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S.O.S por Pili K Winchester

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31 de junio, 2254

Su mente quedó en blanco cuando el doctor le tomó una muestra de sangre y el aparato electrónico de última generación indicó que sufría de la epidemia conocida como SOS (Síndrome de activación), el cual era sufrida por varias personas por causas desconocidas, provocando que sufrieran emociones y recurrieran al tacto con otras personas, algo descomunal y repulsivo para la sociedad actual en lo que gracias a las tecnologías se habían logrado restringir aquellos sentimientos que llevaban al hombre al fracaso en sus tiempos primitivos, aquellos tiempos en los que la sensación llamada ‘’amor’’ no era considerado un pecado. La gente que participaba con otras personas y se sumían en la enfermedad eran trasladados a las instalaciones de emociones neuropáticas defectuosas, el DEN, para la contención y el tratamiento de la supresión emocional.  Por suerte las pastillas que le serian recetadas podrían ayudarlo, al menos por el momento. Sino, lo único que quedaba era esperar una cura y volver a su vida normal. Aunque Kuroo estaba seguro de que podría volver a ser corriente, frio y sensato, como debía ser y como lo eran todos en su mayoría.

 

6 de septiembre, 2254

 

Bum. Ese había sido el sonido que oyó mientras unas días después se ocupaba de su trabajo, tratando en una tortura de no caer en depresión debido a la reciente diagnosticada dolencia, a lo que atino instintivamente a voltearse, observando como todos sus demás compañeros se acercaban al ventanal de vidrio lamentándose con palabras frías de algo que aún no llegaba a ver. Ese algo era una persona, una que probablemente se hubiera tirado del piso más alto para suicidarse de un salto y acabar con los sesos dispersos por el césped perfectamente cortado. Un anciano comentaba como su vecina el día pasado se había cortado la garganta, a lo que Kuroo volteo su rostro al susodicho, pero no clavó su mirada sobre este, sino en quien se encontraba dos personas más allá. Un delgado joven de cabellos dorados y cortos, tez nívea y de eminente estatura que llevaba puestas unas gafas de pasta negra, sus orbes miel que se encontraban fijos en el cuerpo que yacía sin vida pisos abajo tenían un pequeño y muy extraño brillo, sus puños se encontraban siendo apretados con fuerza y más abajo, sus pies estaban inquietos; evidentes síntomas de SOS, aunque sin embargo tal parecía que no había ido al doctor para ser diagnosticado. Y claramente esa no era la primera vez que Tetsurō miraba fijamente a su  asistente Tsukishima, pues antes y después de ir al doctor se había dado cuenta de que pasaba demasiado tiempo al pendiente de él, por lo que había ya detectado varios indicios y teniendo en cuenta de que tenían que hablar debido al trabajo, podría decirse que ya hasta tenia conocidos sus gestos, gestos que no deberían existir. Desvió de inmediato su visión al verse siendo descubierto una vez más. Aunque por suerte, nunca había sido pillado cuando lo seguía al salir del trabajo. Porque si, ese había sido una de las cosas que lo habían llevado a hacerse un chequeo médico. Y esa noche, como todas las demás, lo seguiría para ver si detectaba otro movimiento sospechoso.

 

6 de septiembre, 2254

Una vez más se encontraba allí, quedándose hasta tarde para finalmente salir recién cuando el de cabellos áureos lo hiciera. En cuanto lo vio salir por la puerta principal, rápidamente se levantó de donde previamente se había mantenido sentado, adelantando su paso pues lo había perdido en donde idealmente se giraba para dirigirse nuevamente hacia la estación de trenes mediante los cuales casi la mitad de la compañía volvía a su casa, lo cual le pareció raro puesto a que Tsukishima nunca doblaba por allí.

 

-           ¿Hasta cuándo va a seguir esto, Kuroo-san?

Sintió que su pulso desapareció por una fracción de segundo y perdió la respiración por un lapso, volteando su cuerpo para dirigir su visión y quedar frente a frente con la persona que había hablado. Su interior quería sonreír con vergüenza y decir que era un malentendido, pero el hacerlo significaría que la enfermedad iba ascendiendo, ya que la palabra sonrisa era casi inexistente en aquel lugar.

 

-          Si esto sigue, tendré que reportarte a Salud y Seguridad por presunto acoso y severas muestras de la enfermedad. –Su rostro se mostraba molesto, pues su ceño se encontraba muy levemente fruncido y presionaba sus labios.

-          Tsukishima, tú. . . Tienes el fallo ¿Cierto? –El susodicho pareció sorprenderse ante aquello, más trato de mantener la compostura.

-          Estoy limpio.

-          Si lo estuvieras, ya me habrías denunciado y esta charla ni siquiera tendría lugar. –El cuerpo de su adversario se tensa, soltando un chasquido y desviando la mirada hacia abajo mientras una vez más pudo percibir como apretaba los dientes, ya que sabía que tenía razón, eso es lo que Kuroo tenía en mente.

-          ¿Entonces qué? ¿Me denunciaras a Salud y Seguridad para que me envíen al DEN por ser un ocultador? Te recuerdo que me has estado siguiendo, por lo qu-

-          No lo haré. Solo. . . Quería hablar contigo. Supongo que entiendes lo solitario que es.

Siendo alumbrados tan solo por dos faroles, pudo percibir como el rostro del menor se oscurecía por unos momentos, para luego alzar nuevamente la vista y clavarla sobre su persona, caminando a paso apresurado hacia el azabache para tomarle la manga izquierda y halar de la misma para guiarlo hacia dentro del establecimiento, donde todas las luces se encontraban apagadas, los monitores o pantallas ya habían dejado de funcionar y las salas se mantenían vacías, por lo que no fue un problema pasar por ellas hasta llegar a los baños y encerrarse en uno de ellos, quedando a una distancia tan corta que le pareció abismal, puesto a que nunca antes había tenido tal proximidad con alguien, y el hecho de que no le desagradara empeoraba las cosas. Sabían que aquello estaba mal, que ambos debían centrarse en recuperarse y alejar esa enfermedad que se sentía tan malditamente bien pero tan mal a la vez. Sus agitadas respiraciones se mezclaban entre sí, cada uno manteniendo su vista clavada en el otro.  El mayor movió lentamente su mano en dirección a la adversa, de forma morosa y teniendo la susodicha algo temblorosa debido al hecho de que todo eso que estaba ocurriendo era incorrecto. Sintió una corriente eléctrica recorrer desde la punta de sus pies hasta la última hebra de cabello que se encontraba en su cuero cabelludo al experimentar el tacto de los nudillos ajenos contra las yemas de sus dígitos, viajando y explorando el resto de la mano para ascender con lentitud por el brazo llegando hasta los hombros y siguiendo por el cuello para acariciar este y sentir los cortos mechones de cabello que yacían en el pescuezo ajeno. Tsukishima se mostraba nervioso, e incluso asustado, pero sin embargo no protestó o dijo alguna palabra en oposición a las acciones del azabache.

-          Tengo el fallo hace un año y siete meses. – Habló. – No quise ir al doctor por. . . miedo. Así que me auto diagnostiqué, y aquí sigo, en una constante lucha por mantener a raya estos estúpidos sentimientos. Aunque gracias a ella, he podido percibir a quienes igualmente sufren de SOS, tú entre ellos. Así que no te creas tan inteligente.

-          Sé que soy inteligente. Yo lo sé hace tan solo cinco días, y recibí las pastillas. Aunque sin embargo no siento que hagan efecto. Repito, es tan jodidamente solitario.

-          Dímelo a mí que he. . . Pasado más tiempo con esta mierda.

