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A Cielo Abierto por Chihara-chan

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Notas del capitulo:

¡Pido disculpas por la tardanza! n.n

 

«A Cielo Abierto» Kuroshitsuji.

Capítulo VIII.

«Recuerdo, a Un cielo abierto»

 

«Algún día en los recuerdos de Sebástian Michaelis»

Narrado desde la perspectiva de Sebástian.

 

Yo era único hijo del Señor August Michaelis, por lo tanto tenía un gran peso sobre mí desde que nací. En la escuela, siempre tuve las mejores calificaciones, y por supuesto, aquello no cambió en la Universidad. Mi padre me sugirió estudiar Ingeniería, en efecto, me gradué con honores de una de las mejores universidades de Londres.

Había tenido muchas chicas detrás de mí, pero…eran tan vacías como yo.

 

Yo debía heredar la empresa de mi padre, por supuesto, soy su único sucesor, y un hombre apuesto, inteligente, carismático, elocuente…y, bueno, ya está claro que soy perfecto —pensé mientras solté una ligera carcajada.

— Sebástian, debes adentrarte más en el mundo de los empresarios. Debes triunfar como tu padre —entrecerré los ojos, algo de sarcasmo podía entreverse en mis facciones.

—Por supuesto—respondí dedicándole solo una sonrisa como respuesta.

William me sonrió, dándome apoyo. Siempre estaba a un costado de mi padre, era un leal mayordomo.

En el auto, no paraba de hablar de lo mucho que triunfaría, porque después de todo, él me había educado.

—Todos mis bienes pasarán a ti, hasta William será tuyo— dijo tan seriamente, que el mayordomo me miró serio por el retrovisor. Luego solo seguí viendo por la ventana. Todo lo que dejábamos atrás era hermoso, hasta que fue reemplazado por edificaciones enormes, que tenían mi apellido plasmado en él. Pero nada de eso era mío, absolutamente nada. Todo era de mi padre. Nunca hubo nada que fuera realmente mío alguna vez. Los autos, las mansiones, los sirvientes, mi propio celular, nada era mío, todo lo había adquirido gracias a mi padre. Todo.

William abrió la puerta del auto para ambos y entramos al edificio central, donde tendrían la lujosa celebración.

Muchos hombres elegantes estaban por todos lados, hombres de negocios, abogados, ingenieros,  Y yo, bueno, debía lucir como uno desde ahora.

—Oh, Hola Victoria— dijo mi padre, saludando a una de mis ex novias, no podía evitarlo… ellos siempre se llevaron de maravilla. Victoria era mucho mayor que yo, pero su rostro y su cuerpo, reflejaban que estaba cerca de los veintidós, cuando en realidad tenía treinta y siete. Yo como todo noble inglés, me acerqué a saludar, sonriendo falsamente.

—Victoria Queen— dije sin más. Ella alzó su mano elegantemente, y yo deposité un ósculo.

— ¿Cómo te ha ido, querido? —me preguntó.

—De maravilla—respondí a ojos cerrados. Era tan molesta, y yo aún era un inmaduro, pero ya no podía serlo más,  así que la reverencié y me fui a buscar algo de beber.

Antes de poder tomar una de las elegantes copas con Champagne, fui interrumpido por mi padre, que al parecer pretendía presentarme a un grupo de empresarios con pinta mafiosos que estaban en una esquina.

—Hombres, este es mi hijo — yo alcé mi mano al que se encontraba más cerca, y así me presenté a nueve hombres más. Sólo faltaba uno. El hombre lucía realmente joven, su piel era tersa y blanca como la nieve, de facciones casi perfectas, cabello negro azulado como la noche, labios curveados en una sonrisa perfecta, sus ojos achinados color café, y por supuesto, un lunar bajo su ojo que lo hacía ver bastante erótico. Su mirada era casi asesina cuando permanecía serio. ¿Realmente era un empresario? —me pregunté mirándolo de pies a cabeza, todos los demás eran viejos decrépitos, otros no sobrepasaban los cuarenta.

De pronto, sentí como el codo de mi padre golpeó mi brazo, haciéndome reaccionar.

—Sebástian, este hombre es Vincent Phantomhive, jefe de las empresas Phantom —dijo mi padre con una amplia sonrisa. «Espera… ¿Había dicho Las empresas?» —fruncí el ceño rápidamente, para luego sonreír  y alzar mi mano.

