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Notas del capitulo:

Hola, por aqui volvi, nos vemos pronto con el capiulo final, espero disfruten este capitulo que me quedo muy largo. besitos y gracias por leer.

3- Cuando no siempre es para siempre.[F1] 

 

 

Las gotas se resbalaban por el empañado vidrio, continuaban su recorrido hasta unirse en el suelo, al pequeño charco que corría hacia el desagüe. Otras más traviesas, se abrían camino por la piel de quienes bajo la regadera, se encontraban ocupados en un caliente juego.

 

Los sonidos de los besos se amortiguaban con el caer del agua, los gemidos bajos se mezclaban con los jadeos incesantes, las manos curiosas recorrían cada espacio de piel. Los cuerpos desnudos y húmedos, se rozaban en sugerentes caricias.

 

— ¿Qué hora es? — preguntó Kaoru entre besos.

 

Ryu, sonrió y besó su barbilla, mientras en su mano sostenía el miembro erecto de su esposo, dándole un sugerente masaje, que lo hizo jadear.

 

—Las tres de la mañana.

 

Kaoru metió sus dedos por entre el húmedo cabello de Ryu y lo haló en un puño para dejar descubierto el precioso cuello que mordió con pasión.

 

— ¿Me quieres explicar que hacemos bañándonos a esta hora? — preguntó suavemente, mientras mordía y lamia la suave piel de Ryu.

 

—Estabas escribiendo y no terminabas y yo…yo quería hacer el amor.

 

Kaoru lo miró por unos segundos con emoción. Era cierto que había estado escribiendo. Los dos años que llevaban de casados se había dedicado a escribir. Ya no trabajaba para la editorial, Ryu le había sugerido que hiciera aquello que amaba hacer. Cuando la discusión acerca de con que vivirían, tocó la mesa de negociaciones, Ryu había sido de lo más natural, al decir que él tenía suficiente para mantenerlos.

 

Kaoru se hubiese negado si Ryu no se lo hubiese expuesto de una forma tan racional.

 

—Cuando tú vendas tus libros, entonces compartimos los gastos.

 

Y así había sido. Un año después, Kaoru había vendido su primer libro, un éxito de muchos que vendrían después. Ya no discutían acerca de dinero o gastos. Era Kaoru quien llevaba esas cosas, que a Ryu no le interesaban.

 

Pero con aquel éxito, había venido también mucho trabajo y la falta de algo que ambos necesitaban. Tiempo. Con cada nueva obra, Kaoru se sumergía en una vorágine de trabajo que lo dejaba con escasos momentos para dedicarle a su vida, a su matrimonio.

 

Al principio, ese detalle había pasado inadvertido. Ryu trabajaba con igual intensidad y era frecuente que ambos pasaran las noches y madrugadas encerrados en sus respectivos estudios, embebidos en su trabajo. Hacían el amor al amanecer, cuando se encontraban entre las sabanas de su cama y se dormían con el sol en alto, como si sus días funcionaran al revés de los de la gente normal.

 

Había ocasiones en las que se robaban tiempo y era frecuente verlos entre lienzos llenos de pintura, revolcándose sobre obras a medio terminar. Ryu no entraba a los dominios de Kaoru, siempre había pensado que aquel era un lugar especial, un lugar para crear, no para perturbar con tórridas escenas de sexo.

 

—Un día te voy a hacer el amor sobre mi escritorio. —Le había dicho Kaoru una vez, pero ese día nunca llegó.

 

Esa noche, Ryu, había tomado la iniciativa. Había cocinado una rica cena, se había vestido para la ocasión y había preparado todo un escenario para la seducción, pero varios imprevistos terminaron con su improvisada idea.

 

El primer inconveniente fue la llegada de Aikawa. La editora de Kaoru era una mujer fuerte y competente, que a Ryu le caía muy bien, pero en días como aquel, en los que incomodaba sus planes, hubiese deseado que la mujer no fuera tan responsable. Sentado en el sofá de la sala, esperó que la mujer se marchara, frente a una televisión encendida a la que jamás le prestó atención.

 

Era casi media noche cuando ella se marchó y cuando pensó que podría salvar algo de la noche que había planeado, Kaoru salió del estudio y al verlo sentado en el sofá, lo miró extrañado.

 

— ¿Qué haces allí?

 

Ryu se puso de pie, pero no tuvo tiempo de responder. Kaoru se acercó y lo besó suavemente.

 

—Yo te hacia pintando. —le dijo sonriéndole con ternura. —Voy a llevarme un bocadillo al estudio, Aikawa me hizo un montón de correcciones, voy a trabajar toda la noche.

 

Kaoru lo besó y caminó hasta la cocina. Unos minutos después, se encerraba de nuevo en su estudio y Ryu seguía en el mismo sitio, incrédulo y asombrado, pues Kaoru ni siquiera había notado la cena servida en el comedor.

 

Recogió todo con meticulosa suavidad, guardando la comida en pequeños contenedores, dentro de la nevera. Apagó las velas y las guardó, recogió el precioso mantel de lino blanco y caminó silencioso a encerrarse en su estudio. Tal vez pintar un rato lo haría olvidarse de su resquemor.

 

Tres horas después, seguía parado frente al blanco lienzo que había colocado en el caballete. Dándose por vencido, dejó la paleta y el pincel en el suelo y caminó hasta el enorme ventanal, que le daba una luz excepcional a su estudio. Miró sin ver el paisaje que siempre le había gustado, los altos edificios llenos de luz, las pequeñas calles atestadas de gente a todas horas, los letreritos de colores y luces neón, esparcidos por doquier. El cielo con su aura oscura y sus brillantes estrellas. Pero Ryu no estaba mirando hacia fuera, estaba mirando a su interior.

 

Siempre había amado pintar, no había nada más que llamara su atención. Dentro de ese mundo de colores y formas le encontraba el sentido a la vida. Cuando se sentaba frente a un lienzo en blanco, automáticamente imaginaba una escena y sus manos la transformaban en realidad, bien sea con trazos incoherentes o surrealistas o con la bien lograda imitación de las formas originales. A veces lo hacía tan perfecto, que quien lo viera no podría decir si aquello era una pintura o una fotografía.

 

Después de casarse, pintar a Kaoru había sido su más absoluta afición. Se sabía de memoria cada línea, cada rasgo, cada imperfección. Las pequeñas arrugas que se hacían en sus ojos cuando sonreía, el color que tomaba su cabello cuando la luz del sol lo tocaba, los irises de sus ojos resplandeciendo en las luces de la madrugada. La perfección de su sexo erguido y húmedo, las suaves curvas de sus nalgas. Los bellos negros y gruesos que cubría sus largas y fuertes piernas, las finas líneas de sus labios.

 

Aquellos cuadros constituían su muy privada colección, nadie los había mirado, ni siquiera Kaoru. Ryu recordaba cada detalle y memorizaba muchos más cuando Kaoru le hacia el amor. Eran esos sus mejores momentos, sus mejores recuerdos, los mejores escenarios para recrear sus pinturas, porque allí lo veía, natural, salvaje, sudoroso, real. Había escenas en esos cuadros no aptas para todo público, que Ryu adoraba mirar, pues le recordaba momentos que se quedarían para siempre inmortalizados en aquellos lienzos.

 

Nunca había pensado en el amor, más allá de las escenas que había podido recrear en sus pinturas. El dulce beso de dos amantes sobre una alfombra de hojas de cerezo, con un atardecer naranja y un cielo con más colores que su paleta, eso era para él, el amor, antes de que Kaoru lo atrajera a su mundo. Allí los colores tenían texturas diferentes, eran blancos como la piel de Kaoru o avellanas como sus ojos, eran distintos tonos de café como las hebras de su cabello o rosados como su lengua sensual y húmeda.

 

Ryu miraba en su esposo la representación de una perfecta obra de arte, hecha realidad y sí, eso era para él, el amor. La obsesión absoluta de plasmar tanta belleza en lugares en donde serían inmortales. Ahora, poner todo aquel amor en palabras, para alguien que no sabía expresarse sino a través del color, era casi imposible. A veces, solo a veces, se había encontrado con la necesidad de decirle que lo amaba, pero había otra cosa que frenaba aquella confesión.

 

¿Sería que aquel amor era reciproco?

 

Ryu temía revelar sus sentimientos, pues Kaoru y el no tenían una relación convencional. Era más bien una necesidad común, un acuerdo, una amistad llevada a un poco más allá de lo usual, pero ¿amor?

 

Esa noche frente al lienzo en blanco, Ryu se había dado cuenta que ya pintar no era su más amada afición, ahora tenía un anhelo diferente en su corazón, el amor hacia alguien que era su más grande inspiración.

 

Por eso no había esperado que la madrugada terminara, para encontrarse de nuevo en las sabanas pintadas por el amanecer. Ese día quería hacer el amor cuando aún la oscuridad no terminara, cuando aún las estrellas brillaran en el cielo, así tendría más escenas que inmortalizar en sus amados recuerdos.

 

Salió del estudio y caminó despacio hasta donde Kaoru se encontraba, metido entre las líneas de su nuevo libro. Su esposo lo miró intrigado, Ryu muy pocas veces entraba allí. No le dio tiempo ni de preguntar, Ryu lo había tomado de la mano y lo había hecho levantarse de su silla. Su rostro sereno, se veía también radiante e incitante. Lo llevó de la mano por el oscuro pasillo, caminó a su habitación, siguió hasta el baño y lo empujó despacio a su interior. Lentamente le fue quitando la ropa y Kaoru solo podía sonreír complacido.

 

Ahora estaban bajo la relajante agua de la regadera y Kaoru solo pensaba en enterrarse muy profundo dentro de su esposo. Ryu vio la idea reflejada en el erótico rostro de Kaoru y se dio la vuelta apoyando las manos de las húmedas baldosas, levantó las caderas ofreciendo su redondo culo y se mordió los labios con una sugerente incitación.

 

Kaoru rio con lascivia, paseó sus manos descaradas por la blanca espalda y palmeó con dureza la blanca piel de las eróticas nalgas.

 

—Puto. — le gruñó con desfachatez, mientras se agachaba y mordía la sonrojada nalga.

 

Ryu adoraba el descaro de Kaoru cuando de hablar sucio se trataba, amaba que cambiara su personalidad tranquila y dulce y se volviera todo dominante y sexual.

 

Gimió cuando la suave lengua recorrió la húmeda grieta de su culo.

 

— ¿Quieres esto pequeño puto? —murmuró su esposo, besando y lamiendo su rosado agujero. Pero Ryu, embebido en las eróticas sensaciones, había perdido la capacidad de hablar.

 

Otra potente palmada resonó entre las paredes del baño.

 

Ryu gimió tembloroso.

 

—Háblame Ryu ¿quieres que te meta mi pene en ese agujero rosa y apretado? ¿Quieres que lama tus bolas mientras meto mis dedos para estirarte?

 

Kaoru sintió que el agujerito de Ryu palpitaba y sonrió complacido, sabía cuáles eran los puntos débiles de su esposo. Subió entre besos húmedos hasta llegar al sensible punto tras la oreja de Ryu y le susurró roncamente al oído.

 

— ¿Te gusta verdad? Te gusta cuando aprieto tus bolas mientras te chupo el pene…

 

—Kaoru… —musitó Ryu entre un gemido y una súplica, estaba escandalizado y excitado, todo al mismo tiempo. Además de que sentía el familiar cosquilleo en su ingle, el orgasmo estaba cerca y quería ver las estrellas con su esposo enterrado profundamente dentro de él.

 

Kaoru sonrió y le dio la vuelta con cierta brusquedad, para luego besarlo hasta casi dejarlo sin aliento.

 

—Vamos a la cama esposo mío, quiero hacerte todo eso que te gusta.

 

— ¿Por qué no aquí?

 

Kaoru sonrió pícaramente ante la sugestiva propuesta, pero había un problema con ella.

 

—Los condones están en el cuarto, Ryu.

 

Era ese uno de los momentos que Ryu había esperado para hacer algo que llevaba tiempo queriendo hacer.

 

— ¿Y… si lo hacemos sin protección?

 

Kaoru sintió que parte de su excitación se perdía.

 

—Ryu, sabemos que no podemos. No te estas cuidando y…

 

— ¿Sería tan malo? Nunca lo hemos hablado con seriedad pero…

 

— ¿Quieres embarazarte?

 

La voz de Kaoru se oía un tanto inquieta, cosa que preocupó a Ryu ¿Habría sido equivocada su idea de sacar el tema?

 

—Bueno si…no…la verdad es que no sé, es solo que…

 

Kaoru suspiró con calma, tratando de concentrar sus ideas, su pene aun semi erecto lo estaba molestando, pero aquella era una conversación importante que no podía dejar pasar por un calentón.

 

—No estás seguro. —aquello no era una pregunta y Ryu tampoco podía negar la ambigüedad que sentía.

 

Sin fuerzas para responder, solo negó con la cabeza.

 

Kaoru respiró con cierto alivio.

 

—Bien, creo que vamos a dejar esto por hoy. Voy a volver al estudio, tengo que terminar las correcciones para mañana o Aikawa me mata.

 

Ryu lo tomó de la mano cuando hizo el ademan de salir de la ducha.

 

— ¿No…no vas a hacerme el amor? —preguntó con voz trémula.

 

Y Kaoru no supo negarse a aquella dulce y temerosa petición. Esa noche le hizo el amor, sí, pero ninguno de los dos estaba allí y lo que había comenzado como un candente y erótico encuentro, terminó en una pacífica y rutinaria sesión, como si tuvieran más de los dos años que llevaban de casados.

 

Cuando Kaoru se paró de la cama, besó la frente de Ryu que se hizo el dormido para no mirarle. Una vez a solas en la habitación, se hizo un ovillo entre las sabanas y se quedó mirando el cielo a través de la ventana, lo observó por horas hasta que la oscuridad se transformó en luz. Con la mente en blanco y el corazón vacío. Era obvio que sus sentimientos no eran correspondidos.

 

No fue diferente para Kaoru, que sentando en el sillón de su estudio no pudo prestar atención a su escrito.

