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Regreso a Nunca Jamás por HizakiDoujinshi

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Notas del capitulo:

Antes que nada pido una disculpa por la tardanza para subir los capítulos y por lo lento que va la hostira, me está llevando mucho escribir y ordenar mis ideas para lograr un final que me deje satisfecho por completo.

Para los que aún leen esperando que Sasuke aparezca, espero que este capítulo llene sus espectativas.

Por último, recomiendo que para este capítulo tomen unos audifonos y escuchen el soundtrack completo de "Peter Pan: la gran aventura" mientras leen.

-Pocas cosas en la tierra son tan desagradables, sucias, y viejas como el camarote de Garfio. Hace frío, está obscuro y las paredes mohosas apestan a humedad. La cama no la usa, el dosel esta roído por ratones, y la madera de los muebles, acabado por termitas. El capitán nunca duerme pues el cocodrilo siempre está al acecho. Tic tac-tic tac, se escucha. Para ocultar sus miedos, Garfio se escabulle en la oscuridad a su viejo piano, y toca y toca a Brahms. Oh, pero no es lo único a lo Garfio le teme. Garfio no sale de su camarote porque en la paz de su piano busca una respuesta para librarse de su más grande enemigo, ¿Naruto Uzumaki? Para nada. Su más grande enemigo no se compara con ese pequeño bobalicón. Hablo del temor de los océanos, la bestia salvaje de los siete mares. El capitán Susano…

 

-Vamos Dei, ¡¿quieres parar con eso?!- gritó un pelinegro desde otra habitación.

 

El rubio de la casa estaba sentado en su sofá preferido de lectura leyendo una de sus más recientes adquisiciones.  Rio acariciando su enorme vientre de ocho meses al escuchar los gritos de su marido.

 

-¿Qué tiene de malo querido? Solo le leo un poco al bebé, además tú lo escribiste.

 

-Es eso precisamente lo que tiene de malo, “corazón”- volvió a escucharse desde otra habitación.

 

-No seas ridículo Itachi, es adorable, y además se lo estoy leyendo a tu hijo, no a un extraño. Descuida bebé, tu padre no es tan amargado como parece, y solo le asusta que creas que sus historias son estúpidas.

 

-¡Te escuché Deidara Uchiha!- volvió a gritar.

 

Deidara hizo una mueca mostrándole la lengua a la puerta del salón justo antes de que apareciera un pelinegro ataviado con su bata de baño, después volvió a su lectura, esta vez en voz baja.

 

-¿Dónde encontraste eso?

 

-Buscaba los adornos de navidad en el ático y lo encontré en una de las cajas que decía, “no abrir, el contenido es solo apto para inmaduros”- respondió el rubio sin despegar los ojos de la lectura, remarcando el sarcasmo en la última frase.

 

-¡¿Subiste al ático?!- preguntó exaltado el pelinegro -¡sabes que no debes!, tienes ocho meses Deidara ¿Qué hubiera pasado si resbalas y caes hasta el piso de abajo?

 

-Por favor Itachi, estoy embarazado, no soy ningún inválido y conozco mi propia casa como para andar por ella sin necesidad de ver por dónde voy, nada me pasaría. Ambos sabemos que me usas de pretexto solo para no abordar el tema del libro.

 

El doncel decidió ignorarlo después de aquella insignificante discusión. El señor de la casa resopló mientras tomaba el periódico nocturno, se sentó en su sillón frente al doncel y fingió leer, pues estaba más concentrado en observar, con ojos de cachorro regañado, a su esposo que seguía entretenido con ese viejo libro de historias.

 

 

Un mes después…

 

 

 

-Sabe que tiene toda mi lealtad.

 

-Lo sé querido.- Esa voz lenta, fría y cruel, capaz de calarle los huesos hasta el más valiente.

 

-No entiendo entonces por qué aún está empeñado en…lo siento –de nuevo le había levantado la voz a su capitán, había aprendido a base de duchas frías y uno que otro ahogamiento que no debía hacerlo, pero su rebeldía no terminaba de ceder, cosa que Garfio admiraba del joven doncel. No llegaría a ningún lado siendo dócil y amable, esa rebeldía era buena señal.

