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Amante secreto. por Juuri Kiryu

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Notas del capitulo:

Bueno, ya antes me habían pedido un Slade Wilson. Estaba escuchando a Pablo Milanes y dije, ¿Why not?

Está muy muy basado en Ramito de violetas. 

Era un bonito departamento, lo reconocía. Elegante, sofisticado, completo. Amplio, contaba con más de tres dormitorios con baño propio, una sala de estar, el comedor y la cocina. Un cuarto e servicio en el mismo piso. En su vida habría logrado tener el dinero suficiente para obtener un lugar así. Pero ahí estaba, como co-propietario del lugar. Se apretó las cintas que le rodeaban la cintura para ajustarse el mandil y observó lo que había hecho. Era un desastre total. Lo sabía desde siempre, su madre prefería tenerlo fuera de la cocina porque había confiado en que siempre estaría con él, y que cuando no fuera así, Dick sería un adulto capaz de mantenerse solo en el circo.

Pero ahí estaba, fingiendo ser algo que jamás había deseado ser.  Algo apestaba a quemado en el fregadero, de donde el humo salía y él se limpiaba las manos en el delantal. Estrujó la suave tela impermeable con rabia y lanzó lo que había pretendido ser pollo horneado a la basura.

— ¡Mierda! — masculló frustrado mientras abría la ventana. Solo una vez. Solo quería que por una vez, cuando él regresara, no tuviera esa mirada de derrota y resignación.

Miró el reloj y supo que era demasiado tarde. Aunque lo intentara de nuevo, además, no tenía los ingredientes suficientes. Se pasó las manos por el cabello, y se sentó en la sillita cercana al teléfono.

Marcó un número que conocía de memoria, esperando que sus salvadores habituales no preguntaran esta vez.

Dick había nacido para ser un acróbata. Nunca había pretendido ser algo más, por triste o mediocre que sonase para algunos. Pero lo suyo era el trapecio. En él era feliz. Su vida era feliz, hasta que su casta llegó.

Recordaba bien ese momento. Sus padres lo habían llevado a una clínica para hacerle una revisión de rutina, algo general. Cuando los resultados llegaron, su madre lloraba, y su padre trataba de distraerlo.  De decirle que todo estaría bien, que nada cambiaría y que podía seguir haciendo los mismos fantásticos cuadruples que solo él podía hacer. Pero Dick solo había escuchado una cosa.

Omega.

Era un omega. Uno con fertilidad alta. Sólo tenía catorce. Era un chico adolescente, omega. Sabía muy bien que su vida a partir de ese momento cambiaría.

Y lo hizo. Cuando la crisis comenzó a alcanzar al circo, cinco años más tarde, las ventas de boletos bajaron. La gente ya no acudía al circo a entretenerse. Ahora que todos tenían cable, y el internet era más accesible, dejaban de interesarse por sus shows. Escuchaba a su padre discutir con su madre sobre abandonar el circo si las cosas seguían igual.

De una cosa estaba seguro. Si él no hubiese llegado, sus padres estarían en un aprieto. El circo hubiese quebrado.

Richard suspiró cuando escuchó la puerta abrirse.  Estaba terminando de servir la cena. Aun no terminaba de acostumbrarse a su nueva vida. En su mente se repetía una y otra vez que había sido lo mejor para sus padres, y para el circo. Un roce que no llegaba a ser caricia por la rudeza del tacto pasó por sus hombros. Volvió la mirada para conectar su mirada con la del mayor. La expresión cansada lo hizo suspirar nuevamente. Había comenzado a repetir esa acción demasiado desde que todo había comenzado. Volvió a hacer su trabajo, y puso en la mesa un plato con comida caliente.

Si a Dick le preguntaban por los defectos de su esposo, él contestaría que no importaban. El semblante serio de Wilson muchas veces era confundido con mal genio. A pesar de él terrible marido que él era, Slade jamás le había puesto una mano encima. Tampoco lo había forzado a nada. Seguía tan casto como había llegado. Y aunque los primeros meses eso lo aliviaba, ahora le provocaba cierta incertidumbre.

