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Don't Answer [JohnTen] [NCT] por Kuromitsu

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La reverberación de la música sacude hasta la última de las células de Ten cuando posa un pie sobre la pista de baile. El Midnight Sun parece más lleno que de costumbre, aunque no es de sorprender. Siendo fin de mes la mayoría de las personas al fin tiene en sus bolsillos la paga correspondiente a arduas horas de trabajo; dinero que, sabe bien, se irá como agua entre los dedos con el correr de la noche.

Después de todo, el alcohol, alguna droga recreativa ocasional y el ingreso a un motel decente representan gastos que hacen resentir a cualquier billetera; incluso a la suya, tan llena de billetes después de las generosas propinas recibidas en el restaurant y que se agudizaron durante el espantoso día que acababa de terminar. Aquel fajo de billetes es una bendición, suficiente para hacer lo mismo que buscaban todos y simplemente dejarse llevar sin medir las consecuencias. Es, al menos, algo mínimamente positivo que le hace olvidar por un rato la fecha en la que se encuentra.

Porque, según las muescas imparables en el calendario ubicado sobre su cabecera, ya es el día en que cumple tres asfixiantes meses lejos de su tierra natal.

Sin embargo, cuando el primero de los pretendientes de la noche le invita a salir, y a pesar de lo atractivo que resulta a sus ojos —alto, de cabello azabache y mirada de experimentado, perteneciente a alguien que no se anda con rodeos— las palabras que al final salen de sus labios hacen que el desconocido desista sin mucho esfuerzo.

—Perdón, pero estoy esperando a alguien.

Se muerde el labio inferior al verle partir mas, sorprendiéndose a sí mismo, no le detiene de la muñeca tal como quiere hacer y en cambio se hunde en el fuerte regusto del alcohol contenido en el vaso que sostiene precariamente en la mano derecha. De haber sido cualquier otro el momento ni en broma habría dejado escapar a un espécimen como aquel, pero las reglas del juego habían cambiado. Ya lo tenía completamente decidido.

Johnny llegaría en cualquier momento a buscarle, y le seguiría a donde fuese.

Una vibración en su celular sacude momentáneamente sus pensamientos y con torpeza logra sacar el celular que lleva en el bolsillo de la ceñida chaqueta. Para cuando aprieta el botón que ilumina la pantalla recuerda, demasiado tarde, que la repentina emoción arremolinada en su pecho no tiene razón de ser: es imposible que sea Johnny avisándole de su llegada pues no posee su número de contacto. Incapaz de detener sus ojos inquietos, ve el mensaje que ha llegado a su bandeja de entrada.

“Ten, si no vienes en ese preciso momento a verme entonces ni se te ocurra volver en el futuro. Es mi última advertencia”

Las ganas que tiene de responder y decir que irá, que por supuesto volverá a enterrarse en sus brazos y que le extraña de sobremanera, desaparecen en un santiamén; igual que el resto del alcohol en el fondo del vaso, que ahora yace ardiente en toda la longitud de su garganta.

Aunque lo desee con todas sus ganas, es imposible volver donde HanSol.

Los kilómetros  que les separan parecen pesar más que nunca antes y a duras penas se obliga a pedir un nuevo combinado que adormezca su lengua, su garganta, sus sentidos. Sentado en el altísimo banquillo del bar que da hacia la pista de baile, pronto nota que sus pies ya no se encuentran flotando por sobre el piso y que en cambio se encuentran allí, haciéndole danzar junto a un grupo de desconocidos que le agarran consecutivamente de la cintura. Uno de ellos le hace entrega de un vaso del que no puede reconocer su contenido y simplemente bebe, riendo estruendosamente entre sorbos y cuerpos apegándose al suyo. El calor no es lo único que va en aumento: las luces parecen de pronto danzar a una velocidad vertiginosa, mayor incluso al ritmo de sus pies, y a duras penas debe abrazarse a uno de los altos hombres para no caer en plena pista de baile. Marcas húmedas se deslizan por la extensión de su cuello. Intenta zafarse y los brazos no le responden. Su voz se pierde entre la música electrónica, pero aun así escucha reír a uno de los tipos, mientras la visión va borrándose cada vez más.

Entonces, en un parpadeo desesperado, entre la multitud distingue una figura que le deja pasmado.

—¡HanSol!

