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Amores Cruzados por Bloqued 1

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Notas del capitulo:

'Primer beso. Segundo entrecruzamiento.'

El frío del mármol de la encimera le estaba enfriando los antebrazos, provocándole leves escalofríos. Pero aquello era lo que menos le preocupaba. Era un precio justo a pagar por el simple hecho de tener tan cerca el rostro de Tsukishima. Podía olfatear su perfume a la perfección y perderse de forma casi deliciosa en el dorado de sus ojos.

Su piel era perfecta, sin marcas ni brotes de algún acné de tipo juvenil. Las aletas de su nariz, redonda y respingada —perfecta—, se dilataban y se contraían con cada respiración y la forma en que su nuez de adán subía y bajaba, en un lento baile unidireccional, le parecía la cosa más sexy que había visto en su vida.

Sintió un calor abrazador inundarle las orejas y se lo atribuyó al dobladillo de la capucha de su sudadera para no admitir mentalmente que se moría de vergüenza por la situación de la que estaba siendo protagonista.

Kei notó aquello —más que nada porque ese calor pronto inundó las mejillas pecosas del más bajo— y tragó con más fuerza que antes al darse cuenta, él también, de lo que estaba a punto de pasar.

Con los ojos abiertos, posó sus labios sobre los finos de Tadashi, casi de forma brusca, chocándolos, como un golpe. Se quedó estático, igual que el otro joven, y se deleitó observando como el sonrojo del más bajo se hacía aún más notorio.

Entonces, Yamaguchi cerró los ojos, dejándose llevar por aquella situación y Tsukishima no podía sentirse más afortunado. Sentía que estaba viendo el rostro de un ángel, de esos que rebalsan de belleza y llenan de calidez cada lugar donde su luz llega.

La sensación que transmitía aquel tacto tan sutil, pero profundo al mismo tiempo, era tan dulce que Tadashi no sabía si estaba soñando o no. Los labios del rubio eran tan suaves y esponjosos, tan dulces y cálidos que casi no parecían reales. Si hubiera podido, se hubiera quedado prendido de ellos toda su vida.

Una mano, grande y delgada, viajó desde la encimera hasta su mejilla para acariciarla con delicadeza antes de avanzar hasta su nuca para presionarla y acercar su rostro al del más alto. Kei pidió permiso con su lengua, deslizándola por el labio inferior del más bajo y este se lo concedió gustoso, dejando salir un leve gemido de entre sus labios cuando estos se abrieron.

Ambos pequeños músculos comenzaron un lento pero rítmico baile en el que no paraban de rozarse ni rozar la cavidad ajena, disfrutando —en el caso de Kei— del exquisito sabor a frutilla que la boca de Tadashi le regalaba —probablemente por algún caramelo que hubiera comido en el camino a su hogar.

En el interior de Tadashi, una alegre personita no paraba de cantar y bailar de un lado a otro al son de su ‘Lo estoy besando, lo estoy besando’ que sonaba casi como una canción infantil. Aquel era su primer beso y el hecho de otorgárselo al muchacho que tantos suspiros le había robado desde hacía seis meses era algo totalmente extraordinario. Si hubiera dependido de él, aquel momento jamás hubiera terminado.

 

¡Don’t believe me just watch!

 

La efusiva y explosiva voz de Bruno Mars hizo que ambos se separaran de forma repentina luego de dar un breve salto en sus lugares a causa del susto. Y mientras el rubio maldecía por lo bajo al pobre cantante estadounidense, el castaño se dio media vuelta y sacó su celular del bolsillo de su jean para llevárselo al oído.

— ¿D-Diga? — no sabía si estaba nervioso por el beso o porque el mismo se hubiera interrumpido de esa manera.

— ¡Yamaguchi! — se quejó una voz chillona del otro lado. — ¡Te dije que me avisaras cuando llegaras y ha pasado una hora desde que te fuiste!

—Shouyou… — suspiró el más bajo, entre aliviado e irritado levemente. Se dio media vuelta para hacerle una señal a Tsukishima mientras se retiraba al pasillo para hablar con su amigo.

El rubio bufó sutilmente y asintió con su cabeza antes de darse vuelta y seguir cocinando el estofado. Oyó cuando la voz del más bajo se hacía cada vez más lejana y entonces —para su suerte— su cuerpo decidió dejar salir a la luz el terrible sonrojo que había estado reprimiendo desde el principio de todo.

‘¡Maldición, maldición, maldición!’, pensaba el más alto mientras se tapaba la boca con el dorso de su mano. No podía creerlo —ni tampoco entenderlo—, pero había besado a un chico que no conocía hacía más de dos días. ¿Cómo diablos?

