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Cupid Jeon por Lady Akari

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Notas del capitulo:

Espero que les guste <3

Odio con toda mi alma el puñetero despertador. Me pone de tan mal humor que si no fuera por el delicioso olor a huevos revueltos con tostadas tendría que ir a comprarme un móvil nuevo. Me quité de encima las sábanas con los pies y me rasqué la barriga que había amanecido al aire. Yo no sé lo que hacía durmiendo, pero por como dejaba la cama, tendría que ser un deporte olímpico. Me levanté con un gran bostezo y salí de mi cuarto.

En modo automático, mis pies se dirigieron al baño y me di una refrescante ducha, aunque tal vez congelada sería un mejor término. Para mi mala suerte el agua caliente no salía y después de acordarme de toda mi familia, que era poca, recordé que el termo estaba roto. Genial Jungkook, agüita fría nada más empezar, con esto no te duermes en toda la mañana.

Volví a mi habitación con una toalla en la cintura y me puse el uniforme. ¿Alguna vez os he dicho que es un atentado contra la moda? Por dios, pensé que una vez que llegase a Nueva York podría librarme de esta pesadilla, pero no, mis expectativas cayeron desde muy alto. Lo peor es que había institutos en los que no se llevaban, pero bueno, a estas alturas de la película no voy a quejarme. Para un mísero año que me queda.

Me puse frente al espejo y sacudí los pelos de salvaje que tenía. Ya está, peinado, ¿para qué más? Cogí la mochila y tras echarle un vistazo para comprobar si me faltaba algo, cerré la cremallera y bajé las escaleras hasta la cocina. Mi estómago rugió nada más entrar:

- Buenos días, papá –estaba de espaldas a la puerta, así que me acerqué.

- Buenos días, cariño –me saludó dándose la vuelta, dejando ver un gran batido de frutas que estaba preparando.

- ¿Puedo? –le pregunté inmediatamente. Los batidos de mi padre son los mejores.

- Claro, toma –me extendió el vaso y le di un sorbo entregándoselo de nuevo.

- Mmm –dije saboreándolo con los ojos cerrados-. Me encanta, ¿te lo he dicho?

- Todas las mañanas –rio, pero tenía razón.

Le di un beso en la mejilla aprovechando que él estaba bebiendo y me senté a desayunar:

- ¿No comes? –le pregunté viendo que no se sentaba.

- No, muchos hidratos de carbono entre ayer y hoy. Tengo el estómago pesado y hoy me costará la vida dar clases –dijo con una mueca.

- No importa que engordes papá, te seguiré queriendo igual –reí.

- Que considerado mi hijo llamándome gordo –dijo con molestia fingida-. Oye –dijo limpiándose la boca a causa del batido-. ¿Esta tarde tienes que estudiar?

- No –dije parando de masticar la tostada-. Los exámenes los tengo dentro de dos semanas, tengo tiempo. ¿Por qué?

- Porque tal vez me retrase unos minutos. Hoy salgo más tarde de trabajar y a esa hora habrá atasco seguro.

- Puedo coger el metro, no te preocupes –me encogí de hombros.

- Sabes que no me gusta que estés cogiendo el metro. Es peligroso.

- Pero a esa hora habrá mucha gente, no creo que me violen.

- Jungkook –me dijo seriamente.

- Vale, vale –no le hacía ni pizca de gracia que bromeara con esas cosas.

- Bueno –dijo terminándose el vaso-. Puedes regresar en metro si quieres, pero me mandas un mensaje, ¿de acuerdo?

- Sí, mamá –dije distraídamente-. ¡Ay! –me sobé la cabeza riéndome.

- Venga cariño, date prisa o llegarás tarde.

- Voooy –alargué la vocal más de la cuenta.

La nada discreta cabellera naranja de mi padre salió de la cocina. Antes tenía el pelo rojo y le quedaba espectacular, lo echo de menos, pero el naranja también me gusta. Me recuerda a cuando papá Tae me enseñó unas fotos de  su época de adolescente, se había teñido de naranja y lo declaré como mi peinado suyo favorito.

Terminé de fregar los platos y acto seguido cogí mis cosas que las había dejado encima del sillón:

- ¡Papá! ¡Vamos! –no tardó ni segundos en aparecer con sus pantalones sueltos grises que acostumbraba llevar para las clases y su camiseta blanca. 

