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I bealive in fairies. por Baozi173

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«Todo esto ha pasado antes, y pasará otra vez, pero esta vez pasará en Londres»

—¡He ganado, Bacalao!

Jongin blandió por última vez la espada sobre el pecho de Junmyeon como anuncio de su guerra ganada. Dio un salto peligroso entre las dos camas, buscando con eso llegar sobre el cuerpo de su hermano y coronar su victoria al tiempo que agitaba el sombrero verde que se lucía sobre su cabeza.

Minseok estaba entrando a la habitación cuando notó a sus hermanos menores interpretando la lucha entre su héroe infantil y el Capitán Garfio. Sonrió para sí mismo mientras tomaba lugar en la cama desordenada que pertenecía a Jongin. En el barrio Bloomsbury la mayoría de casas ya estaban en silencio, con las luces apagadas y los dueños dormidos. En cambio, en ese ático que funcionaba como cuarto los tres hijos de los Kim seguía con la agitación de infancia por el aire. El mayor de los hermanos miró los últimos segundos del juego junto a su perro, Almendra,  que entró a la habitación a su lado, moviendo la cola y  arrimando los juguetes regados por el suelo con la punta de la nariz.

—Junmyeon, el Capitán Garfio llevaba herida la mano izquierda, no la derecha. —corrigió sonriente y algo divertido cuando estudió mejor la postura inerte de su hermano menor.

—¡Oh, sí es cierto! —Junmyeon volvió a tomar porte, sentándose un poco encorvado quitándose el garfio, estirando los dedos— Lo recordaré para la próxima, Minseok, gracias.

El mencionado encogió los hombros, achinando un poco sus ojos y mostrando sus blancos dientes coronados por sus encías en una sonrisa soñolienta. Bostezó estirando los brazos y dando pasos errantes hasta llegar a la cama siguiente; la suya.

—¡Minseok, no puedes dormir aún, es la hora de los cuentos! —gritó Jongin a todo pulmón halando su oso de peluche con la diestra, soltando su espada de cartón y corriendo hacia el mayor que dispuesto a descansar, se metía entre las sábanas blancas y recién lavadas.

—Pero, Jonginsito, tengo un poco de sueño.

—¡No seas así, Min! No terminaste de contarme lo que pasó con el indio y Peter Pan. —reclamó subiendo a duras penas a la cama de Minseok. Junmyeon lo seguía por detrás, acomodándose los dos a los pies de Minseok que estaba ya bien cubierto bajo sus cobertores.

Él rió y frotándose los ojos cansados se dedicó a escuchar el sonido de la campanita que colgaba del cuello del perro mientras este caminaba alrededor del cuarto.

—¿Quieren que les diga qué pasó con ellos? —preguntó avivando la emoción chispeante en los ojos de los menores.

—¡Sí, sí, sí que sí! —gritaron a todo pulmón.

Los pasos en la escalera se hicieron cada vez más notorios entre las paredes, más los tres niños ignoraron por completo que la presencia enojada de sus padres se avecinaba. Los dueños de casa, el señor Kim más que nadie, subía frustrado por el ruido que rebotaba por toda la casa desde el cuarto de sus hijos. Su señora se apresuraba en ir por su tras, con los tacos que dificultaban su paso esperaba llegar junto a su marido. La fiesta en casa de la familia Wu estaba prevista desde hacía dos semanas atrás, y las llamadas y quejas por el ruido a la residencia habían empezado a molestarlo de sobremanera a tal punto de desviar su atención de prepararse para la velada.

Pero claro, nadie le tomó la más mínima importancia, concentrando su total atención en cómo Minseok agitaba los brazos por el aire. Hablaba con emoción absoluta, narraba la astucia de Peter al saltar por encima de las nubes y la elegancia de Campanita al seguirle el vuelo por encima del cielo.

—Y entonces por encima de todo, desde donde podías ver Nunca Jamás de lado a lado, Peter dejó caer su cuerpo sobre el de Garfio…

—¡Minseok, qué es este ruido!

El golpe de la puerta fue tan fuerte que agitó el cuerpo de los tres niños, que en un movimiento preventivo dos de ellos se aferraron a Minseok. Su madre estaba llegando a la habitación, agitada y preocupada.

—Solo… solo eran cuentos, padre. —le explicó Junmyeon buscando calmarlo— Minseok nos ayudaba a dormir contando cuentos.

—Cuentos,  —repitió escupiendo su molestia con las palabras— siempre con esos cuentos.

—Sí, cuentos, —explicó bajito Jongin— cuentos sobre Peter Pan.

Su padre soltó un suspiro pesado y molesto les clavó la mirada— Cuentos, los cuentos de hadas solo impiden que madures.

El hombre caminó dentro de la habitación, molesto. El humor se le agriaba con cada paso que daba, observando con ellos los juguetes regados por el piso, fuera de orden. Así como los sombreros y disfraces que sus hijos llevaban sobre los pijamas. Refunfuñó al ver a Minseok sosteniendo a sus hermanos contra su cuerpo, temblando detrás de ellos.

