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Hubiéramos Sido Reyes por Bellyster Christien

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Notas del fanfic:

Nota de la autora: Un montón de gente me dijo que esto era aburrido cuando comencé a escribirlo. Como consecuencia, me deprimí, bebí al hilo tres botellas de gaseosa de cola, y reescribí todo. Tres veces.


Pero entonces me di cuenta de que no era lo que quería para la historia, no quiero escribir un montón de escenas de violencia sin sentido y llamativas (Para eso esta Alex). Esta es diferente, porque es la primera historia no erótica, ni gore, ni de fantasía que escribo. Esta es una historia diferente, porque es sobre algo que no es popular, pero que me gusta: La realidad del mundo, la amistad, los ideales. La realidad que veo en mi universidad, en las calles de mi barrió, llena de tropiezos y sueños grandes, sueños de ser algún día los reyes que cambien este mundo para mejor. 


Cualquier comentario, critica o incluso amenaza, sera bien recibida, así que no se corten, que todo eso me ayuda a mejorar y crecer como escritora. Y disculpa si esto es muy aburrido y sienten que les he echo perder el tiempo. 


 Les dejó la canción "The Diary" de Hollywood Undead para acompañar este primer cap. Espero que disfruten la lectura, tanto como yo disfrute escribiendo. 


Esta historía también esta siendo subida a Wattpad, por si quieren echarle un vistazo a la portada: Aquí. 


Y les dejo la pagina de la historia en face, donde compartiré noticias, material y un montón de cosas. 

 Sabemos lo que somos; pero no lo que podemos ser. 


 —William Shakespeare. 


 La tragedia de Hamlet, Príncipe de Dinamarca, 2003. 


1


Maldecir entre dientes, alzar el puño con desgano y golpear el despertador para hacerlo callar. Son apenas las 5 a.m., y tengo suerte de haber conseguido dos horas de sueño. Cuesta abrir los ojos, cuesta comenzar a moverse, todo mi cuerpo quiere permanecer inmóvil. La idea de tener que levantarme hace la angustia expandirse dentro de mi pecho; un signo claro de depresión que ignoro por completo.


Una ducha con agua caliente, tanto que lastima la piel. Una ducha rápida, porque mamá comienza a aporrear la puerta diciendo cosas sobre economía, ahorro y gas. No hay tiempo de relajarse.


Vestirme con un uniforme caro de una escuela cara. Acomodar mi cabello furiosamente para lucir más presentable.


Sentarme a desayunar y apenas tocar la comida. Desaparecer en cuanto mamá aparta la vista.


Guardar apresuradamente en una vieja mochila los cuadernos, carpeta, apuntes, libros, libreta, teléfono, audífonos y tickets del autobús. Salir del departamento caminando a las 7:00 a.m.


Dimitri ni siquiera sentía como si fuera él quien hacía esas cosas cada mañana. Más bien, su cuerpo se movía solo, empujado por la inercia y la determinación de los supervivientes. Repetía su pequeña lista de acciones como una receta mágica que odiaba con todo el corazón; la prueba más vívida de la miseria que lo envolvía, de su realidad previsible, monótona y odiosa. Podría haber sido reemplazado por un robot, y el resultado habría sido el mismo.


Al salir, dio la bienvenida a la brisa fresca de la mañana. Siempre conseguía arrancar las telarañas de su mente, despabilarle. Atravesó las calles grises observando de reojo su fantasma en los cristales de los autos, en las vitrinas de las tiendas cerradas y en las ventanas. Vio en ellas la imagen de un chico modelo, la clase de bastardo demasiado perfecto que todos creen que tiene la vida comprada. Un cosquilleo de irritación que conocía bien le revolvió el estómago.


Sonrió con ironía al pensar que era más o menos cierto: dentro de apenas 40 minutos, el espectáculo volvería a comenzar. Daría el discurso de bienvenida, y todos se deleitarían con la vista del privilegiado estudiante que había conseguido tan destacable honor.


Se detuvo en medio de la calzada para respirar profundamente. La irritación convirtiéndose en algo más fuerte, incontenible, intenso. Ni siquiera pensó en intentar refrenarse. Observó a su alrededor y descubrió que no estaba solo, pero la persona más cercana era un señor mayor que no representaba ninguna amenaza, los demás estaban demasiado lejos para hacer nada.


Divisó una piedra aproximadamente del tamaño de su puño y la recogió. La arrojó al aire y volvió a cogerla un par de veces, para familiarizarse con su peso. Sutil, agradable, perfecta. Su rostro no se había alterado en lo más mínimo.


Entonces se enfrentó a su enemigo, a su propio reflejo en el cristal de una zapatería. Dejó que la rabia y la repulsión que sentía por aquella imagen inundaran sus sentidos, embriagándolo. Aquel era, precisamente, el tipo de persona que más odiaba. Lanzó la piedra justo entre los ojos, esperando verlo llorar, quebrarse, caerse a pedazos. El cristal estalló en mil trozos, pero un instante antes de que se desvaneciera, Dimitri creyó ver una extraña sonrisa formarse en sus delgados labios.