De forma instintiva, como solo un individuo con SOS puede hacer, envolvió al menor entre sus brazos, pues aquella mirada que puso al pronunciar entre dientes la última frase logró llegarle a alguna parte donde albergaba aquellos sentimientos que eran antes tan comunes en el hombre. Y a pesar de que ambos temblaron cuando el abrazo fue llevado a cabo, ambos se fundieron en él, en el calor humano que solo ellos y unos cuantos pecadores más podían disfrutar.

-          Podemos charlar de ahora en adelante. Me refiero a. . . venir por las noches aquí, hablar de lo que nos angustia hasta esperar una cura y. . . que todo vuelva a la normalidad, supongo.

-          Eso está mal.

-          ¿Y? Nosotros estamos mal, tenemos el fallo.

Kei se quedó callado ante aquella verdad, pues si, los fallos hacían las cosas mal ¿Cierto? No es como si por estar con Kuroo la enfermedad fuese a ser mayor. . . o al menos eso creía. No podía negar como los ojos del susodicho lo hipnotizaban, pues nunca antes había mirado a alguien a los ojos o lo habían mirado, tampoco podía negar la viveza que sentía en ese abrazo o lo escasa que era su oposición ante cada toque. Mucho menos podía refutar como los siguientes días se lo pasó al pendiente de Tetsurō, esperando ansioso a que fuera de noche para encontrarse una vez más en los baños con él, charlar, recibir sus bromas y rodar los ojos en respuesta. Y para colmo, aunque en lo más profundo de si quiso que no fuera así, la presencia de su superior llegó a ser agradable, necesaria y extrañada, los pequeños roces de manos lograban arrancarle suspiros que debían ser disimulados debido a la gente a su alrededor y la mirada que se dirigían cuando hablaban de trabajo en medio de una decena de personas era abismal, como si solo ellos existieran sobre la faz de la tierra y aquel sentimiento agraciado que ambos percibían en sus pechos que era llamado y tratado de enfermedad fuera aceptado en aquel mundo de personas que parecían simples muertos que trabajan o robots programados para hacer lo ‘’correcto’’. Tsukishima no tenía idea de cómo el, justamente él accedió a tales encuentros con el mayor, para hacer algo por lo que, probablemente si fueran hallados, serían llevados al DEN con sentencia de muerte inmediata por violación de las reglas y altos niveles de la enfermedad, sin embargo, de alguna manera aquello era lo que menos le importaba ahora; tan solo quería pasar más tiempo con quien en un principio había pensado como una molestia, alguien quien estropearía sus planes de ser un ocultador y mandaría su monótona y tranquila vida al caño. Sin embargo ahí se encontraba, disfrutando en silencio cada que tenía que ir a hablarle sobre las ilustraciones y sus explicaciones u observándose con complicidad cada que podían. Llevaron, días, semanas, e incluso meses así, ocultándose de aquellos que los veían como errores, siendo tan solo ellos escondiéndose de quienes podrían acabar con su felicidad.

1 de enero, 2255

Aunque todo se vio arruinado aquella noche en la que el ruido chirriante de la puerta abriéndose interrumpió su conversación. El azabache llevó su dedo índice a sus propios labios en un gesto que le indicaba a su adverso que permaneciera en silencio, siendo inmediata la acción de sellar sus labios y minimizar su respiración en un intento de no ser descubiertos. Kuroo se levantó, acomodándose sobre sus propios pies para pararse de frente a la puerta  y voltearse una última vez para sonreírle e indicarle que se quedara allí con unos simples ademanes. Abrió la puerta, acomodando su camisa con sus manos para luego continuar el paso, topándose con una de las personas que dirigían ciertas cuestiones importantes de su trabajo, siendo el mismo que evaluaba las ilustraciones y demás. Se colocó a su lado en el segundo lavabo, lavándose las manos para disimular.

-          Hey, Kuroo. –Lo saludó, siendo evitado el impulso de suspirar de alivio al garantizar que no había sospechado nada.

-          ¿Qué tal, Daichi?

-          Todo muy bien, me sorprende el verte aquí tan tarde.

-          Solo quise quedarme a hacer un poco de trabajo extra.

Mentira. Estaba que sudaba la gota gorda del miedo, no por él, sino por Tsukishima. Tragó saliva cuando ambos acabaron de higienizar sus manos, dirigiéndose al unísono a la salida en silencio en lo que se detenían unos metros antes de la puerta principal, parándose frente a frente para comenzar una conversación de la cual estaba seguro de que se arrepentiría. El otro frunció el ceño con molestia al mirar hacia atrás, volviendo su visión hacia su persona. Creía saber lo que venía; Kei no había apagado su pantalla.

 

-          ¿Por qué la pantalla de Tsukishima está encendida? – Castigó a su labio inferior utilizando sus dientes, quedándose unos segundos en silencio.

-          Eh… Yo…

-          Kuroo. Ya antes nos habían anunciado que te habías quedado hasta tarde viendo la pantalla de Tsukishima y te he estado vigilando desde entonces. Como coordinador de este grupo, uno de mis deberes es que todos sigan un ritmo y estén a salvo. Cuando uno de mis individuos comience a fallar, lo denuncio, simple. A no ser, claro está, que estas acciones desaparezcan. ¿Si?

-          . . . Si, Daichi.

-          Muy bien. Buenas noches, apaga la pantalla, nos vemos mañana temprano.

Sintió un tremendo sosiego invadir su pecho cuando el otro abandono el establecimiento que por poco tuvo que apoyarse en una pared. Luego de apagar el alardeado monitor y tomar sus cosas, tan solo por precaución, decidió salir del lugar a espera de quien aún se encontraba en el baño, en la parte de afuera, con intenciones de asegurarse de que aquel hombre o cualquier otra persona no interrumpiese sus momentos. Momentos en los que anunciaría su prematura decisión al rubio, por él, por sí mismo, por ambos.

 

Finalmente, luego de unos quince minutos en los que Tsukishima se aseguró de que no hubiera nadie y de no ser visto, salió hacia el exterior por la puerta principal de forma sigilosa, encontrándose con quien minutos antes había estado riendo y discutiendo sobre cosas triviales que más bien eran temas de conversación en los cuales el mayor provocaba que se irritara. Fue preso del miedo y se sintió alarmado al ser expectante del serio semblante del aludido, avanzando a paso lento, pues sabía que lo que sea que ocurría no era nada bueno o mínimamente agradable; algo malo ocurría y estaba consciente de ello. Aunque bueno, ellos estaban mal, tenían SOS después de todo y para empeorar seguían haciendo esa clase de cosas que estaban prohibidas por el mero hecho de que la sociedad así lo había decidido.

 

-          Kuroo-san. . . –Las palabras del rubio salieron como un susurro que no quería ser oído, pues se encontraba temeroso acerca de lo que le seria dicho a continuación.

-          Tsukki. Cambiaré de trabajo. –Tsukishima no dijo palabra a pesar de que dejó escapar un jadeo de sorpresa que fue acallado por sus propios labios. Frunce el ceño con preocupación, posando su ahora triste y melancólica mirada que era camuflada por sus circunspectas facciones, dándole un aspecto indiferente a espera de lo que seguía y exigía como explicación. – Él lo sabe, Tsukki, sé que Daichi lo sabe. Es como tú dijiste, solo nos queda aguardar por una cura y no hacer más de estas cosas que pueden ser mortales. Creo que. . . Lo mejor sería ya no vernos más. Porque no podré mantener distancias contigo si te veo todos los días. La empresa apreciará el que me vaya con el argumento de mi enfermedad, mientras tú seguirás con tu vida normal, como una ocultadora. Y eso es todo.