—Amor, —inició su esposa a modo pacífico, esperando alcanzar el brazo de su marido y regalarle un poco de su paciencia, pero no fue así.

Amor nada, ya es mucho con ellos. —le interrumpió el señor Kim— ¡Minseok. —le llamó a su hijo mayor. El mencionado levantó la cabeza, con los ojos tímidos posó la mirada sobre su padre que serio lo juzgaba junto a su cómoda de cajones abiertos y ropa saliente. Minseok estaba un poco preocupado.

—¿Sí, padre?

—Vas a tener una habitación propia, ya es hora.

—Padre, por favor… —le pidió bajito.

—¡Nada! Estás bastante grande para compartir cuarto con ellos. Veremos si así puedes crecer.

Con grandes zancadas tomó la correa de Almendra antes de cruzar la puerta y abandonó la habitación, bajando las escaleras esperando estar todavía a tiempo para prepararse.

El animal gruñía con los tirones que se le propinaba, pero sin hacer caso a los chillidos el hombre bajó hasta la primera planta y aguantando el frío que atraía el invierno avanzó con brusquedad hasta la caseta del perro que yacía en la entrada. Su esposa lo miraba desde la ventana de la habitación que compartían, veía con tristeza como amarraba con amargura a la mascota.

Esa noche la pareja partió a su fiesta, con los aires elevados y como si nada hubiera pasado en su casa. Caminaron juntos, tomados del brazo. El hombre por sobre todo ignorando las pequeñas pistas que la señora Kim le deslizaba al querer hablar sobre la orden que le había dejado a su hijo mayor.  Él solo se escandalizaba, refunfuñaba y daba por terminada la charla.

Claro, ninguno de los dos sabía que las coincidencias se iban entrelazando y la historia que siempre se repetía estaba por colarse por la ventana de su casa.

Jongin y Junmyeon habían ido a dormir en silencio mientras escuchaban a Minseok sollozar por lo bajo, hablaba con un hilo de voz y la fuerza que se le escapaba en lágrimas. Sí, Minseok de vez en cuando dormía cuando se sentía triste, lloraba hasta conciliar el sueño y despertaba renovado para ser la fuerza y guía de sus hermanos menores. La sonrisa perlada con sus encías que extrañamente, al menos para Jongin, también salían a saludar.

Estaban todos dormidos entre sábanas blancas con olor a vainilla cuando los tintineos comenzaron. Eran pasos ágiles en la terraza. Esos ojitos con pupila oscura y sonrisa tan brillante que sobresalía entre la oscuridad. Junto a la forastera silueta que daba alegres vueltas junto a la chimenea buscando una entrada, un pequeño destello la seguía con un tintineo de campana. Un sonido más femenino que el adorno que llevaba Almendra en el cuello, pero suficientemente profundo como para llamar a atención de la mascota que de inmediato se levantó y reincorporó sobre sus cuatro patas.

La ventana de la habitación estaba abierta. Minseok les decía a sus hermanos que a veces Peter Pan llegaba a visitar a los niños en tierra firme, curioso volaba por encima de las casas. Si Peter Pan venía a verlos debían dejarlo entrar. Y por supuesto, Jongin decidió desde entonces que esperaría a su héroe con las ventanas abiertas y cortinas revoloteando.

Minseok le solicitó muchas veces a la estrella más brillante del cielo que el deseo se cumpliera. Seguro sus pedidos al paraíso nocturno habían sido escuchados, porque casualmente el chico de las ropas verdes y gorrito en la cabeza entró apresurado y con un vuelo torpe buscando su sombra entre lo los cachivaches. Su vista y oídos notablemente agudos lo ayudaban a reconocer el movimiento entre la obscuridad y juguetes.

El hada se sentó en su hombro, esperando las órdenes, las cuales no tardaron en llegar. —¡Ahí está, alcánzala! —gritó desmedido el chico de verde a su hada.

Ella acató la orden de inmediato, saliendo disparada contra la sombra que riendo paseaba rápidamente por las paredes. Esa carcajada muda que se dibujaba con una sonrisa le daba más coraje al niño volador, arrancando con todo su vuelo, yendo a parar de cabeza contra los juguetes.

Almendra ladraba desde su caseta, agitada movía la cola con preocupación, pero nadie escuchaba. Los niños, con el sueño tan pesado como lo tenían tampoco sintieron el ajetreo que se armaba contra sus pertenencias. Apenas y si Junmyeon se removió sobre su propio cuerpo para seguir babeando la almohada.

—Sunny, pss. —llamó el muchacho con un susurro al hadita que se acercó con elegancia y discreción— Ahí está.

Con un dedo señaló la sombra que justo en una esquina del techo estaba buscando el destello del hada. Con unos movimientos bastante juguetones se movía sobre el tapiz rojizo. El chico arrugó la nariz, poniéndose en cuclillas para ocultarse detrás de la cama que tenía encima al más pequeño de los tres niños de la habitación.

—Y… ¡Ahora!

Fue muy rápido para sus sentidos. Estrelló su cuerpo contra el techo, cayendo sobre el colchón y un cuerpo que no había percibido. Forcejeó con la sombra que intentaba escaparse de sus manos. La silueta negruzca quería seguir jugando, volar sola, y con golpes bruscos sin querer se lanzó sobre el muchacho que ahora había dejado de dormir.

