Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Caminando entre dragones por Kaiku_kun

[Reviews - 39]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Ya llega la conti esperada, algo tarde para ser yo, pero aún en el día jeje espero que os guste, y sigue la aventura con Drudkh, claro :)

36. Un poco de orden

 

Kanna le negó toda protesta a su madre durante el viaje. Kobayashi se resignó enseguida, acariciando el lomo de su hija, pero igualmente renegaba algo de vez en cuando. Cuando llegaron al hospital, la humana tomó la delantera, pues Kanna nunca había estado en un ambiente así.

—Tengo una herida abierta en la cabeza, necesito puntos, creo —dijo solamente.

Los médicos que estaban cerca, algo sorprendidos por la tranquilidad de Kobayashi, la examinaron unos instantes, observando la herida y comprobando que no tuviera una conmoción, e inmediatamente la pusieron en una silla de ruedas.

—No creo que sea necesario… —se quejó.

—Tus ojos muestran una leve conmoción. Podrías perder el conocimiento y hacerte más daño —le replicó una médica, tajantemente—. Pronto tendrás una habitación.

Kobayashi suspiró, resignada, a lo que Kanna respondió mirándola fijamente con cara de enfado. Su madre no pudo evitar sonreír un poco. Por lo menos ella estaba allí a su lado.

Pronto un enfermero (sí, un hombre, lo que agradó a Kobayashi, que apoyaba la igualdad de sexos en el trabajo) se las llevó a una habitación vacía. Había espacio para dos pacientes más, pero estaban vacías. Era un hospital bastante poco frecuentado, al parecer.

—Esperad aquí, pronto vendrá un médico a examinarte —dijo el enfermero, cuando Kobayashi se hubo sentado en la cama.

—Vale.

El enfermero se fue, dejando la silla de ruedas en un rincón. Kanna decidió que era un buen momento para abrazar a su madre de nuevo y se aferró a ella de inmediato.

—Estabas preocupada por mí, ¿eh? Estoy bien. —La dragona no dijo nada—. Eres asombrosa, ¿lo sabías? Encontrarme a miles de kilómetros de distancia a la primera…

—Eres mi madre. No hay error posible.

La inocencia que Kana creía que su madre tenía hizo sonreír a la humana y se acabaron acurrucando juntas un rato, hasta que vino otro médico.

—Buenas, ¿cómo tenemos esa herida? —preguntó, con algo de prisa.

—Ha dejado de sangrar —dijo Kobayashi, destacando su calma.

—Uhm… —suspiró, rascándose su tupida barba—. Te harán falta unos puntos… Lo prepararemos todo en un periquete, no costará mucho.

—Estupendo —le sonrió la humana. El médico le sonrió de vuelta y salió a grandes zancadas de su habitación, como si estuviera haciendo recuento de todos los pacientes a velocidad récord.

Y entonces cayó en la cuenta: Kanna. Estaba allí. Lo que significaba que sus padres a la fuerza sabrían que no estaba en su casa.

—Kanna… —Ella la miró con calma—. ¿Qué les has dicho a mis padres?

—Que estabas en peligro y que Tohru y yo somos dragones.

Kobayashi no tuvo tiempo de gritar un “¡¿Qué?!” como debería, porque su móvil vibró con ganas en su bolsillo. Inmediatamente pensó que serían sus padres, y no se equivocaba: era su decimocuarta llamada.

—Hola mamá —saludó, haciendo acopio de toda la calma posible.

—¡Cariño! ¡¿Estás bien?!

—Sí, bueno, solo es un golpe —soltó, pensando que cuanto antes, mejor—. Ya estoy en el hospital, no debería estar hablando.

—¡Dios, Kanna tenía razón! —Era la voz de su padre, en la otra línea—. Y ¡¿qué demonios?! ¡¿Un dragón?!

—¡Te hemos estado llamando durante horas!

—¡¿Cómo es siquiera posible que tengan aspecto humano?!