El de hebras doradas tan solo asintió, pues sabía que aquello era lo correcto y que era lo que debían haber hecho en un principio. Apretó sus belfos con furia; él no quería eso, sus sentimientos no lo aceptaban y lo único que quería era poder vivir sin el pavor de ser descubiertos, poder dar muestras de afecto y olvidarse de una vez de la maldita cura, jodida y desgraciada cura. Emitió un chasquido con su lengua, desviando la mirada hacia el suelo y apretando sus puños para clavar sus propias uñas en la palma de sus manos, como había atinado a hacer aquel día en el que uno más de los miles de enfermos de SOS decidió quitarse la vida tirándose desde la parte más alta del edificio donde trabajaba. Y cuando elevó su mirada, se encontró con la ya lejana y ancha espalda de quien dejaría de ser asistente dentro de poco, quien había considerado su compañero en aquellos juegos ilegales en los que parecían niños escondiéndose, pero la realidad era de que aquello era un juego para adultos, uno en lo que los sentimientos habían dejado de tener valor y habían dado paso a lo que era tan solo el avance tecnológico y económico del mundo.

 

17 de enero, 2255

De una sala ambientada en un entorno laboral e íntegro, donde estaba climatizado con aires acondicionados y estaban presentes, a la disposición de los empleados, todos los servicios que podrían ser requeridos, pasó a estar en un jardín, con ropa incomoda y llena de su propio sudor, sacando y plantando brotes. De esta manera es como Kuroo había pasado de un extremo al otro en temas laborales las últimas semanas, en la cual no había hecho más que pensar en Tsukishima, preguntándose diversas cosas sobre el mismo; ‘’¿Qué estará haciendo? ¿Me extrañará? ¿Está teniendo problemas? ¿Se encuentra mejor sin mí? ¿Hice bien?’’, entre otras.

 

Enderezó su cuerpo y soltó un suspiro cansino, pasando su brazo diestro por su húmeda frente; sin duda, el no había sido hecho para aquello. Aunque a pesar de todo, era un rotundo y extrañamente nada desagradable cambio de aires, pues nunca había experimentado tales acciones y el hacerlo le provocaba cierto sentimiento de emoción, siendo este el hecho que lo llevo a agradecer aquel momento. Siguió con su trabajo, pues el mismo ya no era tan simple como presionar un botón y comenzar a ilustrar; allí era una cuestión totalmente diferente.

 

 Grande fue su sorpresa al toparse con tres chicos al levantar su mirada del suelo, los cuales había conocido cuando se encontraba en la sala de pacientes a espera de ser atendido por el doctor, es decir, minutos antes de enterarse de que padecía de SOS. Debía admitir que Bokuto, Akaashi y Kenma habían sido de mucha ayuda cuando supo de su ‘’estado de salud’’, y les estaría siempre muy agradecidos por ello. Sin embargo lo que menos esperaba era encontrárselos allí, mas no era por la misma razón que él pues se encontraban haciendo una simple inspección como doctores del DEN que eran.

Aquel pequeño gran encuentro fue lo único que logro alegrar sus días luego de semanas sumido en su evidente tristeza debido a la separación tan abrupta que había sufrido con quien amaba en secreto. Si, se había enamorado de Tsukishima, lo admitía, estaba que se sentía vivo por él, y aquella era la sensación más real y hermosa que alguna vez su pecho había sufrido. Le encantaba, cada mínimo gesto de su persona, las expresiones, palabras, sonrisas, rasgos físicos y de su personalidad, no había absolutamente nada que no le gustase del menor. A pesar de que pensar en ello le dolía y solo hacía que lo extrañara más, siguió su camino, repitiéndose que debía estar alegre por el reciente encuentro con sus compañeros también infectados, pero no podía. Él no quería a Bokuto, Kenma o Akaashi, quería a Kei con él y era una cruda y cruel realidad el saber que no lo tendría, tanto que le costaba en exceso aceptarlo.

 

Con las mismas ganas con las que salió del trabajo se tiró de un pequeño saltito sobre el mullido colchón de su cama, su única amiga fiel y quien lo consolaba siempre, por así decirlo, a pesar de que todo a su alrededor, incluida la susodicha, eran de un aburrido y prominente blanco. Sus manos se aferraron con fuerza a las sabanas, cerrando los ojos en un intento vano de escapar de su triste realidad. Un bostezo se le escapó de entre los labios, frunciendo el ceño al oír los golpes de probablemente nudillos contra el duro material que era la madera, llamando a su puerta con insistencia, cosa que era rara puesto a que era casi nula la comunicación entre casa y casa. Más bien, era escasa la relación entre las personas.

 

A duras penas y con cierto aire de pesadez, se levantó de la cama, ya con la corbata levemente desarreglada y dos botones de su impecable camisa fuera de su lugar correspondiente. Las luces se encontraban apagadas debido a que ni siquiera se había molestado en encenderlas al llegar, por lo que tampoco pretendía cenar o algo por el estilo, simplemente quería dormir y ya, para luego comenzar otro tortuoso y asqueroso día. Quitó el cerrojo de la puerta y tomo el picaporte para bajarlo y halar hacia sí, abriendo la misma para luego de un largo suspiro que indicaba su molestia, elevar su mirada para hallarse sumido en unos trapecios miel en los que podía jurar que podría quedarse prendido a causa de su pegajosa textura, adentrándose en aquel infinito que era la mirada de quien creía y sabia conocido. Reaccionó rápidamente, tomando al menor por el hombro para de un jalón adentrarlo en el departamento, asegurándose con una rápida mirada que nadie los hubiera visto.

 

-          Tsukki, ¿Qué diabl-…?

 

Fue imposible el acabar la frase, pues el cuello de su camisa fue agarrado con intenciones de ser tironeado sin que se diera cuenta hasta que ya fue tarde, sintiendo que todo sucedía en cuestión de fracciones de segundo hasta que finalmente un golpe de calor invadió su cuerpo cuando sus labiales se vieron siendo presionados en un beso con los adversos, moviéndose ambos en sintonía, juntos en una danza donde eran participes y nuevamente el mundo a su alrededor era borrado por sus imaginaciones, siendo una vez mas tan solo ellos dos sobre el mundo. Se fundían en un beso en el que entrambos rogaban que no tuviera fin, que dejaran de ser dependientes del oxígeno solo un poco más pues no querían separarse.

 

Kuroo se quejó cuando los jadeos entre beso y beso para evitar la obligatoria separación acabaron siendo ineficaces, llevando esto a que finalmente el ósculo quedara concluido, siendo ambos ahora un manojo de sentimientos encontrados, cada uno sumiéndose en la profunda mirada del otro, dispuestos a todo ahora que tenían y gozaban de una privacidad como nunca antes.

 

-          Lo siento, yo. . . No sé qué diablos me sucedió y de un momento al otro me encontraba tocando tu puerta. Solo sé que eres un estúpido por haberte ido. Un maldito desconsiderado.

-          Lo entiendo, Tsukki. Tú no sabes el esfuerzo que estuve poniendo para no ir a buscarte y traerte para decirte. . . –Aquellas palabras se quedaron en el aire, como un secreto que no acabo de ser contado por circunstancias de la vida, tragó saliva, decidido a confesar aquellos sentimientos que habían permanecido albergados en su ser para finalmente ser liberados en aquel momento.- Te amo, *Kei*.

 

Y aquel conjunto de tres simples palabras, ocho letras y millones de emociones fueron suficientes para tocar el frio y escondido corazón de Tsukishima Kei, quien nació para eso, para amar a Kuroo Tetsurō a pesar de las dificultades que se les presentaban, a pesar de vivir en un mundo donde su amor o cualquier otro no sería aceptado por nada del mundo, donde ellos debían luchar para ser meramente felices en un mundo que seguramente no era ese que conocían, sino más allá de los muros y de lo que las construcciones habían llegado a conocer, aquel donde los humanos primitivos, quienes si se dejaban guiar por los sentimientos vivían antes: La tierra salvaje.