 

¿De dónde había venido todo aquello? ¿Un hijo? Nunca había pensado en eso y estaba seguro que Ryu tampoco. Tenía muy claro que su esposo no estaba enamorado de él. Tenían una cómoda relación de conveniencia, nunca habían existido palabras de amor entre ellos. Sexo sí, mucho sexo y amistad y empatía, pero ¿amor? Ryu jamás le había dicho que lo amaba, ni siquiera le dejaba ver las pinturas que guardaba celosamente en una caja fuerte. Era reservado en cuanto a sus sentimientos, despistado, olvidadizo. Su segundo aniversario de casados se lo había pasado encerrado en su estudio pintando una monstruosidad, que en la galería donde fue expuesto fue vendido por miles de Yenes, pero que a Kaoru le parecía un exabrupto a la vista.

 

Kaoru había arreglado una cena en un bonito restaurant y hasta le había comprado una hermosa bufanda, pues los días de frio se acercaban. No le había visto la cara a su esposo sino hasta la tarde del día siguiente, cuando despertó y lo encontró acurrucado a su lado.

 

¿Cómo iban a tener un hijo, así? ¿Lo dejarían a la buena de dios para que sobreviviera mientras ellos se fundían cada uno es su proceso creativo? Y ¿Qué pasaba con los sentimientos? Se sentiría Ryu de alguna forma en deuda con él. No olvidaba lo que le había dicho al confesarle que era fértil.

 

—Nunca he pensado en tener hijos, pero siendo fértil supongo que es lo más lógico en algún momento. Ya que estamos casados si tu algún día quieres hacerlo…

 

El tema había quedado en el aire y Kaoru había reafirmado su idea de que para Ryu aquel matrimonio era simplemente circunstancial. Y había aprendido a vivir con eso, se había adaptado a la situación, tomaba agradecido lo que recibía de Ryu, el sexo, la amistad, la compañía, las cosas en común. Sin exigir más, agradecido de que lo tenía para sí. Su musa, su inspiración, la persona de la que se había enamorado hacía mucho tiempo ya ¿Por qué querría Ryu dañar las cosas ahora? ¿Por qué hacerlo despertar a una realidad que no deseaba?

 

Un hijo los haría salir de aquella burbuja funcional. Ryu se daría cuenta de que no amaba a Kaoru y bajo el peso de la realidad de ser padres, se desmoronarían.

 

—Esto debió ser un momento de locura. — se dijo, cepillando su cabello entre sus dedos. — Es mejor olvidarlo.

 

Y lo olvidó, pero aquel olvido marcó la pauta del final de su matrimonio.

 

Tres años más, pasaron en un abrir y cerrar de ojos. El éxito de ambos fue en crecimiento, no así su relación. Para aclarar, como amigos eran los mejores y nada que decir como pareja sexual, en esos ámbitos tenían una calificación perfecta. Como esposos, sin embargo, dejaban mucho que desear. Kaoru siguió haciéndose cargo de la casa y de las cosas materiales, pues Ryu nunca tuvo interés en ello, lo rutinario de la vida era intrascendente para él. Aquel tiempo había vuelto a su yo interior, su cabello más largo que de costumbre volvía a estar de un color diferente cada día y se había afianzado en el color negro para vestir.

 

Ahora salía por las tardes y se unía a un grupo de pintores y escultores, que había conocido en la prestigiosa galería donde exponían sus obras. Todos eran tan brillantes y exitosos como él y compartían su gusto por lo onírico.

 

Kaoru tampoco pasaba mucho tiempo en casa, eran frecuentes sus viajes, pues la última saga que había creado, le había dado mucha fama. Había presentaciones, firmas de autógrafos, ruedas de prensa, premios y galas benéficas a las que casi siempre asistía con Aikawa.

 

Ryu era poco dado a aquella exposición pública o esa pensaba Kaoru, pues cada vez que lo invitaba había una excusa diferente. Tal vez, nunca lo preguntó correctamente.

 

—Aikawa cree que deberías ir conmigo a la cena del sábado. Todo el mundo comienza a preguntarse si es verdad que estoy casado.

 

¿Estamos casados?

 

Se preguntó Ryu en su mente, mientras compartían una poco frecuente cena.

 

—Sabes que no me gustan esas cosas y Aikawa siempre te acompaña, no veo cual es el problema. — Ryu tecleaba algo en su celular y Kaoru lo miró con cansancio, hacia días que lo veía apático y ausente.

 

Ryu sintió entonces que la mano de su esposo cubría la suya con calidez.

 

— ¿Ryu, pasa algo? Tienes días comportándote extraño, ni siquiera estas pintando.

 

Era cierto, Ryu tenía días sin poder sostener un pincel, poco a poco en un proceso lento y doloroso, su corazón se había ido cerrando a lo que tanto había amado hacer.

 

“Que no me amas. Que no puedo seguir viviendo así, como si fuéramos compañeros de cuarto. Que quiero que este matrimonio sea real. Que te amo”

 

Todas aquellas palabras se quedaron ahogadas en la garganta de Ryu, pues el teléfono de Kaoru comenzó a sonar y este no dudó en atender.

 

—   Es Aikawa, disculpa, tengo que atender.

 

La desesperación que Kaoru había visto en la mirada de Ryu, fue suficiente para que se corazón se paralizara de terror.

 

¿Acaso iba a pedirle que se separaran?

 

Kaoru había vivido con aquel miedo por años. Sin nada conciso que los uniera, su matrimonio solo era la fragilidad de un papel, que una simple firma podía romper. Si Ryu no lo amaba, si había empezado a sentir el peso de un matrimonio sin sentido ¿Qué lo detenía para dejarlo?

 

Las frecuentes salidas de Ryu, lo dejaban con un amargo sabor de boca ¿Qué pasaría si entre uno de aquellos brillantes artistas, encontraba Ryu su alma gemela?

 

Kaoru dejó de escuchar lo que Aikawa le decía al teléfono.

 

¿Y si ya lo encontró? ¿Y si eso es lo que lo tiene bloqueado? ¿Qué pasa si encontró el amor en alguien como él y no sabe cómo decírmelo?

 

El amor es generoso cuando es puro y verdadero. En ese momento pensó Kaoru, que aunque su corazón se rompiera en mil pedazos, no iba a dejar a Ryu sufrir un segundo más. Si tenía que dejarlo libre para que viviera lo que deseaba vivir, para que volviera a recobrar la luz en su mirada, para que volviera hacer lo que tanto amaba, que era pintar. Entonces lo haría.

 

Esa noche no se encerró en su estudio, ni se quedó en casa, ni siquiera termino de cenar. Balbuceó una excusa y salió, pues aquel lugar de pronto lo asfixiaba y lo que quería hacer tenía que hacerlo con la mente clara y el corazón tranquilo.

 

Ryu, apenas entendió lo que le dijo en su escueta despedida. Lo vio salir apresurado y la comida que no había tenido ningún interés para él, quedo fría y solitaria en el plato, pues apenas la había probado.

 

De pronto, lo que había estado pensado por días hacer, le pareció inevitable. Kaoru tenía una vida brillante por delante y no podía seguir a su lado, evitando que conociera la persona adecuada que lo hiciera feliz. Ryu se había convencido desde aquella noche, en la que Kaoru se negó a tener un hijo, que Kaoru se había casado con él, solo por un sentimiento de protección.

 

Quizás no había superado aquel episodio que ocasionó que comenzaran a vivir juntos. Quizás siempre pensó que necesitaba estar a su lado, para que no volviera a cometer el error de olvidar vivir.

 

Pero eso que llevaban no era vida. No, vivir al lado de alguien que amas, pero que no te corresponde, era una tortura diaria. Incluso se había vuelto doloroso hacer el amor, pues se quedaba vacío cuando el cuerpo de Kaoru dejaba el suyo. Él quería algo más que orgasmos y candentes caricias, él quería amor.

 

Agradecía a Kaoru su dedicación, su amistad sincera, ese sentimiento de protección, pero era hora de dejarlo libre de esa responsabilidad. Era hora de dejarlo ser feliz, de verdad.

 

Como el final trágico de una novela, aquellos dos seres escribieron el final de su matrimonio, sin escuchar lo que verdaderamente sentían. A veces es necesario decir la verdad de lo que nuestro corazón siente, pero ellos no lo hicieron y la noche siguiente se sentaron como hace tiempo no lo hacían, a conversar sobre el sofá de su sala.

 

— ¿Tinto o blanco?

 

Ryu sonrió y señaló la botella de vino tinto que Kaoru tenía en su mano izquierda.

 

—Entonces, hasta aquí llegamos.

 

Dijo Kaoru, sentándose pesadamente sobre el sofá, mientras le entregaba la copa a Ryu. Sabía desde que Ryu le había dicho que quería que hablaran esa noche, lo que su esposo iba a decirle. Se armó de valor y se cubrió con una máscara de indiferente diversión. Porque si dejaba salir sus verdaderos sentimientos, estaría de rodillas rogándole a su esposo que no lo dejara.

 

Ryu, sonrió y sorbió un poco del rojo vino que adornaba su copa. Le dolió muy profundamente que Kaoru lo conociera tan bien. Lo hirió su aparente diversión con aquel delicado tema y todo eso solo sirvió para confirmar que había tomado la mejor decisión. Kaoru no lo amaba y no lo amaría nunca y ese día le devolvería su libertad.

 

—Supongo que duramos mucho. — le dijo con una sonrisa, adoptando la misma tranquila actitud.

 

—Ya no tendré que regañarte más por el desorden. —le acusó Kaoru entre risas. Sintiendo que su corazón se partía en mil pedazos.

 

—Ni yo tendré que soportar más, tus ronquidos. —le dijo Ryu en venganza, también riendo, pero con unas ganas tremendas de echarse a llorar.

 

No pudieron notar el dolor del otro.

 

Ni siquiera cuando con manos inciertas y con una profunda pena, fingiendo risas que no sentían, firmaron un divorcio que ninguno de los dos deseaba.

 

Los abogados de ambos presenciaron el acto por mera formalidad, el ambiente era cordial. Entre bromas, risas y anécdotas, repartieron los pocos bienes que tenían juntos. Kaoru se quedó con las cosas de su estudio, el departamento y los muebles, todo eso era de Ryu y ninguno de los dos lo discutió.

 

Cuando salieron del juzgado, Kaoru le dio un cálido abrazo. Con el paso del tiempo la resignación había hecho más llevadero el dolor.

 

Ryu sintió los brazos tibios rodeándole, aspiró el dulce aroma, recostó su cabeza del fuerte pecho y sonrió con valentía. No lo había perdido, quizás jamás lo perdería. Tal vez no lo tendría como deseaba, pero el siempre seria su amigo y eso, aunque fuera poco, sería un consuelo a su dolor.

 

—Gracias por haber cuidado de mí estos años.

 

Kaoru sonrió, incapaz de decir nada que delatara su dolor. Besó por última vez sus cálidos labios y se despidió con un suave asentimiento de cabeza.

 

Se verían muchas veces después de aquella, pero ya no volverían a ser los mismos.

 

******

 

Otros que no volvieron a ser los mismos, después de todo lo que habían pasado, fueron una pareja que luego de dos años viviendo en un pequeño pueblo, se mudaba de nuevo a la ciudad.

 

—Mira Nowaki, la cocina es enorme.

 

¿Para lo que cocinas?

 

Pensó Nowaki, rodando los ojos con una sonrisa.

 

—Te vi. —le dijo Hiroki, abrazándolo por la espalda. Nowaki estalló en risas, acariciando los suaves brazos que lo envolvían.

 

—Mentiroso, no puedes haber visto nada, estabas a mi espalda.

 

Hiroki lo rodeó y se puso en la punta de sus pies para besarlo con ternura.

 

— ¿Olvida señor Kusama que lo conozco como a la palma de mi mano?

 

Nowaki profundizó el beso, y lo abrazó con fuerza. Aquel era un día feliz. Después de mucho esfuerzo, de trabajar como un burro, de estudiar a distancia y de mucho rezar, por fin tenia lo que había deseado, un lugar grande, cómodo y suyo. Ahora si podía darle a su familia, todo lo que merecía.

 

—Te prometo que me voy a esforzar para ser mejor en la cocina. — le dijo Hiroki con un puchero y una adorable expresión de disculpa.

 

Nowaki lo besó amorosamente.

 

—Sé que lo harás mi amor y también sé que lo lograras.

 

El hombre para el que había trabajado en el pueblo, donde habían vivido aquellos dos años, lo recomendó con su hijo, quien tenía una gran empresa en Tokio.

 

—Tú no eres para estar en este pueblo olvidado, hijo. Tú y esa adorable familia que tienes, deben estar en la gran ciudad. Mi hijo se fue hace unos años y le ha ido muy bien, dice que te conseguirá que hacer en su empresa o con cualquiera de sus asociados.

 

Nowaki agradeció mucho la ayuda del hombre y cuando se subió en su desvencijada camioneta, miró un segundo atrás, para agradecer a aquel lugar, haberlos cobijado en el momento en el que más lo necesitaron.

 

En aquel pueblo su hija había crecido sana y feliz. Hiroki había hecho muchas amistades, su carácter dulce y emprendedor se había ganado los corazones de muchos. Todos admiraban aquel matrimonio que aunque muy joven, era muy maduro en muchas cosas. Hiroki se paraba como su esposo, al amanecer. Atendía a su pequeña bebé y luego preparaba el desayuno de su esposo para despedirlo con un beso cuando este si iba a trabajar. Luego, se quedaba en casa arreglando y preparado todo para el almuerzo. Tenía un huerto que cuidaba con ahínco y también tenía un pequeño sembradío de hermosas flores, que vendía en el mercado del pueblo. La gente del pueblo le regalaba semillas, lo enseñaban a cosechar sus propias verduras y él era un ávido aprendiz.

 

No era para nadie extraño, ver al hermoso joven, con su bebé aferrada a su pecho, en un canguro improvisado con telas y cargando una cesta con flores que vendía a los puestos en el mercado.

 

Había sido una época de trabajo duro, pero que había rendido frutos, pues gracias al trabajo de Nowaki, a su honestidad y a su carácter afable, ahora estaban en la gran ciudad, viviendo en una pequeña pero cómoda casita, que distaba mucho de la rustica cabaña donde habían empezado su vida de casados.

