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Don't Answer [JohnTen] [NCT] por Kuromitsu

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“—¿Danza? ¿De verdad quieres estudiar danza?

La sonrisa que Ten mantiene en los labios al confesar finalmente su mayor sueño, se deshace al fijarse en el rostro de quien tiene al frente. Baja la cabeza, intentando no dejarse llevar por el pánico; es imposible que él también  reaccione tal como lo ha hecho su familia, con palabras mordaces, indicándole de que se trata de un objetivo de vida estúpido y poco realista.

—El profesor de danza del instituto me dijo que lo intentara —susurra, aún con una débil sonrisa—. Dice que tengo talento y que si me esfuerzo podría-

—Una cosa es que vayas a ese taller, o que me bailes bien en privado —las orejas le arden al escuchar algo que no es más que la verdad, y que se ha repetido varias veces en el curso del año que llevan juntos; año que ha sido más que excelente porque, la verdad, su novio es todo lo que siempre ha soñado—, y otra muy distinta que quieras vivir de ello.

—HanSol…

—No seas ridículo, Ten. No sucederá.

Guarda silencio, y cierra los ojos al notar que el suelo, lugar donde está dirigida su mirada, parece cubierto tras un velo de agua traslúcida. Tragar un poco de saliva ayuda un poco a disolver el nudo que se ha instalado en su garganta por sus palabras cortantes y afiladas como un cuchillo; sin embargo, parece cobrar fuerzas al sentir un beso tranquilizador en su frente, y a pesar del dolor le sonríe a HanSol cuando este le obliga a mirarle.

—Perdón, pero sabes que debemos tener los pies en la tierra. Y lo cierto es que, si queremos vivir juntos, no hay forma de que sobrevivamos si terminas inscribiéndote en algo tan caro como danza. ¿Acaso quieres quedarte en casa de tus padres hasta que cumplas los veintitrés?

—¡No, amor! —responde casi de forma automática, con el terror acumulándose en su estómago. Decir que ama pasar tiempo en la residencia de un dormitorio donde HanSol se queda según las políticas de intercambio estudiantil sería, a todas luces, quedarse corto. Ya ha perdido la cuenta de las veces que sus padres le han advertido que pasa demasiado tiempo fuera de casa, y las palabras preocupadas de su hermanita menor de que ha cambiado, que ya no es el mismo, parecen a estas alturas estar grabadas a hierro vivo en su cabeza. Mas, no puede evitarlo. Ji HanSol, su hermoso Ji HanSol, es lo único que necesita para ser feliz—. Sabes bien que quiero irme a vivir contigo lo más pronto posible y…

—Entonces saca ese sueño irracional de tus pensamientos. Terminaremos el instituto, nos pondremos a trabajar, viviremos bajo el mismo techo y todo será mejor. Estaremos juntos. Solo los dos.

Cierra los ojos, donde aprovecha de enterrar aquella ilusión en algún lugar bien profundo de su corazón, donde no vuelva a aflorar más, y para cuando vuelve a abrirlos al fin puede sonreírle con tranquilidad. No importan los sacrificios, porque HanSol es el mayor de sus sueños.

Y sabe que él no le pediría renunciar a algo tan importante de no amarle profundamente, tal como le ama de vuelta.      

—Solo los dos —asegura, extendiendo las puntas de sus pies para alcanzarle en un beso.

Al intentarlo falla, pues todo se desvanece en el aire antes de siquiera poder besar sus labios, y es ahí que Ten se da cuenta que solo ha estado recordando en sueños.”

—Ten, Ten.

Como si le hubiese caído un balde de agua fría sacude la cabeza en ese preciso instante, y no puede evitar parpadear rápidamente ante las pupilas oscuras de John Seo quien, vestido de traje y corbata, desentona un poco con la atmósfera relajada del café al que ha sido invitado después de terminado su turno.

—¿Qué? —susurra.

—Oh, nada, es solo que parecías un poco ido —le escucha responder con una sonrisa de oreja a oreja, a la que es incapaz de mancillar mediante el uso de la verdad. No hace falta pensarlo dos veces; de mencionarle que estaba recordando el sueño que ha tenido la noche anterior, un fiel recuerdo del pasado con HanSol, probablemente borraría de un sopetón la alegría de su rostro. Y no es momento para ello—. ¿Te sientes bien? ¿Acaso volviste a dejar la llave del gas encendida?

