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Perdido en ti por LadyBondage

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Notas del capitulo:

Hola hermosuras, cumplí, cada 15 dije que iba a actualizar y he aquí la siguiente parte. Aquí en México son las 5.30 así que todavía es 27, porque estoy casi segura que dirá 28, porque está pagina maneja el horario de Europa Occidental -creo- en fin, disfruten, y nos leeremos pronto.

 

A leer. 

Me perdí en el mar de sus ojos…

[1]

 

Naruto se sonroja en demasía, aquel hombre lo miraba exclusivamente a él, esos ojos carbón no perdían movimiento suyo, se da la vuelta para tomar una dirección contraria, quiere salir de ahí cuanto antes.

 

Pero Itachi es rápido, a paso presto se encamina detrás del pequeño rubio. Tiene que saber a dónde se dirige, ver de nuevo sus preciosos irises azules, perderse en ellos nuevamente.

 

—Oye… disculpa. —Itachi le da alcanza finalmente, Naruto se estremece por el contacto de esa mano sobre su hombro.

 

El mayor tiene una sonrisa de mil quilates, y unos ojos que hipnotizan, Naruto había perdido el camino, seguía dentro del centro comercial pero este era tan grande que cualquier pasillo lo llevaba a una salida distinta.

 

—Me preguntaba si tu…

 

Naruto no parece nervioso con su presencia, su rostro mantiene ese ligero enrojecimiento que luce tan tierno en él, y por primera vez en largo tiempo, Itachi quiere saber más de una persona ajena a su familia.

 

—No lo sé, te vi frente a los aparadores y pensarás que es algo extraño que te hable de la nada pero es que… llamaste mucho mi atención. —la sonrisa de Itachi se manifiesta por todo su sereno rostro. Naruto nunca había visto sonrisa tan bonita como esa.

 

El menor se lleva una mano al pecho, y luego baja la mirada. No podía hacerse ilusiones de que un sujeto extremadamente guapo sólo le hablara por curiosidad, él quería algo, como todos los otros. No podía ser de otro modo.

 

—Disculpa, ¿estoy molestándote? —Naruto levanta la cabeza, el hombre frente a él parece consternado por su sempiterno silencio.

 

Naruto abre la boca, sin embargo de su garganta no se emite ningún sonido, y entonces Itachi se da cuenta de ese pequeño detalle: el bonito rubio no puede hablar.

 

 

[2]

 

Karin se pasa todos los días por esa habitación a la misma hora: tres de la tarde en punto. Ni un minuto más, ni un minuto menos. A veces sólo esboza una tímida sonrisa en su dirección, otras ocasiones se adentra al pequeño habitáculo para acomodarle las almohadas y admirar su hermoso rostro de príncipe dormido. Y luego sale de ahí, como una ventisca de primavera, sigilosa y dejando a su paso un delicioso aroma de flores silvestres.

 

Este día no es diferente a los demás, su compañera de turno, Konan es la encargada de cambiar los suministros que lo mantienen con vida a él.

 

Cuando la enfermera de cabellos azules llega a la habitación 245 se encuentra a Karin dentro de la misma con una mirada anhelante, acariciando el semblante tranquilo de Sasuke Uchiha.

 

—Menos mal que he sido yo quien ha llegado y no Tsunade, de lo contrario te regañaría, está no es tu zona, Karin. —regaña la mayor con un tono áspero casi materno. Y la novata pelirroja se sonroja de vergüenza por dos cosas: ser descubierta infraganti en la habitación del paciente del que ella está enamorada, y por tomarse el atrevimiento de un breve descanso cuando sus compañeras continúan laborando.

 

El pretexto para ir al baño ya no le servirá de mucho porque Konan sabe su secreto ahora.

 

—Lo lamento. —Dice sincera, —pero no puedo evitarlo, cada vez que llego al hospital, quiero verle, aunque sea por un rato.

 

Konan suspira cansina. Deja el carrito de sus utensilios afuera del cuarto, con cuidado cierra la puerta tras de sí, y busca sentarse junto a Karin, en el diminuto sofá de dos plazas para las visitas.

 

— ¿Hay esperanzas para él? —el corazón de Konan se estruja cuando los ojos carmesí de Karin se enrojecen y hace un esfuerzo sobrehumano por sonar tranquila, como siempre.

—No quiero albergarte esperanzas, Karin, si Sasuke llega a despertar, él no volverá a caminar y probablemente padezca un moderado retraso mental, tantos años en estado vegetativo tienen sus consecuencias.

 

La joven enfermera retoma su mirada hacia el hombre de sus sueños que se encuentra profundamente dormido.

 

 

[3]

 

Itachi acomoda su carísimo abrigo sobre el perchero, se descalza en el rellano de la entrada y se coloca unas pantuflas para andar en su departamento, un lugar tan frio como sobrio. El rincón donde se pierde hasta el día siguiente.

 

El chico rubio salió huyendo en cuanto él se dio cuenta de su padecimiento, y un matiz de sus ojos azules se perdió dentro de su cabeza como un fugaz recordatorio que quedaría grabado a fuego en su psique para toda la vida. ¿Cómo olvidar aquel mar tranquilo y claro? Un océano cubierto de inocencia.

 

No sabía su nombre pero no podía darle otro mejor que: ángel. Eso era para él, una manifestación celestial de hebras doradas y piel de caramelo. Si él estuviera despierto y lo conociera seguro tendría el mismo pensamiento.

 

Recordarlo es menos doloroso que pensarlo en su actual estado. Itachi se deja caer sobre el mullido sofá de cuero, el suspiro que provoca en los cojines por el hundimiento de su cuerpo le saca una leve risita que hace eco en su desconsolada soledad.

 

—Perdóname Sasuke.

 

 

[4]

 

Naruto se apresura a abrir la puerta ágilmente antes de que su casera salga del departamento de enfrente y le comience a cobrar los meses de alquiler que no ha finiquitado. Y es que no podía justificar que ese y los dos meses atrás no hubiera llegado su cheque de manutención por parte del gobierno. Ya tenía la edad para trabajar, su trabajador social le dijo la última vez que no le darían más dinero. No tenía ni siquiera un céntimo en el banco, y de un momento a otro tendría que desalojar, pero no tenía lugar a donde ir.

 

Es un chico huérfano, abandonado por una madre alcohólica y un padre irresponsable, sin más familia que su fiel gato naranja llamado Kurama, Naruto estaba solo en el mundo, un mundo cruel de adultos y jóvenes egoístas donde la nobleza y la bondad son valores inexistentes.

Naruto cierra la puerta con cuidado de no hacer ruido, una vez que el seguro susurra un leve clic, se deja caer hasta el piso. Le sobraba la última caja de ramen para sobrevivir, Kurama tenía más suerte que él, el felino salía a cazar pajarillos a las azoteas y volvía con la barriga llena, ojala él pudiera hacer lo mismo o conseguir un empleo decente donde no tuviera que decir nada.

 

Recordar duele, y mucho. Hace meses que dejó de asistir a terapia para recuperarse del doloroso accidente de hace unos años. Ese suceso le ha dejado una marca difícil de borrar, que se mantiene presente en él todos los días.

 

El niño sol sorbe limpia las traicioneras lágrimas que han escapado de sus ojos. Para aminorar un poco el dolor, a su cabeza llega el atractivo rostro de ese pelinegro del centro comercial, su sonrisa lobuna y sus ojos obscuros eran como un bálsamo para sus heridas.

 

¿Quién sería ese hombre?

¿Por qué tenía tanto interés en conocerle?

 


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