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Cautivo por LadyBondage

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Notas del capitulo:

Y ya casi el final, ¿cómo van con sus apuestas?

Estival

[1]

 

Una estrella surca el cielo nocturno tiñéndolo de un matiz dorado que deja a su paso como una inequívoca sonrisa ladina. Kakashi suspira profundamente. No hace tanto frio como noches anteriores, tiene en sus manos un cigarrillo a punto de extinguirse, a Kushina no le gusta que fume pero es un hábito de muchos años y es difícil que lo abandone, sin embargo ha tratado de moderar su consumo.

 

Las cosas no están marchando bien, apenas han pasado siete días desde que encontraron a Naruto, el proceso legal y de adaptación le está llevando más tiempo del contemplado y todo se debe a una razón: el niño no quiere colaborar.

 

Ha tenido casos fuertes pero no imposibles. A la larga todo se resuelve. Y esta no debería ser la excepción, sólo que no se trata de cualquier menor de edad ni de cualquier padre o madre. Es Kushina y su hijo, ella lo une a Naruto.

 

Ese niño es tremendamente parecido a su padre, al hombre que antes de casarse lo instruyó como maestro. Minato fue un célebre psicoanalista y daba catedra en la universidad de Tokio, su prestigio se debía ante todo, a su grata manera de enseñar. Tenía ese tacto para tocar temas polémicos y llevarlos de la mano a sus alumnos con la finalidad de que aprendieran de la mejor forma posible. Así se conocieron, dentro de un aula. Kakashi le tuvo una admiración innata desde que supo que fue él quien escribió esos famosos libros sobre el inconsciente, el yo y la verdad absoluta del ser humano, su apoyo en momentos cruciales de su vida cuando su padre se suicidó.

 

El acercamiento se dio en las paredes de la universidad y entre tazas de café. Finalmente Minato se hizo un amigo y luego colega, gracias a él se interesó por la burocracia y un poco sobre la política. Sus caminos se separaron pero jamás dejaron de frecuentarse, incluso asistió a su boda.

 

Todo estaba bien, era tan feliz a lado de su esposa y en la espera de un bebé. Empero, Kakashi evoca ciertos momentos con su maestro, en donde dejaban de lado las profundas charlas sobre la naturaleza del ser humano para avocarse a sucesos que le afectaban en su vida personal.

 

«—Creo que voy a renunciar a mi plaza —decía un Minato cansado llevándose una mano al sedoso cabello rubio despeinando las hebras con los dedos.

 

Kakashi enarca una ceja obscura, sus ojos centellean en una curiosidad absoluta. — ¿Dejar la universidad? es tu sueño hecho realidad, no me digas que la paternidad te abruma, si es eso, sabes que cuentas con el apoyo del rector para estar ausente los días que necesites. —sugiere su voz barítono. Pero Minato no se ve bien, hace días su intranquilidad estaba opacando la sonrisa veraniega que se asomaba como un saludo cariñoso para quien se le acercara.

 

—Para nada, Kakashi. Sabes perfectamente que eso no me está afectando… tanto. —baja unos decibeles, a su alrededor los estudiantes se pasean con libros en mano, voces estridentes y ropas casuales. Todo muy normal en la cafetería del ala oeste a un lado de la facultad de psiquiatría.

 

— ¿Entonces qué es? —pregunta átono. Minato le esboza una mueca que no es sonrisa. Es una muestra de una preocupación que prefiere mantener en silencio.

 

—Todo está bien. »

 

Esa charla no pasó a mayores. Minato renunció a su empleo un año después de que Kushina dio a luz a un sano varón que era una copia exacta del padre. Kakashi no estuvo presente porque ese año se enroló en las filas de la policía de Konoha para ayudar como psicólogo infantil, luego terminó por hacerse de una carrera y un prestigio ahí.

Minato mantenía contacto con él a menudo, a veces se reunían a comer o cenar. La última vez, antes de la fría noche en la que fue encontrado muerto, ellos acordaron verse, Minato sonaba preocupado esa mañana a través del teléfono insistiéndole en no revelar el paradero donde se encontrarían. La cita era a las ocho de la noche en una cafetería al sur de la ciudad.

 

Pero Minato nunca llegó.

 

 

 

 

 

 

 

 

[2]

 

Madara acaricia los recuerdos de un verano que duró una eternidad para él cuando conoció a un sol con la brillante dentadura y piel ceniza.

 

Minato fue un buen amigo, apreció cada momento a su lado por muy nimio que este fuera. En todo segundo nunca dejó de lado esa amistad aunque sus sentimientos crecieran con el tictac del reloj.

 

Fueron todo y nada a la vez. Porque un amor de ensueño sólo se alimenta de mentiras como en las que él vivía. Ese dulce enamoramiento se tornó agresivo cuando Minato anuncio su compromiso con una desabrida pelirroja. La única Uzumaki sobreviviente de una familia millonaria, la que fue su alumna y por la que profesaba un cariño sincero.