— Vaya, vaya, El hijo del señor August —sonrió estrechándola. Su mirada era tenebrosa, penetrante, casi cegadora e hipnótica, tanto que no pude pronunciar ni una sola palabra.

—Espero que se lleven  bien, ya que el señor Phantomhive nos será de benefactor a nuestra próxima construcción— aclaró mi padre. Yo volví a ver al Phantomhive, no lo sé, me había causado bastante intriga. 

—Tengo entendido que será Sebástian quien hará los planos de la próxima edificación, ¿No es así? —me miró sonriente.

—Así es— pude responder. Le mostré mucha determinación en mi mirada, a lo cual el sorbió un poco de su copa, sin quitarme la mirada de encima. Aquello me hizo sudar, pero estoy lo suficientemente seguro de que a él también.

—Ya veo— sonrió de medio lado. —Entonces esforcémonos, Sebástian —dijo haciendo una pequeña reverencia. —Con su permiso.  Esas palabras se repitieron en mi cabeza unas mil veces antes de que pudiera reaccionar nuevamente. Yo debía averiguar quién era ese hombre, a toda costa.

Así transcurrió la fiesta, yo estuve hablando toda la noche con Victoria —hice un gesto de fastidio al decir su nombre, en serio me causaba irritación. Pero me había dado información valiosa.

Vincent Phantomhive, era el empresario más joven en alcanzar tanto prestigio en su empresa, que no era solo una. Las empresas Phantom, se dividía en Juguetes, construcción y Repostería, es decir, tenía una empresa de juguetes, una de construcción y una de pastelería a su imponente nombre. Nada mal.

En ese momento sentía euforia, experimenté un sentimiento que…no podría describir con palabras, yo podría llegar a ser tan o mucho más importante que ese hombre al tomar el puesto como  jefe de la empresa de mi padre. Después de todo, ya empezaría teniendo fama. Una fama que no es del todo mía.

Tenía un pequeño hijo, del que estaba sumamente orgulloso, y una esposa. — Debe ser aquella dama que está a su lado—dije mirándolos.

—No hay nada de qué preocuparme, después de todo… es un aliado— me senté a terminar mi copa. Unas cuantas señoras me invitaron a bailar, pero cortésmente rechacé sus propuestas, a lo que mi padre se enojó conmigo.

 

Ya era media noche, pero parece que la fiesta estaba más activa que cuando llegué.

— Buenas noches, parece que estás bastante aburrido, ¿Me equivoco? —era Vincent, alzándome una copa de vino tinto. Me sorprendí un poco, pero acepté la copa.

—Para nada —respondí sonriente. — Solo trato de huir de las señoras de por allá. Vincent rió abiertamente dándome unas cuantas palmadas en la espalda.

— Eres muy carismático, Sebástian—me sonrió.

— Lo mismo digo de usted, señor Phantomhive —sorbí un poco de vino.

—Por favor, puedes llamarme Vincent—me guiñó el ojo divertidamente. Supongo que no era un cascarrabias como los demás.

Estuvimos hablando un buen rato sobre la nueva obra, decidiendo el día en el que nos reuniríamos, sobre unos cuantos  chistes de empresarios que no entendí muy bien, y unas cuantas cosas sobre páginas de internet. Supongo que ambos estábamos algo ebrios.

 

Narrado desde la perspectiva del autor.

 

Vincent Phantomhive comenzaba a tomarle bastante afecto al hijo de August, debía hacerlo por cuestiones de trabajo, pero a medida del tiempo se volvió algo personal. El empresario era casi cinco años mayor que Sebástian, en ese entonces, tenían veintidós y veintisiete años. Pero sostenían a la perfección una conversación de negocios, tal vez debido al talento innato que poseía Sebástian. También compartían muchas cosas en común, hacían competencias en las cuales debían adivinar el nombre del Té que William les preparaba en sus reuniones, y el mayordomo no se las ponía nada fácil.  Sin embargo Vincent siempre era el ganador. 

Pasaban muchos tiempos juntos, ambos eran ingenieros, la obra que estaba arreglada para dentro de tres años, se redujo a un año y medio gracias a ambos. Vincent realmente admiraba el talento de Michaelis en ese ámbito.

—No puedo creer que ya hayamos terminado — dijo Vincent denotando emoción en su semblante. Michaelis se puso tras de él. Para tener edades diferentes, Vincent casi se quedaba corto ante el tamaño de Sebástian.

