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Idénticos, pero distintos. por SonAzumiSama

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Notas del capitulo:

Como siempre, gracias a:

 

• dantalion twining

• Akari Uchiha

• eduardo

• En busca de fics geniales

• Dantaliana

 

Por sus hermosos reviews.

Este capítulo fue anteriormente dedicado a eduardo y todavía es así —espero que sigas por ahí :*—.

Espero y les guste. ¡A leer!

 

Episodio para eduardo.

CAPÍTULO X

 

¡No es una cita!

 

El mes de mayo había comenzado con el día lunes. Los estudiantes se lamentaban tener que regresar a clases y William, aunque buen estudiante, no era la excepción.

Mientras caminaba por los pasillos de Stratford, acompañado de Isaac, soltó un profundo suspiro por todo lo ocurrido el día viernes. Sentía que ese fin de semana no había logrado descansar.

—¿Cansado? —preguntó Isaac ante el repentino suspiro que soltó William.

—Algo —fue lo único que dijo.

Dantalion tampoco había logrado descansar. El insomnio se había vuelto a apoderar de él y no había podido conciliar el sueño.

Tanto fue así, que no se había dado cuenta cuando pasó por el lado de William e Isaac.

—Dantalion —llamó William, deteniéndose y deteniendo también el andar de Isaac.

El pelinegro volteó a verlo, pero el rubio se mantuvo dándole la espalda.

—Ah, William. Hola, ¿qué ocurre?

El rubio permaneció en silencio por unos segundos para después mirarlo de reojo por encima del hombro y decir tan solo:

—Feliz cumpleaños.

Dantalion abrió los ojos sorprendido.

Lo había olvidado por completo.

Se había retirado de la mansión sin desayunar por falta de apetito y debido a ello, no se había cruzado con los habitantes de la mansión para que se lo recordaran. Marchándose de su hogar con miles de cosas en su cabeza y olvidando por completo que día era.

—Gra… gracias —tartamudeó sintiéndose feliz.

—¡Feliz cumpleaños, Dantalion! —Se apresuró a felicitar Isaac—. No sabía que estabas cumpliendo año hoy.

—Gracias —repitió el pelinegro con una sonrisa.

—Bien. Ya vámonos —dijo William adelantando el paso, siendo seguido por Isaac, quien se despidió de Dantalion agitando la mano.

Dantalion los observó alejarse y sonrió.

Nunca antes se había sentido feliz de que alguien lo felicitara en su cumpleaños. De hecho, siempre había maldecido el día que nació.

Jamás lo había celebrado y se molestaba con el «feliz» que siempre decían antes de «cumpleaños». Por eso, ¿por qué ahora su corazón latía fuertemente de felicidad con escuchar esas dos palabras que tanto odiaba?

Era verdad que había molestado a William para que le regalase algo para su cumpleaños, pero nunca lo había dicho en serio.

—Muchas gracias, William —susurró sabiendo que no fue alcanzado por los oídos del rubio—. Muchas gracias de verdad.

Dantalion siguió su camino con una enorme sonrisa en su rostro.

 

 

El receso de la mañana fue aprovechado por William para descansar un poco de los idiotas que lo rodeaban constantemente. Sentado en una banca donde solo el viento y el canto de las aves se hacían escuchar.

Una tranquila calma que podía disfrutar después de todas las tormentas por las que había pasado.

—Salgamos hoy.

William, al verse interrumpida su pacífica soledad, llevó la mirada al dueño de esa voz, encontrándose con Dantalion sentado al lado suyo con una gran sonrisa. Cualquiera diría que no estaba sufriendo por el supuesto noviazgo de Camio y Solomon.

—¿Disculpa? —William enarcó una ceja ante semejante invitación.

—Hoy es mi cumpleaños y como te negaste a regalarme algo, que este sea tu regalo —explicó sin desvanecer su sonrisa y agrandándola más.

—Pareces un mocoso pidiendo algo por tu cumpleaños. ¡No saldré contigo! —sentenció William, cerrando de nuevo los ojos.

—Está bien, entonces míralo como un favor que me estás devolviendo —se apresuró a responder Dantalion como si no estuviera dispuesto a rendirse hasta que el rubio accediera a salir con él.

—¿Un favor? —William lo miró de nuevo con una ceja alzada—. ¿Desde cuándo yo te debo favores a ti?

—Desde ayer —respondió Dantalion, como si fuera lo obvio—, cuando te salvé de ese estante que casi te cae encima.

William apartó la mirada molesto. Lo había olvidado por completo.

—Te recogeré a las dieciséis y media —prosiguió Dantalion levantándose de la banca—. Estás listo para esa hora esa hora.

Y así como llegó, se fue dejando a William desconcertado.

—¿Qué, qué? ¿Qué, cómo? ¿Yo qué? —balbuceó al aire mientras pestañeaba seguidamente—. ¿Recogerme? ¿Una cita? —Sacudió la cabeza para descolorar su rostro—. Solo es un regalo, o un favor devuelto. No pienses en tonterías, William Twining —se regañó intentando alejar todas las ideas que se le habían cruzado por la cabeza.

—¡Hey, William! —apareció Isaac agitando la mano y sentándose al lado del rubio—. ¿Ocurre algo? —preguntó ante la expresión de William.

—Saldré con Dantalion esta tarde —soltó William sin tapujos.

Siempre se desahogaba con Isaac, puesto a que éste no le juzgaba y le tenía la suficiente confianza para saber que no andaría contándoselo a medio mundo. Una confianza que no le tenía ni a su hermano —no es que desconfiara de Solomon, pero en este tipo de temas, preferiría no contarle nada—.

Isaac, por otro lado, sabía todo lo que William había hecho con Dantalion, desde la primera vez que se besaron hasta la vez que casi tuvieron sexo.

—¡¿Huh?! ¡¿En serio?!

A Isaac le brillaron los ojos al preguntar, mientras juntaba las manos sobre su pecho, como si un milagro que había estado rogando en plegarias durante mucho tiempo, hubiese sido finalmente cumplido.

—¡Es tan genial!

—No te emociones —le reprendió William—. Pareciera que fueras tú el que va a salir con él y no yo.

—¡Es que me siento muy feliz por ti!

—Para empezar, no es una cita, si es lo que estás pensando. Últimamente me estuvo hostigando con que le diese algo para su cumpleaños y como me negué, me pidió eso.

—¡Aun así sigue siendo genial! —continuó Isaac emocionado.

—No digas tonterías —pidió William hastiado—. Además, le dejé en claro que no le regalaría nada, pero entonces supo zafarse diciéndome que le devolviera el favor de cuando me salvó de un estante.

—¿De un estante? —preguntó Isaac sorprendido.

—Ah, sí. Ayer, luego de finalizar el trabajo, yo estaba ordenando mis libros y sin querer jalé el estante hacia mí y casi me cae encima.

—¡Debes tener cuidado!

Después de ese regaño, Isaac sintió un fuerte dolor en sus mejillas cuando fueron pellizcadas por William.

—¡¡Suficiente tengo con Solomon tratándome como un niño!! ¡¡No empieces tú también!!

—¡Está bien, está bien! —lloriqueó Isaac sintiendo alivio cuando sus mejillas fueron soltadas—. Entonces ¿él te salvó?

—Sí, me jaló antes de que el estante terminara de caer.

—¡Como si un príncipe rescatara a su princesa!

Isaac lloriqueó otra vez cuando volvió al sentir un fuerte dolor en sus mejillas al ser pellizcadas de nuevo.

—¡¿A quién le dices princesa?

William sintió a alguien abrazándolo por detrás y se giró un poco, soltando a Isaac, y encontrándose con su gemelo con el mentón recostado en uno de sus hombros.

—¿De qué hablaban? —preguntó Solomon, sentándose en la banca, pero sin soltar a su hermano.

—Hablábamos mal de ti —respondió William, ganándose un ceño fruncido y una sonrisa divertida por parte de Solomon.

—¿De verdad? —Preguntó alzando una ceja—. ¿Y por qué Isaac te llamó «princesa»?

—Hablábamos de cuando Dantalion me salvó del estante y le dio por decir que fue como si un príncipe salvara a su princesa. Lo cual es absurdo porque la princesa de Dantalion eres tú.

—Yo no soy su princesa.

—Pero así te ve él —remarcó William intentando no sonar molesto—. Hablando de eso, saldré con Dantalion en la tarde.

