Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Una decisión de adultos por Neko_Elle

[Reviews - 21]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Creo que Degel se ganó algo de odio en el cap anterior XD oops.

Disfruten esta nueva entrega :D

Talión: Aceptación e Indiferencia.

Algo aburrido, pero con una idea brillante, Kardia bajó por varias de las casas del zodiaco, acompañado de una sonrisa gatuna que inundó su semblante tan pronto la idea que tenía en su mente se hizo más clara. Fue bajando con esa actitud infantil y despreocupada que tanto le caracterizaba sin detenerse mucho. Cuando pasó por la casa de cáncer, saludó a Manigoldo con una patada compleja, el movimiento era tal que parecía que patearía hacia atrás, pero su flexibilidad le hacía enviar su pie hacia el frente mientras inclinaba su cuerpo perfectamente y quedaba apoyado en una sola pierna. Manigoldo la esquivó ágilmente con una sonrisa ladina.

- Estoy seguro de que Degel saca mucha ventaja y diversión de esa flexibilidad tuya, ¿no? – le insinuó.

- Para nada. No hay forma de que él pueda sacar provecho con su estilo de pelea tan rígido- comentó, fingiendo no haber entendido el comentario del cangrejo.

Manigoldo suspiró cansinamente. No tenía que observarlo demasiado para saber qué había pasado algo entre ellos. Esperaba que no fuera similar a lo que había pasado con Albafica, quien desesperadamente parecía tratar de cortar sus lazos con el mundo. Pese a sus impresiones, se reservó más comentarios. Algo le decía que si mencionaba algo a esa "larva" como le gustaba llamarlo, su incendio podría volverse incontenible o bien, extinguirse por completo.

De esa forma, Kardia siguió bajando y dirigiéndose a su destino: el templo de tauro. Cuando llegó ahí, Aldebarán lo recibió arqueando su ceja ante la visita del muchacho, que venía acompañado de esa expresión que tenía cuando lo invitaba a hacer algún desafío o tontería que pasara por su cabeza.

- ¿Quieres una manzana? - le ofreció.

- No, gracias, de momento no- se negó, sorprendiendo a Aldebarán, aunque no mostró cambio en su expresión más allá de arquear una ceja.

- Sea lo que sea que estés pensando, es probable que te diga que no- le advirtió desde el inicio.

- Verás, tuve esta idea genial que quiero hacer- comenzó a contar- Y tú eres la única persona que puede ayudarme con ella- le señaló.

- Temo preguntar de qué se trata- afirmó, observando con atención al santo de escorpio. Si bien, no se llevaba mal con él y ya había sido cómplice suyo en un par de ocasiones, pero algo en esa ocasión le parecía que no cuadraba del todo, aunque no estaba seguro de qué era, quizá que haya rechazado la manzana que le ofreció. Kardia era como un niño inquieto, curioso, impulsivo y muy inteligente en realidad. Las personas lo subestimaban por ser impetuoso. Sin embargo, en opinión del santo dorado de tauro, sería fabuloso si canalizara esa capacidad en algo más productivo que causar estragos en la vida de todos en el santuario.

- No necesitas temer ni preguntar, mi estimado Aldebarán- adornó sus palabras para aumentar su poder de convencimiento- Te diré los detalles- ensanchó su sonrisa e hizo varios ademanes- Se trata de un entrenamiento que quiero hacer. Nada del otro mundo.

- ¿Qué tipo de entrenamiento necesita que sea yo tu compañero y no Manigoldo o Degel? - le preguntó. Por un momento detectó que la mirada de Kardia brillo con algo similar al odio o la sed de sangre, pero se desvaneció. No pudo evitar sentirse curioso, era obvio que había discutido con Degel.

- Pues verás, mi gigante y corpulento amigo…

- Si quieres que te ayude no estás haciendo muchos méritos, enano- le dijo colocando su mano en la cabeza de Kardia y agitándola de un lado a otro. El muchacho rio divertido.

