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Libres por Luthien99

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Notas del capitulo:

Hooola! Muchas gracias a aquellas que le hayan dado una oportunidad a esta historia, de verdad. Tengo el siguiente capítulo listo y si todo va bien, en un par de días estará por aquí... Me gustaría saber que les pareció el anterior y que les ha parecido este, así que no tengan reparo en dejar un review, lo recibiré encantada.

¡Disfruten!

Quinto curso había prometido ser mucho más sencillo de lo que realmente estaba siendo, pero ahora, a mitad de primer semestre con exámenes a la vuelta de la esquina y trabajos constantes, la cosa empezaba a complicarse.

—¿Cuándo empiezas con los T.I.M.O.S? —preguntó Rose.

—En cuanto acabemos con los exámenes del primer semestre empezaran con la teoría —respondió Albus.

Ambos estaban sentados sobre el verde césped de uno de los patios interiores del castillo, en el que muchos alumnos se tomaban quince minutos de descanso antes de volver a la siguiente clase. Era un octubre sorprendentemente cálido en el que aún se podía disfrutar del tiempo moderado de un agradable otoño.

—James me ha contando la movida de anoche… —dijo Rose.

—Ya conoces a James, le gusta dramatizar las cosas… Fue una tontería.

—Lo sé. Le he visto meterse con Malfoy muchas veces y está bien que alguien le cortará el royo por una vez.

—Se comporta como un tremendo idiota últimamente —añadió Albus—. No me gusta nada como trata a la gente.

—A decir verdad, si es cierto que últimamente se le ha agraviado la soberbia —comentó Rose, ensimismada—. Tendríamos que hablar con él.

—Ahg, paso.

El rato pasó dinámico. Un momento de liberación después de las horas lectivas. Pero poco después se vieron obligados a volver a clase por separado, Rose iba a sexto y Albus a quinto. Y a pesar de la diferencia de edad, la distancia entre sus casas y todos los obstáculos por medio, Albus y Rose eran mucho más que dos primos, eran buenos amigos, confidentes de verdades y secretos.

Albus se dirigía hacía la clase de pociones. Caminaba ensimismado por los pasillos cuando vio a alguien a quien había estado evitando todo el día. Estaba parado en una de las columnas adheridas a la rocosa pared. Sus aires de grandeza y su complejo de superioridad le hacían llevar la camisa más desabrochada de lo normal, dejando a la luz sus definidos pectorales.

Albus se acercó a él. Estaba claro que le estaba esperando y no podía pasar del chico sin más.

—Daren… —le saludó Albus.

—¿Qué demonios pasó ayer? —le preguntó.

—Nada.

—Mira, Al… No me vengas con esas, porqué sabes perfectamente lo que paso.

—Daren, si has venido por esto… Ya te puedes ir.

El chico se cruzó de brazos y suspiró mirando a todos lados.

—Está bien.

Albus asintió y colocó su mano sobre uno de los antebrazos del chico. Lo acarició.

—Aquí no —Daren retiró el brazo y anuló el contacto—. ¿Nos vemos después? ¿Esta noche? ¿Quedamos donde siempre?

—Estoy un poco cansado, la verdad —confesó Albus—. Mañana es sábado y podemos pasar el día juntos.

—Mañana, donde siempre y a la misma hora.

Albus asintió a modo respuesta. Siempre así, siempre en las sombras, ocultos bajo el sello de la noche. Entre engaños y mentiras. Estaba prohibido mirarse, estaba prohibido tocarse, estaba prohibido conocerse a ojos del mundo. Esas eran las normas que Daren ponía. Y Albus, sometido bajo el yugo de su calor, las acataba todas. Por mucho que doliera, por mucho que sintiera que no valía y que todo era un gran mentira, Albus cumplía con las normas. En silencio, sin caricias, sin besos, sin palabras. Solo calor, solo sexo.