No se detuvo a pensar en ello.


2


Dimitri carraspeó, sonrió y miró al frente aparentando sentirse bien. Dos pequeños reflectores apuntaban directamente hacía él desde arriba y un micrófono sobre un podio amplificaba su voz para hacerla llegar a todos los rincones del teatro. Había flores a un lado; una maceta de lirios blancos invocando la mala fortuna.


Diviso a Jim entre el público, con su cabello rubio alborotado como si acabara de levantarse y una sonrisa radiante, que enseñaba muchos dientes. Lo estaba saludando con una mano. No devolvió el gesto, pero Jim notó que lo estaba observando y pareció satisfecho.


Aparte de Jim, los alumnos tenían una expresión mortal de sueño y desagrado. La disciplina era muy estricta y no se atrevían a conversar, temiendo un castigo, pero algunos no habían podido evitar quedarse dormidos. Era natural, llevaban una hora escuchando vejestorios dando charlas de moral; una tortura insuperable para cualquier estudiante.


Dimitri dio los saludos pertinentes y comenzó a repetir las palabras que había aprendido:


—No queda mucho por decir. Los maestros ya nos han ilustrado con las nuevas reglas y la importancia de la educación más que suficiente. Me han pedido que los motive, y eso no es tarea fácil cuando aún no empiezan las clases y la mitad está a punto de quedarse dormido. —Algunos chicos rieron, otros tantos se acomodaron en sus asientos. Su voz era alta y vivaz; llamaba la atención—. Pero hay unas cuántas cosas que me gustaría decirles, y si me escuchan con atención, prometo que no tardaré nada, y todos podremos salir de aquí a respirar aire fresco.


Fingía ser simpático, y funcionaba. Les decía lo que querían escuchar, lo que querían decir pero no podían. Dimitri era bueno en eso.


—La primera de estas cosas es que somos afortunados. No quiero aburrirlos hablando de niños hambrientos y genocidios, pero lo cierto es que cada día pasan cosas malas...


Dimitri cerró la puerta de la pequeña cabina del inodoro y se sentó sobre la taza con ganas de llorar. A través de la puerta escuchaba risas, charlas animadas, voces llenas de vida. Su discurso había sido un éxito; habían estado encantados. Los chicos se habían reído, los maestros lo habían aprobado. Todo estaba bien.


Excepto que no estaba bien, nada estaba bien, porque no era nada más que una interminable sucesión de mentiras gastadas que dejaban en su boca un sabor amargo. Pero tenía que mentir, lo necesitaba. La otra opción era demasiado mala.


No podría soportar volver al psiquiatra y definitivamente intentaría ahorcar al próximo psicólogo que intentara indagar acerca de sus fijaciones sexuales. Ya les diría por donde podían meterse sus manchas, dibujos y al mismísimo Freud.


Escuchó unos golpes suaves en la puerta de su cabina.


—¿Dimitri? ¿Estás bien? Llevas mucho tiempo ahí —preguntó Jim en voz baja.


Dimitri alzó la vista y miró la puerta con rabia. ¿No podía estar en el baño sin que alguien lo molestara?


—Estoy de maravilla —respondió.


—Oh, vale.


Los pasos se alejaron de la puerta, y Dimitri puso en práctica la buena y útil técnica de contar hasta diez. Una y otra vez, hasta que se relajó y pudo respirar con normalidad.


Salió del baño y encontró a Jim apoyado en los lavabos, mirándolo con su sonrisa de siempre.


—Es un poco tarde, se van a enojar si nos tardamos mucho.


—Ya. Dame un segundo.


Empapó su rostro en agua fría, agradeciendo su alivio. Observó su rostro en el espejo encontrándose con su habitual aspecto inofensivo, excepto por un par de ojos grandes, afilados y astutos, como los de un gato. No en vano dicen que los ojos son las ventanas del alma.


—Tu discurso fue sublime —dijo Jim, utilizando su palabra favorita—. Estabas ahí como... No sé, era como si brillaras. Como esos tipos de Hollywood.


—Gracias —respondió Dimitri, intentando mantener la paciencia.


—Pero de verdad. Mi padre siempre dice que ser un buen orador es un talento, que abre muchas puertas. Podrías ser un político, por ejemplo...


—Cierra la boca.


Jim lo hizo inmediatamente, con los ojos como platos. Dimitri le hizo un gesto y salieron rumbo a su salón.


—No quería molestarte, lo siento. —Jim no era nada bueno guardando silencio.


—No pasa nada.


En la puerta del salón se encontraron con un muchacho fornido bloqueando la puerta mientras hablaba con sus amigos. Le sacaba a Dimitri al menos una cabeza de altura. Su nombre era Derek. Llevaba los pelos de punta con mucho gel y tenía expansiones en las orejas.


—Buenos días —saludó Dimitri amablemente, deteniéndose frente a él.


Un breve espasmo de ira recorrió el rostro de Derek. Alzó una ceja y apretó la mandíbula.