Le ve acercarse a paso rápido, casi empujándose para llegar donde está. Entre la imposibilidad de mover sus extremidades a voluntad, solo logra percibir que le tiemblan las rodillas antes de que de un tirón sea finalmente sacado de los brazos inquietos de todos esos desconocidos. Agitado por los espasmos del miedo, del frío nocturno apenas salen al exterior del recinto, y de la felicidad inconmensurable que llena su antes melancólico corazón, no deja de abrazarle ni siquiera cuando se meten en el auto al que es guiado y se entierra en su pecho, tranquilizándose después con el traqueteo del motor y la certeza de tener a la persona que ama justo a su lado.

—Amor, te extrañé, te extrañé tanto…

Acariciando sus cabellos en cada semáforo en rojo disponible, el manubrio se sacude un poco entre sus manos cada vez que escucha la voz de Ten llamándole en susurros. Mirándose a sí mismo por el espejo retrovisor, hace un sincero esfuerzo por sonreír que resulta un tanto infructuoso pero que de todas formas resulta un logro. Se observa, sonriente, y un suspiro de renovadas energías hace que el resto del trayecto sea más tranquilo.

Al llegar a destino y recostar el cuerpo de Ten en la cama de invitados, el que incluso con su fuerte aliento a alcohol —y el aroma impregnado en sus llamativas ropas de algo que no sabe identificar específicamente pero que a la vez sabe perfectamente de qué se trata— se ve adorable tal como un niño pequeño al dormir, sin embargo, su fortalenza se quiebra en un instante.

—Quédate conmigo, HanSol.

Porque por mucho que sepa que Ten está ebrio y drogado hasta la médula, el que le llame por un nombre que no le corresponde y le mire de aquella forma, con los ojos brillantes de necesidad y amor, rompe a Johnny más de lo que él mismo es capaz de prever.

———

El ligero regusto amargo en su boca es el último de los elementos que se apilan en la cabeza de Ten cuando parpadea en medio de la oscura habitación. En primer lugar está el hecho innegable de que no sabe dónde mierda ha llegado a parar. La cama es gigantesca, o al menos mucho más grande de la suya propia porque al estirarse no choca con las paredes; solo siente el tacto frío de unas mantas que, incluso su sueño inquieto, no han sido removidas de su posición original. Tiembla cuando al fin logra sacar un pie fuera de la mullida superficie y, parpadeando más para acostumbrarse a la penumbra, al fin distingue el interruptor que en un instante despliega la belleza del cuarto en donde se encuentra.

Debe de estar soñando. Es imposible que en Chicago exista un lugar tan lujoso y que, más encima, haya estado durmiendo allí hasta solo instantes atrás. 

—Demonios…

Esa y el resto de las palabras sorprendidas que salen de su boca se despliegan en su lengua natal, el tailandés, mientras que a pies descalzos y ligeros abandona la habitación para tratar de identificar el lugar. Al asomarse hacia una ventana gigantesca que permanece con las cortinas abiertas, nota con una sensación creciente de pánico que está a varios metros por sobre el resto de la ciudad, en lo que debe ser una torre de departamentos. A pesar de los intentos por identificar exactamente en qué área de Chicago se encuentra, el miedo y la cantidad de luces que difuminan la noche son parte de las razones por las que desiste en poco tiempo. Lleno de interrogantes, encamina sus pasos hacia un sofá de cuero que le hace hundirse en su cómoda superficie y por lo mismo cierra los ojos.

Apenas al hacerlo, recuerda.

—¡HanSol…!

Retazos de la noche que aún no termina van desfilando, uno tras otro, por su antes confundida cabeza que se aclara con prontitud. Se había puesto a beber, unos chicos fueron su objetivo al bailar, y de ahí ser rescatado por él… sacudiendo la cabeza, una sonrisa amplia aflora en su rostro. De seguro que se encontraba en un hotel increíblemente lujoso, pagado por HanSol, que de alguna forma u otra le había encontrado y que jamás le dejaría ir de ahora en adelante.

Descubre, en un parpadeo de lucidez, lo ridículamente absurdo que suena eso.

Con un temblor en su mano derecha, recoge el que es a todas luces su celular ubicado en medio de una mesa con finos acabados en metal, a juego con el resto del moderno recinto, y sin dar cabida a sus pensamientos busca con la ayuda de sus dedos el indicio en específico que le permita explicar si acaso lo ha soñado o alucinado todo.

El mensaje de que tan solo ha sido una ilusión, para bien o para mal, sí existe.

“Ten, si no vienes en ese preciso momento a verme entonces ni se te ocurra volver en el futuro. Es mi última advertencia”

HanSol lo ha mandado unas cuatro horas atrás; es imposible que bajo cualquier medio de transporte haya llegado en un lapso de tiempo tan corto. La respiración sale apenas de sus labios entreabiertos cuando tiene la necesidad de girar el pomo de la puerta que conduce a una habitación aún desconocida a sus ojos, y sin pensar más, abre.

