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Al salir del velo por Timothy_William_42

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Cuando Remus se despierta al día siguiente, con una resaca considerable, se encuentra a Sirius en el comedor. No es como si él hubiese tenido un sueño reparador, pero la cara de Sirius no podría empeorar más. Está despierto, con los ojos rojos por el sueño y los labios agrietados por la bebida.


-Lo siento -le dice, aún desde el umbral de la puerta.


-No lo sientas. Lo de ayer fue culpa mía. Olvídalo, ¿vale? No tiene importancia.


-Claro, como quieras.


Sale del comedor y se dirige a la cocina, a por un te. Para él, lo que pasó la noche anterior entre ellos, tiene la mayor de las importancias. Sirius aún le desea, y esa idea se está adueñando de su cabeza a con mucha velocidad. Quizás lo idóneo sería renunciar a él, asumir que ahora Sirius está enamorado de otro hombre y seguir con su vida lo mejor que pueda. Pero no le parece tan sencillo y se resiste a rendirse con tanta facilidad. Tampoco le fue fácil conquistarlo la primera vez, y bien que lo logró. Por otro lado, y jugando a su favor, Snape no parece interesado en aquella relación. De hecho, ni siquiera se ven. Sería más sencillo renunciar a Sirius si éste tuviese alguna oportunidad, pero tal y como estaban las cosas no parecía demasiado probable.


Saca el agua del fuego, lo apaga, y se sienta en la misma cocina a disfrutar del te con miel y limón. Su cabeza no para de darle vueltas, y las náuseas siguen ahí, pero ni así parece que vaya a dejar de pensar.


Él sabe, como supone que lo sabe Sirius, que Snape es homosexual. O al menos lo son todas las cortas relaciones que ha mantenido desde que Lily Potter murió. Así que Remus asume que Sirius no tiene ninguna posibilidad porque Snape no le conoce. Aún. Suspira, cada vez más resignado. Si llegase el día en que se conociesen, Snape caería a sus pies, como tantos otros antes que él. Porque Sirius sabía hacerlo, tenía todo lo que alguien pudiese desear, y sabía venderse bien.


Pero, incluso sabiendo eso, ¿era hacer trampas tratar de devolver a Sirius a su lado? Vuelve a suspirar, notando como el enfado le va ganando terreno a la indignación. No entiende por qué eso tiene que pasarle precisamente a él, que ya había encontrado al amor de su vida, con quien quería envejecer y morir cuando le llegase la hora. Pero conocía a Sirius, y si había sido capaz de rechazar al lobo en unas condiciones de borrachera como las de la pasada noche, es que su enamoramiento iba en serio. La idea del capricho pasajero que Remus tan cuidadosamente había albergado, dejaba de tener sentido.


Podía imaginarse lo que pasaría a partir de entonces. Sirius le diría que eso no podía volverse a repetir, y luego le pediría que no se fuese de Grimmauld Place, que le amaba, aunque de otra forma, y le quería ver feliz y en su vida.


En ese momento, como acudiendo a la llamada, oye abrirse la puerta de la cocina y nota como Sirius se sienta a su lado.


-¿Quieres que hablemos de lo que pasó anoche? Yo no quiero que te vayas de aquí, Remus.


Efectivamente, no se había equivocado. ¿Cuándo se equivoca él con algo relacionado con Sirius? Vuelve a mirarle la cara y sólo puede ver sufrimiento. Al fin y al cabo, él también es un hombre rechazado por la persona amada, al menos de momento, y a eso se le debe sumar el tormento de hacer sufrir a su mejor amigo. Seguramente se siente como una mierda, y cuando Remus le vuelve a mirar, sus ojos desquiciados se lo confirman.


-No me voy a ir. Tampoco tengo a dónde, la verdad.


-Si quieres puedo prestarte dinero, sólo tienes que pedírmelo. Ya lo sabes. Pero me gustaría que te quedases porque te quieres quedar. Sé que es difícil para ti y que no soy quien para pedírtelo, pero…


-No pasa nada. Está bien.


