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LO QUE PUDO HABER SIDO Y... por OTORYKAEDE

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Notas del capitulo: Aquí está el segundo capi, espero que os guste.
Capítulo 2: Tarde… ya es muy tarde…

 

Ikki coge las llaves del coche y le dice a Hyoga:

- Yo conduciré.

El Cisne lo mira con burla.

- Naturalmente que conducirás tú, estúpido engreído: ¡yo todavía no tengo el permiso de circulación!

- ¡¿A quién has llamado estúpido engreído, plumífero?!

- A ti, ¿a quién si no?

Los dos chicos se miraron con odio, uno a cada lado del todoterreno, esperando la posible reacción no muy “amistosa” por parte del otro.

- Si no hubiera prometido esa estupidez, a estas horas te estaría asando, pato.

- Y tú estarías convertido en una bonita estatua de hielo.

El Fénix sonríe maliciosamente al responder.

- ¿”Bonita”? ¿Es que estás intentando ligar con migo?

El semblante del Cisne se tornó rojo escarlata y, producto de su furia, enciende su cosmos inconscientemente.

El peliazul no se queda atrás y hace lo mismo. Pero, entonces… Una conocida “inmovilización” se apodera de sus cuerpos y la voz de su Diosa retumba en sus mentes:

- ¡Nada de peleas! -grita escuetamente- .

- No estábamos peleando… -se queja el Cisne-.

- ¿Y para qué encendéis vuestros cosmos? ¿Para hacer una demostración de fuegos artificiales?

- Yo no he hecho nada -se enoja el moreno-.

- Tu cosmos también está encendido Ikki y ¡os lo advertí a los dos! No quiero volver a notar vuestros cosmos en un par de días, por lo menos…

- Pero…

La pelimorada interrumpe al Cisne intuyendo su protesta.

- …Excepto en el caso improbable de que algún enemigo os ataque o de que se dé un desastre natural. ¡Quedáis advertidos!

El poderoso cosmos de Atenea desaparece y la movilidad vuelve a los cuerpos de los chicos, los cuales, han “apagado” también sus respectivos cosmos.

- Maldito ganso desplumado ¡me han metido bronca por tu culpa!

- ¡Así ya estamos en paz! -le grita Hyoga- ¡A mi me la metieron antes por tu culpa!

El Fénix da un bufido y se sube al todoterreno, poniéndolo en marcha.

El Cisne sube también e Ikki comienza a conducir.

El peliazul mantiene sus ojos fijos en la carretera, no hay mucho tráfico por lo que acelera un poco más la marcha del automóvil.

El Cisne no dice nada, cuanto antes lleguen, antes se irán y podrán perderse de vista el uno del otro.

El silencio es total en el interior del todoterreno hasta que la voz molesta del rubio lo rompe.

- Por cierto, gallito, yo no intento ligar contigo.

El Fénix se ha quedado un poco descolocado pero, a los pocos segundos, recuerda la “oportuna” interrupción de su Diosa.

- ¡Ja! -exclama el peliazul-, entonces no digas cosas tan sospechosas…

- ¿Qué cosas? -le pregunta el rubio encendido de rabia-.

- “Bonita” estatua de hielo… ¿te suena?

- Eres un completo idiota, has sacado una palabra de contexto -y con una sonrisa maliciosa, añade-. Quizás eres tú el que está “interesado”.

- Poca broma con eso rubio.

- Eres tú el que espía a tus compañeros en las duchas -exclama triunfante-.

El peliazul da un frenazo brusco: mientras discutían no se había dado cuenta de que el semáforo se había puesto rojo.

- ¡Ten cuidado cretino, que nos vas a matar!

- ¡Cállate o te aseguro que irás caminando, ganso!

Y entre discusión y discusión llegan, POR FIN, a su lugar de destino.

- Vamos pato, date prisa -apremia el Fénix al ver que su compañero continúa en el interior del coche-.

- No puedo quitarme el cinturón, se ha… encasquillado.

El Cisne se encontraba forcejeando con el dichoso mecanismo, el cual se negaba a dejar en libertad al rubio.

