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A Cielo Abierto por Chihara-chan

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«A Cielo Abierto» Kuroshitsuji.

Capítulo III. «Propuestas, a Un cielo abierto»

 

Jueves, 29 de Marzo del 2018.

 

Un auto transitaba los límites de las calles de Liverpool, se dirigía a las afueras, llevaban casi media hora de camino, el joven Ciel permaneció en silencio apreciando el paisaje que atrás dejaban.

El conductor se detuvo en un campo amplio, donde estacionó el auto.

— ¿Llegamos? — pregunta el niño mirando a los lados.

— No, aún no — responde Michaelis saliendo del auto, y se dirigió a abrir la puerta para él.

— Sígame por favor.

Ciel lo miró extrañado, con el ceño levemente fruncido, pero abrió paso tras del mayor. Caminaron dentro de un bosque, uno muy silencioso, un silencio aterrador.

Pronto empezó a divisarse una luz muy luminosa que hacia entrecerrar sus ojos…fue entonces cuando escuchó la voz de Michaelis.

— ¿Qué le parece, joven?  — preguntó el mayor, parado tras de él admirando la escena con algo de entusiasmo. Ciel abrió los ojos exaltadamente, y permaneció en silencio, asombrado con tanta belleza…

— Es… — murmuró, sin encontrar palabra que definiera aquello.

Se trataba de un campo de rosas blancas extenso, unas rosas hermosamente cuidadas.

Ciel se acercó a ellas, adentrándose en el campo, tocando sus aterciopelados pétalos, sin dejar de admirar su belleza, mientras Michaelis lo observaba.

—… Vincent amaba las rosas blancas — dijo mientras apreciaba la belleza de una en particular.

El viento sopló fuertemente, acompañando el silencio que los inundaba.

— ¿Quién cuida este jardín?

— La verdad no lo sé, pero este jardín lo encontré una vez que vine de caza al bosque.

— Ya veo.

El reloj marcaría las tres cuarenta y seis de la tarde, el sol estaba bajando.

— Creo que ya es tarde, joven, deberíamos volver — dijo Michaelis.

—… ¿Tan pronto?

— ¿Quiere quedarse un rato más?

Ciel no respondió, solo se limitó a dirigirse a Michaelis.

— Bien, venga conmigo, este bosque es algo engañoso.

Ambos caminaron en silencio dentro del bosque, el mayor hábilmente se adentraba a él, como si se supiera ese lugar de memoria. Subieron al auto y salieron de ahí.

— ¿Te gustó? — le pregunta Michaelis con la mirada fija en el volante. Ciel se quedó pensativo, pero la verdad, es que le había encantado ese viaje al jardín de rosas blancas, y aunque su cielo estaba  algo gris, hacia una bonita mezcla monocromática, de colores muertos, colores que van con él.

—  Algo así… — responde serio, mirando el cartel que les daba nuevamente la bienvenida a Liverpool. — Aunque me hubiese gustado que me llevaras a East End, conozco mucho más en ese lugar.

Michaelis sabía, que para Ciel, sería difícil adaptarse a una nueva vida en Liverpool, adaptarse… a una nueva vida con alguien desconocido, es por eso que quería hacer todo lo posible por que se sintiese agusto.

— Pronto llegaremos a mi mansión — dijo el mayor. — La mansión Michaelis.

Fue un viaje callado, la verdad, ninguno era de muchas palabras. Al llegar, unas rejas negruzcas, adornadas de verdes enredaderas le dieron paso a la majestuosa mansión. Al parecer, todo lo que tuviera que ver con ese hombre, no tenía color, todo era en una escala de Blanco, gris y negro. «Eso me agrada» dijo el chico para sí mismo.

Sebástian detuvo el auto, y de inmediato, los sirvientes se acercaron a él y abrieron ambas puertas. Ambos salieron del auto.

— Bienvenidos a la Mansión Michaelis — dijo un hombre serio, con anteojos y de ojos verde amarillentos. — Permítame su vehículo, señor, el señor Claude lo está esperando en su oficina.

—… ¿Claude está aquí?… Nunca avisa cuando viene — dijo algo molesto. — Gracias, William — dijo para abrirse paso a la puerta, la cual abrió otro sirviente.

