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La Selección por Nayu - san

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Bokuto iba vestido todo de blanco. Tenía un aspecto angelical. Seguían en Miyagi, pero no había nadie a su al rededor. Ambos estaban solos, pero no echaban de menos a nadie.

Él había trenzado unas pajitas para hacerle con ellas una corona, y estaban juntos.

—¡Kei! —graznó Sai, sacándolo de sus sueños.

Apresuradamente encendió las luces, cegándolo por un momento. El rubio se llevó las manos a los ojos, intentando adaptarse a la luz.

—Despierta, Kei. Tengo una propuesta que hacerte. —dijo en tono suplicante.

El menor volteó y echó un vistazo al despertador: poco más de las siete. Así que… había dormido cinco horas.

—¿Consiste en dejarme dormir más? —rezongó.

—No, cariño. Levanta. Tengo algo serio que discutir contigo.

Entre chasquidos se sentó en la cama, sin gafas, con las sábanas hechas un ovillo y el pelo enmarañado. Su mamá iba dando palmadas una y otra vez, como si con aquello pudiera acelerar el proceso.

—Venga, Kei. Necesito que te despiertes.

Bostezó. Dos veces.

—¿Qué quieres? —dijo por fin.

—Quiero que te presentes a la Selección. Creo que serías un príncipe excelente. —soltó con una gran sonrisa.

Era demasiado temprano para aquello.

—Mamá, de verdad, acabo… —pero se detuvo y suspiró al recordar lo que le había prometido a Bokuto la noche anterior: que al menos lo intentaría. No obstante, ahora, a la luz del día, no estaba seguro de poder hacerlo.

—Sé que no te atrae la idea, pero he pensado que podía proponerte un trato, a ver si cambias de opinión.

Aquello llamó su atención. ¿Qué podría ofrecerle?

—Tu hermano y yo hablamos anoche, y decidimos que ya tienes edad de trabajar solo. Tocas el piano tan bien como yo y, si practicas un poco más, prácticamente no cometerás errores al violín. Y tu voz, bueno, estoy convencida de que no hay una mejor en toda la provincia.

Asintió por inercia, aún algo dormido.

—Gracias, mamá. De verdad.

Pero ¿Qué tenía eso de especial?, trabajar solo no era algo que le atrajera especialmente. No veía cómo iba a tentarlo con aquello.

—Bueno, eso no es todo. Puedes aceptar trabajos para ir solo… y puedes quedarte la mitad de lo que ganes —añadió, con una especie de sonrisa forzada.

Los ojos se le abrieron de golpe, con algo de torpeza dirigió sus dedos hacia la mesita de noche y se colocó las gafas.

—Pero solo si te presentas a la Selección.

Ahora empezaba a sonreír abiertamente. Sabía que con aquello le ganaría, aunque se esperaba algo más de resistencia por parte del menor. Pero ¿cómo iba a resistirse? ¡Ya estaba decidido a firmar, y ahora además podría ganar algo de dinero para si!

—Ya sabes que lo único que puedo hacer yo es firmar, ¿verdad? No puedo hacer que me escojan. —dijo con voz monótona.

—Sí, lo sé. Pero vale la pena intentarlo. —sonrió nuevamente.

—Vaya, mamá —exclamó, sacudiendo la cabeza, aún sorprendido—. De acuerdo, rellenaré el impreso hoy mismo. ¿Dices en serio lo del dinero?

—Por supuesto. De todos modos, antes o después tendrás que ir por tu cuenta. Y te irá bien tener que hacerte responsable de tu dinero. Eso sí, no te olvides de tu familia, por favor. Seguimos necesitándote.

—No los olvidaré, mamá. ¿Cómo iba a olvidarte, con todo lo que me haz reñido en las últimas veinticuatro horas? —le dio una spnrisa, ella se río y con ello quedó sellado el pacto.

Cuando Sai se fué , el rubio se dirigió al baño y se duchó mientras intentaba asimilar todo lo que había ocurrido en menos de veinticuatro horas. ¡Solo con rellenar un impreso conseguiría la aprobación de su familia, haría feliz a Bokuto y ganaría un dinero que les iría muy bien a ambos para poder casarse!

A Tsukishima no le preocupaba tanto el dinero, pero Bokuto insistía en que necesitaban tener unos ahorros. El papeleo costaba dinero, y querían dar una fiestecita con ambas familias tras la boda, aunque fuera pequeña. Quizá, si por fin ganaba un dinero, Kotaro confiaría más en que saldrían adelante.

Tras la ducha se arregló el cabello y se echó un toque de perfume para celebrar la ocasión; luego fue al armario y se vistió. No es que hubiera muchas opciones. Casi todo lo que tenía era beis, marrón o verde. Tenía algunas camisas más bonitas para cuando trabajaran, pero estaban irremediablemente confinados en el fondo del armario. Así eran las cosas. Los Seises y los Sietes vestían casi siempre con ropa vaquera o con algo resistente. Los Cincos usaban ropas más bien sosas, ya que los artistas lo cubrían todo de manchas, y los cantantes y bailarines solo necesitaban un vestuario especial para sus actuaciones. Las castas más altas podían vestirse de caqui y con ropa vaquera de vez en cuando, para variar, pero siempre dándole a sus modelos un aire especial. Como si no fuera bastante con que pudieran tener prácticamente lujosquisieran, convertían las necesidades de otros en lujos.

