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Ingenuo [KunWin] [NCT] por Kuromitsu

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0.

 

“¡Es que ustedes dos parecen una pareja de recién casados!”

Cada vez que esa frase aparecía —y sus variantes, pero que siempre aludían al hecho de que parecían una acaramelada pareja—, ambos se echaban a reír, negando por completo y de todas las formas posibles que aquello nunca sucedería.

“Kun-ge, las personas son muy ingenuas”. SiCheng siempre respondía con algo como eso, en medio de fuertes carcajadas porque era imposible que fuesen alguna vez pareja. El de cabellos negros era para él como el hermano que nunca tuvo y viceversa; criados codo a codo debido a la inseparable amistad de sus madres, era difícil que pasaran más de una semana sin verse y menos cuando compartían hasta el mismo instituto y, con el tiempo, la misma universidad. Pero a pesar de lo mucho que se conocían, no podía dejar de pensar una cosa en específico.

SiCheng era extraño. Tierno, adorable, hasta como una dócil mascota a veces; pero extraño. A veces lo encontraba durmiendo con los ojos abiertos (¿quién en su sano juicio podía dormir de esa forma?), podía estirar sus músculos de una manera que era hasta casi antinatural, solía mover exageradamente las cejas ante cada mínima alteración y hacía chistes sin gracia. Interrumpía los momentos en que estaba estudiando a través de un grito, con el cual terminaba desconcentrándose mientras que él reía. Era demasiado alto para la media. No le tenía miedo a los cambios de color —prueba de eso era la tonalidad rosada que adornó la base de su nuca durante un par de meses, contrastante con el resto de su rubio cabello que también duró poco—, y usaba atuendos insólitos que no combinaban entre sí. Intentaba detener el metro cuando llegaba a la estación a través de señas, como si tuviese superpoderes. Quemaba todo al cocinar, por lo que debía hacerlo por él y más cuando llegaron a la universidad, donde prácticamente se hizo cargo de su alimentación para que no terminara más delgado de lo que ya era. Cuando llegó a la mayoría de edad, descubrió que también prefería beber cortos de cualquier trago disponible antes que servirse un cóctel más dulce como la gente normal. Se dormía en las películas; ¡hasta roncaba en pleno cine, dios…!

“Kun-ge, me gusta pasar el tiempo contigo…”

Sin embargo, lo más extraño de él era la forma en que le hacía sentir cada vez que su sonrisa adorable hacía aparición después de decir palabras como aquellas, de forma descuidada, como si no se diera cuenta de lo que causaba en él.

Porque para cuando él mismo, Qian Kun, pudo comprender qué era aquella sensación hormigueante que le recorría la espalda cada vez que se fijaba en los húmedos labios del menor… ya era demasiado tarde.

“Gustar” se quedaba más que corto. 

 

 

1.


—Vamos, SiCheng, ayúdate un poco por favor…

Le empujó con suavidad pero su larguísimo cuerpo, inadecuado para alguien de facciones tan juveniles, casi infantiles, no se movió ni un mísero centímetro. El aroma a cerveza impregnaba su chaqueta y frunció el ceño de solo notarlo otra vez. Alguien con un rostro tan joven no tenía por qué estar bebiendo de aquella manera, pero no importaba cuánto se lo repitiera: SiCheng seguía haciéndolo, yendo de fiesta en fiesta y llegando a su apartamento de madrugada.

Decía que le ayudaba a olvidar.

—Kun-ge… puedo… puedo dormir así, no tengo-¡hip! problema alguno.

Rio con ganas, con las manos todavía sobre la espalda del menor intentando llevarle hacia su habitación. Otra noche en que tendría que irse al sillón para dejar que SiCheng descansara como correspondía. No le instaba a que se fuese a su departamento porque sabía que el menor vivía demasiado lejos de la acción nocturna citadina; prefería mil veces dormir incómodo en el sofá antes que dejar a SiCheng vagando por las calles a esas altas horas de la madrugada, arriesgándose demasiado.

Sin embargo lo que le preocupaba un poco, solo un poquito, es que esta vez ni siquiera sabía de qué fiesta venía, ni tampoco con quiénes había estado.

—Si con eso te refieres a dormir completamente parado entonces bien —le palmoteó el hombro, haciendo como si le creyera—, te caerás al piso antes de lo que canta un gallo, idiota.