Lo que Johnny le menciona en un ligero tono de burla termina por hacerle reír, sintiendo al mismo tiempo una horrible tirantez en los labios al hacerlo. Al volver a casa, después de entregarse a Johnny por completo, algo —tal vez sentirse en las nubes después de ser tocado en forma tan deliciosa por él, o quizá la insana desesperación que le atacó al leer ese mensaje de HanSol; no quería atribuirlo a nada en específico— le había hecho encender uno de los fogones de la cocina para prepararse algo que reconfortara su estómago. De ahí, sus recuerdos aparecían difusos en su mente: alguien que aporreaba la puerta, unos tipos depositándole en una camilla, su corta estancia en un hospital con un pronóstico más que favorable debido a la pronta acción de sus vecinos que habían sentido la emanación de gas.

De todo ese embrollo, que bien llevó toda la semana anterior, lo único capaz de recordar con claridad es la mirada dulce y preocupada de Johnny a su lado. 

—Por favor, solo olvidarme de eso.

—Lo siento, me imagino —es incapaz de siquiera enojarse con él pues su mirada de sincera culpabilidad es suficiente para entender que no lo ha dicho con malas intenciones, al contrario—. En serio perdona por mencionarlo, es solo… es solo que odio verte así, Ten.

—¿Así cómo?

Se ve en la obligación de dejar sobre la mesa la taza en la que bebe su latte macchiato, pues los dedos le tiemblan al sentir el contacto de la mano de Johnny, la que siente suave contra su mejilla. Mira con rapidez a ambos lados; por desgracia, a nadie parece importarle la forma afectuosa en la que el mayor le está tratando. Aunque hay alguien a quien claramente sí le molesta esa manera tan cariñosa de ser de Johnny. Esa, tan ridículamente pura, sin pretensiones ni deshonestidad de por medio, que impide que termine odiándole.

Y es que es el mismo Ten que no sabe cómo decirle que se aleje, porque detesta lo difícil que se torna el concentrarse en algo cada vez que siente el tacto cálido de los dedos de Johnny en su piel.

Lo complicado, además, que se vuelve el intentar manejar la situación a su antojo tal como siempre ha hecho con sus ligues anteriores. 

—Así…

John Seo se fija en los piercings de Ten, los que relucen cuando este gira su cabeza para cortar cualquier tipo de contacto visual, y una vez más comprueba lo hermoso que el tailandés luce en toda ocasión; incluso en momentos como este, donde es incapaz de palpar su verdadera personalidad y lo único que nota es su mirada de indiferencia, de desgana, como si no quisiera estar allí sino que en cualquier otra parte. Aunque al mismo tiempo, lo que sabe con absoluta certeza, es que en el fondo Ten no es así.

Lo puede ver en sus ojos.

—…desganado, casi como si odiases estar acá.

—Pero hay una forma de solucionarlo —le escucha decir, apartando con un simple gesto su mano, la que deja flotando en el aire un par de segundos antes de ponerla otra vez sobre sus rodillas—. Hay un lugar al que quiero ir.

—¿Tailandia?

—No —casi se traga su mentira, pero recuerda justo a tiempo la forma contradictoria y escurridiza que tiene Ten para defenderse a sí mismo del daño. Conoce algunas de sus tácticas para obtener todo lo que quiere y, lamentablemente, saberlo de antemano no es suficiente para salvarse de sus encantos—. Quiero estar en tu casa. En tu dormitorio. Contigo.

No es la primera vez que ha escuchado sus insinuaciones después del primer encuentro sucedido hace una semana, y no sería la primera en negarse, tampoco. Bebe los últimos restos de su americano para rebuscar en su billetera los fondos que quedan después de que la empresa literalmente se esté yendo a pique. Los billetes —que escasean frente al tan adorado plástico, el que en forma de cuatro tarjetas ha sido su salvación ante el mal panorama laboral que está atravesando— son sin embargo suficientes para pagar la cuenta, la propina y un poco más. Los deposita debajo de la taza de la cual ha estado bebiendo, lo suficientemente ocultos para no ser percibidos a menos que se esté muy cerca, tal como lo estará la amable señorita que les ha atendido durante la corta instancia en la cafetería. Duda apenas un segundo, pero se levanta de todas formas del asiento. Ten le mira desde el sillón del frente, perplejo.