 

-¿Qué te he enseñado sobre disculparte, Sasuke?- Garfio le daba la espalda mientras conversaban, cosa habitual en él hasta que cometía un error, solo entonces lo miraba de reojo con esa mirada helada que le hacía erguir la espalda lo más posible.

 

-Un capitán pirata no se disculpa, hace lo que le da la gana cuando le da la gana.

 

-Nunca lo olvides pequeño.- el pirata suspiró dejando la labor de medir en sus mapas. Sasuke agradeció que dejara de hacerlo, odiaba que no lo mirara a la cara cuando hablaban, se sentía pequeño y subestimado. No le gustaba. Orochimaru se sentó detrás de su enorme mesa de caoba roída y mohosa, levantó las sucias botas sobre esta y se recargó en el respaldo de la silla. Suspiró cansado. -No hay nadie en este barco a quien le tenga más confianza que a ti, pero aun eres muy- buscó cuidadosamente la palabra mirando al doncel de arriba abajo con ojos depredadores y despectivos- frágil.

 

-No soy frágil- replicó inmediatamente el doncel.

 

-Terco.

 

-Tsk- se mordió el labio para no despotricar contra el capitán.

 

-Amable, dulce, tan tú.

 

-Por eso quiere que vuelva y lo haga- dio un paso hacia adelante manteniéndole la mirada.

-En efecto. No solo es para demostrarme, una vez más, que puedo confiar ciegamente en ti, sino también para demostrarle a Nunca Jamás que no habrá ningún capitán igual a ti, que puedes ser el perfecto sucesor de Garfio, que puedes vencer a Naruto Uzumaki cuando venga por nosotros.

 

Al escuchar el nombre de cierto rubio bribón la mirada de Sasuke se ensombreció.

 

-Si es que viene.

 

Orochimaru soltó una carcajada, logrando molestar al doncel. No era secreto en la tripulación que el joven pirata suspiraba por el rubio Uzumaki desde la primera vez que  lo había visto, información que utilizaban los demás marinos para burlarse de él a sus espaldas; de frente jamás porque a pesar de (como dice Garfio) ser frágil, Susanoo era el terror cuando se enojaba y nadie se atrevía a hacerle frente.

 

-Oh, pequeño, vendrá, eso no lo dudes. Prepárate para encallar- dijo el capitán dándole a entender que no permitiría más cuestionamientos en el plan. –Te haré llamar cuando sea la hora.

 

Sasuke dio media vuelta mordiéndose la lengua para no decir nada indebido.

 

-Y Sasuke…- el doncel se detuvo pero no miró hacia atrás –…no falles-

 

-Nunca- respondió mientras esbozaba esa sonrisa ladina que tanto le caracterizaba después se marchó a su camarote.

 

Al llegar a la puerta al fondo del pasillo se encerró.

 

Cualquiera que viera el interior de esa habitación jamás imaginaría que se encuentra en el mismo barco. Un palacio, esa palabra era la mejor para describir el camarote de Sasuke. Papel tapiz azul celeste, cama con dosel de terciopelo y costuras doradas, cojines con bordados de seda, baúles con los vestidos más finos que alguien pudiera imaginar, cofres con perlas y piedras preciosas, otros tantos con mapas de tesoros descubiertos. En el centro, una mesa con un juego de té de porcelana blanca con animales pintados en él. Y en la puerta, un retrato de su némesis; Naruto Uzumaki.

 

Se recostó en la cama desordenando un poco los peluches que tan cuidadosamente había acomodado esa mañana. Estaba ansioso y preocupado a la vez. Su vista se paseó por la habitación y sonrió. Cada cosa en aquella habitación le traía recuerdos asombrosos de sus seis años navegando, cosas que se obligaba a recordar cuando venían a su mente sucesos del pasado que lo volvían débil. Se obligaba a recordar que él había deseado más que nada esa vida, que al fin tendría historias increíbles que escribir en sus libros, que sería recordado como el más grande pirata de todos los tiempos. Y aun así, desde que había vuelto a ver a su amigo rubio no podía dejar de pensar que algo no estaba bien.  Cada día extrañaba más a Sai, a Itachi, sobre todo a Itachi, ¿estaría bien?, ¿se acordaría de él?, ¿lo perdonaría por haberse ido de repente? Y sus padres, ¿lo seguirían queriendo aun sabiendo que era un pirata? Ni si quiera podía recordar bien sus rostros. Y qué decir de Naruto, ese dobe ni siquiera lo recordaba.

