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Sweet Sixteen (Yuri on Ice- Otayuri) por Korosensei86

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Notas del capitulo:

Después del incómodo momento vivido con su abuelo, Yuri saca a Otabek de su casa y empiezan a andar sin rumbo fijo. Sin embargo, Beka tiene algunos planes de cumpleaños que no ha compartido con Yuri. 

Cuando salieron a la calle, el humor del día también había cambiado. Ahora, ya era primera hora de la tarde y un suave sol vespertino los acariciaba con sus rayos de la suavidad de un pluma. Sólo con el sutil cambio de luz, Yuri fue consciente de que el flamante día de su dieciseisavo cumpleaños estaba consumiéndose, muriendo lentamente como un cirio.


Ellos estaban andando, simplemente andando. Sin rumbo fijo, caminaban uno al lado del otro, como trenes paralelos. Frente a la calma aparente que transmitía aquella clara pero moribunda tarde de marzo, en la cabecita de Yuri hormigueaban multitud de ideas, correteando arriba y abajo como ratas en un naufragio.

“¡¡¡Nos hemos besado!!! ¡¡¡Nos hemos besado!!!”, gritaba un coro de voces agudas en su cerebro.


Yuri apenas podía creer lo que él mismo había hecho unos minutos antes. Ahora era demasiado tarde, su verdadero ser y sus intenciones estaban al descubierto, justo a plena vista de Beka. ¿Su amistad? ¡Arruinada para siempre! Yuri sentía los músculos de su pecho y su vientre retorcerse como hilos de acero trenzado, impidiéndole respirar con tranquilidad, y la aparente suficiencia e impasividad de su amigo, la misma que tanto había admirado cuando lo conoció, ahora no podía sacarle más de quicio. ¿¡Cómo podía estar tan tranquilo!? ¿Es que a caso todo aquello no le afectaba en lo absoluto? ¿Realmente no tenía nada que decir? Y sin embargo, allí estaba: abducido por su móvil, sin dignarse a prestar ni la más mínima atención ni a lo que había ocurrido, ni a Yuri ni a su día especial. El ruso se retorcía de ganas de hacerle reaccionar a patadas.

Entonces, como si el kazajo hubiera adivinado sus intenciones y hubiese decidido adelantarse a ellas, Otabek se volvió hacia Yuri súbitamente, con una dureza en su rostro, normalmente estoico, que parecía provenir de los mismos hilos metálicos que atenazaban a Yuri, hasta tal punto que el rubio llegó a sobresaltarse:


—¿Por dónde se va a los Jardines de Alejandro? —preguntó de pronto— Me han dicho que no queda demasiado lejos de esta zona.


A Yuri le costó algo de tiempo reaccionar y entender la pregunta.


—Pues —masculló con la vista clavada en el suelo— es cierto que está cerca. Si vamos recto, llegamos en diez minutos. ¿Por qué? ¿Quieres ir?


Otabek ni siquiera tuvo la deferencia de mirarle a la cara antes de contestar:


—Es que me han hablado muy bien del sitio y me apetecía verlo. Sólo eso.


—Ya veo —resopló Yuri con fingida indiferencia.


Si Otabek jugaba a hacerse el duro, él no iba a ser menos, así que ambos muchachos prosiguieron con su improvisada ley del silencio mientras avanzaban por las calles moscovitas.

En cuanto atravesaron las barrocas puertas de bronce de los Jardines, el perfume de una primavera precoz que desafiaba el calendario estacional oficial, les golpeó con violenta arrogancia la nariz. Este era sólo un presagio del mar de parterres, cada uno más colorido y florido que el anterior, que se abrió sin preaviso ante ellos. Aquella bucólica y sobrecogedora visión hizo que el nudo en la garganta que atragantaba el ánimo de Yuri se disipara de pronto. De este modo, las excitadas neuronas del adolescente pudieron al fin renovarse con aquel aire tan cargado de vida.