—¿Con Dantalion? —Se extrañó Solomon ladeando un poco la cabeza y desvaneciendo el abrazo—. ¿A dónde?

—No tengo ni la menor idea.

—¿Y por qué saldrán?

Me estuvo molestando con que quería algo para su cumpleaños y me dijo que saliera con él. Que lo viera como un favor si quería, de cuando me salvó del estante.

—Cierto… —murmuró Solomon con voz baja y desviando la mirada—, hoy él está cumpliendo años.

—¿Lo habías olvidado? —preguntó William pasando de Isaac que escuchaba la conversación de los gemelos en silencio.

—No, no lo olvidé.

—Hey. Hoy es un día perfecto para que ustedes dos se reconcilien y así me ahorras la molestia de salir con él.

Isaac miró extrañado a William.

Pensó que su rubio amigo estaría encantado de salir con Dantalion. Pero era William de quien se hablaba después de todo.

—No lo sé —respondió al fin Solomon—. Quiero hablar con él, pero…

—¡Pero, pero, pero, pero! —interrumpió William hastiado—. Estoy harto de tus «peros», ¿sabías? ¡Tú no quieres hablar con él; él sufriendo y yo aguatándome sus lloriqueos, sus lamentos, sus quejas, sus reclamos y que entre en la madrugada por mi balcón para dormir conmigo!

—¿Qué él qué? —preguntó Solomon sorprendido. E Isaac no se quedó atrás.

William se percató de lo que dijo y sabía que debía remediarlo.

—¡Que hables con él y dejen de involucrarme! —se levantó y se retiró con elegancia, sin girar la vista hacia atrás.

—¿William dijo que Dantalion entró a mitad de la noche por su balcón para dormir con él? —preguntó Solomon a Isaac, queriendo corroborar que había escuchado bien.

—Sí, eso dijo… —afirmó el pelirrojo, igual de sorprendido.

«William…», pensó Solomon.

Esa vez cuando encontró a Dantalion arriba de William en una posición muy comprometedora, su hermano le había aclaro que Dantalion lo había hostigado para que le regalase algo para su cumpleaños y le amenazó con no soltarlo hasta que accediera.

Eso le había parecido bastante extraño.

Cuando Dantalion había cumplido diecisiete el año anterior, éste le había aclarado que nunca lo celebraba, nunca recibía regalos, ni le gustaba que lo felicitaran. Y ahora resultaba que el mismísimo Dantalion le pidió salir a su hermano como regalo de cumpleaños. Aquello ya se estaba tornando demasiado extraño.

—Hey, Solomon —llamó Isaac con una sonrisa y sin desviar la mirada de la dirección por donde el menor de los gemelos se había retirado.

—¿Qué ocurre? —preguntó Solomon al salir de sus pensamientos.

——Si algún día Dantalion y William salieran en una relación amorosa, ¿no crees que harían una linda pareja?

Solomon lo miró extrañado por unos segundos y luego sonrió.

—¿Por qué lo preguntas?

—A-ah… —se atragantó Isaac—, es que ú-últimamente han estado juntos por lo del trabajo y eso… solo es algo que pensé al ver que se han acercado más.

Solomon sonrió todavía más, llevando su mirada al cielo despejado. No se veía ni una nube en él.

—William —respondió Solomon— es alguien que solo busca ser el número uno en los exámenes y solo habla de sus planes futuros. No creo que esté muy al pendiente de una relación y menos con alguien como Dantalion. Pero la verdad, siéndote sincero, no sé si harían o no una linda pareja —hizo una pausa llevando su mirada a Isaac—. ¿Tú crees que harían buena pareja?

—A-ah… n-no lo sé. Tal vez… supongo.

Solomon rio para luego mirar al pelirrojo de reojo. Aquella pregunta no la había soltado por nada.

 

 

William se regañaba mentalmente por lo que había dicho.

No era como si nadie lo supiera, porque Kevin lo sabía. Pero decir: «que entre en la madrugada por mi balcón para dormir conmigo» podría interpretarse de diferentes maneras. Y, como la mente del ser humano tiene una fuerte capacidad de buscarle doble sentido a todo, y así pensar un concepto diferente de lo que realmente se quiso expresar, era obvio que de seguro lo habían interpretado como un: «entró por mi balcón y tuvimos sexo alocado toda la noche». Y si lo vinculaban al hecho de que Dantalion lo invitó a salir, sería peor la situación.

Intentó no pensar en ello, ya se encargaría de explicarle a Solomon que el dormir juntos era en sentido literal, no figurado.

Centró sus pensamientos en algo más y lo único que le llegó a la mente era que iba a salir esa tarde con Dantalion. Se sonrojó y sacudió la cabeza.

«Un regalo de cumpleaños, un favor devuelto. ¡No es una cita!», se reprendió a sí mismo dándose una cachetada mental para dejar de pensar sandeces.

—¿Estás nervioso por nuestra cita de hoy?

William se tensó y un escalofrío recorrió su columna vertebral al oír la palabra «cita» detrás de él, y con esa voz tan grave y burlona que le erizaba la piel.

Pero, actuando con indiferencia, volteó a ver al sonriente Dantalion, dedicándole su mejor mirada de superioridad.

—Estarías brincando de alegría si realmente fuera una cita. Además, ¿quién podría ponerse nervioso por salir contigo? ¿Te has visto en un espejo? No eres la gran cosa.

Dantalion, en vez de ofenderse, sonrió todavía más.

—Dijiste que era atractivo.

William se sonrojó levemente, pero le mantuvo la mirada.

—Solo repetí lo que dicen los demás.

—Bueno, si los demás lo dice, debe ser verdad —defendió Dantalion con su sonrisa arrogante—. Además, sé que de algún modo u otro lo piensas, porque si solo hubieras repetido lo que dicen los demás, hubieses dicho algo como: «según el resto de la gente, eres joven y atractivo». Pero dijiste: «eres joven y atractivo», lo que quiere decir que de algún modo me consideras atractivo.

William lo miró en silencio con una ceja alzada por unos segundos antes de responder:

—Cuando intentas buscarle razonamiento a las cosas, te ves patéticamente lamentable, así que ya detente. Y no estoy nervioso. Ni siquiera accedía a salir contigo.

—Vamos, es mi decimoctavo cumpleaños. Sal conmigo.

¿No deberías dejar que sea tu familia quien celebre contigo?

—¿Estar con mi hermanastra y mis hermanos? —Se quejó Dantalion con una mueca de disgusto— ¡Olvídalo! Tú me caes un poco mejor que ellos.

—¿Y esa es tu forma de pedirme salir? —encarcó una ceja y cruzó los brazos.

—Igual te iré a buscar a las dieciséis y media. Y si te rehúsas, te secuestro —trotó un poco lejos del lugar para gritarle en la distancia—. ¡Estás advertido!

William lo vio marcharse, permaneciendo inmóvil en su lugar.

—Eres el único sobre el planeta que me parece atractivo —susurró en su audio donde solamente él pudo oírse.

 

 

No podía dejar de mirar el cielorraso de la sala de estar de su mansión. A las dieciséis y treinta minutos saldría con Dantalion y ya eran las dieciséis y veinte.

«Salgamos hoy.»

Un feroz sonrojo apareció en sus mejillas al recordarlo.

Sabía que no debía sentirse feliz por una tontería como esa. Después de todo, solo era un regalo de cumpleaños o un favor que debía y que ahora ya había sido cobrado. Pero, aun así, su corazón no dejaba de golpear contra su pecho fuertemente y mil mariposas no dejaban de revolotear en su estómago.

Suspiró para mantener la compostura.

Solo debía actuar indiferente y preguntar a cada diez minutos si ya podía regresar a casa. No podía darse el lujo de mostrarse débil y ansioso frente a Dantalion.

Se sobresaltó al escuchar sonar su celular. Cuando lo revisó un nuevo mensaje había llegado.

«Ya estoy aquí», era lo único que decía.

William esperó unos treinta segundos antes de levantarse y caminar lentamente para no mostrar lo ansioso que estaba en ese momento.

Llegó a la puerta de entrada, encontrándose a Dantalion recostado en un muro con los brazos cruzados y una sonrisa de medio lado.

Con esa expresión, el cabello desordenado y esos pendientes en sus orejas, parecía un chico rebelde modelando para una portada de revista. ¡Se veía jodidamente atractivo!

—¿Sabes que interrumpiste mi lectura? —se quejó William mirándole con enojo para no mostrar las sensaciones que tenía en ese momento.