- ¿Vas a ir así de peinado? –enarcó una ceja al verme.

- Sí, un nuevo estilo que estoy probando –le respondí abriendo la puerta de la entrada.

- ¿Cuál? ¿El de vagabundo? –se rio.

- ¡Papá! –me quejé cual niño infantil.

- De acuerdo, ya eres mayorcito, no diré nada –me sacudió el pelo intencionalmente para peinarme con disimulo.

- Discreto papi, discreto.

- Tú sabes que no soy discreto en nada.

- Lo sé, por eso conquistaste a papá –le dije suspicaz.

Lo vi de lado mientras se subía al coche con los cachetes un poco sonrojados. Sonreí. Verlo así era muy tierno, aunque fuese mi padre:

- Hablando de él, este fin de semana dará un concierto, ¿no?

- Sí, me dijo que iba a tocar en Brooklyn otra vez.

- ¿Vas a ir?

- Me apetecería, después le llamaré a ver si me lleva.

- No creo que haga falta que se lo preguntes –me dijo parándose en un semáforo en rojo-. Te llevará donde tú le pidas.

- Sí, ¿cómo a ti verdad? –él sonrió recordando seguramente algo del pasado.

- Sí, como a mí.

- Oye pa, ¿cuál fue el último viaje que hiciste con papá?

- ¿De vacaciones?

- En general me refiero.

Se quedó pensando unos minutos:

- Cuando fuimos a Corea a visitar a tus abuelos.

- ¿Yo estaba?

- Claro que sí, pero no creo que lo recuerdes.

- Pues no, la verdad –dije intentando hacer memoria.

- Eras muy pequeño. Recuerdo que tu padre se vomitó en el avión porque se había mareado en el coche. Había salido de una presentación y no se le ocurrió otra cosa que no comer antes de subir.

-  Ya sabes cómo es, a veces es muy despistado.

-  Sí, lo conozco perfectamente –rio.

- ¿Lo echas de menos? –ataqué.

- Jungkook no empecemos, por favor.

- ¿Por qué nunca me respondes?

- Porque no, eso no es importante.

- Sí es importante, papá. Son tus sentimientos, eso es importante para mí.

- Está bien Jungkook, no te preocupes –me dijo acariciándome el muslo-. Ahora, venga. Mueve tu culo y baja del coche que acaba de sonar la campana.

Suspiré molesto por recibir siempre la misma respuesta, o sea, ninguna. Cogí mi mochila y me acerqué hasta mi padre para darle un beso. Él me lo devolvió en la frente con una sonrisa. No podía enfadarme con él. Sonreí también:

- Buena suerte cariño, recuerda avisarme cuando salgas.

- Adiós, papá. Sí, tranquilo –me agaché a la altura de la ventanilla para responder-. Suerte a ti también hoy.

- Gracias, nos vemos después –dijo y arrancó el coche perdiéndole de vista.

 

Bueno, les presento a mi querida Manhattan. Soleada como siempre y sin atisbo de lluvia ni nubes por ningún lado. Aunque más concretamente vivíamos en Greenwich Village, lo más tranquilo que podría ser un barrio de Manhattan. El olor a césped recién regado inundó mis fosas nasales dándome fuerza para otro día más. Uno, cuyas ganas había perdido por el camino justo cuando vi a todos entrar al instituto:

-  ¡Jungkook! –giré mi cabeza en dirección a esa voz que me llamaba y sonreí al instante.

- ¡Ey, Andy! ¿Cómo estás? –le saludé chocando los cinco como hacíamos todas las mañanas.

- Bien, ¿y tú?

- Perfectamente –dije animado ahora que estaba él.

- Venga, entremos que si no nos cerrarán la puerta en las narices.

No les había presentado a mi mejor amigo Andreas, Andy. Él tampoco era de aquí. Se había mudado desde Alemania cuando era pequeño por cuestiones de trabajo según me contó. Era mi único amigo y yo el suyo. Y no era porque fuésemos antisociales ni mucho menos. Ambos éramos unos cachitos de pan de lo más extrovertidos y espontáneos, pero todo se resumía a que éramos gays. Sí, yo también me sorprendí cuando me lo confesó al yo haberle dicho que me gustaban los chicos. Cuando los demás se enteraron, empezaron los cuchicheos y críticas al vernos siempre juntos y como ingrediente extra, a él lo molestaban diciéndole que parecía una chica y a mí con que era adoptado. Vaya traumita que se cogieron con el tema que están que no cagan. Todos los años igual, hasta los nuevos se unen a la fiesta, fiesta que por cierto, no me hacía ni puta gracia. Pero en fin, cada loco con su tema:

- Me encanta cuando te lavas el pelo –dije oliendo su melena rubia con graciosos rizos.