Finalmente se decidió por unos pantalones cortos color caqui y una camisa verde, ya vestido, repasó su aspecto en el espejo antes de dirigirse al salón. Se sentía como… guapo. Quizá fuera la emoción de aquel día lo que hacía que se viera así.

Al llegar al salón, Sai estaba sentada en la mesa de la cocina con Akiteru, tarareando. Ambos levantaron la vista y miraron al menor un par de veces. Normalmente esto hubiera sido molesto para Tsukishima, pero ahora sus miradas no podían molestarle.

Se dirigió a la mesa con paso tranquilo y cogió la carta entre sus dedos, al sentir la textura abrió los ojos sorprendido. Era un papel muy elegante, nunca antes había tocado uno igual, grueso y con una fina textura. Por un momento su peso le impresionó y le recordó la magnitud de lo que estaba haciendo. Dos palabras asaltaron su mente: «¿Y si…?».

Pero ahuyentó aquella idea y se puso manos a la obra.

No tenía gran complicación. Debía poner su nombre, edad, casta y datos de contacto.

Tenía que decir la altura y el peso, el color del cabello, de los ojos y de la piel. Incluso se pudo dar el lujo de escribir que hablaba tres idiomas. La mayoría hablaba al menos dos, pero Sai había insistido en que aprendieran francés y español, ya que esas lenguas aún se usaban en algunas zonas del país. Además, también le resultaban útiles para el canto. Había muchas canciones preciosas en francés.

Tenía que indicar el nivel de estudios, en el que había muchísimas variaciones, porque solo los Seises y los Sietes iban a colegios públicos y seguían una educación estructurada en cursos propiamente dichos. Tsukishima ya casi había completado su educación. En el apartado de habilidades especiales, puso el canto y todos los instrumentos que tocaba.

—¿Crees que la capacidad de dormir hasta mediodía cuenta como habilidad especial? —le preguntó a Akiteru con tono serio, intentando ponerlo como una duda existencial.

—Sí, pon eso. Y no te olvides de decir que puedes acabarte un Short Cake entero en menos de cinco minutos —respondió.

Ambos rieron. Era cierto: solía comer tan rápido ese delicioso postre que parecía aspiradora. Aunque solo podía probarlo en su cumpleaños, no estaba para darse esos lujos.

—¡Ya está bien, ustedes dos! Entonces, ¿por qué no pones que eres un pobre plebeyo? —protestó Sai desde la habitación.

Tsukishima suspiró ¿Por qué estaba de tan mal humor?; al fin y al cabo, estaba consiguiendo exactamente lo que quería.

Miró a Akiteru con extrañeza.

—Mamá solo quiere lo mejor para ti, eso es todo —dijo. Se apoyó en el respaldo de la silla, tomándose un respiro antes de empezar la pieza que le habían encargado para final de mes.

—Tú también Nii-san, pero nunca te enfadas tanto —observó.

—Es cierto Kei-chan. Pero ambos tenemos ideas diferentes de lo que es mejor para ti —respondió, y sonrió.

Tsukishima había sacado la boca de su padre: tanto por su aspecto como por la tendencia a hacer comentarios inocentes que lo acababan metiendo en algún lío. El temperamento lo había sacado de su mamá, pero a ella se le daba mejor contenerse cuando era realmente necesario. En cambio a Keino se le daba nada bien. Como en aquel momento.

—Nii-san, si decidiera casarme con un Seis o incluso con un Siete, y de verdad lo quisiera, ¿me dejarías? —preguntó casi en un susurro.

El mayor dejó su taza en la mesa y lo miró fijamente. Tsukishima se removía incómodo en su sitio, intentando no desvelar nada con su expresión. Akiteru lanzó un suspiro intenso, que estaba cargado de pena.

—Kei-chan, si quisieras a un Ocho, yo querría que te casaras con él. Pero deberías saber que el amor a veces se desgasta con la tensión del matrimonio. Puede que ahora quieras a alguien, pero con el tiempo puedes llegar a odiarlo por no ser capaz de ocuparse de ti. Y si no puedes cuidar bien a tus hijos, la cosa se vuelve aún peor. El amor no siempre sobrevive en esas circunstancias.

En un suave movimiento apoyó su mano sobre la del menor, atrayendo su mirada. Intentando ocultar su preocupación.

—Sea como sea, lo que deseo es que te quieran. Te lo mereces. Y espero que algún día te cases por amor, y no en función de un número.

Kei sonrió satisfecho con aquello.

—Gracias, Nii-san.

—No es nada Kei, tengamos paciencia con mamá. Intenta hacer lo correcto. —le besó en la cabeza y se fue a trabajar.

El rubio suspiró y volvió a centrarse en rellenar la solicitud. Todo aquello le hacía sentir como si su familia no pensara que tuviera derecho alguno a desear algo para si. Le molestaba, pero sabía que no era algo que pudiera echarles en cara. No podía darse el lujo de satisfacer su deseos. Tenían necesidades.

