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Notas del capitulo:

Hola, paso rapidito no se pueden quejar, habia olvidado decirles que solo seran 4 capitulos asi que ya estamos a dos para terminar, espero que disfruten el capitulo de hoy, besitos y gracias por leer.

¿Me harías el honor de casarte conmigo? Te casaras conmigo ¿Y si nos casamos? Pues ahora tendremos que casarnos.

 

 

         Pues ahora tendremos que casarnos…

 

Cada mañana es lo común ver un desfile de niños caminando solos y sin supervisión hacia las distintas escuelas que pueblan la región. Como pequeños soldaditos caminan con sus calcetines altos, zapatos bien pulidos, chaquetas escocesas y sombreros de ala ancha abrochados bajo el mentón. Tienen pases de trenes sujetos a sus mochilas y abordan el transporte público con total seguridad.

 

Dos de aquellos pequeños soldaditos se conocían desde que eran bebes y habían hecho una rutina el encontrarse cada mañana en una anónima esquina, para ir juntos a sus respectivas escuelas.

 

Nowaki que era dos años mayor, vivía en una zona privilegiada de la ciudad pero no porque sus padres tuviesen dinero. Su mama trabajaba en una de la casas de aquella prestigiosa zona y les permitían vivir en el interior de la misma.

 

Hiroki por el contrario, era el hijo único de una de aquellas familias acomodadas. Conoció a Nowaki cuando comenzaba a dar pasos y su niñera lo llevaba a un pequeño parque donde todos los niños de la zona jugaban. Se puede decir que fue una atracción instantánea. Nowaki cuidaba del pequeño y adorable Hiroki y este correspondía su amistad con entusiasmo.

 

Cuando crecieron un poco más y llegó la hora del colegio. Nowaki esperaba a su pequeño amigo y lo escoltaba hasta su escuela, para luego correr a donde él estudiaba. Casi siempre llegaba tarde, pero a pesar de los regaños, jamás desistió de acompañar a Hiroki.

 

La rutina nunca se perdió, pero la adolescencia trajo consigo algo más que una amistad. Aunque ambas familias adversaban la evidente cercanía de aquellos dos, ellos nunca desistieron. Se robaban el tiempo y se besaban en rincones secretos esparcidos por toda la ciudad.

 

Una tarde decidieron que ya los besos y las tímidas caricias no eran suficientes. Hiroki era el más osado de los dos y ciertamente era el más interesado en retener a Nowaki solo para sí. No le gustaba tener que competir por el amor de su novio y es que Nowaki solía ser muy popular con todo el mundo.

 

Odiaba a veces el carácter fácil y alegre de Nowaki, chicos y chicas se le acercaban por montones buscando su atención, lo que había hecho que Hiroki cambiara la rutina de sus días, siendo el quien iba a buscarle a la secundaria donde estudiaba.

 

Tal actitud le había ganado el apodo del “carcelero” pues cuando Hiroki aparecía se acaba la fiesta y Nowaki siempre rechazaba las invitaciones que le llovían por montones, solo para estar con él. Hiroki era muy posesivo y celoso y eso generaba monumentales discusiones entre ellos. Desde que habían comenzado a salir, terminaban y volvían con un ritmo agotador, hasta el día en el que Hiroki decidió atarlo a él de una vez por todas.

 

Nowaki no estaba muy seguro cuando cruzaron la puerta del hotel donde Hiroki lo llevó. El chico había averiguado todos los lugares que estuvieran más alejados de sus respectivas casas, aquel día faltaron a sus clases y entre emocionados y asustados abordaron el tren que los llevó a su destino.

 

—Hey, la vista de aquí es impresionante. Ven a ver.

 

Hiroki hizo un gesto de fastidio. Nowaki parecía más emocionado por la extraña habitación que por lo que en realidad habían ido a hacer allí. Se armó de paciencia y caminó hasta su distraído novio, que miraba impactado las vistas de la gran ciudad.

 

—Sí, es bonito. —Dijo con una suave voz, tratando de imitar los actos de seducción que se había aprendido de memoria para aquel día. —¿No te parece que deberíamos ponernos más cómodos?

 

Nowaki lo miró extrañado, Hiroki estaba desabrochando la camisa de su uniforme con inusitada suavidad. Su sonrisa dulce y bonita lucia más brillante que nunca y su cabello relucía brillante acariciando sus sonrojas mejillas. Solo tenía quince años, pero en ese momento no lucia puro y virginal, se veía absolutamente pecador.

 

Nowaki se abalanzó hacia él y lo besó con cierta torpeza. Para ambos era la primera vez a solas en un lugar desconocido e íntimo, que les daba permiso para avanzar más en lo que habían comenzado con tímidos besos.

 

—¿Estás seguro?

 

Hiroki sonrió cuando las manos temblorosas de Nowaki acariciaron la desnuda piel de su torso. Asintió dándole permiso, pues él lo deseaba, lo deseaba con locura. Nowaki rio con una estruendosa carcajada y cargándolo lo llevó a la cama entre risas, esta dio un enorme rebote cuando ellos cayeron en ella y eso causó la curiosidad infantil de Nowaki.

 

—Jah! Hiroki, esta cosa parece un trampolín.

 

¿Esto es en serio?

 

Pensó Hiroki con fastidio, pues semidesnudo en la cama, miraba a su novio brincar sobre esta. De pronto sintió una enorme molestia, todo el esfuerzo que había hecho para preparar aquel encuentro había sido en vano. Nowaki era un estúpido inmaduro. Se paró de la cama y se dirigió hacia su maletín que había dejado tirado sobre un mueble en la entrada.

 

—Hey ¿dónde vas?

 

—Me voy a mi casa, tú puedes quedarte brincando en la cama, como el imbécil que eres.

 

Hiroki no logró abrir la puerta cuando ya Nowaki lo tenía apresado entre sus fuertes brazos.

 

—¡Suéltame maldito idiota! Tanto esfuerzo para nada. Estoy harto de ti y de tu estupidez. Terminamos y esta vez es…

 

Nowaki acalló los gritos con un cálido beso. Ya estaba acostumbrado al explosivo carácter de su novio y sí, se estaba comportando como un idiota, pero estaba nervioso y no estaba para nada convencido de que aquello fuera una buena idea. Pero ¿Cómo decírselo a Hiroki? Sabía que si le decía que no quería hacer aquello se pondría furioso y quizás esa vez si sería el final de su relación.

 

“Bueno Kusama, es ahora o nunca”

 

Se dijo dándose ánimos, porque quería hacer lo correcto. Porque esperar era lo mejor para los dos, porque el quería a Hiroki y deseaba hacer las cosas bien. Cuando dejó de besarlo y lo alejó un poco de el para mirarlo con seriedad, todo su empuje se vino abajo. Hiroki tenía el rostro húmedo de lágrimas y su mirada se veía triste y desolada.

 

— ¿No me deseas? ¿Es que ya no me amas?

 

¿Cómo iba a responder a aquello?

 

Hiroki era extremadamente inseguro y posesivo cuando de él se trataba. Nowaki lo había analizado a profundidad muchas veces. Con nada más mostraba Hiroki un apego tan irracional. Para los demás tenía un carácter dócil y hasta desprendido, no había nada que lo hiciera apegarse o anhelar ni nada que causara que se encendiera como un cerillo. Solo él, solo para él eran tales conductas.

 

“Mierda”

 

Ya era tarde para volver sobre sus pasos y aunque no era lo correcto iba a suceder. Porque claro que lo deseaba y también lo amaba. Aunque a sus diecisiete años no comprendía la complejidad de aquel sentimiento y la profundidad de las decisiones que tomaría en nombre de ese amor.

 

Lo besó y le susurró entre besos mientras lo llevaba a la cama esta vez para hacer cosas de adultos.

 

—Te amo y te deseo, claro que te deseo.

 

Los momentos fueron tan mágicos como ambos habían imaginado. El estar desnudos y sudorosos uno en brazos del otro. El dolor y el placer, los besos profundos y los gemidos largos. El sentir que se pertenecían más allá de los sentimientos, sentir que eran uno en la crudeza de la piel, en el instinto básico que corrompía su inocencia. La dureza del sexo de uno entrando múltiples veces en la cálida suavidad del otro y los jadeos, los gemidos, las palabras de deseo, de amor. Finalmente el clímax, la sangre y el semen mezclándose, creando vínculos que para ellos siempre serian irrompibles.

 

—Te amo Nowaki Kusama, siempre voy a amarte.

 

Así se durmió Hiroki aquella tarde, acurrucado en el tibio regazo de su novio que lo besó mil veces, sintiéndose completo y feliz. Ajenos a los momentos difíciles que les esperaban.