 

—Anzu podrá tener su propio cuarto y el patio es lo suficientemente grande para que yo pueda hacer un huerto en él. Así tendremos verduras frescas para comer.

 

Nowaki sonrió al verlo caminar por el lugar haciendo sus planes. Habían ahorrado mucho, todo lo que ganaban Hiroki y él, había sido invertido en aquel lugar.

 

El hijo de su ex jefe lo había recomendado en un prestigioso bufete. Cuando lo había entrevistado, este le había manifestado su deseo de estudiar para ser abogado. Como recién acababa de terminar la secundaria, aun le faltaba mucho por aprender, pero ¿qué mejor que ponerlo en un sitio, donde conseguiría la experiencia en aquello que pronto comenzaría a estudiar?

 

Entrar a la universidad pública no fue fácil, pero lo logró. Nowaki era un joven brillante y muy dedicado. No iba a ser fácil conciliar trabajo con estudio y familia, pero con un corazón fuerte y dispuesto como el suyo, todo era posible.

 

Además de que Hiroki lo apoyaba incondicionalmente en todo lo que se proponía. Hiroki era el pilar fuerte donde se apoyaba cuando sus fuerzas comenzaban a flaquear. Su esposo lo amaba, lo animaba, lo confortaba, lo apoyaba y por sobre todas las cosas, lo hacía feliz. También estaba la pequeña Anzu, su princesa, su tesoro, su otro motor. Su familia era su todo.

 

La relación con su madre había mejorado después de un tiempo. Se llamaban, se visitaban, la mujer se desvivía por su nieta. No así con Hiroki, eso no había podido cambiar. Ella creía que Hiroki le había robado a su hijo, la libertad de decidir y lo había lanzado a una vida que lo obligó a madurar antes de tiempo, no permitiéndole disfrutar su juventud.

 

A Hiroki no le importaba aquella mujer, a la que le guardaba un sordo rencor, al igual que sus padres, con los que no había vuelto a hablar. Cuando pensaba en los días que estuvo encerrado en aquel internado y lo cerca que estuvo de perder a su hija, el rencor se volvía más profundo. Así que, para no manchar su idílica vida con malos recuerdos, había decidido no pensar en ellos, como si todos hubiesen muerto.

 

Nowaki era quien llevaba a su hija a visitar a su abuela y Hiroki aprovechaba aquellos momentos para dedicarle tiempo a su hogar, que con una pequeña diablita, era a veces muy difícil.

 

Cuatro años después, recién graduado y coincidiendo con su nombramiento como abogado en el bufete en el que había trabajado hasta la fecha, nacieron las gemelas. No había sido un embarazo fácil. Aunque ya Hiroki tenía veintidós años, su cuerpo había quedado resentido por su primer embarazo. Las niñas nacieron por cesárea la tarde de un caluroso domingo. Nowaki había estado preocupado todo el rato que duró la operación y no se separó ni un segundo de Hiroki, cuando por fin fue llevado a la habitación.

 

A la mañana siguiente, la habitación estaba llena de regalos, globos, flores y buenos deseos. Las niñas estaban muy bien y Hiroki se recuperaría muy pronto. Todos visitaron a la feliz pareja, los compañeros de Nowaki lo llenaron de felicitaciones, le tenían mucho aprecio al diligente joven y celebraban que ahora, después de tanto esfuerzo, era uno de los suyos. Ser un abogado de aquel prestigioso bufete era un logro muy grande que no todos conseguían y Nowaki se lo había ganado a pulso.

 

El último visitante ese día, fue el jefe de Nowaki, un hombre mayor y un poco taciturno, venerado en todo el medio legal y con una fama como ninguno. Apreciaba mucho a la joven pareja y Nowaki era como un hijo para él. Le gustaba el tesón y la fuerza con la que Nowaki enfrentaba la vida, sin desanimarse, pero aquello, tenía muy claro, no lo lograba solo. Nowaki tenía a su lado a una persona muy hermosa. Un joven valiente, considerado, dulce y amoroso, que hacía para Nowaki la vida fácil.

 

A esa hermosa persona le llevó esa tarde un lindo regalo.

 

—Van a ser igual de hermosas que su madre. —Murmuró con una tierna sonrisa, mientras miraba al par de muñecas que dormían juntitas en su cunita, cerca de la cama de Hiroki.

 

Sonrió y puso su mano sobre el hombro de Nowaki, mirándolo con una sonrisa bonachona.

 

—Te las vas a ver negras cuando crezcan. Tendrás tres hijas preciosas.

 

Hiroki rio con emoción y Nowaki hizo una mueca de disgusto.

 

—Pondré en la cárcel a todo el cretino que se le acerque.

 

Hiroki negó con la cabeza. Estiró su mano para llamar a su querido amigo y lo instó a sentarse a su lado en la cama.

 

—No dudo que lo haga, ya ve feo a los niños que se le acercan a Anzu en la escuela.

 

El hombre se rio con ganas y Nowaki resopló con fastidio.

 

—Esos pequeños babosos no saben ni escribir y ya quieren ser novios de mi hija.

 

Las risas duraron unos segundos. Una enfermera vino por Nowaki para que llenara unos papeles y entonces Hiroki se quedó a solas con aquel hombre que era como un padre para él.

 

Este despejó su frente, acomodando el lacio cabello tras las orejas finas y delicadas. El rostro de Hiroki lucía un poco pálido, pero estaba bien y era feliz, aunque no dudó en cerciorarse de aquello.

 

— ¿Se está portando bien el cabeza dura ese?

 

Hiroki sonrió y asintió.

 

Había tenido unos cuantos baches en esos cuatro años. La universidad, las responsabilidades en su nuevo trabajo, los nuevos amigos. Habían hecho que Nowaki a veces, solo a veces, se desviara un poco del camino. Habían tenido unas cuantas peleas y aquel hombre había sido de mucho apoyo en aquellos trances.

 

—Te ama, no dudes nunca de eso.

 

Le dijo el hombre, acariciando su mejilla con ternura.

 

Hiroki le preguntó entonces con preocupación.

 

— ¿Y ella? ¿Cómo están las cosas?

 

El solo negó con la cabeza. Besó su frente y se puso de pie para marcharse.

 

—Ya entabló la demanda de divorcio. —le dijo con tristeza. — En unos días más, estaré firmando mi segundo divorcio. Atesora mucho lo que tienes, las relaciones como la de ustedes son muy pocas e invaluables.

 

El tiempo siguió su curso, las niñas crecían con asombrosa rapidez. Nowaki ganó mucha experiencia y confianza en su trabajo. Era uno de los mejores abogados del bufete y las cosas no paraban de mejorar, hasta que todo se vino abajo.

 

Hiroki nunca había tenido mayores ambiciones. Tenía todo lo que había soñado. Una casa con todas las comodidades que pudiera desear, tres hijas hermosas y un esposo que lo adoraba. Terminó la secundaria a distancia pero no había pensado en la universidad. No era que le sobrara el tiempo tampoco. Aratani y Ayuni tenían dos años y eran dos adorables terremotos. Anzu tenía ocho años, era una niña inteligente y estudiosa y sobre todo apoyaba a Hiroki en todo lo que podía.

 

Una mañana desayunaban en el barullo de la cocina. Hiroki discutía con sus hijas tratando no reír mientras ellas se lanzaban el cereal. Anzu las miraba con fastidio sabiendo que a ella le tocaría limpiar y Nowaki entró al desorden con su brillante sonrisa.

 

—Hey, que el cereal no es para jugar, es para comérselo.

 

Le reprochó a sus pequeñas princesas, mientras las llenaba de besos en sus caritas redondas, hermosas y llenas de migajas.

 

Hiroki le dio una taza de café y un sándwich, que este comió con avidez mientras ojeaba rápidamente el periódico.

 

Anzu se despidió de su mamá y las niñas se quedaron en la alfombra de la sala, mientras sus padres se despedían con su beso de cada día.

 

— Cuídate mucho. — le dijo Hiroki con una sonrisa.

 

Nowaki lo besó dulcemente.

 

—Recuerda que hoy no vengo a cenar.

 

Hiroki no dejó ver su disgusto. Aquellas salidas se estaban haciendo muy frecuentes, pero de nuevo, él no tenía tiempo para andar de parranda y Nowaki era joven, trabajaba mucho, era merecido un descanso de vez en cuando.

 

—Que te diviertas con los muchachos.

 

Las salidas eran casi siempre a un pub, para beber cervezas, conversar un poco y ver algún partido. La mayoría de los abogados estaban solteros y el tiempo les sobraba, pero no era esa la situación de Nowaki.

 

Nowaki salió en compañía de su hija a la que llevaba cada día a la escuela.

 

—Papi ¿por qué no sales con mami? Hace tiempo que no salen juntos.

 

A Nowaki le quedaron resonando aquellas palabras de su hija por un largo rato. Desde que habían nacido las gemelas el tiempo no era un aliado. Su trabajo se había multiplicado los últimos meses y casi siempre llegaba tarde a casa. Los pocos ratos que tenía libre los pasaba con su familia. Los fines de semana salían con las niñas, pero hacía tiempo que no tenía una cita con su esposo.

 

Esa tarde celebraron el haber ganado un complicado caso. Era común reunirse y celebrar. Sus compañeros filtreaban con todo lo que se moviera y el solo se reía o compartía conversación con aquellos casados o no interesados en coquetear. Era divertido pasar un tiempo desconectado de las responsabilidades, era agradable sentirse libre, poder adoptar la actitud de un joven despreocupado, porque joven era, pero tenía una gran responsabilidad sobre sus hombros.

 

Así que, pensando en las palabras de su hija, que esa mañana le habían parecido un reproche y en las que no había dejado de pensar en todo el día. Decidió que el también merecía un tiempo para él. Que se lo había ganado.

 

Tarde y en mal momento había aparecido la rebeldía adolescente para Nowaki.

 

Aquellas salidas se hicieron entonces más frecuentes y coincidieron con la aparición de un nuevo abogado que era todo lo que Nowaki no era. Soltero, liberal, desfachatado, rebelde, inteligente y si, también eran guapo y sexy. Nowaki y el habían hecho empatía inmediatamente. Al joven serio, responsable y dedicado, le gustaba la energía que irradiaba el irreverente Sumi Keiichi, era como si se mirara en un espejo y encontrara en Keiichi lo que él podría haber sido.

 

Pero ese pensamiento le disgustaba algunas veces, porque Nowaki amaba quien era y también amada lo que tenía, es solo que a veces aunque se lo negara, se sentía presionado con la responsabilidad que tenía. ¿Quién habría podido juzgarlo? tenía veintiséis años, de los cuales había pasado ocho años trabajando como un esclavo, estudiando hasta el cansancio y siendo responsable de su familia ¿en qué tiempo había disfrutado su juventud?

 

La primera pelea grande llegó una noche. Hiroki lo esperaba para cenar. Ya las niñas estaba dormidas y Anzu se había quedado donde una amiga del colegio. La casa estaba limpia, ordenaba, la mesa estaba servida y él se había puesto un lindo conjunto azul que resaltaba todos sus atributos. A pesar de sus dos embarazos Hiroki tenía una figura delgada y cuidada.

 

Iba a la cocina a mirar lo que tenía en el horno, cuando el teléfono sonó.

 

—Hola …Hola….—gritó Nowaki, la bulla que lo rodeaba no le dejaba oír.

 

— ¿Nowaki eres tú? — Hiroki tampoco podía escucharlo bien.

 

—Si… si amor. Te llamo para que no me esperes a cenar, los muchachos me invitaron a una cena. Ganamos el caso y vamos a celebrar.

 

Hiroki apenas lo escuchaba y aquella algarabía no parecía un restaurante.

 

—¿Estas cenando en una feria? — le preguntó con molestia.

 

Nowaki suspiró y cuando iba a decir algo, Keiichi le quitó el teléfono del oído.

 

—Estamos bailando y bebiendo, el llegará tarde. Adiós.

 

Nowaki miró atónito como Keiichi colgaba la llamada. Todos estaban en un lugar que no era el habitual. Keiichi casi lo había arrastrado al sitio con la complicidad de los otros y ahora casi todos estaban ebrios y se divertían con las chicas y chicos que pululaban por el local.

 

—Diviértete tonto, apenas tienes veintiséis. — le había dicho el descarado joven.

 

Hiroki se quedó con el teléfono en la mano y con una ira que hacía mucho no sentía. Se remontaba a sus días de adolescencia, cuando Nowaki salía con sus amigos y se iba de juerga sin importar sus advertencias.

 

Unas horas después, seguía en la sala, sentando en la semioscuridad, esperando.

 

Nowaki llegó entrada la madrugada, entró sigiloso para no despertar a nadie, pero ya alguien estaba despierto y lo esperaba.

 

—Espero que te hayas divertido mucho.

 

La luz se encendió y la molestia en el rostro de Hiroki era evidente.

 

—Siento la hora, todos se descontrolaron un poco y…

 

—Quien fue el que me habló al teléfono, no es ninguno de los que conozco.

 

Nowaki, que conocía muy bien a su esposo, no le había hablado de Keiichi para evitar problemas.

 

— Ah, él es Sumi Keiichi, un abogado nuevo — rio y se sentó en uno de los muebles, cerrando los ojos con cansancio. —, estaba un poco tomado y quiso jugarme una broma.

 

Sumi Keiichi, Hiroki no iba a olvidar ese nombre, que tantos problemas les traería.

 

Trató de serenarse y de ser razonable. Era cierto que Nowaki estaba haciendo aquello ya muy seguido, pero de nuevo volvía a su habitual pensamiento. Era joven y merecía un poco de distracción, después de todo, trabajaba duro. Entonces sintió que algo no cuadraba en toda aquella condescendencia ¿es que acaso él no era joven también? ¿Es que no merecía también divertirse? ¿Desde cuándo Nowaki no lo invitaba al cine o a dar una vuelta?

 

Hiroki sintió que la ira de nuevo se inflamaba en su interior.

 

—Pudiste avisarme que ibas a salir. Había preparado una cena para los dos.

 

—Hiroki, cenamos juntos casi todos los días.

 

Cuenta hasta diez…

 

—Sí, pero hoy iba a ser especial, las niñas se durmieron temprano y Anzu se quedó donde una amiga del colegio.