De manera involuntaria, una de las comisuras de sus labios se alzó en una sonrisa pequeña y sincera, llevando instintivamente sus manos alrededor del cuello de su ahora pareja, estirando con suavidad de los mechones de cabello que yacían en su pescuezo para atraerlo más hacia si una vez más, sintiéndose ridículo y ‘’patético’’ al sentir tal cosquilleo de absoluto y total felicidad recorrerle todo el cuerpo, sintiéndose en la cúspide de la prosperidad y haciendo nuevamente que tan solo su presencia fuera suficiente para que el de cabellos azabache olvidara todo a su alrededor, siendo el sentimiento mutuo a pesar de que no fuera manifestado con palabras, pues era más que innecesario debido a que sus cuerpos y miradas se comunicaban entre ellos.

 

Esta vez fue Tetsurō quien tomó la iniciativa y atrapó a Kei con la guardia baja, provocando que su corazón diera un salto por la conmoción y comenzara con martillazos incesantes en su pecho que esperaba que no fueran escuchados por el moreno, ya que se sentiría completamente expuesto y. . . no es como si eso fuera a desagradarle, pero no podía, dejaría a la vista el lado en el cual se regocijaba de vergüenza debido a simples acciones de parte de su amado. Se sorprendió cuando notó que estaba siendo empujado de a poco por el susodicho, enternecido al notar como las grandes y afectuosas manos del menor acunaban sus propias mejillas con las palmas, como si estuviera sosteniendo alguna piedra preciosa que pudiera romperse con el simple tacto.

 

Con cuidado, fue depositado por los brazos del mayor sobre el mullido colchón que emanaba el aroma que siempre llevaba encima el mismo, un perfume exquisito que lograba que sus sentidos se dilataran y quisiera permanecer aferrado a Kuroo, prendido a sus ropas y a su piel para aspirar siempre que despertara la fragancia que lo representaba, mientras que el mencionado permanecía deseoso por perderse en cada parte del cuerpo adverso, recorrer y acariciar todo con sus dígitos, conocerlo; ahora que tenía al rubio consigo no lo dejaría ir, ¿Qué importaba ya la cura? ¿Qué importaban los demás? Nada, solo ellos. Las ropas desaparecían en cuestión de minutos, siendo cada una quitada con delicadeza y sosiego, como si cada porción de piel que entraba en su campo visión fuera un nuevo y desconocido mundo que se presentaba frente a sus personas para ser explotados en todo el buen sentido de la palabra.

 

Siendo alumbrados por la escasa luz de la luna, los besos descendieron por el blanquecino cuello de Tsukishima, dejando un sendero de besos que eventualmente iban desapareciendo uno tras otro pero que el mismo que era marcado no olvidaría donde había sido consumado cada uno, pues los sentía ardientes sobre su piel mientras sus largas, delgadas y tersas piernas se enroscaban alrededor de la cintura de Tetsurō, moviéndose en un suave vaivén que fue correspondido y continuado por ambos, provocándose entre sí en ínfimos meneos de caderas que acabaría en algo que a ambos les habían enseñado que no estaba bien, que estaba penado con muerte ante la ley si no era por deberes de concepción.

El calor del cuerpo humano era sin duda lo mejor que habían conocido hasta el momento, y el experimentarlo hacia que se deseara aún más, fundirse en la unión que los hacia capaces de llamarse ‘’uno’’, quedarse allí, siendo ellos por la eternidad sin que nadie les dijese algo. La fogosidad invadía sus interiores por puro instinto, saciando estas necesidades con acciones que ni ellos mismos estaban enterados de que sabían llevar a cabo. De hecho era como si hubieran perdido el control de sus cuerpos y ahora tan solo sus consciencias quedaran presentes, amándose perdida y locamente como solo ellos podían hacerlo. El éxtasis y el placer los llenaron en un dos por tres, llegando a cruzarse por la cabeza del menor que aquello no se trataba más que de un delirio inventado por su cerebro en mal funcionamiento, pues la sensación era tan buena que llegaba a niveles de ser inexplicable de forma literal a causa de que apenas y podía articular palabra, pues sus cuerdas vocales parecían haber perdido rendimiento de tanto haber acallado sus alaridos mordiendo una almohada.

Y si hablamos de las sensaciones que experimentaba Kuroo, podría decirse que se encontraba en el séptimo cielo del gozo, casi derritiéndose debido a lo mucho que debía contenerse para no perder el control y arremeter con todo lo que en realidad tenia, siendo necesario para que esto fuera efectivo que sus dientes castigaran con fuerza a su labio inferior, mordiéndolo y sintiendo el sabor metálico de la sangre que pasaba desapercibido, pues no era nada importante en comparación con lo que actualmente se encontraban haciendo, el pacto entre sus cuerpos que sellaba su amor de fantasía. Y esa misma noche, en esa habitación de un blanco que alguna vez le había parecido aburrido y con todos los muebles que ahora hacían que su casa pareciera el paraíso, Kuroo decidió que con ayuda del trio que alguna vez lo había consolado por el miedo a la enfermedad que ahora se encontraba amando, escaparían hacia lo prohibido, donde el amor no es un pecado pero donde la vida es un constante

 

 

7 de febrero, 2255

 

La cura había sido anunciada hace cinco días. Al fin, luego de años y años, incluso luego de encontrar la medicación para el cáncer, la inyección para reprimir las emociones humanas había sido encontrada y aceptada por Salud y Seguridad, siendo comunicado a través de las pantallas gigantes que siempre prevenían el SOS o te recordaban como todos los días de tu vida que si veías tales acciones en las personas debías reportarlas. Sin embargo, esto era irrelevante para el ilustrador y su asistente, pues luego de aquella noche, apenas despertó al otro día le propuso su brillante y probablemente fatal idea al rubio, el cual sin titubear aceptó, dispuesto a todo por el hombre al que se había entregado en cuerpo y alma. El conjunto de personas al que recurrió para lograr su propósito se negó rotundamente al principio con el argumento de que era algo peligroso en exceso, agregando el hecho de que ellos no estaban reconocidos como personas con la enfermedad y seguían una vida normal, siendo ocultadores como lo era Tsukishima. Sin embargo, luego de unos minutos charlando, dando a relucir la fuerza de sus sentimientos y lo ‘’desarrollada que se encontraba la epidemia’’, los tres aceptaron, poniendo cada uno algo de su parte.

Se encontraba una vez más y como ya se le estaba haciendo costumbre, arrancando de a poco las malezas del suelo y dejando las plantas que valían la pena según se le había enseñado en un corto periodo de tiempo en el que apenas y había entendido lo explicado. Cuando desencorvó su cuerpo para colocar lo que había sido extraído en una bolsa, se encontró con una delgada silueta que conocía a la perfección y que por un momento le alegro ver, aunque su expresión que era una sonrisa en proceso desapareció al ver el semblante oscuro y lúgubre que traía su pareja, acercándose rápidamente a esta aunque evitando el entrar en contacto debido a dos razones; la suciedad que tenía en sus ropas debido a la tierra y el hecho de que estaban en público, corriendo mil y un riesgos. Su rostro cambio en una mueca de preocupación, sintiéndose ansioso por que el otro hablara.

 

-          Kuroo-san. . . Fui citado para deberes de concepción*. . . –Sintió que la respiración se le cortó por unos minutos, pero retomó la compostura de inmediato y clavó sus orbes ámbares sobre los miel que ahora se encontraban aterrorizados.-

-          Tranquilo, Tsukki, relájate. Lo único que pasará será que te sacarán una muestra de sangre, te dirán que tienes SOS, y te recetaran la medicación para que continúes con una vida normal, luego de eso nos escaparemos. –Le aseguró, esbozando una sincera y tranquilizadora sonrisa con el objetivo de calmar al otro.- No pasará de eso, no hay porqué temer.