 

Sacudió la cabeza al darse cuenta de la dirección que habían tomado sus pensamientos, Orochimaru tenía razón, todavía era demasiado frágil; aún era un chiquillo que soñaba. Sí soñaba, con su familia, con su casa, con “su” Naruto.  Y su trabajo era dejar de parecer un chiquillo ante Garfio, sin embargo, ahí dentro en su palacio, él podía seguir siendo un doncel cuenta cuentos.

 

¿Y sus cuentos? Hacía tiempo que no escribía, desde aquella vez que le habían asignado la vigilancia en las noches de taberna, el muy bastardo de Orochimaru sabía que aborrecía la bebida y el ambiente de las tabernas, así que lo había obligado a vigilar el barco a punta de espada, lo cual hacía la tarea de escribir casi imposible. De eso ya pasaban casi dos años. Dos años de tener una reputación que mantener. Sonrió entonces, orgulloso.

 

El Maestre Susanoo, el terror de Nunca Jamás, el doncel de hierro, el pirata cuentacuentos. Así lo conocían los perros de la tripulación de Jolly Roger, y debía mantenerse así. Al verlo, veían un muchacho fuerte, insensible, el mismo hijo del averno; a un excelente estratega, a la mano perdida del capitán. Le gustaba. Había logrado ganarse el respeto de la tripulación que, aunque no dejaban de fastidiarlo con respecto a su condición de doncel, jamás se atrevían a cuestionarle nada.

 

Todos hablaban del Maestre Susanoo. En las islas del norte se decía que Orochimaru había perdido su mano derecha y toda su energía había ido a parar en el joven pelinegro. En las islas del sur decían que Sasuke había encontrado la mano perdida del capitán, por ello era tan poderoso y su fiel segundo al mando. En Nunca Jamás decían que había superado a Garfio en maldad, sin embargo, para los niños perdidos, Sasuke seguía siendo aquella Cenicienta que peleaba contra piratas para salvar al príncipe.

 

En todos lados se hablaba de su edad, era muy joven; de su complexión delicada, de su maravillosa habilidad para contar historias y de su reputación de sirena terrestre. En todo lugar donde el Jolly Roger anclara, el doncel de hierro dejaba corazones rotos, y no porque Sasuke fuera un casanova, sino porque un doncel con tanta belleza era difícil de ignorar y nadie podía evitarlo. Pocos sabían que aquel doncel inamovible había sido un simple niño limpia cubierta.

 

Al principio, tan solo era un niño bonito y delicado, cuyos pies y rostro siempre se veían limpios. Nadie deseaba tener en la tripulación un doncel que parecía que se quebraría al primer golpe, pero la idea de escuchar cuentos para dormir todas las noches, a la tripulación le fascinó. Sasuke no fue más que un cuenta cuentos hasta que un día sorprendió al mismo Garfio lanzando por la borda a dos gorilas que habían osado llamarlo niñita. No solo el capitán reía y aplaudía asombrado, todos en el barco vanagloriaron al pequeño y empezaron a verlo como un pirata. Ese día Garfió vislumbró que sus más profundos y tenebrosos sueños podrían cumplirse.  Le prometió al pequeño una habitación propia con todos los lujos que un príncipe merece (con la condición de que él mismo robara cada uno de los lujos que deseara), tres comidas calientes al día, educación en cartografía y astronomía. Le enseñaría a conocer un barco y a dar órdenes en él, además de darle entrenamiento privado en esgrima y lucha cuerpo a cuerpo.

 

Fue divertido ver el proceso por el cual Sasuke pasó de ser un muchachito soñador a un ladronzuelo travieso, más tarde convirtiéndose en experto estratega y líder de atracos. Entonces comenzó a crecer, y con él, ciertos atributos que nadie pudo ignorar.