 

A Nowaki francamente le estaba pareciendo estúpida aquella discusión, salió si ¿y qué? ¿No tenía derecho a salir? Le dolía la cabeza y estaba cansado ¿que acaso no podían hacer la estúpida cena otro día?

 

—Mira Hiroki, es tarde y estoy cansado, mañana tengo que trabajar. Haremos la cena otro día.

 

Se acabó la paciencia.

 

—¿Eres estúpido o qué? No estas escuchándome. No me importa la maldita cena.

 

—Hiroki no grites, no voy a discutir esto contigo a gritos.

 

Aquellas palabras solo sirvieron para encender más la mecha.

 

—No me trates como un maldito niño ¿qué carajo te está pasando? Nunca habías hecho esto. Siempre me llamas, me avisas con tiempo y ¿Qué es eso de que ahora sales casi todos los días a beber? ¿Es que acaso tienen que celebrar todos los días que ganaron un maldito caso?

 

Nowaki sintió que su cabeza estallaba con el dolor, Hiroki cada vez gritaba más alto y estaba verdaderamente furioso. Se puso de pie y le dio la espalada para dirigirse a su habitación.

 

—No voy a discutir contigo, mientras sigas gritando.

 

—No te atrevas a dejarme hablando solo. —le gritó Hiroki, pero con ello solo consiguió palabras hirientes, que jamás hubiese querido oír.

 

—Tú no eres mi maldita madre. No tengo que darte a cada rato explicaciones de donde ando o hacia donde voy. Deja de controlarme, lo has hecho desde que éramos unos niños y francamente ya me tienes harto. Si no fuera por ti, no hubiésemos pasado por todo lo que pasamos. Tú y tu maldito afán de hacerlo todo a tu maldita manera. Pues que te quede claro que soy tu esposo, no tu títere y si quieres controlar algo, controla tu estúpida vida y déjame vivir la mía en paz. Busca algo que hacer a ver si así se te pasa la obsesión que tienes conmigo.

 

En el calor de la ira decimos cosas que no queremos decir, pero que contienen verdades que inconscientemente han estado allí, en nuestros corazones, esperando por salir.

 

Aquella noche, Nowaki dijo más de lo que quería decir y condenó su matrimonio a una muerte lenta que tuvo una dolorosa agonía.

 

Entendió que había metido la pata hasta más allá de lo rescatable, cuando salió de la casa dando un portazo. Quiso regresar, pero temió dañar las cosas más de lo que ya lo había hecho. Así que tomó su auto y se fue a buscar consejo donde sabia, seria bien recibido.

 

 

Frente a una taza de café y en una iluminada cocina, enfrentó la mirada preocupada de su jefe.

 

— ¿Cuanta verdad hay en todo eso que le dijiste?

 

Aquella era una dura pregunta, pues ni él sabía que tenía aquellos sentimientos tan crueles y quiso recoger sus palabras apenas las había soltado. Ahora, pensar en todo lo que había dicho, le causaba dolor.

 

—Nada. — dijo con certeza. —No me arrepiento de nada de lo que hice. No puedo culparlo solo a él de lo que nos pasó. Yo también estaba allí y también fui irresponsable. Yo era mayor que él y ni siquiera actué de forma madura. Lo amo y amo a mis hijas, no sé, no sé qué me pasó hoy.

 

Pero su jefe si lo sabía, lo había visto venir y habría querido advertírselo, pero ya era tarde.

 

—Se llama Sumi Keiichi y se llama nostalgia, Nowaki. — Le dijo el hombre, apoyando una mano en su hombro. —Te ves reflejado en él. Encuentras su espíritu afín al tuyo, mismos intereses, mismo valor, fuerza, inteligencia, afán por ascender, pero él no tiene tu carga. Él se mueve como un depredador solitario en una extensa selva llena de oportunidades y tú estás encadenado al camino que escogiste hace ocho años.

 

Nowaki negó con la cabeza.

 

—Yo amo mi familia.

 

El hombre sonrió y suspirando se recostó de la silla.

 

—Yo no dudo de eso, pero vamos Nowaki ¿Si volvieras a tener diecisiete años y la oportunidad de reescribir la historia, hubieses tomado las mismas decisiones?

 

Hiroki estaba tan conmocionado, que cuando la luz del sol rompió brillante, la oscuridad aquella mañana, sus ojos cansados no habían derramado ni una sola lagrima. Sentía sí, como sin un autobús hubiese embestido a miles de kilómetros por hora, su estómago, dejándolo con un vacío tan contundente que apenas le permitía respirar.

 

Menos mal era sábado y las gemelas despertarían tarde. Pero Anzu llegó temprano, pues todos los sábados ayudaba a su mamá con las niñas.

 

— ¿Mamá, que haces allí? ¿Qué le pasa a tu cara?

 

Hiroki miró preocupado el rostro de su hija y tocó su cara despacio, pensando que tal vez si había llorado, pero en su estado de estupor, no lo sentía. Más no lloraba, así que se puso de pie y caminó despacio hacia un espejo que estaba en una pared sobre una cómoda. Cuando se miró, pensó que eran mejor las lágrimas, que aquel espanto y aquel dolor que veía reflejado en su expresión.

 

—Mamá

 

¿Qué haría ahora? Si Nowaki se sentía atrapado en su vida, si se arrepentía de todo lo que habían vivido ¿Qué le quedaba?

 

Sintió las manos de su niña, envolviendo las suyas.

 

—Mamá ¿Qué pasó?

 

Y al sentir aquel calor, aquel amor, aquella preocupación, supo que era lo que tenía. La tenía a ella, tenía a sus gemelas traviesas y a la mitad de su corazón que vivía solo para ellas. La otra mitad, la que ahora agonizaba con el golpe recibido, podía morirse. Él podía vivir con solo la mitad de su corazón.

 

—No pasa nada mi estrella. — Le dijo abrazándola muy apretada a su pecho. — ¿Sabes cuánto te amo?

 

Ella asintió, recostada gustosa en el pecho amoroso de su mamá.

 

—Si mamá, lo sé y yo también te amo mucho.

 

Hiroki la sostuvo con fuerza unos minutos, buscando en su amor, el aplomo que le faltaba para seguir viviendo. Besó su frente y le habló con suavidad.

 

—Ayúdame a hacer el desayuno, antes de que huracán Aratani y tifón Ayuni, despierten y acaben con todo a su alrededor.

 

Anzu rio contenta, Hiroki volvía a ser el de siempre. Se fueron a la cocina con Anzu relatándole a su madre su entretenida noche de palomitas y películas de acción.

 

Nowaki regresó esa tarde a su hogar. Hiroki y las niñas jugaban en la alfombra con un juego de tablero. El corazón de Hiroki ni quiera se sobresaltó.

 

—Hola papá ¿cómo te fue en la oficina?

 

Imaginó que Hiroki les había dicho a las niñas que estaba trabajando para justificar su ausencia.

 

Nowaki besó a su hija con amor y cargó a sus pequeñas princesas que se apretaban a sus piernas, gritando por atención.

 

— Hola par de traviesas ¿se portaron bien hoy?

 

Hiroki se puso de pie y recogió las piezas del juego guardándolas en su caja.

 

—Voy a preparar la cena. — dijo suavemente, sin dirigirse a nadie en particular.

 

Nowaki aprovechó la aparente tranquilidad, para hablarle y no alertar a las niñas de sus problemas.

 

— ¿Necesitas ayuda? Podemos pedir una pizza.

 

Hiroki ni siquiera lo miró, sonrió a sus hijas que gritaban con emoción por la idea de la pizza. Pero no, el necesitaba algo en que entretenerse y sobre todo, necesitaba estar alejado de Nowaki.

 

—Comemos pizza mañana. Ya tengo todo listo para la cena de hoy.

 

La palabra de mamá era ley y eso hasta sus desobedientes hijas lo sabían. Así que con pucheritos de decepción asintieron y Anzu sin saber salió en ayuda de su madre.

 

—Papi ¿por qué no nos llevas a la heladería del parque? Así mi mamá puede cocinar tranquilo y este par gasta las baterías corriendo por el parque.

 

Hiroki acarició el rostro de su hija y se fue a la cocina, diciendo aliviado.

 

—Buena idea cariño, salgan un rato y vigila que tus hermanas no hagan desastres.

 

Suspiró cuando la algarabía se volvió silencio. No sabía cómo iba a hacer para disimular frente a las niñas. Ni siquiera podía ver a Nowaki, sin sentir que quería gritarle y llorar al mismo tiempo.

 

Regresaron casi de noche, las gemelas agotadas en brazos de su papá. Hiroki las bañó y les puso su pijama, comieron rápidamente y el ajetreo ayudó a que ellos apenas cruzaran palabras. Después vino el proceso de dormirlas, era ya muy tarde cuando Hiroki salió de la habitación de sus hijas.

 

— ¿Se durmieron? — preguntó Nowaki y Hiroki asintió, pues detrás de él venía Anzu.

 

—Buenas noches mamá. — se despidió la niña y Hiroki la besó, sabiendo que ya no tenía escapatoria.

 

Anzu se despidió de su papá y Hiroki aprovechó para escabullirse, pero no llegó lejos.

 

—Hiroki por favor, vamos a hablar.

 

Hiroki se sentó en el mueble donde la noche anterior había escuchado asombrado todo lo que había destrozado la vida perfecta que creía tener. Nowaki se sentó frente a él.

 

—Lamento todo lo que dije anoche. Quiero que sepas que no siento nada de lo que dije. No me arrepiento de nuestra vida y mucho menos de las niñas. No me arrepiento de haberme casado contigo y…

 

— ¿Estás viendo a alguien más?

 

La pregunta de Hiroki lo dejó asombrado.

 

—No. — Le dijo con ahínco y se sentó a su lado, tomando su mano con ternura. —No mi amor, te juro que no estoy viendo a alguien más. Yo te amo Hiroki ¿Quién podría compararse contigo?

 

Hiroki suspiró y se arriesgó a mirarlo.

 

—Nunca imagine que pensaras esas cosas Nowaki. — murmuró con tristeza. —Me dolió mucho todo lo que dijiste anoche. Me hiciste mucho daño.

 

Nowaki lo abrazó y suspiró, a él también le dolía haberlo lastimado.

 

—Perdóname mi amor, te juro que no te lastimaré nunca más.

 

Esa noche durmieron como dos extraños en su gran cama, todo para no alertar a sus hijas de que algo malo ocurría entre ellos. A Nowaki le tomó un tiempo que Hiroki lo perdonara. Ya no aceptaba las invitaciones de sus compañeros y corría directo a casa cada tarde. Cenaba con su familia y siempre le llevaba un detalle a su esposo. Tres meses después y luego de una cena romántica, una ida al cine y un paseo por un iluminado y romántico parque, hicieron el amor.

 

Nowaki nunca se sintió más feliz, que en ese momento cuando tuvo de nuevo a su esposo, desnudo entre sus brazos.

 

Hiroki reía apenado cuando este besó su vientre.

 

—Deja de hacer eso, esta feo y esa marca.

 

Nowaki cubrió de besos la piel.

 

—Esta parte de tu piel la amo, pues en estas marcas esta tu amor, tu resistencia, la prueba de que me has dados tres hermosas y perfectas hijas, que amo con locura.

 

Hiroki acarició su cabello y lo miró feliz, después de muchos días viviendo solo con la mitad de su corazón, ahora lo tenía completo y no podía sentirse más dichoso, aliviado y esperanzado.

 

Pero la esperanza le duró poco, pues dos golpes más, vinieron para terminar de destrozar un matrimonio que no había sobrevivido aunque hubiesen querido mentirse, a su primera pelea.

 

Nowaki le hizo el amor a su esposo hasta el cansancio por días. Se tomó unas vacaciones y se fueron de viaje con sus hijas, unos días después, de vuelta a la rutina. Alguien vino a perturbar su felicidad. Alguien que envidiaba lo que tenía y quería destruirlo.

 

—Así que por fin te soltó tu esposo. — le dijo Keichii una tarde, mientras compartían unas copas tempraneras en el pub de siempre.

 

—Deja la ironía Keiichi, Hiroki es…

 

—Tu carcelero ¿no era así que le decían en la prepa? Tú mismo me lo contaste.

 

Nowaki sonrió y no le prestó atención al comentario de su amigo.

 

—Hiroki es mi esposo y me hace feliz, deja las tonterías.

 

Entonces Keiichi pensó que había escogido la victima equivocada para sus intrigas y decidió que esta vez volcaría todo su veneno en Hiroki. Encontró el escenario perfecto en la segunda situación que desequilibró el matrimonio Kusama.

 

Hiroki se sentó en la cama con el papel que le había dado el médico esa mañana, entre sus manos. Estaba esperando un bebé, otra vez. Aun a pesar de que había sido advertido de que no debía embarazarse una vez más. Había sido descuidado en sus vacaciones por la playa y aquel descuido iba a traerle un gran problema con Nowaki.

 

—Hola ¿Qué haces allí? ¿Dónde están las niñas?

 

Nowaki llegó temprano a casa como todos aquellos días y se extrañó de encontrarla silenciosa, pero más se asombró de la respuesta de su esposo.

 

—Se las llevó tu mamá.

 

Ahora si estaba preocupado. Aquellos dos apenas se hablaban, si su mamá había estado allí por llamado de Hiroki, algo malo debía haber ocurrido.

 

—Ok ¿Qué pasó?

 

Y así, sin preámbulos, Hiroki se lo contó.

 

—Estoy embarazado.

 

Nowaki tardó en reaccionar, pero cuando lo hizo, estaba entre furioso y asustado.

 

—¿Cuánto tiempo?

 

—Seis semanas.

 

—Eso fue en nuestras vacaciones.

 

Hiroki asintió silencioso.

 

—Tú estabas cuidándote, tenías el aparato ese que dura no sé cuánto tiempo.

 

Hiroki arrugó el papel en sus manos, temía responder, esta vez la culpa era suya y solo suya.

 

—Se venció una semana antes de irnos de viaje y… lo olvidé, pensé que tomando pastillas evitaría que pasara, pero comencé tarde y…

 

El puño de Nowaki se estrelló contra la cómoda y las pequeñas cosas que la adornaban cayeron al suelo, haciéndose añicos.

