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DIVORCIADOS por Butterflyblue

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Notas del capitulo:

Me despido con este ultimo capitulo, espero lo disfruten. Si quieren un epilogo haganmelo saber y yo creo que las complacere. Besos mil y garcias por leer.

 

Ah y despues de este capi contestare sus mensajes, besitos.

Divorciados

 

Llegar esa tarde fue un alivio, con sus ocho meses de embarazo ya no era tan fácil la rutina de trabajo que se había impuesto. Se sentó en el cómodo sofá de su pequeña salita y estiró sus piernas que ahora lucían un poco hinchadas.

 

“Ese marido tuyo debería correr con todos tus gastos”

 

Shinobu recordó entre suspiros, las palabras de su entrometida vecina, esa mañana. Cerró los ojos y acarició con cariño su abultado vientre. No era como si Miyagi se hubiese desentendido completamente de él. No, su esposo había trasferido una fuerte suma de dinero a su cuenta de ahorros unos días después de que él se hubiese marchado de Tokio.

 

La comunicación había sido casi nula entre ellos. Miyagi le había llamado al día siguiente de su partida exigiéndole una explicación.

 

“Exigiéndome, como si el tuviera derecho a exigir”

 

Pensó Shinobu con molestia, recordando la breve conversación que había tenido con su hasta ese momento, esposo. Desde ese día, cuando su negativa a regresar había sido enfática y contundente, no habían vuelto a hablar. Shinobu se había puesto en contacto con el único amigo de su esposo con el que había hecho empatía y le pidió ayuda para conseguir asesoría legal. Así, había tramitado todo lo relacionado con su divorcio, una semana atrás le habían llegado los papeles finales que tenía que firmar y los había firmado sin pestañear. Ahora solo esperaba que Miyagi los firmara también, para que su divorcio quedara finalizado.

 

Cuando su bebé se movió en su interior, Shinobu sintió nostalgia y tristeza. Los pensamientos lúgubres estaban en su mente, acosándolo y había una felicidad muy grande creciendo dentro de sí, por la que debía hacer un esfuerzo. Sin embargo, estaba allí y se sentía solo, cansado y muy asustado, por todo lo que tendría que vivir en adelante, sin la compañía de nadie que lo apoyara.

 

Muy a su pesar, las lágrimas le ganaron a su fuerza de voluntad y con su bebé aun moviéndose en su vientre, Shinobu lloró por un largo rato, mientras lo acariciaba, hablándole dulcemente. Intentaba conseguir las fuerzas que lo habían motivado hasta ese momento y que ese día parecían haberle abandonado.

 

Cuando la noche llegó, lo encontró calmado y sereno, quizás llorar le había hecho bien. Se disponía a prepararse algo de cenar cuando tocaron a su puerta. Sonrió tranquilo, pues sabía quién era. Su suegro lo visitaba muchas veces. El anciano siempre le llevaba cosas al bebé y comida del pequeño restaurant del que era dueño.

 

—Te ves cansado hoy, Shinobu-kun. — le dijo su suegro, mientras lo ayudaba a poner la mesa para compartir la cena que le había llevado. — ¿No deberías tomarte ya un descanso? Yo…yo podría ayudarte…ya sabes, con dinero.

 

El hombre sabía cuan orgulloso era el jovencito al que apreciaba como un hijo y eso le gustaba de él, pero en aquel momento, Shinobu necesitaba ayuda y ya que el estúpido de su hijo se había comportado tan mal con él, era su deber apoyarle y más ahora que su nieto estaba por nacer.

 

Shinobu le sonrió a su suegro y lo instó a sentarse mientras servía lentamente la comida.

 

—Solo estaré unos días más en el mercado Yö sama. Con lo que usted me ha comprado y lo que yo he podido comprar, con lo que he ganado, tengo todo lo que necesito para él bebé. Por lo menos los primeros meses hasta que me recupere del parto y pueda volver a trabajar.

 

El anciano no tocó más el tema, sabía que para Shinobu era vital salir adelante por sí mismo, se lo debía para restaurar la autoestima que había perdido.

 

—Mi querida esposa y tus padres deben estar muy orgullosos de ti. Estoy seguro que desde donde estén van a cuidar de ti y de mi nieto.

 

Shinobu despidió a su suegro una hora después, la compañía era grata y saber que alguien lo apoyaba también era un alivio. Se dio un baño y se acostó en su cama, pensando que al día siguiente visitaría las tumbas de sus padres y quizás se tomaría el día para pasear por la playa. Era hora de tomarse un descanso.

 

Precisamente un descanso o más bien una pausa, era la decisión tomada por el causante de todo aquel lio.

 

—Sí, también cancela esas reuniones. — Le decía Miyagi a su asistente esa tarde. —No quiero que pautes nada por lo menos por tres meses y todo lo que tenga que ver con las negociaciones extranjeras pásalas con mi socio, él se encargará.

 

Tal parecía que las palabras de su amigo esa mañana habían hecho efecto.

 

—Miyagi, Shinobu no se fue porque hubiese otro hombre. Se fue porque te negaste a ver que no era feliz, se fue porque…”

 

Miyagi, de pie frente al ventanal de su oficina y con las manos metidas en sus bolsillos, frunció el ceño al recordar aquellas palabras. Era verdad, aunque no había querido reconocerlo, era verdad, Shinobu se había ido apagando y él no lo había visto, él no lo había aceptado.

 

Había hablado con su mayordomo esa tarde y no le gustó nada lo que escuchó.

 

— El amo Shinobu, al principio siempre estaba sonriendo, los últimos meses, ya no lo hacía. Trataba de disimular cuando le llevaba su jugo a la terraza, pero yo sabía que estaba llorando, siempre estaba llorando. Todos estábamos preocupados por él y por el bebé. Eso no era bueno, no era bueno ser tan infeliz.

 

No había reproche en la voz del hombre, pero si una profunda pena. Todos querían a Shinobu, todos menos el, al parecer, pues había sido el único en no darse cuenta de lo que ocurría.

 

—Yô sama… Yô sama…

 

Miyagi suspiró y se dio la vuelta para atender las insistentes llamadas de su asistente.

 

—El contrato con la corporación en Shanghái ¿Qué debo hacer con eso? Tiene dos viajes programados para este mes.

 

—Cancélalos. Cancela todo, no voy a ocuparme de nada de la empresa, en estos meses.

 

El Miyagi Yô de otro tiempo, no habría dejado perder un negocio millonario como aquel, pero tenía en ese momento algo más vital que atender, se estaba jugando su futuro.

 

Le tomó una semana dejar todo zanjado en la empresa y una vez que su socio regresó del pueblo, donde había estado vigilando a Shinobu por pedido expreso de Miyagi, se hizo cargo de la empresa, mientras este, volvía a su antiguo hogar para salvar su matrimonio o terminarlo de hundir.

 

Shinobu volvía desanimado, esa tarde a casa. Su cita en el pequeño hospital del pueblo no había sido muy buena.

 

—Tienes la tensión un poco alta y estas reteniendo líquido, por eso se te están inflamando las piernas, necesitas guardar reposo.

 

Las palabras de la doctora que le atendía, habían sido contundentes y sin poderlo evitar se sentía más solo que nunca, aquel día. Después de pensarlo un poco, llamó a su suegro y le contó todo lo que ocurría. Una de las sugerencias de la doctora, había sido no pasar solo lo que restara de embarazo, podía ocurrir que en cualquier momento necesitara ayuda y esta no llegara a tiempo.

 

Su suegro estuvo encantado de recibirle en la casa. Le había hablado con entusiasmo de prepararle una habitación y contratar a alguna joven del pueblo para que le atendiera y le ayudara con el bebé cuando este naciera.

 

Shinobu estaba preparando una maleta, cuando alguien tocó la puerta de su casa. Sonrió resignado, pues aunque le había dicho a su suegro que él podía ir solo a la casa, supuso que este no se había aguantado y había ido a buscarle. Pero la cara bonachona del anciano no fue la que encontró, sino la de alguien que no había esperado volver a ver.

 

Miyagi llegó casi anocheciendo a su antiguo hogar, su padre, al verlo, no pudo contener la emoción y tampoco la molestia. El anciano estuvo regañándole por casi una hora y Miyagi soportó estoicamente todo aquel discurso, pues sabía que de cierta forma, se lo merecía.

 

Felizmente, una llamada apaciguó el regaño y le dio a Miyagi, la oportunidad que tanto necesitaba.

 

Estuvo parado frente a la humilde casita casi por diez minutos, por primera vez se sentía inseguro. No era una sensación agradable para alguien que siempre había tenido su vida bajo control.

 

—No le vayas a hacer más daño al pobre muchacho, si has venido solo para volver a llevártelo y encerrarlo en esa jaula que llamas casa, es mejor que te largues. Ese joven es una persona noble y sensible que se merece que lo amen y lo cuiden, no es un objeto que compraste para tu colección de cosas inútiles que ni tu sabes para que las quieres.

 

Su padre no había ayudado mucho con aquellas palabras, lo hacían sentir como un ser egoísta, presuntuoso y sin sentimientos. Verse de aquella forma no le gustaba. Finalmente se decidió a tocar y cuando Shinobu abrió, se preguntó porque había perdido tanto tiempo en buscarlo, si allí frente a él, estaba todo lo que amaba.

 

—Mi-Miyagi san… —murmuró Shinobu al verlo, era como si hubiese visto un fantasma.

 

— ¿Puedo pasar?

 

Shinobu no pudo evitar estremecerse al escuchar aquella suave voz. Sintió que volvía a una época feliz de su vida, cuando creía en el amor, cuando pensó que había encontrado en Miyagi, a la persona para compartir el resto de su vida.

 

Su hijo también parecía emocionado, porque comenzó a moverse con fuerza dentro de su vientre, lo que hizo que Shinobu pasara su mano por la prominente redondez.

 

—Está más grande. —le dijo Miyagi sonriendo tiernamente, mientras señalaba su primorosa barriguita.

 

Shinobu cubrió su boca para evitar dejar salir los sollozos que lo estaban ahogando. Miyagi muy pocas veces se había referido al bebé con aquella ternura. Sí, hablaban de su embarazo, pero siempre había una dolorosa frialdad, como si a Miyagi no le interesara su hijo, como si lo único que en verdad le importara era tenerlo allí, metido en aquel frio departamento y él bebé solo hubiese sido la excusa para retenerlo.

 

—Por favor… vete. — le rogó entre lágrimas.

 

Miyagi quería abrazarlo, quería borrar todo el dolor que le había causado. Quería que volviera a sonreír, quería hacerlo feliz.

 

—Shinobu yo…

 

—No… —gritó Shinobu, enceguecido por la rabia y por el dolor. — ¿Cómo te atreves a venir aquí? ¿Cómo te atreves a mirarme de esa forma, como si te importara mi hijo?

 

—Me importa nuestro hijo…

—Mentiroso, eres un mentiroso. Nunca te importó. Lo usaste para retenerme, lo usaste para mantenerme encerrado en aquel horrible lugar.

 

Miyagi respiró profundo, aquello no estaba saliendo como él quería y Shinobu no podía estar recibiendo disgustos. Su padre se lo había dejado muy claro, Shinobu estaba muy delicado.

 

—Por favor cálmate, déjame entrar para que hablemos con calma.

 

Ni la voz suave, ni la mirada dulce, ni los ademanes conciliadores, nada convencía al iracundo Shinobu, que solo quería a aquel hombre muy lejos de su vida.

 

—¿Ahora si quieres hablar? ¿Qué pasa con todas las veces que yo quise hablar? Te llame en incontables oportunidades a tu oficina, yo estaba solo, triste, deprimido y tú ¿qué me decías? ¿Qué me decías Miyagi?

 

Sí, era cierto, estaba ocupado, siempre había estado ocupado para atender aquellas llamadas. Llamadas que para él, solo eran caprichos de un niño tonto, ingenuo y demandante, al que se le había dado todo, pero no estaba conforme.

 

—Sé que cometí muchos errores pero…

 

— ¿Pero qué Miyagi? ¿Quieres otra oportunidad? ¿Crees que vas a volver a engañarme? Nada me va a convencer de irme de mi hogar. Porque este es mi hogar. En este inmundo pueblo como una vez lo llamaste, tengo yo mi vida y aquí quiero que nazca mi hijo, así que perdiste tu tiempo. Ya no te amo Miyagi, ya no puedes hacerme daño.

 

A Miyagi no le dio tiempo de decir nada más, pues Shinobu le cerró la puerta en la cara. Con dolor lo escuchó sollozar tras la puerta cerrada, mientras le susurraba palabras dulces a su bebé.

 

—Shinobu. — murmuró, recostado de la puerta. —Sé que soy un monstruo, que me comporté como el peor de los idiotas contigo. También sé que no merezco que me perdones y la verdad, en este momento no sé qué hago aquí, causándote más dolor del que ya te he causado. —Los sollozos de Shinobu se intensificaron y Miyagi apretó sus puños contra la puerta, sintiéndose impotente. —Por favor, no llores más, yo no valgo esas lágrimas. Mira, ya voy a irme, solo quería decirte que, si amo a nuestro bebé. Sé que no te lo demostré, pero me creas o no, tenía miedo. ¿Sabes? tenías razón, yo quería que te embarazaras para retenerte, para que dejaras de pensar en regresar a este lugar. Pero cuando me dijiste que esperabas un bebé, cuando mi egoísta deseo se hizo una contundente realidad, no pude evitar sentirme como una basura.