—¡Dios! —exclamó Minseok asustado al enfocar sus ojos y ver el forcejeo sobre su cuerpo— ¡Ayuda!

El muchacho no se inmutó con el escándalo que armaba el niño, buscó con firmeza tomar de las piernas a su sombra, por fin uniéndola a sus pies. Esta se reunió con su cuerpo, tomando la forma que debía, detrás de él.

—Lo siento, niño, —inició inspeccionándole el rostro al extraño— no fue mi intención interrumpir el sueño de nuestro cuentacuentos.

¿Cuentacuentos? —interrogó Minseok asustado y a cada segundo que pasaba, más pegado a la cabecera de su cama.

—Eso mismo, discúlpame, pero esta traviesa se escapa cada tanto. —explicó señalando su sombra que ahora parecía nunca haberse desplegado— Es un poco molesto seguirla, pero es lo que hay.

¿Cuentacuentos? —repitió Minseok.

—Sí, —respondió de nuevo el muchacho extrañado— a menudo venimos a escucharte narrar. Sunny y yo esperamos en la ventana, así le llevamos los cuentos a nuestros amigos en Nunca Jamás.

—¿Nunca Jamás? —los ojos de Minseok se hicieron redondos, abiertos de una forma extraña que hasta a el hada asustó— Será… que tú, no, tú no… ¿Eres Peter Pan?

—¿Peter Pan? —rió rascándose la nuca y elevando su cuerpo hasta sentarse en el techo— Que nombre más gracioso. No, no soy Pedro Chan.

—Peter Pan. —corrigió Minseok.

—Lo mismo, yo soy Jongdae, mucho gusto, niño.

—No me llamo niño, soy Minseok.

—Lo mismo.

Jongdae era extraño, mucho la verdad.

—Y… ¿Les gustan mis cuentos? A tus amigos.

—¡Sí! Más los que son sobre mí por supuesto, pero mis amigos prefieren los de los príncipes y princesas. Lástima que nunca escuchamos el final. —dijo escogiendo los hombros.

—¿Nunca?

Él negó con la cabeza. Sonriendo como si no importara saber el final, cosa que Minseok no entendió.

—Pues… normalmente la princesa sufre, le duele el amor que no tiene y no tiene la esperanza de recibir. Ella es fuerte y lucha por encontrarlo, y cuando por fin lo haya es mágico y siente que lo puede todo. Sea lo que sea que pueda pasar, ella enfrenta todo con el corazón —le explicó señalando su pecho— Y sella la dura batalla con un beso de amor verdadero, lo que ha estado esperando por tanto tiempo.

—¿Beso, qué es un beso? —preguntó Jongdae elevando sus pies por encima del suelo, caminado el círculos por el aire, dejando anonadado a Minseok, que seguían buscando alguna pista de que eso fuera un sueño.

—¿No sabes lo que es un beso? —Minseok estaba sorprendido, sonriendo casi de manera burlona.

—Lo sabré cuando me des uno.

Las mejillas se le pintaron de un rosa intenso al escucharlo hablar. Sus manos y pantorrillas temblaron, errando en los pasos que da al retroceder. Si estaba pasando de verdad, era la ocasión en la que su corazón había latido más que nunca, intentando encontrar como salirse de su pecho. Tal vez era la emoción, quizás era la sonrisa alargada de Jongdae que se posaba sobre su rostro.

—¿Dártelo? —Sus ojos estaban abiertos, más que nunca. Jongdae estaba tomando lugar en el suelo. Sus pies rosaron con la punta de los dedos caminando torpemente hacia Minseok.

—Enséñame qué es un beso. —le pidió sonriente.

El otro no dijo nada más. Con los dedos acalambrados buscó las manos del contrario, dejándole un gesto extrañado en el rostro. Jongdae seguía curioso sus gestos con los ojos. Miró atento como le tomó de las manos, la forma en que sus dedos se deslizaron por sus brazos y le dejaron un pequeño toque de electricidad al llegar a sus hombros.

Estaba confundido pero seguía curioso.

Vio a Minseok cerrar sus ojos con delicadeza, como sus párpados hinchados por el llanto caían con belleza sobre sus redondos ojos. Jongdae se sonrojó un poco. Minseok estaba estirando sus labios hacia él, su rostro y cuerpo venían con una lentitud inusual. Él imitó sus acciones, relajó sus músculos y sintió la lavanda del cabello ajeno invadirle por completo.

—¡Ayyy, duele, duele! ¡Ya basta, basta!

El agarre se soltó de manera brusca. Jongdae abrió los ojos de inmediato al escuchar el gritillo. Era su hada que con una furia celosa halaba del cabello a Minseok y lo agitaba con toda la fuerza que su pequeño cuerpo le podía permitir usar.

 —¡Sunny, déjalo en paz, suéltalo! —exclamó con cuidado por si el par de niños que dormían en sus camas despertaban.

