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Libres por Luthien99

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Cuando Albus tenía siete años solía ir a jugar todas las tardes a casa de sus tíos. Ron y Hermione tomaban el té en la cocina mientras Rose, James y Albus salían a correr al jardín trasero. Muchas veces, Ginny y Harry venían y tomaban el té de media tarde con ellos. Albus recuerda con vagancia escenas borrosas de aquellos tiempos. Hogwarts no existía en su mente, no había clases, no había alumnos, ni profesores. Tampoco estaba Scorpius, y ese era el gran inconveniente que le hacía volver aprisa hasta el presente. Scorpius se había convertido en su todo. El día se basaba en estar cerca suyo. Albus se despertaba cada mañana pensando en encontrarse con él en la Sala Común para ir juntos al Gran Comedor, pensaba en él cuando salía de clase para encontrarlo por los pasillos, cuando el sol brillaba al mediodía y su luz le recordaba el destello de su rubio cabello, cuando la tarde caía y volvían a verse en la Sala Común dejando que las horas pasaran, al acostarse cada noche, en la oscuridad de su habitación, cuando dejando volar su incandescente imaginación…

Scorpius era algo más que su amigo. Albus estaba del todo seguro.

¡¿Dónde está mi hijo?! —gritaba desesperado—. ¡¿Dónde está?! ¡Déjame pasar! Es mi hijo…

Aquella frase se repetía una y otra vez en la mente de Albus. Las palabras de Draco Malfoy habían calado hasta el fondo, haciendo que Albus tuviera en que pensar durante días. Había pasado una semana desde el partido de quidditch entre Gryffindor y Slytherin, y la inminente derrota de la casa de las serpientes. Hacía una semana que Albus y Scorpius fueron sorprendidos por Draco Malfoy mientras se abrazaban apasionadamente.

Fuera de aquí —dijo Draco Malfoy mirando a Albus.

Albus se apartó de Scorpius y se quedó quieto como una estatua.

Fuera de aquí —repitió el hombre.

Albus miró a Scorpius exigiéndole una explicación. El chico asintió, dándole la razón a su padre. Albus entendió que debía irse. Su amigo le suplicaba con la mirada que se fuera y así lo hizo. Volvieron a encontrarse al día siguiente. Scorpius salió de la enfermería en unas horas, tenía el brazo escayolado y alguna que otra herida en la cara, pero nada por lo que preocuparse.

Siento lo de la enfermería. Mi padre está algo consternado desde hace un tiempo. No se lo tengas en cuenta —le dijo Scorpius el día siguiente al partido—. Es un buen hombre….

Draco Malfoy estaba demacrado. Era alto, más alto que su padre, pero estaba mucho más delgado. Los ojos se hundían en su rostro como dos pozos azules, los pómulos se le acentuaban mucho más que a Scorpius y la mandíbula le sobresalía prominente. Su extrema delgadez le hacía parecer frágil. La tristeza en sus ojos era más que evidente, parecía profundamente afligido.

Recordó a su padre, Harry Potter y no pudo evitar compararlo con Draco Malfoy. Eran como fuego y hielo, contrarios, antagónicos él uno al otro. Albus pensó en Scorpius y en él mismo. ¿Cómo se verían desde fuera, desde otros ojos? ¿Eran ellos como sus padres? ¿Eran ellos fuego y hielo, contrarios, opuestos? Fuese como fuese, ellos dos eran distintos a sus padres de una u otra manera. Albus no era fuego. Scorpius no era hielo. Él era pura brasa, era un llama ardiente. Aveces Albus temía poder llegar a quemarse si acercaba demasiado.

Esa tarde —de un día soleado de febrero, cuando la nieve había abandonado el valle y los alumnos, aun abrigados, paseaban por sus praderas— Albus se encontró a Daren. Se sorprendió de encontrarlo solo, sin su hermano deambulando cerca o algún pobre desdichado al que estuviera incordiando.