 

Miyagi suspiró y metió las manos en sus bolsillos, bajando la cabeza en una actitud derrotada.

 

—Apenas tienes diecisiete años, tenías tantas cosas por vivir, yo pude haberte dado tanto y sin embargo te confine en aquel lugar que sabía que odiabas y encima te embarace. Sí, es verdad, me encerré en mi orgullo y me convencí que había hecho lo correcto, pero no era así y mi corazón lo sabía. Por eso te evitaba, por eso evitaba hablar del bebé, porque sentía vergüenza, vergüenza de mí, de que nuestro hijo supiera que lo había utilizado para retenerte a mi lado.

 

Miyagi le dio la espalada a la puerta dispuesto a marcharse.

 

—Sé que no merezco que me perdones Shinobu, pero no voy a dejar de luchar, aunque ya no tenga esperanzas.

 

Shinobu apenas durmió esa noche, después de la crisis de llanto, llegaron horas de nostalgia. Su suegro le había llamado un rato después de que Miyagi se marchara, los planes de irse a su casa habían quedado cancelados por obvias razones y el anciano le había propuesto llamarle cada cierto tiempo y pasarse por allí cada vez que pudiera, por si necesitaba ayuda. Lo que no le había dicho el hombre, es que Miyagi se había instalado en su antigua habitación y no tenía intención alguna de marcharse del pueblo.

 

Pasada una semana y en la segunda consulta con su doctora, las noticias mejoraron. Su embrazo estaba perfecto y su salud estaba colaborando con él. La doctora había levantado el reposo y Shinobu podía respirar tranquilo, pues nada malo le pasaría a su bebé, en esos pocos días que le quedaban para dar a luz.

 

Miyagi no había vuelto por la casa, pero las cestas misteriosas de comida, que aparecían en su puerta cada mañana, así como los regalos y juguetes para su bebé, no eran coincidencias. Shinobu, preocupado por el bienestar de su hijo, había decidido tomarse las cosas con calma. Trataba en lo posible de evitar pensar en el padre de su hijo y se tomaba aquellos regalos como cosas que le daba el abuelo del bebé.

 

Contento por recibir tan buenas noticias y después de días de reposo, decidió darse una vuelta por el puerto. Caminar un rato por la orilla del mar y respirar el aire puro, le ayudaría a calmar sus pensamientos y a tomar decisiones sobre su futuro. Porque Shinobu tenía claro que no podía negarle a su hijo la posibilidad de conocer a su padre y si Miyagi quería involucrarse en la vida de su bebé, él no iba a impedírselo. Solo que sería bajo sus condiciones, pues Shinobu no deseaba que su hijo creciera pensando que el dinero, el poder y el estatus social, eran más importantes que una vida sencilla y llena de armonía, de amor, de confianza y de respeto.

 

Era media tarde, Shinobu se sentó en el tronco de un árbol caído y miró con nostalgia el vasto mar. Era la hora en la que los pescadores regresaban al puerto y su sorpresa fue mayúscula, cuando de una de aquellas muchas barquitas, descendió Miyagi.

 

Jamás lo había visto así, traía unos pantalones austeros y raídos y una camisa blanca cubría su bronceada piel. Las manos que siempre estaban limpias y bien cuidadas, sostenían una red llena de peces y sus pies descalzos se movían con soltura sobre las deslucidas maderas del viejo embarcadero.

 

Shinobu sintió que su corazón se detenía, cuando lo vio sonreír como no lo había visto antes. Se veía feliz, relajado, conversaba con unos jóvenes que también descargaban su pesca, se veía como uno más de ellos, solo que más guapo y perfecto.

 

No pudo dejar de sentir el anhelo de acercarse, de verlo de aquella forma tan libre, tan honesta. Como si por primera vez conociera al verdadero Miyagi.

 

Miyagi sintió que lo miraban y paseó su vista por todo el malecón, hasta que lo vio. Sonrió, tenía días sin verlo y la verdad pensaba que no lo volvería a ver, pero allí estaba y su día no podía mejorar más. Alzó su mano y lo saludó, esperando que le permitiera acercarse.

 

Shinobu estaba relajado y contento porque su bebé estaba bien y si quería resolver las cosas para el futuro de su hijo, por algún lado debía empezar. Alzó su mano y devolvió el saludo. No hizo ningún intento de irse cuando Miyagi comenzó a acercarse.

 

—Hola. —saludó Miyagi tímidamente. — ¿tú no estabas de reposo?

 

Shinobu acarició su vientre con una sonrisa.

 

—Acabo de salir de la consulta y la doctora dijo que todo está bien con el bebé. Me dijo que ya no estaba de reposo y bueno, solo queda esperar unos días más para que nazca.

 

“Unos días más”

 

Miyagi celebró en su mente, no quería molestar a Shinobu. Caminó un poco hasta la orilla del mar y mojó sus pies en el agua cristalina, sonriendo con alegría. En unos días nacería su hijo, la emoción que sentía era inmensa. La sonrisa se borró de su rostro cuando pensó que no podría celebrarlo con quien quería.

 

— ¿Estabas pescando? —le preguntó Shinobu, sacándolo de sus pensamientos.

 

Miyagi se dio la vuelta, mirándolo con una profunda nostalgia.

 

—Sí, mi padre quería pescados para el restaurant esta noche y yo me ofrecí a traérselos. Anoche cerramos muy tarde y no quedaron para hoy.

 

Shinobu frunció el ceño. Miyagi no solo estaba pescando, también había estado trabajando en la tienda de su padre.

 

— ¿Estás trabajando con tu padre? —preguntó, nada más para cerciorarse de que no había entendido mal.

 

Miyagi se encogió de hombros y asintió con una suave sonrisa.

 

—El viejo necesitaba ayuda y yo, pues no tenía nada que hacer, así que…

 

— ¿No tenías nada que hacer? Miyagi por favor, tu siempre tienes cosas que hacer, eres la persona más obsesionada con el trabajo que conozco.

 

En aquellas palabras había amargura y a Miyagi le dolió pensar cuánto daño le había causado a Shinobu.

 

—Supongo que quiero cambiar, quiero darle un giro a mi vida.

 

Shinobu se puso de pie, necesitaba huir de allí o su voluntad flaquearía, no quería bajar sus defensas con Miyagi y tampoco le creía.

 

—Mientes, todo eso es mentira. — espetó con dolor. —sigues aquí porque esperas que yo me crea todo el cuento de que el hijo prodigo regresa a casa. Piensas que si me haces creer que has cambiado, volveré a caer. Pero no te creo Miyagi y estás perdiendo el tiempo con todo este engaño, no voy a volver a creerte nunca más.

 

Shinobu se dio la vuelta para marcharse y antes de irse lo miró con un dejo de dolor.

 

—Regresa a tu ciudad Miyagi, regresa a tu vida. Le vas a hacer daño a tu padre si sigues haciéndole creer que volverás. Si de verdad quieres a este bebé, pues cuando nazca llegaremos a acuerdos, podrás venir a verlo, ser su padre, yo no te voy a alejar de tu hijo.

 

Miyagi lo sostuvo de la mano, impidiéndole alejarse. Con cuidado lo atrajo hasta sus brazos, rogando para que Shinobu no se negara. Cuando lo tuvo frente a él y pudo sentir su calor y embriagarse con su dulce perfume, sonrió con tristeza.

 

—Nuestro hijo — murmuró, acariciando el redondo vientre.

 

Shinobu cerró los ojos, sintiéndose débil ante la inesperada caricia y Miyagi aprovechó para atraerlo más cerca y besarlo con infinita dulzura.

 

—Yo te amo. — murmuró entre besos. — te amo como sé que no volveré a amar a nadie más y amo a nuestro hijo, porque es la parte más perfecta y más bonita de nuestro amor. Sé que ahora no me crees, pero te lo voy a demostrar. Aunque se me vaya la vida en eso.

 

Miyagi le dio un último y suave beso y se alejó sonriendo.

 

—Te lo voy a demostrar. — le gritó, cuando ya había llegado al muelle y tomaba la red llena de peces, para perderse entre la gente que pululaba por el lugar.

 

Shinobu acarició sus labios con suavidad, tenía una sensación de euforia y miedo, que se mezclaron con nostalgia y unas enormes ganas de volver a creer.

 

Unos días después, el día esperado llegó. Shinobu no había vuelto a ver a Miyagi aquellos días, pero los regalos seguían llegando a su puerta, puntualmente cada día. Esa tarde había hablado con su suegro, informándole que todo estaba bien. El bebé parecía no tener apuro por nacer. Esa noche, sin embargo, Shinobu comenzó a sentirse extraño y ya en la madrugada no pudo negar lo que estaba ocurriendo.

 

Shinobu tenía un poco de temor por lo que se avecinaba y cuando el dolor que había estado sintiendo toda la noche, se intensifico, el temor se trasformó en soledad y tristeza.

 

Se dio un baño y se vistió con un cómodo Yukata, lloró un poco mientras se bañaba y luego otro rato mientras recogía lo que iba a llevarse. En el último momento y antes de salir camino al pequeño hospital del pueblo, se convenció de que no debía llamar a su suegro. Aunque no había visto a Miyagi, no estaba seguro si se había ido o no y no quería alertarlo de lo que sucedía. Miyagi ya no era parte de su vida y aunque le doliera, tendría que pasar por todo aquel proceso, solo, como estaría de ahora en adelante, como había estado todos aquellos meses.

 

Las instalaciones del hospital eran básicas y austeras, cuando Shinobu llegó, con el amanecer ganándole terreno a la oscuridad, fue recibido por la única enfermera de guardia. La bonachona mujer lo ayudó a llegar hasta una pequeña sala de exploración y le realizó un rápido examen. Unos minutos después, corroboraron lo que ya Shinobu sabía, estaba de parto y dado que apenas estaba comenzando a aparecer el canal especial por donde los hombres fértiles daban a luz, le esperaba un largo día.

 

Las horas se fueron a cuenta gotas, el sol comenzó su recorrido creando luces y sombras entre la cristalina agua del mar y las verdes praderas de las montañas. Era un día particularmente caluroso y fuera de las paredes del humilde hospital, la vida se movía con el habitual ritmo diario.

 

Miyagi no había salido a pescar aquella mañana. Terminó de ayudar a su padre en la tienda y se llevó una cesta con almuerzo y unas nuevas ropitas para su hijo, que había comprado con lo que había ganado trabajando para su padre. El anciano había insistido en pagarle un sueldo. Porque según él, eso le daría amor y apego al trabajo que realizaba y el, un hombre que ganaba millones sentado en un impoluto escritorio, sonreía feliz, cuando su padre cada semana, le pagaba las módicas sumas que podía permitirse.

 

Miyagi pasó por la casa de Shinobu a llevar los regalos y sintió una extraña sensación al acercarse al lugar. La casa estaba demasiado silenciosa, la puerta del jardín estaba cerrada y las cortinas aún no habían sido levantadas. Miyagi no lo pensó dos veces para tocar, su hijo estaba por nacer y si a Shinobu le había ocurrido algo, por el no haber estado pendiente, no se lo iba a perdonar.

 

—No está allí. — le dijo una mujer, al verlo tocar con insistencia.

 

Miyagi la conocía, la había visto muchas veces cuando Shinobu y el eran novios.

 

La entrometida vecina salió de su casa y se acercó a Miyagi, mirándolo con un dejo de desprecio.

 

—Shinobu kun salió esta madrugada, yo estaba preparando la comida de mi esposo, cuando lo vi pasar por el frente de mi casa. Imagino que fue al hospital.

 

—Gracias. — le dijo Miyagi, dejando la cesta en la entrada y salió casi en carrera de aquel lugar.

 

—No me lo agradezca, lo que tiene que hacer es ocuparse de ese muchacho, no debería haber estado aquí, solo.

 

Le grito la mujer, huraña, cuando lo vio correr con un evidente gesto de preocupación.

 

El medio día estaba comenzando y Shinobu sentía que pequeñas gotas de sudor resbalaban por sus sienes. La incomoda camita donde había pasado las últimas horas, se le estaba haciendo un instrumento de tortura. Había caminado, se había sentado, se había arrodillado en el suelo y había vuelto a caminar, pero el dolor lejos de apaciguarse, no dejaba de empeorar.

 

Hasta ese momento no se había quejado, soportando valientemente el embate de las contracciones. La amable enfermera se había quedado a su lado, a pesar de que su guardia había terminado. No concebía la idea de dejar a aquella pobre criatura, solo en el difícil trance de dar a luz.

 

—Te traje hielo picado para que mastiques un poco y unas compresas frías, está haciendo mucho calor.

 

Shinobu la miró con cansancio y trató de sonreír para agradecerle el amable gesto, pero una contracción más fuerte que las que había sentido hasta ese momento, lo hizo doblarse y gemir.