 —¡No me llames i.. i.. idiota!

—Estás tan ebrio que me es imposible —sonrió ante su cejo fruncido—. Aprende a moderarte y ya no te llamaré más así, ¿quieres…?

La tirantez en su propia sonrisa fue un signo de traición por su cuerpo. No quería demostrar lo mucho que le importaba aquello, porque SiCheng estaba lo suficientemente grande como para tomar sus decisiones solito; diecinueve años y contando, tiempo más que adecuado para entender que si seguía bebiendo así todos los fines de semanas nada bueno podría esperar de su cuerpo… pero a pesar de todo no lo hacía y no tenía por qué entrometerse en ello.

El problema era que él tenía que lidiar con las consecuencias de esas decisiones al darle un espacio en su apartamento de universitario y, en muchas horribles ocasiones, hasta ayudándole a vomitar en la taza del baño a través de palmadas comprensivas en su espalda.

—Como si fueses mi madre, uff…

—Ojalá estuviese ella aquí, si te viese en este estado pondría el grito en el cielo. Y yo la apoyaría.

—¿Qué… qué está tan mal con que me borre un tiempo del mundo, ah?

Chasqueó la lengua; otra charla de borrachos con SiCheng. Volvió a empujarle con insistencia, logrando esta vez su objetivo porque contra todo pronóstico le obligó a caminar por el pasillo. Paso tras paso, lento pero seguro.

—Si bebes mucho terminarás con estrés oxidativo, más con la frecuencia que lo haces —recalcó, recordando sus clases universitarias. Tomando distintas asignaturas esperaba algún día graduarse con una rama de las ciencias médicas—, a la larga tu hígado probablemente fallará y no solo eso; envejecerás más rápido y como si fuera poco te pondrás gordo. ¿Así quieres quedar?

—Más… más lento, cerebrito —rio ante sus palabras lentas y enredadas, tanto así que le costó entenderlas. La cama de su dormitorio se veía muy cerca ya; debía llevarle ahí antes de que se durmiese en pleno trayecto porque llevarle en brazos era ciertamente un ejercicio agotador. Ya no pesaba tan poco como una pluma y sus propios músculos eran inexistentes, por lo que llevarle así (aunque fuese por una escasez de metros) sería prácticamente un suicidio—. Yo… yo no estoy estresado, bueno un poco, pero…

—Shh —le instó en un siseo y con cuidado le depositó sobre la cama, donde no demoró en taparle con las mantas. Sus ojos se cerraron—. Duerme, que mañana tendrás una resaca de mil demonios.

—No estoy… estresado…

Levantó los ojos al cielo, sonriente. No había caso con él. Terminó por arroparle más para finalmente resoplar y sentarse a su lado, en la pequeña área libre que el cuerpo del menor no estaba ocupando. Alzó la mano, con un objetivo claro en mente… y se arrepintió en el último momento, cuando las yemas de sus dedos estaban a punto de recorrer los labios de SiCheng. Ya llevaba medio año queriendo hacerlo, pero más específicamente con sus propios labios.

Atraparle en un beso y no dejarle ir. Devorarle lentamente.

Kun-ge…

Llevó la mano a su corazón, asustado; SiCheng no estaba dormido aún después de todo. Agradeció profundamente no dejarse llevar por sus emociones y simplemente le sonrió, jugando con la textura de los cabellos del menor, formando bucles con sus dedos para deshacerlos poco después.

Pero en el delicado rostro de su amigo no se formó la sonrisa cálida que esperaba, tal como hacía cada vez que le acariciaba el pelo.

—No está bien que beba tanto, ¿verdad?

—Claro que no está bien, tontito —le regañó en tono paternal solo para suspirar y mirarle con dulzura, con nostalgia. Hace un año SiCheng no bebía. Hace un año, se veía mucho mejor que ahora. La universidad estaba siendo demasiado para él y no sabía cómo ayudarle—. Aunque sea fin de semana, tres días seguidos embriagándote está mal y…

—No estuvo bien lo que hice hoy en la fiesta tampoco, ¿cierto?

 Enmudeció. SiCheng dejó de mirarle y se enfocó en algún punto de la pared, absorto en sus pensamientos.

Y le escuchó suspirar.

—Besé a Yuta. 


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