- Serás inepto… ¿es que ni eso eres capaz de hacer solito?

Con las prisas, el nerviosismo y la ira contenida del Cisne, el pobre era incapaz de liberarse por si mismo de aquel amarre.

- ¡No soy ningún inepto, sr. Paciencia! Si tienes tanta prisa ¿por qué no llevas tú todo eso arriba?

- Nada de eso, pato. Estamos “juntos” en esto ¿recuerdas? -le sonríe cínicamente-.

El Fénix se aproxima a la puerta del copiloto abriéndola con desgana y examina el cierre del cinturón.

Ikki se inclina ligeramente hacia Hyoga para poder realizar con mayor comodidad ese examen. Los rostros de los dos chicos están muy juntos, más de lo que a ellos les gustaría… El moreno mantiene su mirada fija en su labor, con su mano izquierda intenta liberar al Cisne mientras, con la derecha, la deja reposando sobre el respaldo del asiento del rubio (recordar que en Japón el volante se encuentra en la parte derecha del coche).

En esa posición tan cercana, el Cisne se comienza a sentir incómodo e, incluso, un tanto cohibido por la inmediata cercanía de aquel hombre duro, arrogante, musculoso… de aquel moreno cuya sola esencia le… embriagaba.

El peliazul continuaba “peleándose” con aquel maldito mecanismo sin que el Cisne supiera ya a dónde mirar o qué hacer.

Desde que el moreno se colocara en aquella “curiosa” postura reinaba un silencio absoluto entre los dos, un silencio que el Fénix agradeció. Aquella situación que tan extrañamente había comenzado le estaba poniendo algo nervioso. A su mente acudieron imágenes, sentimientos, sensaciones… pero que no deseaba sentir en aquellos precisos instantes. El peliazul intenta deshacerse de esos incómodos pensamientos y, por si fuera poco, ¡aquel maldito chisme no cedía!

- Maldita sea -exclama el Fénix más frustrado que enojado-.

- Déjame probar… Ikki.

El Cisne intenta ayudar al Fénix y, en ese intento, de forma casual y fugaz, las manos de ambos se rozan, produciéndoles la misma nerviosa reacción: ambos separan sus manos con rapidez, como si una extraña corriente eléctrica les recorriera el cuerpo. Sin embargo, el más perjudicado resulta ser el Fénix pues, al incorporarse bruscamente, se golpea la cabeza con el coche.

- ¡AY!... ¡Joder!... -exclama el Fénix con una mueca de dolor y frotándose la zona golpeada con su mano derecha-.

En el semblante del Cisne aparece una leve expresión de preocupación. Conoce perfectamente el carácter tan irritable del moreno pero, aún y así, y con la mayor naturalidad posible que puede imprimirle a su voz, le pregunta suavemente.

- Ikki ¿es-estás bien? ¿Te has hecho mucho daño…?

La voz del Cisne hace que el peliazul le mire antes de responder. Sus miradas se encuentran, comprobando el moreno aquel escondido reflejo de sincero interés en los ojos del rubio.

Su primera reacción iba a ser la habitual en él, una contestación brusca con alguna palabra hiriente y un tono amenazador pero, al ver aquellos ojos azules como el cielo…

- No… no es nada -acierta a responder parcamente-.

Sin embargo, el duro Fénix no se puede permitir el usar un tono algo amable con alguien (que no sea su hermanito), y menos con ese… con ese ser que le pone tan “nervioso”. Así que añade.

- …Además ¿a ti que te importa? Si me he golpeado ha sido por tu culpa… ganso -concluyó el moreno, aunque aquellas palabras no habían salido de su boca con la firmeza y rudeza que él hubiera querido-.

- Lo siento… -se limita a decir Hyoga algo molesto por esa reacción tan… tan ¿cómo decirlo?... tan contradictoria-.

El Fénix respiró profundamente para calmarse un poco.

- Bueno… si esto no sale por las buenas, lo hará por las malas.

- Pero ¿qué vas a hacer?