 

—Pronto pasará mi niño, pronto. —le dijo la amable mujer, mientras sujetaba su mano y acariciaba con amor el pálido rostro.

 

Shinobu apretó los dientes con toda la fuerza que poseía y aguantó, dejando pasar el dolor a través de él, pues si luchaba en su contra, la agonía se hacía peor. Ella sonrió complacida, al ver tal valentía en alguien tan joven.

 

— ¿Sabes? Hace unos años vino a vivir al pueblo una pareja jovencita. Uno de ellos estaba en los últimos días de su embarazo, era igual de jovencito que tú y también igual de valiente. Su bebita nació una noche en la que estaba haciendo muchísimo frio., La doctora y yo estuvimos ayudándole toda la noche. Tú me lo recuerdas, eres igual de hermoso y también igual de valiente.

 

Mientras ella le relataba la historia, pasaba con delicadeza un paño húmedo por su rostro y le sonreía, lo que alivió muchísimo el sufrimiento de Shinobu.

 

—Yo… ya quiero conocer a mi bebé. — murmuró Shinobu con cansancio, sonriéndole agradecido a la amable mujer.

 

Una enfermera entró de pronto a la habitación.

 

—¿Enfermera Matsumoto, puede venir un momento?

 

La mujer acarició el rostro de Shinobu y le sonrió con ternura.

 

—Ya vengo mi niño, respira profundo entre cada contracción y confía en ti, en tu fuerza. Muy pronto tendrás a tu bebé en los brazos y todo esto quedará olvidado.

 

Shinobu cerró los ojos y suspiró, pensando en que faltaba poco.

 

— ¿En que lo puedo ayudar?

 

Miyagi estaba que se comía las uñas de los nervios. Se paseaba por la diminuta sala de espera como un león enjaulado y cuando aquella mujer lo increpó con seriedad, él ya estaba al borde del ataque de nervios.

 

—M-mi esposo… bueno no, mi ex esposo. — murmuró atropelladamente. —Aunque aún no he firmado los papeles de divorcio, así que técnicamente sigue siendo mi esposo. Aunque estoy seguro que a él lo disgustaría que diga que somos esposos aun y…

 

— ¿Señor, tiene algún punto a donde llegar o va a estar divagando toda la tarde?

 

—Mi esposo está dando a luz a nuestro hijo y yo… yo quisiera estar a su lado.

 

El regaño de la mujer, fue todo lo que necesitó Miyagi para salir de su pequeña crisis nerviosa.

 

— ¿Y su esposo se llama?

 

Shinobu estaba atravesando una contracción, cuando la mujer entró de nuevo a la habitación. Sus ojos se llenaron de lágrimas al sentir a la enfermera acercase y refrescar su rostro con la compresa fría.

 

—Duele mucho. —murmuró quedito. —tengo miedo.

 

Ella limpio las pequeñas lágrimas que humedecían las pálidas mejillas y lo instó a respirar profundo en intervalos cortos de tiempo. El dolor cesó unos segundos después y ella se sentó en la cama, humedeciendo los resecos labios del chico con pequeños trozos de hielo.

 

“Sé que no soy digno de estar allí, pero si el me lo permite, de verdad, de verdad quisiera estar a su lado y apoyarlo”

 

La mujer pensó por unos segundos en las palabras apasionadas de aquel hombre, que parecía a punto de desmoronarse y sintió que debía ayudar.

 

—Allá afuera, hay un hombre que dice ser tu esposo y quiere saber si le permites entrar a verte.

 

Shinobu abrió los ojos y la miró con asombro. Miyagi no podía estar allí ¿Cómo se había enterado?

 

—Yo… yo no lo quiero aquí, dígale que se vaya. —murmuró con la voz ahogada, sintiendo que su corazón se rompía, pues la verdad es que si lo quería a su lado, pero su orgullo se negaba a aceptarlo.

 

Ella suspiró comprensiva. No conocía la historia, pero era evidente que había causado mucho daño. Pero todos merecían una oportunidad y aquel hombre se veía sincero. Además, Shinobu necesitaba apoyo en aquel momento. Trataría de convencerlo y si veía que el muchacho se alteraba mucho, no insistiría, debía por lo menos intentarlo.

 

—Mi niño, es verdad que solo soy una entrometida y que no sé qué ocurrió para que estés tan molesto con él, pero ¿no crees que merece la oportunidad de ver nacer a su hijo?

 

Shinobu sollozó desvalido.

 

—Él no me quiere y no quiere al bebé. Solo está aquí porque cree que somos sus posesiones, él nos ve como objetos, no nos quiere.

 

Ella acarició su rostro con dulzura.

 

—Ay querido niño, a lo mejor una vez fue así. Pero el hombre que está allá afuera, está hecho un manojo de nervios, está asustado y preocupado y ruega para que lo dejes estar aquí contigo.

 

Otra contracción llegó y azotó el cuerpo del pobre muchacho, sin piedad. Shinobu tenía miedo, estaba molesto y también estaba triste, pero aquel no era momento para sentir aquellas cosas. Debía ser un día feliz. Su mamá siempre le había dicho que el perdón era el mejor de los regalos y el deseaba perdonar, quería que su bebé tuviera a Miyagi como padre, aunque ya no estuvieran juntos ¿Por qué no darle una oportunidad?

 

Cuando el dolor cesó y sintió como si su cuerpo se hubiese apagado, aletargado y en extremo agotado, entendió que no podría pasar por aquello solo. Necesitaba a Miyagi y tenía la oportunidad única de tenerlo a su lado, no iba a desperdiciarla.

 

—Dígale que entre, por favor.

 

Ella supo que había tomado la decisión correcta, cuando el rostro de Miyagi se iluminó con una sonrisa que hablaba de una enorme emoción.

 

—Él dice que puede pasar, pero por favor, no lo haga molestar.

 

—Gracias… gracias, gracias. — le dijo Miyagi, tomando su mano con fervor.

 

Shinobu tenía los ojos cerrados, cuando la puerta se abrió. Miyagi entró cuidadosamente y la enfermera tras él, habló con suavidad.

 

—Los voy a dejar solos un rato. Buscaré a la doctora para que venga a revisarte a ver cuánto falta.

 

Shinobu abrió los ojos y asintió despacio, sin atreverse a mirar a Miyagi. Cuando la mujer salió y su esposo se acercó hasta la cama, no pudo evitar mirarlo.

 

— ¿Cómo supiste que estaba aquí?

 

Miyagi se sentó en la incómoda silla, al lado de la cama y lo miró nervioso.

 

—Fui… fui a llevarte… algo, y tu vecina me contó que no estabas.

 

Shinobu sonrió muy a su pesar.

 

—Así que si eres tú, el que deja las cestas. — murmuró, cerrando los ojos con cansancio.

 

Miyagi se atrevió a tomar su mano y como este no la apartó, sintió alivio.

 

—Sabía que si te las daba personalmente, no las aceptarías.

 

Shinobu no abrió los ojos y su mano permaneció quieta entre las manos de Miyagi.

 

—¿Sabes? compré todas esas cosas con mi sueldo. — le contó con una suave sonrisa. Shinobu abrió los ojos y lo miró extrañado.

 

Miyagi rio con un dejo de ironía.

 

—Parece un absurdo ¿verdad? hacía mucho que no ganaba un sueldo, pero mi padre insistió en pagarme por mi trabajo en la tienda.

 

— ¿Sigues trabajando allí? Pensé que te habías ido del pueblo.

 

Miyagi negó sonriendo.

 

—No voy a irme, no puedo, no quiero irme.

 

Shinobu sacudió la cabeza, sintiendo como el dolor volvía a atacarlo.

 

— ¿Por qué? — preguntó entre un gemido y un jadeo.

 

Miyagi se puso de pie nervioso al verlo tensarse y palidecer. Shinobu lo miró entre la desesperación y el dolor.

 

—Háblame Miyagi, dime por qué. —le preguntó suplicante.

 

Miyagi sostuvo su mano con amor y le sonrió valientemente.

 

—Te amo, no quiero irme, no puedo dejarte aquí sin haber luchado. Quería ver a nuestro hijo nacer, quiero la oportunidad de redimir mis errores.

 

—Pero tú no nos amas. — gritó Shinobu entre lágrimas. El dolor físico era brutal, pero también le dolía el alma, le dolía el amor que pensaba perdido.

 

Miyagi sintió entonces como sus ojos se llenaban de lágrimas. Acercó su rostro al de Shinobu, hasta casi rozar sus frentes y lo miró intensamente. Las lágrimas de ambos mezclándose en el pálido rostro de su pequeño amor.

 

—Claro que los amo, son mi vida, son mi razón para ser diferente. Son lo que me hizo ver que no había vivido, que comencé a vivir el día en que te conocí.

 

El dolor pasó y Shinobu casi se desmayó por el agotamiento. Miyagi lo acarició y besó con suavidad. Cuando Shinobu abrió los ojos, miró algo que antes no había visto en el rostro de Miyagi, sinceridad, amor, esperanza.

 

—No me mientas nunca. —le suplicó anhelante.

 

Miyagi lo besó dulcemente.

 

—No volveré a hacerte daño, mi amor, te lo juro por mi hijo que es lo más sagrado que tengo.

 

Shinobu sintió una emoción absoluta, al tener las manos de Miyagi acariciando su vientre.

 

—Te amo Miyagi san. — declaró con una enamorada sonrisa.

 

Miyagi sonrió entre lágrimas y lo llenó de besos.

 

—Lo sé mi amor, es ese amor tan hermoso lo que me mantuvo con fuerza, lo que me dio esperanza.

 

Besó con delicadeza la mano de su esposo y luego llenó de besos el dulce rostro. Se recostó con cuidado del pecho de Shinobu y suspiró aliviado, al saber que de nuevo lo tenía y no lo volvería a perder.

 

— Gracias por darle una oportunidad a nuestro amor. — murmuró, sonriendo satisfecho, al sentir como Shinobu acariciaba su cabello.

 

Eran las nueve de la noche, cuando el pequeño hospital y unos entusiasmados padres, dieron la bienvenida a un pequeño príncipe.

 

El pequeño Kanade, como lo nombraron sus padres, había dado guerra para nacer, pero había llegado al mundo sano, hermoso y sobre todo había llegado a una familia unida y llena de amor. Miyagi había vivido todo aquel proceso, entre el terror y la admiración. Ya estaba considerando hacerse una vasectomía, pues no soportaría ver pasar a Shinobu por aquel trance una vez más.

 

Shinobu dormía y el pequeño Kanade también lo hacía, en una pequeña cunita. Miyagi estaba al lado de Shinobu, sosteniendo su mano, miraba pensativo al vacío. Se sentía colmado de felicidad, tan lleno, tan completo. Cuando Shinobu abrió los ojos, miró enamorado el guapo rostro de su esposo.

 

Miyagi seguía allí, no los iba a abandonar, los amaba y su vida volvería a ser feliz.

 

— ¿Qué piensas?

 

Miyagi sonrió y giró su rostro hacia su dulce esposo. Besó la blanca mano que sostenía con ternura y se recostó en la pequeña cama, metiéndole cuidadosamente entre sus brazos.

 

—Pensaba en lo feliz que me siento. Nunca me había sentido así. Tú y Kanade le han dado una alegría enorme a mi vida y aunque sé que no te merezco, voy a luchar todos los días para que este amor dure para siempre.

 

Shinobu sonrió y se acurrucó amorosamente en el regazo de su esposo.

 

—Yo siempre voy a amarte Miyagi.

 

Su esposo buscó con avidez sus suaves labios y lo besó profundamente, con una cálida emoción.

 

—No me dejes hacerte esto nunca más. —le pidió Miyagi, con el rostro compungido, al ver la palidez y las enormes ojeras en el rostro de Shinobu.

 

Shinobu rio contento.

 

—Kanade va a tener otros hermanitos, Miyagi. Necesita con quien jugar, con quien ir a navegar o a hacer travesuras en las laderas de las montañas.

 

De pronto un pensamiento ensombreció su felicidad ¿querría Miyagi quedarse en aquel lugar?

 

Como si le hubiese leído la mente, Miyagi lo besó y le sonrió con ternura.

 

—Compré una casita que está muy cerca del puerto. Es apenas una cabaña, pero tiene muy buen terreno. Mi papá me conto que una pareja joven vivió allí hace muchos años. Un muchacho que trabajó un tiempo para él, la rentó junto con su esposo. La voy a mandar a remodelar y a hacerle cuartos extras. Tiene una hermosa vista del mar y en el patio trasero se pueden ver las montañas. Es perfecta, para que Kanade crezca feliz y para nuestros próximos hijos.

 

Shinobu lo miró preocupado, Miyagi estaba renunciando a tanto y el no deseaba que fuera infeliz.

 

—Miyagi, pero tu empresa y el departamento de la ciudad.

 

Miyagi lo besó amorosamente.

 

—No quiero nada de eso, ya no lo necesito. Soy feliz con lo que tengo, soy muy feliz. Tengo todo lo que necesito entre mis brazos, tú y Kanade son mi vida. Mi todo.