Completó la solicitud, la cogió de la mesa y salió al patio en busca de su mamá. Estaba allí sentada, cosiendo un dobladillo, mientras Emi hacía sus deberes a la sombra de la casa del árbol. Bokuto solía quejarse de lo estrictos que eran los profesores en los colegios públicos. Pero Kei tenía serias dudas de que ninguno de ellos pudiera ganarle a su madre en severidad. ¡Era verano, por Dios!

—¿De verdad lo has hecho? —preguntó Emi, levantándose de un salto.

—Claro.

—¿Cómo es que has cambiado de opinión?

-Mamá puede resultar muy convincente —respondió, con intención, pero era evidente que ella no se avergonzaba en absoluto de su chantaje—. Podemos ir a la Oficina de Servicios en cuanto estés lista, mamá.

Ella esbozó una sonrisa.

—Ese es mi chico. Ve a buscar tus cosas y vamos. Quiero que tu solicitud llegue lo antes posible.

Obedeció al mandato y fue al interior de la casa a buscar los zapatos, pero se detuvo al llegar a la habitación de Tobio.

 Estaba mirando fijamente un lienzo en blanco, con cara de frustración. Ya habían probado muchas opciones con Tobio, pero no parecía que ninguna de ellas arraigara. No había más que ver la vieja pelota de volley en una esquina, o el microscopio de segunda mano que habían heredado como pago una Navidad, para saber que, estaba claro, no tenía alma de artista.

—Hoy no te sientes inspirado, ¿eh? —preguntó, colándose en su habitación.

Él negó con la cabeza.

—A lo mejor podrías intentar esculpir, como Kota. Tienes muy buenas manos. Apuesto a que se te daría bien. —añadió tratando de sonar animado.

—Yo no quiero esculpir nada. Ni pintar, ni cantar, ni tocar el piano. Yo quiero jugar al volley —dijo, dando una patada a la vieja alfombra.

—Ya lo sé. Y puedes hacerlo, como pasatiempo, pero tienes que encontrar una disciplina artística que se te dé bien para ganarte la vida. Puedes hacer ambas cosas.

—Pero ¿por qué? —protestó, con voz lastimera.

—Ya sabes por qué. Es la ley.

—¡Pero eso no es justo! —Tobio le dio un empujón al lienzo, que cayó al suelo y levantó unas motas de polvo visibles a la luz que entraba por la ventana—. No es culpa nuestra que nuestro tatarabuelo, o quien fuera, fuese pobre.

—Tienes razón.

De verdad parecía ilógico limitar las elecciones vitales de cada persona según lo mucho o poco que hubieran podido ayudar sus antepasados al Gobierno, pero así era como funcionaba. Y posiblemente aún tendrían que dar gracias por vivir en un mundo seguro.

—Supongo que era el único modo que tuvieron en aquel momento de hacer que las cosas funcionaran.

Tobio no dijo nada. Tsukishima lanzó un suspiro y recogió el lienzo, luego lo colocó en su sitio. Su vida era aquella, y no podía borrarla de un plumazo.

—No tienes que abandonar tus hobbies. Pero querrás poder ayudar a mamá y a Akiteru nii-san, crecer y casarte, ¿no? —dijo con tono burlón.

Él sacó la lengua en un gesto de asco y ambos sonrieron.

—¡Kei! —llamó Sai desde el otro extremo del pasillo—. ¿Por qué te entretienes tanto?

—¡Ya voy! —respondió, y luego se giró hacia Tobio—. Sé que es duro, pero así son las cosas. ¿De acuerdo?

Sabía que no estaba de acuerdo. No podía estarlo.

Unos minutos después se encontraban yendo a pie hasta la oficina local. A veces tomaban el autobús si iban muy lejos o para acudir a algún trabajo. Quedaba mal presentarse todo sudoroso en la casa de un Dos. Ya los miraban bastante mal de por si. Pero hacía muy buen día, y tampoco era un camino tan largo.

Evidentemente, no fueron los únicos que habían decidido presentar la solicitud enseguida. Cuando llegaron, la calle frente a la Oficina de Servicios de la Prefectura de Miyagi estaba atestada de mujeres y hombres.

Tsukishima frunció el ceño y se acomodó las gafas para ver mejor, en la cola pudo ver a unos cuantos vecinos suyos delante, esperando para entrar.

La cola tenía una anchura de unas cuatro personas y daba casi media vuelta a la manzana. Todas las chicas de la provincia se querían apuntar, y los chicos no se quedaban atrás. Kei no sabía si sentirse aterrado o aliviado.

—¡Tsukishima-san! —exclamó alguien.

Ambos se volvieron al oír el llamado.

Gen y Haru se acercaban, con la madre de Bokuto. Se habría tomado el día libre. Sus hijas llevaban sus mejores galas y tenían un aspecto muy pulido. No es que contaran con demasiados recursos, pero estaban bien con cualquier cosa, igual que Kotaro. Gen y Haru tenían los mismos ojos dorados y vivaces que él, y también su preciosa sonrisa. Lo único de lo que se diferenciaban era que ellas eran totalmente pelinegras. Bokuto ya le había comentado que ellas gustaban mucho de él, y su madre lo veía como un buen partido para una de sus hijas. Eso lo aterraba un poco, ¿Qué dirían al saber que era su revoltoso hermano quien lo había conquistado?