—¿En serio? —soltó Dantalion separándose del muro y comenzando a caminar—. ¿Y qué leías? ¿Charles Darwin y su teoría del Big Bang?

—¡La teoría del Big Bang no es de Charles Darwin, es de Georges Lemaître! ¡Darwin planteó la teoría de la evolución! —aclaró William exasperado siguiendo al pelinegro.

—¿La teoría de la evolución no era de Einstein? —preguntó Dantalion con la voz de idiota que más pudo imitar.

—¡¿De Eins…?! —Se detuvo al notar la sonrisa burlona del contrario—. ¿Lo estás haciendo a propósito?

—Es divertido verte enojado —rio logrando solo que William apartara la mirada.

—¿Se puede saber a dónde iremos? —preguntó mirando hacia el otro extremo de la calle a nada en particular.

—No lo sé —se encogió de hombros con una sonrisa.

—¡¿Cómo que no lo sabes?! ¡¿Me invitas a salir y no sabes a dónde iremos?!

—Vayamos con la corriente. Por el momento, solo caminemos un poco.

—¿Caminar? —se quejó William.

—Sí. Deberías por lo menos hacer eso. Necesitas buena condición física —pinchó con su dedo índice el estómago de William varias veces seguidas, molestando al rubio.

—¡Deja de hacer eso!

—¡Bien, bien! —aceptó el pelinegro adelantando el paso.

 

 

Solo había pasado media hora cuando William estaba recostado en una pared, respirando agitadamente.

No se cansaba de la nada con solo caminar, pero a Dantalion le había dado por tomar su muñeca y correr sin motivo aparente.

—En serio tienes pésima condición física —comentó Dantalion frente a William con los brazos cruzados y una de sus cejas alzándose.

—¡¿Por qué me sostuviste y… echaste a co… correr de la… nada?! —preguntó William en medio de su respiración agitada.

—No lo sé. Solo sentí ganas de correr.

Cuando William lo fulminó con la mirada, Dantalion desvió la suya.

—Conozco un lugar por aquí cerca, vamos a comprar algo de beber.

—Olvídalo… —negó William todavía respirando con dificultad—, vete sin… mí y… déjame… déjame aquí…

—No exageres —soltó un suspiro y cargó a William en vilo comenzando su andar.

—¡¿Q-qué crees que haces?! —se sonrojó el rubio ante la mirada curiosa de los viandantes e intentando bajarse, pero sin ningún éxito.

—Te estoy cargando.

—¡Ya sé que me estás cargando, idiota! ¡Te pregunto por qué lo haces!

—Porque estás cansado y te dije que conozco un sitio por aquí cerca y que compraríamos algo de beber. Pero tú pagas, y pediré la más cara.

—¡¿Soy acaso tu tarjeta de crédito?! —se quejó William notablemente enfadado.

—No. Si fueras de crédito, significa que después debo pagar. Así que prefiero que seas de débito —sonrió entre inocente y burlón, sacando a William por completo de sus casillas.

—¡¿Y por qué debo pagar por lo que tú consumas?!

—Porque es mi cumpleaños, te salvé de un estante y ahora te estoy cargando para que no te canses.

—Yo no pedí que me cargarás —dijo entre dientes.

—Aun así, estoy haciendo mucho por ti. Deja de quejarte, niño quejumbroso.

—Me quejaré todo lo que quiera.

 

 

Cuando ambos tuvieron sus bebidas, William refunfuñaba entre murmullos mientras Dantalion lo miraba divertido desde su lugar. Ambos caminando sin destino.

—Ni que se te hubiera ido la fortuna en dos bebidas —soltó Dantalion con burla.

—Solo ha hecho que te desprecie más. ¿Ya me puedo ir a mi casa?

—¡Todavía no!

—¡No puedo llegar a casa tan tarde! ¡Mañana debemos estudiar!

—Te regresaré temprano.

Dantalion terminó de tomar su bebida y arrojó el envase a un contenedor de basura.

William suspiró con reproche, llevando su mirada al frente. Notó como muchas chicas pasaban cerca de ellos y miraban al pelinegro de pies a cabeza, prácticamente violándolo con la mirada.

William entendía aquello perfectamente; Dantalion era verdaderamente atractivo, pero no había nada de malo en disimular un poco esa mirada coqueta de querer brincarle encima y entregarle todo lo que Dantalion quisiera.

Es decir, ¡había una chica que iba de la mano con un chico y no dejó de mirar al pelinegro hasta que su cuello le advirtió que no era un búho y no podía girar más de ciento ochenta grados!

De un momento a otro, Dantalion comenzó a hacer equilibrio en la orilla de una acera, mientras que el rubio mordía su labio, queriendo romper el silencio.

—Dantalion, ¿puedo hacerte una pregunta? —dijo finalmente.

—¿Qué sucede? —preguntó sin apartar la mirada de la acera para no caerse.

—¿Tú has estado únicamente con chicos?

—Sí.

—Entonces ¿eres…?

—¿Homosexual? Sí, lo soy. ¿Por qué?

—Solo curiosidad.

—¿Te doy asco? —preguntó con tranquilidad, balanceándose ante lo difícil que era conseguir el equilibrio.

—Sería bastante cínico de mi parte sentir repulsión por algo así —señaló William con obviedad—. A mí me gusta un chico.

—Cierto. ¿Y en qué sexualidad te etiquetas tú?

—No me había gustado nadie hasta que lo conocí. Por lo que, si me pongo a pensar en ello, diría «antrosexual».

—¿Y me explicas qué carajos es eso? —preguntó Dantalion confundido y sin dejar de mirar el suelo.

William suspiró antes de proseguir:

—La antrosexualidad es donde las personas desconocen la orientación sexual a la que pertenecen. Mas sin embargo, pueden desarrollar atracción amorosa hacia cualquier persona sin importar la identidad y el sexo.

—Yo solo conozco la heterosexualidad, la homosexualidad, la bisexualidad y la asexualidad.

—Hay más de cuatro orientaciones sexuales, ponte a leer —regañó William terminando su bebida y arrojando el envase a un contenedor—. Por un tiempo llegué a pensar que tal vez sería sapiosexual. Y, antes de que me preguntes, es sentir atracción por la inteligencia. Creí que me enamoraría de alguien que fuese tan brillante como yo, y hablaríamos de temas intelectuales todo el día. Peor me terminé enamorando de un idiota que tiene las neuronas empolvadas porque nunca las ha usado.

—En serio, ¿el idiota que te gusta no es Isaac?

—¡Vuelve a decir que me gusta Isaac y sabrás por qué todos en Stratford me tienen miedo!

—Es que siempre dices que es un idiota y te la pasas diciéndole «idiota» a Isaac.

—¡Pero no es él! ¡Ni siquiera es más alto que yo!

—A mí me parece una tontería separar los gustos sexuales y meterlos en un cajón etiquetado —cambió de tema Dantalion, volviendo a la conversación original—. Estoy de acuerdo con eso que dicen: «solo son personas que se enamoran de otras». Es decir, si me preguntan qué soy, diría que soy un humano enamorado de otro ser humano. Aunque en este momento me quiera mantener alejado del ser humano del que estoy enamorado.

—Deberías hablar con él; ya te lo dije.

—Él está con Camio, ¿lo has olvidado?

William mordió su labio inferior y apartó la mirada. Debía decírselo. Era lo justo.

—Dantalion… —llamó en un susurro casi inaudible.

—¿Qué sucede?

William quiso hablar, pero las palabras se estancaron en su garganta. Intentó articular alguna, pero su voz no quería hacerse escuchar.

Cerró los ojos con fuerza y finalmente dijo:

—¿Sabes que atraes muchas miradas? —fue lo que se lo primero que se le ocurrió decir.

—¿De verdad? —preguntó Dantalion desinteresado y manteniendo la vista todavía en la acera.

—Sí, muchas chicas te han querido desnudar aquí mismo. Lo cual, no es asunto mío, pero es molesto ser el centro de atención de esa forma.

—No es mi culpa, ¿sabes?

En un movimiento en falso, el equilibrio de Dantalion se perdió y se balanceó para todos lados, intentando recuperarlo, lográndolo solo cuando William sostuvo rápidamente su mano.

 —¡Ten cuidado! ¡Y ya deja de hacer eso!

—¡No! —continuó caminando por la orilla de la acera, siendo sostenido por William.

Duraron un buen rato en silencio, sin nada que decir. Pero no era para nada incómodo. Cada uno perdido en sus pensamientos y disfrutando la compañía del otro silenciosamente.