 

Shinobu sonrió enternecido y se acurrucó en el regazo de Miyagi, él también era feliz, era muy feliz.

 

—Viví pensando mucho tiempo que necesitaba todo aquel lujo y aquel dinero para vivir feliz, pero cuando volví, cuando decidí venir a recuperarte, descubrí que siempre había tenido en mis manos la felicidad. En la sencillez de esta vida pacífica, en el silencio del mar cuando voy a pescar, en el ajetreo de ayudar a mi padre en la tienda y conversar con los lugareños de mil cosas triviales, en la absoluta belleza de tenerte a mi lado.

 

Miyagi abrazó a Shinobu con fuerza y besó su frente amorosamente, con la certeza en su corazón de que ahora si tenía realmente todo lo que siempre habían necesitado para ser feliz.

 

Aprendió, que hay cosas de ti mismo que nunca llegas a conocer, sino hasta que un momento decisivo te hacer reaccionar. Como una ola que te sacude, te desnuda, te enfrenta con la realidad y comienzas a ver más allá de lo que siempre habías visto, comienzas a ver la realidad y es entonces cuando tomas la decisión de luchar o definitivamente rendirte.

 

******

 

Un momento decisivo abrió los ojos de alguien, que en ese instante de su vida debió decidir qué hacer con su futuro. Así, Hiroki conoció cosas de él y de su vida en las que no había reparado, cosas que quizás habían sido decisivas en el fracaso de su matrimonio.

 

“Ten confianza en ti mismo, lo que decidas será lo mejor para todos, ya lo veras”

 

Sonrió al recordar las palabras de su buen amigo. Este lo había llamado minutos después de que Nowaki saliera de la firma de abogados. Era el jefe de Nowaki pero también era su mentor, su amigo y no quería que cometiera más errores, pero Nowaki parecía decidido a arruinar sus posibilidades de recuperar la vida perfecta que había tenido.

 

Llamó a Hiroki porque supuso que el joven estaría muy afectado por lo que había ocurrido. Hiroki tenía el defecto de cerrarse a escuchar y eso también había causado el descalabre de su matrimonio. Quizás si ambos seres se sentaran a hablar y no a discutir, las cosas se solucionarían, el confiaba que fuera así, solo que después de haber mantenido una larga conversación con Hiroki, entendió que el final no sería el esperado.

 

Anzu estaba recostada en su camita, vestía su pijama rosa y su libro favorito de magos y hechizos, descansaba sobre la mesa de noche, esperando para que ella lo leyera como cada noche.

 

—Mami ¿estás bien?

 

Hiroki estaba sentado a un lado de la cama, arropándola con dulzura. Asintió sonriéndole tiernamente y besó su frente con un cálido amor.

 

—Papi no debió enviar a ese hombre a buscarnos. El debería saber cuánto daño te hizo.

 

Hiroki acarició el rostro de su hija y le sonrió.

 

—Esas son cosas que no deben afectarte a ti o a tus hermanos. Los problemas entre papá y yo, son solo nuestros. Ambos los amamos, cuidamos de ustedes y queremos que sean muy felices. Eso es lo único que debe importar.

 

Anzu no parecía muy convencida, ver a su mamá sufrir le dolía y mucho.

 

—Mami, pero estuvo mal de su parte haberte hecho eso. No quiero ir con papá, estoy molesta con él y…

 

Hiroki besó a su niña grande y hermosa, se sentía triste por ella, pues no quería causar dolor en su pequeño corazón.

 

—No iras con papá hoy, porque ya es tarde y porque él y yo tenemos que hablar un rato, pero mañana cuando venga a buscarles, iras y lo ayudaras con tus hermanas y con el pequeño travieso que sabes que está muy mimado estos días. Te prometo que a partir de hoy tu papá y yo no discutiremos más y que aunque ya no estemos juntos, volveremos a ser felices. Prométeme tú que vas a ayudarme como siempre y que no le reclamaras nada a tu papá. Por él, solo debes sentir amor, Anzu, porque dio mucho por todos nosotros. Ha sido un gran padre, no tienes nada que reprocharle, te ama hija, los ama a los cuatro y eso es lo único que importa.

 

Anzu asintió llorosa y Hiroki la acurrucó en sus brazos hasta que se relajó. Un beso de buenas noches, una dulce sonrisa y la dejó acomodada en su cama, con su libro favorito entre las manos.

 

Las gemelas ya estaban dormidas, ajenas a todo y felices como correspondía a su niñez inocente. Hiroki quería que permanecieran así, intactas de todo sufrimiento, aisladas de cualquier dolor, felices. Las besó y acomodó entre las sabanas suavecitas y luego fue el turno de su dulce príncipe.

 

El bebé dormía pacíficamente en su cuna, su dedito en la boca rosada y sus mejillas regordetas, hicieron que Hiroki sonriera con ternura. Lo besó y lo arropó con una ligera sabana. Prendió las luces de un pequeño móvil y una dulce música comenzó a sonar, el bebé sonrió entre sueños y Hiroki sintió que su corazón se estrujaba. Aoi era la viva copia de su padre, el mismo cabello negro y los enormes y expresivos ojos. Era como tener a un Nowaki en miniatura. Hiroki acarició la mejilla de su hijo y después de mirarlo unos minutos, salió de la habitación.

 

Caminó por los pasillos oscuros y llegó a la cocina, sus dos Jacks Terrier lo esperaban frente a sus platitos de comida. Movieron sus colitas emocionados al verlo y Hiroki rio con un dejo de entusiasmo. Aquella parejita de fieles compañeros, le cuidaban cuando se quedaba a solas en casa. Habían sido comprados dos años después de que nacieran las gemelas, eran adorables y muy bien portados, incluso más que sus traviesas hijas.

 

—No me había olvidado de ustedes, es solo que papi creó un caos hoy en casa y he estado un poco ocupado.

 

Les dijo, mientras les servía la comida en los platitos. Los perritos menearon su colitas y ladraron contentos hasta que Hiroki terminó de servirles.

 

Cuando ya sus chicos comían, Hiroki sacó el frasco del café y puso a calentar agua. Su mente divagó en momentos lejanos de su vida. La llegada a aquella casa, el nacimiento de Anzu, la huida del internado, la primera vez con Nowaki, el día que supo que lo amaba. Fue tan atrás como pudo, mirando cada punto de esos largos años, analizando su comportamiento, viendo sus errores, culpándose, perdonándose, riendo, llorando.

 

Cuando el timbre sonó en la entrada, Hiroki se había tomado una gran taza de café, los perritos dormían y la casa estaba silenciosa. Caminó despacio y con un hondo suspiro, abrió la puerta.

 

—Sé que es tarde, pero voy a llevarme a los niños de todas formas. La presentación de Anzu es mañana y quiero ser yo el que la lleve…

 

—Todos están dormidos, Nowaki — le dijo Hiroki con serenidad. —Te las llevas mañana a primera hora. Yo me quedaré con Aoi para que puedas ir con ellas al teatro, tú sabes que él bebé aún está muy pequeño para disfrutar esas cosas.

 

Nowaki esperaba gritos y peleas, no a aquel Hiroki razonable y tranquilo.

 

—Bien, entonces vendré mañana, buenas noches.

 

Nowaki no quería discusiones, así que decidió marcharse rápidamente, solo que no iba a ser tan fácil.

 

—Nowaki. —le llamó Hiroki, al verlo girarse rápidamente para marcharse. —Quédate por favor, tomate un café, quisiera que conversáramos.

 

—No tengo ganas de discutir, Hiroki

 

—Yo tampoco. — le aseguró Hiroki, con un tono conciliador. —Solo quiero hablar.

 

Nowaki suspiró con hastío.

 

—Nuestras conversaciones no han sido muy productivas estos últimos meses, Hiroki.

 

Después de un largo suspiro, Hiroki lo miró con cansancio.

 

—Por favor, solo quiero conversar.

 

Nowaki entró de mala gana a la casa. Respiró el aroma familiar y se estremeció ante la vista hermosa del que había sido su hogar. Sonrió cuando sintió que tiraban de sus pantalones.

 

—Hey par de traviesos ¿Cómo están?

 

Te llevaré café a la sala, juega con ellos un rato, te han extrañado. Nowaki asintió sin mirarle y caminó hacia la sala, seguido del par de animados perritos.

 

En la cocina, Hiroki preparó dos tazas de café y algunas galletas en una bandeja. Cuando la tomó entre sus manos, respiró profundo, aquella sería la última vez que vería a su esposo con los ojos con los que lo había mirado casi toda su vida.

 

Nowaki reía con el par de cachorros subidos a sus piernas.

 

—Abajo. — ordenó Hiroki y fue obedecido de inmediato, los chicos sabían que a él no le gustaba que estuvieran sobre los muebles. —Despídanse de papá y vayan a dormir.

 

Nowaki los acarició y se dejó lamer la cara, unos segundos después, los cachorros se marcharon sin chistar.

 

Hiroki los vio irse con una sonrisa.

 

—Ojala las niñas fueran así de obedientes. —murmuró, mientras ponía las tazas sobre una pequeña mesa.

 

Nowaki bufó con una sonrisa.

 

—Ese par ni que las lleves con un entrenador dejaran de ser traviesas. —Tomó una de las galletas que Hiroki había colocado en un plato y sonrió complacido. —Ummm de miel y limón, hacía tiempo que no las comía.

 

Hiroki lo miró con sorna, sí, hacía tiempo que no las comía, hacía más de un año, cuando habían dejado de ser pareja.

 

—A las niñas les encantan, siempre hago para ellas. Me aseguraré de enviarte algunas cuando vengas por ellas.

Nowaki sintió que de pronto se estaba volviendo todo muy relajado e íntimo.

 

— ¿De qué quieres hablar?

 

Hiroki sorbió un poco de su café y se recostó del sillón donde estaba sentado. Lo pensó unos segundos antes de hablar, no quería perder el valor.

 

— ¿Por qué enviaste a ese tipo hoy?

 

—Maldita sea Hiroki, te dije que no quería discutir.

 

No se inmutó por la violenta reacción de Nowaki, se quedó mirando como este se ponía de pie y comenzaba a recoger sus cosas y aún sentado le habló con suavidad.

 

—Yo no estoy discutiendo, solo quiero saber. Quiero entender.

 

— ¿Entender qué? —masculló Nowaki entre dientes, mirándolo con molestia.

 

—Sabias cual iba a ser mi reacción, Nowaki y aun así lo enviaste. — Hiroki colocó cuidadosamente la taza sobre la mesa y respiró profundo antes de continuar. — Me dijiste que estabas harto, que había logrado hartarte. Pero fuiste tú quien envió ese tipo aquí. Aun sabiendo lo que hizo…

 

—Ya basta Hiroki, deja de acusar a Keiichi de cosas que no hizo. —le gritó Nowaki con cansancio. —Toda esa historia estúpida que te inventaste en tu cabeza, tú y tus estúpidos celos ¿sabías que Keiichi está casado?

 

Hiroki no lo sabía y en su rostro se vio reflejada la sorpresa.

 

—Sí. — le espetó Nowaki con satisfacción. —Está casado, se casó hace unos meses y yo fui a su boda y celebré con él y me alegré por él. Ojala el sí sepa conservar su matrimonio.

 

—Él…

 

— ¿Él que Hiroki? por el amor del cielo, acéptalo, te lo inventaste todo. Todo fue producto de tus celos enfermos.

 

Hiroki caminó entonces hacia una gaveta y sacó un pequeño sobre. Lo que había allí, solo lo había visto el. Ni siquiera su buen amigo sabia de la existencia de todo aquello. Esas cosas que habían amargado su delicado embarazo, que lo habían hecho deprimirse poco a poco, que habían acabado con su amor, con su confianza hacia su marido y habían terminado por romper su matrimonio.

 

Le dio el sobre a Nowaki, este lo tomó con desprecio.

 

— ¿Qué es esto? ¿Más cuentos?

 

—Ábrelo. — lo rogó Hiroki y se sentó para tomar entre sus manos temblorosas la taza de café, para que por lo menos esta calentara el frio de su corazón.

 

Mientras Nowaki sacaba las pruebas de todo el infierno que había vivido, Hiroki pensaba en aquel tipo. Estaba casado. Quizás era muy feliz y él, él había sido reducido a cenizas. Ese hombre había jugado con su vida, lo había manipulado, lo había lastimado saliendo impune de todo y además era feliz.

 

Hiroki sonrío con agonía y cerró los ojos cansado. Quizás en ese momento se sentía miserable, pero pronto volvería a ser feliz. Las noches más oscuras igual terminan, porque el sol siempre vuelve a brillar.

 

No notó que Nowaki se había sentado, sino hasta que sintió su mirada penetrante sobre él.

 

—Nunca…nunca me mostraste esto ¿Por qué nunca me dijiste nada de esto?

 

Fue allí cuando llegaron al punto crucial de aquella conversación, era eso lo que Hiroki había estado esperando.

 

Se acomodó y limpió las lágrimas que ni siquiera sabía, había derramado.

 

—Pensé que mi palabra sería suficiente. — murmuró, mirándolo con tristeza. —pensé que creerías en mí, siempre habías creído en mí.