Una nueva idea empieza a coger fuerzas dentro de su cabeza. No hacía falta que sufriesen todos, al menos Sirius podía ser feliz. Todavía no se acaba de desprender de las ganas de reconquistarle, pero cada vez le parecen más lejanas y absurdas. Sirius se ha enamorado de otro hombre, y cuanto antes lo asuma, mejor para todos. Tal vez Remus podría participar de la felicidad de Sirius, aunque de la manera que nunca pensó. Como bien reflexionaba antes, Snape no le ama porque no le conoce. Quizás, y sólo quizás, si Remus ayudase a Snape a abrir los ojos respecto a Sirius, quizás, y sólo quizás, ellos podrían ser felices.


-Le voy a escribir a Snape -se oye decir-. Le quiero pedir que venga.


-¿Qué?


-Nunca me enseñó a realizar la poción matalobos, y me interesaría ser capaz de hacerla por mi mismo. Sólo quiero pedirle que me enseñe a hacerla.


Sirius le miraba, atónito, como si no dijese más que tonterías. Probablemente es lo que estaba haciendo.


-¿Quieres que Snape venga aquí? ¿Con nosotros?


-Oh, Sirius. ¿De verdad tú no quieres que venga?


-Joder, ¿y de verdad sí quieres tú?


 


Sirius había salido al Callejón Diagón a hacer unas compras. Arthur fue con él. Últimamente hablaban más que de costumbre. Era una amistad algo forzada que, al principio preocupaba a Hermione, aunque alegraba sobremanera a Harry y a Ron. Ella veía allí más dolor que otra cosa: Arthur se sentía obligado a complacer a Sirius porque no quería que éste se sintiese culpable, y Sirius hacía lo propio con Arthur porque se moría de culpabilidad. Nada sano podría salir de allí, pero, con el paso de los días y de las semanas, esa amistad cuajó muy bien, y la muerte de Molly cada vez parecía más lejana.


Así que ver a Sirius paseando con Arthur Weasley por el Callejón Diagón no era un espectáculo nada inusual un sábado por la tarde. Y Sirius ya casi se había olvidado de la ridícula propuesta que le había hecho Remus por la mañana. Traer a Snape a su casa, por Merlín. En primer lugar, estaba seguro de que Snape, ahora que no había ni Albus, ni Voldemort, no volvería a pisar Grimmauld Place ni que le fuese la vida en ello; y en segundo lugar, ¿para qué mierdas quería Remus tener a Snape allí? La primera idea que tuvo Sirius fue pensar que era algo ritualístico para los lobos: atraían a su rival y le mataban. Pero había descartado esa idea bastante rápido, sonaba bastante estrambótica.


Acabó el paseo con Arthur tomándose una cerveza de mantequilla en el Caldero Chorreante.


-¡Por fin una silla!


Sirius le rió la gracia y fue a pedir para los dos.


Pero Arthur tenía razón, habían llevado unos días bastante ajetreados últimamente. Bueno, para ser justos: Sirius se sentía ajetreado y llevaba a todo el mundo de cabeza. Remus era al único a quien le había contado sus temores, y pensaba hacerlo también con Arthur. Ahora mismo. Aquello empezaba a parecerle peligroso de verdad.


-¿Qué hemos estado comprando? -le preguntó Arthur, cuando Sirius llegó con las dos cervezas de mantequilla.


-Libros. Tratados sobre el tiempo, la flexibilidad del espacio y mil movidas más que te aseguro que estoy muy lejos de entender. Por eso quería hablar contigo, necesito ayuda. Remus está igual de perdido que yo.


-¿Qué es lo que pasa, Sirius?


-¡No lo sé! Desde que volví del velo han cambiado muchas cosas, muchas cosas que ya estaban escritas, ¿entiendes? Albus no se cansaba de repetirme lo peligroso que es eso. Y me empieza a preocupar. Al principio eran sólo tonterías, o eso creía yo. Pero fui viendo que no era así: gente que tendría que estar muerta, como yo, seguimos vivos, y al revés, Arthur. Ya sabes de lo que te hablo.


El gesto de dolor de Arthur era contagioso. No sólo por Molly, también por Ginny.