—Todo es gracias a ti, Vincent —susurró.

El Phantomhive sonrió irónicamente.

—No fue nada, supongo que es una de las cosas que más adoro hacer —sonrió a ojos cerrados. Con esa sonrisa tan angelical y bondadosa a la que Sebástian ya se había acostumbrado.

—¿Qué cosa adoras hacer? —se acercó a su rostro mirándolo fijamente.

—Pasar tiempo contigo… —sonrió de medio lado, colocando uno de sus dedos en los labios de Michaelis, alejándolo. — No seas impulsivo, la puerta está abierta.

— No me importa… —se paró firme sin dejar de verlo. Esos ojos café reflejaban a la perfección su propia silueta. —Entonces vamos a ese lugar… —propuso.

— Tengo que volver a casa… Ciel mañana estará  de cumpleaños— sonrió, acomodando unos documentos. Vincent tenía su mansión en una pequeña ciudad llamada East End, pero mientras estaba negociando en Liverpool, la compañía Michaelis le pagaba el hospedaje en uno de sus lujosos departamentos.

— ¿Cuándo podré conocerlo? Siempre que voy a tu mansión, ha salido con Rachel… — preguntó sentándose en el sofá.

— Iba a decirte que… — se dirigió al sofá, se acercó ligeramente a Sebástian quien al sentirlo tan cerca cerró los ojos de inmediato. — Fueras a mi mansión mañana, y así podríamos celebrar nuestro triunfo —le acomodó la corbata. — A la vez que el cumpleaños de mi hijo.

— Está bien… —respondió Sebástian algo enojado dirigiéndose a la puerta. Vincent lo miró algo sorprendido.

— Pero primero… — cerró la puerta con seguro y volteó a ver el rostro de Vincent.

— ¿Pero primero? — sonrió el Phantomhive caminando hacia donde estaba el menor.

Vincent se acercó a Sebástian de manera que se pegó de él. Sebástian sonrió tomando la barbilla del mayor, acercando sus labios a los suyos.

—Déjame darte el último beso antes de que vuelvas a East End…— el aliento de Sebástian estremeció al Phantomhive, quien se dejó llevar completamente. «No recuerdo la razón por la cual logré sucumbir ante este niño…» pensó Vincent, chupando los carnosos labios de Michaelis.

Esa noche, Vincent no volvió a casa. August no estaba en la mansión, y William ya debía de sospechar la situación de esos dos hombres que se encerraban en el estudio a solas, por horas…y no precisamente en silencio.

—¡Feliz Cumpleaños Ciel! —exclamó su padre con los brazos abiertos. El niño acababa de llegar de compras con su madre.

—¡Papá! —gritó emocionado lanzándose a sus brazos. Al instante se les unió su madre en un abrazo familiar.

Sebástian acababa de llegar… pero al ver tal escena de felicidad, se sintió muy fuera de lugar. La puerta estaba abierta, Ciel dirigió su mirada a ella viendo al mayor  justo frente a la puerta. Pero antes de que articulara palabra, éste desapareció, dejándole una extrema intriga como regalo de cumpleaños.

Michaelis no podía sacarse aquella escena de la cabeza, se sentía un intruso. Ahora Vincent estaba en su mansión, celebrando el cumpleaños de su hijo junto…a su esposa, y se sentía el ser más desafortunado del mundo. Así es, que cosas como esta le pasen a un hombre tan apuesto como él, era inaudito… pero, en la única persona en la cual logró conocer la felicidad, y el amor, fue junto a ese hombre, y estaba cien por ciento seguro de amarlo, hasta los huesos.

— Lo siento… —se disculpó. — Estuve muy ocupado ese día, no pude asistir al cumpleaños de Ciel…¡Pero le he enviado un regalo!  Y…

—Sebástian… lo único que importaba era que estuvieses ahí… —dijo mirándolo fijamente. Michaelis bajó la cabeza.

Vincent tomó a Sebástian del brazo bruscamente, y lo llevó al auto. Sebástian no objetó absolutamente nada, fueron a ese lugar… que habían encontrado un día que se escaparon juntos.

…«Un jardín de rosas blancas»

 

— No importa lo que suceda — susurró Vincent, mirando fijamente a Sebástian. Esa era una escena a la luz de la luna llena, con los pétalos de rosas blancas danzando a través de sus palabras.