 

—Pero Hiroki ¿por qué no me mostraste esto? Todas estas fotos, estos mensajes, es su letra maldita sea, él te escribió todo esto.

 

Hiroki asintió y tomó una de las fotos que se habían caído de las manos temblorosas de Nowaki. En ella se veía a su esposo riendo feliz, medio despeinado, medio borracho, abrazando a Keiichi y con una de sus manos en las nalgas del joven.

 

El rostro de Hiroki se llenó de lágrimas, aun dolía y dolía mucho, pensar en lo que sintió en ese momento. Con su bebé moviéndose dentro de él, con el dolor en todo su cuerpo, con la fiebre que a veces subía más de lo que debía, los dolores de cabeza y de espalda, pero sobre todo con el dolor de saber que Nowaki no estaba allí con él, porque estaba divirtiéndose con aquel hombre, riendo, borracho y en conductas que claramente eran sexuales. Cuando a él ya ni lo miraba, ya ni lo besaba.

 

Hiroki respiró profundo para alejar el llanto y dejó la foto sobre la mesa.

 

—No sé cuándo, ni cómo. Supongo que fue en algún momento después del nacimiento de las niñas. Te alejaste, dejaste de creer en mí, me dejaste de querer.

 

Nowaki negaba con frenesí. Eso no era cierto, se decía a sí mismo, pero la realidad es que si había sido así.

 

Hiroki suspiró y extendió su mano para atraer a Nowaki, este la tomó y Hiroki lo instó a sentarse a su lado, en el cómodo sofá.

 

—¿Recuerdas aquella vez que discutimos, cuando me dijiste aquellas cosas terribles?

 

Nowaki apretó la blanca mano de su esposo.

 

—Hiroki no, yo no sentía nada de eso, yo…

 

Hiroki acarició con amor, el apuesto rostro de su esposo.

 

—Pero era verdad. Todo lo que dijiste era verdad.

 

Sonrió con una amarga y desolada expresión y miró a su esposo con una sentida disculpa.

 

—Yo te amaba, te amé desde que tuve uso de razón. Eras perfecto, feliz, luminoso. Yo lo tenía todo y siempre quería más, siempre estaba inconforme. —apretó la mano de Nowaki y la besó con amor. —Tu no tenías nada y sin embrago siempre estabas feliz. Tomabas todo con alegría, con entusiasmo. Yo amaba eso de ti, yo quería eso para mí, te transformaste en mi deseo más ferviente, te necesitaba.

 

Hiroki suspiró y rio entre lágrimas, recordándose en su pasado.

 

—Recuerdo que necesitaba alejar a todos de ti. Eras mío, nadie más podría tenerte. Cuando tuve conciencia de mi sexualidad, la use como arma para retenerte. Te conocía, te conocía muy bien, sabía que si me tomabas, que si me hacías tuyo, jamás me dejarías. Tu honor, tu orgullo, no te permitiría dejarme.

 

Se puso de pie, su corazón estaba acelerado, dejar salir todo aquello no era fácil. Era como desnudarse por primera vez frente a alguien, pero no era su piel lo que estaba dejando al descubierto, era su alma.

 

—Incluso cuando pasé aquellos meses en el internado, siempre supe que vendrías por mí. Nunca perdí la esperanza, porque conocía tu corazón. Eras tú, tan honorable, tan responsable, tan puro, sabía que renunciarías a todo por mí.

 

Nowaki se puso de pie y lo agarró por los hombros, obligándolo a mirarle.

 

— ¿Hiroki que estás diciendo? ¿a dónde quieres llegar?

 

Hiroki lo miró apenado, destrozado, abatido. Acarició su rostro con dolor, con vergüenza.

 

— ¿No lo ves? Tenías razón Nowaki, fui yo quien nos metió en todo este lio. No lo pensé, no lo razoné, solo sabía que tenía que hacerte mío y no me importó llevarme todo por delante, incluyendo tu vida. Yo estaba feliz con haberme embarazado. Sería el toque final, lo que haría que nunca me dejaras.

 

Sollozó y se cubrió la boca con las manos, había sido más fácil al pensarlo, ponerlo en palabras le había causado un enorme dolor.

 

—Si te hubiese dejado, si yo no hubiese existido. Hubieses vivido.

 

—Hiroki, yo he vivido…

 

—No. —espetó ahogado en llanto. —No lo hiciste Nowaki. Por mi culpa tuviste que hacerte responsable con apenas diecisiete años, de una familia que tú no pediste ¿Crees que no recuerdo cómo fue? Trabajabas hasta el agotamiento y luego llegabas a estudiar, te dormías casi de madrugada tan solo por dos horas, luego salías de nuevo a trabajar y regresabas y todo comenzaba de nuevo. Una vez enfermaste de tanto agotamiento y yo no lo vi… no lo vi Nowaki… perdóname… perdóname.

 

Nowaki lo abrazó, sus ojos también estaban llenos de lágrimas.

 

Hiroki se recostó del amplio pecho, escuchó con amor, los latidos fuertes de un corazón que lo había arrullado muchas veces, aspiró y se llenó de la varonil fragancia de Nowaki, lo abrazó, tratando de mantener aquel ultimo recuerdo en su mente y luego se alejó.

 

Nowaki lo miró con tristeza, aquellos honestos ojos, nublados por la pena, le dieron más valor a Hiroki para terminar de decir lo que quería.

 

—Conseguiste todo lo que te propusiste Nowaki y te lo mereces. — Hiroki tomó su mano y la apretó cariñosamente. —pero lo que yo no sabía era que iba a pagar por mis errores, cuando tu escalaras esa cima. No fue Sumi Keiichi quien nos separó, fui yo, debí saber que esa ilusión que yo forcé, no duraría para siempre.

 

Soltó su mano y se sentó de nuevo en el sofá, guardando cuidadosamente las pruebas que había conservado para sí mismo. Ahora lo sabía, ahora entendía que todo aquello era para reafirmar que él, había sido el único culpable de todo lo ocurrido.

 

—Voy a hablar con Keiichi y le voy a exigir que me explique todo esto.

 

Nowaki estaba furioso, pero Hiroki ya había aceptado con calma su futuro.

 

—Él no es más ni menos culpable que nosotros, Nowaki. Esta noche le pedí consejo a alguien que nos conoce a ambos y él me dijo que Sumi Keiichi solo había sido un espejismo, un anhelo de lo que tú quisiste ser. Entonces entendí porque no me creíste las muchas veces que te conté lo que esa persona me estaba haciendo. No perdiste la fe en mí, simplemente no querías creer, porque eso habría sido como perder la libertad que habías ganado.

 

Nowaki negó con la cabeza y se sentó a su lado.

 

—¿Estas queriendo decir que yo quería que todo esto pasara?

 

Hiroki inclinó su cabeza mirándolo con tristeza.

 

—Asumiste mi embarazo con el mismo honor, el mismo apego, la misma valentía de siempre. Era tu responsabilidad y la asumiste, pero ya no eras feliz.

 

—Eso es mentira…

 

—Nowaki, mírame. No me amabas, te alejaste de mí, ni siquiera cuando volviste lleno de disculpas y de palabras conciliadoras, regresaste con amor. Era tu responsabilidad, así lo asumiste y yo estaba tan cansado y tan concentrado en mi hijo, que no lo entendí.

 

Hiroki tomó el sobre y lo hizo pedazos, riendo con amargura.

 

—No entendí nada de esto hasta hoy, cuando llegó ese hombre a la puerta de mi casa y me dijo “no hagas un escándalo o un drama. Nowaki no podía venir y me pidió que viniera a buscar a los niños” Entonces comprendí, lo entendí todo. Me miré en el espejo y por primera vez me vi a mí mismo. Me descubrí entre la rabia, la desesperación, el anhelo, el miedo, el amor. Entendí porque no luchaste. Te fuiste de esta casa que habíamos compartido por tantos años, te alejaste con facilidad de la cotidianidad, de los recuerdos, de los sueños, de tus hijos, de los perros, de mí. Hiciste tu vida tan rápido y fácil, porque de alguna forma el divorcio te liberó. No te importó nada, me culpaste a mí para cubrir el hecho de que tú lo querías así.

 

Para Nowaki fue como un jarrón de agua fría.

 

Cuando llegaba a su departamento cada noche, sonreía. Todo estaba a su gusto, en su lugar. Tenía dos habitaciones acondicionadas para sus hijos, una para Anzu, que ella misma le había ayudado a decorar y una para las gemelas y para Aoi. Una señora le hacia la limpieza a diario y como casi siempre comía en la calle, no se preocupaba por cocinar sino los fines de semana que tenía a sus hijos.

 

Salía de vez en cuando con sus compañeros de la firma y hasta había comenzado a coquetear con un arquitecto, que tenía su estudio unos pisos más abajo de donde funcionaba el bufete.

 

Nowaki no se había dado cuenta, hasta que las palabras de Hiroki lo despertaron, de cuanta verdad había en ellas. El divorcio lo había liberado. No había luchado porque no había nada por que luchar. Tomó la situación como una oportunidad e inconsciente o conscientemente la aprovechó, para poder vivir de la forma en que él quería.

 

Amaba a sus hijos y su responsabilidad con ellos no era únicamente por honor, los amaba y no se arrepentía de ellos, pero el lazo con Hiroki, eso era otra cosa.

 

Pensó en su juventud. Era un muchacho inteligente y muy responsable. Su madre le había dado una buena educación, donde los valores y los principios eran muy importantes. Donde honrar una responsabilidad era un deber. Había querido ser médico o policía quizás, tal vez un oficinista o un bombero. Tenía planes de viajar por todo el mundo, quería hablar varios idiomas. Le hubiese gustado establecerse en Inglaterra o tal vez en Nueva Zelanada, quizás había pensado en tener hijos, pero más adelante, mucho más adelante. Y entonces Hiroki y él se hicieron novios y todo terminó en lo que ahora era.

 

Hiroki tomó sus manos y las besó dulcemente.

 

— ¿Te puedo preguntar algo?

 

Nowaki lo miró con cansancio, aquel viaje por su vida, estaba resultando agotador.

 

—Claro.

 

—Quiero que me respondas con la verdad.

 

Nowaki asintió.

 

— ¿Me amaste alguna vez?

 

Nowaki frunció el ceño.

 

—Claro que si… tu sabes que sí…

 

Hiroki acalló sus protestas, cerrando sus labios con uno de sus dedos.

 

—¿Me amas aún?

 

Nowaki lo miró unos segundos, de sus labios no salían palabras. No podía responder, pues no lo sabía, no tenía aquella respuesta. Enterarse de lo que Keiichi había hecho no había logrado sino abrir viejas heridas. Ahora se enfrentaba a una realidad que había desconocido. Era ese el momento decisivo, donde Nowaki miraba dentro de su interior, y encontraba cosas de sí mismo que no conocía.

 

—No lo sé. —respondió con sinceridad.

 

Hiroki sonrió y suspirando besó los cálidos labios de Nowaki.

 

—Gracias por responder con la verdad.

 

—Hiroki yo no…

 

Hiroki negó con la cabeza y lo instó a ponerse de pie.

 

—Es hora de que vuelvas a tu casa. Mañana tienes que venir temprano por las niñas y…

 

— ¿Eso es todo? ¿Vamos a dejar las cosas así? ¿No vamos a luchar?

 

Hiroki tomó las cosas que él había traído y las puso en sus manos. Le sonrío y acarició su rostro amorosamente.

 

—Ya luchamos suficiente. Yo, para que me amaras, para retenerte a mi lado. Tú, para honrar tu compromiso, para hacer realidad ese amor que te inventaste para excusar tu sacrificio. Luchamos por diez años. Ya no hay nada porque luchar. Ahora solo nos queda seguir adelante, por las niñas y por Aoi, para ellos debemos vivir ahora. Separados también somos un buen equipo. Ahora podré mirarte sin sentir dolor, sin sentir pérdida. Podré mirarte y encontrar al hombre maravilloso del que me enamoré hace tantísimos años y agradecer el tiempo que fui feliz a tu lado. Ahora es mi momento de vivir.

 

Hiroki rio y limpió una lagrima que resbaló por su mejilla.

 

—Estoy asustado y emocionado al mismo tiempo, porque no sé qué voy a hacer. Todo este tiempo mi meta fue amarte, ser tu esposo, tu cómplice, la madre de tus hijos, tu futuro. Toda mi vida giró en torno a ti. Ahora no tengo un norte, pero tengo un sin número de posibilidades ¿no crees?

 

Nowaki también estaba llorando y lo abrazó con fuerza.

 

—Me voy a divertir aprendiendo a vivir sin ti, Nowaki, ya lo veras. — murmuró, recostado del pecho de su ahora y para siempre ex esposo. —así como aprendí a cocinar, así voy a aprender a olvidarte. Voy a estudiar, voy a poner algún negocio, voy a aprender algo útil o algo inútil, no importa. Lo importante es que voy a vivir.

 

Nowaki se separó de él y lo besó con dulzura.

 

—Sé que lo harás, mi amor y también sé que lo lograrás.