Dio un salto ligero sobre el suelo, elevándose al tacto y lanzándose sobre Sunny que amarga seguía halando a Minseok hasta sacarle un par de lágrimas de los ojos. Estaba tan apurado en hacer que lo soltara que elevado en el aire no se preocupó por ser igualmente de brusco con el cabello del castaño.

Minseok estaba adolorido cuando por fin lo soltaron y retirando las lágrimas de sus mejillas se sentó en el descanso junto a la ventana que abierta dejaba entrar el frío de Londres a su habitación.

Jongdae estaba un poco confundido, regañó al hada con la mirada y un gesto con la mano, metiéndola a su bolsillo. Estaba un poco enojado con ella, más no lo suficiente como para dejarla de lado.

—¿Minseok, pasa algo?

El mencionado reposó su cabeza sobre los brazos, admirando el cielo nocturno y las estrellas que brillaban ante sus ojos.

—Estoy… estoy un poco triste, —le respondió— mis padres quieren que haga algo que no quiero hacer, no aún.

Enarcó las cejas, acercándose con paso ligero sin hacer ruido alguno. —¿Qué tienes que hacer?

Fue simple la respuesta que salió disparada de sus labios, el suspiro de su infancia que se escapaba. —Crecer y madurar. —puntualizó.

—¿Crecer? —preguntó brincando exaltado, casi horrorizado. El salto lo dejó con manos y pies puestos en el techo, de cabeza mirando aún a Minseok y sus ojitos que rosados señalaban lo doloroso que le resultaba la orden de sus padres— No, no, nada de eso. ¿Quién contará los cuentos si creces?

Minseok parpadeó un par de veces, inseguro si preguntarle a Jongdae si había escuchado la pregunta falta de tacto que se le había ocurrido  escupir. Pero no, no abrió la boca al notar como el chico de gorrita verde empezaba a hablar solo, renegando de los padres y perros al tiempo que caminaba por las paredes desesperado y fastidiado.

Se interrogaba a sí mismo qué era lo que le pasaba por la cabeza a las personas en tierra firme, el por qué todos ahí tenían la necesidad de cambiar y dejar de ver polvo de hada en el viento y formas en las nubes.

—¡Ya sé! —exclamó emocionado, agitando su diestra en el aire y cayendo al suelo con la delicadeza de una pluma muy cerca de Minseok— Ven conmigo, vamos a Nunca Jamás.

—¿Qué?

Jongdae estaba sonriendo de lado a lado, acercándose a Minseok nuevamente más de lo que debería permitirse, haciendo enojar a Sunny. Le extendió una mano, esperando que él la tomara. Estaba dispuesto a guiarlo, por creer en él y en que existía, Jongdae estaba dispuesto a mostrarle el mapa de Nunca Jamás, así como por una sonrisa le enseñaría Nunca Jamás en persona. Porque el sonido que parecían las páginas de un libro chocando no eran eso, siempre fueron Jongdae tras la ventana pegando los oídos al cristal.

—Ven…

—¡Mis hermanos, no me iré a ningún lado sin ellos! —exclamó asustado paseando la mirada entre el chico de verde y la ventana abierta con el viento que entraba por ella.

—Despiértalos, pueden venir si así lo deseas.

Minseok sonrió alegre, ganándose  la entrada a su eterna infancia. Se lanzó sobre las camas de sus hermanos apurado. — ¡Jongin, Junmyeon, despierten pronto!

Ambos se quejaron sobre las almohadas, queriendo adherirse más a ellas, sin poder. Cedieron ante la voz de su hermano mayor. Junmyeon fue el primero en abrir los ojos, los cuales no demoraron en parecer asustados al notar a Minseok a su lado derecho y a un muchacho volando por encima de su cabeza.

—¡Junmyeon, está aquí! —le dijo el mayor.

—¡Es Peter Pan! —escuchó decir a Jongin que estaba a punto de saltar de su cama por alcanzarlo.

—Que no soy Pedro Chan, soy Jongdae. —le corrigió.

Minseok le guiñó un ojo a su hermano menor, que retomó su sonrisa y miró asombrado al chico dueño de las historias que su hermano le relataba con entusiasmo.

—¿Jongdae? —el mencionado asintió a la pregunta de Junmyeon— Espera, ¿qué hace él aquí?

—Vino a ayudarnos, impedirá que crezcamos, nos va a llevar a Nunca Jamás. —señaló alegre Minseok.

—Y cómo… ¿cómo se vuela? —preguntó Jongin al aire, sentándose sobre su almohada y aferrándose a su peluche.

Jongdae colocó sus dedos sobre el mentón, pensado en la respuesta más acertada. —¡Piensa en cosas felices, y podrás volar! Eso y un poco de polvillo de hadas.

De inmediato sacó a Sunny de su bolsillo, ella seguía ofendida por lo que había intentado hacer Minseok, y no se percató que mientas hacía y rabieta silenciosa con los brazos cruzados Jongdae tenía sus propios planes. La agitó con fuerza sobre la cabeza de los niños, esparciendo su poder.

—Es tan fácil como sonreír. —anunció al ver como los niños despegaban sus pies del suelo e imitaban su vuelo.