 

De pronto, Garfio comenzó a notar que el niño de diez años que había subido a su barco se estiraba. Ahora los pantalones holgados le ajustaban perfectamente a las piernas largas y torneadas casi como otra piel; las camisas de algodón habían dejado de quedarle, sus rasgos gráciles e infantiles se afinaban. Las miradas de la tripulación ya no atendían las palabras del muchacho cuando contaba cuentos, ahora se paseaban por toda la figura del doncel sin decoro alguno, pero el niño (que aún lo era) no parecía notarlo, seguía firme en las palabras que decía, en sus labores diarias y en sus obligaciones como futuro líder.  Orochimaru ignoraba si el doncel percibía todas esas miradas cargadas de instinto sobre su persona.

 

Sasuke por su parte las notaba, y aborrecía el cambio. Había conocido a otros donceles y mujeres en las tabernas de las islas, y ninguno se veía como él. Todos eran más viejos, cosa que le asustaba mucho. No deseaba llegar a verse como ellos, con voluminosas curvas como las mujeres de los burdeles, ni tampoco con arrugas en la nariz o en los ojos. Cada día desde que cumplió cuatro años en la tripulación, se despertaba  al alba y corría a su espejo de cuerpo completo a revisar si había alguna arruga o alguna curva nueva donde no la había el día anterior. Nunca notó ningún cambió extraño hasta que advirtió las miradas de los hombres de la tripulación en su trasero. Entonces cubrió sus frescas camisas de algodón con casacas azul marino.

 

Estuvo seguro de que había habido un cambio significativo cuando un pirata borracho le llamó “dulzura” tal como llamaban a los donceles de compañía en las tabernas. Sasuke le dislocó el brazo e hizo sangrar su nariz antes de salir ofendido del lugar. Orchimaru, sin embargo, no pudo encontrar mejor motivo de diversión personal que aquel encuentro, y creó una nueva regla: todo aquel que deseara el honor de hablar con su aprendiz debía vencerlo en batalla o morir en el intento. La idea enfureció tanto al doncel que permaneció encerrado en su camarote una semana después de inundar con moluscos la habitación del capitán. Orochimaru no podía estar de mejor humor en esos días, así que lo perdonó y con gran esfuerzo le hizo entrar en razón haciéndole ver que aquello, además de un reto para otros, era un reto para él. Debía ser invencible si quería tener derecho sobre su libertad, y como Sasuke aborrecía que lo trataran como a un doncel de burdel, hizo todo lo posible por volverse invencible. Punto para Garfio, pues Sasuke creía todo lo que salía de su boca.

 

Pronto el niñito débil fue desapareciendo de los ojos de Sasuke, y el nombre Susanoo fue tomando fuerza e importancia. Sin embargo, el doncel seguía ahí dentro.

 

Una sacudida trajo a Sasuke de vuelta a la realidad. Tocaron a su puerta a puntapiés. Agradecía no haber robado una puerta fina, o ya estaría ofreciendo aquel desgraciado pie que osó patearla, a los tiburones. Se concentró un poco más en escuchar. No pretendía abrirle las puertas de su palacio a ninguno de esas ratas. Otros tres golpes.

 

-Uchiha- Kabuto nunca había estado muy contento con su presencia, siempre se pavoneaba frente a sus narices y hacía todo lo posible por sacarlo de sus casillas (lo cual era en extremo fácil) –el capitán desea verte ahora.

 

-Iré en seguida- se limitó a responder. Esperó a que el sonido de los pasos del pirata se alejaran. Acomodó los peluches y le echó un último vistazo al retrato en su puerta. –vendrás conmigo dobe, aún si debo traerte a rastras. Tomó su sombrero y salió hacia cubierta, habían anclado ya.

 

-No aten las velas, estamos de paso.

 

Escuchó que gritaba el capitán dando órdenes a la tripulación, pero cuando salió, se hizo el silencio. Solo podía escuchar las olas golpeando, y sus botas contra la madera al caminar.

 

-Ordene capitán- dijo con la voz seria, grave y profunda que se obligaba a usar frente al resto de la tripulación.