 

Ambos rieron, recordando aquellas palabras. Ciertamente había aprendido a cocinar y ahora aprendería a vivir. Lo que Hiroki se proponía lo conseguía y Nowaki lo sabía.

 

Cuando Hiroki cerró la puerta esa noche y unos segundos después, escuchó el auto de Nowaki alejarse por la calle, no sintió el dolor que sentía siempre que él se iba. Tal vez ya lo estaba logrando, tal vez ya había empezado a vivir sin él.

 

No se puede vivir en función de otra persona, porque al hacerlo te pierdes a ti mismo.

 

******

 

Perdido se sentía Akihiko cuando regresó a su habitación. Supuso que Misaki volvería a sus devaneos amorosos con el cretino con el que lo habían encontrado besándose. Lejos de sentirse molesto o celoso como se había sentido durante mucho tiempo, ese día solo sentía una profunda soledad.

 

Al contrario de Misaki, Akihiko no se había desprendido del sentimiento que lo había acompañado desde el día que se enamoró, de el que ahora era su ex esposo. Había permanecido aferrado a aquel afecto, inconscientemente quizás. Esperanzado tal vez, de que en algún momento las cosas volvieran a ser como antes.

 

Tomó un cigarro y lo prendió con desgano, se acercó hasta el balcón de su habitación y lo sostuvo impasible, pensando. La resolución que tenía en su mente era absoluta, aquello tenía que parar. Tenía que comenzar a vivir de nuevo.

 

Misaki lo había logrado. Ocultando su verdadero ser, tras los muros que edificó por años, a su alrededor. Tenía su música y vivía a través de ella. Sobre el escenario cobraba vida, reía y lloraba, sufría y era feliz, a través de sus canciones. Eso le funcionaba, así había logrado vivir.

 

¿Qué tenía el?

 

No podía vivir para siempre con el recuerdo de un amor que no fue. No podía permitirse seguir viviendo como una sombra, subsistiendo con anhelos que no llegarían a realizarse. El Misaki hermoso, dulce e inocente que le cantaba en el jardín de su casa, ya no existía. No volvería jamás. Era hora de dejar ir ese recuerdo.

 

Cuando el cigarro se consumió entre sus dedos, sin haberlo siquiera probado, sonrió, quizás también dejaría de fumar.

 

Entró a la habitación y tomó su teléfono. Si algo bueno había quedado de aquel matrimonio, había sido la restauración de su relación familiar. Con su hermano hablaba poco, pero siempre en muy buenos términos. Con su padre era otra historia, con el había logrado crear un lazo emocional muy fuerte y a él recurriría ese día, en busca de consejo.

 

—Disculpa la hora, es solo que necesito hablar contigo.

 

Fuyuhiko Usami sonrió complacido, siempre era bueno escuchar la voz de su hijo.

 

—Sabes que me puedes llamar cuando lo necesites.

 

Akihiko se recostó en la cama y se quedó mirando el techo de la habitación. Con un largo suspiro, comenzó a hablar.

 

—Me cansé papá, ya no quiero seguir haciendo esto.

 

Fuyuhiko caminó hasta el bar de su estudio, donde se había quedado esperando una llamada importante. Aquel parecía ser el día de los finales o los comienzos, dependiendo del punto de vista que se le diera a la historia. Se sirvió una copa de brandi y se sentó en el cómodo sofá.

 

— ¿Sabes? Acabo de hablar con Hiroki kun, ¿lo recuerdas?

 

—Si… si lo recuerdo, es el esposo del abogado ese al que le tienes mucho aprecio.

 

Fuyuhiko sonrió.

 

—Sí, es el. Ellos tienen poco más de un año, divorciados.

 

— ¿Se divorciaron? —Akihiko se oía escandalizado. —pero si tienen tres hijos. Tres niñas si mal no recuerdo.

 

—Cuatro, tienen cuatro hijos, el pequeño Aoi nació tres meses antes de que se divorciaran. Tú estabas de gira con Misaki y por eso no te conté nada.

 

Akihiko rio con ironía.

 

— ¿Increíble no? Ellos tenían lo que Misaki y yo buscamos con desesperación y aun así fracasaron.

 

Fuyuhiko tomó un trago y colocó la copa sobre una mesa, mirando pensativo la hermosa foto de su familia, que descansaba en un portarretrato sobre su escritorio.

 

—Ay hijo, el problema es que a veces creemos que necesitamos algo específico para ser felices. Nos enfocamos en eso, nos aferramos a eso, vivimos en función de conseguirlo y olvidamos que la vida es un cumulo de cosas. Que allá afuera hay muchas metas, muchos deseos, muchos objetivos que podrían hacernos felices.

 

—Papá…

 

—No, escúchame. Hiroki me habló hoy porque entendió que había estado ciego por mucho tiempo. Basó su felicidad y la cimentó en el amor que le profesaba a su esposo, pero se le olvido amarse a sí mismo, se le olvido vivir para él. Cuando se dio cuenta fue como haberse liberado.

 

Fuyuhiko se puso de pie y caminó hasta la ventana de su estudio, desde allí podía ver el basto jardín de su mansión y entre sombras, atisbar la oscura casona donde había empezado un amor. El bonito jardín desde donde Misaki había enamorado a su hijo, con su hermosa voz.

 

—Misaki te amaba hijo. Te amó más allá de lo posible, luchó por ese amor cuando pensó que lo perdía. Me dio una lección de vida y gracias a él yo pude recuperarte pero…

 

—Un día dejó de amarme, o simplemente no era a mí, a quien amaba... —terminó Akihiko por él.

 

Habló largo rato con su padre, escuchando cosas que ya sabía, pero que se había negado a aceptar. Misaki había seguido con su vida, el creía que Akihiko no lo había notado, pero si lo hacía. Se había cansado de ver hombres saliendo de su habitación en la madrugada. Y aun así le llevaba los periódicos y el desayuno cada mañana, sereno, firme, porque así lo había decidido, porque la terquedad, la esperanza, el anhelo de recuperarlo, eran más grandes que el dolor de ver que Misaki no se había detenido y el si lo había hecho.

 

Tomó el papel donde había anotado el principio de lo que sería su nueva vida.

 

—Es un escritor muy famoso, tiene varias sagas que han tenido grandes ventas y está buscando alguien que se encargue de su carrera. Es una buena oportunidad para ti hijo, ya sabes desenvolverte en el medio y será un buen cambio, pues Kaoru Asahina sale poco del país.

 

Akihiko guardó el papel con los datos del que sería su próximo trabajo, en su agenda. Se desvistió con parsimonia y se dio un largo baño. Cuando finalmente estuvo recostado entre las sabanas de su cama, sintió que el sueño se apoderaba de él, pacíficamente, envolviéndolo como una manta suave. Era paz, la serenidad de estar por primera vez en armonía consigo mismo.

 

Misaki, muy por el contrario, no pudo conciliar el sueño. Mientras en el salón principal de la suite que ocupaba, la fiesta reverberaba en una exuberante algarabía. Él se encerró en su habitación, para pensar.

 

Caminó y caminó, con sus pies descalzos por sobre la tersa alfombra, se sentó, se recostó en la cama, se puso de pie y se acercó hasta la venta para mirar la oscuridad y nuevamente comenzó a caminar.

 

Algo cambió esa noche en Akihiko, lo había visto en sus ojos. No, no había sido producto de su imaginación.

 

“Sí, ve a tu fiesta. Tu…amiguito, te está esperando”

 

Recordaba una y otra vez aquellas palabras, pero no habían sido ellas las que causaron su desazón. Fue la mirada de Akihiko, no había rabia, ni desprecio, no había celos, ni desaprobación. Había sido la profunda soledad pintada en sus hermosos ojos y lo que más lo asustaba, la renuncia en su expresión.

 

Misaki se cubrió los labios con las manos y fue entonces como si una ola salvaje lo hubiese golpeado. Todas las emociones que había estado reprimiendo por años, se hicieron presentes. Ríos de lágrimas que se había negado a derramar, salieron sin su permiso y los sollozos que intentaba acallar, se convirtieron en gritos, que ahogó sobre la almohada de su cama.

 

Nadie escuchó el desahogo, pues la música estaba tan alta como para ensordecer a los sordos. Eso había sido un alivio, porque le permitió a Misaki, gritar y maldecir por su suerte, por el destino que tanto odiaba, por los sueños que no se cumplieron, por el amor que murió de tantas decepciones.

 

Cuando la mañana llegó, Misaki se sentía vacío. Había drenado muchos años de emociones y sentimientos. Estaba cansado muy cansado y se sentía desconectado de sí mismo. Como si se viera a través de un espejo, siendo espectador de su propia vida.

 

Se levantó como pudo de la cama y se metió en el baño. Sus movimientos eran automáticos, muy en el fondo de su mente sabía que debía salir de aquel letargo. En cualquier momento llegaría Akihiko con los periódicos y el desayuno y no quería que lo encontrara en ese lamentable estado.

 

Pero no fue Akihiko el que llegó con el desayuno esa mañana.

 

—Usami san, salió muy temprano. —le explicó la asistente que se encargaría de sus cosas ese día.

 

— ¿Pero, a qué hora regresa? ¿Se le olvidó que tenemos una entrevista hoy? ¿Cómo se fue así sin avisarme?

 

Misaki estaba impresionado. Akihiko jamás había hecho algo así, era demasiado responsable con sus compromisos. Misaki apenas conocía a aquella chica y eso que llevaba años trabajando para él. Siempre era Akihiko el que se encargaba de todo, incluso de tratar con el personal.

 

La chica estaba nerviosa por el ataque de ira de su jefe, pero no tenía mayores respuestas, solo la información que Akihiko le había dado antes de irse.

 

—U-Usami sama me dijo que había cancelado todo lo de hoy, me pidió que le trajera el desayuno y que le dijera que podía descansar el resto del día. Él… él me dijo que lo llamaría esta tarde.

 

Misaki se sentó en la cama, viéndose tan confundido como se sentía, la chica se quedó unos segundos esperando instrucciones, pero Misaki apenas había reparado en ella.

 

—Puedes irte. — le dijo, cuando levantó la mirada y la encontró parada al lado del carrito de la comida.

 

Una vez a solas, corrió hasta su celular y marcó el número de Akihiko. Repitió muchas veces aquella llamada, pero siempre fue lo mismo, numero fuera de servicio. Estaba comenzando a impacientarse, cuando la molestia se transformó en preocupación.

 

— ¿Será por lo de anoche? —se preguntó, pero no tenía respuestas y le único que podía dárselas estaba desaparecido.

 

La preocupación y la molestia lo acompañaron por casi una hora. Se dedicó a llamar a todos los sitios en donde Akihiko pudiera estar, pero nadie sabía de él. Al cabo de un buen rato, se hartó.

 

—Vete al demonio Akihiko Usami. —gritó furioso, estrellando su celular contra la pared.

 

Después de una larga ducha, se vistió, tomó sus lentes y salió de la habitación. Él también podía desaparecer, después de todo tenía el día libre.

 

Puso a todo su tren de trabajo a correr. Nadie sabía funcionar sin Akihiko. La pobre muchacha a la que este había dejado encargada, se las vio de colores, para tratar de organizar la salida de la joven estrella.

 

Pasó un largo rato entre gritos y reproches, para que Misaki finalmente abordara un automóvil con sus guardaespaldas, en camino hacia un concurrido centro comercial.

 

La persona que bajó del automóvil, no era la misma que había estado llena de angustia y dolor hacia unas horas. Misaki se cubrió con su dura caparazón y se vistió de estrella. Paseó por las tiendas, se tomó fotos con sus fans, sonrió y firmó autógrafos. Almorzó en un lujoso restaurant y siguió su viaje desenfrenado de compras.

 

Llegó bien entrada la tarde al hotel donde se hospedaba, entre una algarabía de fans y fotógrafos. El equipo de seguridad la tuvo difícil para contener al montón de personas y se alegraron cuando el joven traspasó la entrada del hotel.

 

Todo el mundo extrañó a Akihiko ese día y a su bien coordinada organización, que les hacía a todos las cosas más sencillas.

 

Misaki entró a su suite cargado de paquetes, dejó las cosas sobre un sillón y se caminó hasta el pequeño bar, para servirse algo frio.

 

—Deja las cosas allí y pide que me suban algo de comer. Después te puedes retirar. — le ordenó a la chica que le acompañaba.

 

Pero otra voz los hizo a ambos, girar con asombro.

 

—Yo me encargaré de eso Azumi, puedes irte ya.

 

Akihiko había esperado a Misaki, por largo rato dentro de la suite. Aprovechó para arreglar los detalles que faltaban y cuando ya tenía todo listo, se sentó a esperar pacientemente.

 

La chica le hizo una leve reverencia y se marchó.

 

Misaki caminó con su vaso de agua helada entre las manos y se sentó en uno de los mullidos sillones de la habitación.

 

—Vaya, hasta que te dignaste a aparecer ¿hiciste todo lo que tenías que hacer?

 

Akihiko no notó nada en la pose altanera de Misaki, no había reproche en su voz, ni temor en su mirada, no había molestia en sus gestos. No había nada. Para lo que quería hacer, para lo que tenía que decir, necesitaba al verdadero Misaki y así se lo hizo saber.