Había estado acusando a Otabek de huir de los acontecimientos, pero si debía ser justo, y por mucho que le repateara admitirlo, el primero en escaquearse había sido él. Era él. Él había sido el que había salido corriendo de la casa de su abuelo sin dar ninguna explicación. Beka sólo le había seguido como un perro fiel, sin mediar pregunta. Y también era él, el que seguía sin darle nombre a aquel sentimiento hiperactivo que se le lanzaba al regazo como un cachorro impertinente, pidiendo a ladridos que le pusieran nombre. Era él, el que se negaba a hablar del tema, asumir lo que realmente pasaba en su interior y enfrentar a Otabek con la verdad en el corazón.

Mientras tanto, Otabek había permanecido a su izquierda, anhelante pero sin presionarle, tal vez esperando a que se sintiera cómodo para que fuera Yuri quién diera el primer paso. El rubio reunió un poco de coraje para mirar de soslayo a aquel que hasta entonces había sido su mejor amigo. La luz cada vez más anaranjada de un anunciado atardecer se bañaba en el oleaje oscuro de su pelo. Los ojos de Yuri también se balancearon indiscretos por la suave línea del perfil hasta caer rendidos en aquellos labios que tan imprudentemente había besado. Estos le sorprendieron con una ligera sonrisa.

—¡Ah! —exclamó Otabek— ¡Ahí están!

Por mero instinto, Yuri se volvió hacia la dirección hacia donde Otabek miraba, y el horror del descubrimiento le paralizó la cara como una bocanada inesperada de viento invernal.

—¡S dnyom rozhdyeniya, Yurio! (Feliz cumpleaños) —gritó la voz de un inesperado Viktor en la lejanía.

A su lado, Yuuri Katsudon Katsuki lo saludaba sonriente con la mano, con aquella petulante amabilidad nipona suya. Una cascada de irritación le cayó encima cuando sintió los brazos de la amazónica Mila cerniéndose sobre él con un abrazo depredador.

—¡Mi pequeñín ya tiene dieciséis años! —lloriqueó falsamente mientras frotaba sus mejillas contra las del rubio— ¡Ya es todo un hombrecito! ¡Y ha ganado el Grand Prix!

—¡Quita de encima, maldita vieja obesa! —le chilló Yuri.

—Oye, chaval —rió ella— que tengo la misma edad que tu novio.

—¡NO ES MI NOVIO! —berreó casi automáticamente.

Yuri se maldijo por haber perdido los nervios cuando comprobó con renovado pavor que, efectivamente, Otabek le había vuelto a girar la cara. Se zafó de aquella prisión cárnica como pudo, intentando no estallar de rabia.

—Pero, pero...¡Se puede saber qué demonios estáis haciendo aquí! —gritó cuando se vio libre— ¡Y más importante todavía! Si vosotros estáis aquí...¿¿QUIÉN DEMONIOS LE ESTÁ DANDO DE COMER A MI GATO??

—¡Oh, no te preocupes por eso! —le tranquilizó Viktor— Georgi se ha quedado al cargo. El pobre no estaba de humor para viajar después de lo que le pasó con su última novia, así que se ofreció voluntario.

—Otabek nos avisó de que era tu cumpleaños y que ibais pasarlo aquí en Moscú —siguió Yuuri— Por nada del mundo nos perderíamos esta celebración.

—Y yo estaba visitando a Yuuri en San Petersburgo y dije “¡Ey! ¿Por qué no?” ¡Y aquí estoy! —dijo de pronto Phichit Chulanot que había salido de la nada, como si se hubiera teletransportado ahí mismo.

Aquello sencillamente era demasiado para Yuri. Se le secó la garganta inmediatamente, perdiendo las ganas de quejarse de pura saturación emocional.

—¡Alegra la cara, chico, que es tu cumple! —le apremió Mila— Mira, ven, ¡Yuuri ha preparado un picnic con cosas japonesas! ¿Qué era eso que estaba tan rico, Yuuri?

