Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Mi delito por Jerrow

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

CAPITULO 2

 

 

 

En esa oscura celda, la noche transcurría lenta, desde mi posición observaba los tranquilos pasos que daba la luna sobre el cielo, era tan brillante y de un resplandor cálido. Me pregunto cómo será verlo desde la montaña más alta, reduciendo la distancia entre ambos hasta el punto de lograr tocarla con la punta de mis dedos.

Desde que era pequeño observaba el cielo, siempre deseé ser piloto y recorrer todo el mundo conociendo gente, interactuando con diferentes culturas hasta encontrar un lugar en que pudiera sentirme cómodo, seguro. Ahora puedo darme cuenta que cuando era niño ya supe que este lugar no era para mí.

No tuve una infancia de lo que se pueda considerar completamente infeliz. En mi familia nunca nos faltaba nada, pero tampoco hubo esa calidez de parte de ella.

Soy Henry, el segundo hijo de tres hermanos.  Nací en un pequeño poblado al norte de la capital del país. Soy el único hijo varón, y por ello era el que más atenciones recibía de parte de padre, mientras que mis hermanas solo movían las cabezas para asentir ante las innumerables órdenes de limpieza o cocina, con mi madre era la misma situación.

Recuerdo aquella vez, cuando tenía cinco años y me encontraba jugando a la pelota en la parte trasera de la casa, estaba solo ya que mis dos amigos, ambos hermanos, habían salido para no sé qué, por lo que decidí buscar a mi hermana.

La encontré en el costado de la casa, fregando las ropas sucias, se la notaba exhausta, las gotas de sudor en su frente lo confirmaban. Me puse al lado de la latona quedando frente a ella, con la pelota entre mis manos.

Zunilda levantó la mirada, extrañada.

—     ¿Qué pasa Henry?

—Ven a jugar conmigo, jugar solo es aburrido —le dije, mientras me ponía a su lado.

Giró la cabeza, y con el mentón señaló una canasta casi repleta de ropa aún por lavar, por lo que me hizo un movimiento con la cabeza en respuesta negativa a mi petición.

Yo no me di por vencido. La tomé del brazo y la estiré hacia el patio trasero, a pesar de ser tres años mayor que yo, me fue muy fácil llevarla conmigo.

No opuso resistencia.

Cada uno estaba en un lado, por detrás las longitudes de los improvisados arcos eran determinadas por dos grandes piedras. Yo comencé a patear la pelota hacia su arco, con agilidad mi hermana lograba detenerla y me la devolvía con mucha más fuerza, su primer tiro pasó por debajo de mis piernas, anotando. Dio un brinco de felicidad.

Rápidamente tomé el balón y fui directo a enfrentarla, ahora me tocaba a mí recuperar ese punto perdido. No llegué ni a la mitad de la distancia pues ella me quitó el balón yendo hacia mi portería, metiendo un gol fácil al no estar para protegerla.

                —Eres muy buena, Zunilda —le dije —, ¿por qué nunca jugaste con mis amigos? hubiésemos hecho equipos de dos contra dos.

No me respondió. Su mirada poco a poco fue perdiendo esa felicidad que hace tan solo instantes esbozaba.

Yo no entendí la situación, por lo que volví a tomar la pelota indicándole que el juego aún no había terminado. Ella al verme correr volvió a concentrarse en el juego, viniendo directo hacia mí. Esta vez no se la iba a poner tan fácil, cuando estuve a punto de esquivarla se detuvo completamente.

Ignoré ese acto, continué hasta su arco para meter un gol.

—Goooooooooool —gritaba contento.

Me di la vuelta para quedar paralizado ante la imagen que mis ojos captaban.

 Mi padre estaba frente a Zunilda, sujetándola de los cabellos, su rostro estaba irradiando ira. Mi hermana, por su parte, trataba de no emitir ningún sonido que pudiera poner más nervioso a papá. Tenía miedo, su delgado cuerpo estaba temblando.

—     ¿Qué estabas haciendo? ¿eh? —Con la mano libre volteó el rostro de mi hermana de forma brusca, para que lo mirara —Esas ropas no se lavan solas, ¿cuántas veces te lo he repetido?

La arrojó a un lado y luego se acercó a mí. Dándome un fuerte golpe en la cara. Caí al suelo por el impacto.

Se puso de rodillas frente a mí, yo temblaba.

—     ¿Qué se supone que hacías?

—Jugábamos a la pelota —respondí inocentemente. Una de mis manaos estaba sobre mi mejilla ardiente por el golpe.

Me tomó de los hombros, podía sentir la fuerza de su agarre. Dolía.

—Escúchame bien Henry. El futbol es deporte de hombres no de mujeres, las labores de ellas es la de cuidar la casa,  atender al marido y al hijo, ¿entiendes?

No lo comprendí bien, algo dentro de mí me impulsó a sacudir la cabeza.