 

—Quiero hablar contigo. —le dijo sereno. Tomó el vaso que Misaki sostenía con fuerza y lo colocó sobre una mesa, luego tomó su mano y los instó a ponerse de pie. —pero quiero que seas tú de verdad, la persona de la que me enamoré, el muchacho dulce, tierno y considerado. No esa fachada detrás de la que te escondes. No, no quiero hablar con la estrella luminosa y famosa, quiero hablar con Misaki, con mi Misaki.

 

Misaki lo miró con los ojos abiertos cuan grandes y expresivos eran. Allí había una emoción, era dolor y eso causó que Akihiko se resintiera, pero debía seguir adelante, por él, por los dos, para terminar con aquel circulo vicioso que los estaba consumiendo.

 

Akihiko acarició el dulce rostro y le sonrió con ternura.

 

—Vamos a dar un paseo.

 

Misaki no dijo nada, solo se dejó llevar. Salieron por la puerta trasera del hotel. Ya un vehículo los esperaba. No había fans, ni fotógrafos y cuando salieron a la avenida, eran dos personas normales que salían a dar una vuelta.

 

Se quedó mirando a través de la ventanilla del auto, todo el rato. Se sentía incapaz de hilvanar cualquier idea, así, había dejado su mente en blanco. Akihiko iba sereno a su lado, pensativo y taciturno, como si se acercara al final del camino.

 

El chofer condujo por dos horas, llegaron a una provincia pintoresca y colorida, había fuegos artificiales y lo que parecía un festival. Era de noche ya y en el puerto de la zona se bamboleaban con el viento, los faroles luminosos hechos de papeles de colores.

 

—Espérenos aquí. —Le ordenó Akihiko al chofer y le tendió la mano a Misaki, para ayudarlo a bajar del auto.

 

Misaki miró a su alrededor, la algarabía, la música el color y vio a Akihiko extrañado.

 

— ¿Por qué estamos aquí?

 

Akihiko le sonrió y lo tomó de la mano, para caminar por entre la gente.

 

—Nunca vinimos a un festival tradicional. Me hubiera gustado verte en Yukata y encender fuegos artificiales contigo.

 

Misaki se detuvo, llamando la atención de Akihiko.

 

— ¿Qué hacemos aquí, Akihiko?

 

—Ser nosotros mismos.

 

Tras la enigmática respuesta, Akihiko siguió caminando con Misaki tras él. Atravesaron un concurrido boulevard y se internaron en el puerto, hasta llegar a un bonito e iluminado malecón. Descendieron por unas escaleras y caminaron por la arena hasta la orilla del mar.

 

Akihiko soltó a Misaki y se quitó los zapatos, sonriendo mojo sus pies en el agua y giró su mirada hacia Misaki, con una radiante sonrisa.

 

—Ven, está tibia.

 

Misaki retrocedió, negando con la cabeza. Era demasiado íntima la escena, demasiado personal, era demasiado ellos, en un pasado que él quería olvidar.

 

—Quiero volver al hotel.

 

—No.

 

— ¡Quiero volver al maldito hotel!

 

—Y yo te he dicho que no vas a volver hasta que hablemos.

 

Akihiko fue tajante y Misaki se estremeció de ira, de dolor, de odio.

 

— ¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio! —gritó frenético, hasta quedarse sin aliento.

 

—Eso por lo menos es una emoción. —murmuró Akihiko con desconsuelo.

 

Misaki se abrazó con fuerza, sosteniendo los pedazos de su coraza que estaban por derrumbarse y cuando ya se quedó sin escudo, comenzó a llorar, todas las lágrimas que le habían faltado por derramar la noche anterior.

 

Akihiko se acercó hasta él y lo abrazó con fuerza.

 

—Llora mi amor, llora todo lo que puedas, esta será la última noche que llores por mí culpa.

 

Se sentaron en la arena y acurrucado entre los brazos de Akihiko, Misaki lloró, hasta que del llanto solo quedaron pequeños hipidos.

 

— ¿Te sientes mejor? —preguntó Akihiko, solícito.

 

Misaki asintió, alejándose a regañadientes del cálido regazo de su ex esposo.

 

—Lo siento, estoy cansado, no sé qué me paso.

 

—No por favor, no te escondas de mí de nuevo.

 

— ¿Qué quieres de mi Akihiko? ¿De qué quieres hablar? ¿Por qué no me dejas regresar al hotel?

 

Akihiko acarició el suave rostro, limpiando las pequeñas lagrimas que aún lo humedecían.

 

—Quiero que hablemos de nosotros. —le dijo con suavidad.

 

Misaki suspiró resignado y enfrentó la hermosa mirada de Akihiko.

 

—Está bien, hablemos.

 

Akihiko suspiró y abrazó sus rodillas, poniendo su cabeza sobre estas, para mirar pensativo el oscuro mar.

 

—Lo que más me gustaba de regresar a casa, era que podía oírte cantar. No me importaban los problemas, o los gritos de mis padres, no me importaba que mi hermano estuviera allí con su cara de amargado. Llegaba, me cambiaba y salía al jardín para oírte cantar. Sabía que lo hacías para mí. Te miraba en las mañanas, escondido en la ventana de tu cuarto, observándome. Tú pensabas que yo no te veía y para mí era un juego divertido.

 

— ¿A dónde quieres llegar Akihiko? — preguntó Misaki, cansado.

 

— ¿Quisiera saber cuándo dejaste de amarme? O si es que alguna vez me amaste de verdad.

 

Misaki se puso de pie, limpió sus pantalones y tomó sus zapatos para marcharse.

 

—Esto es absurdo, no voy a seguir con esta estupidez. Volveré al hotel, así tenga que irme caminando.

 

—No voy a volver Misaki.

 

—Entonces no vuelvas, quédate aquí y duérmete en la arena, has lo que te dé la gana.

 

Akihiko se puso de pie y enfrentó al molesto Misaki, con su mirada triste y resignada.

 

—No, no me entendiste. Estoy renunciando Misaki, no volveré a ser tu manager.

 

Fue tan difícil para el decirlo como para Misaki asimilarlo.

 

—Tu no… no puedes hacer eso.

 

Misaki apenas podía contener su corazón, sentía como si le faltara el aliento.

 

Akihiko suspiró y ocultó sus manos nerviosas entre los bolsillos de su pantalón.

 

—Eso es lo que estuve haciendo todo el día. Dejé todo preparado para que Azumi se haga cargo, mientras tú consigues a alguien que me sustituya.

 

Misaki se cubrió la boca con las manos, murmurando entre lágrimas.

 

—No puedes hacerme esto. No puedes dejarme.

 

Akihiko sonrió con tristeza.

 

—Nos dejamos hace mucho tiempo, Misaki. Hemos estado viviendo en un escenario, bien elaborado, que no es más que una mentira. La mentira que nos inventamos ambos para mantenernos juntos, aunque no sabíamos las razones. No puedo seguir con esto, no puedo seguir engañándome y por eso decidí seguir adelante.

 

Misaki lo miró con tristeza, no podía haber más verdad en aquellas palabras.

 

—Yo me quedé porque te amaba Misaki, siempre creí que lograríamos volver a ser felices juntos. —Akihiko se acercó y tomó con ternura las manos de Misaki, mirándolo con amor. — ¿Por qué te quedaste tú?

 

Misaki apretó las manos cálidas que sostenían las suyas y lo miró con tristeza.

 

—Yo…yo también te amaba.

 

Akihiko negó con la cabeza.

 

—Dime la verdad Misaki.

 

— ¡Esa es la verdad!

 

Akihiko soltó las manos de Misaki y se alejó de él, volviendo su rostro hacia el mar.

 

—No ¿quieres que te diga cuál es la verdad? La verdad es que desde que me veías desde la ventana de tu casa, te enamoraste de un sueño. No era a mí a quien amabas, era a lo que te hacía sentir, era lo que esperabas lograr, ero eso a lo que verdaderamente amabas.

 

Akihiko se dio la vuelta y lo enfrentó con dolor.

 

—Creíste que habías conseguido tu sueño cuando nos casamos. ¿Recuerdas, una vez me lo dijiste? siempre habías soñado con la casa hermosa, el esposo apuesto, los hijos, la familia ideal.

 

—¿Akihiko, por qué me haces esto? —Le preguntó Misaki entre sollozos.

 

Akihiko caminó hacia él y lo tomó por los hombros, para sacudirlo con cierta violencia.

 

—Porque necesito que te enfrentes a la verdad. Porque quiero que dejes de esconderte tras esa maldita mascara y veas la realidad. Tú no me amabas, amabas el sueño que tejiste a mí alrededor y cuando ese sueño se derrumbó, cuando no pudimos tener los hijos que deseabas, la casita perfecta y la familia feliz, te desmoronaste.

 

—¡Ya basta! — le gritó Misaki, implorándole que se detuviera. No quería abrir los ojos, no quería ver en lo que había convertido su vida.

 

—No, maldita sea, vas a escucharme. Vas abrir tu maldito y frio corazón y vas a escucharme. Todos los días me sonreías, hacíamos el amor, me besabas, te reías de mis tonterías. Vivías a mi lado Misaki, pero no vivías conmigo. Yo había perdido la batalla antes de ni siquiera haber empezado a luchar, porque tú no me amabas. Querías a un espejismo y cuando el cristal rosa que cubría a tu sueño, se hizo pedazos y quedaste desnudo ante la realidad, me odiaste.

 

Misaki cayó de rodillas en la arena y cubrió su rostro con las manos, llorando con desconsuelo.

 

—La persona que tenías a tu lado no era lo que habías soñado. Solo era yo, con mis problemas de fertilidad, con mis mil defectos, con la certeza grabada a fuego en la piel de que no podría darte lo que habías querido. Me lo dijiste tú mismo ¿no lo recuerdas? Nosotros no éramos una familia. Yo era el fracaso más grande de tu vida. Cuando te propuse alejarnos de todo y hacer una vida normal, para ti fue como un insulto, porque no era eso lo que habías soñado.

 

Akihiko se arrodilló frente a Misaki y tomó su rostro entre sus manos, obligándolo a mirarlo.

 

—Acéptalo Misaki, dímelo, dime que nunca me amaste, asúmelo de una buena vez.

 

Las ultimas capas cayeron con aquella suplica desesperada, era hora de liberarse, de liberar a la persona que había lastimado.

 

— ¡Sí! — gritó con dolor. —Es verdad maldita sea. Nunca te amé. Quería lo que había deseado… dios. Todos los días tejí un sueño en mi mente. Quería lo que había visto a mi alrededor, quería la felicidad que tenían mis padres, la casa hermosa donde había crecido feliz, los hijos amorosos. Quería aquello que conocía, donde estaba cómodo, donde era feliz.

 

Misaki agarró a Akihiko por las solapas de su chaqueta y arrugó con fuerza entre sus puños la dura tela.

 

—Y sí, te odiaba, te odié todos los días, cada día. En el maldito tratamiento, en cada una de las veces que aborté. Te culpaba, te culpaba a ti, por no poder conseguir lo que deseaba. Mientras más dolor veía en tu mirada, mientras más solícito, amoroso y amable eras conmigo, más te odiaba. Yo no quería tu maldito apoyo, quería mi sueño, quería… dios… lo siento…lo siento tanto.

 

Misaki soltó a Akihiko y limpió sus lágrimas con rabia.

 

— ¿Por qué me hiciste esto? ¿Por qué me haces enfrentarme a estas dolorosas verdades? ¿Querías que viera que soy un monstruo, un egoísta sin sentimientos que te usó, hasta que le fuiste útil? ¿Crees que no me causó dolor todo esto? Perdí cuatro hijos, Akihiko ¿sabes cuan doloroso es eso? ¿Quieres que te pida perdón? ¿Es eso?

 

Akihiko negó con la cabeza.

 

—Quiero que comiences a vivir, pero esta vez de verdad.

 

Tomó sus manos y las besó con ternura.

 

—Enfrentarse a la realidad duele, pero es necesario ese dolor. No podemos vivir escondiéndonos, Misaki. Gracias a estas pruebas crecemos como personas, aprendemos, mejoramos. Quiero que te des la oportunidad de vivir, quiero que te enamores de la persona que esta vez sí robe tu corazón. A lo mejor ahora sí obtendrás tu sueño, o a lo mejor no, quizás solo crearás sueños nuevos. Pero encerrado en tu dolor, en tu odio hacia todo y hacia todos, no lo ibas a lograr. Eres muy joven Misaki y talentoso. Tienes todo en tus manos para ser feliz, solo tienes que intentarlo.

 

Misaki se metió despacio entre los brazos de aquel hombre, que de una forma brutal, pero honesta, le había devuelto las ganas de vivir.

 

Un rato después, Misaki abordaba el vehículo que los había traído hasta aquel lugar.

 

— ¿Que vas a hacer tu?

 

Le preguntó, al ver que no iría con él en el auto.

 

—Caminar hacia adelante a ver hasta donde me llevan mis pies.

 

Misaki sonrió y Akihiko lo besó despacio.

 

—Adiós mi amor, espero que seas muy feliz.