Albus caminaba hacía el campo de quidditch a ver a Scorpius entrenar. El chico tenía el brazo roto pero debía controlar a su equipo durante las sesiones de entrenamiento. Slytherin debía mantenerse en forma y estar moralmente preparados para cualquier derrota.

—James está preocupado —le dijo Daren al acercarse a él.

—Pues no debería —respondió Albus, que siguió andando sin más.

—Llevas semanas sin hablarle. Hasta tu hermana cree que eso es raro en ti —le dijo Daren.

—Estoy aprendiendo de mis errores —se jactó creyéndose victorioso.

Albus había seguido caminando hacía el campo, colina abajo. Daren caminaba —intentando seguir sus pasos— a su lado.

—¿A dónde vas? —quiso saber Daren.

—Al campo de quidditch.

—¿Para qué?

—Eso a ti no te importa —dijo Albus con la mirada fija el suelo. No se tomo la innecesaria molestia de parar a hablar con Daren, así que continuo su apresurada marcha.

—¿Te importaría pararte y hablar conmigo?

—¿Desde cuando te gusta hablar? Pensaba que lo único que te gustaba era que la comiera en los pasillos…

—¡ALBUS! —Daren se colocó justo delante de él, evitando su paso —¿Eres idiota o qué? No me gusta tu actitud.

—¿Tu te estás escuchando, Daren? ¡Eres tan incongruente! Tu propia versión no se sostiene… Vives en una jodida mentira. ¿Quieres que te recuerde qué es lo que me dijiste el otro día?
—No hace falta.

—Me dijiste que no sientes nada por mi…. ¿Sabes lo que es eso? Después de todo este tiempo, después de todo lo que he sufrido por ti —Albus se dejó llevar por el impulso incontenible que le surgía de muy adentro.

—Albus, yo… —intentó decir Daren—. Lo siento.

—¿Es verdad, Daren? ¿No sientes nada por mi? ¿Nada? —reiteró.

—No lo sé —dijo nervioso—. No sé qué es lo que me pasa. No sé qué es lo que siento por ti. No sé por qué tengo tanto miedo siempre. No sé por qué me da miedo lo que siento… No lo sé, Albus.

Daren tenía los ojos llorosos. Se dio media vuelta y caminó colina abajo. Albus quería irse y dejarle allí solo, que sus propios demonios se lo tragaran vivo y que se pudiera en su propio miedo. Pero él no sabía hacer eso. No sabía darle la espalda a los demás. Y siguió a Daren con resignación, condenándose a si mismo a seguir viviendo en una constante montaña rusa de emociones descontroladas.

Llegaron a los lindes del bosque prohibido, cerca de donde solían pasar las tardes cuando el frío no había llegado al valle aun.

—No quiero adentrarme más —dijo Albus, exigiendo que Daren se detuviera—. Creo que aquí ya no puede vernos ni oírnos nadie… Háblame, Daren.

—¿De qué sirve?

—Una pesadilla se convierte un simple recuerdo cuando se la cuentas a alguien. Cuéntame tus miedos, háblame de que es lo que tanto te asusta. Juntos podemos… —dijo Albus, más calmado ahora.

—Esto ya no se trata de tu y yo, Albus —dijo Daren—. Ya no.

—¿De qué hablas?

—Malfoy.

Aquello paralizó a Albus de pies a cabeza. Daren tenía razón, ya no dependía de ellos dos. Ahora estaba Scorpius. Él formaba parte de a vida de Albus. Forma parte de su vida de un modo que no llegaba a entender. Scorpius era el fuego que había avivado la gélida vida de Albus. Porqué Scorpius Malfoy era fuego, fuego poderoso e imperecedero.

—Lo sabía —dijo Daren—. Sabía que sentías algo por él.

—Daren, yo…

El chico se acercó sin control a Albus, le cogió la cara y lo beso con fuerza. La rabia contenida, la ira reprimida que Daren guardaba en su interior —el miedo, la incomprensión, la derrota— se colapsaba ahora en la boca de Albus. Aquel era su sabor, el sabor de Daren Harrelson, aquello era lo que le hacía sentir a Albus.