Sin embargo a Ikki no le dio tiempo a decir ni pío, sus acciones hablaron por si mismas: de un fuerte y violento tirón el moreno consigue liberar a Hyoga pero, con tan mala fortuna que parte de la hebilla del cinturón de seguridad golpea al Cisne en la mejilla provocándole una pequeña herida, la cual, comienza a sangrar.

- ¡Auuuu!... ¡Ikki pero que bruto eres!

El moreno se queda estático, con cara de lelo y el destrozado cinturón en sus manos viendo como aquel hilillo carmesí resbalaba por la nívea mejilla del rubio. Éste, a consecuencia del escozor que le produce la herida, se la mira en el espejo y, cuando acerca su mano para palpársela, una mano le agarra de la muñeca, deteniendo algo bruscamente su movimiento.

- Espera… no te la toques… se te puede poner peor…

El herido corazón del Cisne no puede evitar el pagar al moreno con su misma moneda.

- ¿Y a ti que más te da? No creo que esto -dijo señalando la herida- sea asunto tuyo.

Hyoga intenta proseguir el camino que su mano había comenzado hacia su mejilla pero, la fuerza del agarre del moreno no había perdido fuerza si no que, por el contrario, se había intensificado. Las palabras del rubio, aunque no faltas de verdad, le habían producido al Fénix una extraña sensación en su fuero interno algo que, al parecer, le provocaba un incómodo sentimiento de… ¿culpabilidad?... Tal vez si, o tal vez no. Lo único que podía tener claro en aquellos momentos el peliazul era que no dejaría que el rubio se saliera con la suya ¿preocupación u orgullo? No lo sabía, ni le interesaba, ni quería saberlo… por ahora.

- Te he dicho que no te toques, pato -contestó el peliazul sin dejar traslucir el verdadero efecto que le habían producido las palabras del rubio- ¿es que quieres que se te infecte?

- Oh, vamos, no seas tan exagerado -se quejó el Cisne-.

- No te muevas -le advirtió el peliazul-.

Ikki se va a la parte trasera del todoterreno para, en pocos segundos, regresar con el botiquín de primeros auxilios. Lo abre y, tras aplicar un poco de alcohol en una gasa esterilizada, aplica ésta sobre la herida del rubio.

Éste, completamente sorprendido por el proceder del Fénix, ni tan solo ha podido mover un solo músculo para detenerle.

- ¡Ay!... escuece -se queja con un cierto aire infantil, algo que al Fénix le hace reír-.

- Vamos pato, no seas tan quejica. En peores situaciones has estado.

Ikki obsequia al rubio con una de aquellas escasas sonrisas que tan bien le sientan a su bronceado rostro. Al menos, eso le parece al Cisne. La sutil delicadeza con la que el moreno le está curando desconcierta en gran medida al Cisne. Sus ojos viajan de un lado a otro, inquietos, intentando encontrar, en vano, las respuestas para las innumerables preguntas que ahora se agolpan en su mente. Tal ha sido la increíble agitación y turbación que el moreno ha provocado en el rubio debido a su singular proceder.

El Cisne mira por unos segundos al Fénix, unos segundos en los que el rubio descubre la inmensa belleza del cielo nocturno sin luna ni estrellas, reflejado en los ojos del moreno.

Hyoga percibe un incómodo calor que se le extiende por las mejillas, al mismo tiempo que un escalofrío le recorre la espalda. “¿Qué me está pasando?” -se pregunta tontamente pues conoce de sobras la respuesta-.

El moreno parece que no se ha dado cuenta de su estado de total desasosiego. La voz de éste le trae de nuevo a la realidad.

- Bueno… esto ya está -dijo colocando una pequeña tirita para proteger la herida-.

Hyoga se mira en el pequeño espejo y con voz algo cohibida dice.

- Gra-gracias… no tenías que haberte molestado…

Ikki se le queda mirando por unos segundos y, arqueando una de sus cejas y con un marcado tono irónico en su voz, replica.

- No te equivoques, rubio, no lo he hecho por ti -y cerrando el botiquín, añade-. No quiero que Saori, al verte, me monte una de sus histéricas escenitas.

Un renovado enojo se asoma a los azules ojos del Cisne: ¿cómo podía ser que una persona, en cuestión de simples segundos, mudara tan rápidamente de carácter y comportamiento?

