Ya pasaron cuatro, cuatro años de aquella terrible batalla, en donde los santos de bronce se enfrentaron a la cruel batalla contra el dios de los muertos, ahora se encuentran en el santuario para ser los sucesores de las armaduras de libra, sagitario, acuario, leo y virgo.
Los entrenamientos se realizaban todos los días, a excepción de los domingos y días especiales. Todo transcurría con calma y tranquilidad, nada alteraba esa paz, concedida de pelear tantas guerras: Asgard, Poseidón, Hades, Artemisa, todos, todos aquellos que amenazaron la paz y la vida de athena fueron derrotados logrando una neutralidad y una paz, una paz tan deseada y anhelada por años.
-voy a ir a Japón, necesito arreglar algunas cosas sobre la fundación, volveré dentro de una semana- la deidad se dirigía a sus santos, que se habían reunidos a su llamado.
-Sra. Athena, es considerable, debido a su decisión, que uno de los santos la acompañe – dijo Shion, el patriarca.
-lo sé, pero no puedo interrumpir sus entrenamientos, además cada uno debe cuidar su templo correspondiente-
-Saori-san, si me lo permite, me gustaría acompañarla, digo, si no la molesta-
-Shun, claro que no, si quieres venir y tu maestro te lo permite, no hay problema- ambos jóvenes miraron hacia el caballero de la sexta casa, quien ante tanta incomodidad, de no solo tener dos miradas sobre él, sino de toda la orden dorada.
-no, no hay problema, además nuestro entrenamiento ya está bastante avanzado, solo no te olvides de meditar- contesto con su habitual inmutualidad el caballero de larga cabellera dorada.
-perfecto, entonces partimos mañana, ¿qué te parece? -pregunto la peli morada.
-sí, no hay problema- el peliverde no podía estar mejor, no es que no quisiera estar en el santuario, sino que ya quería salir de ahí, era agobiante, pero y su hermano, volteo la mirada hacia su hermano quien solo le sonrió, esas sonrisa que solo a él le dedica y agradeció ese gesto de aprobación y sonrió mas, si eso era posible. Perfecto todo estaba perfecto.
Las horas pasaban y llego el momento de tomar el avión, se despidió de sus amigos y de su hermano quien le abrazo y el correspondió el gesto. Espero a que Saori subiera primero para luego subir el, solo era cuestión de horas de llegar a Japón.
Llegaron al atardecer, en la mansión solo estaba Tatsumi, solo saludo y se dirigió hacia la habitación que ocupaba en esa vieja casona, que después de tanto tiempo aún conservaba su fachada. Llego y se dejó caer en la cama solo dejo su bolso en la puerta y la cerro. No sabía como pero estaba cansado, sin pensarlo el sueño empezó a envolverlo para llevarlo a los brazos de Morfeo…
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No podía creerlo, aquel ángel, ese ser tan puro y exquisitamente tentador, estaba ahí, hace tiempo lo había empezado a vigilar, le atraía su pureza y esa luz, esa luz que lo había llamado la atención y por esa inocencia que le había hecho elegirlo como su reencarnación, pero ese amor y esa esperanza le había quitado su dominio, maldición si no se hubiese revelado ahora el dominaría el mundo, pero no importaba, ahora se sentía extraño no podía separarse de ese niño, se había vuelto su prisionero, su rehén, su esclavo… eran horas la que pasaba espiándolo, desde que se levantaba con una sonrisa hasta que se acostaba, toda hora, a todo momento, siempre una sonrisa adornaba su rostro y esa sonrisa lo tenía cautivado. Maldición y ahora estaba el escondido entre las sombras, viendo como dejaba caer un bolso y cerraba la puerta, para dar algunos pasos, algo torpes para su parecer, y dejarse caer en la cama para rendirse al sueño cálido, donde por horas lo contemplo viendo de vez en cuando aparecer una sonrisa, el sueño de los justos, pensó.
Las horas pasaban viendo ese niño de no más de diecisiete años, cuando algo lo alerto, escucho un quejido y un leve movimiento proveniente de la cama que el observaba, el pequeño se revolvía inquieto en la cama y eso lo asusto, sin pensarlo dos veces, se acercó para comprobar lo que temía: fiebre, el pequeño estaba con fiebre, dejo a un lado sus sombras revelando su forma, se acercó al cuarto del baño y tomo una pequeña toalla de manos para humedecerla y salir corriendo como alma que se la lleva el diablo, hacia la habitación en donde se acomodó en la cama para pasar suavemente humedeciendo su piel, ya sea con la toalla o con sus dedos comprobó y acaricio esa suave piel blanquecina de la cual quedo fascinado, era adictivo tocarlo, cuando descubrió que la fiebre había cedido, suspiro aliviado le asusto la sola idea de que enfermara, en sus pensamientos estaba hasta que escucho esas palabras que le paralizaron el corazón y la respiración.
-Gracias…. Hades.