Vecinos
I
—Al menos el vecindario es lindo — Piensa con un breve suspiro mientras mira por la ventana el paisaje cambiante. La casa azul al final de la calle es su nuevo hogar, cuando baja del auto comprueba que justo como le ha dicho su madre, hay más espacio del que necesitan. Su abuelo le sonríe con gentileza, él regresa el gesto antes de toma un par de cajas porque hay mucho que llevar a dentro.
Por el rabillo del ojo mira una silueta, es pequeña y corre rápido, imagina que es un niño y de pronto se siente alegre, los niños son siempre buena compañía si les tienes paciencia y por suerte él Iwashimizu Sumiaki tiene de sobra.
No tiene más hermanos, él siempre quiso uno, dos, tal vez diez, un grupo suficiente para poder jugar. Decide que su propio equipo de rugby puede esperar hasta que forme su propia familia y este nuevo pensamiento lo hace sonreír pero es apenas un momento, ya que ha decidido dejarlo.
II
Para la mitad de la tarde, cuando Sumiaki está acomodando las cosas en su habitación escucha la voz de su madre en el piso inferior:
—¡Oh dios mío! No tenía que molestarse, le agradezco mucho sus atenciones. — Él asoma la cabeza por la puerta de su habitación para escuchar mejor pero el tono de la conversación ha bajado después de la primera impresión. Se dirige en puntillas hasta el rellano de la escalera y entonces logra ver la silueta de una mujer de aspecto elegante, lleva tacones altos y un traje sastre de falda, blusa y saco.
—¡También tengo un hijo de esa edad, espero que se lleven bien! — Comenta entusiasmada la elegante mujer, Sumiaki se deprime, no es bueno haciendo amigos porque es tímido, si bien es cierto que se le dan bien los niños, no se debe precisamente a su carisma, sino a que ellos son más abiertos, honestos y sinceros. En su antiguo vecindario había muchos pequeños que salían a jugar, siempre con ganas de que Sumiaki les arrojara el balón, pateara la pelota y los levantara muy alto. El pequeño que vio tiene un hermano que hace todo eso por él.
—Pasé por favor, está un poco desordenado pero ya he terminado con la cocina. — La señora elegante ofrece una reverencia en agradecimiento antes de sacarse sus zapatillas para aceptar la invitación a tomar el té. Sumiaki da por terminada su participación como escucha y regresa a su habitación.
III
Pasa el resto del último fin de semana de las vacaciones pegado a su nueva novela romántica de época, Jane Austen tiene un estilo interesante; pasa las páginas entre suspiros, preguntándose si el señor Darcy conseguirá el amor de Elizabeth y si el mismo conseguirá un amigo.
—¡¡¡Déjame, dejame te digo!!! — Escucha gritar, es el niño que vive en la casa de enfrente, tiene una voz estridente y suele ser muy escandaloso. Su hermano lo fastidia mucho, es lo que ha visto a través de la ventana de su cuarto esos últimos dos días. Hace burlas crueles en torno a su estatura y abusa de su fuerza con mucha más frecuencia de lo tolerable, pero ese pequeño es hermano de alguien más y Sumiaki es sólo el vecino. Resignado baja la cortina de su habitación y regresa a su lectura.
IV
Cuando el lunes llega al fin Sumiaki no puede evitar sentir una especie de alivio ahora que vuelve a la escuela no tiene por qué sentirse mal por no conocer a nadie en su vecindario, supone que su vida será solitaria a partir de entonces después de todo acaba de comenzar la preparatoria y ahí tampoco conoce a nadie, pero sus compañeros son educados, y sus maestros pacientes; la propaganda del club de lectura es lo último que guarda al final de las clases, ha decidido dejar el rugby y necesita otro pasatiempo.
Deja el pupitre en orden antes de salir del salón, busca su nombre en los casilleros para cambiarse los zapatos cuando ocurre lo último que alguien como él necesita en su primer día, un encuentro con una bola de brabucones, le han golpeado por accidente, retrocede un paso y se acobarda enseguida.
Los ve sorprenderse por su estatura, por el hecho de que es de primer grado, le reclaman por estorbar y todo ocurre tan rápido que él sólo se limita a disculparse.
—Lo siento — Dice con voz temblorosa y de inmediato sabe que ha cometido un error.
—Lo único bueno que tiene es su estatura. — Dice mientras Sumiaki tiembla, esperando que todo termine de una vez. — Que gracioso, deberíamos hacerlo nuestro sirviente — Dice el rubio que sostiene el cuello de su camisa; mientras la cabeza de Sumiaki procesa como salir de esa situación la silueta del niño escandaloso que vive frente a su casa pasa a su lado con solemnidad, se percata de su propia equivocación mientras él avanza por el pasillo, el pequeño suelta un gruñido por su mala suerte, le ha tocado el casillero más alto y tiene que pararse en puntas para abrirlo.
Los matones rompen en carcajadas, lo llaman pequeño y lo comparan con un niño de primaria con comentarios lanzados al azar pero lo dejan y enseguida regresan con las amenazas a su persona. Les tiene miedo sí, pero prefiere que lo molesten a él.
No tiene tiempo de responder nada, porque el pequeño se les ha echado encima, derriba al líder de los matones con una fuerza descomunal y está dispuesto a molerlo a golpes. Sumiaki sabe que es hora de emprender una graciosa huida, lo toma del cuello y lo levanta sobre su cabeza, se disculpa con torpeza y sale corriendo mientras oye al pequeño gritar y renegar.
—Gracias por salvarme— Dice desviando la mirada, su vecino estalla en nuevos reclamos —Soy Sumiaki Iwashimizu — Su presentación sale de algún lugar en su garganta antes de que él se marche.
—Soy Gion — Responde y un sentimiento hasta ahora desconocido toca la puerta en su corazón.