 

-Hoy es el día del mas grande atraco de nuestras vidas caballeros- comenzó Garfio como si el doncel no estuviera ahí –hemos vagado por años con el único propósito de satisfacer nuestros placeres mundanos –las carcajadas no se hicieron esperar- pero eso debe cambiar. Hoy caballeros, haremos realidad el mayor placer del pirata, y este muchacho- señaló a Sasuke quien se irguió orgulloso en su sitio-  nos llevará a la gloria-

La ovación que le siguió al discurso casi lo ensordece, sin embargo se tomó la libertad de esbozar una sonrisa ladina.

 

-Alisten el bote –ordenó suavemente Orochimaru, estaba de buen humor. –Susanoo, ven aquí.

 

El capitán veía por la borda. Sasuke se acercó tan solo unos pasos, los sufuientes para escucharle sin que nadie más interfiriera en la conversación. Apretó la tela de sus pantalones, aún debía tratar de impedir aquello.

 

Y como si leyera sus pensamientos, Garfio le habló.

 

-Es imprescindible que cumplas lo que se te ha encomendado hoy…

 

-Si tan solo me dijera la razón, yo…

 

-Tengo mis razones para ordenarte cualquier cosa, y tu deber es obedecer a tu capitán- el tono frío y demandante lo obligó a no replicar- todo lo conocerás a su debido tiempo pequeño doncel incauto, ahora vete. Y no lo olvides, tráeme al niño con vida, sin que Itachi te descubra, o el niño morirá.

 

Sasuke tragó seco, asintió y se alejó hacia el bote que lo esperaba.

 

 

 

 

Nueve meses son el tiempo perfecto, nueve meses son normalidad y belleza, el tiempo más largo de espera, el más cálido y confortable descanso para cualquier ser.

 

Ocho meses son intranquilidad, desesperación, angustia, correr para llegar a tiempo, correr para estar a salvo, despertar de golpe, venir al mundo sin estar listo.  El infierno para un padre que no ha sabido lo que es de su esposo doncel y la criatura que esperan.

 

Aquella conversación acerca del libro de cuentos quedó grabada en su memoria durante todo el calvario de esos días. Había insistido hasta el cansancio que dejara de leerlo, que solo eran boberías sin sentido, pero nunca lo escuchó, ahora se culpaba por no haber sido más firme y destruir la dichosa libreta.

 

El médico había dicho “una impresión muy fuerte”, y de eso ya habían pasado doce horas. El enfermero en turno había dicho imprudentemente “amenaza de aborto”, encendiendo todas sus alarmas. Otro enfermero había pedido que se le sedara, y de eso ya habían pasado doce horas más. Sus padres estaban ahí, su madre había conseguido que se calmara, Naruto estaba a su lado sosteniéndole el hombro, ni siquiera notó cuando habían llegado.

 

Estaba aterrado, nadie salía por esa maldita puerta a decirle algo. Ya había pasado un día y no escuchaba ningún llanto, ¿lo había perdido? ¿los había perdido a ambos? Creía que se quedaría sin cabello de tantas veces que lo había jalado en ese  día. Si no fuera por Naruto y sus padres, ya habría irrumpido en la sala a exigir noticias sobre su esposo y su hijo.

 

El alma le regresó al cuerpo durante el siguiente medio día. El doctor salió de la sala, Itachi sal saltó de su asiento al verlo, estaba sudado y se veía por demás agotado, se veía serio. Eso no podía ser bueno, ¿o sí?  Ni siquiera lo dejó acercarse lo suficiente y casi como un imán fue él quien se acercó al hombre. No hacía falta que dijera lo mucho que necesitaba saber, el médico podía leerlo en sus ojeras y palidez.

 

-Felicidades, es un varón- fue todo lo que logró decir antes de ser embestido por un eufórico Itachi.

 

Naruto gritó de la emoción, Mikoto ahogó un gritito y abrazó a su marido. Fugaku tan solo asintió con una sonrisa orgullosa. Su primer nieto varón valía esa ligera sonrisa, era todo su orgullo.