William no tardó en darse cuenta que ya no miraban a Dantalion con lujuria, si no con decepción y otras con repulsión. Como si de repente su belleza se hubiera esfumado y ya no podía ser apreciada, siendo transformada en el espectro más horrible inimaginable para el hombre.

Eso al rubio le extrañó.

—Las chicas te ven y apartan la mirada —dijo William.

—Debe ser porque estamos tomados de la mano y piensan que somos pareja.

William se percató de que aún sostenía a Dantalion y se sonrojó. Quiso apartar la mano, pero el pelinegro se lo impidió.

Dantalion observaba a tres chicas que los observaban y, por sus miradas, dedujo que estaban debatiendo si él y William eran o no pareja.

—¿No quieres romper algunos corazones? —dijo burlonamente mientras se colocaba frente a William, quedando a espalda de las chicas, y acercó sus rostros hasta dar la imagen de estar besándose.

—¿Qué crees que haces? —se sonrojó William, sin ser capaz de apartarse. En parte por ser sostenido por Dantalion y en parte porque sus piernas no le respondían.

—Tranquilo, no voy a besarte —susurró divertido y chocando su aliento contra la boca de William—. ¿Cómo están las chicas?

El rubio observó de reojo y respondió:

—Decepcionadas. ¡Y ya apártate! ¡Todos nos están viendo!

—Bien. Pero sigamos jugando —se separó y tomó con más firmeza la mano de William—. ¡Mi amor! ¡Ya vámonos! —gritó exageradamente alto, comenzando su andar con un sonrojado William, siguiéndolo sin opción y aferrando su otra mano al bíceps del pelinegro.

—Eres bastante infantil —reclamó el rubio cuando ya estaban bastante lejos.

—Estaba aburrido.

—Perdóname por no ser lo suficiente entretenido para ti. ¿Qué tal si nos vamos cada uno a casa?

—No estaba aburrido de ti, estaba aburrido de solo caminar. Y aún es muy temprano para irnos.

—Bien. ¡Pero ya suéltame! —se soltó bruscamente de la mano de Dantalion desviando la mirada.

El silencio se volvió a posar entre ellos. De dos personas tan diferentes y con muy poco —o nada— en común, era difícil hallar un buen tema de conversación.

Pero William intentaba buscar uno antes de que todo se tornara incómodo.

—¿Cómo conociste a Solomon? —Preguntó finalmente y sin ocurrírsele ningún otro tema—. Ya lo conocías antes de ingresar a Stratford, ¿no?

—Sí. Lo conocí un mes antes de ingresar si mal no recuerdo.

 

 

Era día miércoles, cinco de agosto del año 2015.

Si Dantalion recordaba ese día, no sabía ni por qué o con quién estaba enojado, solo recordaba la intensidad de su enfado y que había decidido vaciar esa frustración golpeando con fuerza la primera pared que se le cruzó por el frente y no detenerse hasta quedar completamente satisfecho.

Podía oír crujir sus dedos con cada golpe que arrojaba. El sonido hacía vibrar la pared y la velocidad con la que se desahogaba de aquel tormento aceleraba su ritmo cardíaco y agitaba su respiración.

Sus nudillos ya estaban enrojecidos, rotos y se encontraban sangrando levemente. Pero ese no fue el motivo que le hizo detenerse, si no la voz de un ser que, al parecer, había estado presente durante todo el espectáculo, pero no mencionó palabra alguna durante todo ese tiempo.

—¿Por qué tan molesto?

Dantalion lo observó detenidamente, luego de sobresaltarse. Aquel chico llevaba un libro entre sus manos del cual no había apartado su mirada al momento de preguntar.

Se veía tan calmado con esa delicada sonrisa en sus delgados labios y esa verdosa mirada entrecerrada y llena de paz, mientras el viento agitaba lentamente sus rubios cabellos, haciéndolos bailar en el aire.

Era, sin duda, la armonía hecha humana.

—¡¿A ti qué te importa lo que me esté sucediendo?! —gritó.

Ahora se encontraba más molesto. Sentía ganas de golpear todo a su alrededor, incluyendo la cara de aquel chico. Borrarle esa sonrisa de su rostro y dejarle un buen recuerdo de su puño, a pesar de que éste no le había hecho absolutamente nada.

Sus pulmones subían y bajaban aceleradamente con furia. Sus dientes inferiores presionados con fuerza sobre los superiores y su ceño totalmente fruncido eran los que definían que aquella interrupción no le había agradado en lo absoluto.

—Tienes razón —aceptó cruzando su mirada color esmeralda con los ojos rubí de Dantalion, sin borrar en ningún momento su sonrisa, aumentando aún más el enfado del pelinegro que no hacía más que cerrar sus puños con toda la fuerza que su enojo le proporcionaba en ese momento—. A mí no me importa lo que te esté sucediendo, pero sí el escándalo que estás creando. No me dejas leer.

—Tch… —chasqueó la lengua con disgusto y apartó la mirada.

Dantalion estaba haciendo todo lo posible por controlarse, pero era difícil; ya estaba al borde de todo aquello.

El libro entre las manos del rubio fue cerrado con delicadeza. Peinó sus cabellos con sus dedos y se levantó de donde estaba sentado para acercarse a Dantalion y tomarle el rostro entre las manos.

El pelinegro no se molestó en ocultar su asombro. Cualquier persona cuerda o con tres dedos de frente sabría que acercarse a una persona fuera de control era un peligro para su vida. Pero este chico parecía no importarle ni un poco.

Y ahí estaba, con el rostro de Dantalion entre sus manos, entregándole toda la calidez de éstas.

—¿Pretendes sanar el dolor de tu alma lastimándote físicamente?

Dantalion presionó los dientes y apretó los puños. Estaba llegando a su límite.

—¡¿Quién te has creído?!

Dantalion apartó las manos contrarias con furia, desapareciendo el poco control que le quedaba y dispuesto a golpearlo, pero antes de que pudiera colocarle un dedo encima, el rubio lo sostuvo rápidamente por las muñecas, observando detenidamente los nudillos lastimados.

—No es la mejor forma de hacerlo. Solo lo empeorarás aún más.

Acercó las manos de Dantalion a sus labios y besó ambos nudillos índices al mismo tiempo, desconcertando más al de cabellos negros.

Nunca hubiese esperado algo semejante de alguien y menos de un desconocido.

—Intenta calmarte un poco —sugirió el rubio tomando nuevamente el rostro del moreno y lo recostó contra su pecho, acariciándole suavemente los cabellos.

Dantalion intentó resistirse. Aquello no era normal; era muy extraño.

¿Qué clase de persona trataba a alguien de esa manera cuando apenas han cruzado unas cuantas palabras —y la mayoría no tan agradables—?

Dantalion forcejeó con todo lo que tenía, pero finalmente cedió.

Algo tenía aquel abrazo, pero no sabía qué. Tal vez su calidez, los relajantes sonidos del corazón contrario que lograban calmarlo o esa manera tan dulce con la que hablaba el rubio. Solo sabía que se sentía bastante bien estar de esa forma con aquel chico.

Ya hasta casi le parecía familiar la escena, pero no sabía por qué.

Cuando toda su frustración se había esfumado, con lentitud el abrazo se fue desvaneciendo hasta convertirse solo en unas cálidas manos acariciando sus mejillas.

—Es mejor así, ¿verdad? —dijo el rubio soltándolo, solo para dar la media vuelta y retirarse.

—¡Hey, espera! —Detuvo Dantalion antes de abandonar la esperanza de volverlo a ver—. ¿Cómo te llamas?

El chico se volvió a él con una sonrisa y respondió:

—Solomon Twining.

—Yo soy Dantalion Huber —se presentó el pelinegro con su corazón hecho un caos al momento de latir.

El rubio solo se despidió con una sonrisa y terminó de retirarse, dejando a Dantalion maravillado.

No dejó de pensar en él en ningún momento —subrayando el hecho de tener un nombre bíblico tan conocido—.

Ocupó la mente del pelinegro día y noche, despierto y dormido.

No dejaba de recordar esa manera tan dulce al hablar, esa sonrisa tan delicada y esa esmeralda mirada que transmitía calma que tan difícil le era de encontrar.

 

 

Fue cuando el lunes siete de septiembre de ese mismo año entró en Stratford, una secundaria solo para el género masculino, que lo volvió a ver.