- Mi idea es que me subiré a tus hombros y sostendrás mis tobillos, me dejaré caer por tu espalda y haré abdominales mientras tu corres subiendo las 12 casas.

Hasgard no pudo evitar preguntarse si Kardia no tenía a nadie más a quien importunar, pero de algún modo le pareció que se sentía solo y clamaba por atención, sin importar de quien fuera. Al meditarlo de esa forma, se percató que, si no cedía a ese capricho que no lastimaba a nadie y al juzgar por la mirada y el estado de ánimo del santo de escorpio, este buscaría alguna forma de entretenerse metiéndose en algún lío que el santuario se vería obligado a solventar. Suspiró. Lo cierto era que no le vendría mal ese entrenamiento y seguiría cumpliendo con su deber como santo al mantener el orden.

- De acuerdo- accedió. Notó la mirada chispeante de Kardia y le advirtió- Sin trucos, Kardia- el muchacho bufó, pero accedió.

Y así, bajaron juntos las escaleras. Pasaron por la vacía casa de Aries, hasta el pie de la escalera. Kardia dio un brinco, apoyó su pie en la cadera de Tauro y subió así, para sentarse sobre los hombros de Aldebarán, quien sujetó sus tobillos. Por un momento recordó una de tantas ocasiones en las que Kardia buscaba refugio en él para huir de las consecuencias de sus tonterías, se había subido de la misma manera. El santo de escorpio fue echándose hacia atrás y poco a poco, sus piernas se enredaron bajo los brazos de Tauro. Cuando estuvieron listos, Aldebarán comenzó a trotar subiendo las escaleras, con Kardia a cuestas, ejercitando sus abdominales.

Pasaron sin problema por el vacío templo de Aries, era más complicado de lo que Kardia creyó, el lograr hacer las abdominales mientras era sacudido de cabeza por un gigante, era un buen entrenamiento, no solo físico, sino mental también. Obviamente no pidieron permiso para pasar por la casa de Tauro. Géminis se encontraba fuera en una misión, así que tampoco requirió que lo hicieran. La cosa fue otra cuando llegaron a cáncer. Ahí, se toparon con Manigoldo, quien estaba sentado en el pedestal que estaba en el techo de su templo. Cuando vio a Aldebaran trotar por la escalera, con Kardia haciendo las flexiones, bajó y se dirigió hacia ellos.

- ¿Qué hacen? - inquirió sin siquiera señalar que debían pedir permiso para pasar por su templo. Era más entretenido saber qué hacían.

- Entrenando- respondieron los dos al unísono. Con algo de dificultad.

- Les daré una mano- dijo Manigoldo más que divertido.

Comenzó a lanzar algunos puñetazos a Kardia, quien había tenido que dejar sus abdominales de lado para detener y esquivar los golpes de Manigoldo. No pudieron evitar desplegar una sonrisa divertida en sus rostros. Aunque era entrenamiento, al mismo tiempo les resultaba muy cómico. Así, Manigoldo fue escoltándoles hasta los límites de su templo de esa manera. Luego, el santo de cáncer aún les acompañó, pero solo trotaba junto a ellos, diciendo números de manera aleatoria, para hacer que ambos perdieran la cuenta de lo que llevaban.

- 1, 129, 32, 810, 3, 57, 64, 9…

En un inicio se molestaron, pero continuaron subiendo las escaleras pese haber perdido la cuenta. Dichas escaleras los llevarían a leo, con un santo ausente, para después proceder a virgo y libra; templos en los cuales aún no había santo elegido. Para entonces, el ardor en las extremidades de Aldebarán comenzaba a hacerse presente. Por su parte, Kardia comenzaba a sentir demasiado calor, pero aun así quería lograr su cometido. Con una concentración de dolor en su abdomen, siguió. Esquivando una que otra vez alguna cosa que le lanzara Manigoldo, quien iba muy entretenido a ver el espectáculo que podría presentarse en la casa de Acuario. Adelante, siguieron a escorpio. Poco antes de entrar, el guardián de la casa mencionó:

- Dicen que el santo de escorpio es el más fuerte, inteligente, rápido y simpático del lugar- se jactó- Quizá deberíamos pedirle permiso para entrar.

