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Primer amor. por Musswlf

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Notas del fanfic:

Esta es una hostoria corta que escribí en un día pensando en el amor verdadero, de cómo sería sentirlo y que tan profundo puede llegar a ser. 

Es simple y romantico, y espero les guste. :)

Sin cambios, nada había cambiado desde la reunión grupal que tuvieron con su consejero estudiantil, y era de lo más normal que las actitudes siguieran igual de ridículas que siempre, porque no se podía esperar cerebro de esos cavernícolas. Cavernícolas cuyo único fin en la escuela parecía comer y engordar, o jugar en un equipo, coger hasta que se les cayeran las pelotas, o, y como no, tener una vida social abundante y sin dar mucho crédito a la inteligencia, a la intelectualidad.


Pero él era diferente, y por eso lo miraba en los pasillos cuando se escondía entre las personas grises, entre su amiga de grandes bustos e indiferencia hacia los abusadores. Porque él había escuchado rumores de ella, y esos rumores al parecer no la debilitaban, aunque sentía que por dentro se desboronaba.


Él era igual que ella, iba partiéndose en pedazos, dejándolos botados por el suelo en el que caminaba, mientras sus lágrimas mojaban las heridas y se mezclaban con la sangre. Ambos eran unos marginados, y por eso mismo preferían evitar a la sociedad en su rincón de paz, aquel que se hacía llamar el club de celibato.


¿Estúpido, no? Pedirles a los jóvenes que hicieran celibato era simplemente incoherente y estúpido de aquel que lo creyera. Pero estaba seguro que ellos estaban allí no más que para estar tranquilos, pues nadie ni siquiera ponía un pie en la sala del club, aunque él pretendía pasar a cada rato por allí, alegrándose de que quedara al lado del baño de los hombres.


Lo veía por la ventanita del salón, mientras su amiga lo abrazaba y le acariciaba el cabello, hundiéndole el rostro en sus enormes pechos. Él sabía que tan solo eran amigos, lo sabía porque decían los rumores (estúpidos rumores) que era gay, y que se había dejado coger por el mariscal de campo que el año pasado había salido de intercambio a Inglaterra.


Pero él no creía esos rumores, y si eran ciertos, podría decir que era una de sus más significativas fantasías sexuales: Aunque, claro, siendo él quien ocupara el lugar en la cama que debía estar ocupando el mariscal de campo. De solo imaginar cuantas veces se había imaginado tomándolo en el mismo cuarto de deportes, con el uniforme de equipo, con la camiseta que a él le pertenecía como capitán del equipo de baloncesto, que no era el más famoso en el colegio, pero que era igual de importante que el resto de deportes.


A pesar de ser capitán, nadie lo acosaba, ni lo miraba, ni siquiera inventaban rumores de él, y eso era porque era serio, la mayor de veces frio, y su forma de defenderse era tan justa y suspicaz que nadie se metía con él, prefería evitarse problemas. Eso y que su padre era el alcalde del pueblo, así que le temían y respetaban. Cuando caminaba por los pasillos las personas se abrían paso a su alrededor, y a pesar de hablar con muchos, no tenía amigos realmente, y no quería tenerlos. Lo único que deseaba de su colegio y de ese último año era tomar de una vez por todas al joven que se ocultaba entre los pechos de su amiga.


Pero para él era difícil acercarse a una persona que realmente le interesara, y era un romántico aunque nadie lo supiera, y era un tonto que prefería quedarse apartado a pesar de que moría por darle un beso en las mejillas, secándole las lágrimas. Obviamente nadie conocía ese lado de él, ni debía conocerlo. No era ni mejor ni peor ese hecho (el de llegar a conocerlo), pero simplemente era algo que quería guardarse para su especial pareja, igual que su virginidad, que aunque hubiese sido usurpada en una fiesta por una bruja, seguía estando aun reservado el momento de hacer el amor con aquel individuo tan bello. Tan bello como solo podía ser Daniel.