—Tú…

Entre las mantas de una habitación en penumbra, con la boca abierta y una de sus largas extremidades colgando fuera de la cama, Johnny está dormitando.

Tal vez le ha confundido por su altura, esa que le hace sentir excepcionalmente pequeño al tener que levantar la vista para encontrarse con esos ojos almendrados. Esa que, sin poder evitarlo le recuerda a la diferencia de alturas que tenía con HanSol: cuando sentía sus brazos envolverle por detrás mientras cocinaban algo juntos, o cuando tenía que ponerse en puntillas para alcanzar esos labios tan adictivos…

Sea el motivo que sea, ese no es la persona que buscaba ilusamente encontrar.

Con una súbita sensación de frío que se instala en su estómago, guía a sus pies para encontrar un soporte sólido; es obvio que con el revoltijo que tiene dentro, mezcla de alcohol, sustancias que no logra identificar y tristeza bien conocida, no logrará caminar por mucho tiempo antes de estallar nuevamente en llanto. Es ridículo hacerlo, lo sabe perfectamente, pero el líquido acuoso se acumula de forma automática en sus lagrimales antes de poder hacer nada. Un paso, dos, y al tercero logra al fin sentarse en la cama en que dormita el mayor apaciblemente.

Aprecia, gracias a la iluminación de la habitación que ha dejado atrás, que no se trata de una persona fea, al contrario. Johnny se trata exactamente de su tipo: alto, labios carnosos, ojos sabios, voz seductora, una personalidad condenadamente magnética y sonrisas hechas de pura sinceridad. Acercando la mano hasta su cuerpo, lo apoya al nivel que adivina que está su hombro y una vez allí lo acaricia por encima de las mantas, absorto en la manera que respira, con una tranquilidad que le emboba. Johnny es más que su tipo, mucho más, y lo sabe.

Pero lo que también sabe es que quizá, de ser otras las circunstancias y otra su personalidad —menos endeble y dependiente de alguien que a todas luces le ha tratado como un bote de basura desde el principio—, no habría tardado ni un segundo en caer en sus redes.

Aunque, al terminar acariciando sin querer el pómulo izquierdo de quien sueña con quién sabe qué, logra comprender que tal vez aquel último punto es algo que escapa a su control.

—Ten…

Pega un grito. Johnny le sostiene la mano con la que le ha estado acariciando a hurtadillas y la presiona más contra su pómulo, sin quitarle los ojos de encima. Algo en su mirada le dice algo que le cae como un balde de agua fría.

Es obvio que Johnny ha estado despierto desde el primer momento.

—Me podrías decir, ¿quién es HanSol? Porque hace unas horas me has confundido por él, y no ha sido agradable si te soy sincero…

Una risa desarticulada le advierte que Johnny no está mintiendo, pero más que eso lo que logra eliminar sus barreras de protección es el temblor de esas pupilas, signo inequívoco que realmente le ha dolido. Y mucho.

Arrugando las mantas con su mano libre, y con la otra sintiendo el agradable calor que emana Johnny, suspira.

Y comienza a relatarlo todo.

Para cuando sus palabras finalmente se desvanecen, siente los ojos cansados en medio de la luminosa habitación, producto del amanecer que da paso a una mañana fría. La resequedad que adquiere su boca le obliga a dejar de hablar y, agotado, termina por desplomarse en la cama. Restregándose los ojos para eliminar un poco el ardor que aún sigue en ellos, resopla cansadamente, y al fin es capaz de devolverle la mirada a quien tiene al lado.  

—Siento tardar tanto —masculla con las pocas fuerzas que le quedan. Johnny parpadea, sin demostrar ni una expresión de molestia o hastío; invariante, igual que durante todo el torrente de palabras que acaba de pronunciar. Eso, en vez de empujarle a mantener silencio, solo logra que tenga unas ganas locas de disculparse por ser una grandísima molestia—. Y perdón si te he aburrido pero… necesitaba sacarlo todo, me estaba haciendo daño.

—¿Puedo decirte un par de cosas, Ten?

—…Adelante.

Intenta cerrar los ojos: no quiere ver la forma en que Johnny le regaña por estar diciéndole cosas como esas, o por haber tomado toda la madrugada hablando de lo mucho que extraña a HanSol, o por haber llorado tan patéticamente al mencionar que aún no puede creer que alguien como Yuta se haya ganado el corazón del que se suponía era su novio.