-          Mnh. . . Como tengo SOS, no podré cumplir con los deberes de concepción ¿Cierto?

-          Así es. Simplemente te devolverán a casa. Y cuando salgas del médico, nosotros nos iremos de este lugar para siempre.

Las facciones del menor que antes parecían azaradas, poco a poco comenzaban a relajarse, pero sin perder ese tenue brillo que daba a relucir el desasosiego que su interior sufría en esos momentos, y era comprensible, pues al haber hecho tantas cosas que según la sociedad no debían, el sentimiento de que con tan solo verte podían leerte de pies a cabeza llegaba a asustar. Sin embargo, Kuroo supo consolarlo con caricias cariñosas y palabras dulces, quizá una broma entre cursilería y cursilería, de esas que lograban sacar de quicio a Kei y hacer que se olvidara de toda esa situación por al menos unos minutos. Minutos en los que ambos disfrutaban y agradecían el estar juntos a pesar de que no lo dijeran.

 

 

10 de febrero, 2255

 

Tsukishima apretó los puños y mantuvo recto su severo y taciturno semblante, llenando su pecho con aire y acomodando sus gafas por quinta vez en aquel cuarto de hora que se había tardado en llegar hasta el edificio de salud donde lo atenderían y le informarían de la enfermedad que él ya tenía más que conocida, le darían el medicamente y le explicarían que quedaría libre de los deberes de concepción debido a su condición, eso era lo ideal. Luego volvería a casa (En realidad, al departamento del azabache) y podría acurrucarse en sus brazos por última vez en aquella cama antes de salir hacia su nuevo destino. Se encontraba sentado en la sala de espera, recibiendo uno que otro escalofrío en lo que fruncía su ceño con molestia al verse siendo tan idiota. Un suspiro fue suficiente para que su ritmo cardiaco volviera a la normalidad y su cuerpo ya no generara aquel calor que le provocaba un sudor molesto a pesar de que la habitación estaba climatizada. Cerró sus parpados y entonces escuchó su nombre, fuerte y claro por la voz de la máquina que con números indicaba que le tocaba el consultorio número cinco con el nombre de la doctora.

 

Se levantó de su asiento, manteniendo la compostura y caminando en dirección hacia donde la profesional lo esperaba con la puerta abierta, pasando esta para entrar y olfatear los aromas típicos de una clínica. Su mirada se posó en la mujer y no fue necesario que esta dijera palabra para que supiera lo que debía hacer. Como toda consulta para la citación de fecundación, debía quitarse la ropa y ponerse una prenda hospitalaria que se asemejaba a una camiseta grande de color azul que le llegaba hasta los muslos una vez la tuvo puesta.

 

-          Tsukishima Kei ¿Cierto? Un gusto conocerte. Por favor, acuéstate en la camilla, proseguiremos a tomarte una muestra de sangre.

Las tecnologías de última generación que antes habían sido mencionadas estaban presente también en la medicina, siendo necesario tan solo unos segundos para que el análisis diera los resultados, por lo que no necesitaba esperar siquiera diez minutos. Hizo caso a las indicaciones de la médica y se acostó boca arriba sobre la camilla mientras la susodicha se ayudaba con los pies para acercarse aun sobre la silla con la jeringa inteligente en mano, llevando un algodón humedecido en algo que probablemente era alcohol, el cual pasó por una zona de su brazo, prosiguiendo con hundir con cuidado la aguja en aquella parte que fue mojada, provocando que soltara un quejido y sacando en muy poco tiempo la muestra de sangre que era requerida. Observó ansioso por un diagnostico a la mujer, viendo como presionaba unos botones que se encontraban en un costado de la cánula. Fue expectante de como su acompañante frunció el ceño, por lo que desvió su mirada hacia el techo, dispuesto a preguntar lo que ya sabía.

 

-          Tengo el fallo ¿Verdad? –Un silencio espeluznante se presentó entre ambos, dando lugar nuevamente a los nervios que días antes había tenido cuando fue a avisar a Kuroo sobre la citación. 

-          Tsukishima, tú. . . –Hizo una pequeña pausa, observando algo en el objeto que mantenía en mano como si no pudiera creérselo.-. . . Estás embarazado. 

-          . . .

11 de febrero, 2255, 11: 15

-          Él está en el DEN, Kuro. –Le informó Kenma, con su típica voz aburrida y apagada. –Lo vimos llegar ayer. 

-          ¡Tengo que sacarlo de allí, Kenma! ¡¿Lo entiendes?! ¡Está embarazado y sin embargo está recibiendo la droga dañina que le da esa gente para que no pueda defenderse! Yo. . . Tengo que entrar allí, sino. . .

-          Oye, Kuroo. –Se voltea, esta vez para encontrarse con los trapecios dorados y los cabellos de distintas escalas de grises de su otro amigo. –¡No irás a ninguna parte, hombre! Aquí, somos nosotros quienes se encargaran de salvarlo, ¿O es que acaso no confías en mí?

-          Bokuto-san, por favor, no levante tanto la voz, podrían descubrirnos. –El azabache menor apareció por detrás del nombrado, soltando un suspiro exasperado por las acciones del mismo.- Kuroo-san. Confíe en nosotros. Tenemos más acceso debido a que trabajamos allí y  un plan ideado, que si hacemos todo al pie de la letra, probablemente seamos exitosos.

-          Pero. . . Quiero ayudar. –Insistió, sintiendo como de a poco su interior se desmoronaba. Todo menos el DEN, sabía que la sentencia sería probablemente de muerte y que el menor sufriría lo poco o mucho que permaneciera allí; por nada del mundo quería eso, lo amaba demasiado como para dejarlo sufrir encerrado en cuatro paredes.

-          Kuro. Basta, lo único que harás será estorbar. Haznos el favor de dejarnos hacer nuestro trabajo tranquilos y vuelve a tu casa, nosotros te avisaremos o le indicaremos a Tsukishima que vaya hacia allá.

 

Lo sabía. Sabía que no podía colaborar en el rescate de su pareja, y aun así era egoísta y quería ir, quería verlo y abrazarlo para susurrarle que todo estaría bien y que escaparían de aquella tortura, que todo sería un mal sueño luego, como una pesadilla que no querrá recordar. Deseaba besarlo hasta el cansancio, repetirle mil y un veces lo mucho que lo amaba y lo feliz que se encontraba debido a que serían padres. Tan ensimismado en sus propios pensamientos se encontraba que solo fue consciente de que sus amigos se iban cuando Bokuto le dio una palmada en la espalda a modo de despedida y consolación, susurrando palabras de aliento que no llegó a escuchar o procesar debido a que estaba abstraído en sí mismo. La impotencia provocó que la rabia pasara a furia, yéndose a regañadientes del lugar, deseoso de poder hacer algo, de ayudarlo. Y lo único que pudo hacer fue seguir el camino hacia su departamento, sin nada en el estómago y sin tomarle importancia a que debía estar trabajando, hundiéndose en lo que le parecerían siglos.

 

11 de febrero, 2255, 14:00

 

Kenma había sido la mente maestra que se encargó de idear y corregir el plan, indicando y dividiendo tareas. Debido a que los tres ya se conocían a la perfección el edificio, fue fácil el instruir cada deber, siendo él quien comenzaría las acciones. Si todo estaba bien calculado, en ese mismo momento, Tsukishima debía estar en la sala de recién llegados, siendo estabilizado por unas máquinas de oxigeno debido a que su cuerpo no estaba para nada acostumbrado a recibir tales cantidades y tipos de drogas, por lo que se encontraba en un estado despistado.