Él se carcajeó porque siempre hacía lo mismo. Sus ojos verdes se posaron en mí y me sonrieron:

- A cambio del perfume que tú traes, podríamos decir.

Nos podías ver en medio de la clase acercándonos uno al otro solo para olernos. Era mutuo, extraño, pero mutuo y eso nos hacía gracia, mucha a decir verdad. Estoy seguro de que si nos grabaran, sería espectacular lo raritos que podríamos resultar:

- Ahí viene la parejita mariquita –soltó uno cuando entramos a clase.

- Por lo menos tengo a alguien que me quiere, no como tú –le solté más a gusto que un arbusto.

- ¿Qué has dicho maricón?

- Que estás más solo que la una –saltó Andy-. Y encima, ¿sabes qué?

- Que eres feo de cojones –le completé la frase-. No te come ni el ácido.

- A ver si nos cortamos esa lengüita que el único uso que le das es para soltar gilipolleces por la boca.

El tío se había quedado congelado. Sí, la gente nos criticaba, pero no se enfrentaban en una pelea sin más. Qué fuéramos gays no significaba que nos pusiéramos a pintarnos las uñas en clase:

- Asunto arreglado –le dije a mi amigo.

- Que pesados están últimamente con el rollo. Menos mal que este es el último curso.

- Sí –resoplé separando el asiento de la mesa y sentándome.

- Bueno, queridos monstruos. Cállense ya que va a empezar la clase –avisó entrando la profesora de filosofía.

- Oh, genial. Al menos una buena noticia.

Me encantaba la filosofía y esta mujer era una maravilla dando clase. El problema era que los ineptos de mi curso eran unos tocapelotas de primera división:

- Espero que eche a un par de ellos hoy –me susurró Andy en el oído.

- Sí, me gustaría tener una clase en paz. Aunque no han pasado ni cinco minutos y ya llevamos una mañanita movida –reí al recordar lo anterior.

Él miró hacia atrás disimuladamente para ver al pobre sujeto desgraciado:

- Se quedó mudo –sonrió divertido.

- Y que siga así el resto del año.

- Si al menos estuviera bueno, habría algo que rescatar.

- ¿Verdad? Nos tocaron todos los feos.

- Parecemos dos niñatas –dijo burlándose de nuestro comportamiento.

- Que bien se vive así –me estiré con cautela en la silla.

- Desde luego –dijo para prestar atención a la pizarra.

 

Después de unas estupendas dos horas de historia y lengua, las cuales no soportaba, llegó la hora de comer. Eso era una bendición y la cafetería también. Lo único que odiaba era que se llenaba de gente y te podías pasar la hora allí:

- ¿Vas a comprar algo? –me preguntó Andy mirando hacia el interior poniéndose de puntillas.

- No, paso. No quiero tragarme la cola de gente, prefiero no comer.

- Estás loco, comer es lo más sagrado del mundo. Yo traje un sándwich, te daré medio.

- No hace falta –dije encogiéndome de hombros mientras nos dirigíamos al césped.

- Sí, yo tampoco tengo mucha hambre así que no importa.

- Gracias entonces –le sonreí.

Nos dirigimos hacia nuestro rincón apartados del mundo y no, como dije antes, no éramos antisociales. Es solo que el resto del mundo es muy ruidos:

-  ¡Jungkook! –me di la vuelta hacia atrás.

-  Oh, hola, Lily –saludé a la chica que venía apresurada a nuestro encuentro.

- Te estaba buscando. Quería preguntar una cosa sobre tu padre.

- ¿Cuál de los dos?

- Oh –ella se percató de su pequeño error y miró al suelo avergonzada-. Kim Taehyung.

- ¿Es sobre el concierto? –ella asintió.

- Sí, ¿es verdad que tocará en Brooklyn?

- Sí, en el Kings Theatre –se le iluminaron los ojos.

- ¿Y sabes a qué hora?

- Creo que a las diez de la noche.

- ¡Genial! ¿Irás?