—¿Quieres que te parta la cara, principito?


—Solo quiero pasar.


Se miraron uno al otro con desprecio. En los ojos de Derek podían leerse intenciones desagradables, pero Dimitri no le tenía miedo. Puede que su aspecto fuera débil, pero no era cobarde. Tenía el apoyo de maestros y estudiantes, que siempre se pondrían de su parte. En realidad, no había nada que temer.


—¿Por qué debería dejarte pasar? —rió Derek, alzando las cejas.


Dimitri miró de reojo a los amigos de Derek; los conocía, no eran tan malos, y no tenían ningún rencor hacia él. Jim se removió nervioso y se acercó más a él, buscando su protección.


—Nos van a regañar —dijo Dimitri encogiéndose de hombros, luego dio por cerrado el asunto y volteó hacia los demás—. Hola chicos, ¿qué tal las vacaciones?


Una réplica aireada murió en los labios de Derek. Miró a sus amigos, a Jim, a punto de orinarse encima de miedo, y por ultimo a Dimitri, que lo ignoraba con todo descaro. Sus ojos se encontraron los de Frank, que le miraba con dureza.


«No te metas con él,» quería decir, «si dice algo estamos jodidos».


Derek era temperamental, pero no idiota. Sabía cuando era mejor una retirada. La última vez que había encerrado a Dimitri en un baño habían estado ayudando con la limpieza tres meses; todos estaban de su parte.


—Has lo que quieras —dijo, y se metió al salón dando fuertes pisadas.


3


Dimitri avanzó de puntillas y se detuvo frente a la habitación de sus padres. Estaba descalzo para hacer el menor ruido posible, pero se movía con la confianza de quien sabe lo que hace. Giró el pomo, empujó, y la puerta se deslizó silenciosamente.


Su figura era poco más que una sombra cuando se coló por la abertura y dio un vistazo al interior. Su padre bordeaba los cincuenta, era obeso y yacía de lado solo con la ropa interior puesta. Su madre se había quedado dormida con el teléfono móvil en la mano y aún daba la impresión de estar mirando la pantalla. Ambos completamente inmóviles, medio cubiertos por las mantas. Sobre el velador, un reloj indicaba las 00:13 con brillantes letras rojas.


No había tiempo que perder. Dimitri respiró hondo y comenzó a registrar el cuarto, siendo lo más silencioso posible. Se arrodilló juntó a la cama buscando los pantalones de su padre, atento a cualquier señal de que estuvieran despertando, y lo revisó a fondo: había algo de dinero, un par de documentos. Guardó un billete de 20 en el bolsillo de su sudadera y moduló en silencio la palabra «gracias». No encontró las llaves. Hizo lo mismo con la ropa de su madre, pero tampoco hubo suerte.


Sabía que tocaba buscar en la mesita de noche, pero era la parte más difícil. Avanzó por el costado de la cama hasta quedar frente al velador. Su madre estaba tan cerca que sin duda despertaría con el menor sonido, era de sueño ligero, siempre atenta a las locuras de su hijo. Dimitri iba a abrir el cajón, cuando las vio; ahí, junto al reloj, un colorido manojo de llaves, como un regalo.


Tan cuidadosa y lentamente como pudo, las levanto. Esa era la clave para que el ruido no echara a perder todo lo que había logrado. Observó a sus padres por última vez, pero seguían en el séptimo sueño. Sonrió y salió de la habitación.


Una vez fuera se permitió disfrutar un momento del triunfo mientras caminaba de regreso a la sala, se sentó en el sofá y se puso las zapatillas. Desde el balcón entraba la luz clara de la luna casi llena, e iluminaba lo suficiente para ver con claridad. Fue hasta la cocina y sacó una manzana de la canasta que había sobre la encimera. La sostuvo en su mano, fascinado por su color negro en contraste al rojo brillante que tenía durante el día. Dio una mordida, sintió el placer del dulce jugo en su boca y suspiró.


Era hora de irse.


Finalmente podría salir de su maldita prisión y tomar algo de aire. Estaba más despierto de lo que nunca se sentía durante el día. La sangre bombeaba en sus venas con fuerza, con ansiedad, desesperado por alcanzar la libertad con la que fantaseaba constantemente.


Conocía las llaves de memoria, así que no le costó encontrar la que necesitaba y salir al pasillo. Dejó la puerta sin seguro y se lanzó hacia la escalera de incendios, que le recibió como a un viejo amigo. Amaba la sensación de la estructura metálica balanceándose por el viento y el aire fresco haciéndole sentir que casi podía volar. Crujía bajo sus pies a cada paso, amenazando con romperse en cualquier momento, pero eso era parte de la gracia. Al llegar a tierra firme acomodó con cuidado la capucha sobre su cabeza para asegurarse que su rostro quedara oculto a las ventanas del edificio, lleno de momias chismosas al acecho.


Hoy estuvo cerca, pensó recién entonces. Había estado a punto de perder el control.


