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Notas del capitulo:

Hola pues ahora si terminamos, ahora si con el epilogo y el final que todas disfrutan. Un beso, se les quiere.

 

Gracias por leer y nos vemos en mis proximos trabajos.

EPILOGO

Cada mañana es una nueva oportunidad, aprovéchala…

—No sé, yo creo que tiene tu nariz.

Esa mañana Ryu sonrió feliz, como lo había estado haciendo cada día, de los últimos dos años. Estaba en la cocina preparado el desayuno, mientras su esposo, acostado en el sofá de la sala, observaba fascinado la ecografía que le habían hecho hacia unos días.

—Esa imagen está un poco difusa ¿no crees? — le dijo sonriendo, mientras le entregaba una taza de café.

Kaoru se sentó y le sonrió de la más hermosa de las formas, esa que le decía a Ryu a cada instante, cuanto lo amaba.

—Yo la veo perfecta. — murmuró Kaoru, besándolo con ternura.

Kaoru tomó la taza y la colocó sobre una mesita, luego tomó la mano de Ryu y lo instó a sentarse a su lado en el cómodo sofá. Descubrió con delicadeza la piel tersa del vientre de Ryu y lo besó amorosamente.

— ¿Verdad preciosa, que vas a ser igual de hermosa que tu mamá?

Ryu estalló en risas cuando los cálidos besos cosquillearon la piel de su vientre. Tenía seis meses y habían sido los más hermosos de su vida. Cuando decidieron tener hijos, después de una luna de miel que duro más de un año, lo hicieron con tal amor que la vida no dudó en darles el regalo.

Kaoru cuidaba a su esposo con un amor devoto y ambos se entregaban a las sensaciones más plenas, aquellas que se habían negado en su primer matrimonio. Ahora vivían apegados a un solo credo, su amor y el amor que extendían hacia su hija, que muy pronto nacería.

—Estoy haciendo el desayuno. — susurró Ryu entre suspiros, cuando los besos tiernos se volvieron exigentes y sensuales.

Kaoru entreabrió sus labios con la lengua y acarició el interior de la cálida boca con seductora suavidad.

—Tengo hambre de algo más que comida. —le dijo con una sensual sonrisa.

Ryu rio emocionado, acariciando con ternura el rostro perfecto de su esposo.

—Son las nueve de la mañana.

Kaoru acarició las manos que lo tocaban con ternura y sonrió.

—Cualquier hora es perfecta para hacerte el amor. — replicó, besándolo con premura. —además, tenemos que aprovechar, cuando la princesa llegue no vamos a tener tiempo para hacer estas cosas.

Ryu, sonriendo, lo miró emocionado.

— ¿Eres feliz? — le preguntó, aunque ya conocía la respuesta.

Kaoru sonrió, lo besó, lo tomó en sus brazos y se lo llevó a la habitación, donde le demostró con caricias, con besos, con pasión, cuan feliz era. Más tarde, cuando agotados y sudorosos yacían sobre las revueltas sabanas, dibujó un camino de besos desde el prominente vientre hasta los dulces labios.

—Soy más feliz de lo que nunca soñé y sé que esta felicidad no se detendrá aquí, sé que no acabará jamás, porque te tengo a ti y muy pronto también a ella y no necesito nada más.

Ryu sonriendo se acurrucó en el cálido regazo de su esposo, sintiendo el calor de sus caricias y sabiendo que el tampoco necesitaba más.

******

—¡Holaaaa!

Desde un pequeño muelle alguien gritaba un saludo, esa persona también era feliz, él también tenía todo lo que necesitaba en su vida y agradecía cada día por eso.

—¡Mamá! — le gritó un pequeño rubio agitando los brazos con fuerza, mientras su padre lo sostenía para que no cayera del bote.

Miyagi atracó su barca en el muelle y puso a su hijo sobre las tablas de madera, el pequeño corrió feliz hacia los brazos de su madre que le esperaba con una enorme sonrisa.

—Pescados. —le dijo con emoción, sosteniendo entre sus manos una pequeña red que su abuelo le había comprado.

—Sí, mi campeón, son muchos pescados, tu abuelito se pondrá feliz.

Le dijo Shinobu a su hijo, llenándolo de mimos.