 

Pasaron dos meses idílicos. Hiroki sentía ahora una entrañable unión con su novio, como si algo secreto e intrínseco los fusionara en un solo ser. Nowaki había dejado de reunirse con sus amigos y no por petición de Hiroki, solo que no le apetecía. Salía corriendo a buscar a Hiroki a la salida de la secundaria y se iban juntos a caminar, a besarse y hacer el amor, en todos los hoteles que sus pocos ahorros le permitieron pagar.

 

Una tarde no lo encontró en la salida y cuando se disponía a llamarle, el padre de este lo interceptó y le habló con dureza.

 

—No está aquí y no va a volver. Lo mejor para ti es que no lo busques más.

 

Tras esas palabras el hombre se subió a un auto que le esperaba y Nowaki no lo volvió a ver. Tampoco vio a Hiroki por seis largos y angustiosos meses. Hasta que finalmente y gracias a su madre, supo dónde estaba.

 

Aquella no fue una agradable conversación, descubrir que su madre había sido cómplice de todo aquello, fue un duro golpe para Nowaki. No fue porque la mujer quisiera mucho a Hiroki que le informó a su hijo su paradero. Fue el hecho de ver a Nowaki consumirse lentamente por la angustia y el dolor, lo que la hizo revelar toda la historia de lo que había ocurrido con Hiroki.

 

—La mamá de ese chico vino una mañana y pidió hablar conmigo. — le contó a su hijo. — Me dijo que sabía que nuestros hijos se veían a escondidas desde hacía algún tiempo. Esa mañana apenas acababa de enterarse que su hijo estaba esperando un bebé.

 

Nowaki cubrió sus labios conmocionado por lo que estaba escuchando. Su madre negó con la cabeza, cuando lo vio palidecer.

 

—No te ilusiones con ese hijo, Nowaki, ella me aseguró que le harían un aborto a Hiroki.

 

Nowaki se sentó en la mesa con el rostro transfigurado por el dolor y las piernas temblorosas. Se ocultó abatido entre sus pálidas manos no queriendo pensar en el sentimiento de pérdida que lo inundaba.

 

— Hijo yo no.

 

Nowaki se tensó cuando su joven madre puso una mano en su hombro. No quería que lo tocara, quería gritarle y condenarla por lo que le había hecho, en complicidad con los padres de Hiroki.

 

—Dime donde lo llevaron. Tú sabes dónde está, dímelo.

 

Ella lo miró con suplica.

 

— ¿Qué podia hacer yo? Solo soy una simple sirvienta. Ellos tienen dinero, poder, conexiones de todo tipo. Y tú… ¿tú que podías darle a ese chico? Mírate, apenas eres un niño ¿cómo iban a criar a ese bebé si no tenían siquiera donde vivir?

 

Nowaki la miró con tristeza.

 

—Nunca te he fallado madre, nunca y ni siquiera me diste esta vez una oportunidad. Tomaron decisiones por nosotros, arbitrariamente, como si fuéramos de su propiedad.

 

Ella se sentó a su lado en la mesa y tomó su mano besándola con tristeza.

 

—Nunca me has fallado hijo y lo siento, siento mucho haberte lastimado.

 

 Nowaki subió con renovados ánimos las sinuosas laderas de una montaña. El templo que le había descrito su madre estaba escondido en un rocoso abismo muy cerca de la cima. El lugar era frio y lúgubre. Un templo con grandes torres y poderosos muros, que más se asemejaba a un fuerte que a un internado.

 

Nowaki escaló uno de aquellos muros y se escabulló por los silenciosos pasillos. De pronto sonó el estridente tono del campanario y los pasillos comenzaron a llenarse de jóvenes que caminaban en filas, con la cabeza baja y envueltos en grises y gruesas túnicas. Nowaki se metió en una habitación vacía y hurgó en todos lados hasta conseguir una de aquellas túnicas.

 

En el enorme patio del lugar, los chicos se reunían en pequeños grupos. Nowaki caminó con su cabeza baja tratando de pasar desapercibido. Lo buscó con ahínco entre los grupos de jóvenes hasta que la voz de alguien lo alertó.

 

—Los alumnos del ala norte vayan a sus habitaciones.

 

Gritó un monje alto y robusto. De pronto todos los chicos comenzaron a reunirse en una larga fila. Nowaki estaba frenético, se le terminaba el tiempo y no faltaría mucho para que lo descubrieran.

 

— Kamijou kun ¿es que no escuchaste? Dije todos los alumnos del ala norte.

 

Sintió que su alma volvía a su sitio cuando escuchó aquella orden. Giró su rostro y vio por fin al amado ser que tanto anhelaba abrazar. Hiroki caminaba despacio y se unió a la fila cabizbajo y silencioso. Nowaki vio a los chicos perderse por un gran pasillo y se escabulló entre los arbustos grandes que adornaban el patio, para seguirlos.

 

—Haremos una hora de oración y meditación y luego iremos a la clase de la tarde.

 

Escondido tras una columna, esperó hasta que todos se perdieran por las puertas de sus habitaciones. El monje que les había hablado se metió en una pequeña capilla y fue allí cuando Nowaki aprovechó.

 

Hiroki estaba sentándose en la pequeña cama que junto con un closet y una silla, constituía su reducida habitación, dispuesto a llorar como lo había hecho cada día de aquel encierro, pero entonces la puerta se abrió y trajo consigo la felicidad.

 

—Nowaki. — murmuró quedito, no podía creerlo. Y no lo hizo hasta que este lo envolvió en un cálido abrazo.

 

—Te extrañaba tanto, tanto.

 

Le decía Hiroki entre lágrimas y Nowaki no podía hablar entre emocionado, asustado y feliz, pues no solo tenía entre sus brazos a la persona que amaba, sino que además sentía pegado a su cuerpo, un redondo bultito que le anunciaba una felicidad que no se esperaba.

 

— ¿Tú…tú estás?

 

Hiroki asintió entre risas y lágrimas, sintiendo feliz como Nowaki acariciaba su vientre.

 

—Voy a sacarte de aquí.

 

Pasaron quince días para que Nowaki lograra cumplir aquella promesa. No podía sacar a Hiroki de allí caminando, como lo había hecho el. No solo era peligroso sino arriesgado para el bebé. Hiroki esperó con el alma en vilo cada día. No veía la hora de irse con su amor. No era que lo hubiesen tratado mal en aquel lugar. Era un internado estricto donde sus padres lo habían enviado luego de enterarse de que estaba esperando un bebé.

 

 Los monjes tenían un rutina de clases y oraciones, rituales de meditación y lectura. Estaban separados en pequeñas habitaciones pues no permitían el contacto personal más allá de lo necesario. No era un lugar para hacer amigos. Era un lugar de transición para expiar culpas, donde los padres dejaban a los hijos que habían sido desobedientes.

 

Sintió mucho temor cuando se enteró que esperaba un bebé y por mala suerte su madre lo había descubierto haciéndose la prueba en el baño. Sus padres siempre habían temido que al ser un hombre fértil, cometería alguna estupidez. Ni siquiera lo habían dejado comunicárselo a Nowaki y aún esperaba por la decisión que tomarían ellos con respecto al bebé, cuando este naciera.

 

Esa mañana, Hiroki sonrió esperanzado, mientras miraba por la ventaba de su anodina habitación. Ya no tendría que esperar por la decisión de sus padres, cuando Nowaki se lo llevara de ese lugar, su bebé seria solo de ellos y nadie podría arrebatárselos. Podría saber que era y comprarle cositas, mimarlo y amarlo.

 

Los monjes traían un medico cada mes para que lo revisara a él y a otros que estaban en la misma situación. No les dejaban saber el sexo del bebé ni hacer preguntas. Los exámenes y las ecografías se las entregaban a sus padres y en las conversaciones no se permitían los temas de embarazo, todo eso para que no se apegaran a los bebés que esperaban, ya que a la mayoría les darían en adopción.

 

Hiroki acarició su vientre cariñosamente y suspiró con alivio, ya él no tendría nada que temer.

 

Nowaki, esa noche inicio un pequeño incendio en una zona deshabitada del templo. En medio del barullo de alarmas y gritos, buscó a Hiroki y lo sacó por el patio trasero. En esa semana, entrando incognito por las noches, había buscado todas las formas posibles de salir y esa fue la mejor. Una camioneta vieja y desvencijada los esperaba. Subió a Hiroki delicadamente y emprendió el camino. Ambos reían tomados de la mano y dejando atrás el lúgubre templo, del que ya solo se veía la columna de humo que se levantaba hacia el firmamento.