Era tarde y por las calles casi no había coches. Se respiraba paz. Por algunas ventanas se insinuaban las vidas de los ocupantes de las casas, unos haciendo el amor, otros la guerra, otros ahogando la soledad con programas de televisión. Dimitri se deleitaba imaginando, como si fueran cajas sorpresas, cuáles serían los problemas que se vivían en el interior de cada una. Cáncer, violencia, a ti te abandonaron tus hijos, ¿a que sí?


Descubrió a tres muchachos haciendo una fogata en un terreno baldío, junto a un viejo bloque de departamentos. La noche era cálida, así que no había necesidad, pero era divertido. Dimitri conocía ese lugar, había quemado cosas ahí antes. Los vecinos eran de lo peor y habían llamado a la policía de inmediato. Aún recordaba los gritos, las miradas inquisidoras, la carrera desesperada que había emprendido por las calles, solo para que al final le atraparan de todos modos y sus padres fueran por él a la comisaría. Era un mal lugar para jugar.


Podría pasar de largo, sin advertirles, y dejar que se liaran solos. Los observó desde lejos dar vueltas alrededor y arrojar distintas cosas al fuego. Uno de ellos, una chica, estaba sentada en un tarro y removía las brasas con un largo palo. Un sujeto alto, con estilo punk y un extraño cabello —mitad rapado, mitad teñido de verde— se había hecho una antorcha y posaba con ella imitando a un cavernícola. Dimitri se preguntó cuánto tiempo llevaban ahí y cuánto les quedaba. Alzó la vista y se encontró con figuras oscuras, medio iluminadas detrás de los visillos, observándolos.


Suspiró dándose por vencido. ¿Qué importaba? Lo peor que podía pasar era que le hicieran daño, y estaría casi agradecido. Una acción estúpida en una colección de acciones estúpidas. Sonrió y avanzó hacia ellos.


Solo hazlo.


Dio pasos largos, con una confianza que no sentía, sintiendo su corazón palpitar con fuerza por la emoción a medida que se acercaba.


La chica fue la primera en verlo, inclinó la cabeza, arrancando destellos rojizos a su cabello por el reflejo de las llamas, y le sonrió.


—Hey chicos, tenemos compañía —anunció a sus amigos alegremente.


El muchacho de la antorcha se volvió a mirar a Dimitri. Estrelló el extremo de su palo en el piso, arrojando pequeñas chispas al aire, que flotaron a su alrededor por un momento. Estaba parado con una intimidante pose de bravucón.


—¿Qué demonios quieres? —preguntó.


Al otro lado del fuego, la figura del último muchacho se inclinó hacia atrás para observar la escena.


—Calma, juro que no muerdo. —Dimitri dio una última mordida a su manzana y lanzó el corazón hacia la fogata. El resto de la fruta describió un elegante arco en el aire y aterrizó justo en el centro de las llamas—. De hecho vine a advertirles.


Al muchacho de la antorcha no le hizo gracia.


—¿Ah sí? Habla entonces.


—Jona, por favor —dijo la chica—. Sé amable.


—Mis pelotas, que hable primero —escupió él. Volvió a golpear su antorcha y lanzó más chispas por el aire. Dimitri supuso que además del paño que tenía en la punta para producir las llamas, habría algo de metal y era eso lo que daba el efecto.


—Si se quedan aquí, va a llegar la poli en nada —dijo Dimitri—. Los vecinos de esta zona son unos amargados de lo peor.


—¿Porque debería creerte? ¿Quién rayos eres? —El muchacho de la antorcha, al parecer llamado Jona, alzó una ceja.


—Me llamo Dimitri, vengo a veces por aquí. Me pasó una vez, llamaron a la poli y no estaba haciendo nada, pero de todos modos tuve que aguantar que me llevaran detenido.


—Oh, que fastidio —dijo la chica—. Tendremos que irnos.


Jona la miró incrédulo.


—¿Solo porque un niño lo dice?


—No voy a dejar que me arresten si puedo evitarlo.


El muchacho al otro lado de la fogata se puso de pie y se acercó a Dimitri. Era tan alto como Jona, de cabello castaño, y vestía una cazadora negra. Lo saludó con la mano y sonrió amablemente.


—Mucho gusto, yo soy Charlie. Estos son Jona y Cassie. —Señaló a sus amigos sin dejar de observar a Dimitri—. No quiero pensar mal de ti, pero... ¿Seguro que no intentas jugarnos una broma?


No era agresivo, al contrario, hablaba con amabilidad. Aún así resultaba más intimidante que Jona. Observaba a Dimitri fijamente, sin parpadear, como si quisiera leer dentro de su alma. La luz de la antorcha de Jona hacía que solo un lado de su rostro estuviera iluminado, lo que era un poco perturbador pero, a la vez, intrigante.


—No es broma. Parecen agradables y quise avisarles.


La mirada de Charlie era de aquellas que provocan retroceder e inclinar la cabeza con respeto, pero Dimitri se esforzó en responder con la misma determinación. El silencio se prolongó por una eternidad, solo con el sonido del crepitar de las llamas de fondo.