 

Misaki lo miró por la ventanilla cuando se alejaba, perdiéndose entre las luces y la muchedumbre.

 

—Adiós. —murmuró quedito y limpió una lagrima que humedeció su mejilla. —Gracias.

 

Akihiko le había dado el mundo de nuevo y la oportunidad de ser feliz. Misaki deseó de todo corazón, que el también encontrara la felicidad.

 

Porque así es el amor, imperfecto, trágico, alegre, loco, hermoso, real e irreal. Y desear la felicidad de otro al que una vez quisiste, al que siempre querrás, es parte de amar con el corazón.

 

******

 

Ryu esa noche se encerró en su estudio y pintó por última vez al objeto de su amor. Se prometió fervientemente que sería la última pintura. Necesitaba dejar ir aquel amor, necesitaba dejar de creer, de pensar que algún día lo volvería a tener.

 

Se sentó en su pequeño banco y comenzó a colorear el blanco lienzo, como siempre lo hacía. Se sabía de memoria cada parte de Kaoru. La figura que comenzaba a tomar forma, era la de un hombre, que sentado en una silla, lo miraba con una dulce sonrisa.

 

Ryu trajo a su mente cada detalle, las nuevas arrugas que Kaoru lucia en sus cansados ojos. Las canitas que comenzaban a salir en sus sienes. La línea sensual de su boca, sus blancos dientes. Las manos gráciles que sostenían la copa de rojo vino. El suéter borgoña que cubría su estilizado torso.

 

Pasó toda la noche pintando y cuando la mañana iluminó el estudio con su luz esperanzadora, un Kaoru inmortal lo miraba sonriendo desde su lienzo. Allí, le sonreiría para siempre.

 

—Este lo guardaré para mí. —murmuró, mirando con infinito amor el cuadro que había pintado y donde había dejado los últimos vestigios de sus sentimientos.

 

Entró a su cuarto y se despojó cansado de su ropa, se metió desnudo entre las blancas sabanas y se durmió sereno. Aquella noche había sido la última para ellos. No habrían mas celebraciones post divorcio, así lo había decidido. El viaje que haría a Nueva York no solo era un viaje, era una mudanza. No volvería a Japón, pues allí iba a dejar su corazón.

 

Llegada la tarde ya estaba despierto, bañado y vestido, todo ya había sido recogido, solo quedaban su caballete y sus pinturas, que se quedarían en aquel lugar.

 

—Isaka sama, el taxi ya llegó.

 

Le dijo el portero del edificio.

 

—Ya bajo, por favor dígale que me espere.

 

El hombre se marchó y Ryu se quedó solo en medio del vacío departamento. Por sus ojos trascurrieron escenas de besos y de sexo, se materializaron sonrisas y charlas, pudo ver los muebles que ya no estaban, desperdigados por el lugar, se miró recostado entre unos fuertes brazos frente a la ahora vacía chimenea. Extendió su mano para tocar el espejismo que era Kaoru, desnudo, en una pose sugerente, modelando para él.

 

Sonrió con nostalgia y suspiró con resignación. Allí se quedaba una vida que no fue tal. Los momentos prestados, los sueños no realizados, las palabras que no fueran dichas, un amor que no llegó a nacer.

 

—Te amo Kaoru Asahina. —murmuró a la nada. — siempre te amaré.

 

Cuando bajó, llevaba un sobre en su mano.

 

—Por favor, haga llegar esto a la dirección que está en el sobre. Esa persona tendrá que venir a buscar lo que queda en el estudio.

 

El hombre asintió y Ryu abordó el taxi, sin mirar atrás.

 

Cuando el avión remontó el vuelo esa madrugada. Ryu miró la ciudad iluminada y chiquitita. Se imaginó a Kaoru entre libros y papeles, con sus lentes y su rostro serio, sentado frente a la computadora. En ese sitio dejó su corazón, sonriendo pensó que quizás de alguna forma así sería feliz.

En un ático de la ciudad, Kaoru estaba con las manos en sus bolsillos, mirando el cielo desde el balcón. Ryu ya debía haberse marchado y él no había ido a despedirle. Suspiró cansado y volvió al interior de su departamento, no había podido escribir ni una línea, su mente estaba en otro lugar. En su mente había subido a aquel avión y se había llevado a Ryu consigo para no dejarlo ir jamás.

 

Pensó que habían sido muchos adioses juntos. Había decidido no ir a ninguna celebración post divorcio más. Era demasiado doloroso, compartir aquella complicidad, tenerlo tan cerca y no poder decirle que lo amaba, no poder abrazarlo y besarlo hasta que sus labios dolieran.

 

Se hartó de la soledad de su hogar y tomó su chaqueta para salir. La madrugada lo sorprendió caminando por las atestadas calles de la ciudad. Bebió un trago en un concurrido bar y siguió caminando. Su mente no conseguía consuelo.

 

¿Por qué no le había dicho que lo amaba? ¿Por qué no lo había intentado? Aunque solo hubiese conseguido un rechazo, por lo menos ahora tendría una certeza y no ese desasosiego que lo llenaba.

 

—Soy un estúpido cobarde. — se reprochó con molestia, mientras subía en el ascensor de su edificio.

 

Se sirvió otro trago y se sentó en el mueble de la sala. Recostado allí, recordó el rostro dulce de Ryu, aquella noche estaba hermoso, más hermoso que nunca. Recordó cuando el taxi lo alejaba de él y creyó ver un dejo de tristeza en su rostro. Pero obvió el pensamiento.

 

—Son ideas mías. — se convenció. —estúpidas ideas mías.

 

Así lo sorprendió la mañana, sin poder dormir y sin poder dejar de pensar en Ryu. Cuando la luz del sol se hizo demasiado potente para su vista cansada se dispuso a dormir un rato, pero un llamado a su puerta lo hizo desistir.

 

Un mensajero le entregó un sobre, cuando vio de quien era, despidió al hombre rápidamente y abrió el sobre con rapidez.

 

“Cuando recibas esto, estaré muy lejos de ti. No soy bueno con las palabras Kaoru, ese es tu talento. Así que dejé en el ático que compartíamos, algo que siempre quisiste ver. Son tuyos, guárdalos, quémalos, bótalos, ya no importa. Solo quiero que cuando los veas, entiendas lo que nunca pude decirte con palabras.

 

Adiós Kaoru, esta es nuestra última despedida, no volveré a Japón y ya no habrán más celebraciones post divorcio.

 

Deseo que seas muy feliz.

 

Ryu.”

 

Kaoru apretó la carta entre sus manos y corrió a coger las llaves de su auto.

 

El portero lo saludó cortésmente, después de todo ya lo conocía.

 

—Ryu san dijo que había dejado algo para usted allá arriba. Los de la mudanza ya sacaron todo, solo queda que usted se lleve eso. El departamento será puesto en venta mañana.

 

Kaoru no quiso ni siquiera esperar el ascensor,, subió frenético por las escaleras y cuando llegó casi sin aliento al último piso, lo pensó unos segundos antes de abrir. El lugar estaba vacío y Kaoru sintió que su corazón se oprimía, tantos recuerdos en aquel lugar, tantas cosas que no quería olvidar.

 

Caminó al estudio de Ryu con temor y cuando abrió la puerta, un sollozo ahogado escapó de su garganta. Había muchos cuadros, pudo mirarse a sí mismo a través de recuerdos hechos escenas. En unos sonreía, en otros estaba serio, en algunos estaba haciéndole el amor a Ryu, en otros solo estaba escribiendo.

 

Kaoru caminó por todo el estudio y miró todos y cada uno de los cuadros, repasado su vida a través de imágenes. Cuando reparó en uno que estaba en el rincón más oculto del estudio, sonrió con las lágrimas humedeciendo sus mejillas.

 

Era él, un él muy joven y de mirada soñadora, que veía pensativo hacia un pasillo de la universidad.

 

“¿A quién esperabas?”

 

Decía un papel que estaba pegado al cuadro.

 

Kaoru se sentó frente a él y apretó el papel contra su pecho.

 

—Te esperaba a ti. — susurró con dolor. — siempre estuve esperándote y ahora que te encontré, ya no estas más.

 

La vida en Nueva York después de casi un mes, había sido agotadora. Se había auto impuesto una rutina frenética de trabajo, todo para que no pudiera pensar en lo solo que se sentía. Ese día le había llegado la invitación a una exposición. Ryu no pensaba ir, casi siempre rechazaba las reuniones sociales, en esos momentos no quería conocer a nadie.

 

Estaba cansado y se sentó en su sillón favorito, ese que lo dejaba mirar todo el rio este en su esplendor.

 

 Tomó el sobre que descansaba en una mesita y lo miró con fastidio. Algo le decía que esa invitación si debía aceptarla. No tenía remitente y tampoco decía el nombre de él o los expositores, pero era muy persistente.

 

“Se le ruega asista a la exposición que se realizará esta noche la Galería Queen”

 

Era una galería muy prestigiosa que ya había exhibido sus obras, y ese “Se le ruega” era tan extraño.

 

Llegada la hora, se encontró vestido y arreglado y sin pensarlo bajó para tomar un taxi, de todos modos salir un rato no estaba de más. En la entrada de la galería, lo recibió un hombre muy serio y formal que se presentó como Akihiko Usami, era el manager del artista que exhibiría sus obras esa noche. No había mucha gente y Ryu pensó que había llegado muy temprano, pero cuando el hombre lo guio al interior de la galería y se encontró con sus cuadros exhibidos, no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas.

 

—Por favor, complete el recorrido, al final alguien lo espera. —Le dijo el hombre con delicadeza y Ryu solo asintió, caminando entre sus cuadros, sus muy queridos cuadros, sus muy amados recuerdos.

 

Acarició los hermosos marcos en los que habían sido montados y sonrió entre lágrimas al ver que cada uno de ellos, tenía un escrito.

 

—Esta fue la primera vez que lo hicimos en la cocina. — leyó Ryu, entre risas.

 

—Aquí me acababa de afeitar.

 

—Este fue el día que tu preparaste el desayuno

 

Ryu caminó por todos los cuadros y leyó todas las descripciones hasta llegar al penúltimo. Era su primer cuadro, la primera vez que pintó a Kaoru, pegado a el había un sobre y Ryu lo tomó. Con cuidado lo abrió y leyó en voz alta.

 

—Me preguntaste a quien esperaba ese día. La respuesta siempre estuvo frente a ti. Te esperaba cada día, anticipaba el momento de verte. Amaba los días en que aparecías con tu cabello azul y cuando lo teñías de rojo, eran mis colores favoritos. Te esperé por mucho tiempo y me sentí el ser más feliz del mundo cuando te acercaste a mí. Ahora sigue caminando, yo también pinté algo para ti.

 

Ryu apretó el papel contra su pecho y caminó hasta el último cuadro. Una carcajada llenó el lugar, Ryu se ahogaba en risas al ver el cuadro frente a él. Era una obra digna de un niño. Con pequeños muñequitos rudimentarios trazados sobre una hoja blanca, con creyones de cera. Uno de los muñequitos con sus piernas hechas de líneas y sus zapatos redondos, sostenía lo que parecían unas flores, el otro, de rodillas, le entregaba una cajita y ambos sonreían.

 

—Tú no eres bueno con las letras y yo soy un asco dibujando.

 

Ryu se dio la vuelta para mirar al hombre que amaba. Sin pensarlo se lanzó a sus brazos y este lo recibió gustoso.

 

—Juntos somos perfectos. —susurró Kaoru a su oído y Ryu le ofreció sus labios, con el rostro lleno de lágrimas de felicidad.

 

— No vuelvas a dejarme nunca. — le suplicó Kaoru entre besos.

 

Ryu negó con la cabeza y sonriéndole le dijo con fervor.

 

—Te amo.

 

Kaoru sonrió emocionado.

 

—Lo sé, lo vi, está en todos estos cuadros, está en toda la vida que pintaste para mí.

 

Kaoru lo besó con fervor, devorando los amados labios que tanto había anhelado volver a besar. Lo abrazó con fuerza cuando se les acabo el aliento y lo sostuvo entre sus brazos, llenándose de su calidez, disfrutando del momento.

 

— ¿Me dirás que si? — le preguntó unos segundos después.

 

Ryu lo miró extrañado. Kaoru sonrió y señaló el último cuadro.

 

—Es lo que te estoy preguntado allí, en mi dibujo. Te estoy pidiendo que te vuelvas a casar conmigo.

 

Ryu miró el cuadro y rio contento.

 

—La respuesta es sí, Kaoru, siempre será sí. — le dijo, abrazándolo con emoción, seguro de que no lo soltaría jamás.

 

Una tarde soleada, se casaron en una linda ceremonia. Esta vez no había secretos en sus corazones. Esta vez las promesas serian para siempre.

 

Y así termina esta historia, algunos consiguieron su final feliz y otros solo aprendieron a vivir. Pero eso no quiere decir que no lograran ser felices, eso quiere decir que el final no siempre es de la forma que planeamos. El encontrarte a ti mismo, conocerte, amarte y perdonarte es solo otro camino para encontrar la felicidad.

 

Fin

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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