- Eso está bien- dijo con una leve sonrisa, manteniendo su concentración en el entrenamiento- Pero yo había oído que era un revoltoso de primera- afirmó.

- Y yo oí que era una larva babosa de aspecto humano- jugó Manigoldo.

- Es parte de su encantó- dijo con ese tono de voz fresco y simpático que usaba cuando quería evitar algún regaño o responder a alguna burla chusca. Aldebarán no pudo decir más, solo negó con la cabeza ligeramente. Manigoldo soltó una carcajada ligera y jovial, el ambiente era divertido para los tres. No solían entrenar juntos, pero esa vez, lo vieron como una extraña oportunidad.

Pasaron el templo de escorpio y luego procedieron a Sagitario y Capricornio, sus respectivos santos solo les permitieron la entrada sin hacer muchas preguntas. Casi prefiriendo no involucrarse. Aunque a El Cid le pareció que lo que hacían no era una mala idea para usarse como entrenamiento. Pronto comenzaron a subir la escalera que iba a Acuario. Ahí, Manigoldo se mostró interesado, evidentemente esperando algo y Aldebarán, suponiendo algunas cosas, hizo el saludo pertinente al dueño del templo.

- Pido permiso para pasar por tu templo, Degel- comentó jadeante. Ya estaba cansado, pero no faltaba mucho para llegar a la cima y cumplir su cometido.

Degel apareció y observó que Aldebarán llevaba cargando a Kardia casi como si de un muñeco se tratase, luego, pasó su vista a Manigoldo quien corría al lado de ellos con una mirada que le desagradó, como si supiera algo que él no. Casi temió preguntar, por lo que decidió que lo mejor era, no hacerlo. Otra vez la misma sensación desagradable que sentía desde hacía años, cada vez que otra persona parecía mínimamente cercana a Kardia. Pero ¿Qué derecho tenía de enfadarse o reclamar algo ahora?

Notó a Kardia agitado, su piel enrojecida y su mirada que reflejaba diversión y satisfacción. No pudo evitar recordar aquella noche en que su promesa se consumó. Se le antojó interpretar su expresión como "deliciosa". Pero rápido se reprendió. No debía ya pensar esas cosas. Si por él hubiera sido, lo hubiera arrancado de los hombros de tauro y dejado las cosas claras. Pero ¿qué cosas claras? En realidad, ya estaba todo claro, él no podía involucrarse más con Kardia y Kardia había accedido. Entonces ¿Por qué le era tan difícil?

No sabía cuándo volvería a ver a Kardia y tener una conversación sin tener ese tipo de pensamientos en su cabeza. Los muchachos avanzaban a gran velocidad, eran santos después de todo. Se percató de inmediato que estaban entrenando, así que, aunque trató de resistirse, finalmente exteriorizó.

- Les ayudaré con su entrenamiento- dijo Degel con un ligero tono molesto, tomando un poco desprevenidos a los tres santos, al congelar el templo y poniéndoles algunos obstáculos de hielo.

Aldebarán por poco y resbaló por la capa de hielo repentina bajo sus pies. Manigoldo soltó una risa inevitablemente y Degel frunció el ceño de forma casi imperceptible. Observó a Kardia, quien seguía concentrado en hacer las abdominales. Pero que ahora lucía un poco más fresco. Suspiró. Kardia lo había visto, pero pareció restarle importancia.

- Gracias por refrescar el ambiente, Degel- dijo Kardia como si nada. El santo de acuario no supo si debía interpretarlo como un comentario de buena o mala voluntad, era tan ambiguo. Sonaba serio y sarcástico al mismo tiempo. Kardia tenía el don de hablar de esa manera. Sonar ambiguo: radiando entre el interés y la indiferencia.