—Le creo —anunció Charlie finalmente, volteando hacia sus amigos y liberándolo. Dimitri sintió un inmenso alivio.


Jona soltó una palabrota y lanzó su antorcha a la fogata.


—Apaguemos esto y larguémonos —dijo Cassie, bajándose de un salto del barril, con la gracia de una bailarina—. Niño, ¿Dimitri?, ayúdanos con esto.


Entre los cuatro echaron puñados de tierra sobre el fuego hasta ahogar las llamas. No se sorprendieron del todo cuando escucharon cerca el sonido de una patrulla. Quizá no iba en esa dirección, pero la paranoia es difícil de evitar en ese tipo de situaciones. La fogata aún no estaba apagada del todo, pero se había reducido a trozos de madera encendidos al rojo, y nada más.


—Es suficiente, vengan por aquí —dijo Charlie sacudiendo sus manos y echando a correr. Sus amigos fueron tras él y, por último, Dimitri, después de un momento de duda. Rodearon el edificio, se metieron por un estrecho pasaje y salieron del otro lado, lo bastante lejos para estar a salvo. Se detuvieron a tomar aliento y Jona miró a Dimitri frunciendo el ceño.


—¿Y tú que vas a hacer ahora? ¿Te vuelves a casa?


—No lo creo, daré unas vueltas por ahí, supongo. —Se encogió de hombros.


El sonido de la patrulla se hizo más fuerte, y luego se detuvo. Así que quizá sí iban a por ellos después de todo.


Felicidades, Dimitri, acabas de correr un riesgo estúpido, pensó. Se sentía mucho mejor.


—¿No van a enojarse tus padres? —dijo Cassie.


—No les importa —aseguró Dimitri. Porque no lo saben.


Charlie y Cassie cruzaron una mirada significativa, y Charlie le dirigió un leve asentimiento. Cassie volteó a ver a Dimitri con una sonrisa.


—Si quieres, puedes venir con nosotros.


Dimitri, que no esperaba una invitación, se quedó boquiabierto. Una punzada de temor revolvió su estómago. Definitivamente su madre lo mataría si seguía sin más a un grupo de desconocidos, pero ellos parecían muy agradables. Quería ir.


—Vale —asintió—. Eso sería genial.


Cassie sonrió entusiasmaba por la idea y sacó su móvil del bolsillo.


— ¿A dónde vamos? —preguntó Jona.


—A ver a Dana. Le mandaré un mensaje ahora mismo.


—Bien —asintió Charlie—. ¿No le importará?


Se refería a Dimitri.


—Lo dudo, es muy sociable. —Cassie se encogió de hombros.


Charlie asintió con la cabeza y dijo:


—Bienvenido a bordo entonces, niño.


Y aunque odiaba la parte de "niño", Dimitri inclinó la cabeza, agradecido.


Hicieron una parada en una estación de servicio para comprar. Había solo un par de coches, era muy tarde. Los muchachos eran ciertamente un grupo divertido, pero Dimitri estaba nervioso desde que había olvidado el camino, no estaba seguro de poder regresar por su cuenta.


—¿Qué compramos? —preguntó Cassie.


—Cervezas —pidió Jona, apoyándose en un coche estacionado.


—Anotado —dijo Charlie—. Yo quiero algo más fuerte, Vodka, tal vez.


Jona hizo una mueca:


—Aprende a ser pobre.


—¿Bebes? —preguntó Cassie a Dimitri.


—No —respondió avergonzado. No quería que pensaran que era solo un crío.


—¿Qué edad tienes?


—Dieciséis.


Jona soltó una carcajada escandalosa.


—Recogimos un chico de secundaria. Ni siquiera tiene edad para beber.


—¿Ah, sí? ¿A qué edad empezaste tú? —replicó Cassie, luego miró a Dimitri y le guiñó un ojo—. No te sientas mal por tu edad. Todos fuimos escolares y no hace mucho. Jona reprobó dos años, así que terminó la escuela hace muy poco.


—¿Qué le estás contando? —gruñó Jona, y Cassie se limitó a levantar el dedo medio en su dirección.


—Charlie tiene veintiuno, Jona y yo, diecinueve, ¿lo ves? No es mucha diferencia.


Dimitri asintió, no muy seguro de que eso fuera algún alivio en absoluto.


—Si quieres puedo comprarte leche y galletas —sugirió Charlie en un tono de voz tan serio que Dimitri no pudo decir si bromeaba o no.


—Oh sí, quizá logre crecer un poco —agregó Jona con una sonrisa.


—Preferiría jugo — replicó Dimitri. Era sensible al tema de su altura, aún tenía esperanza de crecer otro par de centímetros.


Charlie alzó una ceja.


—Bueno, adorable. —Asintió con la cabeza y se encogió de hombros, luego dio una larga mirada a todos ellos y les dijo:


—Vuelvo en un minuto. —Dio media vuelta y se alejó hacia el local.