Daniel era físicamente diferente a él, y aunque atractivo como hombre, desentonaba con la testosterona que sudaban los jugadores (ósea la mayoría de hombres) del colegio. Era de contextura delgada, aunque cuando iba sin mangas en su blusa, como en años pasados, se veían unos músculos bien formados bajo su cuerpo delgado, pero firme. Era de altura promedio, no podría llamarlo bajo, aunque al lado de su enorme amiga pareciera como tal. Cabello rubio como los rayos de sol que iban a parar en las sábanas blancas por la mañana, ojos azules cual cielo en el anochecer, y pálido, aunque con el tiempo había empeorado su tono de piel a uno que parecía casi de un muerto. Era tranquilo, como él, y tal vez eso le había llamado la atención, que a pesar de las patadas que les daban, fuera gentil y no respondiera como se debería a los patanes de su escuela.


Recordaba una vez que iba a ayudarlo, pero le dirigió la mirada, y con esa simple mirada de Daniel, supo que no debía intervenir, que no era lo correcto, y que en ese momento podría defenderse solo.


No pudo, pero al menos no le rindió cuantas a nadie cuando levantó su mochila del suelo y se dirigió al baño a limpiar su rostro. Su amiga no estuvo para defenderlo tampoco, pues ella estaba ocupada con el coach del equipo (ella también estaba en el equipo de baloncesto).


A esa mujer casi nunca se le veía débil, aunque los rumores fueran tras su espalda. Era alta, delgada, pero con grandes pechos, y por eso la conocían todos los muchachos, por ser la única mujer que era capaz de estar a la altura de competir con hombres. Ella era una buena jugadora, como ningún hombre lo fue. Dedicada, decidida, y sin temor. Era perfecta, pero él era homosexual, y su corazón le perteneció a Daniel en cuanto lo vio por primera vez en las gradas de su primer partido como capitán. Se había embobado con él unos segundos críticos, pero gracias a la amiga de Daniel, Julieta, el partido no se fue a la mierda.


Él era todo lo contrario a Daniel, por lo menos en el físico, y eso siempre pensaba cuando estaba frente al espejo de su cuarto, con las cortinas cerradas, y completamente desnudo. Estaba algo bronceado por el sol, era de quijada cuadrada pero delicada, con rasgos varoniles y definidos, de cabello y ojos castaños oscuro, nada nuevo, en realidad. No parecía para nada gay, en realidad, no le creería nadie aun si lo gritara.


Y él pensaba lo mismo, de joven lo agobio lo mismo, la idea de ser gay y no aceptarlo porque, por favor, él no era marica, a él no le gustaba el rosa ni la moda, ni las cosas de mujer, ni ninguna de esas mierdas que su familia le había enseñado que le gustaba a los maricas. Estereotipos estúpidos que fue superando con el tiempo, y gracias a su tía, la cual era una lesbiana e iba a cuidarlo cuando podía. Ella lo había descubierto tocándose cuando tenía diez con una fotografía de algún hombre atractivo de las revistas de su mamá.


Se había puesto a llorar, pues él, Jonathan, no era marica, y eso se repitió todos los días hasta que poco a poco fue aceptándose, enamorándose y desilusionándose. Pero como su tía siempre decía: “Yo no conseguí pareja no fue sino hasta los treinta”. Eso lo hacía reír, y a la vez lo asustaba. ¿Tendría que esperar hasta los treinta, cuando sus hormonas ya no estaban alborotadas, para poder por lo menos besar a un hombre? No, él quería tener alguien a quien querer durante la secundaria, y más siendo su último año en esta. Aunque ya tenía los dieciocho cumplidos, no se atrevía a ir a un bar gay solo, mucho menos con los depredadores que había. Y su tía, Marta, había salido del país para su cumpleaños, así que no llegaría en un tiempo.


