No entender, pero sí entender
Había cosas que Yutaka no entendía:
Una, que su mejor amigo, Akira se haya cambiado de colegio por su novio y que incluso haya movido su vago trasero para empezar a trabajar y pagar la carísima colegiatura en donde estaba este, además, que haya confundido al tipo cuando se conocieron por una mujer, el maldito era mucho más alto que ambos y tenía una gruesa voz, lo mejor fue que haya terminado mordiendo la almohada y aunque lo negara, sentarse de lado en la silla lo delataba.
Dos, que su profesor de matemáticas fuera tan amargado como un pomelo y que lo obligue a tomar clases extracurriculares todos los días, si tener promedio cero no es tan malo, además no es que no sepa, es que sus clases tienen un efecto tan somnífero como una canción de cuna, incluso su voz poco masculina. Sospechaba que su profesor estaba enamorado de él, Yutaka tenía radar para los gays, pero no, prefería dormir con su almohada de Luffy de One Peace antes de estar como quinceañera enamorada, así como estaban sus amigos, no caería tan bajo con ellos y su, “corta tu primero”, “ no corta tu”, porque al final terminaba por tirar el teléfono de su amigo y obligarlo a jugar videojuegos como los machos menos que eran, además era su profesor (aunque ni le importaba, igual tenía buen trasero).
Tres, que después de un mes de extracurriculares y con todas sus actividades deportivas suspendidas por mal comportamiento, haya terminado siguiendo a su profesor a todos los lugares que iba, incluso lo había seguido en una cita con algún tipo x, gastando su mesada en una entrada de cine y haber terminado llorando con una película romántica y cursi en el cine, pero terriblemente mala.
Cuatro, debía darle consejos de cine a su profesor.
Quinto, darle consejos de citas también, demasiado cliché el viejo.
Sexto, dejar de ir a todos los restaurantes que iba o locales de comida rápida para ver lo ridículo que se veía comiendo.
Séptimo, aprender que no se debe revisar el móvil de otros hasta estar seguro que no están en un radio de un kilómetro.
Octavo, que su radar de gays no estaba roto, solo estaba obsesionado con su profesor y que su amigo, aunque lo intente, siempre morderá la almohada, rasguñará las sábanas y si quisiera intentarlo, necesitaría un banquito.
Noveno, que no deberían sacar fotos para colocarlas en sus expedientes escolares, porque así no pillaría a su profesor solo en la sala de profesores decorando sus fotos con lluvia de la vida.
Y decimo, las apariencias engañan, porque aunque tuviera diez años menos y ninguna experiencia más que las películas porno que veía y lo que le contaba su amigo y el novio de su amigo y sus juegos con su almohada de Luffy, estaba haciendo que su profesor de matemáticas, Shiroyama Yuu, lanzara lluvia de la vida por toda la sala de profesores y no solo una vez, las clases de matemáticas se habían vuelto multiplicaciones elevadas a su máxima potencia.