¿Es que acaso Slade no lo encontraba atractivo? Ni siquiera sus fuertes y acalorados celos bastaban para sacar de sus casillas al correcto hombre. Incluso, una vez, Dick llegó a arrojársele encima, con las intenciones de usar a su marido para satisfacerse… ¿No era acaso su deber? Pero la expresión insabora del mayor lo hizo detenerse. Cada vez que lo recordaba, se avergonzaba en demasía.

Esa expresión seca que tenía justo en ese instante, cuando le agradecía por la comida -comprada- y ponía su plato en donde los demás trastes sucios. Dick apretó los puños y observó al alfa tomar el periódico para echarse acto seguido en el sofá. No lo entendía. No entendía porque no lograba interesar al hombre que lo había pedido en matrimonio.

¿Por qué lo hizo?

Era una pregunta que lo aquejaba continuamente. Si no pensaba tocarlo, si ni siquiera lo miraba. Si no lo deseaba… ¿Por qué?

 

 

 

Su corazón golpeó furiosamente su pecho cuando se dio cuenta de que la zorra barata que acompañaba al presidente de Wayne Enterprises no le quitaba la mirada a su marido. El hombre seguía siendo el mismo maldito indiferente, con todos, pero sabía que el muy hijo de puta no hacía nada por demostrar que estaban casados. Era como negar su existencia, y eso le dolía.

¿Es tu hijo?, oyó preguntar por ahí. Imbéciles, pensó para sí mismo. Sabían perfectamente quien era, pero parecían disfrutarlo. Tomó aire.

Eran socios importantes, según Slade le había dicho antes de avisarle que debía vestirse para una ocasión importante.

Estaba usando un pantalón entallado, que describía a la perfección las líneas de sus piernas fuertes, acostumbradas a la gimnasia. Un saco bastante elegante que su esposo había comprado para la ocasión complementaba su atuendo, así como una rosa blanca que Slade cortó de su jardín. Dick se decía que solo era para guardar apariencias, o prefería decirse eso antes que hacerse ilusiones.

Justo cuando iba a caminar hacia aquella mujer descarada, uno de los meseros lo detuvo.

— Señor Wilson, un caballero envió esto para usted. —   y le tendió una servilleta bien doblada, limpia, y perfecta. Tenía una esencia que no sabía nombrar, pero le gustó.

— No puedo aceptarla sin saber de quien es, lo siento. —  replicó a pesar de que la curiosidad lo estaba consumiendo. Si alguien lo atrapaba haciendo aquello, dejaría mal parado a Slade, y era lo último que quería.

— Señor, me dio instrucciones de asegurarme que leyera su contenido — comentó apenado el mesero. — Por favor, no creo que pretendiese ofenderlo.

Y Dick observó al hombre tratando de discernir si decía o no la verdad. Tomó la carta improvisada y la guardo en el bolso de su saco. El mesero sonrió y lo animó a leerla en los baños.

El omega agradeció, aunque fue de inmediato a reunirse con su alfa, procurando enorgullecerlo con su comportamiento. Era lo mínimo que podía hacer por el hombre que lo había salvado a él y a toda su familia. Se lo debía, aun cuando no fuera amado por su pareja. Al menos de una forma debía pagarle.

La noche transcurrió lentamente, y cuando al fin volvieron a casa, Slade lo mandó a dormir antes de que Richard pudiese proponerle beber un copa de vino. Apretó los labios y se dispuso a ducharse, no queriendo enfadarlo.

Fue entonces que lo recordó y hurgó en sus bolsillos, buscando la servilleta maltratada que había estrujado buena parte de la noche. La desdobló y comenzó a leer el contenido. Se sorprendió, porque se dirigían a él por su segundo nombre. Nadie en esa fiesta lo conocía tan bien. Pero decidió continuar y se sorprendió casi de inmediato.

