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Dulce Tentación por Mari-Sponge

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Tranquilidad. Esa era la palabra que describía a ese lugar; una pequeña ciudad, donde las personas caminaban despreocupadamente, y saludaban a todo aquel que se les cruzaba, le conocieran o no. Pero su sola presencia, llamaba la atención, perturbando la dulce monotonía del pueblo. Hasetsu había dejado de ser un centro turístico, y ver a un extranjero, traía cierta dicha e inquietud a sus habitantes. Extravagante a más no poder, se pavoneaba por las calles, sonriendo satisfecho al atraer las miradas de todos a su alrededor. A fin de cuentas, ese era su objetivo en ese lugar. Bajo la fachada de un millonario hombre de negocios, Viktor se paseó por Hasetsu, deleitándose con todo lo que sus ojos captaban. Pero su misión auto-impuesta, era otra. Y justo, a lo lejos, logró divisar la causa de sus problemas. Un joven de negra cabellera, y lentes de montura azul, caminaba con lentitud, hablando al aire; o eso era lo que pensaban las personas que también reparaban en su presencia. Aquellos cristalinos ojos, no se apartaban de la menuda figura del muchacho de dorados cabellos. Su expresión de pocos amigos, era rápidamente sustituida por una adorable sonrisa, en cuanto el japonés dejaba de prestarle atención.

–Bingo.

Sus labios se curvearon en una sonrisa ladina, su lengua lamía sus labios, al tiempo que sus ojos inspeccionaban de pies a cabeza, el cuerpo de aquel extraño ser que rehuía de la mirada de los humanos. Sin moverse de su lugar, observó al extraño dúo alejarse, memorizando el camino que habían tomado. Fingiendo la inocencia de un turista, sacó un papel, leyendo su contenido una y otra vez. De a momentos, alzaba la cabeza, mirando a todos lados, como buscando algo; frustrado, se acercó a un par de jóvenes, posiblemente, estudiantes de preparatoria. Las muchachas, fascinadas, indicaron el camino que el albino debía seguir. En un torpe japonés, Viktor le agradeció a las chicas, guiñándoles un ojo, con gran coquetería, provocando gritos de emoción en las adolescentes. Lejos de las miradas curiosas de los pueblerinos, rodó los ojos ante tanta estupidez.

–Ya recordé por qué odiaba este lugar –afianzó el agarre en el poco equipaje que llevaba, siguiendo el camino que, de sobra sabía sin la necesidad de la ayuda de esas molestas niñas.

Frente a él, una casa de aguas termales se alzaba, igual de humilde que los dueños. Olfateó un poco el aire, notando en él, la esencia de aquella belleza rubia; provocando que sus labios se torcieran en una sonrisa ladina, llena de satisfacción. Y de nueva cuenta, decidió colocarse esa máscara de aire soso y expresión boba. Como un ruidoso turista, irrumpió en el negocio, anunciando su llegada, ante la alegría de una mujer. Luego de confirmar la reservación, la hija mayor de los dueños, tomó la maleta e Viktor, pidiéndole que le siguiera hasta su habitación. Aquellos ojos azules, se paseaban por todo el lugar, en busca de sus presas.

En una sala, un par de chicos almorzaban tranquilamente, hablando de banalidades, mientras la televisión sonaba al fondo, con el noticiero de la tarde. Una nueva sonrisa se posó en sus labios, cual mariposa, satisfecho de la escena frente a él. La joven de cabellera bicolor, le entregó una llave al albino.

–Debe tener hambre, ¿no es así? –preguntó en un torpe inglés, pero entendible.

– ¡Estoy muriendo! –respondió Viktor, de una forma bastante exagerada, arrancándole una sutil risa a la chica.

–En ese caso, por aquí, por favor.

***

Yuri sorbía gustoso los fideos del ramen, bajo la atenta y dulce mirada del menor de la familia Katsuki. Tal vez, por ser ese, uno de los momentos en que el rubio permanecía callado y con una expresión de felicidad genuina. Incluso, la escena de la que fue espectador y actor, en la pista de hielo, parecía un sueño fugaz, casi un deseo inalcanzable e imposible. Sin pensarlo, su mano se posó gentilmente en aquellos cabellos dorados, acariciando con ternura la coronilla del chico.