 

Madara apoyó cada decisión que Namikaze tomó, incluso si con ello devanaba su corazón para dejarlo partir. Pero en los últimos días no pudo más, decidió que debía jugar su última carta.

 

Una tarde cuando el sol dejo de arrebujarse en el horizonte, sus pasos se dirigieron al único lugar donde podría encontrar al motivo de sus suspiros.

 

Minato estaba en casa con el pequeño niño de cinco años que correteaba por toda las habitaciones a un zorro salvaje que el mayor había liberado de una trampa, no recordaba su nombre con exactitud. La presencia de ese mocoso le irritaba de alguna forma recordándole constantemente que nunca podría tener el amor de Minato.

 

Ese día pasó normal entre pláticas y risas del rubio. Naruto, como se llamaba su crio salió a saludarlo después de que dejara en paz al pobre animal. Su sonrisita boba lo recibió con gran algarabía. A Madara le dio igual pero el niño insistió en conocerlo más y se quedó con los adultos escuchando lo que decían aunque para su tierna edad no entendía nada.

 

Naruto sentado en el regazo de su padre sólo le provocaban una insana envidia.  Poco después abandonó el recinto para pena de Minato quien testarudamente le pedía que se quedase un poco más.

 

Y no pudo con esa mirada de ojos azules. El gran Madara Uchiha se rindió ante los encantos trigueños del hombre. Aprovechó que el menor insolente se había retirado a su cuarto para estrechar a su padre entre sus brazos y susurrarle al oído cuanto lo amaba.

 

El Namikaze no dijo nada por alrededor de cinco largos y tortuosos minutos donde lo único evidente era la incredulidad que manaban esos ojos de cielo. Luego vino la asimilación y después el rotundo rechazo.

 

Un «sólo te veo como amigo» caló hasta los huesos, se coló debajo de la piel y terminó por devorar entero cada uno de sus latidos. Minato dijo no a todo lo que sentía, le cerró la puerta en sus narices y no volvió a abrirla.

 

—Te dije que esto no se quedaría así. —cruje los nudillos. Echa una mirada al retrato enmarcado que mantiene oculto debajo de su gaveta. Es Minato y él de cuando eran más jóvenes y experimentaban en sus propios cuerpos.

 

La culpa fue del rubio por permitirle llegar tan lejos en la adolescencia y cortarle las alas después en la etapa adulta. Ellos eran perfectos juntos. ¿Por qué lo había rechazado así?

 

 

 

 

 

 

 

 

[3]

 

Itachi no conoció a Minato demasiado bien y le agradaba de cualquier modo. Ese era el poder que tuvo el rubio cuando vivía. Podía ser increíblemente risueño como un niño pero tan elocuente como todo un erudito. Lo admiró por muchos años, aún seguía admirándolo. Logró tanto a tan corta edad, y Sasuke tuvo el privilegio de recibir clases privadas por parte del Namikaze cuando Itachi se lo pidió.

 

Recordaba casi todo sobre Minato, lamentaba mucho su muerte. De hecho, cuando se enteró, fue el primero en llegar al hospital donde su esposa se encontraba en un mar de lágrimas repitiendo constantemente el nombre de Naruto, el hijo de ambos, al niño que sólo llego a conocer en un par de ocasiones.

 

Aunque ya no impartía clases en la universidad, Minato y él continuaron hablándose, a veces el Namikaze lo invitaba a sus talleres o simposios, y por supuesto que aceptaba asistir. La familia Uchiha forjó buenas relaciones con los Namikaze.

 

Una lamentable pérdida, sin duda.

 

 

 

 

 

 

[4]

 

—Tienes que ir a casa, no has descansado ni comido nada. No es bueno para ti exponerte de esa manera. —Kakashi masajea los hombros femeninos. Kushina tiene el rostro cansado y la mirada vacía desde que Naruto fue internado en el hospital.

 

—No quiero moverme de aquí, él me necesita. —replica con la voz entrecortada dejando rastros de un sueño perdido.

 

—Hinata dice que puede seguir el tratamiento en casa, dentro de dos días lo dará de alta. —menciona para animar a la mujer. Kushina le mira por arriba del hombro, y Kakashi es capaz de ver como ese tono violáceo cubre debajo de los ojos.

 

— ¿De verdad? —suena esperanzada.

—Yo le daré seguimiento.

 

Ella suelta un suspiro lacónico que invade una estancia que huele a antiséptico. Nunca le han agradado los hospitales, menos después de aquel evento traumático.

 

—Hoy estuve con él toda la mañana, apenas y me habla, come muy poco. Dice que no quiere estar aquí, que quiere volver a su casa. No sé a qué se refiere, me duele tanto verlo así. Es Naruto por fuera pero por dentro es como un robot programado que no hace más que preguntar la hora y cuándo vendrá él. ¿Quién es él, Kakashi? ¿Qué te dijo Hinata?

 

 

Kakashi baja la mirada, relame los labios secos por el frio y una violenta sacudida estremece su cuerpo.

 

—Dijo algo. No fue claro, sólo mencionó a… los Uchiha.

 

 

 


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