Dimitri observó la espalda de Charlie. El muchacho caminaba con las manos en los bolsillos y la frente en alto. No hablaba mucho. Daba la impresión de estar reflexionando sobre las cosas, de observarlas críticamente. También daba la impresión de estar un poco cansado. Si hubiera tenido que adivinarlo, habría pensado que tenía por lo menos veinticinco.


—¿Puedo ir con él? —preguntó.


—No, déjalo ocuparse —respondió Cassie—. Dijo que esperáramos, así que...


Jona encendió un cigarrillo y dio una lenta calada con los ojos cerrados. Luego expulsó el aire a la vez por sus labios entre abiertos y su nariz. Dimitri percibió el desagradable aroma del humo cosquilleando en la punta de su nariz y se sentó en la orilla de la calzada para que no le llegara tan directamente.


—Le molesta que siempre que entramos a las tiendas el encargado nos acaba corriendo —añadió Jona—. Y siempre es por estupideces, como, no sé, echar carreras montando los carritos de súper.


Cassie no pudo contener la risa y ambos chocaron los puños, recordando algún momento lejano y al parecer muy divertido.


—¿Siempre obedecen lo que dice Charlie?


—Charlie es el líder. Tenemos que escucharlo, es casi un segundo padre para nosotros —dijo Cassie.


—Que no te escuche decir eso —comentó Jona—. No le haría nada de gracia que lo llames padre. O líder.


Cassie rió.


—Supongo que no.


A lo lejos, Dimitri divisó la figura de un hombre joven caminando con las manos en los bolsillos y una cara que sugería que traía el mundo entero sobre sus hombros.


—En todo caso, hay que hablar con él sobre esto. Es estúpido que compre todo solo —gruñó Jona.


Cuando el hombre se acercó a la bencinera, alzó el rostro y los observó, no hubo duda de que los había reconocido.


—Podríamos comportarnos, creo —dijo Cassie.


El hombre no estaba contento. Su rostro se contrajo en una mueca de ira y echó a correr hacia ellos a toda velocidad.


—¡Chicos...! —advirtió Dimitri, retrocediendo.


Jona y Cassie voltearon hacía el sonido de las pisadas del extraño, que resultaba estridente en la quietud de la noche.


—¡Justamente el hijo de puta que quería ver! —exclamó el hombre.


—¡David! —Cassie se adelantó para encararlo— Sé que estás molesto por lo de Sam, de acuerdo, ¡lo sé! Pero ya está solucionado, así que por favor...


El hombre —David— apretó los dientes, sin despegar sus ojos de Jona. Era evidente que no consideraba a Cassie una amenaza.


—¿Solucionado? No me hagan reír. Sam aun no despierta.


—¡Tiene suerte de estar vivo! —escupió Jona.


—Maldito...


David intentó avanzar en dirección a Jona, pero Cassie lo detuvo con un brazo, firmemente.


—¿Ah sí? —dijo Jona alzando altaneramente la barbilla—. ¿Y qué vas a hacer?


—¡Basta Jona! —rogó Cassie, de pie entre ambos, intentando calmar un poco las cosas.


—Déjalo Cas, que venga. Tal vez después me pase a terminar de una vez con el hermanito del año. Seguro que Sammy me extraña.


—¡Voy a matarte! —David dio un manotazo hacia Cassie golpeándola en el rostro. Cassie retrocedió un paso y sacudió la cabeza, aturdida. Al instante siguiente, Jona había saltado sobre David, gruñendo.


Dimitri retrocedió asustado de verse involucrado en la pelea, pero nadie le estaba prestando atención.


Jona era incapaz de mantener la boca cerrada, y cuando insultaba a David se limitaba a sonreír burlesco, pero era muy bueno peleando. Ambos chicos lanzaban golpes sin mucha clase, intentando darle al oponente en cualquier sitio. Al principio David pudo alejarse, pero Jona lo sujetó por la camiseta y aprovechó el agarre para dar un puñetazo directamente en boca. Tomó a David por sorpresa y brotó mucha sangre. Jona estaba ganando, supuso Dimitri, al menos eso parecía. Uno tras otro, los golpes asestaron a David.


Cassie se mantenía al margen y observaba fijamente manteniendo la distancia. No estaba alterada, pero sí alerta, y pudo divisar como David metía la mano en su bolsillo para sacar una navaja. Tardó un instante en notar que Jona no lo había visto. Se arrojó al frente de un salto interponiéndose entre los chicos y dio un codazo en el rostro de David. La cabeza del muchacho salió despedida hacía atrás.


No era una lucha con armas, eso era un acto cobarde. Dimitri sabía las reglas implícitas de ese tipo de peleas. Estaba sorprendido por la temeraria actitud de Cassie; nunca había visto a una chica tan valiente.


—Gracias Cas —murmuró Jona bajando la vista a su brazo; donde el cuchillo había dejado una línea roja a su paso—. Así que además de patético, cobarde. No me extraña... Debe ser de familia.


David pasó el dorso de su mano por su boca y vio la sangre. Jugueteó con la saliva y escupió a los pies de Jona, su rabia no había disminuido ni un poco. Desde su posición, Dimitri no podía ver el rostro de Jona, pero sospechaba que también había salido lastimado.