—Creo que te refieres a las bolas de arroz —respondió amablemente Yuuri—. En mi país las llamamos onegiri.

—¡Sí, eso! ¡Venga, ven a sentarte, que hace muy bien día y todo está muy bueno!

De muy mala gana, Yuri se vio abocado a seguir las indicaciones de una implacable Mila. Sentado en la frondosa hierba, con la tibieza vespertina acariciando su palidez natural y las chillonas voces de sus compañeros de pista repicando en sus oídos, Yuri hervía de rabia. ¿A qué se debía todo aquello? ¿Por qué Otabek había boicoteado su visita especial invitando al resto sin pedirle siquiera permiso? ¿Es que Otabek no quería pasar tiempo con él, que tenía que llamar al resto para sentirse cómodo? ¿A caso Yuri por sí solo no era suficiente compañía para él? Si tan molesto le resultaba en primer lugar, hubiera sido mejor que no aceptase la idea del viaje desde el principio. No es que a Yuri le hubiera agradado la situación, pero vamos, habría sido mucho más sincero por su parte que todo esa encerrona. Cuanto más intentaba entender porqué Otabek había hecho aquello, más preguntas furiosas iban brotando de su bulliciosa mente. Desde luego, las cosas ya no podían ponerse peor. Yuri se sentía como una olla a presión, a la que le faltaba muy poco, tal vez el más ligero impulso para estallar.

—Oye, solnyshko —dijo Viktor— ¿Te han dicho alguien alguna vez que eres la cosita más mona a este lado del río Volga?

—Tú, como unas diez veces hoy —contestó Yuuri con un hilillo de voz insoportablemente agudo.

—Aaaaaw, ¿Te has sonrojado? ¡Pero qué adorable! —exclamó Viktor pegándose a su prometido, ¡Tengo que darte un beso ahora mismo, angel moya!

—¡Viktor! —chilló Yuuri mientras se resistía al abrazo— ¡Estamos en público!

—En mi mundo, sólo existimos tú y yo, solnyshko.

—¡Viktor! —suspiró Yuuri.

Afortunadamente, Yuri atinó a girarse antes de que el beso se concretara, rezando igualmente por que nadie les viera y viniera a pegarles una paliza, si bien eso sólo sirvió para toparse con una escena aún peor: Mila coqueteando abiertamente con su amigo.

—¿Y qué te parece Rusia, Otabek? —le preguntó acercándose peligrosamente al kazajo.

—No está mal —contestó parcamente.

—¿Es la primera vez que vienes? —insistió la pelirroja.

—No, ya estuve en San Petersburgo de niño, entrenando.

—¡No me lo puedo creer! —exclamó ella— ¡A lo mejor coincidimos y todo!

—No lo creo. Te recordaría —terció él—, pero sí coincidí con Yuri.

—¡Qué curioso!

—Em, sí... —trastabilló él, curioso.

—¿Y qué tal? ¿Te acogimos bien? —prosiguió Mila.

—Pues no tengo quejas. Sobre todo, me gustó el valor de la disciplina que le ponéis a todo, hace que el resto queramos trabajar aún más duro.


—¡Vaya con el chico serio! —río Mila al mismo tiempo que le colocaba una mano coqueta sobre el brazo— ¡Pero, oye, que los rusos también nos sabemos divertir!


—No lo dudo.

Yuri intentó morderse el labio para aguantar la rabia, pero supo en seguida que si lo hacía terminaría provocándose heridas. Mientras tanto, tenía que aguantar el insoportable soniquete de Phichit haciéndose selfies con toda la existencia. Era demasiado. Se levantó antes de darse cuenta. Necesitaba alejarse de ahí, estar solo, pero alguien pareció no entender las obvias señales. La mano derecha de Otabek apresó su brazo, reteniéndole en su huida preventiva.

—¡Ey, ey! —le llamó Otabek— ¡Espera!