El rubio de raíces negras avanzó a paso apresurado, simulando encontrarse absorto en sus expedientes de pacientes de los cuales en realidad no tenía idea. Los gritos y alaridos de los demás pacientes se hicieron presentes, frunciendo el ceño ante los golpes secos que eran escuchados igualmente por su agudo oído: Más gente tratando de suicidarse. Ya era una costumbre el recibir peticiones de que los sacaran de allí cada que pasaba algún doctor, pero el hecho de que lo hicieran justo cuando se encontraba haciendo lo más estúpido y arriesgado de su vida lo volvía un manojo de nervios que era imposible de calmar. Una vez se encontró dentro de la zona donde supuestamente se encontraba el rubio, se aseguró de que nadie se encontrara en los alrededores, mirando hacia los costados, atrás y adelante para finalmente pararse frente a la puerta de metal y colocar el código de su identificación en el aparato de a un lado, siendo reconocido y aceptado por el mismo. Llevó su diestra hacia el picaporte, bajando lentamente el mismo para empujar la entrada de a poco, pues la misma era considerablemente pesada. La habitación se encontraba alumbrada tan solo con las luces pequeñas y parpadeantes de las maquinas que mantenían dormido al chico que enseguida pudo reconocer, aquel que Kuroo le había presentado días atrás como la personas más hermosa del mundo según él. Se adentró en el frio lugar, sintiendo un estremecimiento que fue ignorado en lo posible mientras sus delgadas y hábiles manos se encargaban de desactivar los artificios, quitándole los cables y las agujas del cuerpo al moribundo.

 

Corrió hacia una esquina del lugar, tomando la silla de ruedas que se encontraba allí para llevarla hasta un lado de la camilla sin muchos esfuerzos, sin embargo, lo siguiente sí que requería mucho y hasta se atrevía a decir demasiado, esfuerzo. Sus finos brazos tomaron las tonificadas piernas del menor, moviéndolas hacia el borde con cuidado mientras su siniestro se movía hacia el torso, colocando su mano detrás de la parte del hombro para en un intento fallido, levantarlo. Allí fue cuando los parpados de quien estaba siendo rescatado se abrieron de par en par, sintiéndose aturdido y desorientado, sin ser dueño completamente de sus movimientos.  Por su mente pasaron como recuerdos fugaces lo ocurrido en las últimas horas, en como su vida había dado un cambio súbito por el que probablemente sería inducido a la muerte; El diagnostico de embarazo, el momento en el que la doctora presiono un botón y casi de inmediato habían entrado dos hombres más altos que él y con mayor masa muscular para sostenerlo y arrastrarlo fuera de allí contra su voluntad, siendo drogado e inyectado, repudiado y casi maltratado por el personal de lo que él creía que era el DEN. Soltó una risa lastimera que le provocó un dolor agudo en las costillas, sintiendo como la realidad le llegaba de golpe al sentir sus piernas y torso siendo tomados. Entonces se sobresaltó, pero tal fue el efecto de los medicamentos que siquiera un movimiento en contra de quien pensaba su atacante pudo lograr. Hasta que su vista se centró y pudo enfocar la mirada en su adversario, pues él no llevar sus gafas no coloraba en reconocer a las personas, pero esta vez sí que pudo, era imposible confundir esa cabellera bicolor de un rubio oscuro y opaco con raíces oscuras; Kenma.

Se esforzó con ahínco en ser capaz de mover sus extremidades al ver lo que el otro trataba de hacer, sintiendo un dolor punzante en diferentes partes de su cuerpo al caer tan de repente sobre el asiento de la silla de ruedas, siendo movido velozmente de inmediato cuando esto sucedió, empujando con notable afán para salir de la gélida habitación para seguir derecho por un pasillo lleno de más puertas dentro de las cuales seguramente se encontraba más gente en su mismo estado e incluso peor.

-          Escúchame, Tsukishima. Llegaremos en cuestión de segundos y tus objetos te serán entregados, tendrás que cambiarte lo más rápido que puedas. –Ordenó, cosa nueva en el pues solía simplemente seguir instrucciones, al contrario de la situación actual.-

El menor solo pudo asentir, reservando energías para más adelante, ya que sentía que por más mínimo que fuera el movimiento que hiciera, gastaría más vigor que nunca.

-          ¡Megane-kun!

Levantó su mirada rápidamente al escuchar la estrepitosa voz de Bokuto aturdirle como si ese fuera su único propósito. El mencionado le entregó las cosas que Kenma había mencionado y con todo el esfuerzo que pudo se levantó de la silla, soltando un alarido de dolor que pronto fue superado, tomando las gafas para colocárselas enseguida y sentir un gran alivio ante esto, pues el esforzar la vista dolía bastante a pesar de que creyó que se trataba de simplemente entrecerrar los párpados. Llevó sus manos hacia atrás mientras observaba como Akaashi y Kenma estaban centrados en quien sabe que mientras el mayor de todos los observaba, indicándoles cosas. Tsukishima estaba desconcertado, pues no tenia del todo claro que harían con él. Si bien eran amigos de su pareja. . . Su pareja. Kuroo probablemente era quien los había enviado a redimirlo, porque ellos mismos eran quienes los iban a ayudar en su fuga. Una vez se desabrochó y quitó la bata hospitalaria, se colocó sus pantalones blancos tan distinguidos como su perfectamente arreglada camisa blanca del mismo color, para luego ser rodeado por los tres únicos cuerpos que recordaba en horas. Akaashi tomó su siniestra en un acto fugaz, quitándole su brazalete de identidad para colocarle otro que tenía un nombre que no reconocía, entonces, el nombrado continuó con la explicación:

-          Ayer en la noche, un joven se colocó una bolsa de plástico en la cabeza con obvias razones de suicidarse, siendo su muerte causada por la asfixia. –Clavó su plomiza mirada en la persona con quien hablaba, como esperando un asentimiento de cabeza o algún susurrado ‘’si’’, que jamás llegó, por lo que reanudó sus palabras.- Ese chico no murió ayer, fuiste tú. Tsukishima Kei está muerto, él fue quien se asfixio adrede ayer con una bolsa que encontró, así quedará en los registros y tu nueva identidad es Terushima Yūji, paciente con SOS medicado  ¿De acuerdo? Ese es el nombre que lleva este brazalete y es quien tú serás.

-          De acuerdo. –El otro lo miró con un extraño sentimiento que no supo describir, pero le dio unas palmadas en el hombro y le dedicó una sonrisa, dándose cuenta de que era la primera vez que veía al joven haciendo tal gesto, y quizá también sería la última.

-          Bokuto-san, por favor.

-          ¡Si, Akaaaaaaaashi!

 

El de trapecios áureos tomó su mano, fijándose hacia ambos costados antes de salir de la habitación a paso rápido, procurando no hacerle daño mientras recorrían los amplios y a su parecer casi interminables pasillos del DEN, escondiéndose detrás de lo primero que tenían cada que veían a alguna persona del lugar, rodeándolas o esperando a que se fueran para continuar con su camino. Tenía mil preguntas en mente, pero sabía que ninguna seria respondida debido al escaso tiempo que, basándose en la rapidez con la que todo aquello había sido efectuado, tenía. Y él no estropearía su única oportunidad de salir y volver a brazos de su amado.

Una vez acabaron de recorrer lo que el había contado como diez pasillos, bajado cinco escaleras y doblado en trece esquinas, finalmente le llegó la luz del día, suspirando de puro gusto al sentir el calor impactar contra su piel. Este mero momento fue interrumpido por su acompañante, quien sin cuidado abrió las rejas que separaban el interior del exterior, haciendo un fingido ademán caballeroso para darle paso.

