Once años...
¿Cuándo había echado llave?
No lo recuerda, pero estaba desesperado por abrir la oficina de su padre.
—¡Abre la puerta!
Nada.
Volvió a girar la perilla y empujar con fuerza, no funcionaba.
—¡JAEHWA! PAPÁ ABRE LA PUERTA, JODER —su voz salía quebrada.
Pateó la madera con fuerza, haciéndose daño y pasando de él porque lo único que necesitaba era verlo.
—¡AH!
Sus puños sangraron cuando les dio contra la superficie y supo que era hora de detenerse.
—Papi, por favor.
Aquello había sido un susurro.
De nuevo lloraba, en el mismo sitio de hace un momento, pero con motivos diferentes. Hasta hace poco sentía odio... ahora tenía mucho miedo. Sus dientes estaban apretados, sus ojos hinchados. Miraba la puerta fijamente, sus lamentos eran lo único que rompían el cortante y doloroso silencio. No lo podía creer, había dejado escapar su vida entre sus dedos... y ahora sabía perfectamente que del otro lado solo había un cadáver con un agujero en la frente. Imaginaba el mar de sangre alrededor, la mirada oscura y perversa ahora perdida y vacía, tal como el cuerpo, ya no tenía vida.
—¿Acaso debí dejarte?
Preguntó a la nada.
—¿Te hubieses quedado conmigo si yo jamás me hubiese negado?
Formó un puchero inconsciente y apoyó su frente en la puerta.
—Yo no te hice nada. Yo no pedí nacer... no sé qué sucedió, no me interesa preguntar, pero tengo claro que fui un error. Yo no lo quise así.
Sorbió.
—Mamá lo sabía. Ella te quiere, porque nunca te detuvo. La vas a lastimar mucho.
Wendy iba a estar destrozada, de hecho. Ya se imaginaba el sufrimiento de esa pobre mujer al enterarse que su esposo se había volado la cabeza. Y no supo por qué pero ese dolor le resultó macabramente dulce.
Sacudió la cabeza.
—¿Por qué? —preguntó suavemente.
Sintió una tibia caricia en su mejilla.
—¿Por qué ahora? Pudiste esperar a que me fuera y entonces hacer...
Se estremeció al recordar el sonido.
Frunció el ceño y retuvo de nuevo su llanto. Estaba enojado, ahora.
—Tú querías que te escuchara —dijo con rencor.
Hizo puño sus manos y su cuerpo le comenzó a temblar. Estaba enfurecido realmente, creía que Jaehwa estaba disfrutándolo, ni siquiera frío dejaría de perturbarle. Para Jeongguk definitivamente era un bastardo.
—¿Qué te hice? ¿Por qué me odias tanto, Jaehwa?
Escupió con odio.
Entonces pensó en que habría sido de ambos si es que le hubiese dejado a Jaehwa aprovecharse de él. Tal vez las cosas fuesen distintas y su cabeza dolió porque tenía demasiado sentimientos encontrados. Odio, ira, asco, miedo y culpa.
Mucha culpa.
—Tal vez debí permitírtelo.
Realmente esperaba que aun le escuchase.
Que todo esto fuese una broma de pésimo gusto y que la puerta se abriese y que Jaehwa saliese con sus aires suficientes, mirándole como si quisiese comérselo.
Si eso pasaba entonces se entregaría, si tanto lo quería se lo daría, ya no le importaba.
—Tal vez, pero...
Miró sus manos.
—Es asqueroso.
Acarició el marco de la puerta.
—Sal y ya no importa. No me quejaré, ni lloraré, ni haré ningún berrinche.
Nada de nuevo.
Era inútil.
Jaehwa estaba muerto.
Suspiró rendido y resignado. Apoyando su frente contra la puerta.
—Ni si quiera dijiste que lo sentías.
Pero Jeongguk estaba equivocado.
Jaehwa le había escuchando llorar al otro lado de la puerta y realmente quiso ir y ponerse de rodillas e implorar su perdón. No lo hizo porque no se lo merecía, él no merecía el perdón de nadie. Había escrito la carta hace mucho y simplemente la dejó en el filo para que la tomase después. No había vuelta atrás, había esperado a que el niño se marchase para entonces quitarse la vida; no solo estaba hasta el cuello con deudas torcidas, sino que también estaba harto de las pesadillas, de la tortura que el niño le ofrecía, ya no era satisfactorio tenerle entre sus brazos, ya dolía esa culpa, porque queriendo liberar a ese pequeño demonio que guardaba Jeongguk en su interior, él se fue consumiendo poco a poco en la miseria, porque sus miradas le hacían temblar de miedo ahora.