Cumpleaños, que por cierto, celebraría aquel sábado, a pesar de que hubiese cumplido hacía ya una semana. Y es que no había tenido tiempo de celebrarlo, a pesar de la cena con sus padres, pues no había pensado en cómo. Pero luego de gran incitamiento de Luis, aquel que podría llegar a considerar amigo algún día, lo convenció. ¿Cómo? Bueno, su amigo sabía que le gustaba alguien, y que no podía acercársele por el miedo que le daba. Así que le dijo que podría invitarla (porque no sabía que era gay) a la fiesta, y allí podría hablarle.


Claro, no le quedaba de otra que invitar a medio instituto si no quería quedar como raro que solo invitaba a Daniel para hablarle por primera vez.


Cuando le dijo le pareció un estúpido plan, luego de momentos de asimilamiento, lo pensó con detenimiento y dio su aceptación para que Luis, conectado como estaba a todas las redes, escribiera a todos que había fiesta en su casa, pues había logrado conseguir el permiso de sus padre, y ellos viajarían a Italia, así que no habría problema.


El problema llego cuando él en persona tuvo que invitar a Daniel (y por tanto a Julieta), pues Luis no tenía el número de ninguno de los dos, y él, aunque tuviera el de Julieta, sería raro solo hablarle para invitarla a una fiesta.


Ese día fue el segundo día más difícil de toda su preparatoria, pues tuvo que dirigirse al Café un día en el cual las clases habían sido canceladas por mantenimiento, y allí buscar a Daniel y a Julieta, que, por lo que veía todos los días, se iban a un cuarto al fondo del café. Allí había unas escaleras, y siguió los pasos de ambos jóvenes hasta un segundo piso. En este habían dos cuartos.


—Oye, ¿eres nuevo? —En la habitación derecha había una vitrina llena de los dulces más raros que hubiese visto, además de un montón de cajas moradas y azules llenas de cartas. Estaba bastante vacía, en realidad.


—Sí.


— ¿Buscas algo? —El muchacho que atendía aquella vitrina inflo una bomba con el chicle que tenía en la boca, y luego con la lengua recorrió sus labios, tomando el chicle para mascarlo de nuevo. Le dio asco, porque nunca le había gustado el chicle por el simple hecho de contraer gérmenes.


—Sí. A una muchacha alta y con… —Con sus manos intento hacer la forma de los senos de Julieta en su pecho. Sabía que podría ser discriminatorio aquello, pero ¿qué no lo era? Si actualmente hasta decirle mujer a alguien era ofensivo—Y con un muchacho lindo de ojos azules.


—Ah. Están arriba, en el rincón del manga.


Asintió simplemente y subió nuevamente las escaleras. Aquellos pisos eran altos, pues los techos no los alcanzaba ni a tocas con la punta de sus dedos aun midiendo uno noventa. A él no le gustaban las alturas, y subir otra vez le aterraba, así que se alegró cuando por fin los encontró.


Estaban completamente idos, en el suelo acostados el uno encima del otro, rodeados de cojines de todos los colores y formas. Rodeando las paredes había estantes donde parecía haber libros bastante coloridos. El techo estaba cubierto por un cristal que dejaba ver el cielo, lo cual hacia ver bastante bien aquel lugar.


Se acercó con sigilo a ambos, pues estaban entretenidos en los libros, que ahora más bien parecían comics por las portadas, y no quería asustarlos. Carraspeo la garganta con algo de fuerza, y por impulso tocio, atorándose con el aire. Se dio golpes en el pecho con el puño intentando calmarse, y cuando lo logró, vio a Daniel observándolo fijamente.


Se heló. Literalmente. No podía describirlo de otra forma, porque la sangre dejo de correrle en las vanas y bajo hasta sus pies, helando el resto de su cuerpo. De repente se sintió más alto que nunca, pues ya siendo alto y además lo que había tenido que subir. Se agacho al suelo de inmediato, de rodillas, y comenzó a hiperventilar.


Eso era malo, muy malo. Iba a morirse y ni siquiera habría podido darle un beso a Daniel, su amor platónico hace más o menos cuatro años.