Miyagi los alcanzó con su pesca y Shinobu lo recibió con un dulce beso.

—¿Se portó bien?

—Mejor que nunca, va a ser un excelente marinero. — le dijo Miyagi, acariciándolo con ternura.

— ¿Te has sentido bien?

Shinobu sonrió ante la preocupación de Miyagi, acababa de salir de cuentas y en cualquier momento nacería su segundo hijo. Asintió y besó a su esposo con amor.

—No deberías haber venido hasta acá solo.

—No estoy solo, Yö san me acompañó. — le dijo Shinobu, señalando hasta el fondo del muelle, donde el padre de Miyagui los esperaba.

—Abuelo. — gritó Kanade con emoción y corrió con toda la rapidez que pudo hasta los brazos de su feliz abuelo.

—Me alegro de haber regresado para que dieras a luz aquí. — le dijo Miyagi con un suspiro de satisfacción. —Ya extrañaba este lugar.

Shinobu sonrió, a él también le gustaba volver al pueblo y más ahora que su bebé estaba por nacer. Miyagi había mandado a remodelar la cabaña que había comprado en las cercanías del puerto. Ahora era una espaciosa y muy cómoda casa. Después de mucho conversarlo, Miyagi había regresado a su trabajo en la ciudad también había vendido el pent house y comprado una casa en una zona cómoda y bonita de la ciudad.

Ahora trabajaba menos horas y le dedicaba mucho tiempo a su familia, así como también regresaban cada vez que podían al pueblo. Su dinero había obrado maravillas para los habitantes del lugar, sobre todo para el pequeño hospital, el cual Miyagi con sus donaciones había trasformado en todo un centro de salud.

Shinobu se sentía bien así y Miyagi era feliz, ambos estaban en consonancia con la vida que llevaban y era divertido tener dos casas donde ser felices.

Esa noche, fueron despertados en la madrugada, por un pequeño que ya quería ver la vida. La experiencia previa fue muy útil, pues calmados superaron todo el proceso y cuando la mañana despuntó brillante y hermosa, los sorprendió con su pequeño príncipe en brazos.

—Otro varoncito. —murmuró Shinobu con una casada sonrisa.

El pequeño revoltoso se movía furioso entre los brazos de su mami y lloraba a pleno pulmón por haber sido sacado de la cómoda y calentita pancita.

—Es perfecto, como tú. —le dijo Miyagi entre besos, ajenos a la enfermera que los miraba sonriente y de la doctora que terminaba con el parto. —Gracias por hacerme tan feliz.

Shinobu sonrió y besó las mejillas de su pequeño escandaloso.

—Gracias a ti, por darme este regalo y por la vida soñada que nos has dado.

Al día siguiente pudieron ir a casa. Fueron recibidos por amigos y parientes y celebraron con alegría, la llegada del nuevo integrante de la familia.

Cuando el atardecer coloreo el cielo, en la terraza de la casa donde se veía en todo su esplendor el vasto mar. Los cuatro integrantes de aquella feliz familia, contemplaron el ocaso.

—Este lugar es perfecto. —murmuró Shinobu sonriendo.

Miyagi, que los tenia a todos recostados en su regazo, no miraba el naranja espectacular del cielo, miraba a sus hijos y al rostro soñador y dulce de su esposo. Sintiendo que la perfección la tenía el entre sus brazos.

—Te amo.

Shinobu sonrió y giró su mirada hacia el rostro enamorado de su esposo.

—Yo también te amo.

Él bebé comenzó a llorar y ambos padre sonrieron, sencillamente la vida era perfecta.

******

Sencillez era la palabra que finalmente reacomodo las piezas en la vida de alguien que parecía haberse perdido.

Misaki caminó por la espaciosa casa, que ahora desnuda lo invitaba a crear un mundo nuevo para él.

—Me la quedo. — le dijo al agente inmobiliario que lo había acompañado a ver varias casas.

Unos días después, se encontraba en el interior de la misma, decorando. Jamás había tenido la oportunidad de crear para sí mismo el espacio que le hiciera feliz. Se había programado para imitar aquello donde había crecido feliz, pero no tenía una identidad propia. Ahora, era como si se descubriera, entre colores de pinturas, texturas y muebles, cortinas y vajillas.