Era una carta de amor. Cada palabra caló hondo en su ser, haciéndolo vibrar y su corazón envió sangre a su rostro. Trató de controlarse. Aquel hombre, parecía amarlo y conocerlo desde hacia tiempo. Hablaba de él, de sus gestos, de sus maneras. De sus palabras. Lo hacía feliz, y se sentía amado, cosa que no sentía desde meses atrás. Sonrió inevitablemente y memorizó cada una de sus palabras, escritas con hermosa caligrafía. Tomó la cartita, y la guardó en un alajero costoso que Slade le había obsequiado con motivo de su primer aniversario.

Por primera vez, en mucho tiempo, su joven corazón volvió a latir con la pasión y la energía que le correspondía a los omegas de su edad. Ahora, cada semana recibía una carta igual de preciosa. Siempre le llegaba de formas distintas, escritas en papel perfumado con la misma esencia.

 

 

 

 

Un año había transcurrido desde esa fiesta. Un año desde que la primera carta llegara a sus manos. Desde entonces, los textos eran tan apasionados como siempre. En más de una ocasión, su piel se había erizado por lo que su amor secreto describía querer hacer con su cuerpo. Aquellas palabras, sensuales como ningunas otras, lo ayudaban a pasar sus celos. Slade seguía sin tocarlo y Richard sentía que enloquecería si las cosas continuaban así.

Deseaba ir con ese hombre que lo amaba. Deseaba yacer con él, entregarse completamente y poder amarlo, para poder ser amado. Pero cada que su mente acariciaba la idea de huir se reprendía, y sentía que estaba siendo un ingrato.

Cuando una carta nueva llegaba, su humor cambiaba de inmediato y no importaba cuando rudo o desabrido fuese Wilson con él al llegar del trabajo. Nada hacía que esa expresión se fuese de su rostro. Esa sonrisa, y el brillo en los ojos. Incluso se permitía darle un besito tímido en la mejilla a su marido.

Pero, conforme los días de la semana avanzaban, su energía mermaba. Lloraba encerrado en su baño, y se maldecía frente al espejo hasta que Slade amenazaba con derrumbar la puerta para sacarlo de allí. Entonces Richard lloraba desconsoladamente en el pecho de su esposo, que no pedía explicación alguna. Sólo acariciaba pacientemente las suaves y sedosas hebras azabaches, sabiendo la verdad de la tristeza de su amado acróbata.

Dick lloraba hasta quedarse dormido en los brazos fuertes que en algún momento de la noche le parecían familiares. A la mañana siguiente se prometía que mandaría todo al diablo y que buscaría su amante para largarse. Pero al final de la noche reconocía que no era capaz de hacer tal cosa. Que no abandonaría a Slade ni aunque le pagasen.

Y esas noches eran las peores, porque se sabía infeliz y desdichado.

 

 

 

 

 

 

Ese día debía llegar una más. Richard estaba tan excitado que no podía mantenerse quieto en un solo lugar. Todo en la casa brillaba, y él esperaba impaciente el momento en que tocaran a su puerta.

Cuando escuchó que llamaban, corrió a abrir, y cuando lo hizo sintió que sus piernas se hacían gelatina. Reconoció el aroma de inmediato y llenó sus pulmones con él, de una forma casi animal y obscena. Pero necesitaba hacerlo para convencerse a si mismo de que lo que ocurría era real.

Ahí estaba él, y poco le importaba que le hubiesen mentido.

Slade Wilson, era su amor secreto.

Dick se lanzó a sus brazos, reconociéndolo como suyo, y besó una y otra vez su rostro, alternándolo con maldiciones en romaní, llamándolo Mentiroso, y a la vez, Amor mío.

 

Richard no preguntó nada. Atrajo al hombre dentro de su casa, y besó sus labios sin poder controlar las lágrimas que desbordaban de sus ojos.

En la última carta, su amante le había prometido una sorpresa.

Y en definitiva, esa era la mejor de todas. 

Notas finales:

¿Reviews? ¿Tomatazos? ¿Algo?(?)

 


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