 

Una semana después y acomodados en una pequeña casita que consiguió Nowaki con unos amigos de su madre. Recibieron a su pequeña princesa. Hiroki acababa de cumplir su noveno mes de gestación, el hospital de la zona rural donde vivieron en aquella época, era básico y carente de mayores comodidades, pero la dura camilla y la sencilla habitación donde Hiroki soportó por horas las contracciones del parto. La amable doctora y la maternal enfermera que lo conminaban con amoroso consuelo a empujar y a traer a su bebé al mundo y sobre todo el apoyo incondicional que le dio Nowaki, hicieron que Hiroki viviera aquella experiencia con fortaleza y esperanza.

 

Anzu nació en medio de un estruendo de llantos y risas. Nowaki le prometió con adoración, al tenerla en sus brazos, que la amaría eternamente y que crearía para ella y para Hiroki un mundo lleno de todo lo mejor que él pudiera darle.

 

Esa noche cuando la pequeña Anzu dormía en su modesta cunita. Nowaki se recostó al lado de un muy agotado Hiroki y lo miró dormir con su corazón lleno de amor.

 

— ¿Por qué no te has ido a casa?

 

Nowaki sonrió y lo besó dulcemente al verlo abrir los ojos.

 

—No me voy a mover de aquí sino es con ustedes.

 

—Te amo Nowaki, gracias por haber ido por mí, por todo lo que has hecho… te amo. —le susurró Hiroki acomodándose a pesar del dolor que sentía, para acurrucarse en el regazo de Nowaki.

 

Permanecieron una rato así hasta que Hiroki preguntó con un suspiro.

 

— ¿Qué vamos a hacer ahora?

 

Nowaki ni siquiera lo pensó para responder.

 

—Pues, ahora tendremos que casarnos.

 

Hiroki lo miró sorprendido.

 

—No me veas así, es lo más lógico, por nosotros y por ella. De esa forma tus papás no podrán hacer nada para quitárnosla. Además, tú acabas de cumplir dieciséis y yo tengo dieciocho, nos podemos casar sin su consentimiento.

 

Y finalmente así lo hicieron. En una sencilla ceremonia en el templo de la provincia donde se refugiaron aquel tiempo, intercambiaron sus votos, con Hiroki vestido con un humilde kimono blanco y con su nena en brazos y Nowaki con un también austero kimono azul.

 

 No intercambiaron anillos porque no tenían el dinero necesario. Nowaki había vendido la mayoría de sus pertenencias para rentar aquel lugar y mantener a su familia, pero si intercambiaron promesas y había mucho amor entre ellos. Amor que les sirvió para vivir por diez años en los que juntos formaron una hermosa familia. Hasta que finalmente la magia se acabó.

 

 

*******

 

Te casarás conmigo...

 

La magia del amor puede durar para siempre o puede durar solo el lapso de un suspiro. Eso iba a saberlo Miyagi cuando por una casualidad decidió volver al hogar de su juventud.

 

La ciudad donde nació y creció no era precisamente una ciudad, era más bien un pequeño pueblo sencillo al que se llegaba por la carretera que une toda la costa de Oita, y que tenía una pequeña acera por la que se podia caminar y mirar el paisaje. El recorrido era corto, tenía a la derecha el mar con pequeños acantilados o zonas de arena y a la izquierda, montañas o campos verdes.

 

Él había visto tantas veces aquel lugar que cuando regreso no le pareció impresionante, aunque lo fuera. El pueblo de Hiji, era una mezcla de zona agrícola con los tradicionales campos de arroz y pesquera, pues al estar junto al mar tenía también un pequeño puerto lleno de embarcaciones de pesca. Como casi todos los pueblos tenía su templo muy bonito y colorido donde siempre hacían celebraciones, lo que constituía la única diversión en aquel lugar. Era un lugar bastante tranquilo y agradable con casas unifamiliares, tradicionales y casi rústicas, la mayoría de ellas con pequeños cultivos de flores, tan importantes en Japón.

 

El lujoso auto que lo transportaba se detuvo frente a una de aquellas casas. Miyagi tuvo que sacudir la cabeza para alejar con ello los recuerdos que le llenaban. Todo el recorrido se había visto asaltado por ellos.

 

Se recordaba siendo un muchacho flaco y desgarbado que navegaba con una de aquellas barquitas que pululaban en el puerto. Se recordaba llegando con su pesca al pequeño establecimiento de su padre. Allí apilaba cajas, servía mesas, limpiaba los pisos y muchas veces cerraba el local cuando su padre se retiraba por el cansancio.

 

Toda su vida adolescente la había pasado al servicio de su familia. Eran un clan tradicional y él era el hijo mayor, era su deber seguir los pasos de su padre y su futuro era heredar la pequeña tienda. Allí, debería trabajar hasta el cansancio, enamorar a alguna de las jóvenes que transitaban como flores silvestres por todo el pueblo en espera de que algún joven las tomara y las sacara de su apatía. Casarse, tener hijos y envejecer entre barriles de licor y comida seca.

 

Quizás cerró la puerta del automóvil con demasiada dureza, pues su chofer lo miró con aprensión, cuando el estruendo resonó. Aunque Miyagi no se dio cuenta de aquel gesto, porque miraba con hastío el desgastado lugar de sus recuerdos y le repugnaba pensar en el futuro que le habría esperado. De no ser porque se resistió a aquel fatídico plan y porque cada día de su juventud, aprovechó los tiempos libres para leer, para investigar y para prepararse para el futuro que él deseaba forjarse. Ahora estaría regresando de la pesca para ir a abrir la vieja tienda que aún trabajaba, ahora atendida por un primo lejano que había heredado la responsabilidad que el abandonó con tan buen gusto.

 

—Hijo, bienvenido…bienvenido a casa.

 

Su madre lo recibió cariñosamente, pero se rehusaba a abrazarlo para no dañar la cara ropa que vestía y que ella miraba con reverencia.

 

Miyagi amaba a su madre y dejarla en aquel pueblo le había dolido más que nada. Pero era ella una mujer muy tradicional, apegada a costumbres que se habían arraigado en su familia por generaciones. Después de conseguir el éxito y de poseer un lujoso pent-house en una de las zonas más caras y exclusivas de Tokio, la había llevado a su hogar y ella solo pudo resistir allí dos días, había sido imposible lograr que le visitara una vez más.

 

—No se va a dañar si me das un abrazo. —Le dijo con amor extendiendo sus brazos.

 

Por ella y solo por ella aguantaba aquellas visitas al lugar de sus recuerdos más indeseados. La mujer, pequeñita y frágil en la que se había convertido, lo abrazó despacio y Miyagi se llenó de su aroma a fresco, a flores de vainilla y a mar.

 

—Te traje un montón de cosas y esta vez espero que las uses.

 

Miyagi besó con emoción la sien encanecida de su madre y le sonrió. Le traía siempre cosas que pensaba le harían la vida más fácil, pero ella solo los veía y reía emocionada, jamás utilizaba los complicados aparatos, como ella les llamaba.

 

Lo único que había logrado Miyagi llevarle, que le encantaba, era una pequeña tetera eléctrica que ella cuidaba como un preciado tesoro.

 

Ella lo miró apenada.

 

—Esas son cosas muy avanzadas para una anciana como yo, hijo querido. Nunca sabré como usarlas y son tan bonitas, me da pena dañarlas.

 

Miyagi suspiró emocionado y acarició tiernamente la piel de sus mejillas, sonrojadas y suaves, como siempre las recordaba.

 

—Esta vez te traje vestidos, zapatos y muchas cosas para tu invernadero.

 

— ¿Me trajiste semillas? —preguntó emocionada.

 

El asintió sonriendo encantado, pues por primera vez la había hecho feliz.

 

Las manos rugosas y llenas de durezas envolvieron las suyas suaves y estilizadas.

 

—Gracias hijo mío. — le dijo entusiasmada, llevándolo al interior de la casa. —Shinobu Kun va a estar feliz, él quería sembrar cosas nuevas.

 

— ¿Shinobu-kun?

 

—Sí, el hijo de los Takatsuki, él me ayuda en la siembra todos los días después de la escuela.

 

Miyagi comió con sus padres aquella noche y durmió en la incómoda habitación de su juventud. Por más que había hablado con su padre he insistido en reformar aquella vieja casa, siempre había conseguido una negativa. Ahora estaba allí, en medio de una ola de calor, siendo comido por los mosquitos y durmiendo en una incómoda cama.

 

—Mañana regreso a Tokio. —se dijo con firmeza, mientras caminaba como león enjaulado por la pequeña habitación.