Lo intenta, acallar todo y hundirse en su mente, pero resulta infructuoso porque la mano de Johnny agarrándole de la cintura se lo impide. Demasiado sorprendido como para decir nada, solo se limita a escuchar, y a ver.

Una amplia sonrisa dibujándose en el rostro del hombre de negocios que tiene al frente termina por confundirle más que nada.

—Primero, gracias por contarme todo esto, realmente significa más de lo que podrías creer —Ten baja la mirada por tan solo un instante, pudoroso. Johnny le ha pillado desprevenido. Su voz continuando la oración es suficiente para sacarle de sus atribulados pensamientos—. Y segundo…

La sonrisa desaparece. En su lugar, ve cómo sus labios se aprietan, el ceño se frunce, la presión en su cintura se hace más fuerte.

Y las palabras salen lentamente de sus carnosos labios.

—HanSol es un hijo de puta.

Johnny sabe que tal vez ha ido demasiado lejos, pero no puede quedarse callado. HanSol es, realmente, un hijo de puta en toda regla. Ver a Ten llorar de esa forma y quedar luego con la mirada perdida, casi vacía, es algo que ciertamente no quiere volver a presenciar en todo el resto de su vida. El de nacionalidad tailandesa no se merece a alguien como HanSol; solo una verdadera basura sería capaz de dañar a un chico tan noble como Ten, que exuda bondad y ternura por donde se le mire, por mucho que quiera demostrar lo contrario al salir de fiesta en fiesta y mantener un perfil de falso egocentrismo.

Aquella máscara queda más que en evidencia cuando le ve quedarse en un mutismo total y luego, sin previo aviso, una carcajada ilumina su rostro.

—Ah, un hijo de… —Ten vuelve a reírse con fuerza, dejándole perplejo—. Sí, sé que lo es, solo que soy incapaz de decirlo en voz alta. O de pensarlo siquiera. Gracias por hacerlo en mi lugar.

No responde. Solo se queda admirando la forma en que el antes cansado y melancólico rostro de Ten ahora parece resplandecer con ayuda de su blanca sonrisa, hermosa como ninguna. Luego, se fija en la manera en que se mueve su manzana de adán al tragar saliva, y la forma en que tiembla su labio inferior. Nota que esos ojos antes vivaces por la alegría ahora permanecen fijos en un solo lugar, y un tenue cosquilleo le recorre la espalda al notar que los ojos de Ten están mirando nada más y nada menos que sus labios.

Acercándole por la cintura, se siente más como un mudo acuerdo que cualquier otra cosa cuando finalmente no puede seguir aguantándolo y cierra los párpados para besarle.

El beso transcurre de forma lenta, con Ten deshaciéndose entre sus brazos, percibiendo aquellas manos delicadas aferradas a su espalda. Despacio, logra ingresar a la boca de Ten y se ensaña dulcemente con la lengua del tailandés, disfrutando cada segundo en que cambia de posición para intentar adentrarse más en esa cavidad que le hace latir el corazón con tanta potencia.

Pero a pesar de todo, de la manera en que le desea y el retumbar de sus latidos, se toma todo el tiempo del mundo para apreciarlo y hacerle percibir así lo mucho que significa poder al fin hacer algo como aquello.

Cuando el aire se hace escaso y deposita un último beso sobre la superficie húmeda de sus labios, extasiado nota que Ten no se retira de su lado, al contrario. Su cabellera negra le hace cosquillas en el cuello, y siente la superficie de su distintiva nariz chocando contra su pecho.

Abrazándolo, un regusto amargo que ha quedado de aquel beso —además del ligero sabor salado que las lágrimas anteriormente derramadas habían dejado sobre los labios de Ten— le llama la atención. Suspira, cayendo en cuenta. De seguro con la cantidad exorbitante de alcohol que el menor ha ingerido no recordará nada de lo sucedido cuando despierte, pero eso importa poco y nada.

Las únicas cosas relevantes allí son el hecho de que le tiene acunado entre los brazos, que ha escuchado los motivos detrás de esa mirada llena de nostalgia y que también ha logrado probar un beso suyo cargado de dulzura.

Y eso es suficiente para tener la convicción que, sin importar qué, logrará enamorar a aquel escurridizo tailandés.

De enamorarlo, de la misma forma en que él mismo lo está.

 

Notas finales:

¡Hola! Muuuchas gracias por leer y seguir este fic ;; un comentario, como siempre, es muy agradecido <3

¡Saludos!


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