La amabilidad y la “¿preocupación?” de antes del moreno, se habían trocado en la burla, la ironía y el desdén de ahora. “¿Cómo pude… cómo he podido pensar que… tal vez… él…?” -se dice el rubio con una extraña mezcla de sentimientos encontrados en su interior-.

Por su parte, el peliazul parecía divertirse con la cara que se le había puesto al Cisne. Éste bajó del todoterreno, cerró la puerta de un tremendo golpe y, encarando al moreno, le espeta entre enojado y decepcionado.

- Ikki, pasa de mí -y sin decir más, se aleja en dirección a la puerta principal del edificio-.

El Fénix pudo ver en los claros ojos de Hyoga una sombra de tristeza mal disimulada. ¿Quizás se había pasado de la raya? No, no lo creía. Peores cosas se habían dicho a lo largo de los tiempos como para que el pato se molestase ahora tanto.

El peliazul acelera el paso para colocarse a la altura del rubio y, juntos, llegan, por fin, a su destino.

En la puerta principal del edificio, un guardia de seguridad les pregunta.

- ¿Son ustedes los señores Kido?

El Cisne se adelanta para responder, dejando a un Ikki con la boca abierta.

- Sí… -y en un tono más bajo pero perfectamente audible, añade mirando al peliazul- …por decir algo.

El Fénix frunce el ceño visiblemente molesto.

- Ey… ¿qué has querido decir con eso, pato?

- Nada, pollo asado. Sólo lo obvio.

- Eres un…

El ligero carraspeo del guardia hace que el moreno se detenga antes de soltar alguna de sus ya conocidas “lindezas” al Cisne.

- Ejem… disculpen… pueden pasar. La srta. Saori Kido me anunció su llegada -dijo dirigiéndose al Cisne y, mirando luego hacia el Fénix, añade- pero, por favor, dense prisa, dentro de poco se hará el cambio de turno y se cerrará el edificio ¿de acuerdo?

- Si, de acuerdo -replicó el Cisne volviendo a dejar al Fénix con la boca abierta-.

Ambos chicos se dirigieron cargados con todos los documentos que Saori les había dado hacia uno de los amplios ascensores que se encontraban en el hall. Al llegar a la puerta de éste, el moreno frunce el ceño en clara actitud de desagrado, cosa que no pasa desapercibida para el rubio. El moreno parece estar claramente contrariado y un tanto nervioso.

El ascensor abre sus puertas y, antes de penetrar en su interior, el peliazul respira muy profundamente vacilando unos segundos antes de entrar.

- Es para hoy ¿recuerdas? -exclama Hyoga molesto por su leve tardanza-.

- Ya voy, ya voy, pato insolente ¿qué planta es? -pregunta a su vez el Fénix-.

- La última.

El peliazul observa el panel de control del ascensor y comprueba, con un leve escalofrío, el total de plantas del edificio.

- ¿La 30? -inquiere molesto-.

- Ya sabes que a Saori siempre le han gustado las buenas vistas.

- Psa… -se limita a responder ligeramente incómodo y “algo” nervioso-.

El ascensor comienza su ascenso pausada y lentamente los 30 pisos ante la clara impaciencia del moreno.

- Maldito trasto, los podrían hacer más rápidos… -Ikki se iba impacientando segundo a segundo-.

- Si tantas ganas tenías de irte ¿por qué no lo has hecho? Yo podría haber subido solo.

- ¡Ja! Para que después le vayas con el cuento a Saori -responde el moreno con sarcasmo-.

- ¡Yo no habría hecho semejante cosa! ¡No soy un chivato! -el replica el Cisne enojado por la acusación-.

El Fénix sonríe de medio lado (una de esas famosas sonrisas que no auguran nada bueno; miedo me da si una servidora estuviera en el pellejo, perdón, entre las plumas del patito, je,je).

- Hoy estás muy susceptible, patito. ¿es que estás en uno de “esos” días del mes?

Hyoga se queda mirando fijamente a Ikki a los ojos antes de responder de forma fría y cortante.