-          Le dijimos a Kuroo que fuera y se quedara en su departamento porque te enviaríamos allí, así que anda, ¡Ve, tigre! –Lo incitó, regalándole una sonrisa de oreja a oreja que abarcaba todo su gran e  idiota rostro, como Tsukishima habría relatado. –Y cuídalo, haz que sea igual de encantador que yo. –El rubio no pudo evitar soltar una risita ante aquello, siendo seguido de un quejido debido a que aún se encontraba sensible.-

-          Puede que Kuroo-san sea un idiota. . . Pero es mi idiota.-Y aquella frase fue la última que Bokuto escucharía de Tsukishima, y la última que Kei le diría a Kōtarō. Sus pies se inquietaron debido a la ansiedad provocada por los deseos de ver a Kuroo, y enseguida desapareció entre la maleza, rumbo a la ciudad.

 

11 de febrero 2255, 15:00

 

Kuroo se había cansado, no podía estar un segundo más metido en aquel lugar a espera de alguien que sentía que jamás volvería. Se vistió lo mejor posible que su apuro se lo permitió y salió sin más de su departamento, caminando y cruzando un puente para llegar a la estación de trenes que todas las malditas mañanas veía,  identificándose con su brazalete minutos antes de abordar el vehículo, en lo que las pantallas dentro del susodicho pasaban la misma publicidad de siempre, por lo que no les prestó atención o tomo importancia, hasta que tres nombres conocidos llegaron a sus oídos: Akaashi Keiji, Bokuto Kōtarō y Kenma Kozume. Levantó su mirada de golpe, encontrándose frente a frente con el anuncio que comunicaba de tres acusados de colaborar con personas que participaron de acoplamiento, los tres fueron denunciados por uno de sus compañeros y Salud y Seguridad tomará medidas inmediatas; colocarles la cura, la cual como antes se había informado, dejaba una marca con forma circular. A Tetsurō se le cortó la respiración por cortos nanosegundos, parándose rápidamente de su asiento para presionar el interruptor que se encontraba a un lado de la puerta de salida para indicar que su parada estaba próxima. Y así como subió, bajó, corriendo sin importarle el qué dirán o pensaran mientras las menudencias de sudor se deslizaban por sus sienes, agradeciendo de tener la suerte de que alguien se encontrara vigilando la entrada con rejas del DEN. En cuanto llegó, todo el tramo que corrió le afectó súbitamente, siendo necesario que se tomara unos segundos para recuperar el oxígeno que sus pulmones exigían.

 

-          Tsukki. . . Tsukishima Kei, ¿Podría fijarse sobre él en los reportes? – El joven lo miro con una mezcla de indignación y asco, pero de igual manera asintió y buscó, alzando nuevamente la mirada para hacer pequeños viajes entre su persona y la pantalla.

-          Creo que este es ¿Tsukishima Kei de código 0151700111?

-          Ese mismo.

-          Ah . . . Él falleció ayer debido a asfixia voluntaria, al parecer no soportó demasiado el estar encerrado en cuatro paredes y . . . Señor ¿Se encuentra bien?

Su vista comenzó a nublarse  y no lograba enfocar bien las cosas, no podía creerse aquella noticia que le había sido dada de manera tan abrupta. Se suponía que Bokuto y  los demás lo lograrían, sacarían vivo, sano y salvo a Kei de allí y podrían irse para tener sus ‘’felices por siempre’’. Un dolor enorme se instaló en cada remoto lugar de su ser, sintiéndose sofocado y asfixiado, como si estuviera reviviendo o experimentando la muerte de su pareja. Sintió pesadez, culpa y ganas infinitas de suicidarse, de repetir el episodio en el que aquel ‘’Bum’’ que escuchó cuando el hombre se tiró desde lo más alto del edificio impactó su cuerpo contra el suelo para despedirse de ese mundo que ahora veía vil y cruel, que se encontraba en su contra. Se da vuelta, sintiendo como las menudencias de agua se escapan de sus aguados ojos, surcando en pequeñas gotas de agua por sus mejillas que se encontraban en gamas de escarlata debido a la acumulación de sangre producida por el mero hecho de estar acalorándose. No le gustaba para nada esa sensación. Era completamente desemejante a la fogosidad que sintió cuando su cuerpo fue unido y fundido con el de su pareja, esa sensación de calor placentero sin duda no tenía ningún parecido con lo que en esos momentos se encontraba sintiendo, y sabía perfectamente como deshacerse de él.

 

11 de febrero, 2255, 20:00

Habían sido horas esperando, sentado a un lado de la cama de Tetsurō, paciente a que de una vez la jodida puerta se abriese. Comenzaba a sentir irritación, enojo y sobre todo, miedo. Miedo a que él hubiera hecho algo que no debía, ¡¿Por qué diablos no se quedó quieto en donde le dijeron?! ¡Podría haberse ahorrado muchos problemas! ¡Pero no, él era el héroe y debía salir para joder todo el puñetero plan!

Cuando estuvo a punto de explotar y subirse sobre la cama para descargar su ira contra la almohada, se escuchó el chasquido de la puerta abriéndose, acompañado del chirrido tan típico que aportaba ese pedazo de terror a las escenas, pero que en ese momento era lo más irrelevante realmente puesto a que por fin a quien tanto había deseado ver pero también a quien se había encontrado maldiciendo se presentaba frente a sus ojos. Se tambalea sobre su propio peso debido a que el efecto de la droga seguía presente en su organismo, circulando por su sistema interno.

Kuroo traía un aura sombría y lóbrega, más aun cuando hincó su visión sobre su persona, ¿Acaso no se encontraba feliz de verlo? Después de todo no se veían hace dos días y habían pasado por un susto de muerte que casi los lleva a separarse para siempre. No lo entendía, no encontraba una razón por la que el mayor no se lanzara a abrazarlo o a acariciar su vientre aun plano, ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Apresuro su paso, clavando sus pies frente al corpulento cuerpo del mayor que en esos instantes se encontraba decadente y desanimado, los orbes alargados y ámbares de su pareja lo observaban como si miraran a un fantasma recién salido de una película de terror, y para colmo, aun no sabía la causa.

Oh.

-Yo. . . Pensé que habías muerto. Cuando fui al DEN me dijeron que tú. . .

-¿Cuánto tiempo te queda? –Pregunto, utilizando un tono extrañamente frio, que era muy diferente a como se sentía interiormente, pues se sentía fatal, peor que cuando los guardias de Salud y Seguridad lo habían tomado de los brazos para luego encerrarlo en una habitación vacía. Prefería mil veces eso a lo que estaba sufriendo ahora, una lenta y dolorosa agonía en la que el quedaría solo, completamente ajeno de nuevo a lo que sería el tacto humano y el ser amado por alguien, ya no habría nada de eso, pues Kuroo, en diagonal debajo de su mandíbula, se encontraba la pequeña marca circular que indicaba que la cura definitiva le había sido inyectada y en esos momentos el líquido que retendría las emociones humanas recorría el cuerpo de su pareja que pronto, dentro de unas horas,  dejaría de ser eso para ser de nuevo. . . Kuroo Tetsurō, el ilustrador del cual era ayudante. Y nada más, ya no recibiría besos o abrazos, ni palabras bonitas y cursis que solo el mayor lograba que las mismas le provocaran esas reacciones vergonzosas de las cuales el susodicho tanto alardeaba ser dueño y provocador de tales, tampoco tendrían sus noches de pasión o cenarían juntos. No habría más miradas cómplices entre charla y charla o pequeños roces disimulados, porque la sociedad se había metido en el cuerpo del azabache para imponerle sus asquerosas reglas.

- Probablemente unas horas, según me explicaron en la enfermería. Tsukki, yo-

-Lucha contra ello, Kuroo-san.

-¿Eh? –Se mostró confundido ante la frase que pronunció el menor, arqueando sus cejas en señal de esto para en una silenciosa petición recibir una explicación acerca de lo recién dicho.