Él no era alguien impulsivo, al contrario; pensaba mil veces las cosas antes de hacer algo al respecto. Pero ese pequeño, tímido y pecoso muchacho rompía todos sus esquemas y lograba que reaccionara como si estuviera frente a Kuroo.

Entonces, la imagen del mayor llegó a su mente como una bomba cuando toca la tierra. ¿Qué pasaba si Kuroo se enteraba de aquello? No era como si él fuera a decírselo y dudaba de si Yamaguchi lo conocía —el pelinegro no era un estudiante universitario. Pero de todas formas, aunque el otro no lo supiera, él si lo sabía. Él sabía que lo había traicionado, que había besado a alguien más y que…

Un momento.

Ellos no estaban saliendo, ¿verdad? Ellos solo follaban, ¿no es cierto?

O al menos asi era como se sentía el rubio al respecto, pues nunca había recibido ni la más mínima muestra de cariño por parte del pelinegro, más allá del sexo y el hecho de que, desde que se habían peleado por el problema de Bokuto, Kuroo iba cada noche a su casa —ebrio— para pedirle perdón y decirle lo mucho que le importaba.

A menos que aquellas acciones significaran cariño en el idioma de aquel joven atolondrado, entonces Tsukishima se sentía más perdido que un turco en la neblina. Porque, ¿quién, en su sano juicio, considera que tener sexo en estado de ebriedad es una demostración de cariño profundo?

Él no lo creía así y esperaba que él mayor coincidiera. Sino, ya habían comenzado con el pie izquierdo.

De todas formas, volviendo al tema de Yamaguchi, había algo que, definitivamente, lo tenía cautivado. Porque no encontraba otro tipo de explicación al hecho de que lo había besado así, sin más, de la mismísima puta nada, solo por impulso.

¿Eran las pecas?

¿Su sonrisa?

¿Aquel brillo en sus marrones ojos que parecía demostrar solo cuando él estaba presente?

¿Su amabilidad? ¿Su voz? ¿El hecho de que, simple y llanamente, le gustaba?

Negó con la cabeza desechando aquella línea de pensamiento y volvió a revolver el caldo del estofado. Yamaguchi no podía gustarle. A él le gustaba Kuroo, él amaba a Kuroo, su corazón era de Kuroo. Había sufrido cuando el pelinegro se acostó con Bokuto en su propia cama, le dolía el hecho de que solo follaba con él porque estaba ebrio. Eso quería decir que él amaba a Kuroo con todo su corazón.

¿Verdad?

Entonces, ¿por qué su corazón palpitó de esa manera, tan loca y desbocada, cuando sus labios se posaron sobre los de Yamaguchi? ¿Por qué se sonrojó luego de hacerlo? ¿Por qué maldijo cuando se terminó? ¿Por qué? ¿Por qué?

No lo sabía.

Asi de simple.

No sabía por qué la simple presencia del más bajo lo ponía nervioso. No sabía por qué, con aquel muchacho, su lado amable y comprensivo salía a luz cuando, con Kuroo, dejando de lado lo que pasó con Bokuto, solo salía su lado tosco e indiferente.

Pero tampoco quería averiguarlo. Y no porque Yamaguchi no le pareciera una buena persona, sino porque tenía miedo. Y, a pesar de que le costara admitirlo, sabía que no sería capaz de soportar las idas y vueltas de otra persona sin que él terminara enredado en medio de miles de emociones.

 

 

 

—Está bien. — dijo Tadashi con tono cansado mientras oía las reprimendas del pelianaranjado del otro lado de la línea.

Desde que se había ido de la cocina al pasillo, para no perturbar al más alto en su propia casa, Hinata no había parado ni un segundo de reprocharle el hecho de que no lo había llamado apenas había llegado al hogar de Tsukishima.

Yamaguchi —en algún punto de todos esos regaños— llegó a cuestionarse si su amigo necesitaba o no respirar entre frase y frase, puesto que no lo había oído ahogado en ningún momento.

—Diablos, odio que me hagas poner nervioso. — dijo Hinata con resignación. Yamaguchi bufó.

—No eres mi madre, ¿sabes? — le dijo el castaño algo molesto. Ni siquiera su madre era tan entrometida.

— ¡¿Es que no entiendes que si algo te sucede y te mueres yo tendré que pagar solo la renta de este departamento?! — exclamó angustiado.

Yamaguchi negó con la cabeza y se limitó a escuchar la nueva ola de reproches antes de contestar:

—Ya, ya. — dijo moviendo su mano, restándole importancia a la situación, como si el otro lo estuviera viendo. — Lamento haberte preocupado.

