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Perdido
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Yuuri se está cuestionando muchas cosas en ese momento, es más ni siquiera lo debería estar haciendo, de hecho hay instantes donde pierde la racionalidad como es común.
La radio anunció el día nublado con posibilidad de llovizna, y si él creyera en grandes azares culparía al destino, muy acorde con su estado de ánimo. Reiría si su boca no estuviera derramando tantos gemidos y súplicas lastimeras por más.
Entierra la cara en la almohada, oh, dulce olor a transpiración y menta.
Le están moliendo la próstata como si el mañana no existiera, quizá sea así, su verdugo es un caso de experiencia adquirida por todo el mundo y por los años; lo que aprenda en ese momento con su cuerpo, deshaciendo ante los toques que en otros sirvieron, también servirá para el próximo, el que vendrá después de él. No espera exclusividad, como hacerlo si las promesas se le resbalan por su cuerpo bien formado. A oídos sordos y demencias fingidas siempre llegan.
Yuuri debería acallar los gemidos con su nombre, no lo merece después de todo.
—¡Victor! —Se desconoce.
Están en un hotel de amor y él podría ser cualquiera. Bueno básicamente lo es en este instante.
Una fuerte mano le somete, por completo enterrado en la cama, como si no supiera que está a su merced y disposición. Sus caderas elevadas, sostenidas por sus rodillas que apenas y resisten la furia de los embates. Oh placer, gratuito y unilateral. Lo siente, él solo está experimentando la gloria por la buena técnica del soltero más codiciado del patinaje sobre hielo. Victor solo lo utiliza como un agujero dispuesto, ya sea vagina o ano, para él todo es igual, y Yuuri es ese culo dispuesto para el momento.
—Yuuri—. Suspira sobre su cuello al tiempo que lo muerde y deja marca. Propiedad.
Y él se estremece, vibra y aprieta su esfínter de puro goce. Ah, suspiraron ambos de gusto.
Oh, dios, oh, dios, oh, dios, su cabeza vuela. Sus paredes queman, sus caderas en movimientos desesperados persiguen el miembro que lo está haciendo tocar las puertas del infierno. Sí, sí, sí, besos en su nuca lo ponen aún más. Más, más, más, grita él y su cuerpo, y oh por todos los cielos, es lo que obtiene. Los dedos de sus manos luchan con las sábanas revueltas debajo de su cuerpo, en espasmos, para liberar la tensión de tanto placer. Su espalda se arquea mejorando la posición para las embestidas. El gruñido animal y la mordida que su omóplato derecho recibe hablan de su buena elección.
Sucumbe y cae más hondo. Sus alas fueron arrancadas con tanta obscenidad.
Delirios canta él con su cuerpo roto por los embistes.
Un perro que se arrastra de vuelta a su amo.
—Victor, Victor, Victor…
Eso es él.
Alaridos de sus labios rotos por tantas mordidas, hechas por la boca dulce de Victor y por la irritación de sus dientes. Colisionan sus caderas y grandes estruendos salen de sus choques, droga auditiva para el éxtasis de sus pecados hechos materia por ambos. Fuegos artificiales iluminan el cielo en total oscuridad, puede verlo detrás de sus párpados cerrados, aunque afuera es de día.
Ah, hay tanto incorrecto en el acto.
—Solamente en mí puedes pensar.
Y Yuuri lo sabe, pensar es innecesario.
Victor se ha detenido para su frustración, el sonido saliendo de su boca por la desesperación cae con su orgullo, porque rogara, Victor siempre le hace suplicar.
Se voltea con esfuerzo y la respiración forzada, sin verlo, puesto que no quiere ver la satisfacción en su rostro, toma sus piernas por las rodillas al tiempo que las sube a la altura de su pecho, abierto para él, esperando por él. Victor suelta un silbido de apreciación, regodeándose. Que situación tan humillante, no por el hecho de estar expuesto para él, sino porque lo acepta y desea que lo embista ya.
—Por favor, Victor. —Necesidad pura.
Y cualquier sonido muere después con el aire saliendo de sus pulmones ante la rápida y fuerte estocada que sin clemencia le fue dada. Esclavo del placer, atado de forma voluntaria al incubo NIkiforov. Desde la primera vez.
Entra, sale, una y otra vez. Marcando su interior, llenándolo como ninguno lo hará porque para siempre será el primero. Las mieles del deseo carnal conjuradas en tal espécimen que tuvo la malaventura de atraer, en su inocencia perdida sin remedio. Ahí, ahí, ahí, sí. Contrae su entrada y entierra sus cortas uñas en sus piernas desesperado. Perdido.
Y todo explota en un solo contoneo de caderas más.
Oh gran muerte que es callada por los labios de Victor succionando lo último de su voluntad.
—Estuviste excelente, Yuuri—. Susurra a sus labios encandilándolo con su voz, mientras su cuerpo aún lo ata a la cama sin oportunidad de moverse ante su peso muerto y los espasmos del orgasmo.
Con el semen caliente deslizándose fuera de él se promete que, como la vez anterior a esta, no caerá de nuevo ante el demonio que es Victor Nikiforov.