-Que luches contra ello. Recuerda este sentimiento, recuerda que me amas y que te amo, como se siente, lo bien que te sientes al ser amado y saber que tienes a alguien aguardando por ti. No puedes olvidar los sentimientos albergados, Kuroo-san, tú. . . prometiste nunca dejar de amarme ¿Recuerdas? Además, voy a tener. . . –Hizo una breve pausa, reconsiderando sus palabras para luego corregirse.- ‘’Vamos’’ a tener un hijo. No seas idiota, creo en ti y confío en que podrás.

El mayor frunció su ceño con preocupación, pues él no estaba del todo seguro que lograría luchar contra la ciencia de miles de científicos que se esforzaron para poder anular sus emociones y habían comprobado de todas las maneras posibles que funcionaba, y Tsukishima lo sabía, sabía que no había posibilidades de que sucediera, que el líquido haría efecto y entonces todo lo que alguna vez habían sido se haría humo, como el futuro que supuestamente los esperaba en tierras salvajes, donde todo se encontraba en ruinas y solo algunas pocas personas vivían allí, pero serian felices y libres de hacer lo que quisieran, de amarse, reír, y ser dueños de sus propias expresiones y sentimientos; un sueño que había sido tan cercano y ahora se veía tan lejano.

Tsukishima presionó sus belfos con fuerza en un intento de no mostrarse débil, pues quería pasar a gusto lo que probablemente serían sus últimas horas con ‘’su’’ Kuroo-san. Ambos estaban conscientes de que lo único que les quedaba era abrazarse, besarse y dormir juntos, quizá y seguramente por última vez. Y así lo hicieron. En silencio, sin que fuera necesario pedirlo o comentarlo, ambos se acercaron al otro, envolviendo el torso del contrario con sus brazos para tirarse sobre el sofá que se encontraba detrás de ellos, acostándose cómodamente en el mismo mientras Kei se removia de forma morosa para encajar con el cuerpo de su pareja, como si ambos estuvieran hechos el uno para el otro. . . Como almas gemelas, exactamente eso. Almas que nacieron para ser y estar juntas. Aunque sin embargo, el destino les había hecho una mala jugada y habían acabado de una manera en la que no tenían planeada. Pero allí estaban, consolándose en la calidez del otro con todo el amor que tenían, entregando todo lo que les quedaba en esos mismos instantes. Tsukishima había repetido incontables veces la palabra ‘’patético’’, tanto interna como externamente y jamás en su vida hubiera deseado decirlo con tanto afán como lo deseaba en ese momento, pues el estar derramando lágrimas en contra de su voluntad no era su estilo, el no lloraba, no lo hacía por nada del mundo. . . Y ahí estaba, hipando debido a la desdicha y el quebranto emocional que le era imposible controlar. Odiaba esa situación, la detestaba. Y Kuroo se encontraba perdido en algún punto poco preciso de la pared mientras su siniestra de forma maquinal acariciaba los cortos cabellos dorados del menor, pensando en que haría o como sería el día de mañana cuando se levantara y todo sentimiento humano se haya esfumado.

12 de febrero, 2255

 

Los ojos de Kei se abrieron con pesadez, entrecerrando sus ojos ante la luz del sol que se reflejaba a través de las ventanas, dando de lleno contra su rostro de forma molesta. Se le escapó un bostezo involuntario en lo que levantaba parte de su torso, cayendo en cuenta de que encima tenía una manta que lo había estado cubriendo y entonces se dio cuenta de que ya no se encontraba acurrucado entre los brazos de Kuroo. Con cuidado y algo de temor, dejó el trozo de tela a un lado, parándose ya de forma normal puesto a que las drogas no habían tenido efectos secundarios. Miró hacia todas partes, buscando al azabache o algún mínimo movimiento que le indicara que se encontraba en el departamento, y lo halló, allí detrás del armario, de espaldas al mismo mientras miraba quien sabe que a través de los enormes ventanales, con una chaqueta color verde y pantalones esta vez negros, aunque esos nunca los había visto. El azabache se volteó, observándolo con una fría mirada que nunca antes se había esperado recibir, provocando que se paralizara debido al pavor que sintió.

-¿Me amas? –Fue lo primero y único que se le ocurrió preguntar, pues era lo que más le importaba actualmente a pesar de que probablemente sabia la respuesta a su estúpida pregunta, estaba respondida y resuelta de hecho, no había porqué darle más vueltas.

-Recuerdo que lo hacía. –Fue su corto veredicto, destruyendo con tan solo cuatro palabras el corazón de hierro que Kei creía que tenía pero que en realidad era del más frágil y fino cristal cuando se trataba de Tetsurō. –Sin embargo no lo siento.

-¿Aun sigues con ganas de que nos vayamos? –No sabía que estaba haciendo. Si ya le había dicho que no lo amaba, debía aceptar su realidad y retirarse con la poca decencia que aún le quedaba. Pero no, sus sentimientos eran tercos y le obligaban a permanecer allí.

-Ya armamos un plan. . . Así que supongo que iremos.

-. . . Está bien.

 

No estaba convencido de aquello ni en lo más mínimo. Sabía que si el mayor estaba haciendo aquello era tan solo por cortesía hacia su persona, porque cometió un error al haberse puesto la cura y estaba tratando de enmendar el mismo haciendo aquello que habían planeado mientras aun el sentimiento era mutuo, pero ya no lo era más. ¿Entonces por qué no le decía que ya no valía la pena? ¿Por qué no simplemente acababa con ello y se largaba de allí de una vez? Porque era un egoísta. Por eso.

 

14 de febrero, 2255

 

Ese día nadie trabajaba por alguna razón, los trenes andaban por si solos y la gente era escasa, pues la mayoría se lo pasaba durmiendo en sus casas o terminando cosas atrasadas del trabajo. Sin embargo ellos iban rumbo a donde los esperaba aquel amigo del trio que los habían ayudado para volar hasta fuera de la Península en la que ellos se encontraban, yendo a la tierra salvaje donde antes pretendían vivir a base del amor que se tenían pero que ahora estaba extinto en algún lugar recóndito del cerebro del azabache.

Caminaron de formas separadas para no levantar sospechas, con por lo menos tres metros de distancia y se sentaron en lugares diferentes. Todo era muy diferente, diferente en una forma mala, horrible para Kei. La última persona que se encontraba en el tren se bajó en la segunda parada partiendo desde el lugar donde ellos subieron, dejándolos completamente solos en aquel lugar que se mantenía en constante movimiento. El rubio miró su propio regazo ¿No habría sido mejor subir al edificio y saltar? Porque no quería un amor fingido o expresiones frías, él quería a su pareja, al que hacia bromas y lo molestaba cada que podía, el que lo besaba cuando rodaba los ojos o le decía cosas vergonzosas cada vez que tenía oportunidad, no a alguien que lo veía como una simple persona con SOS.

Se vio siendo sacado de sus pensamientos cuando sintió un golpe seco a su lado, resultando ser el azabache que por alguna razón desconocida se acercó para sentarse a su lado mientras lo miraba con una mueca que no supo discernir. Se relamió los labios rápidamente, pues en una situación así su Kuroo se hubiera inclinado para besarlo, y a Kei le gustaba recibirlo con suavidad. Pero claro, aquel no era el susodicho, él ya se había ido y solo quedaba un recipiente con el corazón latente. Sin embargo, el recipiente con corazón latente movió su mano diestra sobre la propia, sintiendo la calidez que días atrás había perdurado, aunque no dijo palabra o hizo algún ademan, mueca o lo que sea para hacerle saber si en realidad sentía, por lo que Tsukishima no lo supo. . .

¿Había esperanza? 


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