- Vete a la mierda, Ikki.

- Oh, vamos. No te pongas así, pato. Era una broma… -el Fénix responde ligeramente asombrado por las palabras de su compañero ¿quizás se habría pasado de la raya?-.

La rabia del rubio y la frustración ante tanta burla e indiferencia por parte de su “amigo” terminan por hacerle saltar de una buena vez (yo creo que lo hubiera hecho antes).

- ¡No vuelvas a llamarme PATO, imbécil! ¡Estoy arto de ti y de tus estúpidas bromas! ¡No me extraña que nadie te soporte estúpido y engreído engendro del demonio! ¡Ahora entiendo porqué estas siempre solo! Dime una cosa Ikki ¿cómo te soportas? Eres un ser tan desgraciado y antisocial que te crees estar por encima de todos ¿no es así? Pero párate un momento y mírate bien en un espejo, porque sólo verás reflejado en él la vacía e insensible apariencia de un ser despreciable que disfruta hiriendo a la gente, aunque se trate de sus propios compañeros… de sus amigos, aunque dudo mucho que, en realidad, tu consideres amigo a alguien. ¿En verdad es divertido tratar así a la gente, Ikki? ¿Tanto rencor y oscuridad atesoras aún en tu corazón que sólo te sientes contento y feliz jodiendo a la gente, a tus amigos…? ¿No te das cuenta que lo único que consigues de esta forma es alejar más a… a la… gente…?

El Cisne se detiene en seco. Lo que había comenzado como una enojada e indignada réplica al comportamiento exasperante e hiriente del Fénix, se estaba convirtiendo en algo parecido a un leve reproche por la frialdad e insensibilidad del moreno hacia los sentimientos que Hyoga le profesaba en el más absoluto de los secretos. Y el rubio no quería hablar más de la cuenta. No quería darle al Ave de Fuego un motivo poderoso para que éste lo consumiera con el calor de su desprecio y de su desdén.

Sabía que Ikki no era tonto y que, posiblemente, podría haber llegado a intuir algo extraño en sus palabras o en la forma de decirlas. Por eso decide guardar silencio, un silencio que, tal vez, le hacía más daño que la improbable posibilidad de que el Cisne se sincerara con el moreno de una vez por todas y le abriera su corazón, un corazón demasiado temeroso al rechazo y al desprecio del peliazul, a la burla y a la indiferencia después de haberle confesado sus preferencias en el amor… sus preferencias hacia el mismísimo Fénix. Pero su corazón ya había sufrido bastante, ya había aguardado bastante ante la posibilidad de un cambio en la desdeñosa actitud del moreno hacia él. Un cambio que el rubio había asumido como del todo punto irrealizable en el interior del moreno.

El Cisne respira profundamente esperando el ataque verbal o, incluso físico, del furibundo Fénix, sin embargo, éste no se da.

El peliazul se ha quedado callado a medida que el rubio iba desgranando parte de sus sentimientos de forma audible para el moreno, sentimientos que le han dejado una extraña mezcla ente enfado y dolor en su corazón.

Ikki se conoce muy bien así mismo (o en algunos aspectos eso cree él) y sabe que, en muchas ocasiones (por no decir en el 99,9 %), je,je), el rubio tiene razón. No obstante, el haber oído todas aquellas verdades saliendo de aquellos labios… labios que en más de una ocasión le hubiera gustado tan sólo rozar con los suyos, escapando de aquella boca… con una casi imperceptible sombra de dolor impresa en todas y cada una de sus palabras, le habían producido una extraña y dolorosa sensación de completo vacío. Si eso era lo que el Cisne opinaba de él en realidad… ya se podía dar por vencido.

Al hablar de nuevo, ni Hyoga ni el mismo Ikki, reconocen la voz que se “escapa”, por así decirlo, del cuerpo del peliazul.