 

Itachi balbuceaba y gritaba de alegría, solo se tranquilizó hasta que el médico le dijo que de no hacerlo, no podría entrar a conocer a su hijo, así que lo hizo. Soltó un par de lágrimas cuando sus padres lo abrazaron y cuando Naruto le felicitó.

 

-Debe estar ansioso por conocerte, hermano- le dijo en medio de un fuerte abrazo.  A Itachi le dolió el corazón un segundo, no le dio importancia y entró a la habitación.

 

 

Entró con el mayor sigilo, dentro hacía calor, no sofocante, pero sentía calidez. La luz del medio día no entraba completamente gracias a las cortinas delgadas. Deidara descansaba en la cama recostado de costado dándole la espalda, susurraba. Podía verle el cabello dorado empapado, sentía miedo de romper una imagen tan tranquila.

 

-Dei.. –calló al ver al rubio moverse. Se estaba acomodando para mirarlo, y le sonreía. Había un bulto entre sus brazos, un bulto de mantas. Lo miró.

 

-Papá ha venido a verte, pequeño- le dijo al bulto y extendió el brazo en dirección al pelinegro, quien no se movió un centímetro. -¿Itachi?

 

Estaba temblando, mirando al rubio y al pequeño bulto con miedo, miedo que se percibía por sus ojos.

 

-Dei, yo…

 

El rubio negó. Sabía lo que atormentaba a su esposo, lo sabía mejor que nadie.

 

-No es tu culpa, y todo salió bien, sé que tienes miedo, también estoy aterrado, pero te necesitamos, al hombre fuerte y responsable que eres y al niño divertido e inocente que dejaste de ser, a ambos los quiero conmigo para cuidar de él- volvió a mirar al bulto-

 

Itachi se acercó lentamente y Deidara sujetó su mano. Retiró con cuidado las mantas para descubrir al bebé. Sus ojos grandes y negros se fijaron en los del adulto y sonrió, una sonrisita sin dientes pero encantadora. El bebé extendió los brazos hacia el hombre pelinegro que acababa de conocer, Itachi acarició las manitas con un dedo tembloroso.

 

-Hablábamos de lo mucho que te queremos, y bebé dice que cree que serás un gran padre.

 

Itachi levantó al pequeño y su mundo se detuvo. Todo era brillante, una música de olas y árboles sonaba a su alrededor, miles de luces bailaban entorno a ellos, y los zafiros que lo miraban resplandecían como nunca. Sujetó el niño con fuerza y suavemente al mismo tiempo; fuerza para no dejarlo caer nunca, suavidad para no lastimarlo jamás, y abrazó a su esposo. El doncel que lo había vuelto el hombre más feliz de la tierra. Se recostó a su lado y permanecieron en silencio el resto del día viendo como poco a poco esos pequeños y brillantes pozos negros se cerraban cansados. Admiró después a su doncel; hermoso, exhausto, aterrado, que enormemente feliz se dejaba vencer por el  cansancio. Decidió que no dormiría esa noche tampoco, ahora era padre, y esta vez no volvería a fallar protegiendo sus dos mayores tesoros, si tan solo las ideas de que algo malo pasaría lo dejaran tranquilo…

 

 

 

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Escucharon la campañilla de la entrada seguida de golpes en la puerta.

 

-¡Un momento!- gritó Itachi. Tenía las manos ocupadas y la habitación era un caos, mantas por todos lados, envases de crema y jabón en sus muebles, hasta tenía manchada su mejor camisa con lo que sea que su hijo comió esa mañana, eso y unas aún más notorias ojeras decoraban su cara. Dejó las cobijas y los pañales en el sofá y fue a abrir la puerta.

 

-¡Ey!- saludó un alegre rubio dándole un abrazo, entró en la casa y la sonrisa se le borró del rostro. –Que desastre, si mamá viera esto…-calló al sentir un aura asesina tras él. Se volvió y pudo ver entonces el mal aspecto de su amigo. –Luces terrible- atinó a decir. Itachi solo suspiró tirándose en el sofá donde había aventado antes los pañales de su hijo.