—Mira escuincle, solo los maricas juegan con las mujeres, ¿acaso tú lo eres? —antes ya había escuchado esas palabras, era un insulto, no sabía su significado, solo que era indignante que alguien te llamara así.

Volví a negar con la cabeza. Entre mis amigos era común darnos alguna que otra golpiza si alguien se refería a nosotros como maricón.

—Deja de llorar, porque te voy a pegar —me advirtió, no me di cuenta pero en verdad estaba llorando —, los hombres no lloran, aguanta como macho, caramba.

Pasé mis codos por mis ojos, apartando las ligeras gotas de lágrimas.

—Bien, bien. Vas aprendiendo Henry. Así me gusta.

Me esbozó una ligera sonrisa que correspondí de la misma manera. Luego se fijó en mi hermana quién discretamente se levantaba del suelo para volver a retomar sus deberes.

—Dale, rápido. Para esta noche quiero todo limpio o te voy a marcar a cintarazos.

Mi hermana corrió hasta perderse de mi vista.

Ese día había aprendido varias cosas: Las mujeres no pueden jugar al futbol, eso era solo para hombres. El llorar es para maricas, y yo no lo era. Y por último, las mujeres tenían como labor la atención en el hogar.

Fui hacia dónde estaba mi hermana fregando, no me acerqué mucho, su cabello negro desaliñado se pegaban a su rostro, sus mejillas daban ligeros tintineos de luz, cada cierto tiempo estaba emitiendo un casi inaudible gemido. Lloraba al ritmo que enjabonaba aquella remera verde que me pertenecía.

Un pinchazo oprimía mi pecho. Ahí me di cuenta que cuando arrastré a mi hermana a jugar no fue gracias a mi fuerza que logré empujarla, sino que fue ella misma quién en el fondo quería divertirse un rato.

¿En verdad este deporte es solo para los hombres?

Cuando cayó la noche fui a darme una ducha para estar limpio antes de la cena. Mi padre como siempre estaba acostado en el sofá con una lata de cerveza en su mano. Llevaba la mitad de la camisa desprendida, observaba con atención la televisión, donde transmitían un combate de boxeo. Su deporte favorito.

En la cocina estaba mi mamá cuidando a mi hermana menor que apenas contaba con tres meses de edad, a la vez que preparaba la cena junto con Zunilda, y me preguntaba si podía ayudarlas. Entré en la cocina, me puse al lado de la mesa, en verdad quería hacer algo pues estaba muy aburrido.

Mi madre se dio cuenta de mi presencia y de inmediato me mandó junto a mi papá: ‘La cocina no es lugar para hombres’ recuerdo que me dijo. Solo asentí y fui junto a mi papá.

—Ven, siéntate acá, vamos a verlo juntos —me invitó mi papá palmeando a la sillita que estaba al lado suyo —, la pelea está muy buena.

La televisión mostraba la lucha de un hombre de piel oscura y uno de piel un poco más clara dentro de un cuadrilátero. El de piel oscura estaba ganando aunque estaba más lastimado. Su oponente quiso recuperar terreno por lo que se abalanzó hacia él, pero no fue suficiente, el de piel oscura logró esquivarlo para luego infringirle un golpe con su mano derecha directamente a la mandíbula, provocando que su oponente cayera al piso, inconsciente.

—Ese es mi gallo, carajo —vociferó mi padre, acomodándose en el sofá, hasta quedar sentado —. ¡Mujer! ¿Ya está la comida? Tengo hambre ya.

—Enseguida ya sale, en unos minutos —respondió mi madre desde la cocina.

Mi papá lanzó un breve bufido y añadió: ‘estas mujeres inútil’. Para luego continuar viendo la televisión.

Ambos boxeadores estaban en cada esquina, el de piel oscura logró recobrar el conocimiento mientras recibía las duras instrucciones de su entrenador. En ese entonces, le pasaron una botella de agua, el boxeador se la bebió de una aunque ciertas gotas de agua cayeron por su pecho, su respiración era acelerada, su pecho subía y bajaba, no supe por qué, pero no podía sacar la vista de las gotas de agua que recorrían su abdomen agitado.

Su rostro enrojecido me parecía tan cautivante de una forma embriagadora. Involuntariamente esbocé una ligera sonrisa. Mi papá pareció darse cuenta de mis reacciones pues dijo:

—Ves cómo te dije que da gusto el boxeo, y tú que siempre te negabas a verlo.

Contrariamente a mi edad, el deporte en sí me parecía aburrido, mis tiempos favoritos eran los tiempos libres entre cada asalto. Había algo ahí que llamaba mi atención.

A menudo no suelo comer en la sala, salvo cuando veo alguna que otra caricatura, pero esta vez me quedé a ver la televisión y a cenar con él. Mi madre y mis hermanas en cambio, permanecían en la cocina, pues como dijo mi padre ese es el lugar, inequívoco, de las mujeres.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).