Scorpius era fuego.

Daren era puro miedo, una pesadilla.

Albus se apartó brucamente. El beso finalizó. Daren se quedó de piedra mirandole algo aturdido. Había tomado una decisión.

—No siento nada.

—¿Cómo dices?

—¡Que no siento nada por ti! —dijo Albus, esta vez, tan alto como pudo.

—No hablas enserio.

—¡Oh, sí!

Albus sonrió. Ahora tenía toda la fuerza del mundo para hacer lo que había estado esperando a hacer tanto tiempo. Ese era el momento. Y lo dijo. Alto y claro.

—Se acabo.

—Albus, no…

—Lo siento. No puedo seguir haciendo ver que siento algo por ti. ¡Porqué es mentira! —gritó eufórico—. ¡Merlín! Llevaba tanto tiempo queriendo hacer esto… ¡Se acabó!

Daren lo miró encolerizado.

—Que te den por culo, Potter —se giró y comenzó a caminar cuesta arriba, hacía el castillo y alejándose de Albus.

—¡NO, DAREN! ¡QUE TE DEN A TI! —Y Albus nunca se había sentido tan terriblemente fuere Podría arrancar un árbol con sus manos, saltar un acantilado, bucear el lago negro sin respirar, matar un dragón o incluso besar a Scorpius sin pensarlo dos veces. ¡Merlín, sí! Quería besar a Scorpius, besarlo hasta desgastarle los labios, hasta quedarse sin aire, hasta perder el control.

Scorpius había estado guiando a sus jugadores desde el suelo. No podía volar con un brazo escayolado, pero si podía seguir siendo un capitán a efectos prácticos.

—¡Adiós, Malfoy! Nos vemos mañana…

—Buen entrenamiento, Jim… ¡Adiós! —le dijo al buscador.

Poco a poco fueron saliendo todos los jugadores de los vestuarios. El entrenamiento había acabado, pero Albus no había aparecido. Su amigo le había prometido venir a verle para luego irse juntos a pasear por los jardines, aprovechando el inusual buen tiempo.

Scorpius despidió a todos los jugadores y se quedó de pie junto a los vestuarios. Albus le prometió que vendría.

—Iré a ver como intentas no caerte mientras vuelas con una mano —decía Albus entre risas—. Será un espectáculo digno de ver, estoy seguro.

Scorpius recordaba la risa de su amigo y ese humor tan suyo, tan único.

Pasaron 15 minutos y no aparecía. El cielo oscilaba entre el rosa más pálido y el azul más oscuro, una curiosa y amarga combinación de colores que a Scorpius le hubiera parecido hermosa si Albus no estuviera tardando tanto. Su ausencia era desconcertante, él nunca llegaba tarde.

Después de la medía hora, Scorpius decidió irse. El cielo había oscurecido con una rapidez estrepitosa. Mientras subía la colina hasta el castillo vio como se le acercaba una sinuosa figura que —debido a la escasa luz— no supo distinguir hasta que estuvo lo suficientemente cerca.

—¡Malfoy!

La voz sonó fuerte y estridente. Era Daren Harrelson.

—Si James te hizo estar un día en la enfermería el otro día, yo voy a hacer que no salgas en un mes —Daren se acercó hasta él con una velocidad vertiginosa. Scorpius quedó atrapado entre él y un árbol. Y antes de que pudiera sacar ala varita para defenderse, Daren tenía la suya contra su cuello—. ¿Recuerdas cuando eras tu el que me apuntabas con la varita? Estábamos en la misma situación, pero a la inversa… Es gracioso como cambian las cosas.

—Déjame en paz, no te he hecho nada.

—Albus —dijo Daren en un hilo de voz.

—¿Qué pasa con él?

—¿Te crees muy listo? —sus ojos chispeaban—. ¿Has estado pensando muy bien como vengarte por todos estos años, verdad? —dijo—. Muy buena, enserio.