 

-No tienes que decirlo, me siento terrible, si no fuera porque mi padre me obligó a ausentarme del trabajo estas semanas, ya estaría muerto…-un fuerte llanto proveniente del piso superior lo interrumpió. Naruto soltó una risita.

 

-Eso que trajiste a casa es un bebé o un monstruo chupa almas?

 

-Cierra la boca mocoso, no hables así de mi hijo, solo esta irritable, se parece demasiado a su mamá, estás muy bromista últimamente, algo me dice que ese chico Sabaku te está ablandando, ¿será que logrará que dejes ese aburrido trabajo tuyo para irte de viaje por el mundo con él?

 

-Por supuesto que no- respondió el rubio sintiendo calor en las mejillas, el mayor rio. –Gaara y yo nos llevamos bien, pero eso no significa que mis planes cambien solo porque debamos casarnos. Él hará sus cosas y yo las mías.

 

-Que tierno- soltó con sarcasmo el pelinegro –y pensar que antes uno no podía hablarte de donceles porque vomitabas- Itachi se levantó y se dispuso a servirse su tan necesitado vaso diario de brandy, vaya que le hacía falta después del día tan ajetreado al que lo sometían su esposo y su hijo. -¿Y a qué debo tu visita? Debo decir que me sorprende, te hacíamos en el campo con el señorito Sabaku gozando de los globos aerostáticos de su familia.

-Ah, sobre eso, pedí al señor Sabaku que me disculpara de esa vacación, tenía que hacer otras cosas.

 

-Ya veo, ¿y qué es tan importante como para desperdiciar un buen tiempo de ocio con tu futuro esposo?

 

Naruto se sentía extraño sosteniendo esa conversación, hacía meses que no hablaba con el pelinegro, hasta que supo que Deidara había ido de emergencia al hospital, y solo había postergado las dudas que tenía en su mente pues sabía que no era momento de hablar de ello cuando se encontraban en el hospital. Y podía que su relación con Itachi se alejaba poco a poco, clara consecuencia de ello era el sarcasmo usado en cada una de sus palabras al hablarle sobre Gaara, casi como si le reprochara su ausencia.

 

-Bien, pues, primero que nada, vine a visitar a Deidara y al niño, segundo; el señor Sabaku me condicionó por haber cancelado mi visita al campo con su familia- hizo una pequeña pausa para respirar y aventurarse a decir aquello que le molestaba más que alegrarle- Le pedí a mi madre que intercediera para que pudiera estar con Deidara y contigo al menos un mes cuando naciera tu hijo, a cambio exigió que aceptara celebrar mi compromiso con su hijo en cuanto volvieran del campo, volverán cuando se termine el mes, y vine a invitarte- sacó de su gabardina un sobre color hueso sellado con los emblemas de la casa Sabaku y Senju. –Significaría mucho que estuvieran ahí.

 

Itachi tomó el sobre sin decir una palabra, estaba más que sorprendido, no podía creer que el rubio hubiera aceptado ese compromiso así sin más. Se quedó en silencio por unos minutos y Naruto, para no volver la situación aún más incómoda decidió callar lo más importante que tenía para decirle y subir a conversar con el rubio de la casa.

 

 

 

Unos golpesitos en la puerta lo hicieron saltar en su sitio. Maldita fuera la persona que tocaba a la puerta si con ello despertaba a su pequeñito que apenas conciliaba el sueño. La puerta se abrió y un rubio asomó la melena rebelde. El doncel hizo señas para que pasara en silencio y cerrara la puerta con el mayor cuidado.

 

-¿Cómo están?- susurró el menor sentándose delicadamente a la orilla de la cama sin dejar de admirar a la personita que descansaba en el pecho del doncel. –No podido evitar notar que tu hijo a acabado ya con Itachi, y ni siquiera ha aprendido a decir vulgaridades- Deidara sonrió con cansancio y suspiró.

 

-Pobresillo, ha estado tan activo estos días, que casi parece un súper soldado, ni siquiera hemos podido sentarnos a escoger un nombre para el pequeñito- volvió a suspirar, y se relajó un poco al sentir la mano tibia del varón acariciado sus nudillos tensos- no hemos dormido como Dios manda desde que volvimos del hospital, ninguno de los tres, el bebé no mantiene la poca comida que le damos y todo le irrita, Itachi no me permite levantarme de la cama por indicaciones del médico, y encargarse de todo lo está acabando, y… ¿de qué demonios te ríes?- exclamó por último interrumpiéndose a sí mismo al ver la boba sonrisa en el rostro del muchacho.