 

—Maldita sea Hiroki ¿lo olvidaste? ¿Es enserio? Tu sabes todo lo que tu estúpido olvido va a acarrear ¿es que no piensas en las niñas? ¿En mí?

 

Hiroki ocultó su rostro entre las manos, avergonzado y triste.

 

—Hablaré con el doctor, le diré que programe un aborto, aún estamos a tiempo.

 

—Ya me lo propuso. — murmuró Hiroki, limpiando sus lágrimas. —Y le dije que no. No voy a abortar a mi bebé.

 

Nowaki recogió su maletín y su chaqueta, antes de irse de la casa, le murmuró con una ira, que Hiroki sitio que hubiese sido mejor si le hubiese gritado.

 

—Por todos los cielos Hiroki, la verdad, a veces me llevas a los límites. A veces siento que te odio.

 

Hiroki lo sabía, el médico esa mañana se lo había confirmado, con sus antecedentes y con lo mal que la había pasado en el embarazo de las gemelas, un tercer embarazo era casi un suicidio. Aun así, no podía ni siquiera pensar en matar a su bebé.

 

Nowaki salió hecho una furia, en ese momento no sabía lidiar con aquel dolor. Perder a Hiroki lo aterraba, pero sabía que nada lo haría cambiar de opinión y así, estaba entre la espada y la pared, la vida de su esposo o la de su hijo.

 

Pasaron los meses y la situación no cambió. Hiroki hacia lo que podía para esconder sus malestares y Nowaki había vuelto a su antigua rutina, tratando de no enfrentar un problema que no sabía manejar.

 

— ¿Cómo está Hiroki? ¿Ya está en el segundo trimestre no?—Le preguntó su jefe una tarde.

 

Nowaki no lo miró, recogió sus papeles y se dispuso a marcharse.

 

—Evitándolo no vas a lograr que desaparezca. Hiroki es fuerte y ha logrado aguantar hasta ahora ¿porque no lo apoyas?

 

Nowaki lo miró cansado

 

—Tengo miedo, miedo de ver su cuerpo frio bajo una sábana blanca, miedo de quedarme con un bebé y tres niñas, solo, sin él. Miedo de contarles a mis hijas porque lo dejé morir, porque no lo arrastre a la maldita clínica para que le hicieran el aborto, así eso nos destruyera a los dos.

 

El hombre lo miró con compasión.

 

—Y con ese miedo solo te estás perdiendo el mayor acto de amor que cualquier persona puede dar. Entregar su vida por lo que ama. Hiroki está luchando por su hijo y hasta ahora ha ganado, pero lo está haciendo solo. Nowaki. Abre los ojos y no lo dejes seguir luchando solo.

 

Aquellas palabras le dieron el valor a Nowaki, para enfrentar sus temores, pero para Hiroki, fue un llegar muy tarde. Fotos, mensajes, llamadas. El que quería destruirlo había hecho muy bien su trabajo en aquellos meses, destruyendo su confianza en su esposo y de paso lesionando la poca autoestima que le quedaba.

 

Cuando Nowaki llegó esa tarde lleno de disculpas, ya Hiroki no tenía más amor para darle. Soportó sus lágrimas, escuchó sus miedos, aceptó sus disculpas y hasta le sonrió, pero ya no sentía nada. Todo su amor y toda su fortaleza la usó para pasar esas últimas semanas en pie.

 

Una mañana, las fuerzas le flaquearon, estaba cansado, triste y se sentía muy mal. Necesitaba apoyo, necesitaba a Nowaki, sus besos, sus abrazos. Su esposo le había dicho que tenía que asistir un caso fuera de la ciudad, pero que estaría pendiente del teléfono en todo momento.

 

 Sumi Keiichi había sido objeto de sus discusiones muchas veces, desde que Nowaki había pasado aquellos días de locura, evitando la realidad. Así que, cuando habían vuelto a la aparente armonía, Nowaki trataba de no nombrárselo.

 

Hiroki sintió en la tarde que su espalda ya estaba doliendo más de lo normal y lo llamó, pero no fue el quien contestó.

 

—Que molestia eres, querido. Ni siquiera puede divertirse en paz ¿puedes dejar de llamarlo?

 

Hiroki colgó el teléfono tras las acidas palabras. Nowaki no le había dicho que estaría con ese hombre y si este había atendido su celular, quería decir que su esposo, no estaba tan pendiente de su teléfono como le había asegurado, aun sabiendo que estaba a pocos días de dar a luz.

 

Se bañó, se puso una ropa cómoda, llamó a la niñera que lo ayudaba casi siempre y también a la mamá de Nowaki. Sin darle mayores explicaciones, solo le dijo que iba a salir y que quería que estuviera pendiente de las niñas.

 

Tomó un taxi y se fue al hospital. Era la una de la mañana cuando por fin despertó. Había sido una tarde muy difícil. Dio a luz a través de una cesaría a su cuarto hijo, un varoncito hermoso y tranquilo que apenas había llorado al nacer. La operación había sido muy delicada, pero allí estaba, adolorido como si lo hubiese atropellado un camión, pero vivo y su bebé estaba sano. No necesitaba nada más.

 

Nowaki entró de pronto a la habitación, Hiroki estaba mirando el techo pensativo, apenas podía moverse. Para atender a su bebe las enfermeras habían tenido que ayudarle y le había dolido lo indecible.

 

—Mi amor, gracias a dios, me tenías aterrado. Ni mi madre ni la niñera ni siquiera las niñas sabían decirme que había pasado ¿Por qué no me llamaste? Si no hubiese sido por la enfermera que encontró mi teléfono en tu cartera, no habría sabido nada. Tomé el primer avión de regreso y…

 

—Te llamé. — le dijo Hiroki, mirando hacia la blanca pared. —Me atendió ese tipo y me dijo que no te molestara.

 

Nowaki no lo podía creer, no se había separado el teléfono ni un segundo, por lo menos no que el recordara.

 

— Hiroki, Keichii vino conmigo a última hora, yo no sabía…

 

—Nowaki, quiero el divorcio.

 

Nowaki habría objetado tal locura, si Hiroki no lo hubiese mirado con aquella expresión decepcionada y triste. Era como si su esposo se hubiese dado por vencido y esta vez si hubiese dejado de amarlo.

 

—Hiroki…

 

—No. No quiero escucharte más. Ve y saluda a tu hijo. Dale la bienvenida y luego márchate. Buscaré un abogado para que se encargue de todo. Tú puedes decirle a tu amigo que te asista, después de todo ya logró lo que tanto deseaba, que yo te dejara en paz.

 

Nowaki intentó protestar pero una enfermera entró y lo regañó con un poco de severidad.

 

—El paciente debe descansar señor, está muy delicado.

 

Nowaki se acercó a la cunita y besó a su bebé. Era la cosa más bonita que había visto y estaba feliz de que estuviera bien. Le prometió en silencio que estarían juntos y que pronto lograría que su mamá lo perdonara. Pero nunca lo logró. Hiroki fue dado de alta quince días después y se fue solo, en un taxi, a su casa. El abogado que el jefe de Nowaki le había recomendado, era muy profesional y velaba muy bien por sus intereses.

 

Nowaki había abandonado la casa antes de que Hiroki volviera de la clínica. Hiroki habló sinceramente con Anzu, contándole toda la situación. Cuando ya habían pasado tres meses del nacimiento de su hijo, firmaron el divorcio en una tarde sombría. Hiroki ni una sola vez le había hablado a Nowaki, sentía que ya no había nada más que decir.

 

******

 

Hablar no siempre constituye la solución de los problemas, pero a veces una buena conversación puede resolver inquietudes y situaciones que si no se solucionan, pueden llegar a convertirse en grandes e insalvables obstáculos para una relación.

 

Cuando Miyagui y Shinobu llegaron al que sería su hogar permanente, lo que menos tenían en mente era hablar. Shinobu aún estaba aún convaleciente de sus heridas y Miyagi estaba entre fascinado y nervioso, por tenerlo ahora en su terreno.

 

Tenía que tomar en cuenta que Shinobu no solo había perdido a sus padres, sino que también había abandonado su vida, así que ser considerado era una de sus prioridades. En el lujoso penthouse donde vivía, las cosas funcionaban con la eficiencia de un reloj. Había un personal altamente capacitado, encargado de satisfacer todas las peticiones de su muy exigente jefe.

 

Cuando cruzaron el umbral del departamento, Shinobu no pudo evitar sentirse sobrecogido y angustiado, rodeado de tanto lujo y elegancia. Allí no había nada sucio o fuera de lugar. La austera sencillez de su casa, se perdía entre las bien iluminadas habitaciones, adornadas con exquisitos cuadros o esculturas, vasijas de cerámica fina o porcelana, figuras de cristal. Lámparas con deliciosas formas y colores y ni hablar de las delicadas cortinas de finas telas.

 

El mobiliario parecía sacado de una revista de diseño, tan perfecto, fino y delicado, que daba hasta pena sentarse, aunque fuera en la más austera de las sillas.

 

—Si quieres cambiar cualquier cosa de la decoración, eres libre de hacerlo, le dices a Tano y él te ayudará.

 

¿Cambiar algo?

 

Shinobu se encontró pensando en que ni siquiera sería capaz de caminar por aquella alfombra tan suave y hermosa.

 

— ¿To-todas las habitaciones son así? —preguntó angustiando, sintiéndose como un ratón de campo metido en una galería de arte.

 

Miyagi lo atrajo a sus brazos y lo besó despacio, sonriéndole con ternura.

 

—Sé que ahorita te parece todo muy deslúmbrate, cariño, pero solo son cosas, te acostumbraras a ellas y ya verás que te gustaran.

 

Shinobu suspiró y le sonrió, pero no estaba nada convencido.

 

Cuando Miyagi lo llevó a la habitación que compartirían, la aprensión se volvió peor. Aquello no parecía un cuarto. Cuarto era lo que él tenía en su hogar, con una pequeña cama, una mesita de noche, su closet y una sillita. En aquella habitación en cambio, fácilmente cabrían tres casas como la suya.

 

—Ya alguien del servicio se encargó de acomodar tus cosas en el closet. Si quieres refrescarte y ponerte cómodo, el baño es la puerta de la esquina.

 

Shinobu caminó unos pasos mirando silencioso todo a su alrededor. La enorme cama descansaba en un rincón, dos mesas la flanqueaban adornadas con lujosas lámparas, a los pies de la cama había un mueble con un lindo cobertor y unos cojines de colores que le adornaban. Miyagi le había hablado de un closet, pero era en realidad un vestier, donde podía dormir una familia entera. En otro de los rincones de la habitación había todo una sala de esparcimiento. Con un mueble grande que fungía de biblioteca y de centro de entretenimiento, un televisor inmenso, un aparato de sonido, libros y varias cosas más que Shinobu ni sabía para que servían.

 

También había un enorme espejo y un diván que invitaba a descansar, en frente de un enorme ventanal que ocupaba casi la mitad de la habitación. Shinobu se acercó a la ventana a observar la vista y de pronto se sintió como un pajarito que enjaulan y se llevan lejos de su hogar.

 

—¿Verdad que es hermosa la vista? Es una de las mejores de todo Tokio, por eso compré este lugar.

 

¿Qué podía tener de hermosa la visión de todos aquellos enormes edificios? Shinobu pensó que parecían montañas apilonadas. Desnudas montañas desprovistas de verdor, cubiertas por fría luz artificial.

 

Suspiro e intento sonreír, pues se sentía egoísta. Tal vez no era la belleza de su hogar, pero era bello a los ojos de Miyagi y si él lo amaba, tendría que aprender a encontrarle la belleza a aquel frio lugar.

 

—¿No te gusta verdad? —le preguntó Miyagi, mientras observaba las emociones arremolinadas en el rostro de Shinobu. —Estás pensando en el mar, en la hierba verde de los prados o en esas florecitas que crecen en el camino que va a tu casa. A mi madre tampoco le gustó la vista, nunca le gustó este lugar.

 

El rostro de Miyagi se ensombreció y Shinobu sintió dolor por él y por lo que ambos habían perdido. Acarició el rostro de su ahora esposo y le sonrió con ternura.

 

—Mi casa es donde tú estés Miyagi. Ahora este es mi hogar y… me gusta, solo tengo que acostumbrarme.

 

Miyagi lo tomó entre sus brazos besándolo con infinita suavidad. Aun no pensaba hacerlo suyo. Quería que Shinobu estuviera completamente recuperado para tomarlo como deseaba, con toda la pasión que había contenido aquellos meses.

 

—Aquí vas a ser muy feliz, ya lo veras. — le dijo confiado, mientras lo besaba una vez más. — ¿Por qué nos descansas un rato? yo tengo que revisar unas cosas del trabajo. Más tarde vendré a buscarte para que cenemos y así conoces a todo el personal.

 

Shinobu asintió más por no querer llevarle la contraria que por desear dejarlo marchar. Habría querido que se quedara con él, que le demostrara que lo amaba, que lo dejara dormirse en sus brazos y así poder dejar de sentirse tan solo y tan abandonado.

 

—Puedo dejar el agua caliente para ti en la bañera, así te puedes dar un baño cuando vengas.

 

Miyagi apretó su nariz cariñosamente.

 

—No te preocupes por esas tonterías mi amor. — le dijo alejándose hacia la puerta. —Aquí hay personas que se encargan de todas esas cosas. Tu solo tienes que relajarte y dejarte mimar.

 

Shinobu se acercó al enorme vestir y miró apenado como sus cosas apenas alcanzaban a llenar un espacio mínimo del mismo. Además de que su ropa sencilla se veía fuera de lugar entre todos aquellos caros trajes. Sacudió la cabeza alejando los pensamientos derrotistas. Tomó un cómodo conjunto de algodón blanco y se fue sin mirar a los lados hasta el baño. Allí se dio una rápida ducha sin reparar en nada de la suntuosidad del lugar. Era tan grande como la habitación y hasta parecía tener su propia piscina. Shinobu se vistió y tomó su cepillo que descansaba junto con sus otros artículos de aseo personal en una esquina, junto con los del Miyagi.

 

Salió de la habitación y se sentó en el diván frente a la ventana. Mientras cepillaba su cabello húmedo, miró con detenimiento el paisaje, tratando de buscarle algo atractivo y así, recostado del cómodo mueble, lo encontró Miyagi unas horas después, profundamente dormido.