 

Cada vez eran menos frecuentes las visitas y su madre le había llamado con la voz nostálgica para preguntarle porque ya no los visitaba. Al mirar alrededor y verse rodeado de tanta incomodidad, se preguntó por qué su mama no entendía que su vida había cambiado, que él había cambiado.

 

Logró dormirse ya casi al amanecer y despertó con la luz del sol ya muy alta en el horizonte. Habían sido unas risas amenas la que lo habían despertado y cuando salió de la casa para ver quien lo molestaba con tal escándalo, es encontró con que el destino le abría la puerta hacia un escenario, que hasta ese momento, a sus treinta y cinco años, desconocía.

 

Junto a su madre en el jardín trasero de la casa, había un joven que no podia tener más de quince años. Tenía una piel tan blanca y perfecta como la porcelana fina que adornaba uno de los estantes de su hogar. La esbelta figura estaba cubierta por un ajustado pantalón con una tela que en otros lados habría sido escandalosa y que solo cubría hasta poco más abajo de su rodillas, dejando sus pantorrillas y todo el resto de sus torneadas piernas descubiertas, hasta unos pies adornados por unas cándidas sandalias que apenas cubrían su perfección, pues parecían esculpidos por el propio Miguel Angel.

 

Miyagi se ocultó un poco para poder seguir admirando a la perfecta criatura. Su madre ponía un delantal viejo y desgastado sobre la blanca camisa que cubría el estilizado torso y cuando este se dio la vuelta para que ella le atara un nudo, Miyagi sintió un estremecimiento en su cuerpo. Las curvas de aquellas redondas nalgas eran más que preciosas. Hacían el juego perfecto con las largas piernas la estilizada cintura el fino torso, los hombros delgados, el cuello de cisne, el cabello color de sol y el sublime rostro que coronaba todo aquel esplendor.

 

—Ah, ya llego Shinobu kun. — dijo de pronto su padre, tras él.

 

Miyagi trató de ocultar toda la turbación que lo llenaba

 

— ¿Ese es el chico que ayuda a mamá en el invernadero? — preguntó, fingiendo desinterés.

 

—Sí. — le respondió su padre, encendiendo un cigarro. —es raro que no te acuerdes de él, nació cuando ya te habías ido, pero las veces que venias a visitarnos te perseguía como un cachorrito.

 

— ¿Qué edad tiene?

 

—Cumple diecisiete este año.

 

Shinobu giró su rostro, hacía rato que sentía que alguien lo estaba mirando. La señora Yo no le había dicho que su hijo le estaba visitando ese día y cuando se encontró con la mirada penetrante del hombre que lo veía con interés, sintió un profundo estremecimiento.

—Hola hijo, que bueno que ya despertaste, ya voy a ir a servirte el desayuno. — Grito su madre al verlo. —Ven un momento para que conozcas a Shinobu kun.

 

Shinobu no sabía qué hacer con sus manos nerviosas, había esperado por dos años aquella visita. Cuando cumplió sus quince años pensó que podría verlo y él no había aparecido. Cumplió los dieciséis y tampoco volvió, sus cumpleaños coincidían casi siempre con las fechas en las que Miyagi visitaba la casa. Ahora el hombre de sus sueños estaba allí y el parecía un excusa de persona, con aquella ropa sucia y llena de tierra.

 

—Este es Shinobu-kun, hijo. El me ayuda mucho con las plantas del invernadero que mandaste a hacer para mí.

 

Shinobu se sonrojó hasta los pies, al ver a Miyagi inclinarse en una elegante reverencia.

 

—Gracias por tu trabajo duro y por ayudar a mi madre. Ese invernadero es lo único que me ha dejado hacer por ella y me hace feliz que ella lo ame.

 

Shinobu no encontraba su voz, sabía que debía agradecer, que debía decir algo.

 

Miyagi rio con picardía, terminando de enmudecerlo y de colorearlo con un hermoso carmesí.

 

—Mamá, creo que voy a irme al comedor, he avergonzado a tu ayudante.

 

La mujer rio con picardía y Miyagi reverenció de nuevo a Shinobu, antes de marcharse con unas sugerentes palabras.

 

—Te veré luego Shinobu kun, tal vez en ese momento si quieras decir algo.

 

Shinobu se sintió paralizado y lo miró partir, no sin cierta nostalgia.

 

—Le gustas. — murmuró la mujer a su lado y Shinobu salió de su estupor para mirarla con asombro.

 

—No me veas así, le gustas ¿no viste como te estaba mirando? — en ella se veía una palpable alegría y por su expresión, Shinobu sabía que estaba haciendo planes. —Tenemos que hacer que se enamore de ti, así volverá a casa y también volverá a ser feliz, aquí en su hogar, con nosotros y contigo dándole una hermosa familia.

 

Shinobu sonrió ante la infantil felicidad de la señora Yô. Eran unos planes muy bonitos y más cuando ella conocía sus sentimientos por su hijo. Ella siempre lo sabía todo y eso era agradable para él, porque no tenía que dar explicaciones.

 

—Pero tienes que ser mas pícaro, muchachito. No te puedes quedar todo embobado mirándolo sin decirle nada. Pareces un pajarito asustado.

 

Shinobu rio con ganas y miró con emoción al interior de la casa.

 

— ¿Podría ser posible? — murmuró quedito.

 

Pensando si quizás no estaría pidiendo demasiado. Miyagi y el vivían en dos mundos muy opuestos. Hasta pensarlo era una locura.

 

—Nosotros lo haremos posible. — Le dijo la anciana tomando su mano con ternura. —Ahora vamos a quitarte ese feo delantal, hoy me ayudarás en la cocina. Tienes que hacer unos de esos ricos pasteles que tu mamá te enseño a preparar. A los hombres se los conquista por el estómago.

 

No resultó tan desacertada la idea. Miyagi se comió con gula el rico pastel que Shinobu preparó. Cuando Shinobu encontró su aplomo, logró hablar con Miyagi naturalmente y en la tarde, salieron con el permiso de sus padres, a dar un paseo por el puerto.

 

—No cambia nada en este lugar. —murmuró Miyagi al ver llegar las barcas al puerto.

 

—Debe parecerte aburrido, después de todo vives en la gran ciudad.

 

Estaban caminando por la sedosa arena. Miyagi se detuvo y lo miró con una suave sonrisa.

 

—¿No te parece aburrido a ti? ¿No te gustaría conocer algo más? Salir de toda esta tediosa rutina.

 

Shinobu le sonrió dulcemente y emprendió de nuevo la caminata.

 

—Lo que para ti es una tediosa rutina para otros, como yo, es algo natural. Me gusta venir al puerto por el pescado fresco, me gusta caminar por el malecón y mirar el mar cuando el sol se oculta en el horizonte. Me gusta plantar las semillas que pronto crecerán y darán frutos. Me gusta la vida sencilla y sin sobresaltos.

 

“Yo te hare cambiar de idea”

 

Pensó Miyagi, mirándolo de pronto con codicia. Era algo realmente perfecto y hermoso que él deseaba con ahínco, poseer.

 

— ¿Por qué me miras así? — preguntó Shinobu intimidado por la intensa mirada.

 

— ¿Dónde habías estado?

 

Shinobu sonrió complacido, tal vez la mamá de Miyagi tenía razón, tal vez si le gustaba a aquel hombre.

 

—Frente a ti, solo que las primeras veces apenas alcanzaba tu rodilla y cuando ya crecí, no me mirabas. Los dos últimos años no volviste así que…

 

— ¿Me esperabas? — le preguntó Miyagi, tomándolo del brazo y acercándolo a su febril cuerpo, lleno de deseos por abrazarlo y besarlo.

 

Shinobu asintió con timidez.

 

—¿Dime por qué?

 

Shinobu negó con la cabeza, bajando su mirada apenado.

 

Miyagi tomó su mentón y le alzó suavemente la cabeza para que sus miradas se encontraran.

 

—Dímelo. —le susurró con suavidad, con su labios muy cerca, casi ronzando los de Shinobu.

 

—Me-me gustas.

 

Miyagi rio roncamente, embriagado por el triunfo que sentía en todo su ser. Entonces lo besó y lo besó por horas, hasta que la noche bajó el telón y los sorprendió en medio de cálidos besos a las orillas del tranquilo mar.

 

Miyagi se fue unos días después, molesto y un poco asombrado por el carácter que tenía su ahora novio.

 

Por más que había insistido, Shinobu se había negado a irse con él. Para el chico era impensable dejar a sus padres así de repente, para embarcarse en una relación tan improvisada. El día antes de marcharse habían discutido y aunque las últimas palabras de Miyagi habían sido una negativa a mantener una relación formal. No había pasado una semana cuando regresó y entre disculpas finalmente claudicó.