La madre de Bokuto le lanzó una sonrisa al rubio y este le devolvió el gesto. Solo tenía ocasión de hablar con ella muy de vez en cuando, pero siempre había sido muy amable con él. Y sabía que no era porque él estuviera una casta por encima, o porque lo quisiera como futuro yerno;  ya la había visto dar ropa que ya no les cabía a sus hijos a familias que no tenían casi nada. Era una buena mujer.

—Hola, Bokuto-san. Gen, Haru, ¿cómo están? —las saludó su mamá.

—¡Bien! —respondieron alegremente todas a la vez.

Sai codeó a su hijo intentando ser discreta, para que este también saludara y les diera al menos un pequeño cumplido. Tsukishima resopló.

—Buenos días —saludó haciendo una leve reverencia. Sai lo codeó otra vez.— Están estupendas —añadió y le colocó un mechón a Haru por detrás del hombro.

Ambas lanzaron una risita nerviosa, y su madre sonrió complacida.

Queríamos estar guapas para la foto —explicó Gen.

—¿Foto?

—Sí —susurró la madre de Bokuto—. Ayer estuve limpiando en la casa de uno de los magistrados. Este sorteo no tiene mucho de sorteo. Por eso toman fotografías y piden tanta información. ¿Qué importaría los idiomas que hablaras si la elección fuera por sorteo?

Tsukishima sonrió sastifecho, al llenar al formulario ya tenía sus dudas, ya le había parecido raro, pero pensó que toda aquella información era para después del sorteo.

—Según parece, la información se ha filtrado un poco; miren alrededor: muchas de las chicas están bien arregladas.

El rubio volteó y echó un vistazo a la cola. La madre de Bokuto tenía razón, y había una clara diferencia entre los que lo sabían y los que no. Justo detrás suyo pudo ver a una chica, obviamente una Siete, que había venido con su ropa de trabajo. Sus botas manchadas de barro quizá no salieran en la foto, pero el polvo de su chaqueta seguro que sí. Unos metros más atrás, un Siete aún llevaba puesto el cinturón de herramientas. Lo mejor que se podía decir de él es que tenía la cara limpia.

En el otro extremo del espectro, una chica que tenía por delante se había hecho un recogido en el pelo del que caían unos mechones que le enmarcaban el rostro. La chica que tenía al lado, evidentemente una Dos, a juzgar por su ropa, daba la impresión de que quería meterse el mundo entero en el escote. Muchas iban tan maquilladas cual payasos de circo y los chicos bañados en lociones para el cabello. Pero al menos era un modo de intentarlo.

Luego volvió su vista y se auto examinó. Su aspecto era correcto, pero no había ido tan lejos. Al igual que aquellos Sietes, no se había preparado para aquello. De pronto sintió un sofoco de preocupación.

Pero ¿por qué? Pensó.

Suspiró aliviado reordenando sus pensamientos.

Aquello no le interesaba en lo más mínimo. Si no era lo suficientemente guapo, era mejor. Miró de reojo a las hermanas de Bokuto, sin duda estaría un escalón por debajo. Ellas ya eran guapas de por sí, y estaban aún más guapas con aquel leve rastro de maquillaje. Si Gen o Haru ganaban, toda la familia de Bokuto ascendería de categoría.

Tsukishima sonrió al pensar que de seguro a su madre no le parecería mal que se casara con un Uno solo porque no fuera el príncipe en persona. A fin de cuentas no estar bien informados había sido una bendición.

—Creo que tienes razón —dijo Sai—. Aquella chica parece estar vestida para asistir a una fiesta de Navidad. —Se rió, pero claramente le daba una rabia tremenda ver que su hijo estaba en desventaja.

—No sé por qué exageran tanto algunos. Fíjate en Kei-kun. Está guapísimo. Me alegro de que no hayas querido disfrazarlo —repuso la madre de Bokuto.

—Yo no soy nada especial. —contestó en un murmullo, tratando de cambiar el hilo de la conversación— ¿Quién me iba a escoger a mí, pudiendo elegir a Gen o a Haru? —Les lanzó una pequeña sonrisa, y ellas sonrieron encantadas por el gesto.

Sai también sonrió, pero forzadamente. Estaba debatiéndose internamente sobre si deberían quedarse en la cola o volver a casa corriendo para que Kei se cambiara.

—¡No seas tonto Kei-kun! Cada vez que Kotaro vuelve a casa después de ayudar a tu hermano, siempre me habla del talento y la belleza que hay en tu familia —dijo la madre de Bokuto.

Tsukishima se quedó de piedra, ¿Era en serio lo que estaba diciendo?

—¿De verdad? ¡Es un encanto! —respondió mi Sai, orgullosa.

—La verdad es que sí. Una madre no podría pedir un hijo mejor. Nos apoya en todo, y trabaja durísimo.