Fue tremendamente divertido y terapéutico descubrir quién era Misaki Takahashi, fuera de la estrella de la música o de los sueños prefabricados.

Unos días después, cuando la casa comenzaba a tomar forma, le llegó un sobre. Misaki se sentó en el cómodo sillón que había pasado mirando por horas, hasta decidir que era ese el que iba con la decoración de su sala.

Lloró por largo rato con los papeles en su mano y se recostó en el cómodo mueble, para entonces comenzar a reír.

Akihiko viajaba entre Nueva York y Tokio, Su jefe era poco exigente y su trabajo era muy cómodo. Además de que su jefe iba a tomarse un descanso de sus libros, porque estaba a pocos meses de ser papá.

Akihiko entonces estaba preparando un viaje. Quería conocer los sitios a los que no había ido con las giras de Misaki. Mientras repasaba el itinerario que había estado realizando, encontró una vieja noticia en su laptop.

“La joven estrella de la música, Misaki Takahashi, se retira de los escenarios”

La noticia no hablaba de los motivos, pues al parecer solo había alegado motivos personales. Akihiko borró la página donde había leído la nota y sonrió, poco a poco había ido superando la distancia. Los primeros días habían sido difíciles, ahora era solo un vivir a diario con calma, con esperanza, tejiendo sueños y planes.

Viajar era uno de aquellos planes y como ese, muchos otros, aprender a cocinar, especializaciones en su carrera, descubrió que también le gustaba escribir, sobre todo textos para jóvenes abogados. Sentía que estaba creciendo como persona, que en dos años había descubierto cosas de mismo que desconocía. Se sentía satisfecho y conforme y así, esperaba que la felicidad algún día volviera a él.

Esa tarde alguien llamó a su puerta y su sorpresa fue mayúscula al ver quien era.

— ¿Puedo pasar? —murmuró Misaki, nervioso al ver que Akihiko no se decidía a decir nada.

Akihiko sonrió y le franqueó la entrada.

—Por supuesto, pasa.

Misaki entró despacio al bonito departamento. Sonriendo repasó la decoración, los colores, los muebles, los cuadros. Rio y apretó la carpeta que había traído, contra su pecho. Había hecho bien con ir allí, había hecho lo correcto y no se iría hasta conseguir su objetivo.

—Ha pasado tiempo. — Le dio Akihiko tras él.

—Dos años. — murmuró Misaki.

Akihiko asintió y lo invitó a sentarse, señalado un mullido mueble marrón.

— ¿Quieres tomar algo?

Misaki negó con la cabeza y extendió su mano para que Akihiko la tomara.

—Siéntate a mi lado. — le pidió, sonriéndole suavemente.

Akihiko se sentó y lo miró expectante.

Misaki se estaba armando de valor para hablar, cuando Akihiko le preguntó curioso.

— ¿Misaki, qué haces aquí?

—Deje la música.

—Lo se… yo lo vi en…

—No… déjame hablar, por favor. —le rogo, apretando su mano y mirándolo con dulzura. Akihiko asintió y Misaki continuó. — Después de que hablamos la última vez comprendí muchas cosas, no solo de nosotros como pareja, sino de mí como persona. Vi a un terapeuta un tiempo y esa persona me ayudó mucho.

Misaki suspiró y miró a Akihiko con un dejo de tristeza, de disculpa.

—Entendí que te había hecho daño y que me había hecho daño a mí mismo. Pasé otro tiempo tratando de entenderme y de perdonarme e invertí otro tiempo más en curar mis heridas.

Misaki miró alrededor sonriendo, repasando cada rincón de aquel lugar.

—De las cosas que descubrí, fue que ya no me gustaba cantar, ya no me hacía feliz y entendí que siempre había cantado para ti y cuando ya no estuviste más, cantar se volvió doloroso y dejó de gustarme.

Akihiko lo miró frunciendo el ceño, estaba confundido y se sentía ansioso.

—Misaki yo…

—Mirando tu casa, me siento como en la mía. —murmuró Misaki, tratando de hacerse entender. —Somos tan afines que hasta tenemos los mismos gustos.

Akihiko limpió una lagrima que había resbalado por la blanca mejilla de Misaki.

— ¿A dónde quieres llegar?