No podía creerlo. Después de tanto pensar en él, lo volvía a encontrar en su camino. No podía estar más agradecido con el destino.

Siendo el chico nuevo de su clase, no pudo resistirse a sentarse al lado de ese chico que lo dejó encantado desde la primera vez que cruzaron palabras.

Al acercarse, se notaba extraño; su expresión estaba más tensa de lo que recordaba, no tenía aquel rostro tan relajado que vio en él cuando lo conoció, pero daba igual.

No pudo abandonar la felicidad que sintió en ese momento.

—¿Me recuerdas? —susurró esperando volver a oír su voz.

Pero, en cambio, solo recibió una ceja alzada por parte del rubio, seguido de un simple «no» que destrozó por completo el corazón de Dantalion.

¿No lo recordaba? El tiempo que había transcurrido desde aquel entonces no era mucho. Debía recordarlo. Debía reconocerlo. No permitiría que eso se quedara así.

Cuando la clase finalizó, corrió tras del rubio. Quería volver a sentir esas tibias manos acariciar su rostro, aunque fuera una vez más. Volverlo a tocar. Volverlo a sentir.

—¡Espera! —logró detener al contrario, sujetándolo fuertemente del brazo.

—¿Otra vez tú? ¿Qué quieres? —se quejó el rubio, manteniendo el ceño fruncido y su expresión de que todo aquello lo estaba molestando.

—Solomon… ¿de verdad no me recuerdas? —susurró con tristeza.

El rubio solo giró los ojos con cansancio, como si ya estuviera harto de que lo llamasen así.

—No soy Solomon —aclaró soltándose del agarre con brusquedad.

El pelinegro se sorprendió ante aquella información. Si no era Solomon, su parecido era impresionante.

—¡William! —llamó una voz detrás de Dantalion.

Cuando el moreno giró sus ojos rojos-violetas pudieron apreciar nuevamente a aquel chico que tanto sus pensamientos había ocupado.

—¡Hey! ¿Dantalion era? —reconoció Solomon sin borrar esa sonrisa.

El pelinegro solo sonrió con alegría. Su presencia era más cálida que la última vez. Y, lo más importante, no lo había olvidado.

—¡Solomon! ¡La próxima vez que hagas un nuevo amigo, asegúrate de aclararle que tienes un hermano gemelo! ¡Sabes que odio que me confundan contigo! —se quejó William pasando molesto por el lado de su hermano.

—No deberías enfadarte por cosas como esas —aconsejó Solomon.

—Yo me enfado con lo que quiero —reclamó infantilmente William, retirándose del lugar.

Ahora que se fijaba, Dantalion notó que el cabello de Solomon era un poco más largo que el de su hermano. Y sus rostros, aunque idénticos, había algo que era posible identificarlos. Pero intentar recordar con claridad los detalles de un rostro que solo se ve una vez, es algo una tanto difícil.

—¡Qué pequeño es el mundo! —Expresó Solomon, volviéndose a Dantalion—. No pensé que te volvería a ver.

—Yo tampoco —intentó disimular su emoción, pero no le funcionó del todo—. Es decir, luego de aquel día, he querido verte de nuevo y… me alegra volver a encontrarte.

—Y a mí —se acercó tomando el mentón de Dantalion— también me alegra verte.

 

 

—¿Es por eso que pusiste aquella cara de idiota al verme? —preguntó William tras terminar Dantalion su relato.

—No puedes culparme. Ustedes dos son idénticos.

—Somos gemelos, idiota.

—Por eso lo digo. Si soy sincero, quisiera que todo volviera a ser como antes. Yo era feliz con solo verlo.

William mordió su labio y, tras un profundo suspiro, se decidió a hablar:

—Dantalion, Solomon y el representante en realidad no… —unos neumáticos rechinando sobre el suelo de cemento interrumpieron sus palabras.

Dos autos estuvieron a punto de arrollarse entre sí.

—¡¿Qué te sucede imbécil?! ¡¿No sabes diferenciar el rojo del verde?! —gritó uno de los choferes con notable enfado.

—¡Bájate y dímelo a la cara! —le respondió el otro en el mismo tono.

—Mejor vámonos de aquí —susurró Dantalion, recibiendo solo un asentimiento de cabeza.

Las palabras que William estuvo a punto de decir antes de ser interrumpido por un fallido accidente de tránsito quedaron olvidadas y la conversación entre él y Dantalion volvió a variar hasta tocar el tema de la hora y sus estómagos vacíos.

—¿Comemos en algún sitio? —preguntó el pelinegro ante la molesta insistencia de su estómago en querer ser llenado.

—No —respondió William cortante, a pesar de que él también moría de hambre.

—¿Por qué no?

—¡Porque no pienso pagar por lo que tú consumas! ¡Si tanta hambre tienes, entonces cada uno nos vamos a casa!

—¡Está bien, está bien! ¡Yo pagaré mi parte! —Accedió Dantalion—. Tacaño —susurró adelantando el paso.

 

 

Cuando ya estaban en un restaurante, ambos comían en silencio. Si sabían de buenos modales, entonces sabían que no debían hablar con la boca llena. Además, de que William, por alguna razón, no se sentía de humor para una conversación.

Es decir, estaba bien que estuviera enamorado, que esa persona fuera el idiota coronado idiotamente por el resto de los idiotas. Pero ¿ocultarle que su hermano no estaba en ninguna relación para estar más tiempo a su lado y tener toda su atención? ¿Emocionarse por una salida con Dantalion cuando era obvio que le pelinegro solo lo hizo porque necesitaba distraerse?

El rubio estaba consciente de que, para Dantalion, él no era más que la segunda página de Google?

¿Y por qué quería que éste supiera sus sentimientos y luego se retractaba colocando de excusa que luego se incomodarían cuando fuesen a hacer el trabajo?

¿Desde cuándo «el gran William Twining» se dejaba actuar de ese modo? ¿Por qué estaba involucrando a Dantalion demasiado en su vida? ¿Dónde había quedado aquel orgullo que lo caracterizaba? ¿Por qué aceptó tan fácil que estaba enamorado —¡y de un hombre!—? ¿Desde cuándo hurtaba ropa ajena por la fragancia?

Es decir, ¿dónde estaba William? ¿El William que todos conocían? ¿Por qué con solo una mirada de aquellos orbes encarnados, lo dejaban hipnotizados?

¡Él era William Twining! ¡Desde un principio su orgullo tuvo que negar sus sentimientos hacia Dantalion! ¡Pero NO! ¡Los aceptó como cuando aceptaba sin ningún ánimo el haber quedado de primer lugar en cada examen! ¡Era frustrante! ¡Era molesto!

Pero era feliz

No era un sentimiento recíproco, ya lo sabía, y Dantalion solo quería entretenerse con algo que le hiciera distraerse del falso noviazgo de Solomon y el representante. Pero William se sentía feliz…

«Yo era feliz con solo verlo.»

Recordó esas palabras de Dantalion y sonrió levemente.

Se decía que ver feliz a la persona amada era de lo que se trataba el amor.

El pelinegro parecía feliz en aquella «cita». Parecía divertirse con hacerle creer a las chicas que ellos dos estaban saliendo. Parecía divertirse haciéndole pagar por su consumo.

Parecía feliz

«Ver feliz a la persona amada».

Pero el ocultarle el que Solomon aún estaba soltero, solo lo hacía para estar más tiempo con al lado de Dantalion. Para tener su absoluta atención. Solo lo hacía para ser feliz él…

Cuando unos dedos chasquearon frente a su rostro, regresó a la realidad y llevó su mirada a Dantalion.

—¿Qué ocurre? —preguntó William algo confundido.

—¿En qué piensas? Andas muy distraído.

—En nada particular —usó su tenedor para jugar con la comida sobre su plato y suspiró—. ¿Está bien ocultarle algo a la persona que te gusta solo para pasar más tiempo a su lado?

—¿Qué?

William se percató de lo que dijo e intentó remediarlo:

—O-olvida lo que dije —se llevó un bocado a la boca y lo mascó rápidamente, apartando la mirada a otro lugar.

Dantalion lo observó con una ceja alzada y solo dijo:

—Una vez Solomon me dijo que alguien solo busca dar amor con la condición de recibir amor. Que el amor es tan egoísta y posesivo que solo tiene una definición; el amor solo es pedir que te lleguen a amar.

—¿Solomon te dijo eso? —preguntó William confundido, aunque sí sonaba a algo que diría su hermano.