—Algún día hará muy feliz a alguien —dijo Sai, que solo seguía la conversación a medias mientras valoraba mentalmente sus posibilidades en la competencia.

La madre de Bokuto echó una mirada rápida a su alrededor.

—Lo cierto es que, y esto ha de quedar entre nosotras, creo que quizá ya tenga a alguien en mente. —susurró en el oído de Sai, pero no lo suficientemente bajo como para que los menores pudieran oírla.

Tsukishima se quedó helado. No sabía si debía hacer algún comentario, o si cualquier cosa que dijera lo delataría.

—¿Y de quién se trata? —preguntó Sai; aunque estuviera planeando la boda de su hijo con un perfecto desconocido, siempre había tiempo para el cotilleo.

—¡No estoy segura! En realidad aún no lo conozco. Y solo es una suposición mía, pero creo que está viéndose con alguien, porque últimamente parece más contento —respondió, radiante.

¿Últimamente? Pensó. Llevaban viéndonse casi dos años. ¿Por qué solo últimamente?

—Tararea —intervino Gen.

—Sí, y también canta —añadió Haru.

—¿Canta? —exclamó el rubio, más alto de lo que esperaba.

—¡Oh, sí! —respondieron ellas a coro.

—¡Entonces sin duda está viéndose con alguien! —decidió Sai—. Me pregunto quién será.

—Ni idea. Pero supongo que será una chica magnífica, o un chico ¿Quién sabe? Los últimos meses ha estado trabajando duro, más de lo habitual. Y ha estado ahorrando algo. Creo que debe de estar intentando ahorrar para casarse.

El rostro de Tsukishima cambió de golpe, viéndose iluminado ¿Casarse? Afortunadamente, todas atribuyeron su expresión a la emoción general por la noticia.

—Y yo no podría estar más contenta —prosiguió—. Aunque aún no nos haya dicho quién es la afortunada, ya la quiero. Mi hijo sonríe, y se le ve satisfecho. La vida ha sido dura desde que perdimos a Bokuto. Kotaro ha cargado con un gran peso sobre la espalda. Cualquiera que lo haga feliz será como un hijo para mí.

—¡Será afortunado! Kotaro-kun es un chico fantástico —respondió Sai.

Tsukishima aún no salía de su asombro, no podía creérselo. ¡Su familia estaba pasando dificultades para llegar a final de mes, y Bokuto estaba ahorrando para él!

No sabía si soltarle una regañina o comérselo a besos. Sencillamente…, no tenía palabras.

¡De verdad iba a pedirle que se casara con él!

No podía pensar en otra cosa: Bokuto, Bokuto, Bokuto.

Hizo toda la cola, firmó en la ventanilla para confirmar que todo lo que había puesto en el impreso era cierto y se hizo la foto.

Se sentó en la silla, le dijeron que se quitara las gafas y lo hizo sin rechistar; luego giró hacia el fotógrafo mostrando una sonrisa radiante y sincera. Esa sonrisa que solo Bokuto Kotaro era capaz de ver. Esa sonrisa que solo Bokuto Kotaro era capaz de causar.

No creo que ningún chico de todo Tendo pudiera haber sonreído con más ganas que Tsukishima Kei.