—Quiero decirte que te amo. — le dijo Misaki entre sollozos. —Me perdí, es verdad, en un momento del camino me perdí y deje de amarte, pero el Misaki que cantaba para ti en el jardín de su casa, el que cantó para ti cada día en aquel hospital. Ese que te amaba con fervor, está aquí ahora. Esta aquí y quiere…necesita que lo perdones.

Akihiko recordó entonces las palabras de su padre, aquella noche en la que decidió dejar todo atrás y seguir con su vida.

“Misaki te amaba hijo. Te amó más allá de lo posible, luchó por ese amor cuando pensó que lo perdía.”

—¿Qué quieres Misaki? —preguntó, sabiendo que quizás la respuesta era la que había deseado desde hace mucho tiempo.

Misaki acarició su rostro y sonrió con ternura.

—Una oportunidad, quisiera volver a empezar.

— ¿Estás seguro?

Misaki asintió con desesperación y se enjugó las lágrimas como un niño regañado.

—Te amo Akihiko, por favor, dime que no es tarde para nosotros.

Akihiko lo abrazó despacio y suspiró aliviado. Eso cambiaba un poco sus planes, pero no para mal, nunca para mal.

—Yo también te amo, Misaki, no soñé jamás que esto pasaría ¿cómo no aceptar este hermoso regalo?

Misaki rio entre lágrimas, sintiendo la sensación que le había faltado por mucho tiempo, paz. El alivio de haber tomado nuevamente el camino correcto.

—Quiero que sepas, que me haré cualquier tratamiento que desees, yo…

Misaki acalló los labios de su amor con un dulce beso. Lo amaba más por aquel sacrificio, pero no era necesario. Tomó la carpeta que había traído y se la dio a Akihiko.

—No te voy a hacer pasar por eso otra vez, ni a mí. Visité hace algunos meses muchos lugares. Hay muchos niños, Akihiko, muchos que necesitan un hogar, el amor que ambos le podemos dar. Allí está la aprobación de la adopción, solo falta que los dos la firmemos para comenzar el proceso. Buscaremos un niño o una niña o varios, pero lo haremos juntos y lo quisiera hacer más adelante. Me gustaría que viajáramos juntos por un tiempo, que tuviéramos una larga luna de miel.

Akihiko sonrió y lo besó con ternura.

—¿Me está pidiendo matrimonio Takahashi sama?

Misaki asintió sonriendo feliz.

—Sí, Usami sama ¿le gustaría volverse a casar conmigo? Y tener una larga, muy larga luna de miel.

Akihiko rio feliz, lo levantó en sus brazos y lo llevó a la habitación depositándolo en la cama con delicadeza.

—Me quiero casar con usted, pero primero voy a hacerte el amor.

Y les llevó toda la noche redescubrirse a través de sus cuerpos. Al día siguiente decidirían su vida en adelante. Ya había dado el paso más importante, arriesgarse, así que esa noche seria para reencontrarse.

******

Un reencuentro hizo también que los lazos de otra familia comenzaran a tejerse de nuevo.

—Mami, apúrate, vas a llegar tarde.

Hiroki sonrió cuando su hija corría tras su hermano para lograr ponerle los zapatos.

—Ya voy cariño, déjame a tu hermano a mí, ve a ver si las gemelas ya se vistieron.

Anzu corrió al cuarto de sus hermanas y lanzó una plegaria al cielo al verlas a medio vestir.

Aquel día se graduaba su mamá de la escuela de Chef. Hiroki tenía casi año y medio estudiando y se había ganado varios premios de cocina. Ese día recibiría su título y no podía estar más feliz.

Poco a poco había ido logrando sus metas, estudiar había sido un gran triunfo para él. La niñas estaban en la escuela y él bebé en una guardería, lo que le dejaba tiempo para estudiar. La rutina de su vida había cambiado drásticamente y había florecido en una belleza intensa, por la tranquilidad que irradiaba.

A veces, solo a veces la nostalgia le ganaba, anhelaba un pasado no tan remoto, pero sí muy doloroso. Aunque ya esos episodios se habían hecho esporádicos, a medida que su éxito avanzaba, el olvido y la resignación lo llenaban.