— Bienvenido, señor.

Michaelis volteó a mirar a Ciel, quien estaba parado justo frente a la mansión con la mirada plasmada en su persona.

— ¿Sucede algo? — pregunta.

—… No, nada — respondió para subir las escaleras. Se sentía un poco incómodo, como cualquiera que estuviese en su lugar.

Sebástian le mostró el camino a su oficina, donde al abrir la puerta, estaba  un hombre en espera del ojicarmesí.

— Sebástian Michaelis — el hombre acomodo sus lentes.

— Claude Faustus — respondió el de traje con ironía. — ¿A qué debo tu regocijante visita a mi persona?

— Nada en particular, ¿No puedo venir a visitar a mi jefe? — pregunta, sin poder evitar ver que alguien permanecía en la puerta, tras de Michaelis. — ¿Quién está contigo? — pregunta entrecerrando sus ojos.

— El hijo de un amigo, lo cuidaré por un tiempo — respondió serio, haciendo pasar al niño. — Él, es Ciel — lo presenta. El niño solo lo mira serio, al igual que el mayor, ambos se miraron seriamente.

— Jm, Ahora sí que lo he visto todo, el señor Michaelis, haciendo de niñera — murmura sonriendo a ojos cerrados. — Bueno, Bueno, yo ya me tengo que ir, luego te daré los documentos listos de los arquitectos del  Morphine en construcción.

— ¿No era eso para el mes que viene?

Claude sonrío irónico.

— Sabes que soy muy eficiente, como ingeniero de la empresa  Michaelis, ¿Qué sería de mí si  no pudiera adelantar parte del trabajo de mi jefe?

Sebástian frunció el ceño.

— No te quieras pasar de listo conmigo, vete de una buena  vez si terminaste lo que ibas a decir…por favor — gruñó ya sacado de quicio.

El hombre de cabellos negros peinados elegantemente hacia atrás, de anteojos negros, ojos hermosamente bañados en dorado, que llevaba el traje negro y blanco de las empresas Michaelis, se dirigió a la puerta, no sin antes mirar al niño.

— Adiós.

Ciel miró a otro lado, como si no fuese con él.

Claude frunció el ceño.

«Maldito niño insolente»  dijo para cerrar la puerta.

 

 

 

                                                            *

— Esta será tu habitación — dijo abriendo la puerta. — Mañana uno de los sirvientes te llevará a la ciudad, a que compres ropa, y lo que necesites.

Ciel se sentó en la cama, era muy cómoda, era como si realmente estuviese sentado en una nube, según recordaba, así también era su cama, pero había estado un año en la camilla del hospital… y se le hacía glorioso volver a estar en una cama tan cómoda.

— No es necesario… — dijo.

— Claro que lo es, necesitas retomar tus cosas — lo miró serio durante unos segundos, suspiró cansinamente y se acercó a él. —… Oiga Joven Ciel, sé perfectamente lo difícil que es interactuar con una persona desconocida, entiendo su situación actual, pero…, solo pido que acepte mi ayuda…

Ciel escuchaba cabizbajo las palabras de Michaelis.

— Si eso quieres — respondió cruzado de brazos.

—… Verdaderamente es  el pequeño  más orgulloso que he conocido.

— ¡El pequeño está de más! — exclamó molesto.

— Ohhh… — llevó sus dedos a su mentón en expresión pensativa, de pronto sonó su celular, y tuvo que atender.

— Si, hola, habla Sebástian — miró a Ciel mientras sostenía el celular. — Si, ya voy.

—… ¿A dónde vas? — preguntó.

— Tengo una reunión inesperada, debo asistir cuanto antes. Le asignaré sus cuidados a uno de los sirvientes — le dijo mientras guardaba nuevamente su celular en el saco. Ciel miró a la puerta pensativo. — No es necesario, puedo quedarme aquí solo.

— No estará solo. Hasta luego, joven Ciel — dijo, para luego cerrar la puerta.