 

Le pareció una visión hermosa, con todo aquel rubio cabello, la cara dulce y serena, el cuerpo delgado y delicado, parecía una bonita y perfecta obra de arte.

 

—Tengo que comprarle ropa. —pensó con una mueca de disgusto, al ver la austera ropa que su ahora esposo había elegido para ponerse.

 

Decidió no despertarlo y se metió en el cuarto de baño para quitarse toda la tensión que sentía, con una larga y caliente ducha y cuando salió relajado y descansado, llamó a su asistente.

 

—Haz una cita mañana con las personas de la boutique de siempre, que envíen la mejor selección de ropa que tengan a mi casa y si pueden enviar algún asesor, también. Mi esposo necesita ropa.

 

Shinobu se despertó cuando el hablaba, así que colgó de inmediato, quería darle una sorpresa.

 

—Hola precioso ¿Tienes hambre?

 

Shinobu asintió sonriendo, el descanso le había caído bien y ver a su esposo recién bañado, con el cabello húmedo, la camisa entre abierta y ese aire despreocupado y juvenil, lo hizo sonreír. Miyagi nunca parecía tener nada fuera de lugar, todas las veces que lo había visto, estaba ataviado con finos y caros trajes y ni siquiera cuando salían de paseo por la campiña, lo había visto tan sencillo como se veía en ese momento.

 

El comedor era enorme y la mesa era como para doce personas. Shinobu se sintió cohibido cuando el mayordomo lo condujo hasta la silla que ocuparía, gracias al cielo al lado de su marido.

 

—Gracias Tano, por favor no le sirvas vino a mi esposo, aún no está acostumbrado y además está tomando medicamentos.

 

Shinobu se sintió avergonzado, cuando el hombre quitó la copa de vino y la sustituyó por un vaso con jugo.

 

—Podía haber tomado un poco de vino. — protestó, mirando a Miyagi. —después de todo tengo que aprender.

 

Miyagi se encogió de hombros, restándole importancia.

 

—Aprenderás a su tiempo, Shinobu. Además, estas tomando medicación, no veo porque te molestas.

 

—No me gusta que decidan por mí. — murmuró Shinobu, un poco cohibido, como no queriendo iniciar una discusión por una trivialidad.

 

Miyagi alzó una ceja y lo miró con determinación.

 

—Me temo mi amor, que vas a tener que acostumbrarte a que tome algunas decisiones por ti. Ya no estás en aquel pueblucho donde las normas de etiqueta no existen y la gente vive como se le antoja. Ahora eres mi esposo y esas normas son apreciadas en el mundo donde me desenvuelvo.

 

Shinobu trató de no salirse de sus casillas, ¿Por qué de pronto Miyagi lo trataba como si fuera un animalito salvaje?

 

Dejó el tema porque el servicio había llegado con la comida y aunque estaba deliciosa, apenas la probó.

 

—No has comido nada. — le dijo Miyagi, cuando observó el plato casi intacto.

 

—No tengo apetito.

 

Pero Miyagi sabía que no era eso, conocía el carácter de su novio y el hecho de que estuviera tiste o convaleciente, no hacía que dejara de ser quien era.

 

—No. — dijo tirando la servilleta sobre la mesa. —estas molesto porque no te dejé tomar vino y porque según tú, estoy tomando decisiones por ti.

 

Viéndolo así, sonaba como un arranque de malcriadez. Shinobu suspiró y le sonrió a su esposo, con ternura.

 

—Solo estoy cansado Miyagi, ha sido un largo día.

 

Miyagi no se creyó la excusa, pero no quiso discutir. Se levantó de la mesa y extendiendo su mano, conminó a su esposo a acompañarle.

 

—Entonces vamos a descansar.

 

Aquella noche durmieron juntos por primera vez. No hicieron el amor y tampoco resolvieron el pequeño impase. Shinobu se durmió en brazos de su esposo, sintiendo una espinita en su corazón.

 

Y la espinita fue creciendo, conforme pasó el tiempo y los pequeños episodios de desacuerdos se fueron acumulando.

 

A la mañana siguiente, Shinobu se despertó temprano. Miyagi ya estaba vestido y caminaba por la habitación buscando sus cosas.

 

— ¿Qué haces despierto tan temprano? — le preguntó, besándolo suavemente.

 

—¿Vas a trabajar? —Shinobu no quería sonar demandante, pero había esperado por lo menos que se quedara unos días ayudándolo a acostumbrarse. —Pensé que hoy te quedarías y me enseñarías la ciudad.

 

Miyagi se sentó a su lado en la cama. No le gustó a Shinobu que su mirada fuera de paciente reproche.

 

—Mi amor, he estado más de una semana fuera de la empresa. Con lo de…mamá y nuestro matrimonio, he descuidado mucho los negocios.

 

Bueno, eso era comprensible, pero si había dejado todo por unos días, podía extender el lapso un poco más, después de todo, él era el jefe ¿no? A pesar de su reticencia decidió ser comprensivo.

 

—Me voy a aburrir aquí sin ti.

 

Le dijo con una cándida sonrisa.

 

Miyagi lo besó y le sonrió pícaramente.

 

—No te vas a aburrir, te lo prometo y trataré de volver temprano, para que vayamos a cenar.

 

Shinobu lo echó de menos, apenas salió de la habitación. Miró a todos lados para buscar que hacer, la televisión no lo emocionaba, tenía tantos botones que ni siquiera sabría encenderla. No eran de su interés los libros de economía ni las revistas que había en la biblioteca y pasarse todo el día encerrado en aquella habitación, tampoco era un buen plan.

 

Se dio un baño y con uno de sus cómodos atuendos, salió de la habitación.

 

Saludó al mayordomo al verlo y este lo atendió con formalidad.

 

—¿Desea desayunar en el comedor?

 

A Shinobu no le gustaba aquel lugar, era demasiado grande e impersonal.

 

—¿No hay otro lugar un poco menos…grande?—preguntó con una sonrisa. —Podría comer en la cocina.

 

El hombre arrugó el ceño y negó rotundo.

 

—Al amo no le gustará eso.

 

Shinobu asintió y bajó la cabeza con tristeza.

 

—Entonces será en el comedor Tano san. Muchas gracias.

 

No le gustó al hombre, aquella tristeza en el pequeño joven. Todos en el lugar comentaban las diferencias abismales entre aquellos dos seres. Habían encontrado adorable a su nuevo jefe, pero lo veían un poco vulnerable y joven para su amo. Además de que se notaba a leguas que no pertenecían al mismo círculo social. Después de haber visto circular desde modelos hasta altos empresarios por aquel lugar, ver a aquel jovencito, tierno, frágil y dulce, les hacía pensar que su amo había tomado una decisión un poco apresurada.

 

—Seguro está embarazado. —Había dicho una de las chicas del servicio, que fue de inmediato reprendida por Tano. Pero la duda quedaba, solo que nadie iba a preguntar.

 

—Podríamos arreglar para que coma en la terraza. — le dijo más por impulso que pensando con lógica. Miyagi usaba poco la terraza y el espacioso lugar estaba casi siempre cerrado y sin muebles.

 

— ¿Hay una terraza? —preguntó Shinobu entusiasmado, le gustaba, seria genial un poco de aire entre todo aquel encierro.

 

En muy poco tiempo estaba instalado en una pequeña mesa y comía con avidez, viendo con otros ojos la impresionante vista del lugar. Pasó gran parte de la mañana allí y comenzaba a hacer planes, cuando vino Tano a buscarle.

 

Un joven venia acompañado de dos mujeres un poco mayores. Traían consigo un cargamento de ropa y las instrucciones de su esposo para que lo dotaran de lo mejor. Aun así, Shinobu le pidió a Tano que localizara a Miyagi.

 

—Hola mi amor, estoy en medio de una reunión…

 

— ¿Mandaste a traer toda esa ropa para mí?

 

—Sí. — respondió Miyagi, con cierta firmeza. —necesitas ropa, no puedes andar por allí todo el tiempo con los mismos trapos.

 

Shinobu apretó el teléfono con molestia.

 

—Mi ropa no son trapos y…

 

—Shinobu, no tengo tiempo para discutir ahora, estoy en el trabajo y la reunión que me espera es importante, si no quieres la ropa pues no escojas nada y punto.

 

 

Miyagi esperó a que Shinobu dijera algo y como este no dijo nada, se despidió.

 

—Hablaremos en la noche.

 

No se había dado cuenta que tenía público, sino hasta que se dio la vuelta y vio a Tano, el joven y las dos mujeres, mirándolo expectante. Se sintió triste por la discusión con Miyagi y apenado con aquellas personas. De pronto ya no sabía qué hacer.

 

—Mi esposo siempre insiste en comprarme cosas. — le dijo el chico, acercándose a él con una sonrisa de buen vendedor. —Pero tiene un gusto el pobrecito. Por lo menos su esposo lo dejó en manos de expertos.

 

—A veces hay que dejarse consentir. — dijo esta vez, una de las mujeres.

 

Shinobu asintió, más por vergüenza que por querer algo de aquello que habían traído para él. Después de unas horas, los vendedores se fueron y ahora su ropa ocupaba una parte importante del enorme vestier.

 

Había metido su ropa vieja en un pequeño maletín, ocultándola en un rincón del closet. El resto de la tarde lo pasó sentando en un cómodo sillón, que había colocado Tano en la terraza, solo para él.

 

Miyagi llegó al anochecer. Su mayordomo lo recibió como cada noche y cuando este le preguntó por su esposo, no le extrañó saber dónde estaba.

 

—Es increíble las similitudes que tienes con mi madre. — dijo de pronto, sobresaltando a Shinobu, que observaba las estrellas acurrucado en el sillón. —A ella también le gustó este lugar, decía que se podría hacer un jardín aquí.

 

Shinobu asintió sin mirar a su esposo, dirigió su mirada a todo lo ancho de la terraza, aquella idea había jugado todo el día en su cabeza.

 

—Se vería muy bonito lleno de plantas.

 

Miyagi rio y se acercó hasta su esposo, se puso en cuclillas frente a él y acarició su rostro con ternura.

 

—Lamento haber dicho que tu ropa eran trapos. Solo quería darte una sorpresa, regalarte cosas lindas para que te pongas guapo solo para mí.

 

Shinobu sonrió complacido, quizás aquella era una mejor excusa y logró espantar su molestia.

 

—Me regalaste cosas muy lindas. — le dijo sonriendo.

 

Esa noche no salieron a comer. Tano les sirvió la cena en la terraza y Shinobu le contó a su esposo los planes que tenía para el lugar. Miyagi no estaba muy convencido, pero si eso lo hacía feliz, no iba a negarse.

 

Dos meses después, sintió que había tomado una mala decisión.

 

Shinobu estaba enfrascado en su pequeño proyecto, ya estaba recuperado y cada día se veía más hermoso, pero como insistía en hacerlo todo solo, cuando Miyagi llegaba ya estaba dormido de agotamiento.

 

Una mañana trató de tocar el tema con sutileza.

 

—¿Vas a la terraza?

 

—Sí, trajeron las jardineras nuevas y quiero sembrar las flores que compré, para que estén fuertes cuando llegue el invierno.

 

Shinobu estaba afanado vistiéndose con su ropa de trabajo, que Miyagi tanto odiaba.

 

— ¿No deberías descansar hoy? has estado muy ocupado estos días, siempre que llego estas dormido.

 

Eso fue un reproche y Shinobu lo sintió, pero ¿en que más iba a entretenerse? No podía entrar a la cocina, pues Tano respetuosamente le había indicado que esos eran sus dominios. No había nada que limpiar, nada que arreglar, nada que leer y no podía pasarse el día viendo televisión. Convertir aquella terraza en su jardín personal, era una forma de escapar de aquel encierro.

 

—Podríamos ir esta noche a cenar y a pasear por allí.

 

Había algo insinuante en la voz de Miyagi, Shinobu había llegado a pensar que su esposo nunca le haría el amor y eso entre otras de las miles de cosas que le preocupaban, lo estaba volviendo loco. Ahora parecía que las cosas iban a cambiar y sintió una chispa de alegría.

 

—Me desocuparé temprano para estar listo cuando llegues.

 

Miyagi asintió, no era lo que esperaba, pero era mejor que nada. Ya deseaba que Shinobu terminara el maldito jardín, para poder hacer todo lo que había querido hacer.

 

Shinobu terminó temprano y se dedicó a acicalarse para su esposo. Se estrenó uno de los trajes que habían comprado para él y peinó su hermoso cabello con cuidadosa atención. Miyagi lo llevó a un exclusivo restaurant y allí comenzó su calvario.

 

—Pero mira quien está aquí, Miyagui Yö.

 

Miyagi saludó al efusivo hombre que le saludaba con un apretón de manos.

 

—Takeru, no sabía que estuvieras en la ciudad.

 

—Llegue ayer y mi esposa ya me arrastró a la vorágine de salidas sociales. Ven y te sientas con nosotros.

 

No había reparado en Shinobu y cuando lo vio, le dijo con una sonrisa odiosa.

 

—¿Quién te acompaña hoy, algún modelo o quizás es actor? ¿Le has contado de tus muchas citas? —El hombre palmeó el hombro de Shinobu, mirándolo con displicencia. —No te acostumbres mucho chico, de seguro no pasas de esta noche.

 

Shinobu estaba entre asombrado y molesto y Miyagi quería golpear al molesto hombre con el que muchas veces hacia negocios. Pero este no lo dejaba ni hablar.

 

—¡Ah! no te molestes Yö, si el muchachito se disgusta te buscas otro, siempre te sobran y además este es un poco… corriente.

 

Shinobu no pudo soportar más las insinuaciones desagradables del hombre y se dio la vuelta para irse. Miyagi lo siguió sin prestar atención a los llamados del desagradable tipo. En la calle, Shinobu no sabía dónde ir y comenzó a caminar por la atestada acera. Miyagi le dio alcance y lo tomó por un brazo con firmeza.

 

—Vamos a casa. —le dijo, guiándolo hasta el automóvil que los esperaba.

 

No hablaron en todo el camino, Shinobu tenía los brazos cruzados sobre su pecho y se veía realmente dolido. Miyagi no sabía que decir.