Nowaki había sido de mucha ayuda, se llevaba a los niños cuando tenía que estudiar, los buscaba en la escuela y los llevaba cuando Hiroki no podía. Siempre colaboraba en todo lo que podía. Habían fomentado una relación amistosa y sus hijos no resentían la separación.

Ese día no estaría allí, pues llevaba varios meses fuera, por una especialización que estaba realizando. Hiroki lamentaba su ausencia, pero no se sentía triste por eso, era su logro y las cuatro personitas que tenía a su lado le daban el mayor apoyo.

Anzu sentó a sus hermanitos en las blancas sillas del auditorio donde se llevaría a cabo la graduación.

—Se portan bien y le hacen caso a su hermana. — les pidió Hiroki llenándolos de besos.

A Anzu la abrazó con fuerza y unas lágrimas humedecieron sus mejillas.

—Gracias por todo hija, has sido mi más grande apoyo.

La niña lo besó con ternura.

—Tú, eres la persona más maravillosa del mundo, mamá, te amo.

Hiroki se fue con sus compañeros a esperar que le llamaran, era un día muy feliz y su corazón palpitaba con violencia, emocionado, satisfecho, fuerte y dispuesto a comerse el mundo.

Aquel tiempo le había servido para sanarse, para perdonarse, para conocerse. Había madurado y con aquel logro esperaba conseguir muchos más.

Fuyuhiko Usami había sido un gran apoyo, el padre que lo apoyaba, que lo alentaba. Atrás quedaba la tristeza y el dolor. Hacia unos días se había enterado por Fuyuhiko del divorcio de Keiichi, según el hombre había sido muy dramático y doloroso y Hiroki no se había alegrado por eso. Simplemente le había deseado a aquella persona que tanto dolor le había causado, que encontrara su camino y lograra tranquilidad.

Ya no sentía resentimiento, lo que decía mucho de él como persona, lo que lo hacia entender que había seguido adelante.

Cuando dijeron su nombre el corazón le dio un brinco.

—Hiroki Kamijou.

Sus hijos gritaron y aplaudieron. Hiroki subió las escaleras, recibió su medalla y su título y cuando giró para sonreírle a su familia, sus ojos se llenaron de lágrimas, al lado de las niñas y con su hijo en brazos, Nowaki también gritaba y aplaudía.

—Hiroki, Hiroki… —gritaba emocionada su familia.

“Mi familia”

Pensó Hiroki, levantando el título y riendo entre lágrimas, plenamente feliz.

La ceremonia terminó y Hiroki corrió hacia los suyos. Las niñas lo abrazaron llenándolo de besos. Luego le tocó el turno a su pequeño príncipe de abrazarlo. Nowaki esperó pacientemente a que sus hijos felicitaran a su madre, cuando le soltaron se acercó sonriente.

—Viniste. — susurró Hiroki con una emocionada sonrisa.

—No me perdería esto por nada del mundo. —le dijo Nowaki, abrazándolo amorosamente.

Hiroki se perdió en aquel abrazo y lo devolvió con ternura, con emoción, con nostalgia, con amor.

Almorzaron en un restaurant y compartieron como una familia feliz. Los niños llegaron exhaustos a la casa y Hiroki los acostó para que durmieran una siesta.

—Aoi dio guerra para dormir. — le dijo Nowaki, cuando se reunió con Hiroki en la sala.

Hiroki sonrió, Anzu estaba en su habitación y las niñas se habían dormido rápido, el había tenido tiempo para cambiarse y acicalarse un poco, después de todo tenía unos meses sin ver a Nowaki y no quería que lo viera descuidado.

—Tiene mucha energía mi niño. — le dijo sonriendo. —¿quieres que te prepare un café o ya tienes que irte?

Nowaki sonrió, el tiempo separados, le había enseñado una lección, mientras Hiroki florecía en belleza y parecía haber logrado aprender a vivir sin él. Las cosas habían sido distintas para él.

Lo extrañaba, su preciosa libertad había perdido el sentido. Había abierto los ojos con aquella última y dura conversación. No le gustó lo que había descubierto de sí mismo. Pues quizás Hiroki había forzado muchas cosas, pero él no era un tonto que se había dejado llevar ciegamente, también había sido culpable, también se había precipitado.