 

~~~~~~~~~~

 

Era viernes, de modo que el noticiario Tendo Capital Report sería a las ocho. No es que estuviesen obligados a verlo, pero resultaba conveniente. Incluso los Ochos —los sin techo, los vagabundos— se buscaban alguna tienda o alguna iglesia donde pudieran ver el Report. Y con la Selección tan cerca, era algo más que aconsejable. Todo el mundo quería saber qué sucedía al respecto.

—¿Crees que anunciarán a los ganadores esta noche? —preguntó Emi, metiéndose una cucharada de puré de patata en la boca.

 —No, cariño. Todos los candidatos tienen aún nueve días para presentar sus solicitudes. Probablemente no sepamos nada hasta dentro de dos semanas —respondió su madre, con el tono de voz más tranquilo que había usado en años. Estaba completamente serena, satisfecha de haber conseguido algo que quería de verdad.

—¡Jo! Qué largo se me va a hacer —se quejó Emi.

Tsukishima chasqueó la lengua y frunció el ceño ¿Se le iba a hacer largo a ella? ¡Era su nombre el que estaba en el juego!

—Kei-chan, mamá me ha dicho que han tenido que hacer una cola bastante larga —intervino Akiteru. Al menor le sorprendió que quisiera tomar parte en la conversación.

—Sí Nii-san —respondió—. No esperaba que hubiera tantas gente. No sé por qué van a esperar nueve días más. Juraría que toda la prefectura se ha apuntado ya.

Akiteru chasqueó la lengua.

—Te habrás divertido haciendo cábalas sobre tus posibilidades…

—Ni me he molestado —respondió con sinceridad—. Eso se lo he dejado a mamá.

Ella asintió.

—Pues sí, no he podido evitar darle vueltas al asunto. Pero creo que Kei iba muy bien, arreglado pero natural. ¡Y además, estabas tan guapo, cariño! Si realmente se fijan en el aspecto, en lugar de elegir por sorteo, tienes aún más posibilidades de las que me pensaba.

—No sé —dijo serio—. Había una chica que llevaba tanto pintalabios que parecía que estaba sangrando. A lo mejor a los príncipes les gusta eso.

Todos se rieron, y Sai siguió deleitándose soltando comentarios sobre los atuendos de las otras chicas. Emi no se perdía detalle. Tobio se limitó a sonreír entre bocado y bocado. A veces olvidaban la tensión constante en la que vivían últimamente, más o menos desde que Tobio tenía uso de razón.

A las ocho ya estaban todos amontonados en el salón —Akiteru en un sillón, Emi junto a Sai en otro sofá, con Tobio en el regazo, y Kei tirado en el suelo, apoyándose en los codos— listos para ver el canal de acceso público de la tele. Era el único canal que no había que pagar, así que incluso los Ochos podían verlo si tenían un televisor.

Sonaba el himno. Puede parecer tonto, pero a Tsukishima siempre le había gustado el himno nacional. Era una de las canciones que más le gustaba cantar.

En la televisión apareció la imagen de la familia real. Sobre la tarima estaba el rey: Kuroo Eiji, con el cabello azabache y unos ojos grises penetrantes. Sus asesores, que tenían noticias sobre infraestructuras y algunos asuntos medioambientales, estaban sentados a un lado, y la cámara los enfocó. Parecía que iba a haber varios anuncios aquella noche. A la izquierda de la pantalla estaban sentados la reina Amaia y el príncipe Kuroo Tetsurou, en sus habituales butacas, que más parecían tronos, vestidos elegantemente, dando imagen de realeza y de poder.

—Ahí está tu novio, Kei —anunció Emi y todos se rieron

Tsukishima la fulminó con la mirada, pero a ella le daba igual. Luego volvió el rostro y miró con más atención al príncipe Kuroo. No podía negarlo, en cierto modo, era atractivo. Aunque desde luego no como Bokuto.

Tenía el cabello de color negro azabache y los ojos avellana. Eran unos colores que transmitían calidez, de seguro era lo que a algunos les resultaba atractivo. Llevaba el pelo engominado y bien peinado hacia abajo, con su traje gris que le quedaba perfecto. Sin embargo, estaba demasiado rígido. Parecía tenso. Su peinado era excesivamente perfecto; su traje a medida, demasiado impecable. Parecía más una pintura que una persona.

Tsukishima casi lo lamentaba por la persona que fuera a acabar con él. Es probable que llevara la vida más aburrida imaginable. Observó a su madre, la reina Amaia. Tenía un aspecto sereno. También estaba rígida en su silla, pero no tan tiesa. De repente, sus ideas unieron cables y cayó en la cuenta de que, a diferencia del rey y del príncipe Kuroo, ella no se había criado en el palacio. Era una auténtica hija de Tendo. Quizá antes fuera alguien como él.

El rey ya estaba hablando, pero Kei necesitaba saberlo.

—¿Mamá? —susurró, intentando no distraer a Akiteru.

—¿Si?

—La reina… ¿qué era? De casta, quiero decir.

Sai sonrió al verlo interesado. —Una Cuatro.

Una Cuatro. Habría pasado sus años de juventud trabajando en una fábrica o en una tienda, o quizás en una granja. Tsukishima volvió la vista a la televisión fijándose nuevamente en la reina, no pudo evitar preguntarse cómo habría sido su vida. ¿Tendría una gran familia? Probablemente no habría tenido que preocuparse por la comida cuando era pequeña. ¿Se habrían puesto celosas sus amigas cuando la escogieron? Si tuviera algún amigo cercano de verdad, ¿sentiría celos de él? Aquello era una tontería. No lo iban a escoger. Sacudió la cabeza ante tal pensamiento y se concentró en las palabras del rey.