El día continuó sin complicaciones, con su ritmo habitual. Dejando a atrás clase tras clase llegó la tarde. La tarde otoñal que da paso a la esperanza de que el tiempo permanezca parado, que no avance, para que no llegue el frío invierno, en el que los días se vuelven tristes y apagados, en el que durante sus noches se consumé el calor de los corazones que ansían la feliz primavera. El invierno llegaba, los días se hacían cortos, las noches largas.

Albus pasó la gran parte de la tarde en la biblioteca. Intentaba terminar aquel trabajo que el profesor de pociones le había puesto aquella misma mañana. No conseguía plantear cual podía ser la fórmula para conseguir la maldita poción que le pedía. Había estado buscando en casi todos los libros de la biblioteca, consultándolos con calma y detenimiento, pero no había dado con la respuesta. La cosa se complicaba cuando pensaba que debía plantear la fórmula de quince pociones más. Todo un libreto bien encuadernado que debía completar.

—¿Podemos hablar o estás muy ocupado?

Albus levantó la vista del libro.

Scorpius Malfoy se erguía frente a él.

—¿De que quieres hablar? —Albus se mostró indiferente ante la repentina llegada de aquel chico. Continuó mirando el libro y haciendo como si nada.

Scorpius resoploó incómodo al ver que Albus se mostraba indiferente.

—Si estás tan ocupado con la mierda de los deberes, me voy y ya esta —su tono se había vuelto mucho menos amable de lo que había sido al principio.

—No —musitó Albus—. De todos modos, no tengo ni idea de como hacerlos… Puedes quedarte.

Scorpius se sentó en la silla de enfrente, dejando una mesa de separación entre ellos. Hubo un largo silencio antes de que uno de los dos se dignara a hablar.

—¿A que has venido?

—Quería pedirte perdón.

—¿Por qué? —preguntó Albus.

—Pues por lo que te dije ayer… —contestó Scorpius. No le miraba, su mirada estaba fija en los libros sobre la mesa—. No debería haber respondido así después de que me defendieras del imbécil de tu hermano.

—Ya…

Los silencios se adueñaban de cada momento en el que sus bocas callaban. Esos silencios se volvían incómodos y no sabían como erradicar esa situación.

—Tu cuaderno está bastante vació, ¿no? —preguntó Scorpius, cambiando de tema y dejando que uno nuevo ocupara los silencios—. Se supone que se tiene que escribir en esas páginas —dijo con sarcasmo.

—Ja, ja… Que gracioso.

—¿No encuentras las formulas o qué?

—No —dijo Albus—. He buscado en casi todos los libros de la maldita biblioteca, pero no encuentro lo que me pide…

Scorpius abrió la mochila que llevaba colgada al hombro. Rebuscó entre sus libros y cuadernos, sacando uno. Se lo tendió a Albus.

—Usa este —dijo con una sonrisa.

Albus cogió el libro y lo examinó.

—¿Este libro es de Hogwarts? —preguntó Albus.

—No, no sale en la lista de material —explicaba Scorpius—. Pero esta todo lo que Slughorn te pueda pedir durante este curso y el siguiente.

—¿No lo necesitas tu?

—No, de momento puedo prescindir de él —dijo Malfoy—. Úsalo y cuando hayas acabado me lo devuelves, no hay ningún problema.

Albus le dio las gracias con una sonrisa. Este pareció aceptarlas.

Abrió el libro por la primera página y encontró con algo que no esperaba.

Draco Malfoy.

Estaba escrito con una detallada caligrafía, un trazo fino y delicado. Aquel libro había pertenecido al padre de Scorpius. Un hombre que Albus no conocía, pero del que había oído hablar en muchas ocasiones.

—¿Puedo quedarme aquí a acabar unos deberes? —preguntó Scorpius, sacando de su mochila otros libros—. Todas las demás mesas están ocupadas.

—Claro —respondió Albus.

Le miraba con interés. Interés por sabes si aquel chico, simpático y amable —que se había disculpado por su actitud grosera el día anterior—, se parecía en algo a aquel hombre del que había oído hablar tantas veces.

Un cobarde.


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