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Libres por Luthien99

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—¿Y ésta mañana? —quiso saber Rose.


—Nada —respondió Albus.


—¿Nada?


—Se marchó antes de que me despertara.


—¡Increible! —exclamó Rose.


—Shhh —Albus hizo que bajara la voz—. No quiero que todos se enteren.


—Entiendo —dijo con complicidad—. ¿Y qué vas a hacer ahora?


—No lo sé —Albus suspiró resignado—. ¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Qué hago si lo veo, Rose? ¿Y si quiere llevar todo esto en secreto como Daren? ¿Y si para él todo esto no tiene importancia?


Rose se acercó a su primo por encima de la mesa del comedor, estaban desayunando. Le miró con decisión a los ojos y le habló desde el corazón.


—Cuando le veas haz lo que tu quieras. ¿Te apetece besarlo? Bésalo. ¿Quieres hacer como si nada? Hazlo —decía muy segura de sus palabras—. Sólo en el momento sabrás que es lo que quieres hacer de verdad. Hasta entonces, no te preocupes… Cuéntame todo lo que hicisteis anoche, con detalles, claro —enfatizo— y así te distraés un poco.


—Eres mala —dijo Albus.


—Lo se.


Cuando Albus despertó aquella mañana, Scorpius ya se había ido. Cuando vio chocolate y una carta que no era suya supo con seguridad que lo que había pasado la noche anterior había sido real. Aún sentía el cuerpo de Scorpius sobre el suyo, aun podía sentir como sus largos dedos recorrían con avidez su piel. Era una sensación extraña, que se perdía entre el calor más abrasador y el frío más escalofriante. Tenía la boca llena de saliva que no era la suya, tenía un sabor distinto en la garganta que le recordaba las travesuras que la noche anterior había estado haciendo.


Esto cambiaba mucho las cosas, esto lo cambiaba todo. En la vida de Albus se habían descorrido las tupidas cortinas que le habían estado ocultando la realidad. Una realidad junto a aquel chico que le prometía el cielo y más. Era alentador pensar que Scorpius quería estar con él enserio. Una amistad que, poco a poco, se había convertido en mucho más. Se habían encontrado justo cuando más se necesitaban, complementándose como uno solo.


—Albus, como amada prima tuya que soy… Te pido por favor que salgas del trance y vuelvas al mundo real —la voz de Rose le hizo reaccionar—. Gracias.


—Lo siento, estaba pensando en que no he hecho los deberes de astronomía —mintió.


—Ya…


Albus notó de repente un cálido aliento en la nuca, giró la cabeza y se encontró con el rostro de Scorpius muy cerca del suyo.


—Buenos días —dijo Scorpius en un susurro y besó a Albus suavemente en la mejilla.


Aturdido, Albus no supo reaccionar. Se quedó de piedra, mirando a su prima con los ojos muy abiertos. Scorpius se sentó a su lado y se sirvió con alegría el desayuno.


Rose miraba a su primo y le alentaba con la mirada a que le dijera algo a Scorpius.


—¿Por qué te has ido antes de que me despertara? —le preguntó Albus.


Scorpius sonrió mientras mordía una tostada.


—Me he ido media hora antes de que amaneciera. Prefería no salir de entre las cortinas por sorpresa cuando tus compañeros de habitación estuvieran merodeando por ahí. Al menos por ahora —dijo con una sonrisa.


—Malfoy... —dijo Rose—. ¿Has pensando en cuantos corazones vas a romper?


Albus se masajeó la sien maldiciendo el momento en el que había decidido contárselo a Rose. Miraba a Scorpius de reojo, inspeccionando su expresión y se sorprendió al ver que el chico sonreía radiante. Aquella sonrisa contagió a Albus, que se inundó de felicidad, una espesa y cálida felicidad.


—¿Qué haces en la mesa de Slytherin, Weasley?


—Hablar con mi primo sobre el tío que se metió en su cama anoche.


—Mmm… Interesante —Scorpius dio un sorbo a su baso de zumo—. ¿Tengo que ponerme celoso, Potter?—dijo mirando a Albus con una gran sonrisa picarona.


—Tu sabrás—contestó Albus.


—No sé, dímelo tu.


Albus sonrió, miró su plato y volvió la vista a Scorpius para seguir con el juego.


—No creo que hayan lugar para lo celos, Malfoy… Creo que quedo bien claro anoche —dijo con total picardia.


—Puede que tengamos que repetirlo, para aclarar del todo las cosas… —contesto Scorpius.