—Esta misma mañana hemos sufrido otro ataque en nuestras bases de Nueva Asia que ha diezmado ligeramente nuestras tropas, pero confiamos en que el nuevo reemplazo del mes que viene reforzará la moral de los soldados, además de su potencia de combate. 

Tsukishima frunció el ceño enojado, odiaba la guerra. Pero por desgracia, vivían en un país joven que tenía que protegerse de todo el mundo. Si el territorio sufría una nueva invasión, probablemente sería el fin.

Después de que el rey los pusiera al día acerca de un reciente ataque sobre un campamento rebelde, el Equipo Económico hizo un repaso al estado de la deuda, y el jefe del Comité de Infraestructuras anunció que al cabo de dos años esperaban iniciar las obras de reconstrucción de numerosas carreteras, algunas de las cuales estaban aún tal como habían quedado tras la Cuarta Guerra Mundial. Por último subió al estrado el coordinador de Eventos.

—Buenas noches, señoras y señores de Tendo. Como todos ustedes saben, recientemente se ha distribuido por correo la convocatoria para participar en La Selección. Ya he recibido el primer recuento de solicitudes presentadas, y me alegra decir que miles de bellas mujeres y muy guapos jovencitos de Tendo ya se han inscrito en el sorteo para la Selección.

Atrás, en su rincón, Tetsurou se agitó un poco en su asiento. ¿Estaba sudando?

—En nombre de la familia real, querría agradecerles el entusiasmo y el patriotismo mostrados. ¡Con un poco de suerte, para Año Nuevo estaremos celebrando ya el compromiso de nuestro querido príncipe Tetsurou con un encantador, inteligente y talentoso hijo de Tendo!

El reducido grupo de asesores presentes aplaudió. Kuroo sonrió, pero parecía incómodo. Cuando acabaron los aplausos, el coordinador prosiguió.

—Por supuesto, tendremos un amplio programa de actos preparado para conocer a los jóvenes de La Selección, por no hablar de programas especiales sobre su vida en palacio. ¡Y quién mejor y más cualificado para guiarnos a través de esta emocionante aventura que el señor Ukai Keishin!

Hubo otra salva de aplausos, pero esta vez procedentes de Sai y de Emi. Ukai Keishin era una leyenda. Al menos hacía años que trabajaba como comentarista de los desfiles de la Fiesta del Agradecimiento y de los especiales de Navidad, así como de cualquier cosa que se celebrara en palacio. Nunca se había visto una entrevista a miembro alguno de la familia real o a sus familiares o amigos que no hubiera hecho él.

—¡Oh, Kei, conocerás a Ukai-san! —exclamó Sai, encantada.

—¡Ahí viene! —dijo Emi, agitando sus bracitos.

Efectivamente, ahí estaba Ukai, que entró en el plató a paso firme, vestido con su impecable traje azul. Siempre iba impecable. Mientras atravesaba el decorado, la luz incidió en la insignia que llevaba en la solapa, que emitió un brillo dorado muy intenso.

—¡Bueeeeenas noches, Tendo! —saludó—. Tengo que decir que es un honor para mí formar parte de La Selección. ¡Fíjese nomás qué suerte! ¡Voy a conocer a treinta y cinco jovencitas encantadoras y chicos guapos! ¿Quién sería tan idiota de no desear un trabajo así? —guiñó un ojo a través de la cámara—. Pero antes de que tenga ocasión de conocer a nuestros participantes, uno de las cuales será nuestra nueva princesa o príncipe, voy a tener el placer de hablar con el hombre del momento, nuestro príncipe Kuroo Tetsurou.

Al momento, Kuroo se puso de pie, cruzando la alfombra y se dirigió a un par de asientos preparados para él y para Ukai. Se ajustó la corbata y se alisó el traje, como si no estuviera lo suficientemente acicalado. Le dio la mano al mayor, se sentó frente a él y cogió un micrófono. La silla era lo bastante alta como para que el pelinegro tuviera que apoyar los pies en una barra situada a media altura. Aquella postura le daba un aspecto mucho más informal.

—Un placer verlo de nuevo, alteza.

—Gracias, Ukai-san. El placer es mío —respondió, con una voz tan estudiada como su aspecto. Irradiaba formalidad.

Tsukishima arruguó la nariz ante la idea de encontrarse aunque solo fuera en la misma estancia que él.

—Dentro de menos de un mes, treinta y cinco jóvenes se mudarán a su casa. ¿Qué le parece la idea?

Kuroo se rió. —Bueno, sinceramente, me inquieta un poco. Me imagino que con tantas invitados habrá mucho más jaleo. Aun así, estoy deseándolo.

—¿Le ha pedido consejo a su querido padre sobre cómo lo hizo él para conquistar a una esposa tan bella cuando le llegó la ocasión?

Kuroo y Ukai miraron en dirección a los reyes, y la cámara los enfocó para que el público viera cómo se miraban, sonrientes y cogidos de la mano. Parecía que se quisieran de verdad, pero ¿cómo iban a saberlo?

—En realidad, no. Como sabe, la situación en Nueva Asia ha empeorado últimamente, y los dos nos hemos dedicado más a los asuntos militares. No ha habido ocasión de hablar de citas. —añadió rascándose la nuca.

Sai y Emi se rieron, encontraban divertido el comentario del azabache.

—No nos queda mucho tiempo, así que querría hacerle una pregunta más. ¿Cómo se imagina que sería para usted su tipo ideal?

La pregunta le había pillado desprevenido. Tsukishima sonrió con malicia, no podría estar seguro, pero le pareció que el pelinegro se ruborizaba.

—La verdad es que no lo sé. Supongo que eso es lo bonito de La Selección. No habrá dos candidatos iguales: ni en imagen ni en gustos o disposición. Y conociéndolos y hablando con ellos espero descubrir lo que quiero, encontrarlo durante el proceso —dijo el príncipe, sonriente.

