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Inmarcesible por Nithael

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Notas del capitulo:

Advertencias: Básicamente las mismas del capítulo anterior. Para no dejar esto tan sieso comunicaré que si aparece alguna pareja secundaria sin importancia solo la mencionaré en los capítulos en los que haga acto de presencia. Y, bueno, tenemos a Kaiba siendo un bastardo y a Yugi con dolores de cabeza.

It's hard to talk to see what's deep inside
It's hard to tell the truth when you've always lied
How do you love someone without getting hurt!?
How do you love someone without crawling in the dark!?

How Do You Love Someone; Ashley Tisdale.


Empezó a llover cerca de las tres de la tarde, sobre las seis se convirtió en diluvio y Seto Kaiba contempló a las siete la empapada figura de Yugi Mutō chorreando sobre la carísima alfombra persa de su salón. Por lo general aquel hecho intrascendente le habría parecido nimio, sin embargo, por alguna extraña razón algo de aquella escena le irritó y le irritó de tal manera que cualquiera que conociera a Seto sabría lo suficiente de su lenguaje corporal como para adivinar que no era conveniente contradecir ninguna de sus palabras. No cuando se encontraba en ese estado.

—¿Estás seguro de que no te importa, Kaiba? No quiero ser una molestia.

Claro que Yugi parecía no conocer en lo absoluto el lenguaje corporal de Kaiba. Eso o lo estaba ignorando a caso hecho. La cuestión era que Yugi había decidido con su estúpida pregunta exasperar sus ya de por si crispados nervios. Aspiró muy lentamente en un intento de que su enojo no fuera translucido para el resto de personas del salón. Fracasó miserablemente en el intento.

—Mokuba —dijo lentamente el mayor de los hermanos Kaiba y algo en el tono de la voz de Seto provocó que el menor de los hermanos se levantara como un resorte del sofá—. Dile a Yugi que como siga haciéndome la misma estúpida pregunta una y otra vez le voy a mandar de una patada de vuelta a la lluvia —siseó entre dientes. El aludido se sonrojó y el menor de los Kaiba suspiró con alivio al comprobar que el enfado de su hermano no era aún lo suficientemente grande como para obligarle a echar al chico de la casa.

En un primer momento el mayor de los Kaiba se había preguntado por qué Yugi había decidido refugiarse en su casa después de que los hubiera evitado a él y a su grupo como si fueran la peste tras la desaparición de Atem (No fue algo que hubiera hecho adrede de todas formas. Simplemente había estado demasiado ocupado con su trabajo). Luego recordó que Mokuba si había seguido en contacto con ellos así que, si lo pensaba detenidamente, esa era la explicación más lógica al asunto.

Y el agua seguía cayendo sobre su pobre alfombra.

—Creo que va siendo hora de que dejemos de mirarte como idiotas y te ayudemos a secarte —sentenció Mokuba tras un rato de tenso silencio entre los tres.

Kaiba se mantuvo ajeno a la situación. Con los brazos cruzados sobre su pecho y una mirada que decía más de lo que hubiera deseado contempló como su hermano se ocupaba de Yugi. A pesar de que Yugi había crecido bastante en ese tiempo resultaba curioso ver como Mokuba había acabado siendo más alto que el muchacho. Debería haberle resultado gracioso, quizá debería haber emitido algún comentario venenoso sobre aquello solo para picar al chico, sin embargo, no era mofa el sentimiento que se perfilaba en su pecho.

Era añoranza.

Dioses, como odiaba Kaiba ese sentimiento.

Y, sin embargo, no se comparaba con el otro sentimiento que le inundaba.

Impotencia.

Porque no sabía cómo actuar frente a Yugi. Porque no sabía cómo comportarse con él. No después de lo que había pasado, de lo que habían pasado. Aún, a veces, se preguntaba por qué narices Yugi aceptó aquello en un primer momento. Porque era obvio que Yugi tenía que haber cedido al deseo de Atem (prefería pensar que Atem no lo había hecho a espaldas del otro y él nunca se había atrevido a preguntarle a Yugi si estaba de acuerdo con todo ese maldito embrollo). Y es que él al principio no había creído la idea de dos entes paralelos viviendo dentro del muchacho (trastorno de identidad disociativo, había pensado) y cuando había sido capaz de entenderlo ya era demasiado tarde para pararlo. Se había involucrado demasiado emocionalmente.

Y ese había sido su error.

Un error que no estaba dispuesto a volver a cometer.

Un error cuyo culpable era también Yugi.

Y no lo entendía.

Y no se atrevía a preguntarlo.