La fuerza con la que el kazajo tiraba de él, obligó a Yuri a encararle. Por mucho que intentara disimularlo, la callada desesperación que leyó en sus ojos oscuros le asaltó al instante.

—¿Qué ocurre? ¿Te pasa algo? —preguntó.

Yuri aprovechó la turbación de su amigo para recuperar su brazo de un empujón decidido.

—¿Tú qué crees? —acertó a escupir el ruso sin atreverse a mirarle directamente los ojos.

La respuesta sorprendió algo a Otabek que se tomó su tiempo para suspirar pesadamente.

—Escucha, Yuri —le explicó— No soy adivino, si no me dices qué te ocurre no tendré otra forma de saberlo...

—¡Por favor! —le interrumpió Yuri— ¿Va en serio? ¿De verdad tengo que explicártelo?

—Pues eso me temo —le confirmó Otabek, cada vez más irritado.

—¡Ocurre que no sé qué es de qué vas! —gritó Yuri— Yo sólo quería pasar un día divertido con mi amigo. Y entonces... nada de lo que haces tiene sentido. Te pasas la mitad del día ignorándome, mandándote mensajitos con tu novia... ¡Y luego quedas con todo el mundo sin preguntarme qué quiero hacer! ¡Y vuelves a pasar de mí, mientras dejas que Mila te eche la caña!

Otabek parpadeó rápidamente como si todas las quejas y reclamaciones de Yuri se hubiesen tornado fotogramas de un película reproducida a demasiada velocidad.

—¡Vamos a ver, Yuri! —le instó el kazajo exasperado— Mila no estaba ligando conmigo. Sólo quería ser amable...

—¡Ja! —volvió a interrumpirle Yuri— ¿Y esperas que me crea eso? ¡Yo la conozco más que tú! ¡He visto cómo es con los tíos! ¡Pero eso me da igual! ¡Lo que no trago es que la tenías encima tuyo, y no has hecho nada! ¡Y yo, ahí al lado, viéndolo todo! ¿Y me quieres decir que no te has planteado lo incómodo que todo eso pudiera resultar para mí? ¿Tú, retozando con Mila en mis narices, el día de mi cumpleaños?

En cuanto, Yuri se quedó en silencio, pudo apreciar lo glacial que se había tornado la expresión facial de Otabek. No se trataba de su habitual y desconcertante cara de póquer. Era, más bien, una frialdad dura y hostil que provenía desde las más hondas profundidades de su humor, pero ya era demasiado tarde.

-¿Por qué debería resultarte tan incómodo lo que yo haga con Mila, Yuri?— preguntó con una calma alarmante.

La acertada pregunta de Otabek hizo que Yuri se sintiera como si hubiera quedado de pronto preso en una trampa demasiado bien disimulada. Intentó recular para escapar de la situación.

—Bueno, yo, o tu novia —farfulló— ¡Esa misma novia con la que llevas todo el día hablando y de la que no te has dignado a hablarme!

—¿Novia? ¿Qué...? —murmuró Otabek confuso antes de atisbar las verdaderas acusaciones de su supuesto amigo.

Cuando el kazajo asimiló aquellas palabras, no pudo evitar emitir una risilla irónica. Aquello enfureció a Yuri. Por si todo lo que había ocurrido no fuera bastante, ¿ahora Otabek se burlaba de él? Yuri no podía sentirse mas herido en su orgullo, más traicionado por una persona que había llegado a significar tanto. Sintió escalofríos cuando la humedad recorrió sus acaloradas mejillas.

—¡Y encima me besas! —lloró contra su voluntad, intentando reprimir las ligeras convulsiones en su cuerpecillo.

Otabek dejó de reírse de golpe, desconcertado y asustado por lo que acaba de provocar, como un niño que deja caer un plato al suelo. Se quedó quieto, aguardando las reacciones de Yuri. A lo lejos, Viktor disuadía a Yuuri de levantarse para ir a ayudarles.