Tauro y Cáncer, escucharon eso y percibieron de inmediato que algo estaba "diferente" con ellos. Tal como habían supuesto antes. Manigoldo quiso dirigirle algunas palabras a Degel, pero sabía que no era el momento aún. Así que calló. Por su parte, Aldebarán se limitó a concentrarse en esquivar los obstáculos, que aparecían cada vez más rápido, casi con la intensión de en realidad hacerles daño. Una pelea, definitivamente.

Cuando llegaron a los límites de acuario, la era de hielo se detuvo y subieron las escaleras que los llevarían hasta una eterna primavera en la doceava casa, la custodiada por Piscis. Casi al entrar, se encontraron con Albafica, quien no dijo mucho, pero supuso que lo que hacían era entrenar, así que solo se hizo a un lado para dejarlos pasar. Atravesaron su templo y al final de él, Aldebarán soltó a Kardia, quien resbaló por su espalda y con una contorsión veloz, se puso de pie. Manigoldo volvió a sonreír para sí, no pudo evitar repetir su pensamiento de que Kardia y Degel debieron haberse divertido mucho con esa elasticidad.

- ¿Entrenando? - dijo suave el santo de piscis, llamando su atención. Si bien, el doceavo guardián no quería involucrarse mucho, pero tampoco deseaba ser descortés con ellos.

- Siento que ha pasado tiempo desde la última vez que te vi- dijo Manigoldo acercando su mano para tocar su cabello, sin embargo, Albafica se alejó antes de que siquiera lo alcanzara.

- No me toques – le advirtió- Ya te lo había dicho.

Manigoldo no pudo evitar recordarlo. Ese día, el cosmos de Lugonis de Piscis había desaparecido y el de Albafica se percibía turbio, por lo que se apuró en llegar con él. Cuando finalmente lo hizo, lo vio sosteniendo el cadáver de su padre. Notó algo, la armadura de piscis había abandonado el cuerpo de Lugonis y se encontraba ahora en el de Albafica, cuyo rostro estaba bañado en lágrimas. Ese día, las rosas lucían especialmente hermosas por alguna razón y el ambiente estaba rodeado del mismo aroma que la muerte. Cuando se acercó para tratar de alejar a Albafica del cuerpo de Lugonis y así ayudarlo a llevar a cabo un funeral adecuado, el recién nombrado santo de piscis lo apartó violentamente. Sus ojos lucían como los de un niño aterrorizado y culpable, su expresión estaba totalmente descompuesta, pero aun hermosa.

- ¡No nos toques! ¡Aléjate! – fue lo que le dijo ese día.

Manigoldo supuso de inmediato qué podría haber pasado. Aunque no encontró un por qué o un cómo. Albafica no le daba pista de nada con su silencio. El ambiente era pesado. Con cuidado, se trató de acercar nuevamente.

- No te tocaré- afirmó mientras se hincaba para quedar a la misma altura que Albafica. La mirada de Albafica no pareció verse un poco menos tensa, su pesar y tristeza no menguaron para nada.

Volvió de vuelta a la realidad cuando la voz de Albafica lo llamó con una pregunta.

- ¿Por qué me ves así?

- Por nada- dijo sacudiendo una mano, como haciendo menos el asunto.

Pese al miedo de Albafica a lastimar a otros, seguía siendo el mismo muchacho sencillo y amable que había conocido. Un alma que competía en belleza con su propio físico.

- Gracias por dejarnos pasar, Albafica- agradeció Tauro- Ahora que hemos terminado esta jornada, es hora de regresar- dijo, llamando a Kardia y jalándolo de la capa– Ven, enano.

