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Una Batinavidad por Nero Sparda

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Notas del capitulo:

Advertencia: Aquí ya es de madrugada, puede que se me hayan pasado algunas faltas ortográficas al revisarlo porque tengo sueño.
 
Dedicado a May, por que ella me espera 90 años por actualizaciones (?)

 

¿Qué podría darle al millonario playboy que todo tenía? O al menos fingía tenerlo, fingía tras esa máscara de despreocupado hombre mujeriego y tras el murciélago vengador tan ansioso por encontrar justicia en una oscura ciudad donde hasta su único héroe era juzgado cual rastrero villano, seguía mintiéndole al mundo aun cuando a él no pudiese engañarlo.

Bruce podía comprarse automóviles lujosos, perfumes importados y ropa hecha a medida que Clark ni siquiera podría soñar costearse con su soso sueldo de reportero. Wayne tenía empresas multimillonarias, viajaba a lugares exóticos y en sus ratos libres salvaba al mundo. Era el Detective, el genio más respetado y temido en Gotham e incluso entre los miembros de la Liga, porque se trataba de un simple humano con voluntad inquebrantable, él no tenía superpoderes, sólo estuvo en el peor lugar durante el peor momento.

Le quebraron, le templaron en los fuegos del infierno y sobrevivió a todo eso volviéndose un temible enemigo, sin embargo, se encontraba solo.

No era lo mismo ser respetado que amado, Clark lo sabía bien, cuan solitaria podía ser esa vida, cuan pesado podía volverse un único secreto.

Lo respetaba aún más, al arisco sujeto que no se tiraba a lamentarse las heridas sino que aprendía de sus errores sin perdonarse, sin dejar de mirar el pasado flagelándose por fallas imposibles.

Red Hood, Damian Al’Ghul, aquellos a quienes el Joker hubo herido, deslices que no pudo evitar en su momento. Esos fantasmas lo consumían y él, como su novio oficial desde hace seis maravillosos meses con sus siete días y algunas cuantas horas, quería reconfortarlo, obsequiarle algo que no fuese de ese mundo, un bálsamo para las heridas, un olvido para los recuerdos dolorosos que cargaba como cicatrices.

Pero eso no podía comprarlo, no podía ponerle un moñito encantador y llevarlo a la cena navideña de esa noche cuando juntasen ambas familias, simplemente era imposible.

Aún recordaba el primer beso compartido, lo sentía palpitando sobre sus labios como un corazón que se mantenía vivo a base de ilusión y desenfreno.

Le pertenecía por derecho, él sólo fue a tomarlo, mientras el murciélago se encontraba distraído tras una ardua misión donde creyó que le perdería, donde de verdad pensó que Batman, el invencible murciélago, terminaría finalmente sus días convirtiéndose en una masa sanguinolenta de huesos rotos.

Entonces Superman se volvió Clark Kent, el niño temeroso de ser diferente al resto, quien temía quedarse completamente solo en un planeta lleno de gente. Y comprendió, con cierta renuencia al principio, que quería esos ojos celestes mirándolo al despertarse, esa ronca voz clamando su nombre en las tinieblas cuando ambos cuerpos se encontrasen como imanes, como las piezas de un todo.

Y le besó, ¿cómo evitarlo cuando finalmente encuentras la certeza inevitable en ti oculta?

Le besó hasta que le faltó el aire en los pulmones e incluso decidió que no lo necesitaba para vivir, no necesitaba nada más que aquella boca caliente deslizándose sobre la suya, llenándolo de algo imposible, de algo que ningún hombre debería darle y sin embargo…en Batman lo tuvo.

Obviamente Bruce no se lo tomó muy bien al principio, hubo varios intentos de homicidio, quizás también algunos cuantos reclamos y aclaraciones falsas sobre su no homosexualidad.

¡Si Bruce Wayne era un playboy, idiota!

Pero poco a poco, despacio y sin prisa alguna, fue cayendo en aquella fantasía idealista que se había creado, no se dio cuenta, no hacía falta tampoco aclarar sentimientos o seguir instructivos. Cayeron enamorados como caen los amantes ante las letales flechas de cupido, como los mortales caen ante la caricia inevitable de Thanatos o se sumen en el sueño por el abrazo de Hypnos.