David sostuvo el cuchillo con más fuerza en su puño y se lanzó hacia adelante blandiéndolo. Cassie y Jona intentaron evitar los golpes. David alzó su rodilla y dio a Jona una patada de lleno en la boca de su estómago. Le empujó con tanta fuerza que Jona retrocedió y tropezó con la calzada, cayó hacia atrás y su cabeza rebotó contra el piso con un horrible crujido; le había tomado por sorpresa. El tiempo se detuvo durante un momento cuando Jona se quedó inmóvil sobre el piso, ahora Cassie estaba sola. Todos habían escuchado el ruido de su cabeza al estrellarse. No pintaba nada bien.


Dimitri, pálido, observó a Cassie. ¿Seguiría David peleando? ¿Con una chica?


—¡Maldita sea! —gritó Cassie, preocupada, pero también furiosa.


David también se había distraído con la caída de Jona, y Cassie aprovechó ese instante para sujetar su mano —la que sostenía la cuchilla— con las dos suyas. Dio la espalda a David y, dando un pequeño salto, dio un cabezazo que le asestó directo en la nariz. Torciendo su muñeca al mismo tiempo para aprovechar que estaba desorientado por el dolor, logró que la cuchilla se soltara de su mano.


Fastidiado, David la cogió con su mano libre por el cuello y la obligó a apartarse. Cassie retrocedió, soltándose del agarre, y luego fingió lanzar un puño, para distraerlo. Al mismo tiempo alzó su pierna derecha y pateó sus genitales. El golpe dio en el blanco, David gruñó y se dobló por la cintura. Cassie vio su oportunidad y asestó un rodillazo en la barbilla de David, que lo hizo perder el equilibrio.


David cayó al suelo, pero Cassie no dejó de patearle hasta que un susurro se alzó hasta sus oídos.


—Cas... —Jona intentaba incorporarse.


Cassie se detuvo, dio media vuelta y lo observó. Una sonrisa se dibujó apenas en sus labios y corrió hacia él, dejando a David encogido sobre sí mismo en un intento desesperado de protegerse. Se arrodilló a un lado de Jona ayudándole a ponerse de pie.


—Me tomó por sorpresa... —gruñó Jona, llevando una mano a su cabeza para tantear la zona donde se había golpeado—. Juro que fue la sorpresa, nunca perdería contra un imbécil como ese.


—Lo sé.


—Claro que sí —repitió Jona.


—Lo sé. Demonios, nunca esperé que nos encontrara aquí.


—Lo hiciste bien, Cas. Y eso que se suponía que yo te protegiera...


—No digas tonterías. —Cassie suspiró.


Dimitri observó a David colocarse a gatas y jadeando, intentando recuperar el aliento. Sus manos estaban empuñadas, y temblaban. Escupió al piso nuevamente, más sangre, y se sentó sobre el asfalto. Su rostro estaba empapado en sudor, aunque la pelea había sido muy breve.


Entonces Dimitri se percató de que Cassie le estaba dando la espalda a David. Quizá fuera porque ahora ella tenía el cuchillo, o porque la preocupación que sentía por Jona le distrajo, pero era un error imperdonable. Un error de vida o muerte.


—¿Estás bien? —preguntó Jona.


—Por supuesto, no te preocupes por mí.


David metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó del interior una pistola. Un escalofrío recorrió a Dimitri en cuanto la vio. David enseñaba los dientes, manchados de rojo, y su mano temblaba, pero se tensó sobre el gatillo igualmente. Sus ojos destellaban con furia contenida y determinación, y Dimitri supo que estaba dispuesto a disparar.


Si se atrevía a gritar intentando advertirles, ¿haría eso algún bien? Lo más probable era que solo precipitara las cosas. David podría disparar impulsivamente si se asustaba. Dimitri tomó su decisión entonces.


Corrió los dos pasos que le separaban de David y dio un salto sobre el justo cuando levantaba el arma. La mirada de David, llena de sorpresa, se encontró con la suya un momento antes del impacto. Dimitri se aseguró de sostener el arma con ambas manos al caer, pues era mucho más pequeño y necesitaría toda su fuerza para evitar ser arrojado al aire como un insecto.


Un disparo escapó del arma y se perdió en la noche. Dimitri sintió su fuerza sacudirle los huesos y retumbar en sus manos mientras caía. Ambos, David y él, acabaron en el suelo. Dimitri se golpeó con mucha fuerza y sintió su brazo rasparse contra el suelo, pero no soltó la mano de David. Quedó tendido de espaldas sobre el concreto con el peso del otro muchacho dificultando su respiración. Dimitri sintió en el abdomen un fuerte rodillazo que le hizo lagrimear y gemir de dolor, y estuvo a punto de darle en los genitales. Un puño se hundió en su oreja. Un nuevo disparo. Esta vez Dimitri no pudo ver a dónde había ido a parar la bala, aferraba la pistola desesperadamente.