Dejando de esa manera a Manigoldo y Albafica a solas. Kardia fue arrastrado quejándose, pero no impidió nada, puesto había comprendido que su presencia no era requerida ahí y que Manigoldo les había acompañado para poder visitar a Piscis. Solo por rumores se había enterado de lo sucedido, así que decidió ser algo empático.

- Luces mejor- dijo Manigoldo cuando se retiraron los otros dos.

- Gracias.

Ambos sabían de qué hablaban realmente y el motivo de ese "gracias". Luego de la muerte de Lugonis, un par de días después, el santo de cáncer decidió hacerle una nueva visita. Ya se había enterado de los detalles de la muerte de Lugonis gracias a su maestro, siendo ese el motor principal para lo que hizo. Manigoldo utilizó su Sekishiki Meikai Ha en él mismo y Albafica. No con la intención de mostrarle qué le esperaba al antecesor y padre del muchacho en el otro mundo, aunque sí admitía que había sido una imprudencia de su parte haberlo hecho cuando Albafica estaba en ese estado tan vulnerable. Transportó a ambos al yomotsu. Al inicio, Albafica se encontraba desorientado, alerta, angustiado, culpable y temeroso, todo a la vez por lo que veía. Ahí dentro, Manigoldo lo abrazó, tapó sus ojos, evitando así que viera a su alrededor. El santo de piscis entró en pánico y trató de liberarse con todas sus fuerzas sin lastimar a su compañero de armas.

- Tranquilo- trató de explicar- Solo son nuestras almas. El veneno no funciona aquí.

Dicho esto, Albafica dejó de luchar. Se permitió ser consolado por el santo de cáncer por unos breves momentos.

- Escuchaste lo que pasó – dijo serio. No era una pregunta.

- Lo escuché. Y fue difícil no darse cuenta después de cómo te aferrabas a que nadie te tocara ni a tu maestro- dijo sincero. No había ápice de su faceta burlona ni sarcástica.

Aun así, se soltó del abrazo de Manigoldo.

- Aquí no funciona el veneno- repitió.

- Soy un guerrero. Y por, sobre todo, un santo dorado, Manigoldo. Ser consolado de esta forma es un insulto a mi estilo de vida y a mi difunto maestro- dijo irguiéndose con orgullo. Lo único que le quedaba, que no lo abandonaría y a lo único que se aferraría siempre.

- No es esa mi intensión- aclaró- Tu eres la última persona que pensaría en ofender.

- Llévame de vuelta- ordenó. En cierto modo, esas palabras tranquilizaron a Manigoldo. Albafica no había pensado en ninguna tontería y su orgullo como guerrero estaba más vivo que nunca, significaba que quería seguir con vida pese al dolor que estaba sintiendo. Digno de un guerrero de su calibre. Sin embargo, una hermosa aura melancólica y solitaria le envolvía ahora. Más atrayente que repelente.

Ninguno de los dos dijo otra palabra. Manigoldo respetaba profundamente a Albafica como el guerrero que era. Así que no lo cuestionó más. Pese a que deseó decirle "Prométeme que, si me lo necesitas, me permitirás traerte aquí" sin embargo, no autorizó a dichas palabras salir e incordiar más el orgullo del santo dorado de Piscis. Así, ambos volvieron a sus cuerpos.

- Si alguna vez no quieres tocar a otro ser humano, ven a mí – fue lo que se permitió decir- Mi Sekishiki Meikai Ha puede ser útil.

-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o

Degel sabía que pese a lo que aparentaba, Kardia no era tan amigable o sociable con otros. Solo lo era luego de tomar algo de confianza, aunque tenía esa pantalla para poder moverse en el mundo sin restricciones debido a su "fecha de caducidad" como había dicho él mismo escorpio alguna vez. Sin embargo, no se le dificultaba hablarles a las personas si lo necesitaba e irse abriendo de ahí. Era una extraña paradoja ese muchacho. Y él había tenido el privilegio de ver el lado más puro de Kardia, pero aunque molestara, debía llevar a cabo su deber como santo, incluso si con eso hería a Kardia o a sí mismo.