Elevarse hasta lo más alto del cielo y girar en la segunda estrella a la derecha, volando hasta el amanecer; esa era la ruta correcta para llegar a Nunca Jamás. La luna y el aire puro llenaban sus pulmones de forma mágica. Las estrellas y su polvo llena de esplendor que caía sobre la tierra aligeraban el trabajo de volar por encima de las casas. El Big Ben nunca había sido tan hermoso o grande, a los ojos de Junmyeon el gran reloj era más imponente que nunca. Jongin sobrevoló el edificio abrazando su peluche con ímpetu. La emoción le pasaba por los dedos y cerraba los ojos con fuerza al dejarse caer en picada.

Fue el fuego en las venas el que explotó y dejó salir fiereza la adrenalina que se desató en un destello blanco y hermoso. Nunca Jamás seguro estaba cerca, cerca para  los que quisiesen verlo, la isla y sus aguas cristalinas se presentaron ante sus ojos después de la ceguera momentánea y fantástica.

—Es, es, es…

—Sí, sí es.

Era Nunca Jamás, la tierra exiliada del madurar. Las fronteras de mar se extendían hasta donde ya no podían verlas, y Minseok con sus dos hermanos elevados en el aire se sentían como nunca antes. El aire era más puro que en cualquier lugar, y el mayor mirando a Jongdae de reojo no podía evita suspirar largo y tendido.

Entre el agua azulina, ahí cerca de la costa, el barco pirata esperaba con ansias al muchacho de mayas verdes que se escondían tras la nube más grande de todas. El menor estaba emocionado, y tal vez fue la altura y todos esos metros que tenía por sobre tierra firme que con todo lo que podían sus pulmones señaló con emoción al capitán que estaba caminado por la proa del barco.

—¡Es Garfio!

¡Shh!

El callar a Jongin duró un par de segundos. —Digamos que antes de ir por mí sombra… lo hice enojar un poco.

Jongdae sobrevoló las nubes al terminar su respuesta. Minseok lo miraba con los ojos bien abiertos y un extraña sonrisa que Junmyeon intentaba descifrar.

—Sunny los guiará al escondite, yo me encargo de Garfio. —ordenó alto soltando a su hada y volviendo su atención sobre el barco— ¡Hey, Garfio, por aquí!

Y la atención que Jongdae reclamó no tardó en llegar, los ojos que se posaban sobre él con velocidad adoptaban una actitud resentida. Los tres niños que volaban en dirección contraria al motín que se armaba miraban de reojo como el muchacho sobrevolaba y esquivaba los disparos del cañón dirigidos a las nubes. Era impresionante la facilidad con la que se escondía entre lo esponjoso de las nubes y dejaba ese rastro brillante sobre el cielo, como si de una danza se tratara, los pasos que Jongdae realizaba sobre sus cabezas era impresionante. Lo suficiente como para que Minseok pudiera distraerse con sus pies y sonrisa antes de perderlo completamente de vista.

Sus ojos no alcanzaban a ubicar sus hermanos que hasta hace pocos segundos estaban frente a él. Su vuelo fue constante hasta que sus oídos pudieron captar la característica risa de Jongin entre las ramas. Aunque era más lento que antes, Minseok buscaba con firmeza a sus hermanos y el hada que los guiaba.

—¡Ataquen! —sí, fue el grito alerta que anunció el ataque de flechas en el aire que hicieron que Minseok abriera los ojos con temor y fallara en su camino al suelo.

Se movió de un lado a otro bruscamente, su cuerpo se tambaleaba al intentar reconocer a esos niños que disfrazados lo apuntaban con arcos y flechas. No, Minseok no lo logró averiguar a tiempo. Su camino terminó en un golpe fuerte en su cabeza. El volatín que el suelo le había propinado había golpeado muy fuerte la parte derecha de su cráneo.

Minseok estaba en el suelo, perdiendo la conciencia mientras que el hada sentada a un lado del gran árbol, esa que era la guarida, reía sin parar.

—Oigan… —inició uno de los niños, el de colita de zorro precisamente— Él no es un ave.

—No… no lo es. —respondió su compañero con orejas negras y patitas blancas.

La inspección no duró demasiado, los cinco niños que rodeaban a Minseok junto a sus dos hermanos fueron apartados de un susto por el aterrizaje brusco de Jongdae cerca del cuerpo de Minseok.

—¡Sunny! —sonaba enojado, mucho— ¡¿Qué demonios es lo que pasa aquí?!

El grito estremeció a Sunny de pies a cabeza, aunque su cuerpo solo fueran unos centímetros estaba temblando notoriamente frente a los niños perdidos. Estaba un poco avergonzada, lo suficiente como para dejar notar sus mejillas rojas que contrastaban con el resplandor amarillo de su cuerpo.

Jongdae retiró sus ojos de encima del hada, retomando lo que para sí tenía mucha más importancia. Se arrodilló y colocó la cabeza de Minseok sobre sus rodillas flexionadas. De hecho estaba arrugando el rostro, retomando el conocimiento. Su cabeza seguro daba vueltas para todos lados. Al abrir sus ojos lo primero que encontró fue el rostro de Jongdae muy cerca del suyo, provocando así un destello carmesí en sus mejillas.