 

Miyagi, se obligó a ir todos los fines de semana a visitar a su “novio” a compartir a sus “suegros” y a quedarse en la incómoda habitación de su odiada casa, todo lleno de sonrisas y aparente amabilidad. Solo esperaba el momento para que Shinobu cediera y una vez conseguido su objetivo, se lo llevaría de aquel lugar y no volverían jamás.

 

La oportunidad se le presentó, unida a una desgracia. Aquel fin de semana había tenido un viaje impostergable, se había disculpado con Shinobu y este le había entendido perfectamente. Shinobu entendía la ajetreada vida de Miyagi y sentía que le daba un poco de paz cuando lo atraía a sus brazos cada fin de semana y lo llenaba de la relajante vida del campo.

 

—El fin de semana que viene, te haré unos ricos pasteles y prepararé una canasta de picnic, para que pasemos toda la tarde junto al rio. — le susurró con ternura, cuando este lo llamó del aeropuerto antes de subirse a su vuelo privado.

 

—¿Y me vas a dejar besarte y acariciarte por todo el cuerpo, allí donde no me has dejado tocarte antes?

 

—Miyagi san. — se quejó Shinobu, sintiendo que todo su cuerpo se estremecía.

 

Miyagi sonrió. —Esta vez voy a llegar hasta el final Shinobu, te voy a hacer el amor sobre el verde prado, voy a desnudarte y a besarte en todos partes, hasta que me ruegues que te haga mío.

 

— Deja de decir esas cosas, podrían escucharte. Que tengas un buen viaje y regresa pronto.

 

Miyagi rio con satisfacción, en el temblor de la voz de Shinobu intuyó su excitación, ya lo tenía donde quería.

 

—Te veré el próximo fin de semana, mi amor.

 

Shinobu colgó el teléfono sintiendo que su corazón palpitaba desbocado ¿podría seguir negándose? Miyagi ya se lo había advertido y para Shinobu ya era francamente un sacrificio no entregarse a aquel mundo de sensaciones que Miyagi le ofrecía.

 

—Cariño ¿vamos a ir a la feria del templo? — le preguntó su madre, un rato después.

 

Aquel sábado era festivo y los padres de Shinobu siempre ponían un puesto con dulces en la atestada feria. Shinobu adoraba las celebraciones, las comidas que vendían en los diferentes tarantines y sobre todo los fuegos artificiales. Como Miyagi no vendría ese día, se vistió con sencillez y se fue con sus padres a vender sus dulces y a disfrutar del ambiente.

 

La mama de Miyagi se pasó por el lugar. Triste porque su hijo no iría a visitarles, se fue a compartir con su querido yerno.

 

Miyagi abordó el avión, sintiendo que su caro pantalón le molestaba en cierta parte, que había estado desentendida por ya un largo tiempo. De donde escoger para aliviar aquel “malestar” tenia, pero Miyagi sabía que si esperaba, la recompensa iba a ser mayúscula. Shinobu era todo pureza y su virginidad era un tesoro precioso que el precisaba tomar sin mancha alguna. Así que se había impuesto el celibato como un precio a pagar, por tal regalo de virtud que Shinobu le daba.

 

Cuando llegó al aeropuerto de Shanghái estaba agotado. Había pasado las poco más de dos horas que duró el vuelo, arreglando los papeles que llevaba a su reunión. En el hotel tampoco había descansado mucho, lo esperaba una cena con sus socios y debía llevar unos informes que iban a discutir.

 

—Yô sama, tiene una llamada de su casa.

 

Miyagi se extrañó, su madre no le llamaba nunca y su padre menos. Acababa hacía unas horas de hablar con Shinobu. Con cierto temor tomó la llamada que su asistente le comunicó.

 

El pequeño hospital del pueblo, apenas se daba abasto con las víctimas. Un caso fortuito que nadie jamás había esperado. La mecha de alguno de los fuegos artificiales había ocasionado un incendio, que gracias a la sequía que los aquejaba en aquellos días, había tomado grandes proporciones.

 

Shinobu, golpeado, adolorido, medio asfixiado y en shock, ocupaba una de las muchas camillas que poblaban el pasillo del atestado hospital. Había perdido a sus padres aquella noche, entre los gritos, los empujones, el intenso fuego y el humo denso que nos les dejaba encontrar a sus seres queridos.

 

La turba por huir había sido tan grande, que muchos de los que no murieron quemados, lo hicieron aplastados por la gente que corría para salvar sus vidas.

 

Miyagi llegó casi al amanecer, había salido como loco del hotel y tomado un vuelo privado de regreso a Japón. La carretera que lo llevaba a su antiguo hogar le pareció eterna y cuando llegó al pequeño pueblo aún no podia creer que había perdido a su madre. Los padres de Shinobu también habían muerto y su novio estaba mal herido.

 

Consiguió a su padre en las afueras del pequeño hospital, mucha gente esperaba por los alrededores, queriendo quedarse cerca de sus seres queridos, ya sea estuvieran vivos o hubiesen muerto en el terrible incendio.

 

Cunado abrazó al hombre que de pronto le pareció más anciano de lo que recordaba, lo sintió temblar y lloró sin poderlo evitar por la pérdida de la preciosa vida de su madre.

 

Muy pronto estaba junto a la camilla de Shinobu. El joven se veía pálido y maltrecho, una venda circundaba toda su frente, tenía un brazo enyesado y múltiples hematomas en todo su cuerpo.

 

—Te voy a sacar de aquí mi amor. —murmuró, besando con cuidado los pálidos labios.

 

Shinobu abrió los ojos y no podia creer lo que veía.

 

—M-Miyagi s-san — murmuró entre sollozos. Por fin podia llorar por sus pérdidas, en brazos de quien había deseado con todo el corazón tener a su lado.

 

Miyagi supo sin duda alguna que tenía que hacer algo y tenía que ser ya. Solo que las mejores decisiones no se toman en los momentos en el que el juicio se encuentra nublado por el dolor.

 

— Te casarás conmigo y voy a sacarte de este maldito lugar.

 

Shinobu sintió los tibios dedos que limpiaban sus lágrimas y miró el resuelto rostro del hombre que amaba. Estaba cansado, adolorido y profundamente triste. No tenía nada que perder y ya nada lo ataba a aquel lugar, así que solo asintió y se dejó llevar.

 

Por respeto a su madre y a los padres de Shinobu, Miyagi permaneció una semana más en aquel pueblo. Después del entierro, respetaron el duelo, hicieron las ceremonias respectivas y a finales de aquella aciaga semana, se casaron en un íntimo acto.

 

Shinobu había pasado por todo aquel proceso, convaleciente y adormecido en un dolor que lo ahogaba. El día de la ceremonia apenas sintió un atisbo de felicidad por saber que Miyagi lo amaba y se uniría con él en el sagrado vinculo del matrimonio, para cuidarlo, amarlo y protegerlo por siempre.

 

Cuando cruzó la carretera que lo alejaba del pequeño pueblo del que nunca había salido, metido en un lujoso auto en compañía de Miyagi, se acurrucó en el regazo de su esposo, despidiéndose de sus padres y de su vida anterior y esperando con el corazón haber tomado la mejor decisión.

 

******

¿Y si nos casamos?

 

El corazón es la mayoría de las veces el mejor consejero, nada como sentir que sus latidos apresurados te empujan hacia esa persona y le susurran a tu terca mente que se arriesgue.

 

La universidad era grande y espaciosa, miles de estudiantes la circulaban cada día y era difícil distinguir rostros entre tanta variedad, pero Kaoru Asahina esperaba cada mañana a un rostro en particular, que desde hace mucho había llamado su atención.

 

Recostado de un árbol dejaba pasar el tiempo, esperando que el joven pasara por allí y le regalara una de sus dulces sonrisas. Era amor a primera vista y la mente creativa de Asahina, ya había hecho una historia de ese amor, aunque ni siquiera se había atrevido a hablarle.

 

Ryu era de esas personas que vivían inmersas en un complicado mundo interior. Era despistado, inocente, crédulo y siempre parecía estar más allá de todo, como si su cuerpo estuviera afincado en la tierra por la pura gravedad y su mente volara libre en la complejidad de sus pensamientos abstractos.

 

La coherencia no era una de sus virtudes y muchas veces lo inusual de sus pensamientos se extendía más allá de su mente, como llevándolo a expresar su vida de modo diferente con su sello muy personal. Era así como en su época universitaria, Ryu llevaba su cabello de un color diferente cada día y no siempre hacia coincidir el modelo de sus zapatos. Su ropa era llamativa y colorida, amplia y holgada, muchas veces con pequeñas manchas de pintura. Cargaba consigo un enorme maletín lleno de pinturas y pinceles y todo lo que necesitara para pintar, porque nunca se sabía cuándo podía llegar la inspiración.