Cuando vio a Kardia y a Aldebarán de regreso, sintió algo moverse en su estómago. Ni siquiera miró a Aldebarán, simplemente siguió con la mirada a Kardia, quien no le rehuyó el contacto visual. Típico en él. Siempre directo.

Creyó por un momento que un ceño fruncido y una mueca acompañarían algún comentario soez hacia su persona, pero este nunca llegó. No. No creyó eso en absoluto. Deseaba que así fuera, era mejor que ser ignorado. Pero pese a lo que volvió a pensar del santo de escorpio, con la esperanza de ser lo suficiene mente importante como para enfadarlo al grado de que el otro lo ignorara, no pasó. Kardia le sonrió acompañado de los mismos ojos de vidrio del día anterior. Pero pronto, volvieron un poco a la normalidad, cuando la voz de Aldebarán irrumpió:

- Nuevamente, te pido permiso para atravesar tu templo.

- ¿Ya terminaron? - se animó a preguntar. Pese al desagrado que estaba sintiendo. Siempre debía permanecer impasible y su expresión trató de serlo, sin embargo, podía ver que había fallado.

Aldebarán colocó su mano en la cabeza de Kardia, quien caminaba a su lado. Notó de inmediato el desajuste en el semblante de Degel ante tal acto. Alborotó el cabello de Kardia y lo liberó.

- Sí, ya hemos terminado. Lo mejor para mi será regresar a mi templo- acotó- Lo más probable es que Kardia te importune como siempre, así que buena suerte, Degel.

Dicho esto, se adelantó antes de que ninguno de los muchachos pudiera decir algo más. Pero eso no llegó. Kardia en realidad se mostraba como siempre. No podía llamarlo "sereno", ya que, por el contrario de él, no era serenidad, era indiferencia y eso le molestaba a sobremanera.

- No hay rencores, Degel- le comentó de pronto, sorprendiendo a su interlocutor– Iré a comer algo, más tarde te importunaré- prometió con una sonrisa.

El santo de acuario se quedó meditando incansablemente la actitud del muchacho. No pudo evitar pensar que quizá esa era la forma de Kardia de "estar en buenos términos" con él. Después de todo, lo necesitaba para alargar su vida. No. Pronto se percató de su error, o más bien, del deseo adyacente de sentirse necesario para el escorpión dorado, luego de tales muestras de indiferencia. Simplemente, eso no podía ser. Kardia prácticamente se esmeraba en apostar su vida en nimiedades que le hicieran sentir vivo. Así que estar en buenos términos con él para seguir con vida, no era ni mínimamente posible. Simplemente, Kardia no era así. Era estúpido pensar de esa manera. Se reprendió.

-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o

Pasaron algunos días y pese a lo que pudo haber imaginado o sucedido, Kardia parecía hablar en serio. Aun lo visitaba en su templo y charlaba con él. Era como si el problema no hubiese ocurrido, pero al mismo tiempo, era evidente que se había dado; ya que la constancia con la que lo importunaba, era menor. Se puso a recordar una de las tantas veces que lo vio, luego de aquella conversación.

Degel había bajado para ver cómo se encontraba, con la excusa de ir al pueblo de Rodorio por un lente para su telescopio. Siempre necesitaba una excusa para hacerlo. Sin embargo, no lo encontró en su templo. Al inicio, pensó que Kardia lo estaría quizá evitando y no lo culpaba, pero cambió de idea tan pronto lo vio sonriente, comprando manzanas en el mercado del pueblo y saludándolo como siempre. Otro error, era más bien que deseaba que lo evitara, de ese modo significaría que hubo un impacto. En cierto modo, verlo saludarle, le aliviaba cada vez, pero también le ocasionaba perplejidad en todas y cada una de esas veces.

- Hola, Degel- le saludó tranquilo cuando lo vio acercársele, no había señal alguna de hostilidad.

