Haruka buscaba cualquier pretexto para ir por Makoto al terminar sus clases, varios de sus compañeros de clase se burlaban diciendo que era como su madre, las chicas que querian acercarse a él le odiaban, y a veces el castaño se sentía agobiado.
Haruka insistía que no le gustaba volver solo a su departamento, pero a leguas se notaba que estaba celoso, celoso de todo el mundo, Makoto era una persona muy atractiva, de eso no había duda, su amabilidad le había hecho uno de los chicos más populares de aquella universidad, no quería que se lo quitaran de su lado y lo protegía a toda costa.
Un día, después de la cruel burla de sus compañeros decidió hablar con Haruka, pero no era bueno en eso y tampoco sabía decir que no, aquella tarde fue un desastre, el azabache creyó que su amigo de la infancia había conseguido una novia y eso le dolió, después de ese día no volvió a recogerlo, le dolía saber que nunca sería de él.
Makoto agradecía al principio ese hecho, pero luego lo extrañó, en los días lluviosos nadie le esperaba con una sombrilla para ir a casa y en los días helados nadie le esperaba con un abrigo y esperando compartir su bufanda, se acercaba el invierno y sentía pesar, pues se había distanciado considerablemente del azabache, pues salían juntos en pocas ocasiones a realizar algunas compras o visitar a su familia y amigos en Iwatobi.
Makoto no sabía decir que no, era malo en expresar lo que sentía y pronto entendió el afán de Haruka por ahuyentar a todo aquel que le rodeaba, sus silencios eran su salvación ante la oleada de chicas que pronto quisieron buscar una cita con uno de los chicos más populares de la universidad.
Coincidió que Makoto tuviera un problema en el departamento que rentaba en Tokio, una serie de daños en el sistema de calefacción le obligó a buscar a Haruka, arreglar sus diferencias y pedirle alojamiento temporal, esto lo tomó el azabache como una oportunidad y un pretexto nuevo para ir por el castaño al terminar sus clases.
Pero Haruka nunca fue por él, a Makoto le extrañó y dio por hecho que era por la discusión anterior.
El castaño sabía que Haruka lo llegaba esperar casi cerca de una hora para ir a casa, ese día salió unos veinte minutos antes de clases y sin encontrar a nadie fue al punto de espera, que era la estación de tren, entonces lo vio ahí, le rodeaban algunas chicas, varias senpai de último año, las más atrevidas incluso se ofrecieron como entrenadoras del famoso nadador de estilo libre, y eso hizo que le hirviera la sangre al castaño.
Una firme mano tomó la muñeca de Haruka y lo arrastró al interior de la estación, unos fúricos ojos esmeralda cuyo dueño lo guiaba se detuvo al entrar al tren que los llevaría a casa.
—Lo siento, Haru, no se que me pasó.— sonaba arrepentido, no estaba en su naturaleza el actuar así, ambos lo sabían, entre sorprendido y confundido le miraba el azabache, era la primera vez que pasaba por algo así, su voz rompió el incómodo momento.
—¿Estabas celoso?— los colores se le subieron al castaño, era la primera vez que pasaba por eso y lo aceptó, ahora podía entender claramente lo que sentía Haruka cada día al ir por él.
—Me gustas Haru, siempre me has gustado.— eso no lo esperó, Makoto se acercó y lo abrazó, la cabeza del azabache quedó apoyada sobre su pecho, oyó los agitados latidos de su corazón.
—Tu... tu también me gustas, siempre me has gustado, Makoto.— y eso fue todo, su abrazo no se deshizo, se dejaron mecer por el tren que les llevaba a casa.
El desperfecto del departamento quedó arreglado, pero el castaño no volvió, el contrato de arrendamiento venció, pero no lo renovó, había comenzado una nueva vida junto a Haruka, sabía que tendrían muchos retos, pero estando juntos ningún obstáculo sería una dificultad.