—¿De qué hablas, Harrelson

—Sabes perfectamente de que hablo, Malfoy. Sabes perfectamente que es lo que pasa… ¡ÉL! Él te prefiere a ti —Daren dejó ir una diabólica carcajada que hizo que Scorpius se estremeciera—. Te prefiere a ti, y ni siquiera estoy seguro de que a ti te interese él… ¡Ja! ¿Te gusta Albus? ¿Te gusta, Mafoy?

—Déjame en paz, Harrelson —dijo Scorpius un tanto harto de aquel loco—. Enserio, sabes perfectamente que soy mejor que tu con los hechizos, no te arriesgues.

—Dímelo —Daren bajó la varita del cuello de Albus—. ¿Te gusta Albus, Malfoy?

—A ti no te importa.

Daren soltó otra de esas horribles carcajadas que erizaban la piel de Scorpius.

—Merlín… Te gusta Albus Potter —reía a carcajadas—. ¿Qué demonios pasa en Hogwarts que todos sus malditos alumnos son maricas?

—¿Y has aceptado ya el ser uno de ellos?

Scorpius se marchó aprovechando que Daren se había quedado pensando sobre aquel último comentario. Decidió escabullirse lo antes posible, alejándose de aquel loco psicópata que parecía haber desarrollado un sexto sentido para hacerle la vida imposible desde su primer día en aquella maldita escuela.

Empezó a correr y llegó al castillo mucho antes de que Daren pudiera si quiera acercarse a él. Entró por las grandes y colosales puertas y se dejó a caer por la pared. Se sentó en el suelo y respiró hondo unos segundos.

—Me acabo de encontrar a Daren pegándole a un árbol muerto de rabia —Albus estaba de pie junto a la puerta por la que Scorpius acababa de entrar. Había cierto tono burlón en su voz, parecía feliz—. ¿Qué demonios le has hecho?

—Nada.

—¿Estás bien? —Albus se acercó a él.

Hubo un incómodo silencio.

—¿Dónde estabas? Prometiste venir a buscarme después del entrenamiento.

—Estaba… Mmm…

—¿Estabas con él, verdad? —inquirió Scorpius

—Escúchame, Scorpius… Yo… —balbuceó Albus buscando algo que decir.

Scorpius se puso en pie y miró de frente al aturdido chico.

—¿Por qué, Albus? —dijo—. ¡Ese tío es un tremendo idiota!

—Lo sé, pero me lo he encontrado y hemos estado hablando… ¡Escúchame! Le he dicho que no quie...

—No me interesa —Scorpius se acercó más a él, matando el poco espacio que quedaba entre ellos. Estaba muy serio, tenía las cejas fruncidas y los ojos enfurecidos. Albus le miraba atónito, ansioso porque Scorpius acabara con aquel horrible espacio que había entre ellos.

—Scorpius, escúchame por favor —murmuró Albus—. Necesito que me escuches, yo he…

Pero Scorpius estaba muy cerca, casi podía sentir su suave aliento, agitado e irregular. Tenía la boca entreabierta y Albus se relamía por saborearla. Estaban muy cerca, ansiosos y desesperados por hacer lo que tanto tiempo han deseado. Labios estaban a punto de rozarse.

Entonces Scorpius recordó a Daren. Recordó como Albus se entregaba a él cada noche en los pasillos y se apartó. Dio un paso atrás y se alejó de Albus.

—Nunca me han gustado las trivialidades, Albus —dijo Scorpius muy serio—. Vas a tener que elegir… Él o yo.

Notas finales:

Bueeenas,

Soy consciente del tiempo que tardo en publicar, pero busco tiempo donde no hay. He empezado a escribir el próximo capítulo antes de publicar este para tener avanzada la trama. Espero poder publicar el próximo fin de semana.

No sé que es lo que piensan de como está desarrollando la historia, ya queda menos para el final y quiero saber su opinión. Nos vemos en el próximo,

Besos,

Lúthien.


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