 

— Nunca me separaré de ti, lo juro por la luna — sonrió el Phantomhive, concluyendo su juramento, con un beso. Las lágrimas y la alegría  que ambos compartieron formaban parte de ese lugar. Un beso brillante, en la luna de la eternidad…

 

— Éstas rosas… capaces de transmitir a través de su brillo el sonido de nuestro pecho, la fantasía… nosotros, lo convertiremos en nuestro hogar…. —dijo Michaelis. —Vincent, Te amo…

 

Esa fue la última vez que Vincent escucharía la aterciopelada voz de Sebástian diciendo palabras que le movían el mundo. Y la última, que sus cuerpos se rozaran tan salvajemente.

 

La tarde de hoy, ha ocurrido un trágico accidente automovilístico en las afueras de Liverpool — se escuchaba la voz de un hombre informando por la radio, que era escuchada por Michaelis en la comodidad de su auto. 

— ¿Un accidente en las afueras? — se preguntó a si mismo Michaelis, recordando lo que recientemente le había comentado aquel hombre. Subió el volumen.

Al parecer una de las víctimas es un importante empresario que… — Michaelis abrió los ojos exaltado, presionando rápidamente el freno del auto, haciendo sonar las llantas. Fue un movimiento peligrosamente brusco, pero para su suerte, había salido por completo de la carretera sin ningún tipo de accidente. Quedó en shock mientras escuchaba el agudo hablar del hombre. 

— Un niño y una mujer fueron involucrados, parece que no hubieron sobrevivientes. Fueron llevados a un hospital cercano donde les administrarán atención. Ahora, las noticias del clima. Con una temperatura de…

¡Maldita sea! —gritó el futuro empresario golpeando la bocina que hizo sonar fuertemente, alarmando a un transeúnte. Casi en un abrir y cerrar de ojos el de traje elegante giró el volante, cambiando de curso con extrema rapidez y desesperación, tratando de adivinar en qué hospital podrían estar. — Un hospital cerca de las afueras... seguramente es… — pulsó el acelerador con una mirada llena de determinación.

No quería pensar entre aquellos desafortunados estaba su amado, no quería aceptarlo, por nada del mundo… Simplemente no podría aguantar tal acontecimiento.

Al estacionarse, salió del auto desesperadamente dirigiéndose a emergencias.  Abrió las puertas de par en par, jadeante, todas las miradas se clavaron en él, las enfermeras quedaron petrificadas. Nada más hoy, habían llegado dos hombres apuestos, estaban progresando.

Michaelis apartó a todo el mundo, abriéndose paso a una camilla.

— ¡Vincent! —gritó acercándose rápidamente, mirando las condiciones en las que estaba, apretó sus dientes con ira. —Maldición…—sus ojos empezaron a dilatarse. Vincent le sonrió gentilmente alzando su mano ligeramente ensangrentada, la cual Sebástian no dudo en tomar rápidamente.

—Soy…un cobarde — Vincent trató de articular bien sus palabras, Sebástian lucía confundido, pero solo se quedó en silencio. —Pienso en ti… y antes de darme cuenta estoy escapando…

—Quédate tranquilo por favor, estarás bien ¡Un doctor! —gritó al darse cuenta de que los labios rosados del mayor, estaban pálidos, al igual que su mirada.

—No dejes que Ciel…muera, Si yo no sobrevivo, él debe hacerlo, cuida de él Sebástian...Por favor — cerraba los ojos, y ya su mano se estaba rindiendo. Sebástian lo miraba con miedo.

—Te lo prometo,  Te lo prometo — trataba de sonreír —, Cuenta conmigo… Pero tú también debes sobrevivir…No me… —  acariciaba su rostro con desesperación, mientras lágrimas amenazaban con salir de sus ojos —…No me dejes solo.

Vincent susurró palabras que Michaelis no pudo escuchar, y la habitación quedó inundada por un silencio que aterró al joven Sebástian.

— Te sacaré de esta pocilga  —se levantó soltando la helada mano de Vincent.

Esa noche, Sebástian trasladó  a Ciel junto con Vincent a un hospital de primera clase, donde los atenderían  como era debido. La única que no pudo sobrevivir fue Rachel, tampoco se halló su cuerpo, al parecer el hospital se lo había llevado a una de las morgues. Fue mucho mejor así, Sebástian no quería verla.