 

Cuando cruzaron el umbral de su hogar, Shinobu se dirigió hasta su habitación y Miyagi lo detuvo.

 

—Creo que debemos hablar.

 

—¿Por qué no le dijiste que soy tu esposo?  — le espetó Shinobu dolido.

 

—No tengo porque aclararle a ese cretino, nada acerca de mi vida. — se defendió Miyagi.

 

Shinobu lo miró con dolor.

 

—Y preferiste que creyera que era uno más de tu larga lista de amantes ¿fueron muchos Miyagi? ¿Estabas aquí divirtiéndote con ellos mientras yo te esperaba como un idiota allá en el inmundo pueblo que tanto detestas?

 

—No he salido con nadie desde que tú y yo comenzamos a salir.

 

Miyagi estaba verdaderamente indignado con aquella acusación.

 

Shinobu le dio la espalda y se marchó a su habitación, cerrando con un portazo, pero Miyagi no estaba dispuesto a dejar las cosas así.

 

—Shinobu…

 

—¿Sabes porque me he embelesado tanto con la creación del jardín? — Shinobu tenía los ojos llenos de lágrimas y la voz trémula cuando decidió enfrentarse a su esposo. — Nunca estas aquí. Te vas muy temprano y llegas de noche, te veo tan poco. Llevamos dos meses de casado y solo hemos ido dos veces a cenar, no conozco la ciudad y tú no quieres que salga solo a explorarla. Quisiera estudiar algo o buscar algún trabajo, pero tú siempre evades el tema, diciendo que después lo hablaremos. Siempre estas ocupado Miyagi, ya casi nunca hablamos

 

— Soy una persona ocupada, tú lo sabias cuando te casaste conmigo.

 

— ¿Estamos casados Miyagi? Ni siquiera le dijiste a ese hombre que yo era tu esposo, ni siquiera me siento tu esposo. Tenemos dos meses de casados y tu… tu no…

 

Shinobu sentía vergüenza al decir aquello y Miyagi suspirando se acercó y lo abrazó.

 

—No le dije a ese imbécil que estamos casados porque dijo cosas desagradables y lo que quería era golpearlo. Estaré orgulloso de presentarte con mis verdaderos amigos y de que todos vean el hermoso esposo que tengo.

 

Miyagi limpió con besos las cristalinas lágrimas y besó despacio la rosaba boca.

 

—Cuando llegamos aquí, aun estabas convaleciente de tus heridas, ambos estábamos recientes con nuestras pérdidas y luego… bueno es verdad que he estado un poco embebido en el trabajo pero tú también. Cada vez que regresaba ya dormías o estabas tan agotado que apenas te mantenías despierto.

 

Shinobu acarició su rostro, mirándolo con aprensión.

 

—La última vez que hablamos antes de… bueno ese día, me dijiste que querías hacerme muchas cosas. Aun…aun lo deseas.

 

Miyagi sonrió y lo abrazó con fuerza, buscó sus labios entreabiertos dándole un beso que lo dejó tembloroso y sin aliento.

 

—No he dejado de desearlo ni un segundo.

 

Finalmente aquella noche saciaron la sed de sus cuerpos. Miyagi lo tomó muchas veces con una irrefrenable pasión y Shinobu se abrió a ese deseo con emoción y entrega, sintiéndose por primera vez suyo, sintiendo por primera vez los lazos de aquel matrimonio.

 

Miyagi no trabajó el día después, ni el que siguió. Se pasó horas enteras saciando el hambre que había sentido por meses. Cada vez encontraba puntos nuevos, que hacían a Shinobu gritar y gemir de placer. Después de tres días, el ansia se calmó y las cosas volvieron a su cauce.

 

Miyagi organizó una cena en casa y Shinobu fue presentado formalmente. Lamentablemente, aquello, lejos de hacerlos más fuertes, los debilitó aún más.

 

—Es un niño.

 

—De donde lo habrá sacado, vieron cómo se expresa.

 

—Creo que alguien dijo que es del campo.

 

— Eso se nota por su manera de ser, mucha ropa cara pero no oculta su procedencia.

 

—Tanto escoger para quedarse con eso, que desperdicio.

 

—Ya lo habían dicho los rumores, pero no imaginé que de verdad Miyagi se iba a casar con alguien así.

 

Los comentarios no solo se repitieron en aquella aciaga fiesta. En cada reunión social a la que Miyagi insistía en llevarlo, se repetían una y otra vez. A oídos de Miyagi no llegaban los venenosos comentarios, pero siempre había alguien que lastimaba la ya herida autoestima del tímido muchacho, al punto de que decidió no asistir más a ninguna fiesta o cena o gala benéfica, a las que Miyagi era frecuentemente invitado.

 

—Estás haciendo una tormenta en un vaso de agua. — gritaba Miyagi una noche.

 

Shinobu, que ya había llorado mares aquellos meses, esa noche se negaba a llorar más.

 

—Esa gente es grosera y cruel, me niego a oir otra vez lo inadecuando que soy para ti.

 

— Esas son tonterías Shinobu. Te has estado imaginando esas cosas por ese estúpido sentimiento de inferioridad que tienes.

 

Miyagi salió del cuarto dando un portazo y Shinobu se quedó en medio de aquella enorme habitación, que cada día le parecía más fría.

 

Miyagi llegó tarde aquella noche. Shinobu fingía dormir. Se acercó abrazándolo con suavidad.

 

—Lo siento. — susurró a su oído.

 

Shinobu se dio la vuelta y se metió entre sus cálidos brazos.

 

—Miyagi. — susurró quedito. —¿por qué no volvemos al pueblo, aunque sea solo unos días? podemos visitar a tu padre y…

 

—Tengo una idea mejor. — le dijo Miyagi, callándolo con besos. —tengamos un bebé.

 

No era una idea improvisada ni mucho menos. A seis meses de su matrimonio, sentía que las cosas se estaban descontrolando y el, que siempre había sido dueño absoluto del control, no iba a permitir que aquello pasara.

 

Sabía que en el medio social en el que se desenvolvía, había mucha gente venenosa y envidiosa. Muchos envidiaban lo que tenía y sí, aunque criticaran a Shinobu también lo envidiaban, porque era joven, era hermoso, era natural y dulce. Tenía una perfección genuina y real de esas que no compraba el dinero, el poder o las joyas caras.

 

Había personas que apreciaban a Shinobu realmente. Su amigo y socio, que lo había conocido en una de las fiestas, ahora lo visitaba a menudo y le llevaba semillas para su jardín. Los empleados de la casa lo consentían y apreciaban, sobre todo Tano, que se desvivía por su pequeño amo. Su asistente hablaba casi todos los días con él y compartían ideas de cocina y dulces, además también le estaba buscando escuelas para que terminara la preparatoria y cursos de cocina o de jardinería para que ocupara su tiempo en las cosas que le gustaban.

 

Miyagi sabía que tenía que hacer algo para que Shinobu dejara aquel desasosiego que sentía. No estaba contra la idea de ser padre. Aunque Shinobu iba a cumplir dieciocho en pocos meses y eso lo frenaba un poco, pero ahora estaba entre la espada y la pared y entre la opción de volver al pueblo y la de tener un hijo, prefirió intentar la segunda.

 

— ¿Un bebé?

 

—Sí. — le dijo Miyagi, dándole una entusiasta sonrisa. —Una niña con esos ojos grises tuyos y tú hermoso cabello.

 

Shinobu sonrió emocionado y lo besó con dulzura.

 

—O un varoncito con tu fortaleza y esos ojos negros que tanto amo.

 

Miyagi rio complacido. Las cosas volverían a su cauce y pronto Shinobu volvería a ser feliz, con un bebé en camino ya no tendría que sentirse solo, triste o aburrido y él podía volver a tener la vida perfecta que deseaba. Con un esposo hermoso que lo esperaba en casa, y un hijo que completaría su felicidad.

 

Ciertamente el destino lo complació y Shinobu un mes después, tenía buenas noticias. Pero la felicidad solo duró unos días.

 

— ¿Una casa? ¿Para qué quieres una casa, si aquí tenemos todo? Además, una casa como la que quieres, implicaría salir de la ciudad, este lugar es perfecto para mi trabajo y…

 

—Pero no es perfecto para un bebé, Miyagi. — le dijo Shinobu tratando de sonar razonable. —Quisiera que nuestro hijo creciera con todo lo que nosotros tuvimos, el aire del mar, el campo un espacio para correr.

 

Miyagi perdió la paciencia, estrellando su puño contra la mesa del comedor, donde llevaban a cabo su discusión.

 

—¿Por qué demonios nunca estas conforme? Jamás es suficiente para ti. Nunca hago nada bien.

 

— ¿Miyagui que dices? — Shinobu no entendía el porqué de su ira.

 

Y Miyagi estaba más allá de la furia.

 

—Pensé que si te daba un hijo te aplacarías, pero no, ahora quieres más. Sigues queriendo volver a ese maldito pueblucho. Estoy harto de ti, lárgate si eso es lo que quieres. Pero si te quedas aquí, debes saber que no voy a comprar una casa en ninguna parte, este es mi hogar y así seguirá siendo.

 

Miyagi se marchó ese día y no volvió sino hasta dos semanas después. Shinobu seguía allí, había renunciado a una parte de sí mismo, por amor.

 

Dejar a Miyagi era casi imposible, lo amaba y ahora esperaban un hijo ¿Cómo dejarlo? Miyagi se sintió complacido al conseguir su objetivo, no se disculpó por sus crueles palabras y tampoco alteró su ritmo habitual. Sentía que de alguna forma había conseguido que Shinobu agradeciera lo que él le daba y así, se sentía satisfecho con sus logros y su perfecta vida.

 

No se dio cuenta que en aquel tiempo, Shinobu se fue apagando entre las paredes de aquel lugar. La luz de su mirada se fue perdiendo y las lágrimas, la soledad y la tristeza, se hicieron habituales en la vida del joven.

 

El socio de Miyagi lo visitaba y le traía regalos para el bebé, a veces conversaban por largo rato y Shinobu agradecía aquellas visitas. Terminar sus estudios o hacer algún curso fue postergado, lo primero era su bebé. Tano se preocupaba por alimentarlo bien y ayudarlo en el jardín hermoso que había creado.

 

Pero nada podía aplacar la tristeza de Shinobu, la profunda soledad que sentía. Y así todos los vieron apagarse poco a poco, menos el que debería haber velado por su felicidad.

 

Hasta que un día, Shinobu arreglaba su pequeño jardín, el lugar donde desahogaba su tristeza, sus penas. Tenía cinco meses de embarazo y estaban en pleno invierno, las plantas se defendían contra el inclemente clima y hubo una, una sola flor, que abrió sus ojos a la realidad que había negado por amor.

 

La hermosa flor se había enfrentado al invierno y sus pétalos se abrían en un fulgurante naranja, como el sol del atardecer, como el brillante sol de sus recuerdos. Allí estaba ella, luchando sola contra la adversidad, hermosa, fulgurante, valiente.

 

El sintió que también podía, el sintió que ya había llorado demasiado y que allí, en es frio lugar, no iba a ser feliz, jamás.

 

Esa tarde, Shinobu tomó sus pocas pertenecías, aquellas que había ocultado en un viejo maletín. Tomó la planta y la protegió en un pequeño matero. Se despidió de Tano y de todo el personal y antes de que Miyagi llegara, tomó un tren rumbo a su hogar.

 

Miyagi solo encontró una nota, al llegar a su casa.

 

Ya no puedo seguir viviendo así, es obvio que ambos nos equivocamos. El amor no siempre es suficiente y aunque yo te amé no puedo seguir siendo un adorno en  tu perfecta vida. Mi hijo se merece algo más. Se merece el amor, el respeto y la felicidad con la que yo crecí.

 

Adiós Miyagi, quiero el divorcio.”

 

Miyagi pasó días sin poder creer lo que había pasado y sin querer aceptar que toda la culpa había sido de él.

 

******

 

Buscar el culpable en la ruptura de una relación, no significa que vayas a lograr salvar la misma. Los errores pueden ser muchos y las culpas también pueden ser compartidas, porque al fin y al cabo, una relación siempre es de dos.

 

Culpa era uno de los problemas que afectaban al reciente matrimonio, que esa tarde regresaba de su hermosa luna de miel. Habían pasado unos días idílicos en las deslumbrantes playas de Hawái, los hermosos paisajes de la isla le habían brindado a la pareja, perfectos escenarios para consumar su amor y afianzar los lazos que iban a unirlos en adelante.

 

Pero la realidad llega aunque no la esperes, aunque trates de huir de ella y allí estaban de nuevo, entre bastidores de conciertos, en entrevistas de televisión, en firmas de autógrafos y preparando una gira por todo el país.

 

Akihiko no se quejaba, era placentero trabajar para su esposo y eso les daba la oportunidad de permanecer siempre juntos, evitando esas molestas separaciones que afectaban a la mayoría de las parejas de famosos.

 

—Mañana no hagas ninguna cita de trabajo, recuerda que vamos al médico.

 

Akihiko le sonrió a su esposo esa mañana y asintió obediente, pero no le gustaba nada aquella idea. Tenían ya un año de casados y las cosas habían marchado en apariencia muy bien, pero había una pequeña piedrita que molestaba en sus zapatos.

 

Misaki quería tener un bebé y a pesar de los argumentos de su reciente matrimonio y ajetreada agenda, se le había metido en la cabeza la idea y nadie podía sacarla de allí. Akihiko haba recurrido a sus suegros e incluso a su cuñado por consejo, pero no ayudaba que este ya estuviera a la espera de su segundo hijo.

 

Misaki miraba a su sobrina con emoción y no hacía más que hablar sobre los hijos que pronto tendría. No era que Akihiko estuviera en contra de tener hijos, su preocupación radicaba en el hecho de no poder cumplir el sueño de su esposo. Después del accidente y de los múltiples problemas que vinieron con su recuperación, una de las cosas que habían quedado sobre el tapete, era su capacidad para darle un hijo a una futura pareja. No era que fuera imposible, solo que iba a ser muy difícil, pues uno de sus testículos había quedado muy dañado con el accidente.