Se había visto como un egoísta inflexible que prefirió cargar a Hiroki con toda la culpa, para vivir una vida que finalmente sin Hiroki a su lado, no era placentera o feliz. Se había dado la oportunidad de probar saliendo con otra persona y se encontró anhelando lo que había tenido y entonces aquello de que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, cobró sentido para él, pero ya era tarde.

Cada vez que iba con la determinación de decirle a Hiroki que lo amaba y de rogarle otra oportunidad, se encontraba con que el joven tenía nuevos proyectos, nuevos planes, estaba viviendo, era feliz.

Quiso dejarlo vivir sus sueños y darle la oportunidad de hacerlo sin el a su lado. Quizás ambos necesitaban aquel respiro. Ese día había vuelto para quedarse, había comprado un hermoso anillo y lo tenía en su bolsillo. Anzu era su cómplice y cuando llevara a cenar a Hiroki en la noche, lo sorprendería con una nueva propuesta de matrimonio, luego de pedirle perdón de mil formas por lo que había hecho.

—Nowaki ¿pasa algo? Te ves algo intranquilo.

Nowaki sonrió, Hiroki lo conocía muy bien.

Hiroki también sonrió, sabía que Nowaki se traía algo entre manos. Después de todo llevaba toda una vida conociéndolo. Su corazón se agitó y una de sus manos se posó tratando de contener la agitación de su pecho.

¿Podría ser lo que estaba pensando?

Nowaki se acercó hasta él, mirándolo con amor.

—Siempre has sido un impaciente. — le dijo con ternura.

—Nowaki. — murmuró Hiroki, a punto de llorar del miedo y la anticipación.

Cuando lo tuvo frente a él, lo supo, aquellos ojos azules que tan bien conocía, no le mentían y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Nowaki lo besó despacio y le sonrió con ternura.

— ¿Recuerdas cuando me preguntaste aquella anoche si aún te amaba?

—Me dijiste que no lo sabias. — le dijo Hiroki entre lágrimas.

Nowaki limpió las lágrimas con besos y le susurró al odio amorosamente.

—No quiero que te diviertas aprendiendo a vivir sin mí. —Lo miró con amor, poniendo todo la sinceridad que había en su corazón, en sus cristalinos ojos. —Quiero que te diviertas siendo feliz conmigo y con nuestros hijos, así que ¿me lo vuelves a preguntar, por favor?

Hiroki sollozó emocionado y apenas pudo esbozar la pregunta.

— ¿Aun…aun m-me amas?

Nowaki lo besó largamente.

—Ayer, hoy y siempre, Hiroki, siempre voy a amarte. Perdóname por haberte hecho daño, perdóname por haberme perdido en mi egoísmo, te prometo que nunca más te lastimaré.

Hiroki rio entre sollozos, incapaz de creer lo que estaba ocurriendo. Ni en sus mejores sueños creyó que eso pasaría. Incluso había logrado aceptar vivir sin Nowaki a su lado y eso había sido lo más difícil que tuvo que hacer en su vida.

Entonces venia la vida y le regalaba esa nueva oportunidad.

Nowaki deslizó un lindo anillo en su dedo y le besó la hermosa mano con dulzura.

—Había planeado una cena, con velas y música romántica, pero es mejor hacer las cosas espontaneas. — le dijo con emoción. —así que, con este anillo, quisiera pedirte que te cases de nuevo conmigo y volvamos a ser felices.

Hiroki miró el anillo y sonrió emocionado, luego miró a su esposo dulcemente.

—¿No estoy soñando verdad?

Nowaki lo acarició con amor.

—No mi amor, tuvimos un mal sueño que duró hasta hoy, pero nuevamente estamos despiertos y volveremos a ser felices. Juntos, como siempre debió ser.

Hiroki asintió y lo abrazó con fervor. Ese era el día de los sueños cumplidos y ese era el mejor de todos.

Esa noche cenaron en familia y celebraron un esperado regreso. No hubo reproches, ni más disculpas, solo un borrón y cuenta nueva para volver a empezar, con el corazón limpio y las esperanzas nuevas.

Porque ¿qué es una nueva mañana, sino la esperanza de un nuevo regalo de la vida?

Espero que la vida les regale muchas nuevas mañanas.
Besos, se les quiere.

 


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