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Deseo. por Eriel

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Era un día festivo y todos estaban en las calles riendo, bailando, siendo libres a diferencia del normal de los días en aquel pequeño pueblo, donde todos saben todo. Aquel bello lugar donde no hay secretos, luz y privacidad, pero donde siempre abunda la violencia, los niños, los perros y la ignorancia.

El ruido de las calles no penetraba aquel sucio callejón donde los dos jóvenes que recién se conocían habían instaurado un denso silencio. Ese que viene cargado de deseo e impaciencia. Eran dos muchachos inexpertos en la vida, que se habían encontrado en el momento en que los cuerpos ansían ese contacto íntimo e inexplicable. Ese roce del cual habían escuchado más que demasiado pero aun no lo habían vivido en su propia piel.

No importaba que no se conocieran, había algo en el otro que les hacía sentir juntos, unidos, antiguos conocidos. O tal vez era la necesidad de amarse lo que los hacía ignoran su propia conciencia.    

Ambos eran de los barrios bajos. Estaban sucios, hambrientos y desesperanzados de la vida para personas como ellos, pero aún cargaban un leve rastro de deseo en sus ojos, que los diferenciaba de las demás personas que conocían. Se sabían diferentes, se sabían mejor a los de su entorno y eso los extasiaba.   

No se atrevían a acercarse, tenían miedo de que el otro se negara al contacto ajeno, aunque los dos ansiaban que algo sucediera. Podían leerse, ambos lo pensaban, se veían  uniéndose, amándose, entregándose al placer carnal y salvaje. Era un deseo palpable en la carne, que exigía saciarse.

Sin darse cuenta se fueron acercando cada vez más, hasta que compartieron el oxígeno que respiran, hasta que sus pestañas se rozaron, hasta sentir el cuerpo del otro pegado al suyo, hasta sentir el calor del cuerpo ajeno, aquel calor que buscaban desde hacía años.

Lejos de avergonzarse se sintieron demasiado cómodos, como si el cuerpo del otro hubiera sido creado para amoldarse con el suyo, como si necesitaran el calor del contrario para poder vivir. El ruido era tan lejano que creían estar solos en el mundo, solo eran ellos y los milímetros que los separaban de ser un único cuerpo.

Cuando sus labios por fin se unieron en un furioso beso, la ropa molesta e innecesaria comenzó a volar por aquel lugar. Y cuando los besos ya no alcanzaron, aún con sus miedos infantiles, un poco inseguros pero ansiosos ante la idea, se entregaron por primera vez. Tal vez demasiado inexpertos y torpes, pero en aquella situación todo era perfecto. Los movimientos rápidos y frenéticos, sumados al extraño lugar, hicieron que ambos acabarán rápido, sin concentrarse mucho en dar muestras puras de amor. Habían tenido sexo, explícito y concreto pero igual estaban llenos y felices.   

Desorientados, complacidos y un poco acalorados se acomodaron la ropa y se fueron, cada uno por su camino sin atreverse a ver atrás. Ellos sabían que se volverían a ver, no necesitaban decir nada, la expresión de sus ojos era todo lo necesario. Todo lo que no pudieron expresar con palabras o acciones se vio reflejado en aquellos puros y bellos ojos cargados de deseo.


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