Shouyou se quedó en silencio, tal vez sopesando si debía o no creerle a su amigo las palabras que le había dicho. Cosa que, al parecer, prefirió dejar pasar pues dejó salir un cansado suspiro antes de volver a hablar con normalidad.

— ¿Entonces? — indagó divertido. Tadashi elevó una ceja.

—Entonces, ¿qué?

— ¿Ya follaste con él? — preguntó como quien no quiere la cosa. De fondo podían oírse los improperios que Kageyama profería contra su pequeño y descarado novio.

— ¡Shouyou! — exclamó el castaño en un susurro para no ser oído por el dueño de la casa.

— ¿Vas a decirme que, apenas llegaste, se pusieron a hacer el trabajo de literatura? — espetó el pelianaranjado del otro lado. Tadashi casi podía ver la sonrisa macabra en el rostro de su amigo a pesar de solo oír su voz.

—N-No, pero…

Entonces, como si de un tsunami se tratara, el recuerdo del beso en la cocina llegó a su mente. Con todo el barullo de la llamada y la molestia de tener que soportar a su amigo reprochándole, había logrado olvidarse de aquello de inmediato.

Llevó sus dedos a su labio inferior y recordó la forma en que la lengua del más alto lo acarició, tan delicadamente y tan sensual que casi se derrite de tan solo hacer memoria.

Tal vez, para la mayoría de las personas del planeta, aquel beso no era algo más que una simple estupidez. Pero para Yamaguchi, para alguien tan tímido como él, aquello había sido el paso más grande que había hecho desde que tenía uso de razón.

Aun no se había confesado, a pesar de que justamente eso era lo que quería hacer en un principio, pero de todas formas, aquel acto, tan sutil y dulce, había elevado sus ilusiones y lo había hecho sentir correspondido sin siquiera intercambiar palabras con el rubio.

En aquel primer beso él había entregado —o al menos lo intentó— todos y cada uno de los sentimientos que Kei despertaba en él con su mera presencia.

Se sonrojó abruptamente al darse cuenta de lo estúpido y femenino que aquellos pensamientos sonaban dentro de su cabeza. Pero es que no podía evitarlo, estaba enamorado y no le parecía incorrecto el reconocerlo y querer darlo a saber.

Aunque, de la palabra al hecho —en su caso— había una brecha demasiado extensa.

Negó con la cabeza, decidido a desechar aquella línea de pensamiento tan negativa que amenazaba con aplastar su poca autoestima. Suspiró y buscó, de forma rápida, una excusa para darle a su amigo, que aún estaba esperando ansioso del otro lado de la línea.

—Solo me distraje y lo olvide, ¿está bien? — dijo con tono severo, esperando que aquello espantara las horribles indagatorias que de seguro lo acorralarían sin piedad.

Al parecer, Hinata no estaba tan interesado en su vida amorosa. Tal vez solo quería molestarlo. Porque al oír aquella frase solo emitió un: ‘Por lo menos avísame cuando estés volviendo’ antes de cortar la comunicación.

El corazón de Yamaguchi volvió a latir tranquilo y su respiración volvió a ser acompasada, acoplándose a la diástole y sístole de su musculo bombeador de sangre. Dejó salir otro suspiro —esta vez de alivio— y guardó el aparato en el bolsillo de su mochila, con la esperanza de que el pelianaranjado no volviera a interrumpir su reunión con el rubio.

 

 

 

El aire era denso, espeso, casi que se podía cortar con una cuchilla; una extremadamente filosa. De fondo sonaba una estación de radio desconocida para él y el repiqueteo del lápiz del otro muchacho a su lado contra la hoja de papel no ayudaba a calmar su ansiedad.

Luego del beso y del incidente con la llamada de su amigo, Tsukishima había evitado mirarlo a la cara en todo momento. Ni hablar de dirigirle la palabra. Solo le preguntaba algo si era realmente necesario, al igual que solo se dirigía a él si necesitaba que le alcanzara algo que estaba del otro lado de la mesa.

Durante el almuerzo, se sentaron lo más separado posible el uno del otro. Aunque aquello solo había sido a causa del rubio, puesto que el pecoso prefería más que ambos estuvieran casi compartiendo el mismo espacio personal.

Y ahora, mientras intentaban hacer el pesado trabajo de literatura —el cual debían entregar a final del semestre— Kei parecía aún más reacio a querer hablarle. O, por lo menos, cuando parecía tener alguna duda sobre una consigna del trabajo, su boca se abría, como intentando emitir una interrogante, para luego cerrarse y volver a su posición anterior.