- No… no sabía que te cayera tan mal. En algunos momentos me he dado cuenta -continúa con una sonrisa amarga- que tú y yo no… no congeniábamos muy bien… que digamos. Pero… no suponía… no…

Era como si la voz del moreno fuera perdiendo fuerza a medida que sus palabras iban abandonando su garganta…

El Fénix sabía muy bien que durante todo aquel día y, en realidad, durante casi todo el tiempo que llevaba conociendo al Cisne, sus temperamentos y caracteres siempre habían chocado o, más bien, se habían estrellado una y mil veces ante una gruesa pared de frialdad, mal humor, enojo, tozudez, orgullo, competitividad, etc. etc. etc, del todo punto recíprocos, claro esta, quizás porque fueran demasiado diferentes… quizás porque fueran todo lo contrario.

Sin embargo, el peliazul sabía reconocer (en un completo y absolutísimo secretismo) que toda aquella situación a la que acababan de llegar, aquel punto sin retorno, era en gran medida responsabilidad suya debido, sin duda alguna, a su estúpido orgullo, a sus profundos y ocultos miedos y a sus prejuicios, unos prejuicios que le impedían aceptar que, al parecer, comenzaba a sentir “algo” muy especial por otra persona de su mismo sexo y que él, el orgulloso Fénix, uno de los máximos exponentes (al menos hasta el momento, después ya se vería, dado que ese estatus podría, si ocurría un milagro, cambiar radicalmente) de la heterosexualidad, desde hacía un tiempo ya no se sentía tan seguro de sus verdaderas predilecciones y, muestra fehaciente de sus dudas e inseguridades, se encontraba allí mismo, frente a él, encarnado en el atractivo, frío, terco, orgulloso, cabezota, prepotente y testarudo rubio (si no fuera por lo de “frío” y porque estoy describiendo al rubio, tal vez la hermosa y viril imagen del peliazul se cruzase en estos momentos por mi cabeza ¿no os parece?), y que ahora lo miraba con aquellos orbes celestes que por momentos le cortaban la respiración para hacerle morir por la indiferencia que era capaz de leer en ellos y, por momentos, lo sumía y lo elevaba en el más cálido de los estremecimientos haciendo que se quemara en la fogosidad que, en raras ocasiones, se derramaba de aquellas cárceles heladas del color del cielo, amenazando con derretir aquel majestuoso glacial rubio de formas perfectas y estilizadas.

Sea como fuera y, de un tiempo a esta parte, el moreno se encontraba inmerso en un mar de confusiones y sensaciones nuevas cada vez que se encontraba cerca de aquel rubio pero, como siempre, y en lugar de intentar aclarar sus sentimientos, en lugar de dejar que su corazón hablara en lugar de su mente, tan solo palabras hirientes, actitudes hostiles y comportamientos necios eran los encargados de reflejar los miedos y las inseguridades de uno de los Caballeros más duros y aguerridos de Atenea pero, a la vez, uno de los más inseguros y miedicas en el campo de los sentimientos. Por todo esto, el Fénix, aunque dolido, comprendió perfectamente que el Cisne había sobrepasado su límite personal con respecto a él.

La cuestión, ahora, era cómo se las iba a ingeniar para calmar de nuevo las cosas o, por lo menos, intentar rebajar el nivel de hostilidad entre ellos. Por unos breves instantes el peliazul se sorprendió a causa de sus propias reflexiones: hacía tan solo unas horas le habría faltado tiempo para arrojarse sobre el rubio y molerlo a palos o, al menos, intentarlo (el pato era un guerrero temible y duro de pelar) pero, ahora… al peliazul le gustaría arrojarse sobre el rubio aunque para otros “menesteres” (je,je,je XDDDDD).

Por su parte, el pobre rubio se había quedado de una pieza, se había quedado más congelado que una fábrica de cubitos de hielo en plena Siberia, al ver la sorprendente e inesperada reacción del moreno, en las profundidades de los mares de éste, el Cisne había podido leer muchos y variados sentimientos: enojo, rechazo, algo de reproche… pero también dolor, tristeza, desilusión, arrepentimiento… (¡caray! lo que llega a ver el rubio je,je) ¿Era el Fénix capaz de albergar tantos y tan variados sentimientos en su corazón? ¿Daba tanto de sí el aparente pedrusco volcánico que Ikki llevaba encerrado en su pecho? ¿O simplemente el Cisne se había dado cuenta de que necesitaba visitar con extrema urgencia a un buen oftalmólogo?