– ¿Qué sucede, cerdo? –una pregunta calmada, sin ese tono mordaz de siempre.

–No es nada –respondió. – ¿Está rico? –lamentable intento de desviar el tema, escudándose en su propio tazón.

– ¡Está delicioso! –exclamó, ignorando deliberadamente la dulce y triste alegría del moreno.

– ¿Yuuri? Lamento interrumpirte, pero necesito que me ayudes –la voz de su hermana lo sacó de sus pensamientos, obligándolo a alzar la mirada.

Junto a la chica, un extranjero asomaba la cabeza, con una sonrisa despreocupada. Sin embargo, y para disgusto de Viktor, la admiración del moreno, duró apenas unos segundos. Luego de disculparse con el menor, Yuuri se puso de pie, saliendo de la habitación detrás de su hermana. El rubio, por su parte, ignoraba todo a su alrededor, pues era más el hambre que tenía en esos momentos. Grave error. A diferencia de Yuri, Viktor tenía un mayor control en sus habilidades; podía esconder su esencia del resto de sus semejantes, haciéndose pasar por un simple, plano y aburrido humano cualquiera. Cosa que Yuri aún no lograba manejar del todo.

En silencio, tomó asiento al lado del “adolescente”, recargando el codo izquierdo en la mesa de madera, y usando la mano como recargadera para su cabeza. No fue, sino hasta que Yuri bebió todo el caldo, y dejó de nueva cuenta el tazón en la mesa, que reparó en la presencia ajena al ya conocido entorno. Sus ojos aguamarina se entrecerraron con evidente desconfianza. Por su parte, Viktor solo se limitó a sonreírle al chico con una perfectamente fingida inocencia. Antes de que pudiera preguntar cualquier cosa, Mari y Yuuri regresaron al lugar; ella, con una charola de comida para el huésped, y él, con un nuevo tazón de ramen para el adolescente que comenzaba a inundar sus pensamientos día y noche.

–Bienvenido a Hasetsu, señor…

–Nikiforov. Viktor Nikiforov –respondió el aludido, sonriéndole con descarada coquetería.

Yurio no pudo evitar soltar un bufido ante la actitud del recién llegado, acercándose inconscientemente a Yuuri, buscando atención por parte del japonés. Y aunque el joven no se percatara de sus propias acciones, sus movimientos no pasaban desapercibidos para el exótico extranjero, quien sonrió para sus adentros ante la escena.

–Hey, cerdo, quiero más –exigía el temperamental chico, empujando el tazón al centro de la mesa, sin apartar la fiera mirada del moreno. –También quiero té, tengo sed –siguió con las demandas, a cada oportunidad que Viktor buscaba hablar con Yuuri.

–Yurio, no seas grosero con el señor Nikiforov.

–Como si me importara una mierda el viejo ese.

– ¡Yurio! –exclamó un tanto alarmado Katsuki. De sobra sabía que el rubio, detestaba tener que lidiar y convivir con los huéspedes; pero era la primera vez que se mostraba tan grosero. –Lo siento tanto, señor Nikiforov, no sé qué le pasa.

–No hay problema, así son los niños.

– ¡¿A quién mierda llamas niño?! –explotó. Ni siquiera sabía por qué, pero algo en ese sujeto le irritaba. No lograba soportarlo, y eso que apenas lo había conocido hacia unos minutos.

Una vez los tres terminaron de cenar, Yurio ayudó a Yuuri a llevarse los trastes sucios. Regresaron a la sala, junto a Viktor; y para gran satisfacción del menor, Yuuri dejó que el rubio usara sus piernas de almohada, mientras peinaba distraídamente las hebras doradas. Viktor no podía estar más feliz; aquel chiquillo prometía más de lo que sus subordinados habían logrado descubrir. Y aquel dulce humano, era la cereza del pastel.

Notas finales:

Lo sé, soy una desgracia que no deja de deshonrar a su vaca xDD Pero tratar de ser adulto es más difícil de lo que parece >:'v


Como sea, aprovecho para decirles... que estoy escribiendo otro fic de Yuri on Ice~ :3 solo que no es yaoi xD así que... si quieren leerlo, tendrán que buscarme en wattpad o en fanfiction >:DDDD (?) a menos que quieran que lo publique aquí (????)


Whatever~ nos vemos~


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