 

-Soy tu salvador, en vista de que tu idiota esposo es un desastre, me quedaré a hacerme cargo de la casa como el buen hombre que soy, al menos lo que resta del mes, mientras te recuperas- acarició la mejilla del doncel con una familiaridad que le llenaba de emociones. Deidara le revolvió los cabellos, conocía lo suficiente al rubio como para saber que buscaba ocuparse de los problemas de otros para evadir los suyos, sintiéndose tan hombre, adulto y responsable, que se le pasaba el hecho de que solo era un niño que ansiaba crecer. ¿Por qué la prisa? Se preguntaba.

 

-No creo que usted, buen hombre, haya venido solo a hacerse cargo del desastre que tengo en casa por lo que resta del mes, ¿pasó algo? ¿Gaara está bien?, ¿Tus padres?

 

-Todos están bien, es solo que, extrañaba a Itachi, a ti, no he tenido con quien hablar estos meses, a excepción de Sai, y eso me ha dejado bastante confundido.

 

Deidara se guardó la exclamación consciente de que despertaría al niño y alarmaría a su esposo, y prefería mantener la conversación alejada de Itachi por el momento.

 

-¿Qué has hablado con él? ¿Ha dicho algo importante? –el doncel le presionó la mano. Naruto…él sabe algo ¿cierto?

 

Naruto tardó en responder, como si no quisiera callar algo que le dolía, pero que dolería más si lo decía. Sus ojos se iluminaron, su rostro se tensó en angustia, y Deidara lo supo.

 

-Aun no estoy seguro que tan cuerdo está Sai, pero estoy seguro de que si en algo no miente, es en decir que Sasuke vive. Gaara me ayudó a revisar los registros de visitas del hospital, y casualmente, a las horas que Sai jura haber sido visitado por un tal capitán Susanoo la vigilancia cambia de turno, lo cual deja a Sai libre de la vista de cualquiera por casi diez minutos, suficiente para que alguien pueda forzar la cerradura desde afuera y colarse en su habitación. Diez minutos en los que nadie vigila las cámaras, cualquiera puede entrar.

 

-Naru, sabes que eso no nos dice nada concreto, no quisiera que te hagas ilusiones de…

 

-Hay más,  he estado despertando varias noches al mes a causa de golpes en mi ventana, despierto a cerrarla, y por la mañana se encuentra abierta, y cada día que ocurre visito a Sai, y me sale con que la misma noche recibió visita. Deidara, Sai jura que ese tal Susanoo le habla de mí, Sai sabía que yo había bailado con un doncel en la fiesta de disfraces, jura que él se lo dijo.

 

-¿Él quién?

 

-Sasuke.

 

Deidara comenzó a respirar agitado, por un momento creyó escuchar la puerta abrirse, deseaba que no, Itachi no estaba preparado para saber todo eso, y sería una boba para él saber que todo lo que el rubio decía parecía confirmar todo lo que había intentado olvidar por años.

 

-Y eso no es todo-  el tono de voz de Naruto cambió y el doncel pudo percibir perfectamente aquel tinte de miedo en su voz. –Sai dijo que tu hijo está en peligro.

 

Los ojos del doncel se abrieron como platos e instintivamente se aferró al pequeño bulto que era su bebé en las mantas. No quería creer aquello, era un completo disparate. No, algo dentro le decía que no se equivocaba.

La puerta se azotó enseguida, y el pequeño Uchiha comenzó a llorar, si no por el golpe de la puerta, por los gritos que había pegado su padre al escuchar aquella conversación.

 

-¿Explica eso de que mi hijo está en peligro? ¿Qué demonios sabes tú que yo no, Senju?

Notas finales:

Gracias a los que llegaron hasta aqui, prometo subir el siguiente capítulo antes de que acabe la semana.

Hasta la próxima.


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