 

—El conteo de esperma es muy bajo y tenemos mala calidad. Haremos varios tests para comenzar un tratamiento. Buscaremos lograr el embarazo por fertilización in vitro en caso de que las otras opciones no funcionen.

 

Misaki escuchaba las recomendaciones del médico con la mano de su esposo fuertemente aferrada entre las suyas. No había esperado aquellas noticias, aunque Akihiko ya le había informado de su problema. Pero estaban en el siglo veintiuno, debía haber algo para hacer y a esa esperanza se había aferrado.

 

Cuando llegaron ese día a su hogar, Misaki conservaba su carácter alegre, pero Akihiko estaba apático y distante. Se disculpó y se encerró en su estudio, de donde no salió sino hasta que Misaki fue a buscarle, para que cenaran juntos.

 

Akihiko cenó en aparente tranquilidad y conversaron de cosas triviales, más tarde en la habitación, siguieron la rutina de siempre y cuando Misaki fue a meterse entre sus brazos, este besó su frente y le dio la espalada, con un escueto “buenas noches”.

 

Misaki no se dio por vencido y se acurrucó en la ancha espalda de su esposo, llenándola de suaves besos.

 

—Misaki tengo sueño y mañana tenemos mucho que hacer.

 

Misaki acarició la tensa espalda y recostó su cabeza de ella, murmurando con dulzura:

 

—No tienes sueño, estas preocupado y no tienes por qué estarlo, todo va a salir bien. Yo te amo y tú me amas, no hay nada que juntos no podamos superar.

 

Akihiko se dio la vuelta y con un suspiro lo metió entre sus brazos, se besaron esa noche hasta que su labios dolieron e hicieron el amor hasta el agotamiento, buscando alejar los molestos pensamientos que los acechaban.

 

Pero la mañana llegó y con ello los días difíciles que estaban por venir.

 

El tratamiento era bastante duro para Akihiko, pero soportó con estoicismo, los dolores de cabeza, los calambres, las náuseas y todo eso sin quejarse ni una vez, sin hacer nada para que Misaki notara su malestar. Cuando terminó, habían pasado seis meses más y tratar un embarazo dirigido era la técnica a utilizar. Los días comenzaron en un rutina de sexo con un único objetivo, que muchas veces los dejaba vacíos y desganados.

 

Aunado a eso, estaba el trabajo que no habían podido detener, pues la carrera exitosa de Misaki también era muy exigente y tenían muchos compromisos que no podían eludir ni aunque quisieran. Así vivieron aquella experiencia, en medio de una gira agotadora, que trajo consigo muchas discusiones y desavenencias que fueron agrietando la coraza que protegía al feliz matrimonio.

 

—Hoy no Misaki. — murmuró una noche Akihiko, mientras veía a su esposo venir a él con una cansada sonrisa. — dejemos esto para mañana, un día que no lo intentemos, no va a hacer la diferencia.

 

Misaki sintió aquellas palabras como una bofetada, pero no demostró su dolor, se acercó a su esposo, lo besó y caminó hasta la cama para acurrucarse en ella. Akihiko sabía que Misaki estaba dolido, lo sabía porque lo conocía muy bien, pero su esposo últimamente había tomado por costumbre ocultar sus emociones. Había ido perfeccionando muy bien la técnica y hasta había momentos en los que Akihiko no sabía si de verdad estaba bien o solo fingía.

 

Pero ese día no estaba de ánimos para sexo y mucho menos para psicoanalizar la coraza de protección que su esposo estaba irguiendo a su alrededor. Para quien los miraba desde fuera, eran un matrimonio ideal y feliz. Cuando visitaban a sus familiares no había más que elogios para ellos, la prensa los calificaba como la pareja de ensueño y todos estaban a la espera del pequeño bebé, que no haría más que agrandar la perfección que los rodeaba.

 

Mas él bebé no llegaba y ellos, dentro de las cuatro paredes que los protegían de las vistas indiscretas, se convertían cada vez más, en dos extraños que compartían un hogar.

 

Un mes después, tuvieron una buena noticia. Misaki no cabía en sí de felicidad y Akihiko sentía un gran alivio. La noticia corrió por semanas en todos los medios. La pareja esperaba su primer bebé. Aquellos días fueron felices, celebraban en todos lados y Misaki se habían vuelto loco comprando cosas.

 

—Vas a tener que hacer dos cuartos para él bebé, como sigas comprando cosas. — le dijo Akihiko una tarde, al ver que su esposo llegaba a casa cargado de paquetes.

 

Misaki hizo una mueca de disculpa y con una brillante sonrisa, se metió en los brazos de su esposo.

 

—Es que no puedo evitarlo, cada vez que paso por una tienda quiero comprarlo todo. Pero no importa, así nos quedaran cosas para cuando tengamos a nuestro segundo bebé.

 

Akihiko lo miró frunciendo el ceño con desaprobación.

 

—¿No hemos tenido este y ya estas planeando el segundo?

 

Ciertamente, volver a pasar por toda aquella extenuante experiencia, no era una idea muy placentera para Akihiko.

 

—Akihiko él bebé no puede quedarse solo, debe tener un hermanito o hermanita.

 

Akihiko sonrió y lo besó, dando por terminado el tema, todavía tenían mucho tiempo para pensar en eso. Misaki seguía conversando mientras sacaba las cosas de los paquetes.

 

—¿Sabes? siempre imagine que cuando nos casáramos tendríamos dos hijos y una hermosa casa. Soñaba que era grande y espaciosa, con un patio enorme para que tú hicieras parrilladas con tus amigos y para que los niños jugaran.

 

Akihiko resopló con escepticismo.

 

—¿Parrilladas? ¿Con que tiempo? Y si hiciéramos una reunión en casa con todos nuestros amigos, tendríamos que contratar un contingente de seguridad, cariño, porque toda la prensa querría estar metida aquí, viendo el desfile de estrellas.

 

Misaki lo miró pensativo, unos segundos.

 

—He pensado en…dejar de cantar.

 

Ahora, eso sorprendió a Akihiko y lo hizo sentarse en una silla, mirando a su esposo con asombro.

 

— ¿Desde cuándo? No me habías comentado nada y ¿ahora? Tu carrera está en la cima. Tú, amas cantar.

 

Misaki se sentó a su lado, tomando su mano con una cálida sonrisa.

 

—Pero te amo más a ti y a nuestra familia. La verdad es que quiero que tengamos una vida normal, sin todo este ajetreo que trae la fama.

 

Era una razón válida y Akihiko no estaba en contra de que Misaki dejara de cantar si eso lo iba a hacer feliz. Dejaron el tema y se dispusieron a arreglar las cosas que Misaki había traído. Dos semanas después el sueño se acabó.

 

Akihiko había tenido que llevar a su esposo a emergencias. Misaki padecía unos dolores terribles cuando lo sacó de la casa. Al llegar al hospital se había desmayado y tenía una hemorragia.

 

Cuando despertó finalmente, eran las nueva de la mañana y un sol fulgurante iluminaba la blanca habitación. Akihiko estaba a su lado, sentado en una silla y tomaba su mano, no la había soltado en toda la noche.

 

—¿No fue una pesadilla, verdad? — preguntó Misaki, con la voz rota de dolor.

 

Akihiko derramó unas sentidas lágrimas y besó la mano que sostenía con amor. Negó con la cabeza incapaz de decir nada, porque no podía decir nada para aliviar el dolor que veía en los ojos de Misaki.

 

La noticia duró muchos días. Misaki salió del hospital en medio de un barullo de periodistas gritando preguntas y sacando fotografías. Se refugiaron en casa de los padres de Misaki, pues en su hogar, Misaki no se sentía cómodo. Aunque Akihiko había sacado todas las cosas del bebe y las había guardado en un almacén, aún quedaban los recuerdos.

 

Al pasar los días, el dolor se apaciguó y ellos, con su amor, se dieron consuelo. Juntos hicieron un frente en común para superar aquella tragedia y volver a trabajo, les dio el escape para irla superando poco a poco.

 

Pero la idea permaneció en la mente de Misaki y no pasó mucho tiempo para que se volviera a hablar acerca de tener un bebé. Solo que el destino parecía negarles la posibilidad de tener familia. Tres veces más lo intentaron, la primera por medios naturales, las siguientes a través de un prestigioso laboratorio de fertilidad. Pero cada vez que Misaki lograba un embarazo, era cuestión de tiempo para que se malograra.

 

Después de cada aborto, las heridas se fueron haciendo más y más grandes. Era cierto que habían sobrellevado con entereza cada pérdida. Akihiko era un apoyo incondicional para Misaki y se convertía en su pilar de consuelo cuando este se derrumbaba por el dolor, pero ya le estaban fallando las fuerzas y después del último aborto, cuando se habló de un intento más, se quebró su fortaleza.

 

—No voy a permitir que vuelvas a pasar por esto. — discutían esa tarde.

 

— Es mi cuerpo y tengo derecho a decidir.

 

Misaki lloraba, indignado por la negativa de su esposo.

 

—Es tu cuerpo, pero yo también tengo que soportar los tratamientos y además, tengo que ver cómo te destruyes y te desgastas en todo el proceso. Tengo que pasar el terror de perderte cada vez que tienes un maldito aborto.

 

Misaki se cubrió la boca con las manos temblorosas, las peleas se habían hecho frecuentes, pero Akihiko jamás había sido tan cruel. Salió de la habitación y de la casa y no regreso sino hasta la noche. Akihiko estaba sentado en la sala, mirando el techo. Cuando Misaki entró y dejó las llaves sobre el mueblecito donde siempre estaban, Akihiko supo que algo en su esposo había cambiado.

 

—No lo intentaré más. — le dijo Misaki, con una serena expresión. —Tienes razón, esto nos desgasta a ambos y…debemos seguir adelante.

 

Akihiko se puso de pie y aun mirándolo con sospecha, lo abrazó. Después de todo, eso era lo mejor para los dos.

 

Los días siguientes, los meses siguientes, los años siguientes. Akihiko tuvo la certeza de que ese día lo había perdido. Que el Misaki que regresó esa tarde no sería más el hermosos y dulce joven que le cantaba en el jardín, que salvó su vida,  que lo amo con locura, solo por un tiempo.

 

Hablaba, reía, compartía, pero no era el mismo. Era una fachada muy bien elaborada que hasta para él, algunas veces era convincente.

 

—Estoy harto de tu sonrisa falsa. — le dijo en medio de una discusión.  — ¿Qué demonios te pasa Misaki? ¿Por qué no reaccionas? Grita, llora, haz algo maldita sea, pero deja de sonreír como si todo estuviera bien, porque no lo está.

 

—No sé de qué hablas, Akihiko. Solo porque no me quiero tomar un descanso, tú armas todo este lio.

 

La indiferencia con la que le habló Misaki, lo sacó más de sus casillas, pero estaban en un hotel y sus compañeros de trabajo descansaban en habitaciones contiguas. Además de que la prensa estaba esperando cualquier resbalón, para volver a hacerlos noticias de sus páginas amarillistas.

 

—Llevamos dos años trabajando sin descanso, Misaki. En lo que termine el tour podemos hacer un receso e irnos de viaje. Tu querías ir a Australia y a Holanda, podríamos ir y…

 

Misaki interrumpió las palabras de su esposo, no quería vacaciones, no quería viajes, no quería pensar ¿de qué iba a servir?

 

—No puedo parar ahora Akihiko, voy a tomar ese tiempo para trabajar en el nuevo disco, ya llevo dos años si sacar nada nuevo, no puedo dejar pasar más tiempo.

 

Akihiko suspiró cansado y salió al balcón de la habitación, para encender un cigarro. Muy pronto sintió le calor de su esposo tras él.

 

—Si necesitas un descanso, si quieres viajar…

 

Akihiko tiró el cigarro al suelo y lo pisó, riendo con amargura.

 

—Vaya que bien, me das permiso para irme. — le dijo con sarcasmo. —¿y que pasa contigo? ¿Qué pasa si yo quiero irme contigo? Que pasó con la persona que me dijo que quería retirarse y vivir una vida normal.

 

Misaki negó con la cabeza y asustado por dejar caer la coraza que lo había estado protegiendo, le dio la espalada a su esposo.

 

—Eso…eso fue en otra época.

 

—¿Otra época? — preguntó Akihiko molesto y Misaki le respondió de la misma forma. —Si Akihiko, otra época, la época en la que pensé que podríamos tener una familia.

 

Misaki sintió que era muy tarde para recoger sus palabras, cuando el dolor en la cara de Akihiko, lo hizo sentir miserable y estúpido.

 

Akihiko tomó su chaqueta y se dispuso a salir de la habitación, Miskai no hizo el intento de detenerlo. Para que, ya lo había lastimado.

 

—Yo pensé que yo era tu familia, pensé que eso era el matrimonio, pensé que eso era el amor. — murmuró Akihiko, antes de salir de la habitación.

 

Misaki, unos meses después, entró al estudio de grabación y Akihiko lo acompañó en el proceso. Después de aquella discusión no habían vuelto a tocar el tema, pero las peleas no cesaron.

 

Un día, luego de haber discutido acaloradamente. Akihiko se encerró en su habitación, preparó sus maletas y pasó por un lado de Misaki, que lo miraba apenado.

 

Ya en la puerta, trató de detenerlo, pero Akihiko solo le dijo.

 

—No puedo más Misaki.

 

Se marchó y Misaki pensó que solo serían unos días, pero pasó todo un mes antes de que volviera a saber de él. Cuando ya Misaki había decidido ir a buscarle a donde fuera que estuviera, llegó a su casa un mensajero, con un paquete de Akihiko. Misaki leyó el contenido y se quedó sin palabras.

 

Se vieron muchas veces después de aquel día, pero en compañía de abogados y en juzgados. La familia de Misaki y la de Akihiko habían hecho un frente en común para ayudar a la joven pareja a resolver sus problemas, pero las reuniones entre Akihiko y Misaki nunca llegaban a nada.

 

—Eres un frio corazón de piedra. — le dijo Akihiko la última vez que hablaron como esposos.

 

 Unos meses después, firmaron el divorcio.

 

El final de cada uno siempre es diferente, como afronten el futuro definirá también las historias que escribirán para sus vidas. Pero lo que sí es igual en todos los corazones, es el deseo de ser felices y eso se puede lograr estando juntos o definitivamente separados.


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