Hace unos meses también estuvo a punto de hacerlo, él sabía que una vez Jeongguk probara de las tentaciones que le estaba ofreciendo iba a pedir más. Así habría sido si lo hubiese tomado esa noche lluviosa. Jeongguk terminaría descubriendo su libido y lo hubiese puesto a marchar de inmediato. Pero entonces se dio cuenta de que Jeongguk existía solo para terminar de condenarle, porque era el mismo diablo que se reía de él, era la última prueba que su Dios le puso; Jeongguk no lo pidió, Jaehwa peormente, si bebía de él hubiese conocido el sabor del mismo infierno... y no pudo. No porque el niño no se merecía eso. Porque Jaehwa no quería arrastrarle con él a sus perversiones.
Es por eso que nunca le tomó.
Y cumplió su promesa...
El juró que mataría a cualquiera que le tocase y se tragó sus palabras al ser el único con las tan malas intenciones.
Cuando creyó que Jeongguk ya se había marchado, él murmuró un "lo siento, galletita" para luego apretar el gatillo.
Se arrepintió a la final.
Sinceramente.
—Sabes que no voy a olvidar esto jamás.
Siguió con su monólogo.
—¿Qué es lo que querías?, ¿querías que me sintiera culpable? Quisiste matarme también, no te entiendo.
Fue entonces cuando notó una pequeña hoja saliendo del bordillo. La tomó. Era una especie de carta que no abrió.
—Solo debías ser un buen padre, Jaehwa. No era tan complicado.
Al cabo de unas horas él y su madre se encontraban sollozando fuerte, abrazados, mientras la policía y los paramédicos hacían su trabajo. La camilla salió y sobre esta había un cuerpo cubierto por una sábana. Los curiosos jadearon al ver la tan fúnebre escena. "Tan joven", "con una familia", "¿qué le pudo haber pasado?", esas eran las frases que reinaban en las bocas de todos los entrometidos. Vecinos cercanos que él odiaba porque siempre se la pasaban comentando estupideces y metiendo las narices en donde nadie les llamaba. Todo el mundo le miraba con lástima, como si él fuese el más afectado de na situación. En realidad Jeongguk creía que el que peor na pasó fue Jaehwa ya que fue él quien terminó con su vida, pero como ya estaba muerto no servía de nada llorar por él.
Jeongguk no era un insensible, sólo estaba muy roto.
—¿Ustedes son los familiares del señor Jeon? —Wendy asintió—. ¿Quién llamó a la policía?
—Fui yo —murmuró.
—¿Tú estabas en casa?
—Sí. Yo lo oí cuando... —no pudo completar la frase porque comenzó a llorar de nuevo.
Wendy cargó a Jeongguk entre sus brazos y comenzó a acariciarle la cabeza.
—Entiendo.
—Oficial... ¿él en verdad...?
—Fue un suicidio.
—Oh, dios —jadeó.
—Verá, sé que no es cómodo hablar de esto ahora, entendemos su dolor... pero sospechamos que esto fue para evitar un problema legal.
—... ¿disculpe?
—Veo que usted no está enterada. El señor Jeon Jaehwa estaba acusado de fraude y lavado de dinero, la policía llevaba buscándolo en intentando comunicarse con él hace varios días.
Jeongguk no quiso oír más y decidió quedarse dormido. Estaba cansado como para seguir decepcionándose más de él... cuando sus ojos ya estaban por cerrarse logró visualizar a un castaño algo fornido, corriendo en su dirección. Se miraba afligido, la mueca de dolor y el brillo de las lágrimas lo delataban.
No le prestó mayor atención.
No espero que me perdones, no quiero que lo hagas. Solo quiero que sepas que no te odio, no podría. Jamás te hubiese puesto un dedo encima, nunca hubiese sido capaz de realmente hacerte daño. Soy un cerdo y todo lo que tú quieras... despreocúpate, voy a pagar cada una de mis culpas.
-Jaehwa.
La carta entre sus manos solo tenía aquella breve disculpa.
Ya no le apetecía ir al funeral. No lo soportaría. Solo quería volverse uno solo con su cama. Quería que la tierra se lo tragase y no lo devolviera jamás. Había hecho un gran escándalo pero es que no era para menos. Estaba en su derecho de sentirse así. Nadie había querido lidiar con él.
El único que supo cómo consolarle fue el castaño de esa noche. Jimin, quien solía ser bastante cercano a él hace algunos meses, pero que se había alejado repentinamente.
Esa noche había entrado de nuevo a su vida para no irse jamás.