—Vamos entonces.

Una sonrisa pícara en sus labios y el roce de unos labios en su mejilla después, se encuentra en la cabina del conductor, sin saber si lo que está haciendo está en lo correcto o no.

Sin embargo es la forma delicada en que Ten apoya la cabeza en su hombro, con la mirada perdida en el paisaje de concreto que van dejando atrás, el factor decisivo para seguir conduciendo en dirección a su departamento. Esta vez, de forma más lenta sobre la carretera.

La persona de la cual se ha enamorado tiene muchas facetas. Está el Ten insinuante, el tímido, el misterioso, y sobre todo el que sabe que está ahí: el verdadero Ten, ese que no teme sonreírle a la vida. Ese que, lamentablemente, está oculto detrás de miedos irracionales, que transforman su semblante hasta dejarle prácticamente vacío.

Esa misma faceta es la que nota en sus pupilas, cuando voltea a verle al llegar a un semáforo en rojo. Antes de que se ponga verde, alcanza a besarle en los labios, y reemprende el rumbo intentando no pensar en lo bien que se ha sentido acercarse a él después de tanto.

Aunque no puede evitar sonreír cuando Ten posa su mano sobre la que tiene en el manubrio, y que se queda allí incluso después que llegan a destino, entrelazándose con la suya propia.

———

—Ven, bésame.

—Ten…

Empieza igual a como lo ha podido prever: Ten se pone en puntillas apenas cruzan la puerta y le acerca hacia él, utilizando una de sus manos libres para recorrer sin pudor alguno su abdomen, subiendo hasta alcanzar sus pectorales y, de ahí, siente su camisa ser desabotonada de a poco. Le devuelve los besos con frialdad, y no porque realmente no desee con fervor aquellos labios.

Es que ha sido suficiente tiempo dejándole hacer lo que se le viene en gana.

—La última vez se sintió bien, ¿no es así? —le ve susurrar con una sonrisa lujuriosa, antes de ser envuelto en otro beso que termina pronto ante su nula participación en él. Un ceño fruncido se instala en su antes limpia frente—. Accediste a traerme a tu departamento, sabías perfectamente a lo que venía.

—Ten, deja ya de jugar. No hay necesidad de que lo hagas.

Cualquier traza de optimismo se borra de su rostro, junto con su ceño fruncido. La mano que se ha colado por la camisa entreabierta y que palpaba sus abdominales se retira en ese mismo momento. Al frente, solo quedan sus pupilas temblorosas, casi como si hubiese sido descubierto en pleno delito.

—¿Jugar? No sé… no sé a qué te refieres, Johnny-

—¿Quieres que te lo diga de forma directa? —le responde, sin levantar la voz en ningún momento, manteniendo la serenidad pese a que su interior caldea por dejar salir todo lo que le ha mantenido en un verdadero lío desde la primera vez que conoció su cuerpo y, con ello, su perdición—. Solo me quieres por sexo, lo sé, tú y yo lo sabemos, pero piensas que yo también te busco solamente por eso, ¿verdad?

—Yo…

—No te estoy juzgando, solo expongo los hechos —interrumpe, acariciando la cabellera del más bajo, quien se muerde el labio inferior—. Pero si fuera así, créeme que no pensaría en ti durante todo el día tal como hago, ni sentiría estas ganas tan grandes de protegerte de todos y de ti mismo inclusive, porque sé que lo del gas no se trató de un accidente.

Guarda silencio por un segundo, esperando que el tailandés lo niegue, que proteste ante aquella dolorosa afirmación que bien le ha dejado sin dormir pensando que en cualquier momento podría suceder una catástrofe.  

Las pupilas de Ten tiemblan, y le ve desviar nuevamente la vista. Inspirando hondo, juntando energías, es que prosigue.

—No hay necesidad de usar máscaras conmigo, Ten. Te quiero, y no me iré, a menos de que tú me lo pidas. ¿Es eso lo que deseas?    