—¡¡Calma todo el mundo!! –gritó Kobayashi, finalmente, exasperada. Un médico que pasaba por allí la regañó brevemente y todo. Ella sonrió incómoda y luego les susurró a sus padres, escondiéndose tumbada de lado—: Estoy bien, gracias por preguntar, ya estoy a salvo en un hospital; Kanna y Tohru también están bien, y sí, son dragones con muchos poderes; no hagáis nada, Kanna volverá por su propio pie, si hace falta os explicará lo que sea, y nosotros volveremos cuando planeamos inicialmente.

—Hija, qué sustos nos das…

—¿No podías enamorarte de una maid humana por lo menos?

—Eso, nadie apostó a que no fuera humana, ¡no pensamos que fuera ni posible!

—¡¡Mamá!!

—… Que no tengo nada contra los dragones, pero ¿son peligrosos? ¿Tengo que temer que Kanna me haga desaparecer con un chasquido de diente? —El padre seguía a lo suyo.

—¡Que no, papá, que todo está bien, no te hará nada! ¿Sabéis qué? Que cuelgo. Calmaos y ya hablaremos.

Kobayashi colgó el teléfono, visiblemente malhumorada, aunque comprendiendo su reacción. Pero claro, era la primera vez que tenía que enfrentarse a una reacción así ante la condición de su familia, además de que hubiera sucedido en unas circunstancias tan poco favorables.

—Ya está, Kanna, todo arreglado.

La pobre se había apartado entre tanto movimiento y grito, la pobre. Su cara era la misma de siempre, pero con un toque de “¿puedo volver a abrazarte ya?”. Y no esperó a que Kobayashi estuviera bien, no, se tumbó a su lado de nuevo y se quedó tan tranquila. Su madre no resistió la tentación de rodearla con un brazo, y se quedaron así hasta que llegó de nuevo el médico.

—Kanna, siéntate allí en la silla. Mejor no mires, no es agradable.

—He luchado en muchas batallas, Kobayashi.

—Aun así —insistió, y aguantándose un poco la risa por la cara que puso su médico.

Ella hizo caso y se alejó de su madre, pero sí que miró como la anestesiaban, le limpiaban la sangre del pelo y empezaban a literalmente coser su cabeza.

*  *  *

En otro lado del mapa de Okinawa, Tohru había volado con rapidez hasta el lugar de la aparición de Drudkh. Visiblemente enfadada, no había cruzado una palabra con su ligera carga. El miedoso dragón no había tenido más remedio que agarrarse de mala manera a las escamas de Tohru, que ni había hecho el amago de hacerle más cómodo el corto viaje, como sí solía hacer con Kobayashi.

Cuando ya estaban entre el pueblo donde se hospedaba Tohru y el del incendio, ambos vieron de lejos algunos coches de policía y un edificio ennegrecido. Destacaba demasiado, pese a que había ardido muy poco y solamente en uno de los pisos.

—Podrías haber aterrizado en algún sitio menos visible —renegó Tohru.

—Tendremos que buscar siendo invisibles.

—Qué remedio…

Tohru pensó que no era justo para el pobre inquilino que de la nada su casa hubiera ardido y que no fuera azar. Sentía el impulso de maid de dejarlo todo limpito con su magia, pero no sabría cómo hacerlo con gente cerca.

Descendieron a una esquina de distancia del edificio dañado. La marca negra del fuego se veía mucho mejor. Había embargado toda la pared externa hasta el piso superior, pero parecía que solamente había afectado al comedor.

—La pared de fuera se quedará así… —susurró Tohru.

Vieron que los coches de policía estaban vacíos. Con un poco de suerte, estarían dando una vuelta o en un bar, en vez de en la casa.

Se acercaron hasta quedar casi debajo del balcón y Tohru usó su fuerza dracónica para impulsarlos a ambos hasta allí. Quedó una marca en el suelo, pero nadie lo notó. Además, las ventanas estaban abiertas (o, bueno, directamente no había, por una posible explosión de fuego de Drudkh), así que entraron como Nidhogg por su casa.