—Jonathan, ¿estás bien? —Julieta se acercó, se agacho a su lado y comenzó a acariciarle la espalda. Inexplicablemente Jonathan se comenzó a sentir mejor, era como estar siendo reconfortado, como haber estado desnudo mucho tiempo y que por fin te dieran ropas qué usar. Cuando la miro le dedicó una hermosa sonrisa, y se sintió realmente mal, porque sabía que nunca le podría llegar a gustar esa hermosa persona—. ¿Qué pasó? ¿Me necesitabas?


—Ah… —Rodó los ojos, tratando de evitar la mirada de Daniel, que a pesar de estar tranquilo, parecía bastante curioso con su actitud tan infantil para un cuerpo tan grande como lo era el suyo—. Este sábado celebraré mi cumpleaños y… —sus manos estaban sudando, parecía como si en el desierto que había sido su piel por años, se llenara de una gran cantidad de agua, y no era precisamente agradable aquella sensación.


— ¿Querías invitarnos? —Se sorprendió al escuchar la voz de Daniel, el cual muy pocas veces soltaba alguna palabra. Lo miró, y sus miradas se conectaron por unos segundos que le parecieron eternos. Y ojala lo hubiesen sido, porque se hubiese armado de valor para decirle algo más. Pero Julieta se interpuso y sonrió, dándole la mano a Jonathan para que se levantara.


—Gracias, claro que iremos.


—Julieta… —por la voz de Daniel, este no parecía convencido de su buena intención de invitarlos, y lo supo porque cuando salió de aquel cuarto lleno de libros, se quedó en la puerta, escuchando como Daniel y Julieta hablaban—. Seguramente es una broma.


—No creo, Dany. Jonathan es bastante correcto.


— ¿Por qué nos invitaría a nosotros? Somos unos marginados. Seguro nos van a humillar—. Le dieron ganas de entrar al cuarto y gritarle a Daniel que él, por lo menos, nunca sería capaz de hacerle daño, por más que sus compañeros lo hicieran, él no estaba de acuerdo, y nunca le había ni dirigido una mirada mal intencionada. No quería que tuviese esa visión de él, se había esforzado para mantenerse tranquilo, pero… La tenía.


—Daniel, yo conozco a Jonathan, y él, aunque sea popular, no es un malnacido como esos cavernícolas del colegio. Él es todo un caballero, y si nos invitó él personalmente, debe ser porque nos quiere allí de verdad—. Escuchó el silencio que se hizo entre ambos, donde solo se escuchaban las dos respiraciones agitadas junto a la propia.


—Está bien, iré. Pero no tengo dinero para regalarle algo—Jonathan sonrió con satisfacción, y salió por fin de allí, despidiéndose del muchacho que atendía la vitrina vacía.


.


Sus cumpleaños nunca le habían parecido emocionantes, en realidad pensaba que era una fecha como cualquier otra, solo que le recordaba el horrible hecho de que cumplía años, que seguía con vida. Una vida que no le había hecho nada para detestarla, pero que aun así lo hacía.


No eran importantes. No hasta ahora, que era la fiesta en esa noche y estaba tan nervioso que dejo que los del equipo decoraran por él, mientras se encerraba en el cuarto de sus padres y echaba todo bajo llave. No confiaba en ninguno, así que era mejor prevenir que lamentar. Su cuarto no tenía nada importante, además de las revistas pornográficas que guardaba bajo la tabla que sobresalía del suelo. Pero esas viejas cosas no las usaba hace mucho, y, si tenía suerte, no las necesitaría de nuevo después de ese día. Claro, tendría alguien con quien satisfacerse, aunque no iría demasiado rápido.


Se miró al espejo del baño de sus padres, cepilló sus dientes, se roció con la loción más estremecedora que encontró de su padre, y se arregló su ondulado cabello. Lo peinó hacia atrás, dejando ver sus ojos perspicaces y decididos. Llevaba una camiseta a cuadros negra con verde, y un pantalón negro que delineaba a la perfección sus largas extremidades.


Volvió a mirarse al espejo, y se colocó el colgante que su tía le había regalado para su cumpleaños antes de irse de viaje.