Le ve negar enérgicamente, y es ahí cuando toma su delicado rostro entre las manos, admirando el hecho de que al fin es capaz de observar su personalidad vulnerable, sin escudos de por medio, tal como ha deseado desde hace mucho.

—Entonces me quedaré contigo, dulzura.

Se hunde en sus labios, esta vez, sin esa horrenda ansiedad de por medio. Son besos puros, lentos, los que terminan llevándoles a la cama, donde la ropa se desliza de sus cuerpos que quedan ocultos tras las mantas. Acariciándolo y sintiéndole más suyo que nunca antes, sin embargo, no es necesario enterrarse en su interior para comprobarlo. La mano delgada de Ten se envuelve en su miembro y hace lo mismo con el del menor, mientras le sostiene la mirada, momento que solo se ve interrumpido cuando debe cerrar los ojos al besarle. Los suspiros se convierten en jadeos, y luego en gemidos, que son un verdadero deleite en sus oídos pues es una faceta que tan solo él es capaz de conocer acerca de Ten: esa vulnerabilidad que se apodera de él en la intimidad.

Le sonríe, con complicidad. Ten devuelve la sonrisa, la que se pierde ante un nuevo jadeo que le deja con el rostro oculto en su hombro. Sabe que está cerca de llegar al orgasmo cuando siente sus dientes morder la superficie de su piel, y aumenta la rapidez con la que le está masturbando. Un “Johnny”  siendo murmurado y la presión ahora lánguida en su miembro le indican que Ten ha llegado, y la adrenalina del momento junto con la suave forma en que la pequeña mano del contrario sigue envolviéndole pese al placer que claramente le invade, son suficientes para alcanzar la gloria también.

Johnny sabe en ese preciso instante que, pese a no decirlo de forma directa, Ten ya no puede considerarse más un simple conocido en su vida. Y ama que su estatus haya cambiado.

Tal vez no es su novio, tal como desearía. Tanto más da. Verle sudoroso a su lado, dormitando con una paz que parece casi irreal, es mucho más que suficiente por ahora. Se levanta de la cama en busca de toallas de papel que le permitan limpiar el desastre ocasionado entre las sábanas, y reprime una carcajada cuando escucha a Ten quejarse entre sueños mientras se asegura de limpiarle a él también. Al botar el papel dentro del basurero del baño y limpiarse las manos a conciencia, listo para volver a la cama, un pequeño zumbido detiene en seco sus intenciones. Sus pasos le llevan hasta el celular del menor, el que acaba de recibir un nuevo mensaje.  

“¿Cómo es eso de que estás en Estados Unidos? Tuve que contactarme con tu madre y eso es lo que me ha dicho, está mintiendo, ¿verdad? Ten, serías incapaz de hacerme algo como eso, sabes que yo te amo.”

No ha querido leerlo, pero sus ojos son más rápidos y aprieta los dientes ante el nombre del responsable tras ese mensaje tan de víctima que le enferma. Da un pequeño vistazo sobre su hombro. Ten sigue durmiendo, sin advertir nada. Siente un regusto de culpabilidad que se hace minúsculo ante las ansias irrefrenables que tiene por pagarle a Ji HanSol con la misma moneda.

Ansias, que pasan por encima de su sentido común y le llevan a escribir un mensaje de respuesta.

“Ten está bien lejos de ti. Es mejor si no vuelves a molestarle. Y quédate tranquilo, que lo cuidaré mucho mejor que tú.”

Solo después de mandar el mensaje es que cae en cuenta de lo estúpido que ha sido al cometer algo como eso, pero a pesar de todo, sonríe al salir al balcón que da hacia el ambiente nocturno de Chicago, con apenas una vieja camiseta color gris y pantaloncillos azules.

Se encuentra a escasos metros de Ten; HanSol, por su parte, está a miles de kilómetros. No tendría por qué temer, pero sabe mejor que nadie que los vellos en sus brazos al descubierto no se encuentran erizados precisamente por la fría brisa presente en el ambiente. Su estado de alerta aumenta cuando el teléfono que lleva aún en su mano derecha vibra, esta vez de forma más prolongada.

Y casi con violencia aprieta con el dedo pulgar el botón verde antes de llevarse el dispositivo al oído.

—Hola, HanSol. 


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