntándole con una pistola lograra hacerle sentir algo que no fuera miedo.


Pero así fue, y debido a aquella arma el joven muchacho se vio resignado a doblegarse y obedecer, amaba su vida o por lo menos algo de ella, después de todo estando muerto no puedes fumar...


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