Entre ellos dos se creó una burbuja invisible que les nublaba la vista, y les impedía ver otra cosa que no fueran ellos mismos.


—¡Sigo aquí! —exclamó Rose—. Pero no os preocupéis, os dejo con vuestro sexo de miradas —cogió su plato y se puso en pie—. Me voy a otro sitio para no molestar… Acabame de contar más tarde las guarras que hicisteis anoche, Albus —sonrió y se marchó.


Albus se ruborizó.


—Contando secretos de estado al enemigo…


—Me ha obligado…


—Ya —dijo Scorpius—. Seguro que ha sido muy difícil para ti ocultárselo.


—Una tortura.


Aún recordaba el sabor de sus labios. Aún podía sentir que sus manos seguían recorriendo su cuerpo con ansias. Aún podía ver esa mirada que lo devoraba con un solo pestañeo. Albus cerraba los ojos y sentía que volvía a vivir la noche anterior una y mil veces en su cabeza. Revivía cada instante, cada momento como si estuviera sucediendo en realidad. La visión se reproducía en su mente una y otra vez como si de una película se tratara. Teniendo a Scorpius al lado lo único que quería era poder arrinconarlo contra una pared y besarlo durante horas.


Pero la duda volvía a él.


¿Hasta que punto estaba Scorpius dispuesto a hacer, lo que fuera que tuvieran, público?


Dejó aquella duda en su interior, no le preguntó nada a Scorpius y su rutina volvió a la normalidad. Desayunaron y se fueron cada uno a su clase, despidiéndose con un suave beso en la mejilla que nadie pareció ver.


Albus se pasó el día distraído, pensando en la boca de Scorpius, en sus manos, en sus ojos y en la manera en la que anoche le miraban. Quiso poder repetirlo, y sin darse apenas cuenta, cayó la noche. Y se encontró en vuelto de nuevo por los brazos de Scorpius. Antes de que pudiera volver a desearlo, ya tenía a Scorpius en su cama, los dos escondidos tras las cortinas verdes, descubriendo cada uno de sus más ocultos secretos. Después de cenar se habían pasado más de dos horas en la Sala Común, hablando de todo y de nada, para luego abandonar juntos la estancia y adentrarse en la habitación de Albus, con tal de seguir lo que habían dejado a medias la noche anterior. Sellaron las cortinas y silenciaron lo que podría pasar dentro con un movimiento de varita. Fue Albus quien abordó a Scorpius esta vez, arrimándose a él como si de dos imanes se tratase. Sus cuerpos se movían nerviosos, inexpertos pero ansiosos.


—Scorpius… —Albus puso su mano en el pecho del chico y lo separó unos centímetros de él, deteniendo el beso—. ¿Estás bien? —dijo— Estás temblando.


—Estoy perfectamente —Scorpius se apoyó en un brazo, quedando de perfil a Albus al que miraba extasiado—. No te preocupes por mi…


Scorpius acarició con los dedos el rostro de Albus. Trazaba lineas invisibles que seguían las sombras en su mandíbula y subían por los labios. Le robó un recatado beso antes de volver a posicionarse encima suyo, acomodándose entre sus piernas. Albus desataba los botones de su camisa mientras Scorpius le mordía el cuello, ambos se dedicaron plenamente a su labor. Scorpius sentía el roce de los dedos de Albus bajando hasta su abdomen mientras desabrochaba todos los botones. Dejo ir un sonido gutural cuando notó que los dedos del chico bajaban más de la cuenta, siguiendo el hilo de vello rubio, metiéndose en su pantalón y matando el poco espacio que quedaba entre ellos.


Cuando Albus acabó con su cometido, dejó que Scorpius retomara el aliento. El chico se quedó tendido sobre su pecho, respirando grandes bocanadas de aire.


—Sigues temblando… —dijo Albus.


—Como para no hacerlo…


—¿Te ha gustado?


—¡Merlín, sí!


—Demuéstramelo —le retó Albus.


Scorpius se incorporó, le besó en los labios y habló.


—La única manera que se me ocurre de demostrártelo es recompensándotelo —dijo Scorpius mientras recorría a besos desde su mandíbula hasta el final de su abdomen.


—Scorpius… —jadeó Albus con la respiración contenida.


 


Cuando Albus despertó a la mañana siguiente Scorpius ya no estaba, y a pesar de ello aun podía sentir el recorrido que trazaron sus labios hasta llegar a su sexo, y esa manera tan suya de recompensarlo por algo que no se merecía recompensa.