—¡Dime!, exigió Yuri, ¿Por qué me besaste? ¿Significó algo para ti? ¿Cómo puedes hacer eso? Vienes a mí de la nada, dices que me conociste de pequeño, que me admiras...¡Qué quieres ser mi amigo! Te pasas medio años siendo genial conmigo, haciéndome sentir...¡a salvo! ¡Y entonces me besas para no volver a hablar del tema nunca más! ¡Como si nunca hubiera ocurrido! ¿Pues sabes qué? ¡Sí ha pasado! ¡Fíjate si ha pasado que me he cabreado con mi abuelo por tu puñetera culpa! Así que, ¿Qué vas a hacer al respecto, Beka? ¡Porque los amigos no se besan! ¡Pero tú tranquilo! ¿Eh? Tú vete con Mila o con quién sea y pasa de mi como llevas haciendo desde que llegaste.

En cuanto Yuri dejó de hablar, las sacudidas volvieron a dominar su cuerpo. Terminó sin remedio, llorando, hipando y sollozando patéticamente. Frente a él, Otabek le dedicó la mirada más triste de la que había sido testigo en toda su vida.

—¿Qué quieres que te diga? —suspiró Otabek— ¿Que no tengo novia? Pues resulta que no la tengo. Si la hubiese tenido, te lo habría dicho por supuesto, aunque eso es imposible, porque desde que te conocí, he sido incapaz de pensar en otra persona. Porque nadie me ha fascinado como tú. Eso que has creído ver... esa novia que te has inventado, solo era yo intentando organizarte una buena fiesta de cumpleaños, porque soy tan estúpido que solo quiero hacerte feliz, aunque, al parecer no tengo ni puñetera idea de cómo hacerlo. ¡No te imaginas lo mucho que siento haberla fastidiado tanto!—rió dolorosamente— ¿Qué más debería decirte? ¿Que te he amado desde el primer momento en que te vi, a pesar de que no haber hablado contigo en años? ¿Que me he pasado años de mi vida aguardando una oportunidad para volver a verte? Eras la maldita razón por la que me levantaba cada mañana. Entrenaba para poder estar contigo en la misma pista, y cuando coincidimos en Barcelona simplemente no podía creer lo afortunado que me había vuelto de repente. ¿Quieres que te cuente hasta qué punto reencontrarnos superó todas mis expectativas? ¿Que eres mejor de cómo te había imaginado? Todos estos meses hablando contigo han sido —suspiró— los más felices de mi vida, pero te deseo tanto que a veces me da miedo. Por eso no puedo evitar besarte, y luego no sé qué hacer después, porque nada me dolería más que asustarte. Como puedes ver, tengo muy claro cuáles son mis sentimientos hacia ti. Estoy enamorado de ti, Yuri Plisetsky, perdidamente. Ahora, ¿Sabes tú lo que sientes por mi?

 

Conforme, Otabek iba hablando, Yuri empezó a reponerse paulatinamente de su explosión emocional. Una vez más, el kazajo que parecía tan pobre en palabras, había sabido seleccionar las más adecuadas y armar con ellas un discurso que lo había dejado a él sin habla. Era como si se hubiese estado reservando toda su vida para aquel largo parlamento. Por su parte, Yuri, colocado finalmente entre la espada y la pared, sólo supo hacer lo que venía haciendo hasta entonces, echar a correr apretando los dientes.

Notas finales:

Bueno, antes que nada, no sé si se puede hacer picnic en los Jardines de Alejandro. Personalmente, por lo que he visto en las fotos, lo dudo, ya que es demasiado bonito XD Aun así, en el fic, se supone que sí es posible hacerlo XD

Espero no haberme pasado con la rabieta de Yuri y la confesión de Beka. Creo que también he hecho a Viktor y Yuuri demasiado empalagosos, pero quería enfatizar hasta qué punto son pesados para nuestro Yurio...

 

Igualmente espero que les guste. 

¡Un saludo y hasta la semana que viene! 


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