La casa estaba hecha un desastre. El instinto de maid de Tohru se puso histérico y era como tener una alarma de submarino en su cabeza, en el que todo se volvía de color rojo por el estado crítico.

—Empecemos a buscar tu joya —le apremió ella, antes de que se pusiera a gritar como loca mientras ordenaba y limpiaba.

Lo bueno era que, efectivamente, no había nadie. Nadie sería capaz de dormir allí, con ese olor fuerte a fundido y a quemado. Su dueño debía de hospedarse en algún hotel pagado por el seguro, o por el ayuntamiento quizás, y los policías parecían haber acabado su trabajo allí. Sin limpiar nada, claro.

En ocasiones normales, buscar un objeto tan reluciente como una joya hubiera resultado pan comido, y más con ese fondo negro, pero Tohru tenía el instinto de maid a tope, estaba muy irritada por el secuestro de su esposa y, además, Drudkh sin querer seguía mandando involuntariamente decenas de señales de su posición a todos los dragones, lo que empezaba a marearla.

—¿Y si ha salido volando con las llamas? Explotaron al inicio.

—Entonces podría hacer horas que ya ni está cerca —suspiró, hundida. Se sentó en el suelo—. De todas maneras, es magia no humana, deberíamos poder detectarla.

—Yo no la siento.

—Yo tampoco.

—Lo siento… —se disculpó, por enésima vez.

—Ya, ya.

Tohru hincó su codo para apoyar su cabeza con la mano, enfurruñada, pensando dónde podría estar y cuando podría limpiar ese desastre.

—¡Espérame aquí y no toques ni hagas nada! —le ordenó a Drudkh. Él no se atrevió a contestar.

Tohru salió volando de nuevo. Lo único que quería era sobrevolar el pueblo a velocidad supersónica, para despejarse y quitarse algo de su mal humor gastando energía. Sus temores se confirmaron: la joya no estaba allí.

Otro de sus temores iba creciendo en importancia cuantas más vueltas y más anchas daba sobre el pueblo y sus alrededores: una joya mágica no se cae por azar. Tampoco un portal se abre sin querer si tienes control sobre ello. La joya tendría que haberse quedado en Midgard. Y no sería un problema si no fuera porque ese sitio rezumaba magia allá por donde pasaba. No quería ni pensar en qué se transformaría su cabreo cuando pisara su hogar de nuevo. Por eso era mejor gastar energía antes de aterrizar de nuevo.

Cuando creyó estar mejor, notando la presencia de Kanna, fija en un edificio de una planta y bastante grande en el pueblo de al lado, donde estaría también Kobayashi, sonrió como pudo y aterrizó de nuevo al lado de Drudkh.

—Está en Midgard —dijo simplemente.

—Me lo temía… Será muy difícil de encontrar.

—Sí, sí, ahora apártate.

—¿Qué vas a hacer?

—Compensar a ese pobre hombre por todo esto.

Simplemente para cansarse más, usó su poder para revertir el proceso de las llamas en todo el comedor. Era algo parecido a lo que usó el día de su boda para extinguir el incendio de Iruru, solamente que esta vez tuvo un efecto de barrido con todas las cenizas. Las ventanas y los electrodomésticos seguirían rotos, porque no sabía cómo funcionaban, pero el suelo, la madera y otras superficies duras quedaron libres del aspecto quemado. Ahora solamente parecía que alguien se hubiera dedicado a romper todo con un bate.

—Asombroso… No sabía que la hija del Emperador de la Muerte tuviera un poder tan…

—¿…”Tan” qué?

—Casero.

—Te sería muy útil para limpiar tus propios desastres —le replicó, indignada—. Ahora cógete a mí, nos vamos a Midgard.

Drudkh hizo caso inmediatamente y, en pocos segundos, el portal ya les había absorbido.

La magia le dio a Tohru en la cara como si fuera una bofetada. Allí salía de todas partes. Parecía una jungla densa y, de buenas a primeras, no reconoció el tipo de magia y de flora que habitaba la zona. Además, allí el descontrol de Drudkh empeoró, había más localizaciones y más fugaces que nunca y parecía que él mismo estaba vibrando por su propio poder.