-Lo que quiero decir -siguió Sirius-, es que los cambios que estamos provocando en el futuro son cada vez mayores. Harry ya nunca se casará con Ginny, ni tendrán tres hijos con nombres francamente melodramáticos. Ni tampoco parece que vaya a ser Jefe de Aurores. ¡Dice que no sabe si quiere si quiera seguir estudiando! Los Malfoy… Me alegro por Draco, al fin y al cabo fui yo quien habló a su favor, pero no se suponía que a Draco Malfoy le iba a dar por liderar la lucha de los muerde-almohadas, ¡por las barbas de Merlín!


-No veo dónde quieres ir a parar.


-Los cambios cada vez son mayores, Arthur. Y todo esto influye en la magia, lo sabes tan bien como yo -Sirius acabó su cerveza y apagó todavía más su voz antes de volver a hablar-. Es Harry. No va a dejar embarazada a Ginny, ni tres ni una ni ninguna jodida vez -Arthur no parecía entender lo que quería decir, así que tras pedir un par de cervezas más, Sirius volvió a encararlo-. Harry Potter es ahora el mago vivo más poderoso. Y no va a tener hijos, Arthur.


-Oh, por Merlín…


-Exactamente. ¡Por él!


Arthur negaba con la cabeza, negándose a creer que aquello pudiese volverse real. Los magos más poderosos siempre eran un canal. Hombres o mujeres, daba igual, europeos, africanos o de cualquier otro lugar del mundo, pero siempre eran canales por donde la magia fluía a placer. Canales que regulaban los brotes mágicos de todo tipo. Voldemort, por ejemplo: la misma magia profetizó que era Harry quien tendría que acabar con él, porque esa era su misión como descendiente de Merlín: controlar los brotes mágicos no deseados. Nadie creía, ni siquiera Sirius, que Harry Potter tuviese sangre del mismo Merlín en sus venas, pero su descendencia era otra. Merlín fue el mago más poderoso en sus tiempos, y ahora Harry lo era en estos.


Y si algo sabia la magia, la misma matriz de la magia, era quiénes serían sus hijos e hijas predilectos. Se dice, aún sin que nadie esté seguro del todo, que la magia no existe en el tiempo, sino en la eternidad. Y se dice, también, que sólo participó de la línea temporal del Universo una sola vez, para establecer quienes serían sus hijos e hijas predilectos, desde Merlín hasta Harry. Eso ya estaba escrito, y según iba investigando Sirius, era lo único que estaba realmente escrito, lo único que no se podía cambiar, porque la magia ya había elegido.


Y nadie sentía ninguna curiosidad por ver cómo reaccionaría la magia si se le negaba lo que, por derecho, era suyo.


-Ha habido otros sin descendencia -dijo Arthur, al final-. No siempre los Elegidos son hijos de otros Elegidos. Mira Harry, ni James ni Lily lo eran. ¿Por qué crees que la magia escogió a alguno de sus hijos con Ginny?


-No lo sé, Arthur. No lo sé. Pero deberíamos saberlo, porque esto puede ser muy serio, y más vale estar seguros. Y si la magia escogió a uno de esos tres críos, más nos vale encontrar otra solución, o Voldemort podría volverse un recuerdo casi agradable en comparación con lo que nos espera.


 


Todo esto le rondaba a Sirius por la cabeza cuando abrió la puerta de Grimmauld Place, cerca de la hora de cenar.


-En media hora llegará Severus.


Y desde luego no se esperaba que Remus le soltase aquello. Intentó disimular, pero entró en pánico: gritó, se enfadó, luego se alegró y sonrió como un imbécil, y más tarde sentó a Remus en un sillón para que le ayudase a entender qué diablos estaba pasando allí. Y todo eso en menos de cinco minutos.


-Mañana es luna llena -dijo éste, encogiéndose de hombros-. Necesito la poción matalobos. No es optativo, Sirius.


-Pues que te la envíe, joder.


-No puedo pedirle eso. Ya sabes que no le caigo exactamente bien. Antes me la hacía por Albus, pero ahora ya nada le impide mandarme a la mierda. Así que le he pedido que me enseñe a hacerla: yo me sentiré más seguro no teniendo que depender de nadie, y estoy seguro de que Severus prefiere pasar una noche aquí que dedicarse cada mes a hacerme un favor.