—Sí, cuando me le declaré. La cuestión es que todos llegamos a ser bastantes egoístas cuando nos enamoramos. Eso de «soy feliz si tú eres feliz» es una vil mentira. Todos queremos hacer feliz a la persona que amamos. Es cierto que queremos que ellos sean felices, pero felices con nosotros. Por eso ocultarle algo para estar más tiempo con esa persona me parece algo normal. Pero si es algo muy grave y se entera, puede enojarse contigo, o peor, odiarte.

Dantalion hizo una pausa, mirando fijamente el rostro de su acompañante, como estudiando sus reacciones.

—¿Y qué es? —preguntó el pelinegro después de un rato.

—¿Qué es qué? —le devolvió la pregunta confundido.

—¿Qué es lo que le estás ocultando al idiota que te gusta? No soltaste esa pregunta por nada.

William se sonrojó y se concentró en cortar la carne sobre su plato.

—No es asunto tuyo.

Dantalion lo miró fijamente en silencio un rato más y preguntó:

—¿No has intentado darle celos?

—¿Darle celos? —cuando Dantalion asintió, William negó—. No digas tonterías.

—No son tonterías. Además, dijiste que le ocultas algo para estar más tiempo a su lado, pero no te he visto con nadie más que no sea Isaac.

—¡Vuelve a decir algo sobre Isaac y…!

—No estoy diciendo que él te gusta —interrumpió Dantalion—, me refiero a que solo te he visto con él. ¿Te ves a escondidas con el idiota que te gusta?

—No. Y no me creerás si te digo qué él está en este restaurante ahora.

—¡¿De verdad?! —se sorprendió Dantalion mirando a su alrededor—. ¡¿Dónde?!

—Por ahí —respondió William desinteresado, llevando un bocado a su boca.

Dantalion miró detalladamente a todas las personas, pero no reconoció a ninguna.

—No conozco a nadie de los que están aquí —dijo algo decepcionado.

—¿De verdad?

—Bueno, si está aquí, ¿por qué no aprovechas de darle celos? —Propuso colocando una de sus manos sobre la de William—. Vamos, úsame.

Tras finalizar esas palabras, sintió un mechón de su flequillo ser jalado con fuerza y no ser soltado. Dantalion solo pudo sostener la muñeca de William en un intento de que éste lo soltara.

—La última vez que me dijiste «úsame», todo se salió de control, así que no vuelvas a pronunciar esa palabra nunca más —soltó el cabello de Dantalion y tomó de nuevo sus cubiertos—. Ya déjate de estupideces y come.

—Yo ya comí. Estoy esperando a que tú termines —dijo el pelinegro con una mano en el lugar donde su cabello fue jalado.

William se percató de que el plato de Dantalion estaba vacío, mientras que en el de él aún estaba casi toda la comida; producto de haberse distraído con sus pensamientos.

—William, ¿qué te gusta del idiota que te gusta? —preguntó Dantalion echándose hacia atrás en su silla.

—¿Qué me gusta? —repitió intentando buscar la respuesta, pero no la halló—. No lo sé —respondió llevando otro bocado a la boca.

—¿En serio?

William tragó antes de responder:

—Es que si me pongo a pensar en lo que me gusta de él, no te sabré decir, porque ni siquiera sé lo que me gusta de él. No importa cuánto lo piense, no logro encontrarle ninguna cualidad buena; es un idiota cabeza de chorlito, inmaduro, idiota, estresante, irritante, idiota, bueno para nada, idiota.

Dantalion solo rio.

—Entonces de verdad estás enamorado de él, porque dicen que cuando te gusta una persona y no sabes por qué, eso es amor.

—¿Ahora eres poeta? —preguntó William enarcando una ceja.

—No, lo leí por ahí.

—Idiota —musitó—. ¿Y tú sabes que te gusta de Solomon?

Dantalion guardó silencio, uno que parecía ser eterno.

William lo observaba fijamente, mientras llevaba pequeños bocados de su carne a la boca.

El pelinegro lo meditaba y hacia leves muecas que arrugaban un poco su rostro y marcaban sus líneas de expresión con facilidad.

—¿Por qué lo piensas tanto? —Preguntó William—. Si no sabes lo que te gusta de é, dilo y siéntete orgulloso de ello.

—Es que ese es el problema —susurró Dantalion todavía haciendo ciertas muecas—, yo sé lo que me gusta de Solomon.

—¿Eso significa que no estás enamorado de él? —preguntó el rubio fingiendo indiferencia.

—No intentes confundirme; yo sí estoy enamorado de Solomon —afirmó el más alto, pero como si estuviera dudándolo.

—Está bien. No pienso discutírtelo —comió un poco más de su carne antes de volver a hablar—. Entonces ¿qué es lo que te gusta de él?

Dantalion desvió la mirada y soltó un suspiro.

—Lo amable que es —susurró—. Nadie me llegó a tratar como él me trató.

—Entiendo —dijo William un tanto arrogante—, él fue amable contigo y tú sentiste afecto por él.

—Yo lo amo —dijo con lentitud y haciendo énfasis en cada palabra.

—Está bien —volvió a responder William con indiferencia.

Dantalion guardó silencio, regañándose mentalmente por dudar de sus sentimientos.

—¿No has intentado darle celos? —preguntó William sorprendiendo un poco a Dantalion.

—¿Qué?

—Es solo que pensé que hace rato tú me preguntaste lo mismo y creí que alguna vez lo intentaste.

—¿Sugieres que te use para darle celos? —preguntó burlón sonrojando inmediatamente a William.

—¡¿Cuándo he sugerido eso?! ¡A mí no me involucres!

Dantalion rio.

—Es inútil —dijo—. Aunque intentara darle celos, él jamás caería. Después de todo, él no siente lo mismo que yo, al menos, no lo siente por mí.

William no dijo nada más, terminando de comer lo que había en su plato, que ya casi estaba vacío.

Dantalion lo observaba en silencio mientras el rubio intentaba evitarle la mirada manteniéndola cerrada.

«¿Por qué me llevaré tan bien con él? —pensaba el pelinegro detallando cada rincón del rostro contrario—. Cuando nos asignaron trabajar juntos, creí que no toleraría respirar su mismo aire, pero ha sido todo lo contrario. Su compañía en serio me sienta bien —llevó su mirada a otro lugar, suspirando mentalmente—. ¿Por qué será que William me hace olvidarme de todo?»

«¿Eres idiota? ¿O tu madre no consumió ácido fólico durante el embarazo?»

—¿Dijiste algo? —preguntó Dantalion desconcertando a William.

El rubio ya había terminado de comer y limpiaba residuos de comida alrededor de su boca con una servilleta.

—No, no dije nada.

Dantalion sacudió la cabeza, alzando una mano para llamar la atención de un mesero.

—Por favor tráiganos la cuenta.

El hombre se retiró llegando a los pocos minutos con el resultado de lo consumido.

—Aquí tienen, caballeros —dijo amablemente el mesero, colocando la cuenta sobre la mesa.

—Perfecto, él paga —dijo Dantalion, levantándose y comenzando a caminar hacia la salida.

—¡¡Oye…!! —quiso reclamar William, pero Dantalion aceleró el paso sin mirar hacia atrás.

El hombre veía incrédulo a William esperando el dinero que debía, quien bufó molesto al no tener otra opción.

 

 

Dantalion estaba recostado en un muro esperando que el rubio saliera, mientras su labio inferior era fuertemente mordido por sus dientes, en un esfuerzo de que una carcajada no sonara.

Cuando el menor salió, lo observó con una mirada asesina, siendo respondido con una burlona.

—Te desprecio —fue lo único que dijo antes de comenzar a caminar.

—¡Espera! ¿A dónde vas? —preguntó separándose del muro y trotando hacia William.

—¡A mi casa! ¡No pretendo seguir soportando a alguien como tú!

—¡No puedes irte todavía! —reclamó Dantalion sosteniéndolo del brazo.

—¡Suéltame! ¡Ya estuvimos mucho tiempo juntos! ¡No soportaré ni un segundo más!

—¡No seas aguafiestas! ¡Ven conmigo! —lo abrazó por los hombros con ambos brazos dirigiéndolo al camino contrario.

—¡Déjame! —se quejó William sabiendo que era inútil.

«En serio, ¿qué le viste a este idiota?», se preguntó el rubio sin entender aún qué cualidades positiva podría tener Dantalion para que él se rebajara a enamorarse de él.