Fue maravilloso.

El siguiente beso lo dio Bruce, firme y directo, tal cual lo esperaba desde hacía tantas noches insomne consultando sus sentimientos con la almohada. Le besó queriendo desentrañar lo que estaba causándole, como la más complicada cirugía a corazón abierto, queriendo inmiscuirse en la compleja mecánica del amor, ir descubriendo sus secretos.

Hasta el día de hoy Clark Kent no se arrepentía de nada, quizás sólo de no haberlo comenzado antes, por no aprovechar tantos amaneceres del ayer despertando a su lado, enredado entre las sábanas o sus largos miembros desnudos, besándose perezosamente al anochecer, contando las estrellas en los ojos ajenos o curando esas heridas causadas por sus tantas peleas contra el crimen. Deseaba no desperdiciar ni un segundo más del precioso tiempo que su humano le regalaba.

También se arrepentía de no ser suficiente, allí parado en una tienda departamental buscando el regalo perfecto, sin poder otorgarle lo único que necesitaba: La familia perdida, el perdón necesitado.

Incluso siendo el Súper hombre no podía salvar a la única persona que amaba en todo el mundo, no podía desprenderle los fantasmas ni remordimientos, no podía curar la amargura de su corazón ni darle consuelo, sólo se quedaba a su lado a sostener los pedazos rotos, a decirle que el amanecer llegaría pronto y que todo estaría bien…incluso cuando no lo estaba…

Una melodía suave le sacó del ensimismamiento, alejando pensamientos pesimistas sólo para regalarle una sonrisa amplia cuando comprobó el mensaje.

Obviamente su Bruce, ¿quién más le haría poner esa mirada de idiota enamorado?

Jason se queda a cenar, él y Damian me han destrozado la sala.

Su corazón dio un tope contra las costillas, sobresaltado y temeroso, de repente no sabía qué responderle. Respetaba a Jason Todd, pese a volverse un forajido homicida era un chico con problemas que también enfrentaba al mundo lo mejor que podía, cargando con sus demonios y temores, ¿pero y si hería a Bruce? ¿Si volvía a dejar esa sombra melancólica en su mirada, a romper los pedazos restantes apenas recompuestos?

Clark estaría allí, obviamente no lo abandonaría jamás, aunque doliera verlo mal.

Compraré un regalo extra, mamá ha tejido suéteres para todos.

Seguía buscando en cada escaparate, ahora no sólo debía hacer sonreír a un amargado murciélago enamorado, sino caerle bien al hijo prodigo que volvía al rebaño tras estar tanto tiempo perdido.

No tienen que hacerlo y lo sabes, Clark, cualquier cosa estará bien. Las cosas están incómodas, sólo ten cuidado con Jason.

¿Cuidado? ¿Ahora el muchacho sabía lo suyo…? Sólo rezaba porque Bruce guardase bien la Kriptonita.

Te veré en la cena Sup, compórtate.

Miren quién habla, el señor “vamos a hacerlo sobre mi escritorio, por algo es mío, al igual que las empresas Wayne”

Compórtate tú, Bruce. Te amo.

Minutos enteros, solía tomarlos porque el Señor Murciélago aún tenía problemas para decirlo, y no, no era por no creerlo o no sentirlo. Batman realmente temía caer enamorado, temía el corazón roto.

Y yo a ti, idiota.

Clark Kent cerró los ojos y respiró profundamente, llenándose de todo y al mismo tiempo vaciándose a sí mismo. Pese al insulto resultaban palabras sinceras de un hombre acostumbrado a la soledad, alguien que valoraba trabajar solo, sin ataduras, sin amores, sin nadie a quien herir ni quien te hiera.

Además, había encontrado el regalo perfecto para su novio: un murciélago de peluche con algunos corazones alrededor y una amplia sonrisa llena de colmillos.

—Eso se verá muy bonito en nuestra cama. 


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