 

Y es que era habitual verlo quedarse pensativo un segundo frente a cualquier escena y observarlo sacar todo su material, para pintar por lo que podía ser unas pocas horas o días enteros. Su genio era muy conocido en la facultad de arte y ya tenía propuestas de muchos compradores anónimos y hasta de prestigiosas galerías por sus pinturas.

 

Pero a él no le importaba nada de eso, a él solo le gustaba pintar y era eso lo que hacía. Los complicados procesos de compra o negociación de sus pinturas se los dejaba a la Universidad.

 

Fue una mañana cuando la inspiración tocó la puerta de Ryu y con quien menos se lo había esperado.

 

Asahina lo estaba esperando, recostado de su habitual árbol y cuando lo vio de lejos, sonrió complacido. Ese día llevaba el cabello azul, recogido en una pequeña coleta, un pantalón extenso y verde cubría sus piernas y una camisa naranja con flores azules completaba el atuendo.

 

Asahina esperó que como siempre el chico le sonriera y siguiera de largo, pero eso no ocurrió. Su sorpresa fue mayúscula cuando este caminó lentamente hacia él y cuando ya estaban frente a frente, le habló con una tímida sonrisa.

 

—¿Me dejas pintarte? El sol está muy bonito, mira— le dijo señalándole con su preciosa mano, los rayos que se colaban por entre las ramas de los árboles. —Hace una composición de colores perfecta y enmarca muy bien tu silueta. Con tu rostro nostálgico recostado allí del árbol, sería una bonita pintura.

 

Kaoru, el dueño de la elocuencia, se había quedado mudo ante tal petición. Claro que entendía lo que Ryu le estaba diciendo, pero tenerlo allí de frente, recibiendo de él, más que una sonrisa,, era como estar soñando y sentía que si decía algo se iba a despertar.

 

—Disculpa, no quise molestarte…

 

—No…no me molestas, adelante, píntame. —le detuvo Kaoru aceleradamente, temiendo perder la mejor oportunidad que se le presentaría en su vida. — ¿Cómo quieres que me pare? ¿Quieres alguna pose en especial?

 

Ryu rio con ingenua emoción, cuando Kaoru empezó a posar de forma estrafalaria, subiendo sus brazos para enmarcar sus músculos.

 

—Solo quédate como estabas. — le dijo, señalando el lugar, mientras sonreía.

 

Muy pronto se había sentado sobre la yerba y en un pequeño caballete garabateaba las primeras líneas, mientras Kaoru lo miraba arrobado.

 

—Siempre estas allí. —le dijo Ryu un rato después, sin apartar la vista de las líneas que aún no tenían forma. — ¿Esperas a alguien? ¿Tu novia quizás?

 

Kaoru hubiese querido responderle que lo esperaba a él y que en ese momento estaba haciendo su más preciado sueño, realidad. Al no conseguir respuesta, Ryu apartó la vista de lo que pintaba y se quedó mirando a Kaoru con una dulce sonrisa.

 

—Me gusta tu rostro pensativo. Cuando estas allí parado y miras hacia el pasillo se siente como si esperaras un regalo, es muy bonita esa expresión.

 

Kaoru sonrió con nerviosismo, jamás le habían dicho algo tan bonito.

 

—Yo-yo espero que…

 

—Isaka san, te buscan en dirección.

 

Las palabras de Kaoru nunca llegarían a Ryu, esa vez fue un accidente que sufrieron los padres del joven, lo que evitó que sus sentimientos fueran revelados.

 

Pasó mucho tiempo para que Ryu regresara a la universidad, cuando volvió, ya habían pasado unos meses y Kaoru había perdido la esperanza de volverlo a ver. Ryu pasaba cada día por el largo pasillo esperando encontrar al melancólico chico, pero no lo volvió a ver. Hasta que una tarde, lo encontró sentado en unos bancos, rodeado de muchas personas.

 

—Eh Asahina, ese chico raro te está mirando.

 

Cuando Kaoru se dio la vuelta y miró a Ryu, este le sonrió, saludándole con su grácil mano.

 

—No me esperen para el juego chicos, no voy a volver hoy. —se despidió, con el corazón henchido de emoción. Ese día pensó que había atrapado a su musa, pero las cosas no sucedieron como esperaba.

 

Pasaron dos años y finalmente terminaron la universidad. Ryu llevaba en esa época el cabello corto y había tomado un especial afecto por la ropa negra. Sus pinturas, al principio hiperrealistas se habían vuelto un complejo conjunto de líneas y formas abstractas, que para Kaoru, no tenían ni pies ni cabeza. Él, trabajaba ahora para una editorial y escribía artículos de actualidad. Le gustaba su trabajo, pero no lo llenaba, así que también había comenzado a escribir sus propias historias.

 

Se había mudado a un pequeño piso en las afueras de la ciudad, lo que le llevaba casi una hora para llegar a la editorial y salía muy tarde por las noches, lo cual lo hacía llegar agotado a su hogar. Ryu y él habían construido una muy cercana amistad, pero para disgusto de Kaoru, el asunto no había pasado de allí.

 

En esa época, Ryu vivía en un departamento muy cerca de la zona empresarial de Tokio. El lugar era espacioso e iluminado, pero hasta allí llegaban sus ventajas. Apenas tenía muebles, implementos de pintura pululaban por todo el lugar, había cuadros hasta bajo la cama y las facturas de cuentas vencidas comenzaban a acumularse sobre una mesa.

 

Ryu se había sumergido tanto en su mente, que cuando no estaba pintando, estaba durmiendo y se le había olvidado vivir. Una tarde, en la que la electricidad se fue en todo el edificio donde funcionaba la editorial, Kaoru tuvo la oportunidad de escapar. Les habían dado la tarde libre y él supo precisamente a donde quería ir.

 

Tocó dos veces y no obtuvo respuesta, cuando intentó forzar la puerta la encontró abierta y eso le molestó.

 

—Este imbécil no tiene límites. —murmuró con molestia, cerrando la puerta con seguro al entrar. — Ryu, idiota, ponle seguro a la puerta.

 

Pero su grito no obtuvo respuesta y cuando Kaoru comenzó a preocuparse, lo encontró recostado sobre uno de sus lienzos con el rostro pálido y la respiración agitada.

 

Una hora después, estaba en el hospital y Ryu era revisado por los especialistas. Cuando anocheció, ya el corazón de Kaoru había vuelto a su ritmo, porque Ryu descansaba en una cómoda cama.

 

— ¿Kaoru? — le llamó al despertar y ver su rostro preocupado.

 

Kaoru se sentó a su lado y tomó con cariño su pálida mano.

 

— ¿Te quieres morir como Van Gogh? Estoy seguro que tus cuadros también se venderán muy caros.

 

Ryu sonrió y apretó la mano calida, que sostenía la suya.

 

—Van Gogh se suicidó…

 

— ¿Y qué crees que has estado haciendo tú?

 

Unos días después, cuando volvió a su casa, la encontró muy diferente a como la había dejado. Incluso podía ver el piso. Un bonito piso de madera que era lo que más lo había enamorado de aquel lugar.

 

Kaoru había pagado todas las cuentas, había llenado la alacena de comida y hasta había arreglado una de las habitaciones vacías para que Ryu la usara de estudio.

 

—Hacía mucho tiempo que no veía este lugar así. — murmuró Ryu, sonreído.

 

Kaoru lo llevó a su cuarto y lo recostó en la cama cuidadosamente.

 

—Recuerda que el doctor te dijo que debes descansar, una pulmonía necesita reposo y aunque te hayan dado de alta aun debes descansar.

 

Ryu le sonrió y tomó su mano, para invitarlo a sentarse a su lado en la cama.

 

—Gracias Kaoru, gracias por todo lo que has hecho por mí.

 

Kaoru le sonrió y contuvo sus deseos de besarlo y abrazarlo, había estado muy preocupado aquellos días al verlo tan débil y enfermo.

 

—Voy a quedarme esta noche para ver que tomes tus medicinas y vendré seguido a verte.

 

—¿Porque no te quedas, permanentemente?… —le pidió Ryu, sintiéndose esperanzado. —Digo… hay suficiente espacio, un cuarto vacío y podemos compartir el estudio.

 

Kaoru se lo quedó mirando, estaba emocionado, feliz, pero como siempre le pasaba con Ryu, no lograba dejar salir sus sentimientos.