Porque abriría las heridas. Esas que con tanto empeño estaba intentando cerrar. Esas que no cicatrizaban por mucho tiempo que pasara. Porque Seto Kaiba había entregado su corazón y le había sido devuelto en mil pedazos imposibles de volver a unir. Pedazos astillados a los que les faltaban partes que se habían perdido como polvo en el desierto.

El sonido del teléfono móvil de su hermano le obligó a abandonar su melancolía. Reconoció el tono de la llamada, ese tono que Mokuba especialmente había puesto para esa persona y se mordió la lengua. Porque no tenía derecho a inmiscuirse en la vida amorosa de su hermano menor. Porque él no podía ayudarle en lo absoluto con ese tema. Frustración, ese sentimiento cada vez iba a más.

—¡Seto! Ocúpate tú del resto, ¿quieres? —el mencionado ni siquiera tuvo tiempo de responder. Ni siquiera hizo el ademán de intentarlo. Su hermano había pasado como una exhalación frente a él (como siempre que sonaba esa dichosa melodía) y él simplemente suspiró con irritación. Aquel día tenía todos los boletos para convertirse en uno de los más exasperantes de su vida. Y para rematar la faena ahora tenía que quedarse a solas con su rival en el duelo de monstruos. Kaiba no habría imaginado un escenario que pudiera desesperarle más ni proponiéndoselo.

—¿Qué... qué es lo que ocurre? ¿Por qué ha salido corriendo tan de repente? —cuando escuchó la voz suave de Yugi no le quedó más remedio que girarse hacía él. Su cabello aún lucía considerablemente húmedo pero al menos no parecía que fuera a dejar un rastro de agua por toda la casa. Y en cuanto a la ropa que su hermano le había prestado... prefería no emitir comentarios al respecto.

—Porque le ha llamado la chica que le gusta —respondió con sequedad—. Ya sabes, está en esa edad —la edad del pavo; pensó para sus adentros—. Ven. Te enseñaré dónde puedes dormir. La cena se sirve a las nueve. Ya sabes dónde está el comedor así que no te retrases.

Había ignorado deliberadamente el pequeño "oh" que había escapado de los labios de su rival ante la revelación del primer amor de su hermano menor. Una cuestión irrelevante. Con un poco de suerte el menor de los Kaiba no heredaría la perversa suerte en el azar que parecía perseguir al castaño. Kaiba empezó a andar sin ni siquiera mirar un momento hacia atrás. Era decisión de Yugi si seguirle o no.

—¡Hey, espera! ¡Kaiba! Andas demasiado deprisa —sin embargo, ante aquella declaración no le quedó más remedio que desacelerar su paso. No dijeron nada después de eso y, durante un largo rato, no hicieron más que caminar por aquella endiablada casa. Demasiado grande; fue el pensamiento del mayor de los Kaiba. Resultaba hilarante. Era la primera vez que se lo parecía. Por el contrario, no era la primera vez que él estaba allí.

La mansión de Kaiba resultaba más fría de lo habitual a esas horas, con el sonido de la incesante lluvia de fondo. La decoración era sobria y prácticamente minimalista. Lo único que rompía esa sobriedad eran los pequeños jarrones con enormes plantas que el muchacho veía de vez en cuando por los pasillos. Por otra parte, el servicio de la casa hacía un trabajo impecable. Si Yugi se hubiera acercado a cualquiera de los muebles probablemente habría visto su reflejo en ellos. Finalmente, Kaiba detuvo sus pasos (y por extensión Yugi) delante de una habitación.

—Está es —abrió la puerta de la misma para que el muchacho de cabello tricolor pudiera observarla. Yugi entró dentro del cuarto y volvieron a quedarse callados. Kaiba casi hubiera preferido discutir. Casi. En el fondo sabía que habría sido más incomodo. Arrancarse la piel. Enseñar lo que yacía debajo de sus venas. No estaba preparado. Quizá nunca lo estaría. Pero a Yugi ese hecho no le importó. Fue él quien dio el primer paso. El primer paso a una conversación que hacía ya demasiado tiempo que estaba pendiente.

—Kaiba —de no haberle estado mirando tan fijamente probablemente el castaño no se habría enterado de que se refería a él.

—¿Qué? —Seto le vio removerse incomodó en el sitio. Yugi dudaba. Quizá porque llevaba demasiado tiempo haciéndose esa pregunta. Quizá porque estaba harto de no tener una respuesta firme.

—¿Me odias?

—¿Te has propuesto llenar el cupo de preguntas estúpidas que permito está noche? ¿A qué viene esto? ¿Se te congeló el cerebro por el frío que hace fuera?