Sea lo que fuese, al rubio no le pareció bien dejar las cosas así y, aunque aún un poco dolido y molesto por los comentarios fuera de tono y poco apropiados del peliazul quiso, al igual que su compañero rebajar las tensiones. Quizás al Cisne le conmovió más de lo que quiso admitir lo que había visto en aquellos atormentados ojos. En verdad, la actitud del peliazul le había llegado al corazón, aquella mezcla de sentimientos encontrados de aquel moreno le habían provocado mucha curiosidad, interés y… esperanza. “¿Y si… tal vez… él… yo… “nosotros”…?” -se dice para sí el Cisne-.

- Ikki… yo… -su voz suena algo nerviosa y apagada-.

La voz del Cisne llega a los oídos del moreno como si de música celestial se tratara, aquella voz dulce, aquel tono algo cohibido pero por completo ausente de rencor, le sorprendió y ¿por qué no reconocerlo?... le alegró y, en cierta medida le liberó.

- Hyoga… -se apresta el peliazul a interrumpir al rubio con cierto matiz de pesar en su voz- yo… lo… lo siento…

Aquellas pocas palabras, aunque dichas con cierta inseguridad, no por eso dejaban de ser menos ciertas. Le había costado al moreno disculparse de forma tan sincera pero, una vez fuera de su garganta y de su corazón, aquellas pocas palabras le resultaron ser el mejor bálsamo para su agitada alma y el más sincero gesto de disculpa que pudo ofrecer al menos, por ahora.

El rubio no daba crédito a lo que acababa de escuchar, con una débil sonrisa (que el moreno comparó con el más hermoso amanecer que hubiera visto en su vida) se acercó al peliazul con ademán suave para hablarle de forma más íntima y próxima pero… en ese preciso instante el ascensor se para en el piso 30 (¡Agrrr…! que fastidio y precisamente AHORA, pero que mala soy XD), abriéndose las puertas y apareciendo el rostro de un desconocido:

- Buenas tardes, los sres. Kido ¿supongo? -preguntó el hombre con cierto tono de superioridad- (¡y ahora éste! desde luego hoy los chicos no tienen suerte, ¡entrometido no ves que estás estorbando e interrumpiendo!).

- Supone bien -responde un Ikki profundamente molesto por la “oportuna” interrupción-.

El Cisne, algo avergonzado, ha escondido su rostro… y su rubor, bajando la cabeza y dejando que los largos mechones de su sedoso cabello le cubrieran la cara… y sus sentimientos.

El rostro intruso pertenecía a otro guardia de seguridad del edificio, el cual, informó nuevamente a los chicos que se dieran prisa etc, etc, etc…

Cuando el “especialista en interrumpir escenas románticas” se fue, Ikki comentó en tono despectivo.

- Será imbécil el muy cretino. Maldito pesado.

Ikki recogió lo que quedaba de los documentos que llevaban y siguió a un Hyoga que, extrañamente, se había dado mucha prisa en “escapar” de la presencia del Fénix.

Ikki abrió con una de las múltiples llaves que Saori le diera la puerta del enorme y suntuoso despacho, entraron y, una vez abierta la caja fuerte, depositaron en su interior, a duras penas, todos los planos y demás documentos que llevaban. Tras cerrar de nuevo la caja fuerte, ambos chicos salieron de nuevo al pasillo para dirigirse al ascensor: al fin habían concluido con la “misión” impuesta por su Diosa.

Ikki oprime el botón con una marcada aprensión mientras Hyoga, algo acalorado, se dirige a una máquina expendedora de bebidas cercana para conseguir algo frío que le aplacara aquel incómodo “calor” que había comenzado a sentir momentos antes (ja,ja,ja ¡que casualidad más casual, patito!).

Hyoga introduce las monedas y selecciona la bebida, sin embargo, ésta no aparece. El Cisne golpea ligeramente la máquina, pero nada.

- Maldita máquina -murmura molesto-.

El peliazul se acerca.

- ¿Te ayudo…?