 

—Te queda cerca el trabajo. —murmuró Ryu quedito, negándose a dejar de insistir, pero sintiendo que ya no tenía esperanza.

 

—Mañana iré a buscar mis cosas. —Le dijo Kaoru con entusiasmo y respondió a la feliz sonrisa de Ryu, con un suave beso en su mejilla. —Ahora duérmete, más tarde te traigo la cena.

 

Ryu esa noche durmió feliz y muchos meses después, la felicidad continuó.

 

El lugar se llenó de muebles y una rutina organizaba el caos. Como a Ryu le llegaba la inspiración a horas nada convencionales y Kaoru también escribía hasta altas horas de la noche, habían decidió compartir habitación para dejar libre la que Kaoru ocupaba y así la convirtieron en un estudio. Ahora cada uno tenía su espacio de trabajo y no peleaban por el desorden. Aun así, las peleas eran frecuentes.

 

—Ryu, maldita sea, no dejes tus pinturas regadas por todo el lugar. — Se quejaba Kaoru una tarde. Con el pie azul y dejando huellas por el piso de madera, llegó a la habitación y encontró al objeto de su molestia, dormido entre las revueltas sabanas de su cama.

 

— ¿Qué demonios haces en mi cama?

 

—Ummm Kaoru, no grites, déjame dormir.

 

¿Déjame dormir? ¿Enserio?

 

Kaoru lanzó furioso, el tubo de pintura que llevaba en su mano y que había pisado nada más entrar a su casa, la pintura golpeó a Ryu en la cabeza, terminando de despertarle.

 

— ¿Que rayos?

 

— ¡No dejes tus malditas pinturas en el suelo, mira como tengo el pie, por culpa de tu maldito desorden!

 

Ryu se paró indignado, sobando su dolorida cabeza.

 

—Y por eso tienes que golpearme… tú… tú…moco.

 

Kaoru sintió que toda la rabia lo abandonada y sin poderlo evitar se echó a reír.

 

—¿Moco? — le preguntó entre risas —¿eso es todo lo que puedes decir?

 

Ryu, indignado, le lanzó una almohada, pero el muy idiota no paraba de reír, hasta que lleno de ira, caminó hacia él, dispuesto a golpearle. Kaoru, viendo las intenciones, lo tomó por los brazos y la ira y la risa se desvanecieron en el calor del primer beso, de muchos que compartirían.

 

Esa tarde hicieron el amor en las sabanas revueltas, con huellas azules por todo el lugar. También lo hicieron en la madrugada y a la mañana siguiente y pasaron muchos días encerrados entre aquellas cuatro paredes, desnudos, sudorosos, llenos de semen y agotados por haber hecho el amor por todo el lugar. Como si quisieran recobrar el tiempo que habían perdido.

 

Ryu había pintado sobre la piel de Kaoru, innumerables trazos de colores y formas y Ryu tenía sobre sus nalgas y entre sus muslos, las palabras más obscenas que a Kaoru se le habían ocurrido, para describir la perfección de su cuerpo. Una mañana los sorprendió el sol,   desnudos en el medio de la sala. Ryu descansaba sobre el regazo de Kaoru y este lo abrazaba compulsivamente.

 

—Tenemos que despertar. — murmuró Kaoru, besando su cabello.

 

Ryu se acurrucó más y acarició con ternura el delgado torso.

 

— ¿Y si mejor nos quedamos soñando?

 

Kaoru sonrió y lo besó con ternura.

 

— ¿Y si nos casamos?

 

Ryu asintió sonriendo, como si aquello fuera lo más natural del mundo.

 

—Pero primero nos bañamos, dudo que nos dejen entrar así al registro. —espetó Kaoru, riendo complacido y le llenó de besos una vez más, seguro de que ahora lo tendría para siempre.

 

Al día siguiente, salieron de su sueño y habiendo reunido en la noche todos sus papeles, se casaron en un registro civil, con la ayuda de un amigo de Kaoru.

 

Esa noche durmieron como esposos de la misma fácil forma en la que habían comenzado a vivir como amigos. Pero no todo iba a ser tan fácil y sus diferencias iban a hacer muy cuesta arriba su sencilla relación.

 

******

 

¿Me harías el honor de casarte conmigo?

 

Las diferencias constituyen el éxito o el fracaso de una relación. A algunos les puede funcionar el compartir cualidades con su pareja, a otros les gusta la novedad de no tener nada en común.

 

Y nada en común tenían Misaki Takahashi y Akihiko Usami.

 

Misaki era el segundo hijo de una acomodada familia. Consentido, mimado y sobreprotegido vivía en una burbuja rosa, creyendo que el mundo era una película de Disney, lleno de finales felices. No tenía porque no ser así, era lo que había visto. Sus padres llevaban un matrimonio de muchos años, estable y feliz. Su hermano mayor era el próximo a heredar las empresas de su familia y era muy competente y responsable. Estaba por contraer matrimonio con una deliciosa jovencita de sociedad y juntos hacían una pareja encantadora.

 

Misaki había crecido dentro de un mundo privilegiado, donde la vida parecía fácil.

 

Akihiko muy por el contrario, venia de una familia que también ostentaba el dinero y el poder, pero que en otras cosas estaba irremediablemente rota. No había finales felices en la vida de Akihiko, sus padres divorciados, un hermanastro que apenas trataba y un sinfín de secretos y traiciones era lo que había visto en el transcurso de su vida.

 

Lo único bueno en su rutina diaria, era caminar por el jardín que colindaba con sus vecinos y escuchar a la hermosa criatura que cantaba cada tarde, con una voz tan perfecta que le hacía creer que escuchaba un ángel.

 

Era común escucharlo en la compañía de un Shamisen, que tocaba como un experto y a veces le regalaba las hermosas notas de una guitarra, que hacía gala perfecta con su melodiosa voz.

 

Misaki esperaba las tardes con inocente emoción, pues en esos momentos podía regalarle lo único que tenía, a la persona que ocupaba siempre sus pensamientos. Su vecino, Akihiko Usami, siempre había sido su más secreta obsesión. Lo miraba oculto entre las cortinas, cuando salía de su casa rumbo a la universidad.

 

El salía después camino a su secundaria, tejiendo innumerables historias acerca de cómo se casaría con aquel apuesto joven y tendrían dos hijos y una hermosa casa en una colina. Cuando regresaba de clases, se bañaba, comía, hacia sus tareas y esperaba a su profesor de música. Y cuando ya no tenía más que hacer, se sentaba en el alfeizar de su ventana y lo esperaba. Su corazón se estremecía al escuchar el rugir del motor de su auto, corría y se ponía sus mejores galas para salir al jardín y sentado en un pequeño banco, se concentraba para regalarle las mejores canciones que conocía.

 

Él sabía que Akihiko lo escuchaba, podía sentirlo cuando se acercaba, podía intuir que estaba allí, oculto entre los arbustos, mirándolo, oyéndolo y cada día se esmeraba más en sus canciones.

 

Una tarde no vino y pasaron muchas tardes sin que su único espectador apareciera. Asustado, preocupado y triste se había atrevido a ir a la casa del joven. Ya había pasado una semana y Misaki temía que algo muy malo hubiese ocurrido.

 

Cuando tocó la puerta, un hombre de aspecto muy formal lo recibió y las noticias que le dio, le confirmaron sus peores temores.

 

Akihiko había discutido con su padre una mañana y molesto había salido en su auto. El accidente había sido aparatoso y solo un milagro había evitado que se matara. Aun así, estaba en coma, en una prestigiosa clínica de la ciudad, con múltiples heridas y una conmoción cerebral de la que no sabían si despertaría.

 

Misaki le pidió a su hermano que lo llevara a aquel lugar, no podía ni siquiera pensar en que el joven muriera y no pudiera aunque fuera haberle dicho adiós.

 

La enfermera lo llevó hasta la habitación donde el joven dormía, lleno de cables y tubos. Misaki sintió que su corazón se detenía. Lloró con dolor acariciando el pálido rostro y sentándose a su lado.

 

—Háblale. — le dijo la enfermera, condoliéndose del dolor de aquel precioso jovencito. —Los pacientes en coma escuchan, háblale, eso le dará fuerzas para regresar.

 

Misaki no le habló. Esa y todas las tardes que fue a visitarle, Misaki cantó para él, las más hermosas canciones. Canciones melancólicas y románticas que llenaban el corazón de deliciosas emociones.

 

Cuando las enfermeras lo escuchaban, sonreían emocionadas y habían llegado a esperar aquellos momentos con ilusión, pues aquella dulce voz llenaba todo aquel lugar de alegría, de esperanza, de amor y eso también era una medicina.