 

El Phantomhive se dejó caer en la mullida cama, mirando al techo, que estaba tapizado de un color azul media noche, con estampado en gris, al igual que toda la habitación. Se levantó y empezó a familiarizarse con todo lo que lo rodeaba, pasando sus manos por los muebles, todo era tan moderno. Miró a un estante que estaba adherido a la pared, estaba algo alto… pero habían libros, al menos no estaría aburrido si lograba llegar a ellos.

—… Maldición — dijo al ponerse de puntillas y estirar sus manos lo más que podía. Sin lograr nada. Miró rápidamente a los lados buscando algo que pudiese usar, intentó arrastrar uno de los muebles usando su cuerpo, pero no pudo evitar hacer mucho ruido.

— Joder… — dijo mirando el estante con algo de rabia, para volver a arrastrar. De repente se abrió la puerta  a una velocidad increíble.

— ¿Qué pasa aquí? — preguntó el mayordomo de anteojos con el ceño fruncido, mirando la escena.

—…¿N— Nada! Hahahahaha — se sentó en el  sofá tratando de disimular. — Todo perfecto.

William lo miró con los ojos entrecerrados.

— Qué pequeño más inquieto…

— ¿Ha? ¿A quién llamas pequeño? — pregunta con un tic en su ceja.

—… No veo a nadie que mida menos de Uno cincuenta, en esta habitación — acomoda sus anteojos con ironía.

— ¡Qué hablas gigantón! — exclama enojado.  

— Al menos si alcanzo los libros de aquel estante. Ciel se sonrojó, ¿Cómo lo supo? Este tipo… le daba más miedo que Sebástian. William se dirigió al estante. — ¿Qué libro prefiere?

Miró a otro lado sonrojado. —…¿No hay alguno de Goethe u Oscar Wilde?

El mayordomo revisó, encontrándose con una de sus obras. — Tiene desde «El retrato de Dorian Gray» hasta «El abanico de Lady Windermere» de Oscar Wilde, y algo de la enigmática historia de Mefistófeles en «Fausto» de Goethe.  Todas estas fueron puestas aquí por el señor Sebástian.

— Así que… a él también le gustan… estos  autores… — dijo recibiendo unos cuatro libros que el mayor le facilitó. «Maldición» pensó.

— Si es todo, me retiro, debo terminar con la orden que me dio el señor.

— ¿Qué te pidió Sebástian?

— “Preparale un pastel al Señorito” — acomodó sus gafas. — Con su permiso — dijo para luego salir.

 

Aquel hombre no terminaba de sorprenderlo. ¿Qué pretendía? Hacía cosas magníficas por él, No… lo hacía por su padre, todo lo hacía por Vincent, porque se lo prometió, y… así de fuerte era su palabra, con aquella mirada tan recatada, y actitud indulgente.

 

— «Balada de la Cárcel Readny» — dijo ojeando su portada, se sentó en el sofá, y se sumó en la elocuencia de la escritura de Wilde.

 

Al poco tiempo, se encontraba casi en la mitad del libro, devorándolo por completo. La puerta sonó, advirtiendo que había alguien que solicitaba entrar del otro lado.

 

— Adelante…

 

— Con su permiso, señor — dijo un chico de cabellos amarillos adentrándose a la habitación. La cena está servida.

 

El reloj marcaba más de las cinco cuarenta de la tarde,  ya había pasado la hora de la merienda, a decir verdad, se había alegrado un poco cuando escucho la puerta, ya que estaba esperando con ansias su pastel.

 

El hombre de cabellos amarillos, uno de los empleados de la mansión, todo indicaba que su nombre era Ronald, le mostró el camino hacia el comedor. En el cual solo estaba servida la comida para solo una persona. Se quedó un largo rato en silencio…

 

— La comida está servida — se acercó William con el último plato.

—… ¿Comeré yo solo?

 

— No, si quiere Ronald puede darle de comer en la boca, señor. Ronald, ya has escuchado.

 

— ¿Qué? ¿Hablas en serio? — pregunta el sirviente con un semblante sorprendido.

 

— ¿Eres idiota? Solo pregunto si no habrá más personas en la mesa.

 

— No ve a más nadie que pueda ocuparla, la mansión pocas veces está de visita, y el señor Sebástian casi nunca está para la ce…

 

— He llegado.