Era la primera vez que el niño de verde miraba a otro tan de cerca. Recién había notado que los ojos de Minseok eran color castaño, rosando con un gris en los bordes. Minseok era más lindo de lo que había logrado ver allá en Londres.

—¿Estás bien? —preguntó sonriendo de lado, un poco tímido y perdido en las pupilas de un Minseok que seguía sobre sus piernas, tendido en el pasto y con todos los niños a su alrededor.

—Sí… eso parece.

Un tosido que sonó casi a un deja que mi hermano se levante de parte de Junmyeon hizo que Jongdae diera un salto hacia atrás.

—Levántate, Minseok, rápido. —inició apresurado y disimulando lo que había hecho— tenemos que presentarlos.

Jongdae tomó las manos de Junmyeon y Jongin, atrayéndolos hacia él y Minseok.

—¡Niños, tenemos visitantes! —anunció entusiasmado— Y, como regalo mayor, aquí les traigo a nuestro propio cuentacuentos. —dijo empujando a Minseok unos pasos adelante.

Los cinco niños lo rodearon con los ojitos redondos y llenas de alegría. Eran unos más altos que otros, pero los disfraces de animalitos salvajes los identificaban como un solo grupo. Jongin fue el más feliz de ver a tanta gente de su edad junta, se encargó de tomar de la mano al niño vestido de pingüino de la manita y dejarse guiar dentro del escondite. Los otros lo siguieron por detrás; el pandita, el zorro y el chico vestido de cabrita.

Dentro de ese gran árbol todo era diferente, un aire acogedor, por completo diferente a lo que Minseok y sus hermanos se habían imaginado antes de pasar. Todos se acomodaron alrededor de la mesilla redonda que esperaba vacía en el centro del lugar. Campanita no dijo nada, no emitió un solo ruido, solo se dedicó a mirar en silencio a los niños hablar y hablar.

Junmyeon estaba curioso por todo lo que veía, había soñado por mucho tiempo con todo lo que en ese momento lo rodeaba. No podía evitar incluso ser algo inoportuno al interrogar a sus nuevos compañeros.

Minseok solo escuchaba atento. Aprendía rápido, oyendo todo lo que se decía en la mesa había memorizado el nombre de cada uno de los niños. El pandita, Tao, el que casi no hablaba y se quedaba junto al muchachito vestido de zorro, YiFan, le había mencionado bajito a Jongin que no recodaba como había llegado. No tenía memorias de tierra firme, solo conmemoraba sus inicios en la isla como un niño muy pequeño que fue acogido por Jongdae, igual que YiFan, quien en ese momento lo abrazaba por encima de los hombros. Él particularmente causaba una sensación de respeto en Junmyeon, por su altura y ojos escarlata, cosa que él nunca había visto antes.

—¿Han estado juntos desde entonces? —preguntó Junmyeon al escuchar como los dos niños le narraban su historia.

Tao se sonrojó de inmediato, halando de sus orejitas negras y cubriendo gran parte de su rostro con sus patitas. Junmyeon no supo si había dicho algo fuera de lugar, se distrajo de inmediato cuando un toque en su hombro derecho le guiaron la mirada al niño de blanco, ese que le pedía amistoso que guardara silencio y le guiñaba un ojo.

—Él es Yixing. —lo presentó KyungSoo, el más pequeño de todos, el que tenía aún la mano de Jongin en un firme apretón.

—Hola, Yixing-ssi. —saludó Junmyeon rebuscando la brillantina que su mirada le lanzaba.

Minseok desde su lado de la mesa aguantó la risa que le provocaba la situación y relajó el cuerpo, echando los hombros hacia delante.

—Minseok… —escuchó.

El aludido levantó la mirada. Jongdae le sonreía, guiñándole un ojo y colocando una mano sobre la suya.

Esa tarde, quien sabe a qué hora, porque, ¿quién las cuenta? Jongdae y la tropa se dirigieron a la laguna. Las sirenas chapoteaban con sensualidad entre las aguas azules y agitaban mucho el cabello frente a sus visitantes, en especial con el líder del grupo. Eran coquetas, y le hablaban a la mayoría con un tono tan pegajoso que Minseok pudo sentir una ligera molestia que decidió ignorar cuando una de ellas decidió abrazar a Jongdae cuando este estuvo lo suficientemente cerca del agua.

—Los invito a pasear por Nunca Jamás, es el mejor lugar que podrán conocer. —dijo sonriente Jongdae.

¡A la tierra de los piratas! Hogar de las sirenas, las hadas y los niños perdidos. Sí, Nunca Jamás tenía muchas cosas curiosas. Jongdae se estaba encargando de hacer que cada una de ellas fuera un espectáculo para los tres recién llegados.

Las cuevas, los piratas y los lugares por explorar. Tierra firme no se hacía extrañar. Junmyeon amaba cada vez más el poder volar por encima de las nubes, poder recostarse sobre ellas junto a Yixing y escaparse un rato por las noches para ver escuchar a los indios cantar.