Pero, hubieron complicaciones con ambos, y quedaron en coma temporal. Aquellos días fueron los más funestos y solitarios para Michaelis. Su padre había muerto unas semanas después de ese acontecimiento,  heredando absolutamente todo. Estaba completamente solo, con la única compañía de, ahora su mayordomo, William T. Spears.

Meses después, Michaelis había logrado levantar su empresa, y en secreto, también las del Phantomhive. Era lo menos que podía hacer.  Tenía poder, riquezas, prestigio…lo tenía y a la vez, no teniendo nada. Todo su tiempo libre lo pasaba en la habitación de Vincent.

Había jurado cumplir la última petición que le había hecho, debía cuidar del hijo de su amado, en caso de que él no pudiese sobrevivir… pero, no sabía quién despertaría y quién no. Eso ya no quedaba a su merced.

Sebástian pasaba horas y horas en la habitación de Ciel, tratando de acostumbrarse a su presencia, y recordando todo lo que Vincent le había contado sobre él, hasta que quedó todo grabado en su memoria. En una ocasión, Ciel despertó, y Sebástian estaba presente en ese momento.

Ciel abrió los ojos lentamente encontrándose con el rostro de ese hombre, Sebástian se mostró bastante feliz.

— Ciel… — dijo acercándose. Sus ojos brillaban ante la mirada azulada del anteriormente nombrado.

El niño movía su cabeza de un lado a otro tratando de divisar donde se encontraba, veía borroso. No podía articular bien sus palabras, trató de hacerlo pero su voz era débil.

— Papá… —susurró.

Sebástian se sorprendió.

—No Ciel, yo soy… Sebástian — le susurraba preocupado.

—Sebás…tian — comenzó a cerrar los ojos lentamente.  Y esa fue la última vez que el empresario vio la desorientada e inocente mirada del hijo de la persona que más amaba.

 

Pasó un año entero.

—Hoy se hace… otro año desde que te conocí, Vincent —sonrió depositándole un cardo beso en la frente.

—He traído rosas de nuestro Jardín Secreto, para que te sientas mejor, tal vez su olor te brinde paz…como anteriormente lo hacía ese lugar. También le he llevado a Ciel, ya que una vez me dijiste que adoraba las rosas blancas al igual que…

En ese preciso momento, se abrió la puerta bruscamente. Y un chico en silla de ruedas le clavó una mirada intimidante.

— ¿Quién eres? —preguntó.

Sebástian sonrió aliviado.

—…Un viejo amigo de Vincent —alcanzó a responder. − Pero eso no importa, lo importante es que al fin… aunque sea tú despertaste… —no sabía qué era lo que estaba sintiendo, pero estaba feliz, completamente feliz. Ciel había despertado, al menos podía cumplir su juramento.

— Por cierto, me llamo Michaelis, Sebástian Michaelis — le alzó la mano al niño.

− S… ¿Sebástian Michaelis? —el niño frunció el ceño.

− En efecto, joven — sonrió.

A Ciel no le quedó claro el porqué de que ese nombre le parecía tan familiar.

 − Ciel Phantomhive — respondió en un apretón de manos. Era como si… estuviese conociendo por segunda vez a Vincent Phantomhive, sentía cómo extraña mezcla de sensaciones y sentimientos crecía en él.

− Muy bien, Ciel… ¿Puedo llamarte Ciel? —recordó que, en aquella ocasión, Vincent le permitió que le tuteara.  

 − No.

Michaelis alzó una ceja.

− Oh,  Está bien… Joven — respondió Michaelis algo cortado.

Aquello le había parecido tan divertido.

Una nueva historia, una nueva oportunidad para Michaelis empezaba a surgir.

Luego de ese encuentro, Michaelis se dirigió al lugar que le calmaba, y prometió cumplir la promesa que le hizo a Vincent.

Derramó lágrimas por Vincent nuevamente, y sonrió por el despertar de Ciel.

Se dejó caer entre las rosas con los brazos abiertos.

¿Qué hago tan inmóvil y en silencio? Veo la realidad quemándose ante mi… Llegué a estar más abandonado que nada… ¿Abro mis ojos? ¿A dónde te irás mañana, a dónde lo llegues a desear? Pero te vas yendo… Siempre irás a donde vayan mis pensamientos, iré corriendo en soledad perdiéndome, Siempre te espero… — susurraba. —Estaré esperando tu regreso…

¿Continuará?

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

¡Espero que les haya gustado chicas! n.n

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