—Ven, sentémonos aquí —propuso Dantalion, sentándolo en el césped de manera que quedara recostado en una cerca, sentándose luego a su lado.

William llevó su mirada al frente sonde un inmenso lago reflejaba el arrebol del cielo y los pequeños rayos del Sol en pleno ocaso. Tenía que admitirlo, la vista era hermosa.

—Venía aquí a menudo cerca de esta hora —dijo Dantalion de repente, llamando la atención de William—. Dejé de hacerlo desde que conocí a Solomon. Esta es la primera vez que vengo desde hace mucho tiempo.

—¿Por qué dejaste de hacerlo? —preguntó William con su vista fija en su acompañante, quien veía el paisaje con una sonrisa.

—Venía aquí para relajarme. Solomon me relajaba con solo tocarme, así que me pareció innecesario regresar a este lugar.

—¿Estás estresado en este momento para volver? —preguntó mirándolo de reojo.

—No, solo quería mostrártelo.

—¿Por qué?

—No lo sé —confesó Dantalion—, pero quería hacerlo.

—Bueno, quizás pueda relajarme yo por lo molesto que has sido.

Dantalion rio soltando un largo suspiro y recostándose del hombro de William sin dejar de mirar el atardecer.

De un momento a otro, escondió su nariz en el cuello de William sonrojándolo.

—¡Deja de olerme! —reclamó el rubio intentando alejarse, siendo imposible cuando Dantalion lo abrazó por la cintura.

—Déjame quedarme así por un rato —pidió en un pequeño murmullo—. A menos que quieras que siga bajando.

William se sonrojó todavía más y, de un fuerte empujón, logró alejar a Dantalion.

—¡Ya deja de hablar de eso!

El pelinegro sonrió burlón, recostándose en las piernas de William con su vista fija en el ocaso.

—Pienso que debimos haberlo hecho ese día.

—¡Claro que no! —gritó William sonrojado.

—¿Por qué no? —Preguntó Dantalion con tono inocente—. Ninguno de los dos estuvo obligando al otro.

—¡Ya te dije que fue una reacción biológica normal! ¡Yo no quería estar contigo! ¡Es solo que las cosas se salieron de control!

—Sí, no pudimos frenarlas, ¿verdad? Tal vez nosotros no queríamos, pero nuestros cuerpos sí. Es lo que intentas decir, ¿verdad?

William no respondió.

—Aun así, tienes que admitir que fue bastante decepcionante que nos interrumpieran. Nuestros cuerpos los exigían y no obtuvieron lo que deseaban.

William lo miró molesto y regresó su mirada al atardecer con el ceño ligeramente fruncido, y dijo:

—Las cosas hubieran comenzado a ser incómodas para los dos si hubiéramos continuado.

—¿Incómodas por qué? —preguntó Dantalion.

—¿De verdad me estás preguntando eso?

—Admito que al principio sí me incomodé un poco al punto de no poder mirarte a los ojos. Pero, pensándolo bien, no habría motivos para incomodarse. Quizás hasta hubiésemos repetido.

—No digas esas cosas —pidió el rubio bastante serio, escondiendo sus ojos con la sobra de su flequillo y recordando cierta pregunta que los hermanos de Dantalion habían formulado una vez.

«¿Tú eres “uno más” de las conquistas de nuestro hermano?»

—¿Por qué? —preguntó Dantalion enderezándose para acercar su rostro al del rubio—. Estoy casi seguro de que eso es lo que hubiera ocurrido.

—Detente… —susurró William molesto, mientras la pregunta de los hermanos de Dantalion seguía resonando en su mente.

—¿No estás de acuerdo? —preguntó sardónico el pelinegro—. Seguramente si hubiésemos estado juntos ese día, los días posteriores lo repetiríamos después de finalizar el trabajo.

—No soy uno más —susurró de nuevo William.

—¿Qué? —dijo Dantalion al no haber escuchado bien.

—¡¡¡No soy uno más!!! —Gritó sorprendiendo a Dantalion—. ¡¡¡Deja de tratarme como uno más en tu lista!!! ¡¡¡Quizás muchas personas estarían encantadas de que su nombre esté escrito ahí, pero «William Twining» es el nombre del próximo primer ministro más joven!!! ¡¡¡No es un nombre que se use en una lista de espera y que puedas tachar después de haberte satisfecho!!! ¡¡¡No vuelvas a decir algo semejante!!!

Dantalion tenía los ojos completamente abiertos y había quedado en silencio. No sabía qué decir, qué responder. Estaba en completo shock.

—William… —dijo al fin cuando le regresó la voz—. Perdóname por ofenderte yo… —acarició la mejilla del rubio con sus dedos delicadamente—, yo solo bromeaba. Nunca llegué a hablar en serio.

—Lo sé —admitió William bajando el tono de su voz y desviando la mirada avergonzado por haber perdido el control—. Yo solo… me he sentido algo estresado últimamente y tú dijiste que te podía gritar todo lo que quisiera… que tú escucharías.

Dantalion abrió los ojos recordándolo. Fue cuando William se enojó con él por haberlo llamado «el hermano de Solomon». William explicó que su pérdida de control era por todo el estrés que había acumulado y finalmente había explotado.

Dantalion accedió a ser su liberación de estrés. Que podía llamarlo para gritarle y él escucharía en silencio:

«Es mejor desahogar todo ese estrés y no acumularlo, o será peor. Así que si quieres desahogarte, llámame y grítame todo lo que quieras que yo te escucharé.»

—Sí —murmuró Dantalion con una sonrisa—. Escucharé cada vez que te sientas estresado.

William lo miró por unos segundos y desvió la mirada nuevamente.

—Lamento si es por mi culpa que estés tan estresado —prosiguió Dantalion—. Dejaré de molestarte.

«De esa forma, toda la atención de Dantalion te pertenece.»

Las palabras de Isaac resonaron en la mente de William, haciendo ecos cada vez más fuerte.

«Te pertenece, te pertenece, te pertenece…»

—¡No! —Se apresuró a responder William, sorprendiendo un poco a Dantalion—. M-me refiero a que no es por eso. Son otras cosas que me tienen de esta forma, porque hay otros idiotas además de ti (Isaac) que me vuelven más loco que tú, así que no es por eso que me estreso.

Dantalion pestañeó varias veces seguidas, mirando fijamente a William.

—¿Me estás dando el permiso… —murmuró— de seguir molestándote?

—¡Solo te lo dije para que no te sintieras culpable —aclaró William—, pero ya me estoy arrepintiendo de haberlo hecho!

Dantalion rio alborotando un poco más aquellos cabellos color oro, para después volver a recostarse en las piernas de William, viendo directamente el atardecer.

El rubio no había mentido del todo. Sí se sentía un poco estresado y, a pesar de dormir, sentía que no descansaba del todo. Pero también le enojaba que Dantalion insinuara que tendría revolcadas seguidas si hubiesen llegado ese día hasta el final.

Pero lo que más le molestaba de todo, era que Dantalion probablemente tenía razón.

Si Solomon no los hubiera interrumpido y hubiesen tenido sexo ese domingo, quizás William no le hubiera dedicado la palabra en toda la semana y el viernes apenas y le habría dicho unas cuantas palabras monosilábicas por la incomodidad.

 

 

—¿Qué te sucede? —es lo que hubiera dicho Dantalion levantándose de su asiento, después de acabar el trabajo por ese día, y colocándose detrás del rubio.

»¿Te encuentras bien? Te noto algo tenso —hubiera proseguido el pelinegro, colocando sus manos en los hombros de William, masajeándolos un poco.

»Déjame acabar con esa tensión —propondría acercándose al cuello del menor, lamiéndolo, mordiéndolo y besándolo.

—D-detente —suplicaría William, retorciéndose de placer.

—¿Por qué? —Susurraría Dantalion en su oído—. Hagámoslo de nuevo. Sé que lo disfrutaste —lo cargaría en vilo y lo llevaría a la cama, posicionándose arriba.

—E-esp-pera —tartamudearía, intentando resistirse, pero esos ojos encarnados llenos de deseo lo hipnotizarían y, al final, cedería.

—Volverás a disfrutarlo, lo prometo.

Entonces sellaría los labios de William con un beso, mientras todo el forcejeo de éste disminuiría hasta corresponder. La ropa sería despojada de su cuerpo y, una vez más, Dantalion lo hubiera hecho suyo.