Jongin por su lado había adoptado un disfraz bastante improvisado de oso, junto a KyungSoo, Tao y YiFan como nuevos compañeros de juego pasaba el día tendido en la tierra y escondiéndose de la hora del baño.

Era todo como un cuento de hadas en vida, tal vez porque era precisamente eso. Pero claro, como evitar notar la historia detrás de la misma. Después de todo, como personajes principales y secundarios, todos tenían algo que contar. Minseok se dio cuenta que muy dentro, donde ni siquiera Jongdae podía percibirlo, esperaba ansioso saber. Y no hablaba de una dudosa pista sobre él, quería enterarse qué era él mismo, qué hacía ahí, por donde inició todo. Si había pasado tanto tiempo olvidando sus aventuras y muy poco aprendiendo de ellas. Lo notó por como escuchaba atento y expectante sobre sus propias aventuras.

Jongdae era especial. Tal vez lo necesita mucho, pero sentía que igual Jongdae hacía con él. Porque era un niño muy raro, tenía esa mala costumbre de escuchar en silencio las conversaciones ajenas y colarse por las ventanas de las casas cuando era de noche. Era su travesura favorita, aunque tenía que partir cuando los padres se asomaban en las recámaras o el cielo tenía que volver a recibir al sol. Era una feísima costumbre, espiar por las noches.

Un sentimiento mudo el que nacía, Minseok se lo negaba cada vez más mientras Jongdae sin vergüenza alguna le gustaba sacarle brillantes sonrojos. Un romance que crecía con los segundos transcurridos. Era casi inevitable, Minseok se sentía protegido sin la obligación de corresponder con estrictos requisitos de comportamiento y educación. Él descubría que no todos esperaban algo de él, de él y sus hermanos o tan solo de alguien. Jongdae era esa persona que lo descuadraba con pequeñas miradas, sus ojos resplandecientes y esa risa tan blanca que no podía ser verdad, pero lo era.

Nunca Jamás había sido todo lo que soñó alguna vez, eso y mucho más.

Y pasó un tiempo, Minseok no estaba muy seguro de cuanto, los días y noches parecían ser lo mismo en Nunca Jamás, el sueño separaba las horas de forma extraña y tanto como Jongin y Junmyeon habían dejado de contar con sus dedos los minutos que corrían.

—Min, no crezcas, es una trampa. —le pidió una noche que frente a las estrellas reposaban y esperaban el sueño.

Minseok no le respondió, lamentaba no hacerlo. Le sonrió un poco y recostó su cabeza junto al cuerpo de Jongdae. Estaba ocultándole algo. La sensación de estar en casa había estado abandonando a Minseok por las noches. Era un hincón en el pecho que anunciaba culpa en lo que habían hecho al escapar. Pensó más de una vez si su madre los estaba esperando, o si su padre había tomado la experiencia como lección para dejarlo vivir la infancia que consideraba le quedaba.

—Jongdae…

Minseok buscó su mirada más de una vez, lo había estado haciendo ya un rato, pero Jongdae se resistía de forma constante a dejarse ver a los ojos. Sabía qué era lo que Minseok le estaba pidiendo de forma silenciosa, o por lo menos el anuncio que sentía que en algún momento ya había escuchado.

—Jongdae… —inició con sus voz calmada, aún si el otro pareciera no escucharlo— Nosotros, mis hermanos y yo, tenemos que partir…

—Lo supuse. —contestó cortante de inmediato.

Jongdae no sabía de donde, pero recordaba ese hilo de voz al pronunciar aquella frase de algún lado. No estaba enterado, pero al escuchar su historia contada por Minseok y se impresionaba a saber lo que él podría llegar a hacer, estaba escuchando la narración de lo que ya había hecho antes. Todos esos pasajes en tierra firme que había dejado ir para quedarse en Nunca Jamás, aferrándose a su niñez eterna. Tal vez igual que antes, ahora dejaría ir a Minseok como un mal sueño.

—¿Quién contará historias sobre mí ahora?

—¿Y por qué no podrían gustarte otros cuentos?

—Tan imposible como imaginar que te quedas conmigo, aquí.

Él sonrió de lado, son una curva triste que temblaba en el borde. —No ves cuanto me cuesta dejarte ir.

No calmó a Jongdae, solo avivó más la frustración en su interior.

—Bien, si tanto quieres irte, ¡vete!

Aunque gritó muy enojado, Jongdae estaba triste, aguantaba las ganas de echar a llorar. Le estaban rompiendo el corazón una vez más. Que mal, tenía que aprender alguna vez a no querer tanto y tan rápido a quienes llegaran. ¿Por qué no quedarse para siempre en Nunca Jamás? Era un bello lugar, uno para los dos, donde se podían contar las estrellas y no el tiempo.

Pero a medida que se acercaban a tierra firme, el tiempo volvía a correr y se estaba acabando.

—Puedes correr hacia mí cada vez que lo necesites, solo grita mi nombre.

Minseok no respondió a lo que Jongdae le susurró. Si hablaba seguro se le partiría la garganta y quebraría su voz en un interminable llanto. No estaba preparado para mirar a Jongdae directo a los ojos y notar lo que podía estar dejando ir. Vivir esa aventura en especial podría ser la mejor de toda su vida, pero tenía miedo.