El día se presentó soleado, radiante. Era sábado y los alumnos tenían la oportunidad de ir a Hogsmeade. Albus y Scorpius habían hecho planes la noche anterior para pasar el día. Albus debía hacer unas compras por encargo de su madre y luego Scorpius lo llevaría a comer algo en una taberna cerca del mirador. —Tiene unas vistas privilegiadas, —dijo el chico cuando subieron al carruaje que los llevaba hasta el pueblo—.


Se dedicaron a recorrer el pueblo de arriba a abajo, aunque estaban más preocupados de los pasos del otro, preguntándose si aquella satisfacción, aquella sensación de placer y felicidad podía ser real y si la estaban sintiendo los dos por igual. Todo parecía tan sencillo para Albus: el sol brillaba con fuerza, la cálida brisa inundaba su corazón, la alegría ardía en su interior, Scorpius estaba a su lado y sonreía iluminando su vida. Todo parecía tan perfecto que Albus pensó en los fácil que sería que todo se fuera al garete. Pensó en la fragilidad de las cosas, lo irrisoria que puede llegar a ser la felicidad.


En salir de la taberna a la que Scorpius le había llevado, subieron andando hasta el mirador del pueblo.


—La última vez que subí al mirador de Hogsmeade —dijo Albus—, fue en segundo.


—¿Enserio? ¿Y que haces entonces cuando vienes? —quiso saber Scorpius.


—James y los demás solían llevarme a las Tres Escobas. No se como lo hacían para emborracharse, pero siempre tenía que traer a cuestas a Daren…


Scorpius se paró y lo miró.


—Lo siento —dijo Albus.


—No te disculpes —Scorpius reanudó la marcha hacía la cima, la pendiente era muy empinada—. Forma parte de tu vida, lo quiera o no. Así que tendré que acostumbrarme cuando lo nombres en una de tus apasionantes historias de borrachera con James Potter y sus secuaces.


—Scorpius…


—Vale, vale… No importa —y sonrió como si nada pasara, como si el mundo no se estuviera desmoronando a su alrededor, como si hubiera un núcleo de felicidad y calidez en su interior que provocara una expansión a todo aquel que le rodeaba.


Llegaron a la cima.


Era un pequeño borde rocoso, un acantilado sin barandilla ni protección alguna que garantizara la seguridad al visitante. Las vistas eran privilegiadas, tal y como Scorpius había prometido. El cielo parecía moverse para con la imagen que se representaba, los árboles se mecían y así lo hacían las nubes, siguiendo un único ritmo guiado por el viento.


El sol iluminaba con su gracia todo cuanto alcanzaba la vista. Albus se sorprendió al darse cuenta de que sus pies habían avanzado solos hasta el borde del imponente acantilado.


—Cuidado —las manos de Scorpius consiguieron frenarle antes de que pudiera avanzar más.


—Este no es el mirador de Hogsmeade…


—No. El mirador está allí —dijo Scorpius señalando una pequeña explanada en lo alto de una colina cercana que podían ver desde lo alto—. Este es mi mirador personal y privado.


—¿Privado?


—Sólo para gente privilegiada


—Vaya —Albus le miraba embelesado. El suave viento que movía las nubes en las alturas y los árboles en la lejanía, agitaba también los dorados mechones de Scorpius, ocultándole la mirada con el vaivén del viento—. Este es mucho mejor que el otro, con diferencia.


Scorpius asintió cómo aceptando el cumplido. Sus manos ascendieron y rodearon a Albus por los hombros, arrimándolo a él. Allí, los dos juntos, parecían mimetizarse con el paisaje, creando una imagen de armonía ideal. Albus sentía la suave brisa recorrerle el rostro, mezclándose con el aroma que el cuerpo de Scorpius —tan cercano ahora al suyo— emanaba. Y, aun a pesar de tanta perfección, la duda seguía viviendo en su interior. Todo parecía tan frágil, cómo a punto de romperse. Cualquier estímulo, por mínimo que fuese, podría acabar con su felicidad.


—Mis padres me trajeron aquí antes de empezar Hogwarts en primero. Vinimos de visita, me enseñaron los alrededores y todos los rincones escondidos del valle —dijo Scorpius—. Estaba aterrado cuando la carta llegó a casa, apenas dormía y me pase el verano encerrado en mi habitación. La semana antes de empezar, a mi madre se le ocurrió la idea de venir para demostrarme que hasta lo más aterrador puede albergar pequeñas maravillas, y que el miedo solo es opcional. Vengo aquí desde entonces.


