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"Hasta El Último Momento" por Mousekat1005

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Ahí estaba, angustiado por todos los acontecimientos que habían sucedido. Estaba perdido en un remolino oscuro, viendo pasar su vida delante de sus ojos, los buenos y malos momentos.

Sentía garras puntiagudas y huesudas envolverle el cuello, asfixiándole, impidiéndole llorar, deshacerse de todo aquel dolor que le oprimía el pecho; que lo hacía sentir devastado.

Takao se lo había dejado en claro, ya no quería seguir con él, lo había abandonado a su suerte; le había enamorado y después tirado como si fuese un juguete maltrecho, que ya no necesitaba.

No tenía a nadie más que al castaño, había decidido alejarse de sus “amigos” para no molestar a Kazunari, para no discutir cada vez que iba a la casa de Kise o se juntaba con la Generación de los Milagros. Había cortado cualquier lazo familiar, porque Takao le decía que era malo para su relación, porque sus padres querían separarlos, y al final, quien terminó separándolos fue él mismo, el que le juró amor eterno, el que le prometió una vida feliz después de tantas tristezas.

Estaba cansado, había una idea resonándole en la cabeza, tan insistente como una niña pequeña pidiendo una mascota para ser feliz. La muerte era la única opción para poder sobrellevar aquel dolor que le atormentaba.

 

Una vez más, recostado en el sofá, después de haber dormido ahí, se plantea la idea de suicidarse. Lo piensa meticulosamente, cuál sería la opción menos dolorosa y más rápida... pero las ideas se alejan cuál aves espantadas. La muerte le daba pavor, aún cuando ya estaba muerto por dentro; aún cuando Takao le había atravesado el corazón, aún cuando él mismo le había matado. Ahora la idea de tirarse de un puente sonaba prometedor.

 

De camino a su monótono trabajo piensa en las palabras que le destrozaron el corazón:

“–No eres más que una persona patética. Nunca me has dado lo que te he pedido, nunca me has hecho feliz, nunca me has interesado de esa manera. Sentía lastima, lastima de tu soledad, de tu amargura, de tu persona. No puedo más con esto Midorima, no puedo más contigo, no puedo con esta miserable vida que me das. No quiero saber nada más de ti”

 

Aprieta el volante mientras las lágrimas le humedecen las mejillas. En un movimiento brusco, buscando un accidente y su muerte instantánea, sale de la calle, estacionando de manera impecable al borde de una banqueta.

Apoya la frente en el votante y llora, con sollozos lastimeros, reprimiendo las ganas de gritar. Aquello le provoca dolor en las costillas y ardor en la garganta.

Estaba perdido, hundiéndose cada día más en la nebulosa de su melancolía; siendo engullido por la tristeza y desesperación de no tener a la persona amada a su lado, haciéndole sentir bien aunque su cariño sea una total mentira. La ignorancia es la felicidad. Lo había leído tantas veces sin entender del todo aquellas palabras... pero ahora las sentía en carne propia.

 

Piensa en su vida al lado de Takao, la mayor parte del tiempo discutían, o más bien el castaño le recriminaba un montón de cosas que sinceramente no entendía, él hacia todo lo que Kazunari le pedía; había desterrado de su ser la fobia a los gatos sólo por mantener a su pareja feliz, con un felino soltando pelos por todas partes y rasguñándole cada que tenía la oportunidad. También había gastado todos sus ahorros en comprar un departamento que al castaño había enamorado nada más verlo, impidiéndole su entrada a la universidad y conseguir un trabajo que le amargaba y desgastaba día a día; un mísero puesto como oficinista. Con lo que adoraba entablar conversación con las personas y escuchar los constantes maltratos de los clientes disgustados.

 

Había renunciado a su felicidad para entregarle todo a su amado, a la única persona que había amado de verdad. Ahora no le quedaba nada más, estaba más amargado que nunca, con la leve esperanza latente de que su amante regresará a su lado, arrepentido, jurándole amor eterno; amor de verdad.

 

Pero habían pasado casi tres años de su separación y ni noticia de Takao. ¿Dónde estaba? ¿Con quién? ¿Sería feliz? ¿Tenía la vida que siempre ha querido? Vivía con la angustia de saber su estado, de pensar qué hubiese pasado si nunca le hubiera dejado, de si lo hubiese retenido... ¿qué hubiera pasado? ¿Cómo sería su vida en estos momentos si seguían juntos? Ya ni siquiera le veía sentido pensar en esas cosas.

.

.

.