Pero, lejos de empeorar, Tohru se encontró sorprendida al ver a dos pasos de ella una joya esmeralda reluciente, del tamaño de su mano humana. Era bastante pequeña para un dragón.

—Ah, pues mira, aquí está…

—¿E-en serio? ¡Q-qu-qué alegría!

Drudkh se transformó en dragón casi como si solamente hubiera liberado su poder, como la presa de un pantano dejando correr agua, y Tohru encontró la marca de dónde debería estar enganchada la joya esmeralda.

—No te muevas, la voy a incrustar con mi magia.

Tohru se dio el gustazo, antes, de darle un soberbio golpe con la palma abierta y con la joya dentro, como si la quisiera pegar a tortazo limpio al cuerpo del dragón. Era lo máximo que se podría vengar por el susto. Drudkh no se quejó, pero Tohru notó que varias copias de su localización desaparecían por unos instantes, como si se hubieran asustado.

Donde sí se quejó fue cuando Tohru usó su magia para incrustar la joya. El efecto era como marcar al hierro a una vaca, solo que mucho más caliente y profundo. La joya quedó bien hundida (aunque visible) y bien fijada en la piel de Drudkh, aunque el pobre había pateado el suelo y rugido con fuerza para desviar el dolor. Muchos pájaros habían salido volando del susto.

—Seguro que ahora no se vuelve a soltar. Solamente un dragón más poderoso que yo podría quitártelo, y solamente conozco a uno que lo sea.

—¡Gracias!

—A ti, por parar de estar en mil sitios a la vez. Por fin te noto delante de mí.

—Qué alivio, me siento mucho más en control.

—Vete, antes de que te haga rugir más de dolor. Suficientes problemas me has causado. —Aunque no pudo ocultarle una sonrisa de tranquilidad.

—¡Hasta pronto!

Y Drudkh salió volando a toda velocidad, probablemente a buscar a su familia. Por fin un problema menos. Ya era hora de volver con Kobayashi.

Tohru hizo el movimiento de abrir el portal con su magia, pero ésta no le obedeció. Un portal del tamaño de una mano humana se abrió, chisporroteó como si alguien lo hubiera electrificado, y se desvaneció.

—No me jodas, y ¿ahora qué? ¡Tengo suficiente poder!

Intentó abrir el portal una docena de veces, pero con el mismo resultado. Tohru maldijo a todo volumen, cabreada, hasta que notó una magia nueva cerca de donde quería abrir el portal. De la nada, un hombre greñudo con la cara un poco chupada apareció. Tenía una sonrisa torcida, complacido de que la dragona estuviera tan cabreada.

—Hola Tohru.

—¡¿Quién diablos eres tú?!

—No te costará mucho detectarlo.

Usando la magia a su voluntad, el desconocido con pinta de humano reveló su condición ante el detector de dragones de Tohru. Solamente había otra cosa que un dragón podía localizar a distancia: un dios.

—¿Quién eres? —preguntó, sorprendida y más calmada. Los dioses casi nunca revelaban su condición, pues preferían pasar desapercibidos. De hecho, apenas se acercaban a Midgard.

—Soy el “origen de todo fraude”, como me llamaron en los escritos humanos.

—¡Tú eres Loki!

—Efectivamente. Espero que no me hubieras imaginado como aquel farsante que usan en la Tierra para representarme en películas, que mi casco y mi barbita son destacables. ¿Cómo le llaman? ¿Hiddleston, o algo así…?

—¿Qué quieres? —preguntó con voz seca y firme, cortando la cháchara. Precisamente el dios menos fiable se había presentado ante ella. No le hacía ninguna gracia.

—Ah, sí. Tengo algo que podría interesarte. Tiene que ver con la vida de tu humana favorita.

Notas finales:

Ajáaaa! De nuevo algo inesperado ocurre! A ver cómo aguantáis hasta la semana que viene(?)


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).