- ¿Qué haces? - trató de conversar con él de forma serena.

- Comprando el desayuno- dijo con una sonrisa radiante, aunque sus ojos, en opinión de Degel, seguían siendo como cristales, como los ojos de una muñeca- ¿Y tú? - dijo limpiando una manzana en su ropa, para después llevarla a su boca.

- Vine por un lente para el telescopio- explicó con pocas palabras. Típico en él.

- Eso suena a que te tardarás mil años. Iba a acompañarte, pero mejor paso- se excusó, dando media vuelta para irse.

- En realidad, ya había encargado eso, por lo que solo lo recogeré- dijo sin percatarse de lo que hacía de forma indirecta: pedirle su compañía. Al juzgar por la expresión de desconcierto de Kardia, supo que no debió haberlo hecho.

- Me da pereza, nos veremos luego, Degel- se negó despidiéndose como lo hacía de todas las personas, con esa sonrisa de oreja a oreja y un ademán con la mano- Pero te haré una visita más tarde- advirtió. Eso hacía mucho últimamente. Dejar las visitas para después. ¿Era un castigo o indiferencia? Ya no lo sabía. Kardia gustaba de torturar, pero también era muy piadoso. No se equivocaba al afirmar que el muchacho era toda una paradoja.

Cuando salió de ese recuerdo, pensó que la disminución en la frecuencia con la que se veían, no era lo único que había cambiado. Ahora el santo de escorpio evitaba la mayor parte del contacto físico con él, siendo que antes era demasiado común entre ellos. Y no solo eso, cuando se disponía a leer, Kardia simplemente se levantaba y se iba a algún otro lado, al juzgar por el escándalo procedente, probablemente iba a ver al santo de cáncer o al aspirante a la armadura de libra o a hacer cualquier travesura que probablemente pasara por su cabeza. Antes, se hubiera puesto a hablarle o a hacer cosas para llamar su atención, pero ahora era distinto y lo resentía.

En muchas de esas ocasiones en que el escorpión se iba de su lado, sintió la necesidad de detenerle o hablar de lo sucedido, sin embargo, era extraño. Aunque todo estaba "bien" había un algo que le impedía poder abordar el tema, quizá era el mismo Kardia quien lo castigaba al no darle la oportunidad de disculparse. No, no quizá. Estaba seguro de que así era. Kardia no permitía jamás que se disculparan con él, en cambio, lidiaba con las situaciones de maneras muy variadas. Solo que él estaba experimentando una que no le conocía al santo de escorpio.

Pero fuera de impedirle disculparse, su convivencia era más o menos la misma de siempre. Incluso llegó una ocasión en la que ambos estaban sentados en la biblioteca de Degel, el francés estaba leyéndole algo a Kardia. Una historia sobre la nueva España y sobre la cultura nativa de ese lugar. Uno de los extraños caprichos del griego.

Kadia estaba con los brazos y cabeza apoyados sobre la mesa, las piernas las tenía extendidas y jugaba con sus dedos mientras escuchaba con los ojos cerrados la varonil voz de Degel. Aunque ya tenía un tiempo considerable desde que su voz había cambiado, a Kardia le gustaba mucho como sonaba. Y el hecho de que ya no se involucraran de otras maneras, no significaba que odiara a Degel, simplemente, lo aceptaba como era y él, se dispondría a hacer otras cosas. Claro que eso no impediría que lo fastidiara ocasionalmente. Pero, ya no sería su relación de la misma manera, había decidido reajustar el grado de confianza que tenían y que depositaría en él. Había ocasiones en las que estaba por olvidarlo e iniciar algún contacto cercano, pero se contenía y se obligaba a mantener lo acordado. Claro que dolía y le enfadaba, la estúpida decisión de Degel. Sin embargo, sabía que era un desperdicio de su tiempo tratar de forzar algo que probablemente, nunca estuvo ahí y que tal vez, ya había forzado demasiado.