 

Ambos sirvientes miraron perplejos la puerta principal.

 

— ¿Qué pasa? Parece que hubiesen visto un fantasma — dijo Michaelis entrando al comedor.

 

— La verdad si pensamos eso — susurró Ronald a William, quien le papisa un golpe en la cabeza, mientras se aclara la garganta.

 

— Por supuesto que no, sea usted bienvenido, señor.

 

Ciel lo miró con recelo, mientras él observaba la mesa, la cual solo estaba servida para solo un asiento.

— Lo siento señor, no sabía que volvería hoy — se disculpó.

 

— ¿Qué te hizo pensar eso, William?

 

— Su horario habitual siempre…

 

— Olvida el horario habitual, ahora tengo cosas importantes que hacer aquí. Acostúmbrate a que tu amo esté en casa.

 

— Sí, mi señor — lo reverenció. — Ya prepararé la mesa para dos.

 

Ambos mayordomos se dirigieron a la cocina con rapidez.

 

— ¿Qué hizo mientras estuve fuera? — preguntó Sebástian con interés.

 

— Estuve leyendo los libros del estante…

 

—… ¿Pudo alcanzar  el estante? — preguntó divertido.

 

—… William los bajó por mí — frunció el ceño.

 

— Me lo imaginé — sonrió.  Ciel permaneció callado, hasta que sirvieron la comida para ambos.

 

— Que aproveche — dijo Sebástian a Ciel.

 

Estuvieron comiendo en silencio.

 

— Trataré de permanecer más tiempo en casa… — dice el mayor de cabellos azabaches.

 

— ¿Por qué razón?

 

— Prometí cuidar de ti — respondió.

 

Ciel frunció el ceño, y en sus mejillas se dibujaron de un color rosa intenso.

 

—Más te vale — sentenció. Michaelis sonrió de medio lado.

 

Platicaron por unos minutos, de cosas que les gustaban, y para sus sorpresas, tenían mucho en común, a pesar de que Ciel una década más joven que Michaelis sostenía a la perfección una conversación de adultos, y eso era algo que… realmente le agradaba a Sebástian, que había querido tener un compañero de ocio desde hace mucho.

 

— Bien, creo que ya es tarde joven — dijo levantándose de la mesa. — Adrián, recoge la mesa.

 

— Entendido, señor Sebástian — entró un hombre de cabellera larga, atada en una cola de caballo, con una actitud misteriosa… y una sonrisa macabra que se flechó en el niño. — Con su permiso… — se fue mientras sonreía. Ciel quedó en shock.

 

— No te asustes, tiene una actitud demencial… — le dijo Sebástian tratando de calmarlo.

 

— No me asusta… Solo que.., me causó calosfríos — dijo acariciando sus hombros rápidamente.

 

— Eso dicen todos — dijo riendo un poco. — Bueno, ¿Quiere tomar un baño? — le pregunta.

 

— Claro — responde, siguiendo al mayor.  Se dirigieron a la ducha, Michaelis configuró la temperatura del agua para él, y le dejo unas toallas.

 

— Si me necesita, estaré en mi habitación revisando unos planos — le dijo desde la puerta.

 

— Vale — respondió Ciel, quien de inmediato prosiguió a quitar toda su ropa, ojeando todos esos moretones que tenía en sus brazos, debido a las inyecciones y sueros que le habían administrado durante su estadía en el hospital…

Cada vez que recordaba eso, pareciese como si extirparan su corazón… sentía la ausencia y el calor de su madre… la amabilidad y la protección de su padre, el aroma de su hogar.

 

Se metió en la ducha, y a medida de que caía el  agua tibia en su cabeza, los recuerdos de ese sueño querían volver, pero todo era borroso, y a medida de que pasaban los minutos, le era más difícil poder recordar, se empezaba a volver algo muy desesperante.

 

— Sebástian… — decía mientras llevaba sus manos a su rostro y lo tapaba por completo. — Sebástian… — remarcaba mientras empezaba a decirlo cada vez más fuerte. — ¡SEBÁSTIAN! — gritó fuertemente, haciendo que resonara su voz en toda la mansión.

 

¿Continuará?

 


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