Aquello era raro. Entendía los motivos, pero todas las razones estaban algo forzadas, como queriéndolas encajar para gusto de Remus. Sirius era incapaz de entender los motivos de aquello. Quizás Remus necesitaba verlo con sus propios ojos para empezar a superarlo. Vete a saber. Sea como sea, a Sirius le dio por reírse a carcajadas, y así siguieron hasta que llegó Severus Snape.


 


Severus estaba molesto. Molesto con el lobo, con el perro, consigo mismo y, sobretodo, molesto con Godric Gryffindor por haber abierto una estúpida casa para estúpidos magos. Pero ahí estaba, frente Grimmauld Place 12,aún con toda su molestia. Y esa era la peor parte: se había dejado convencer.


Siendo sinceros, Severus sentía curiosidad. Primer Black y sus cartas,y ahora Lupin y sus favores. No pensaba quejarse, porque le parecía perfecto quitarse de encima el engorro de fabricar la poción matalobos cada mes. Además, si seguimos siendo sinceros, Lupin le caía bien. Era el único que siempre le había tratado con respeto, como a un igual. Incluso en Hogwarts. Y que ahora le invitase a la casa que compartía con su noviecito Black le traía loco de curiosidad.


Respira un par de veces y llama a la puerta. El tiempo justo para recomponer su cara de fastidio antes de que la puerta se abra.


-Black.


-Snape. Pasa, por favor.


Nota que Black está nervioso, y eso le contagia los nervios también a él. Oye como cierra la puerta detrás de ellos y le sigue hasta una salita de la planta baja. Lupin tampoco está ahí.


-¿Es a ti a quien voy a tener que enseñar pociones? Porque creo recordar que se te dan francamente mal. Tu novio haría bien en aprender a prepararla él mismo.


-Remus vendrá ahora. Está en el baño. Y no es mi novio.


-Ya veo.


¿Ya veo? Bueno, no se le había ocurrido nada mejor que contestar. Como tampoco se le ocurría ninguna explicación para haber formulado esa pregunta absurda. Pero qué diablos, ¡sentía curiosidad! Nadie podía culparlo por ello. Además, ahora veía con otros ojos los patéticos intentos de Black por tontear con él, aunque seguía sin entender nada.


Estuvieron en silencio hasta que apareció Lupin. Luego, le siguió hasta otra sala, mucho más retirada, donde ya había preparados un caldero y todos los ingredientes necesarios para la poción.


Tres horas más tarde, la poción estaba acabada y todavía no había pasado nada. Nada en absoluto. Severus lo encontraba de lo más frustrante.


Lupin había estado tan agradable como siempre, aunque Severus lo notó algo forzado. Y Black ni siquiera había vuelto a aparecer. La conversación, a pesar de ser relajada, había resultado poco interesante. De hecho, el único momento que, según Severus, valió el esfuerzo, fue cuando le dejó caer a Lupin que Black que ya no estaban juntos. Lupin se limitó a encogerse de hombres.


-Bueno, ahora Sirius está enamorado de otro hombre.


-Oh. Lo siento.


-No pasa nada. Al fin y al cabo, ¿quién puede luchar contra el héroe personal de Sirius, verdad?


Desde luego, esa era poca información, y su curiosidad seguía intacta, pero era más que nada.


Al salir al pasillo, Lupin le invitó a que se tomara una copa con ellos, pero Severus rehusó con educación. No tenía ningunas ganas de seguir allí ni un minuto más, así que se dejó acompañar hasta la puerta y se despidió de Lupin con un apretón de manos.


-Gracias, Severus. Por todo -dicho esto, le abrió la puerta, aunque antes de cerrarla todavía añadió algo más-. Sirius también te lo agradece. Ahora podrá justificar, una vez más, tenerte en ese pedestal de heroicidad suyo.


Y la puerta se cerró.

Notas finales:

Bueeeeno, ¿cómo lo veis? ¿Harry? ¿Severus? !Remus! Madre mía...


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