—Gracias, alteza. Muy bien dicho. Y creo que hablo por todo Tendo cuando le deseo toda la suerte del mundo.

Ambos hicieron una breve reverencia para despedirse.

—Gracias —repuso Kuroo. La cámara no cortó el plano lo suficientemente rápido, y se pudo ver cómo miraba a sus padres, para ver si había dicho lo correcto. El siguiente plano fue del rostro de Ukai, así que no hubo modo de ver cuál fue su respuesta.

—Me temo que esta noche no tenemos más tiempo. Gracias por ver el Tendo Capital Report. Nos veremos la semana que viene. Buenas noches Tendo.

Y aparecieron los títulos de crédito y la música.

—Kei y Tetsurou, la parejita de moda… —se puso a bromear Emi. Tsukishima agarró un cojín enojado, y se lo tiró a la cabeza, el solo pensarlo le molestaba. Kuroo era tan remilgado que resultaba difícil imaginar que nadie pudiera ser feliz con aquel pelele.

Luego del Report, pasó el resto de la noche intentando evitar las bromitas de Emi, hasta que por fin se fue a la habitación para estar solo. La simple idea de estar cerca de Kuroo Tetsurou lo ponía incómodo. Las bromas de Emi se le quedaron en la cabeza toda la noche, haciendo que le costara dormir.

Arrugó la nariz con molestia, no tenía muy claro qué era aquel sonido que le despertó, pero cuando fue plenamente consciente, se colocó las gafas e intentó escrutar la habitación en un silencio absoluto, por si acaso había alguien allí.

Tap, tap, tap.

Giró un poco hacia la ventana, y allí estaba Bokuto, sonriéndole.

Se levantó de la cama y fue hasta la puerta de puntillas, la cerró y echó el pestillo. Luego volvió a la cama con el mismo sigilo y abrió la ventana lentamente. Bokuto estiró una pierna, luego la otra y entró exitosamente.

En el momento en el que estaban uno al lado del otro, Tsukishima sintió una oleada de calor que no tenía nada que ver con el verano.

—¿Qué haces aquí? —susurró, con el ceño fruncido en la oscuridad.

—Necesitaba verte Tsuki —dijo y sonrió, envolviéndole con los brazos y tirando del rubio hasta que quedaron tumbados uno junto al otro en la cama.

Tsukishima se sorprendió por el acto del mayor, podía sentir su respiración contra la mejilla.

—Tengo muchísimo que contarte, Bokuto-san. —soltó, volteando un poco su cuerpo para poder mirarlo a los ojos.

—Shh Tsuki, no digas nada. Si alguien nos oye, nos descubrirán. Deja que te mire.

El menor abrió los ojos sorprendido, pero obedeció y se quedó allí, quieto y en silencio, mientras Bokuto le miraba a los ojos.  El peligris se permitía disfrutar del bello rostro que tenía al frente, lanzando suspiros cada tanto. Cuando quedó satisfecho, empezó a pasar la nariz por el cuello y por el pelo del menor, mientras sus rasposas manos se deslizaron por la suave piel de su pareja, empezando por la curva de su cintura, arriba y abajo, una y otra vez. Tsukishima oía como se le agitaba la respiración, y aquello, de algún modo, lo atrajo hacia él. Los labios, ocultos en su cuello, empezaron a besarlo. Se le estaba entrecortando la respiración.  No podía evitarlo. Sus besos recorrían su barbilla y le tapaban la boca, silenciando esos jadeos involuntarios y vergonzosos... Tsukishima sentía que podía morir en ese momento, se agarró fuertemente a Bokuto, y, entre los abrazos desesperados y la humedad de la noche, ambos quedaron empapados en sudor.

Fue un momento robado al destino.

Los labios del peligris se detuvieron por fin, aunque ninguno de los dos se sentían en absoluto predispuestos a parar. Pero tenían que ser sensatos. Si iban más allá y algún día se descubría, ambos acabarían en la cárcel. Otra razón por la que todo el mundo se casaba joven: la espera era una tortura.

—Debería irme —susurró.

—Pero quiero que te quedes. —respondió avergonzado, en un hilillo de voz con los labios junto a su oreja. Podía percibir de nuevo el olor de su jabón.

—Tsukishima Kei, llegará el día en que te duermas entre mis brazos cada noche. El día en que te despierte con mis besos cada mañana. Eso, y mucho más. —el rubio se mordíó el labio de la emoción al pensar en ello y a Kotaro no le pareció más que irresistible—. Pero ahora tengo que irme. Estamos tentando al destino. Tsukishima suspiró y le soltó. Tenía razón.

—Te quiero, Tsukishima Kei.

—Te quiero, Bokuto Kotaro. 

Tsukishima suspiró. Aquellos momentos furtivos le bastaban para soportar todo lo que se avecinaba: la decepción de su madre cuando le comunicaran que no había sido elegido, todo el trabajo que tendría que hacer para ayudar a Bokuto a ahorrar, el cataclismo que le esperaba cuando el peligris  pidiera su mano, y todos los esfuerzos que deberían hacer cuando se casaran. Pero nada de aquello importaba. No importaba nada, si tenía a Bokuto.

Notas finales:

HI!

He aquí la actu prometida c:

Espero que les haya gustado tanto como a mi~

Quiero recalcar que la historia no me pertenece, es de Kiera Cass, y si gustan pueden leer el libro de su autoría.

Gracias a LauraSad y JaxX! Por sus rw, me animaron a seguir con esta adaptación<3

Por cierto, actualizaré entre 7 a 10 días, procurando no chocar con la actualización de Tras las gafas de Kuroo.

Bueno, gracias a esos lectores silenciosos también y nos leemos pronto<3

BYE!

*Hace unas horas actualicé el fic, pero al parecer ocurrió algo y no se hizo. Lo siento ;m;)9 


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