Por instantes, el francés se preguntó si en realidad el muchacho estaba escuchando lo que le leía. Así que cuando se detuvo unos instantes mientras lo veía fijamente, por primera vez creyó comprender cómo se sentía su compañero cada vez que decía que él "lo ignoraba" con un objeto inanimado. Luego, cuando Kardia notó que la grave voz había cesado, giró unos cuantos grados su cabeza y abrió los ojos. Por un par de segundos se observaron fijamente. Llegó incluso a ser incómodo para los dos.

Ambos pares de ojos se encontraron. Los ojos de Kardia habían cambiado un poco, para con él, ya que lucían tan radiantes como siempre cuando hablaba con otros. Pero ahora, para él, tenían un brillo irónicamente oscuro, que le hacían recordar lo cerca que estaba de la muerte. Sin embargo, ni con los años había perdido ese aspecto curioso y apasionado que lo maravillaba cada vez que tenía oportunidad de verlos fijamente. Los ojos de Degel, en cambio, lucían más fríos que años atrás, pero aun cálidos y con un deseo interno que se le dificultaba poder ocultar.

- ¿Por qué te detuviste? - preguntó directo.

- ¿Estabas escuchando?

- Sí. Si no ¿por qué más te habría pedido que me lo leyeras? - dijo como si fuera lo más obvio del mundo.

Giró su rostro en dirección opuesta a Degel, seccionando así el contacto visual. El francés observó su figura desparramada en la mesa y sintió el impulso de tocarlo. Cuando acercó su mano para hacerlo, escuchó la voz de Kardia de nuevo y se congeló antes de consumar el acto.

- ¿No vas a continuar?

El muchacho suspiró y apretó su mano frustrado. Lo merecía. Luego, procedió con su lectura. No culpaba a Kardia por esa actitud, sin embargo, no podría permitirle, ni permitirse esa relación que llevaban antes. Meditó mucho si debía o no dejar por la paz el tema con el santo de escorpio, después de todo, estar en malos términos podría interferir con su misión como santos de Atenea. Sin embargo, como se comportaba tan "normal" no parecía que eso fuese a ser un problema. Decidió que al menos por ese día, disfrutaría el tiempo con él. Nuevamente se asomaba esa alarma en su cabeza que le indicaba que no debía acercarse demasiado a él. Luego de varios minutos de lectura, el futuro santo de escorpio se puso de pie.

- ¿Ya te vas? - inquirió Degel con curiosidad y casi: decepción.

- Sí, ya es hora de comer. Iré a buscar algo – comentó, comenzando a encaminarse a la salida, sin voltear a ver a Degel ni una sola vez.

El santo de acuario lo permitió, pero no por ello dejaba de afectarle esa actitud. Usualmente, le invitaría a comer a algún lugar o se invitaría a comer a su templo, así que el hecho de que pasara de él en su totalidad, era molesto. En efecto, le parecía una postura infantil y casi gatuna. Es decir, era como si todos los días fuera a hacerse presente para recordarle que estaba molesto con él y que no le daría la oportunidad de disculparse. Pero, por otra parte, pensó que pudiera ser que simplemente estaba respetando sus deseos. Es decir, aun eran amigos y compañeros de armas. Y Kardia se estaba apegando a ello, simplemente no permitía que sus acercamientos fueran más allá. Si ese era el caso, entonces quizá el santo de escorpio estaba siendo incluso más maduro que él. Después de todo, comer juntos solo estrecharía los lazos que Degel trataba de separar con tanta fuerza y pesar.

Luego, pensó que Kardia no era precisamente del tipo "maduro" considerando todo lo que hacía, pero también pensó que, en cierta medida, era más maduro que los otros, debido a su problema de salud y su cercanía con la muerte. Suspiró. Estaba pensando demasiado.

Continuará...

Notas finales:

Espero les haya gustado!

Gracias por leer y comentar!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).