 

—Ya llegó el ángel. —dijo una de ellas, una tarde.

 

Pero no había emoción en su voz, el ángel ese día recibiría la más triste de las noticias.

 

—Ya ha pasado un mes cariño, su padre dice que no va a esperar más.

 

Misaki escuchó con su corazón lleno de dolor, como la mujer le decía que al día siguiente desconectarían a Akihiko. Su corazón podría no funcionar bien sin los aparatos y no podían predecir que afecciones había sufrido su cerebro, sino despertaba.

 

Para Misaki todo aquello eran excusas. Excusas para no luchar, para darse por vencido. Esa tarde el ambiente se llenó de tristeza y todos lloraron con el corazón dolido, por las notas de una triste canción de despedida que entonó el pequeño jovencito, diciéndole adiós a su muy querido amor.

 

Misaki lloró toda esa noche y ni sus padres ni su querido hermano ni la música que tanto amaba, le dieron consuelo. Al despuntar la mañana, corrió a la casa Usami y cuando el mayordomo le abrió, pidió hablar con el padre de Akihiko.

 

El hombre jamás olvidaría las suplicas de aquel afectado jovencito.

 

—No lo deje morir, es su hijo, luche por él. Luche.

 

Misaki vio partir a la familia en el lujoso auto negro, desde la ventana donde esperaba a Akihiko cada mañana, pero no los vio regresar. Al pasar los días se dio por vencido. Akihiko había muerto. No dejó que sus padres ni su hermano, averiguaran nada, no quería saber y su familia respetó sus deseos.

 

Un mes después y debido a la depresión en la que había caído su hijo, se mudaron de aquel lugar. Muy lejos en la otra punta de la ciudad, comenzaron una nueva vida. Misaki se graduó de secundaria y firmó un contrato con una disquera. Sus padres al principio se habían negado, pero había sido Takahiro el que los había convencido.

 

—Déjenlo cantar, ¿no ven que es en esos momentos en los que el vuelve a vivir?

 

El primer disco estaba teniendo mucho éxito, pero a Misaki no le importaba el éxito o la fortuna. Cantaba para él, solía pensar que era una estrella en el cielo y que podía oírlo cuando cantaba. Ya había pasado más de un año y el sentimiento de pérdida estaba intacto en su corazón.

 

Una tarde, se paseaba por el jardín y se sentó en el muro que separaba la casa de un acantilado que miraba al vasto mar. Le habían propuesto cantar fuera del país, pero Misaki se negaba, sentía que si se iba lejos, lo abandonaría su recuerdo y no lo deseaba, no estaba preparado para dejarlo ir. Cuando más inmerso estaba en sus pensamientos. Una voz interrumpió sus sueños y sus ojos se llenaron de lágrimas de incredulidad.

 

—Hoy no cantas, que raro.

 

Misaki se giró y lo que vio no lo podía creer, apoyado en un bastón y más perfecto que nunca, estaba él.

 

Misaki se bajó del muro y corrió hacia él.

 

—¿Estoy soñando? —preguntó conmovido, mientras acariciaba entre risas y lágrimas, el querido rostro de su amor.

 

—Yo creo que no. — respondió Akihiko sonriendo y Misaki sintió que su corazón ya no podría con tanto amor.

 

Pero no fue de inmediato que se hizo realidad su sueño. Akihiko aún tenía mucho de que recuperarse. Aun no estaban preparados para una relación.

 

Ahora era recibido en la casa Usami como un importante invitado. El padre de Akihiko le tenía un gran aprecio.

 

—Por ti luche para que mi hijo viviera, a ti te debo su vida.

 

El padre de Akihiko a raíz de aquella suplica había preparado todo para sacar a su hijo del país, en una prestigiosa clínica de Londres, lograron su completa recuperación, pero aquel proceso había durado meses y cuando Akihiko había despertado también había tenido que hacer rehabilitación.

 

Su padre le había hablado del jovencito que le cantaba cada tarde en el primer mes después de su accidente, le había contado todas las hermosas historias que le relataron las enfermeras de aquel lugar.

 

—Todo el mundo creía que él era un ángel que venía a velar tu sueño. — le dijo su padre un día mientras conversaban acerca de volver a Japón. —Yo también lo creí cuando me rogó que luchara por ti.

 

Akihiko no veía la hora de regresar a Japon y volver a ver al jovencito que le había dado tanto consuelo con sus hermosas canciones, ese jovencito hermoso del que se había enamorado hacía mucho tiempo ya.

 

Finalmente lo tenía allí, a su lado y Misaki pasaba todas las tardes con él, leyéndole, ayudándole con sus ejercicios, cantándole cuando él se lo pedía. Había viajado por petición de Akihiko y sus conciertos fueron un éxito. Cuando volvió, habían pasado unos meses y Akihiko ya estaba recuperado completamente.

 

Entonces pasaban más tiempo juntos. Misaki se había tomado un descanso y Akihiko lo ayudaba a tomar decisiones con respecto a su carrera. A Misaki le encantaba escuchar las opiniones de Akihiko y las seguía al pie de la letra.

 

—Deberías ser mi representante — le pidió esa vez, y se sentó riendo entusiasmado. — Seria genial, así podríamos viajar juntos y no tendría que alejarme de ti.

 

Ya habían pasado dos años de que Akihiko regresara y aunque Misaki disfrutaba de su amistad, ciertamente deseaba algo más. Akihiko acababa de graduarse de abogado y sin mucho que hacer y también si opciones, porque él también lo quería, se hizo el manager de Misaki.

 

Viajaron a muchos lados y en uno de aquellos viajes finalmente claudicó. Ahora Misaki tenía lo que había siempre deseado, el amor de Akihiko casi por completo. Casi, porque aun sentía que Akihiko se contenía en muchas cosas. Aun no sentía que se entregase por completo. Quizás nunca lo hizo y Misaki jamás se dio cuenta.

 

Lo cierto es que una mañana en un concierto particularmente difícil, tuvieron una dura discusión y Akihiko se marchó. Misaki llegó solo al hotel y pasó la noche llorando. Ni siquiera recordaba porque habían discutido, aquellos días habían estado muy tensos.

 

En la madrugada, cuando tocaron su puerta, corrió a abrir, Akihiko estaba allí con el rostro cansado y arrepentido. Él, se lanzó a sus brazos llorando desconsolado y Akihiko lo abrazó con fuerza entrando con él en brazos a la penumbra de la habitación.

 

— Lo siento. — le dijo Misaki muchas veces, con su rostro húmedo, oculto en el cuello de Akihiko.

 

Akihiko se sentó con él en su regazo, en la cálida cama y también se disculpó entre besos.

 

— Yo también lo siento. Te amo Misaki.

 

Esa noche le hizo el amor por primera vez.

 

Misaki disfrutó con febril emoción cada caricia, cada beso, se sintió en el cielo cuando la unión de sus cuerpos se concretó, olvido el dolor, el miedo, la vergüenza y se entregó sin reservas a cada sensación. Akihiko sintió que jamás tendría entre sus manos, algo más sublime, más perfecto, más irreal. Se supo perdido en aquel mar de emociones y oculto el temor que lo embargaba en lo profundo de su corazón, para hacerle el amor a quien se le entregó con inocencia y devoción, de una forma honesta, dejando atrás todas sus ideas preconcebidas. Porque con Misaki sería diferente, tenía que ser diferente.

 

Cuando la madrugada tocaba su fin, estaban abrazados sobre la desordenada cama. Misaki lo sintió moverse para alcanzar su camisa y le preguntó sonreído.

 

— ¿Qué haces? no me digas que buscas otro condón porque no creo que pueda hacerlo una vez más.

 

Akihiko sonrió pícaramente y lo besó con ternura.

 

—No, no busco un condón, por hoy vamos a dejar descansar ese culito delicioso.

 

Misaki estalló en carcajadas y Akihiko lo llenó de besos. Finalmente tomó su mano y puso en hermoso anillo en su estilizado dedo.

 

—¿Me harías el honor de casarte conmigo?

 

Por supuesto que la respuesta fue si, Misaki no había deseado más una cosa en su vida y cuando Akihiko se la dio, sintió que ya no podía querer nada más. Solo que después de la hermosa ceremonia llena de amigos, de conocidos de gente que los amaba y les deseaba lo mejor y ya en camino a su luna de miel en Hawái, Misaki comenzó a querer mucho más y seria eso lo que terminara por romper un matrimonio que lucho mucho por sobrevivir.

 

Pero por más que luches sin las circunstancias no están dadas o si lo que deseas no es para ti, no lo conseguirás. Solo te queda seguir adelante, aprender y vivir.


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