Minseok estaba tan temeroso de lo que le esperaba y abrumado con los años que le seguían que se le olvidó preguntar a Junmyeon porqué sus ojos estaban tan rojos desde que se despidió de Yixing y a Jongin la razón detrás de dejarle a KyungSoo su peluche favorito.

El viaje largo y silencioso había incomodado a Jongin y Junmyeon. Los ojitos del más pequeño seguían aguándose a cada minuto que se acercaban más a Londres. Su casa se veía tan solitaria. La marca de las nubes que no dejaban pasar muy bien la luz de luna era deprimente.

Lo más triste, es que la silueta que esperaba a la orilla de la estrella más brillante se iría desvaneciendo conforme los segundos pasaran. Eso si no hacía algo pronto. Jongdae partiría con Campanita y no volvería.

—Es la despedida.

—Nunca digas adiós, por qué decir adiós significa irse lejos e irse lejos significa olvidar. —al borde de la ventana abierta de la habitación con las luces apagadas, Jongdae estaba de espaldas a punto de dejarse caer.

¿Qué tan lejos quedaría Nunca Jamás después de esa noche? Seguro con la edad, los años y la experiencia de crecer Minseok olvidaría de forma gradual al chico vestido de verde y las maravillas que le enseñó a él y sus hermanos.

—Jongdae… te voy a extrañar mucho. —le dirigió Jongin con la voz entrecortada e intentando meterse a su cama sin quebrarse.

—Yo igual. —secundó Junmyeon acercándose a su hermano mayor para envolverlo en un abrazo.

Jongdae sonrió de lado, la sonrisa más falsa de todas. —No me vayan a olvidar.

Sus ojos señalaban a Minseok, por encima de todo esperaba que se arrepintiera de su decisión. Sí, Jongdae era egoísta. Campanita le había enseñado a adueñarse de lo que consideraba suyo, pero en esa ocasión, tanto él como el hada, estaban dejando ir lo que habían marcado como propiedad suya.

—Gracias. —fue lo último que le dijo Minseok al muchacho que dio que con el paso final se dejó caer por la ventana.

Las cortinas se agitaron como despedida al fantástico mundo, el viento era más frío de lo usual, pero Minseok no se preocupó en cubrir sus helados brazos. Era cobarde, siempre lo fue, pero las historias que contaba los hacían fuerte. Esas historias que narraban la vida del maravilloso muchacho que volaba por encima de Londres y atravesaba la cuidad de noche. Porque era demasiado niño como para tomarle demasiada importancia a lo que hacía, pero lo suficientemente grande como para escapar de casa e ir volando por el firmamento hasta la isla más maravillosa del mundo.

Todo estaba más claro que nunca. Minseok sabía que debía hacer.

Ariel caminó sobre la tierra dejando atrás las mareas altas y todo lo que conocía. Jazmín se enamoró de la vida misma fuera del castillo y sus paredes. Bella aceptó el amor por encima de los defectos y maldiciones. Rapunzel tuvo que encontrar un nuevo sueño al sentirse ajena a su propio camino. Cenicienta caminó sobre vidrios rotos y sobrepasó las puertas con cerrojos que la retenían. Aurora dejó pasar toda su vida con paciencia y recibió la liberación como una vieja amiga. Pocahontas tuvo que quedarse para salvar su tierra, viendo como parte de su destino de alejaba por el horizonte. Se trata de sonrisas y lágrimas, porque el amor se trata de enfrentar los miedos más grandes.

—¡Jongdae! —gritó por la ventana a todo pulmón, atrayendo la mirada de sus hermanos en conjunto.

Él aludido detuvo su vuelo y la lágrima que traicioneramente quería deslizarse por su mejilla. Su hada tintineó señalando con firmeza el lugar del que provenía la voz. Su corazón seguro que se detuvo por largos minutos, buscando alguna señal, algo que le mostrara que no estaba viviendo una ilusión demasiado real como para engañar a sus sentidos.

—Minseok…

Voló lo más rápido que pudo, acercándose cada vez más a la ventaba abierta. Y sí, era él, su Minseok quien lo llamaba. Estando frente a él se le encogió el pecho y la respiración se le hizo complicada. El salto temerario que Minseok dio también atribuyó a que su temblor se agravara, la punta de sus dedos que dieron un brinco hasta sus brazos y dejaron caer sus labios sobre los ajenos. Eso era un beso.

Minseok estaba volando sin polvo de hadas, sin ayuda mágica ni entrenamiento previo. Solo pensaba en lo mejor del mundo, Jongdae a su lado, sosteniendo su mano al doblar en la segunda estrella a derecha.

—¿Puedo irme contigo?

La respuesta era obvia, decirla opcional.

Porque todos los niños maduran menos uno, pues entonces creces, y te das cuenta de por qué Peter Pan no quería hacerlo. Y es que Jongdae eligió precisamente a Minseok, porque creía en él.

«No entiendo como Wendy prefirió la vida real, yo sin duda hubiera elegido Neverland.»


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