‘Tal vez no le agradó lo del beso.’, pensaba Yamaguchi con decepción mientras miraba sin mirar las pocas palabras que había escrito en su hoja de trabajo.

Aunque, también, aquella suposición se encontraba un poco en duda dentro de su mente. Porque, si no le agradó el beso, ¿por qué había sido el propio Tsukishima el que lo había iniciado?

Tadashi no creía estar lo suficientemente loco de amor como para darse cuenta —y recordar— que no había sido él el que había dado la iniciativa. Estaba seguro, por completo, de que no se había movido ni un centímetro en el momento en que los rostros de ambos quedaron a escasos centímetros el uno del otro.

Observó al más alto por el rabillo del ojo, como indagando en su expresión alguna pista, un ápice de algo que pudiera satisfacer su duda y calmar su nerviosismo. Pero solo encontró indiferencia y una carga enorme de concentración mientras el rubio movía los labios levemente a medida que leía el párrafo extenso de aquella consigna.

Ah, sus labios. Ahora que lo recordaba, eran tan suaves, mucho más de lo que él había llegado a imaginar.

¡Y su perfume! ¡Por Dios! ¡Podía vivir respirándolo toda la vida si pudiera!

Vaya, de verdad que estaba enamorado.

 

 

 

No muy lejos de las tierras donde la mente del castaño vagaba, Tsukishima se sentía arder por dentro por cada minuto que pasaba.

Había podido manejar bien la situación al principio, manteniéndose distante del más bajo, hablándole poco y casi fingiendo que no estaba allí. La encimera que separaba el living de la cocina había ayudado mucho, al igual que la enorme mesa de su comedor.

Pero, demonios, la mesa central del living —lugar decidido por el castaño para estudiar, luego de un dudoso ‘piedra, papel o tijeras’— era demasiado pequeña para ambos. Sin siquiera contar la cantidad excesiva de apuntes y tomos de literatura —los cuales, en su mayoría, se encontraban regados por el piso, a su alrededor.

Por más que intentara, no podía evitar rozar su hombro con el del otro. Por más que se sacara los ojos, no podía dejar de mirarlo de cuando en cuando, solo para apreciar su perfil y la forma en que su cabello caia, tapándole la mayoría de las pecas de su rostro. Ni aunque se pusiera bolas y bolas de algodón en la nariz podría omitir el dulce perfume que provenía de aquel cuello tapado por el borde de aquella sudadera blanca.

Por más que quisiera, no podía dejar de pensarlo, a pesar de tenerlo al lado.

‘¡¿Qué diablos ha hecho conmigo?!’, pensaba el rubio frustrado mientras repasaba por quinta vez la primera línea del primer párrafo del segundo capítulo de aquel cuento de Paulo Coelho.

No podía concentrarse, no podía ni siquiera entender de qué diablos trataba aquella novela, a pesar de que no era la primera vez que la leía. Su mente estaba ahogada en el recuerdo de la sensación de los labios del más bajo sobre los suyos, en lo suave de su piel, en lo adorable de su rostro.

Apoyó su codo sobre una esquina libre de la mesa y luego reposó su rostro contra la palma de su mano. Bufó algo molesto y, cuando sintió que el cuerpo que estaba a su lado dio un respingo, inconscientemente, dirigió la mirada hacia él.

¡Demonios, mierda, joder, maldición! ¡¿Por qué tenía que ser tan lindo?!

Sabía que el ambiente estaba algo pesado por su causa, que el otro se sentía inquieto entre tanto silencio y que nunca avanzarían en el trabajo si no intercambiaban sus opiniones. Pero no podía, simplemente no podía mirarlo directamente a los ojos.

Sabía que si lo hacía, volvería a abalanzarse sobre él y lo besaría, se impondría y terminaría corrompiéndolo. Porque, después de tanto tiempo siendo el pasivo, y ahora que le colocaban tremendo espécimen frente a sus ojos, era imposible —completamente imposible— que su lado semental no saliera a la luz.

Pero también sabía que debía tener autocontrol, que no podía ser tan débil ante la carne, que él era más fuerte que eso. Asi que, cometió la estupidez —enorme estupidez— de girarse y enfrentarlo, para hablarle y relajar la situación.

—Yamaguchi. — dijo con tono seco y grave.

El aludido levantó la cabeza y la giró, mirándolo con una reluciente expresión de incredulidad en el rostro.

Su sentencia había sido dictada.

De un momento a otro, se encontró entre las piernas del menor y con el mismo debajo de su cuerpo, retorciéndose ansioso y emitiendo leves soniditos de satisfacción mientras sus dientes mordían su labio inferior con gula.