Esperó pacientemente a que las personas llegaran, y como era propio de una fiesta, llegaban a diversas horas, pero llegaban. La mayoría se puso a hablar en el comedor, otros decidieron retar a la temperatura, metiéndose a la piscina aun con el poco calor que hacía (porque no era un clima precisamente frío, pero a comparación de otras veces, estaba muchísimo menor la temperatura).


Daniel no llegaba, y estaba comenzando a pensar que se había arrepentido a última hora, más, por más tarde que fuera, reconoció de inmediato la camioneta que llegaba al patio delantero donde estaban la mayoría de autos. Era Julieta, quien bajo elegantemente, vestida con un leguis negro y una blusa suelta, que ocultaba un poco el tamaño de sus senos. A su lado iba Daniel, con un simple conjunto que lo hacía ser un poco invisible ante el resto de púbertos que estaban en sus prendas más extravagantes.


La fiesta estaba más calmada de lo que esperaba, y en realidad se sorprendió cuando unos muchachos del equipo de boxeo pasaron al lado de las dos figuras y les sonrieron con simpatía. Seguramente estaban muy borrachos a tan solo unas dos horas de haber comenzado la fiesta, pero cada quien que hiciera lo que quisiera con su vida, como él lo hacía con la suya.


Se armó de valor, tomando antes una copa de cerveza para tratar de divagar las ansias, y se acercó a Julieta y Daniel. Julieta fue la primera en saludar, dándole un beso en la mejilla.


—Perdón por la demora, pero es que casi no salimos de la casa de Daniel—el nombrado hizo una mueca que intentó parecer una sonrisa, pero que se quedó en solo eso: una mueca rara y fea. Aun así Jonathan entendió su intento y le dio la mano. Este la estrecho, y tal vez solo hubiese sido idea suya, pero sintió que una corriente lo recorría desde donde juntaron sus manos hasta la punta del cabello más largo que tuviera—. Nos tenemos que ir a las doce, así que estaremos por ahí un rato—. Pero Julieta no se dirigía a ellos, que seguían con las manos juntos. En cambio miraba a un grupo de chicas del club de ciencias que la saludaban. Se dirigió a ella, dándole un beso a Daniel muy cerca de lo que pudieron ser los labios, y dejándolos solos.


—Ella está así últimamente—comenzó Daniel, quien fue el primero en aligerar el agarre de sus manos. En cuanto se soltó, Jonathan sintió como un frio lo recorría en el lugar donde antes estaba la mano de Daniel, y no supo si era por el apretón, o por el sudor frío que le recorría ahora en la palma de la mano—. Desde que ingreso al club de ciencias, se hizo muy compañera de las muchachas. Parece que alguien por fin le reconoce algo bueno que no sean sus pechos… Me alegro por ella—Pero Daniel tenía una sonrisa triste, aunque no parecía odiar en realidad ese hecho, pudo sentir como este se sentía tremendamente solo.


—Es bueno que se estén incluyendo—Daniel lo miró, con aquellos enormes ojos azules.


—Ajá—Se hizo un silencio incomodo, el cual solo era roto por el retumbar de los parlantes que reproducían la música elegida por Luis—No pude traerle nada. No sabía qué le gustaría.


—Em… —Quería decir que no esperaba nada, que estaba feliz con su llegada. Pero en realidad si quería algo, algo que solo él podía darle: Un beso. Pero no uno cualquiera como esos que se daba con las mujeres que se le acercaban. No, un beso real, uno de cariño y afecto verdadero, aunque fuera solo de su parte, quería tener un beso con alguien que quisiera.


—Odio el sonido tan fuerte—Y puso sus manos en sus orejas, tapándose del sonido. Jonathan entonces tuvo la idea, que esperaba, fuera la mejor idea que se le ocurriera en la vida.


Lo tomó del brazo con delicadeza, y subió junto a él hacia su cuarto, donde no alcanzaba a llegar el sonido de la fiesta, por lo cual sería un lugar perfecto para habla. Daniel se dejó llevar por él alrededor de la fiesta, y nadie parecía hacerles caso en realidad, así que no importaba si se escapaba por el resto de las horas que tuviera Daniel libre.