- No… no es necesario -responde el rubio algo incómodo por la proximidad del moreno-.

- Como quieras… -el peliazul se retira ante la negativa del rubio, el cual, ya ha conseguido extraer la bebida-.

Ikki le hecha una ojeada al ascensor y luego mirando a Hyoga, le dice.

- Oye ¿y si bajamos andando?

- ¿Bajar 30 pisos andando? -el Cisne hace una clara mueca de disgusto- ¡ni pensarlo!

- Pero ¿qué te cuesta? -replica el moreno molesto-.

- Ve tú si quieres.

- Eres un cabezota, pato tonto -el peliazul volvía a su habitual “delicadeza” a la hora de pedir algo-.

El gesto del Cisne cambia de repente. Por un momento pensó que, tal vez, el peliazul podía tener algo de corazón pero, al oír de nuevo otro insulto hacia su persona, insultos que parecían salir de la boca del moreno sin ningún tipo de problema o esfuerzo, la indignación se abrió paso de nuevo en su ánimo, borrando de un plumazo cualquier tipo de acercamiento hacia ese ser que odiaba con la misma intensidad que lo… amaba.

- Eres un imbécil, Ikki -se limitó a contestar-.

- ¡No me insultes, ganso!

- ¡No me insultes TÚ antes!

Ikki hace una pausa para luego preguntar de malos modos:

- Entonces qué ¿bajamos andando, o no?

- Yo, al menos, no. Tú haz lo que se te antoje.

El tono del Cisne volvía a ser frío y distante.

- Pero ¿qué te cuesta…?

- ¿Y tú por qué no quieres utilizar el ascensor, eh?

- Eso no te importa -se limitó a responder el peliazul evitando su mirada y girando su rostro ligeramente en un claro gesto de indiferencia, algo que hirió profundamente al Cisne-.

- Ya, me lo imaginaba…

- ¿El qué te imaginabas?

El tono del Fénix no era muy educado pero, el del Cisne, no se quedaba atrás. Parecía como si el clima de aparente “acercamiento” que durante unos minutos se había dado en el ascensor, hubiera desaparecido por completo en cuestión de milésimas de segundo. El orgullo y el amor propio de los dos chicos comenzaban a emerger de nuevo entre ellos. ¡Estúpido orgullo!

- Como tú bien has dicho antes: ¡eso no te importa!

El ascensor se encontraba de nuevo frente a ellos, con las malditas puertas abiertas, mostrando su interior… el interior del ascensor de la discordia.

- ¿Vienes? -pregunta Hyoga con acritud-.

- Ni lo sueñes -responde el moreno arrastrando las palabras-.

El Cisne entra en el ascensor, se gira y con un tono, tan frío que podría congelar al planeta entero, concentrado en su garganta dice:

- Adiós, Ikki… nos vemos en la Mansión.

Las puertas comienzan a cerrarse lentamente pero, al oír el moreno semejante despedida, las sujeta con una mano.

- ¿No regresamos… juntos? -pregunta muy serio-.

- No. Si ni tan siquiera quieres compartir conmigo un ascensor, menos aún… el coche. Estoy cansado Ikki… muy cansado.

- Pero…

- Y tarde… ya es muy tarde… -replica de forma helada, sosteniendo con una mirada aún más fría, sus últimas palabras-.

El moreno no dijo nada… no podía. Su orgullo… su estúpido orgullo (al igual que el del Cisne) se había adueñado de nuevo de la situación…

El peliazul se limitó a soltar las puertas del ascensor, cerrándose éstas y separando a aquellos dos seres… de por vida.

- Adiós… pato -musitó el Fénix entristecido y con un profundo cariño nacido del fondo de su alma, apoyando su frente contra las frías y aceradas puertas de aquel endiablado chisme-.

- Adiós… Ikki -murmuró a su vez el Cisne con lágrimas en los ojos una vez que el ascensor comenzó su descenso-.

 

Uf… que situación más difícil para esta parejita pero ¿qué pasará ahora? ¿Quedará todo así…?

Je,je,je en el siguiente capi sabremos algo más.

Hasta la próxima…

CONTINUARÁ…

 


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