No pudo contenerse, no pudo resistirse. Era demasiado lindo, demasiado inocente, tenía que corromperlo; su lado salvaje se lo clamaba.

—Aaah… Tsuki… — jadeó el menor cuando su boca fue liberada y tuvo la oportunidad de respirar.

El corazón del rubio se saltó un latido al oír su apellido dicho de aquella manera tan tierna, tan dulce, tan perfecta. De nueva cuenta atrapó los labios ajenos entre los suyos y, esta vez, invadió la cavidad ajena con su lengua, sin pedir permiso, sin que nada le importara.

Coló su mano por debajo de la sudadera de Yamaguchi, encontrándose con la tela fina de una remera y gruñendo en desacuerdo por ello. Buscó el principio del jean y jaló la remera para separarla del mismo. Volvió a colar su mano por la cadera ajena y ronroneo de satisfacción al encontrarse directamente con la suave piel del más bajo.

Sus labios se deslizaron por la pecosa mejilla y terminaron en el sonrojado lóbulo de la oreja, el cual mordió y luego lamió para susurrar sensualmente:

—Eres tan lindo.

Percibió como Tadashi se estremecía debajo de él y eso solo hizo que su pecho se hinchara de placer, agrandando su ego y autoestima. Su mano viajó hasta el pecho del castaño y encerró entre sus dedos uno de los pezones, pellizcándolo y tironeándolo, deleitándose los oídos con los leves gemidos que el otro dejaba salir.

Estaba por unir sus labios de nuevo, dispuesto a largar todo raciocinio a la mierda, cuando el timbre sonó.

— ¡Maldición! — exclamó por lo bajo, sin vergüenza de exponer su descontento al ser interrumpido dos veces en un mismo día. Al parecer, había hecho algo mal en esa semana como para que Buda se estuviera burlando de él de esa manera.

Sopesó la idea de ignorar al estorbo del otro lado de la puerta y seguir con el asunto debajo de su cuerpo, pero al parecer la persona del pasillo era bastante insistente y lo había dejado en claro cuando volvió a tocar el timbre dos veces seguidas.

Chasqueó la lengua con molestia al tiempo que se ponía de pie y se acomodaba las ropas y el pelo para poder recibir a quien mierda fuera que había interrumpido su momento previo a follar. Observó por el rabillo del ojo como Yamaguchi intentaba digerir todo lo que había sucedido en menos de un segundo y no pudo evitar sonreír con ternura ante aquello.

Gracias a Dios, aquella sonrisa fue una buena mascara que escondió su calentura y le permitió hablar con naturalidad con el vecino que, muy apenado, venía a pedirle un poco de azúcar.

De forma rápida se encaminó a la cocina y vertió una buena cantidad de aquel polvo blanco, con la intención de que aquel vecino —un pobre hombre de sesenta años— no volviera a molestarlo por, al menos, un mes.

—Muchas gracias, joven. — le dijo el señor canoso con una sonrisa. — Eres muy amable.

—No es nada, en serio. — dijo el rubio algo impaciente. Antes de volver de la cocina, Tadashi lo había interceptado —una vez que logró asimilar todo aquello y ponerse de pie— para besarlo de nueva cuenta, con un beso corto pero lleno de deseo.

Asintió un par de veces más ante los halagos del pobre hombre, con la esperanza de que su silencio y su cara de póquer lo espantara, cuando sus ojos visualizaron a una figura alta y pelinegra acorralando a una más pequeña y de cabello rubio contra la pared del pasillo, al otro lado, cerca de las escaleras.

‘Asi que… por eso ya no necesitabas mi llave.’, pensó el rubio molesto al ver la forma en que los labios de su vecino se unían a los de aquel desconocido sin un atisbo de vergüenza.

Notas finales:

Ohaioooooo Minna-san! Lamento la tardanza de la actualización! Digamos que mi día de hoy no fue muy tranquilo -me obligaron a hacer las cosas de la casa- asi que no me acerqué ni a mi celular.

Espero les esté gustando como está avanzando esta historia, que no los esté aburriendo y que los mantenga siempre con las ganas de seguir leyéndola hasta el final!

A los que leen, y a los que leen y comentan: muchísimas gracias por tomarse el tiempo y la molestia de hacerlo, como siempre! Es una buena forma de lograr que no me desanime y siga publicando!

Bueno, si llegaron hasta aquí es porque les gustó y espero sus opiniones al respecto! Nos leemos pronto en la próxima actualización y con la llegada del sexto capítulo! Matta ne!


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