En cuanto entraron a su cuarto, cerró la puerta con candado, asegurándose de que nadie pudiese entrar ni por accidente. Cerró las ventanas junto a las cortinas, y encendió la luz del cuarto. Era algo fría esa luz, aunque de un color anaranjado que inundaba el cuarto con sus rayos artificiales. Daniel se quedó mirándolo mientras él preparaba todo.


— ¿Qué haces? —Entonces Jonathan detuvo sus movimientos y lo miró con una tímida sonrisa.


—En realidad, quería estar solo contigo.


Las mejillas de ambos adquirieron un tono rojo, más las de Daniel, pues siendo tan pálido se notaba muchísimo más su vergüenza ante aquellas palabras. Daniel bajo el rostro, mirando al suelo y subiendo sus manos para esconder su rostro. Entonces comenzó a hacer algo que asusto a Jonathan: empezó a llorar.


— ¿Qué… qué pasa? ¿Hice algo malo? —se acercó despacio, intentando no asustarlo, poniendo sus manos en los hombros de este e intentando agacharse lo suficiente para mirarle a la cara. Daniel dejo su rostro nuevamente libre, y lo miró, con lágrimas en los ojos, pero con una sonrisa que esta vez no parecía una mueca.


—No, no. Solo que nadie nunca me había dicho algo tan lindo—sonrió nuevamente—Y menos un hombre. Es raro, ¿sabes?


—Lo siento… solo pensé que… Sí, es raro que lo diga un hombre a otro hombre. 


—No me malentiendas, eso está bien. Digo, no creo que sea malo que otro hombre le diga cosas lindas a otro hombre, menos si es alguien tan grande y atractivo… Y atractivo. Digo, no es que te diga que eres atractivo porque tenga algún problema o algo, en realidad es que cualquier hombre puede decirle a otro hombre libremente que es atractivo, y sexy y que es… Bueno, en fin. No hay nada de malo… Sí… —Se perdió entre todo el parloteo inútil que dio Daniel, pero no evitó soltar una gran risotada cuando se dio cuenta de algo que hasta ahora no había notado: Su amor por Daniel era correspondido, y al parecer, aunque Daniel no lo aceptara porque seguramente estaba en su búsqueda intimida de su identidad, estaba feliz de saber de qué, después de cuatro años, aquel a quien quería como a nadie le correspondía.


—Está bien—lo tomó de los brazos, abrazándolo con suavidad para no asustarlo, y callando por fin toda la palabrería que daba Daniel sin dirigirla a nadie en realidad. A pesar de que el rubio fuera callado y tranquilo, era solo una fachada, en realidad, tenía muchos problemas internos que no superaba, y él le ayudaría a hacerlo como su tía lo ayudó a él.


—Sí… está bien—Jonathan de acarició la espalda, olfateo el cabello de Daniel, y bajo sus labios hasta besarle la mejilla, pues no se creía capaz de hacer más por alguien que estaba tan confundido, no quería forzarlo, no iba a forzarlo, porque Daniel, como él, necesitaba su espacio para resolver sus dudas.


— ¿Esto está bien para ti? —Pero ver los labios de Daniel tan cercanos a los suyos le hacía derretirse, imaginarse mordiéndolos, acariciándolos, mojándolos con su saliva. Era hermoso aquello que sentía, y no quería dejarlo de sentir. Le tocó con el pulgar los labios. Suaves como había imaginado tantas veces, y rosados, muy delicados, y delgados.


—Sí…—y Daniel estaba hipnotizado bajo su encanto, pues no lo detuvo cuando junto con delicadeza sus labios, en un ligero y casto beso, uno que Jonathan recordaría por más tropiezos que le diese la vida en un futuro, siempre recordaría su primer beso.


Su primer beso de amor verdadero.


 

Notas finales:

Esta idea empezó como algo tragico y manipulador, pero terminó con algo bello y sencillo. ♥

Gracias por leer ♥


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