—¡No es una pregunta estúpida! —Kaiba le volvió a ver dudar. Vio como el pequeño muchacho se debatía entre sí decir lo que verdaderamente pensaba o dejar las cosas como estaban pero, oh, él conocía demasiado bien el tormento que representaba la duda, Yugi no callaría y, para su desgracia acertó de pleno en dicha aseveración—. ¡Desde que sucedió lo de Atem apenas nos hemos visto! ¡Y ya han pasado literalmente años desde aquello! Tú también eres nuestro amigo, ¿sabes? Aunque te empeñes en negar la evidencia —y su voz parecía tan dolida que por un breve momento Seto Kaiba se sintió arrepentido.

Por.

Un.

Breve.

Momento.

Mirando fijamente a Yugi no podía evitar fijarse en las claras y evidentes diferencias que había habido entre él y Atem. ¿Cómo no se había percatado de ellas antes? Yugi, tan inocente, tan ingenuo, tan bueno. ¿Realmente podía culparle de intentar hacer "feliz" (porque ahora dudaba, ¿realmente había sido Atem feliz con él?) a uno de sus mejores amigos? ¡Qué estúpido había sido! Y aún seguía cometiendo esos estúpidos errores. Como si no hubiera aprendido nada. Quizá aunque se decía así mismo que había aprendido la lección no lo había hecho y le aterraba esa idea.

—No tiene nada que ver con él, Yugi. Estoy ocupado con el trabajo. Tengo mucho que hacer, os lo he dicho ya mu-

—¿Realmente tienes tanto trabajo? ¿O has decidido matarte a trabajar? —por primera vez en años Kaiba sintió que se había quedado sin argumentos frente al menor. ¿Acaso no había acertado de pleno? Quizá sería una exageración decir que estaba buscando la muerte pero era cierto que estaba trabajando de más. Porque no quería delegar en los demás, confiar. Porque no quería pensar en nada. Lo único que buscaba era distraer su mente con el presente, blindar su futuro y alejar su pasado. Dejarlo tan lejos que no fuera más que un frío recuerdo perdido entre los miles de papeles que rellanaba día tras día.

—Exageras —finalmente ese fue su débil argumento. Y se odio por ello. Al menos podía sentirse orgulloso de la firmeza de su voz. Qué triste consuelo para alguien como él.

—¿Qué exagero...? ¿Te has mirado últimamente en el espejo, Kaiba?

Lo había hecho.

Y había visto las ojeras, había visto la piel extremadamente pálida, había visto en su reflejo al muchacho de quince años que fue una vez. A aquel muchacho perdido, desamparado y roto que había desterrado de su memoria.

Y por ello había roto el espejo de un puñetazo.

—Se que no soy el más indicado para decir esto, ¿sabes? —continuo Yugi en apenas un murmullo, sin embargo, el absoluto silencio que solo la lluvia rompía le permitió escuchar perfectamente sus palabras—. Yo tampoco... lo supero. Me encuentro extrañándole la mayoría del tiempo, preguntándome, "¿qué pensaría Atem si viera esto? ¿Qué diría si le dijera esto?". Era mi mejor amigo. Yo también tengo parte de responsabilidad en esto y sé... sé que no me perdonaría si dejará que te consumieras de esta manera. Sé que él tampoco me perdonaría.

—¿Consumirme? —bufó. ¡Maldito insolente!—. ¡Ni por un momento pienses que dejaré que un recuerdo me domine de esa manera! —la afirmación salió de sus labios con una vehemencia inesperada. Yugi se encogió sobre sí mismo por unos segundos y Kaiba decidió que aquello era suficiente. Decidió que no quería pagar con Yugi su error. Decidió terminar la conversación, ya le dolía demasiado la cabeza—. Has dicho que formo parte de vuestro grupo de amigos, ¿me equivoco? ¿Quieres ser mi amigo, Yugi? ¿Quieres ayudarme a superarlo? ¿Quieres liberar tu conciencia de la estúpida deuda que crees haber contraído conmigo? De acuerdo, muy bien. Seremos amigos. Llevaremos una relación de amistad normal —guardó silencio unos segundos—. Con una condición.

—¿Cual?

—Tú y yo no volveremos a hablar de Atem. Nunca.

Yugi Mutō aceptó a regañadientes.

Pero aceptó.

Notas finales:

NdA: No hay mucho que comentar realmente de éste. Me llevo más trabajo corregirlo que escribirlo. No paraba de cambiarle cosas. Sigh, soy un desastre.

Nos leemos.


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