Por casualidad lo había escuchado: Takao estaba encerrado en un centro psiquiátrico. No sabía más, la razón, desde hace cuanto tiempo, cuál era su cuadro. Nada; pero se había jurado averiguarlo, así le costará la vida. Reconciliándose de nuevo con Akashi, al único que consideraba amigo de verdad, le contó su historia y rogó para que le ayudara a encontrar al azabache; muy a pesar del emperador había aceptado.

 

Tres meses después se encontraba a la espera de una respuesta afirmativa para poder entrar a ver a su amado. Antes dé, había hablado con uno de los doctores que atiende a Takao, trastorno psicótico leve. Mucho menos grave que la esquizofrenia, a palabras del psiquiatra su enfermedad se había desarrollado tras un golpe en la cabeza; a Midorima no se lo ocurrió un momento exacto, pero a la mente se le vino la segunda semana en la que habían comenzado a salir. Takao se comportaba de forma extraña, siempre a la defensiva y a veces ausente. En algunas ocasiones llegó a discusiones con desconocidos, alegando una mala cara o alguna grosería por parte de ellos, aún cuando aquellos extraños apenas y respiraban su aire.

 

Sale de sus pensamientos cuando atraviesan la puerta de doble filo que les encamina al jardín. Unas cuantas hectáreas de pasto verdísimo, con bancas de concreto y arbustos pequeños. Algunos pacientes están ahí, sentados tomado el sol o dando vueltas con la mirada perdida. A Midorima se le encoje el corazón. Hace mucho tal vez ni siquiera se hubiera inmutado en las personas, pero ahora se sentía un poco más sensible.

 

En una de las bancas en medio del jardín, sonriendo a la nada se encuentra Takao, con las manos en las rodillas y la mirada perdida. Midorima pasa saliva cuando el enfermero le indica que de acerque con sigilo. Así lo hace y con movimientos robóticos toma asiento. En su cabeza rebusca algunas palabras para comenzar una conversación, después de casi cuatro años de no verse; pero no encuentra ninguna, ni siquiera se le pasa por la frente la palabra más cliché para llamar su atención. Un Hola estaba al alcance de sus posibilidades, pero ni eso se le había ocurrido.

 

Da un bote en su asiento cuando Takao se gira a mirarle, con aquella sonrisa de un trastornado mental. Se humedece los labios, incapaz de formular una palabra.

 

–Shin-chan –sale de aquellos labios delgados y resecos –. Sabía que vendrías

 

La voz tranquila y medió pausada le causa escalofríos, ¿dónde estaba el tono alegre y la espontaneidad? ¿Tan mal se encontraba para haber cambiado tanto?

 

Todos aquí me odian Shin-chan. Gracias por venir a sacarme

 

El corazón se le estruja, ¿cómo podría decirle que no venia precisamente a sacarlo? Él no había pronunciado palabra y ya estaba mareado.

 

Takao... yo...

 

–Mi Shin-chan –estira la mano y con la yema de los dedos acaricia su rostro –. Tan lindo mi Shin-chan

 

No lo soporta más, y en contra de las reglas de aquel lugar se lanza a abrazar el delgado cuerpo de Takao, sintiendo las costillas bajo aquella bata. Le aprieta contra su cuerpo, temiendo romperlo, pero estaba desesperado, feliz, triste... preocupado. Era un manojo de sentimientos. Quería tomarlo y sacarlo de aquel lugar para llevarlo a casa, pero no podía, porque Takao necesitaba estar ahí, ser controlado con tratamiento; él ya no podía tener una vida normal. Y se detestaba, detestaba al mundo, lo detestaba él, detestaba a la vida.

 

Ya no podía odiarle, no al saber la verdadera razón que llevó a Takao a decirle todas aquellas palabreas, a abandonarlo y romperle el corazón en un momento de lucidez. Si no hacía eso, si no lo hería no volvería a tener una vida. Sabía lo que Takao había hecho, arriesgar su felicidad como él lo había hecho; deshacer los lazos para que Midorima no sufriera con su locura que le iba acabando día a día. Pero ya no importaba, Midorima se quería volver a arriesgar; quería que fuera Takao el que le rompa una vez más el corazón. No había mayor honor que ese.

 

–Y yo que te hice sufrir tanto –murmura correspondiendo el abrazo, con la voz que Midorima recuerda, la voz que le eriza cada vello de su cuerpo.

 

Jamás le volvería a dejar, aún cuando Takao lo mandara a la mierda por aquella locura él no se separaría de su lado. Se quedaría hasta el último momento. Le guste a quien le guste, le desgaste lo que le desgaste. Él no dejaría que el amor de su vida se le escabulla de las manos de nuevo. Afrontarían juntos la enfermedad, hasta el último momento.


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