Intentó ver donde habían estado Jona y Cassie, pero en su reducido campo de visión no había nadie.


¿Habrían huido? ¿Se habrían escondido para protegerse de las balas?


Dimitri percibió el aliento del muchacho en su rostro, agrio y hediondo a alcohol. Observó su rostro, su labio cubierto de sangre, su nariz algo torcida, que probablemente había sido rota en el pasado, su mejilla sangrante, que se había raspado contra el asfalto, y la absoluta furia en sus ojos. Una furia homicida y sin sentido que estaba dispuesto a dirigir en contra de cualquiera. Cualquiera. Incluso Dimitri, incluso el niño que le observaba con sus ojos muy abiertos y gesto de pánico, a punto de llorar. David se apartó un poco y pudo tomar el arma con sus dos manos. Usó su fuerza para girar lentamente el cañón en dirección a Dimitri.


¿Sería de esa forma? ¿Esa noche finalmente... moriría? ¿Solo así? ¿En una batalla que no era la suya?


Puede que las cosas estuvieran mal, pero en realidad, no quería morir. Forcejeó con todo su cuerpo, con sus piernas, sus caderas y sus brazos. Intentó dar un cabezazo, pero David vio sus intenciones y se alejó lo bastante para evitarlo. Dimitri usó tanta fuerza que sus brazos temblaban furiosamente, pero el arma aún continuaba su camino.


Entonces, el pesado cuerpo de David le fue arrancado de encima.


Vio a Jona arrancarle la pistola de las manos, y de pronto pudo respirar. Había creído que le abandonarían, por un momento había estado seguro de que lo abandonarían. El alivio hizo un par de lágrimas brotar, caprichosas. Estaba temblando. Patético. Alguien se arrodilló a su lado. Dimitri alzó la vista y se encontró con los ojos oscuros de Charlie muy cerca.


—¿Estás bien? —preguntó él, con urgencia en la voz.


Dimitri recordó los golpes que Jona había recibido, el chico no estaba en condiciones de seguir peleando.


—Jona está...


—Dimitri, ¿estás bien? —interrumpió Charlie.


—Y Cassie...


—Tú —remarcó Charlie —, ¿estás bien?


Dimitri tomó aire con fuerza, intentando calmarse. Sus manos temblaban por la ansiedad, tenía ganas de echarse a llorar y reír al mismo tiempo. Asintió rápidamente con la cabeza.


Charlie suspiró aliviado.


—¿Te golpeaste en la cabeza?


—Tus amigos —dijo Dimitri con urgencia. ¿Qué estaba haciendo Charlie, preocupándose por él en un momento como ese, cuando los otros le necesitaban? Intentó buscar a los chicos con la vista, mirando en todas direcciones, y divisó a Jona y Cassie caminando hacia ellos.


—Están bien —aseguró Charlie—. Tranquilo, ya terminó.


—¿Cómo puedes estar tan tranquilo? —dijo Dimitri, atónito.


—La fuerza de la costumbre.


Jona y Cassie llegaron a su lado, interrumpiendo sin darse cuenta. Dimitri los recorrió con la vista ansiosamente, intentando asegurarse de que estaban bien.


—El bastardo huyó —dijo Jona.


Cassie se arrodilló junto a Dimitri y lo abrazo con fuerza. Charlie retrocedió un poco para darle espacio.


—Gracias, gracias, gracias, gracias —dijo ella—.Te compraré lo quieras, te llevaré a tomar helado, cualquier cosa, chico. ¡Muchas gracias!


Dimitri volteó a ver a Charlie, aliviado. Asintió con la cabeza un par de veces y sonrió.


—Estoy bien —aseguró—. De verdad.


En ese momento, Dimitri creyó que entendía a qué se refería Cassie al decir que Charlie era casi un padre para ellos. Alguien que siempre les cuidaba, les confortaba, les hacía sentir mejor. A su lado, se sentía repentinamente seguro, a pesar de lo que había sucedido. Pero también comprendió otra cosa; no era eso lo que quería ser él mismo.


Cassie le ayudó a ponerse de pie y Dimitri sacudió un poco el polvo de sus pantalones sin dejar de sonreír. No, él no quería ser otro hermanito de Charlie. No quería ser alguien de quien cuidaran. No quería ser alguien a quien tuvieran que proteger, sino algo más, como un compañero. Como un amigo.


Una felicidad extraña y absurda recorría todo su cuerpo haciéndole sonreír como un tonto. La adrenalina inundaba sus venas como un hechizo, llenándole de una auténtica y desconocida vitalidad. Fue en ese momento que Dimitri decidió que quería ser parte de aquel grupo. Eran diferentes de todo lo que había conocido antes; la forma en que actuaban, lo valientes que eran, como peleaban por sus amigos, verdaderos compañeros, apoyándose en las buenas y en las malas. Él quería algo como eso.

Notas finales:

Espero que les haya gustado! Si es así, dejen un comentario, recomienden la historía y de paso bailemos juntos.... Es broma, pero agradeceria un rev. 

 


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