—Scorpius…


—Suena a una historia triste… ¿Verdad? —continuó el chico, clavando sus ojos en los de Albus—. Pero no lo es. Es una de las historias más felices que recuerdo. Todo lo anterior a su muerte parece feliz, todo.


Albus no supo emitir las palabras adecuadas y simplemente le abrazó. Scorpius se amoldó bajo su tacto, se dejó envolver y así, los dos chicos, se convirtieron en una única forma, un único cuerpo, en parte del paisaje.


—Volvamos —dijo Scorpius, deshaciendo el abrazo.


Albus sentía un gran miedo en su interior. No supo el porqué, pero crecía a medida que se acercaban a la plaza de Hogsmeade. El llegar allí y encontrarse con todos una congregación de alumnos que volvían, como ellos, al castillo le aterraba. Tenía miedo que aquella perfecta armonía que se había creado entre él y Scorpius desapareciera. Tenía miedo de que su momentánea felicidad se acabara.


Cuando llegaron todo el mundo los miraba llamaron la atención de todos los alumnos allí presentes que esperaban carruajes. Albus no supo porqué hasta que notó como la mano de Scorpius se tensaba alrededor de la suya. Iban cogidos de la mano.


—Todos nos miran.


—Lo sé.


—¿No te importa? —le preguntó Albus mientras se acercaban hacía la espesa masa de gente.


—No —contestó—. Que miren.


Entonces Albus vio a Daren.


Se paró en seco e hizo a Scorpius detenerse a su lado. Sus ojos se encontraron con los de Daren, que se movieron lentamente hasta posarse donde su mano se unía a la de Scorpius. El chico dibujo una mueca de asco, de repulsión, pero bajo aquella fachada había rabia y celos. Unos celos que lo consumían por dentro. Scorpius era todo lo que Daren deseaba ser. Y ahora tenía a Albus, que era todo lo que Daren quería.


—¿Que miras, Harrelson? —dijo Scorpius para sorpresa de Albus.


—¿Y a ti que te importa? —contestó el chico acercándose a ellos.


Todo el mundo los miraba.


—No lo sé, dímelo tu —Scorpius le soltó la mano. Sonaba amenazador—. Pareces muy interesado en nosotros…


—Interesado no, sorprendido…. Siendo quien eres… ¡El hijo de un mortífago follándose al hijo del Gran Harry Potter! —Daren lo dijo en voy muy alta para que todo el mundo pudiera oírlo—. Sois una pareja de lo más peculiar.


Antes de que Scorpius pudiera decir nada, Albus se le adelantó.


—¡No hay nada peor que los celos, Daren! —gritó Albus—. Es una pena que ahora me lo folle a él y no a ti. Es una pena que ya no te deje aprovecharte de mi como lo has estado haciendo toda tu vida. ¡Eres un cobarde! Y estás que ardes de celos porque él es todo lo que tu nunca serás y tiene todo lo que tu nunca tendrás…


Con una velocidad estrepitosa, Daren cogió a Albus por el cuello de la camisa, encarándose con él.


—¡Cierra esa puta boca antes de que te la rompa, Potter!


—¡Suéltalo! —gritó Scorpius y le pegó un golpe en el brazo, empujándolo al suelo. Albus se hizo a un lado antes de que el chico cayera.


Daren se retorcía en el suelo.


—Déjanos en paz —le dijo Scorpius una última vez.


—¿En paz? —Daren se reía desde el suelo, se incorporó—. ¡Ven aquí, HIJO DE PUTA!


Los dos chicos se lanzaron a atacar como dos leones pelean por una presa. Sus cuerpos se mezclaban entre puñetazos, patadas, arañazos y empujones. La sangre ya brotaba cuando Albus intentaba frenarlos sin éxito. A su alrededor se había congregado un centenar de alumnos que vitoreaban cada golpe, cada cual más fuerte que el anterior, más dolorosa, más sangriento.


Albus lloraba descontrolado por la impotencia mientras Scorpius arrinconaba contra el suelo a Daren y asentaba un golpe tras otro.


—¡PARA! ¡PARA! ¡SCORPIUS, POR FAVOR! —Albus hacía fuerza contra su espalda con tal de retirarlo y hacer que se detuviera, pero nada podía hacer contra aquella locura.


 


 


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