Cuando Yoongi y Hoseok se conocieron todo era frío y en parte se debía a la personalidad del primero, porque así como la nieve cubría Seúl entera, una capa de hielo cubría el corazón de Min Yoongi. El aura azul de triste quietud que lo rodeaba todo el tiempo, el pálido blanco de su piel, el tinte grisáceo en su cabello, la mirada negra y profunda en sus ojos oscuros, su silenciosa presencia en aquella mesa alejada de la cafetería, el americano sin azúcar siendo lo único cálido en él... Yoongi entero era como el invierno: silencioso, frío y triste, tan triste. Hoseok no podía hacer más que tratar de comprender el sosiego de Yoongi, limitándose a admirarlo sin perturbar su calma, buscando siempre la manera de reemplazar el frío por el calor. En el fondo no le resultaba un problema pasar tiempo con el silencioso chico, para Hoseok el mayor representaba una especie de escena digna de observar, una vista magnífica con ese aire de misterio mágico flotando alrededor.
Al cabo de unos tres meses Hoseok logró hacerse un lugar en la vida de Yoongi. No era de extrañar que incluso el impenetrable corazón de hielo del mayor terminase derritiéndose poco a poco, después de todo, Hoseok con su sonrisa enorme y sus pequeños hoyuelos era como una brisa cálida después del más crudo invierno, como los pequeños brotes verdes que anunciaban que la primavera estaba próxima. Yoongi no dejaba de asombrarse ante esa cálida y agradable sensación que se formaba en su estómago cada vez que estaba con el menor, ni de la naturalidad con la que Hoseok podía soltar las palabras justas para hacerlo sonreír en el momento menos pensado. Un día decidió que hasta el ser más frío terminaría cediendo ante los ojos almendrados de Jung Hoseok, porque él había caído. Nunca lo diría, pero Hoseok tenía un efecto sanador sobre él, y probablemente eso fue lo que lo enamoró. Hoseok le provocaba un sentimiento de calma y paz interior que no recordaba haber experimentado en mucho tiempo.
El año siguió avanzado, y su relación también. Pronto los brotes se convirtieron en flores, y las flores en frutos, al igual que las caricias se convierton en abrazos y los abrazos pronto dieron paso al amor. Era un amor ardiente y apasionado, con sólo pensar en Hoseok, Yoongi ya sentía la temperatura del cuerpo subiendo, las manos sudando, la boca y garganta secas, pero sobretodo sentía una calidez inexplicable recorriéndole todo el cuerpo, centrándose en su pecho, acelerando los latidos de su corazón. La sangre que bombeaban sus venas jamás se había sentido tan caliente, tan roja, tan fluida, tan real. Cuando Yoongi sintió la respiración agitada de Hoseok sobre la piel de su cuello no tuvo ninguna duda de que ese era el lugar en el que debía estar, y ya no quiso volver a separarse de su lado. El calor que desprendía el cuerpo del menor lo hacía sentir vivo, lleno de energía, caliente por dentro, y pronto se volvió adicto a Hoseok. Atrás habían quedado las noches frías y solitarias, lo único que ocupaba su mente eran las noches de verano que pasaban juntos bebiendo y riendo, observando las estrellas, nadando bajo la luna, planeando un futuro juntos mientras hablaban de todas las cosas que querían hacer.
Pasada la efervescencia de los primeros meses de enamoramiento, las cosas poco a poco fueron calmándose entre Hoseok y Yoongi. Sin embargo, eso no fue algo bueno. Aquel amor que provocaba agitación en el pecho de Yoongi estaba comenzando a enfriarse después de haber alcanzado su punto máximo de ebullicón, y así como las hojas muertas que caían de los árboles por la llegada del otoño, Yoongi podía ver cómo su amor lentamente se rompía, se arrugaba y quedaba pendiente de un hilo, tal como las hojas de las ramas, llegando al final. Solía preguntarse qué había hecho para arruinar las cosas pero pronto lo atribuía a su personalidad, sabía que él era quien estaba alejando a Hoseok con sus actitudes, pero no podía controlarlo, no podía controlarse. Cuando estaban juntos ya no sentía ese calor en el cuerpo, las caricias con el menor eran cada vez más frías y lejanas, las rosas que solía regalarle aparecían marchitas y sin color y los pétalos caían o se deshacían en sus manos ante el más mínimo roce. Yoongi guardaba la esperanza de que Hoseok siguiese llevando la primavera a su corazón, pero el otoño estaba terminando y la ausencia de calor en los abrazos con el menor sólo hacían que entendiera que nuevamente llegaría el invierno, y no podría evitarlo. Su historia estaba terminando, y lo mejor para ambos era dejar caer hasta la última hoja. Pero no a ti, Hoseok... Tú no, por favor, pensaba. Tú no te marchites conmigo, no caigas, nunca te caigas. Yoongi no quería que Hoseok acabara como las hojas muertas que pisaba al dirigirse a su encuentro, lo único que quería era que el menor volviese a mirarlo a los ojos y volviese a quererlo como antes, que no se alejase nunca de su lado y que reviviera esos recuerdos felices a los que comenzaba a aferrarse.
Pero Yoongi no era tonto. Yoongi sabía, siempre supo, que él era más frío que el invierno, y ni siquiera la más cálida primavera podía salvarlo. Ni siquiera la sonrisa de Hoseok podría hacerlo. El menor eventualmente aceptaría que la decisión de ir por caminos separados era lo mejor para los dos, así como Yoongi había aceptado que Hoseok merecía mucho más calor del que él podía darle. El frío nuevamente invadía la ciudad, calándose hasta los huesos de Yoongi, haciéndolo entrar rápidamente a la cafetería para pedir el americano sin azúcar, lo único cálido que le quedaba en la vida. La lluvía ocultaba las lágrimas en su rostro, y pronto la nieve cubriría de blanco hasta el último rincón de Seúl, reconstruyendo aquella antigua capa de hielo sobre su lastimado corazón. Yoongi volvería a ser el mismo chico silencioso, frío y triste de antes. Después de todo, Yoongi entero era como el invierno, y lamentablemente, así se quedaría.