- Puede que sí –dije no estando seguro pues no había preguntado.

- A ver si nos vemos –dijo emocionada.

- Oh, ¿vas a ir?

- Lo intentaré, voy a convencer a mi madre para que me deje.

- Suerte entonces –le sonreí, era simpática y admiraba mucho a mi padre.

- ¡Gracias! ¡Nos vemos! –dijo alejándose mientras sacudía la mano.

Después de la pequeña charla, por fin nos sentamos  apoyando la espalda contra la valla que rodeaba el instituto:

- ¿Esa chica siempre va a sus conciertos? –dijo sacando su comida

- A todos los que puede –reí-. Es una gran fan.

- La entiendo, tu padre es increíble. Sus conciertos son como magia.

- Lo sé –dije recordando el último-. En realidad tengo muchas ganas de ir, espero que me lleve. ¿Quieres venirte?

- No puedo –puso una cara de corderito degollado-. Tengo que ayudar a mi madre con el evento de este viernes.

- ¿Qué es esta vez?

- Una boda holandesa –comentó dándome la mitad del sándwich.

- Suena a boda rara. Gracias.

- Seguro que lo es, hay cada cosa por ahí. De nada, es de… -dijo hurgando en el pan-. Nutella.

- Perfecto –me encantaba la nutella.

Su madre trabajaba como organizadora de eventos, una de las razones por las que también se tuvieron que mudar. Muchos de sus clientes estaban aquí y le salía más barato que estar viajando todo el rato. Además, así podía estar con Andy y su padre:

- Si consigo que mis padres vuelvan juntos, contrato a tu madre para que haga una fiesta en mi honor –dije divertido.

- Ella encantada –rio-. Sabes que te adora y mi padre también, eres como su segundo hijo.

- Me encanta el hecho de que seamos los segundos hijos de nuestros respectivos padres.

- Sí, es genial. Me alegro de haberte conocido Jungkook –me miró sincero.

- Yo también Andy, tú sabes que eres importante para mí.

-  Y tú para mí –sonrió.

Empezamos a comer antes de que se hiciera tarde. Estaba de muerte y aunque me había quedado con hambre, con eso bastaría para tener a mi estómago contento durante las tres horas que me quedaban. Miré la hora en el móvil después de sacudirme la ropa por las migas:

- Será mejor que nos vayamos moviendo.

- Sí, vamos –dijo levantándose.

Cuando me colgué la mochila al hombro, sentí el móvil vibrar en mi bolsillo trasero. Miré la pantalla y sonreí. Hablando de él:

- ¡Papaaaá!

- ¡Hola, cielo! ¿Llamo en mal momento?

- No, estábamos a punto de entrar a clases.

- Oh, espero que te esté yendo bien.

- Es aburrido, pero bien –escuché su risa al otro lado-. ¿Pasó algo?

- No, solo quería preguntarte si querías venir el sábado al concierto.

- ¡Pues claro! Eso no se pregunta, justo te iba a llamar después para preguntarte si podía ir contigo.

- Eso no se pregunta –dijo divertido-. En todo caso, nos iríamos el viernes por la noche a Brooklyn.

- Perfecto, se lo comentaré a papá.

- Vale, te recogeré sobre las ocho en tu casa.

- De acuerdo, gracias papi –dije emocionado.

- De nada cariño, nos vemos el viernes.

- Adiós, papá.

- Adiós, cielo.

Cuando colgué escuché una risita y miré a mi amigo:

- ¿Qué?

- Se te cambia la cara cuando hablas con tus padres.

- Es que los quiero mucho.

- Se te nota –me dijo con una sonrisa dulce.

Yo me encogí de hombros sonriendo:

-  ¿Qué toca ahora?

-  Matemáticas.

- No me jodas –dije con cara de asco.

- Exactamente y será mejor que nos demos prisa. No quiero más insultos gratuitos hoy.

- Sí, démonos prisa.

 

Y así es como se arruina mi fantástico día, con matemáticas. Una asignatura que solo debería existir en las pesadillas. A mí un examen de eso me daba más miedo que Freddy Krueger.

Para vuestra sorpresa, yo adoraba los lunes, excepto por esto, pero seguía adorándolos. El día que no soportaba eran los domingos, el más inútil de la semana para estar enclaustrado en casa. Ugh, menos más que todavía quedaban días para que llegase nuevamente.


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