 

 

Si hubieran tenido sexo ese día, eso es lo que probablemente hubiera ocurrido. A menos que la experiencia de Dantalion llegara al criterio de que William no era bueno en la cama y no volverían a repetirlo por esa causa.

Suspiró mientras, sin darse cuenta, comenzó a acariciar el cabello de Dantalion lentamente. Hace rato que había dejado de prestar atención a lo tarde que era y solo se limitaba a observar el paisaje frente a sus ojos.

No podía evitar pensar en su propia idiotez. Dantalion se volvía exasperante cuando lo molestaba y él no quería que dejara de hacerlo solo para tener su atención.

«Isaac —pensó William—, ¡definitivamente voy a coserte la boca para ver si así dejas de decir estupideces!»

 

 

Isaac en su hogar, castigado por sus padres por sus bajas calificaciones y obligado a estudiar, sintió un ligero escalofríos recorrer su columna vertebral, comenzando a sudar frío.

—No sé por qué —murmuró—, pero he sentido un profundo temor de repente.

 

 

William suspiró.

¿A quién intentaba engañar? No era culpa de Isaac, era su culpa por hacerle caso. Por dejar que todo eso lo controlara y el antiguo William Twining se dejara domar por esos sentimientos y convertirse en el idiota que era ahora.

Si eso seguía así, no quedarían rastros del antiguo William y él no podía permitir que desapareciera.

Llevó si mirada a Dantalion, viendo como éste cerraba los ojos lentamente a punto de caer en los brazos abiertos de Morpheus[1].

—¡No te duermas! —le regañó fuertemente mientras le jalaba un mechón de cabello.

—¡Si juegas con mi cabello de esa forma, es inevitable! —se quejó el pelinegro tallándose uno de sus ojos.

—Hablando de eso, ¿has podido dormir? —preguntó William suplicando que su preocupación no se notara en su voz.

—Más o menos —respondió dejando su posición de lado para colocarse boca arriba y mirar los ojos de William—. Conseguí dormir, aunque no por muchas horas.

William notó leves bolsas debajo de los ojos de Dantalion y frunció un poco la boca.

—¡En serio te gusta complicarte la existencia! —fue lo único que dijo el rubio, llevando su mirada de nuevo al frente.

—Quiero dejar de sentir todo esto, pero cada vez que lo veo, yo…

William lo observó por unos segundos antes de decir:

—Si sigues pensando en ello, será más difícil para ti.

—¿Cómo no quieres que piense en ello?

—Bueno —prosiguió William—, la verdad es que creo que deberías seguir pensando en ello. Si dejas de pensar en él, dolerá más cuando lo veas. Por eso debes seguir pensando en ello hasta que deje de doler.

«¡O le digas que Solomon no está en realidad con el representante!», se regañó mentalmente a sí mismo.

Dantalion lo miró sorprendido por un momento, llevando luego su mirada al Sol que ya le faltaba poco para esconderse de la vista de los habitantes de ese hemisferio.

—Tienes razón —susurró con una sonrisa nostálgica—. En algún momento dejará de doler y conseguiré a alguien que me quiera. Después de todo, soy joven y atractivo, ¿no?

—¡Ya cállate! —ordenó William con los labios fuertemente cerrados para evitar que una sonrisa se dibujara en su rostro.

—Sabes que «cállate» significa: «tienes razón, pero no quiero que me lo restriegues en la cara». Creo habértelo dicho, ¿no?

—¡Lo digo en serio, Huber! —dijo William en modo autoritario, pero una sutil sonrisa lo traicionaba.

Dantalion soltó una pequeña carcajada que contagió un poco a William, quien ya no pudo resistirse más. Pero las detuvo cuando los dedos de Dantalion rozaron sus mejillas y apartaron varios mechones de su rostro.

—¿Sabes? Siempre te he vito reír con Swallow o Isaac, incluso con Solomon. Siempre en la distancia. Verte más de cerca es… —se detuvo pensando en un adjetivo adecuado—, reconfortante —dijo finalmente.

—¿Reconfortante? —preguntó William confundido y sonrojado.

—Sí. Ver que he logrado hacer algo casi imposible, algo que solo vi lograr a muy pocas personas, se siente… —hizo una pausa soltando una pequeña risa al no saber bien cómo proseguir—. La verdad es que no lo sé. Pero de verdad se siente bien.

—Ya cállate… —murmuró el rubio sonrojado.

—William… —llamó Dantalion, obteniendo su atención—. Me… me gustaría que rieras más para mí.

—¿Para qué? —preguntó con el sonrojo en sus mejillas un poco más pronunciado.

—No es «para qué», es «por qué» —corrigió Dantalion con una sonrisa.

William alzó una ceja confundido, pero no quiso darle más vueltas al asunto o se enredaría más. Así que solo optó por seguirle la corriente a Dantalion.

—¿Por qué? —preguntó.

Dantalion tomó una mano de William y la colocó sobre su propio pecho para que el rubio pudiera sentir los calmados latidos de su corazón.

—Porque deja de doler —dijo Dantalion con una sonrisa.

William abrió los ojos por la sorpresa y sus labios se entreabrieron como si fueran a decir algo, pero de su boca no salió ningún sonido.

—Después de pensarlo bien —prosiguió Dantalion—, realmente no te veo como pareja. Creo que no somos nada compatible. Pero sí te veo como amigo.

Colocó la palma entera sobre la mejilla contraria, acariciándola con el pulgar, y le sonrió con sinceridad.

—Me la he estado pasando muy bien contigo últimamente. Y, siéndote sincero, me gustaría seguir a tu lado después del trabajo.

William desvió la mirada con su cara completamente roja y con su corazón latiendo sin control alguno.

—No digas esas cosas —dijo el rubio, más como una petición que como una orden.

—¿Por qué? —preguntó el pelinegro colocando varios mechones del cabello de William detrás de la oreja de éste.

«Porque me hace feliz —pensó William—, pero esa felicidad duele.»

—Porque eres molesto —respondió con tono hastiado, haciendo reír a Dantalion.

—Me gustaría que rieras más para mí —dijo Dantalion con una sonrisa—. Es mejor que cuando te hice cosquillas para que rieras a propósito —presionó la mano de William sobre su pecho. Me haces olvidarme de todo.

Los verdes ojos de William reflejaron tristeza y su mano que se encontraba sobre el pecho de Dantalion arrugó la camisa de éste en un puño.

—¿Solo quieres usarme para dejar de pensar en él? —preguntó molesto.

—Solo quiero estar contigo. ¿Es eso un pecado? —Dijo Dantalion—. Si te soy sincero, nunca me he sentido de esta forma con más nadie que contigo… ni siquiera con Solomon.

El corazón de William dio un vuelco mientras sus ojos se abrían de la sorpresa. Esas palabras le hacían sentir demasiadas emociones; desde felicidad hasta enojo.

—¿Q-qué quieres decir con eso? —tartamudeó William intentando sonar natural.

—Bien —dijo Dantalion un tanto avergonzado—. Sé que lo que dije suena raro; no me malinterpretes. Me refiero que contigo puedo bromear, reír, desahogarme… no digo que con Solomon no, es solo que la mayoría de las veces él solo estaba leyendo, así que… —dejó la frase hasta ahí sin saber cómo continuar.

—Conmigo tienes una relación un poco más normal. Es lo que intentas decir, ¿no? —terminó William mirándolo con una ceja alzada.

—Me siento feliz —prosiguió Dantalion—, pero no creo merecer esa felicidad. Aun así, todavía quiero permanecer a tu lado.

William mordió su labio inferior con fuerza. Sabía que tenía que decirle la verdad sobre Solomon y el representante.

Suspiró llevando su mirada al frente para obtener fuerzas en su confesión y notó lo arrebolado que estaba el cielo. En cualquier momento daría paso al cielo nocturno.

—¡¿Qué hora es?! —preguntó alterado—. ¡Te dije que no podía llegar tan tarde a casa!

Dantalion salió de su trance y observó su celular tragando grueso al ver la hora.

—Ven, te acompañaré a casa.

Sin decirle la hora, Dantalion se levantó y le extendió una mano a William, quien la tomó completamente sonrojado y se levantó.

—Aún te ves lindo cuando te sonrojas —dijo Dantalion medio en serio y medio en broma.

Decidido a no decirle un «cállate», William cerró los ojos con superioridad y adelantó el paso. Dantalion solo sonrió ante tal acción.

«Sí —pensó el pelinegro—, estoy bien contigo.»

Trotó para alcanzar al rubio con una enorme sonrisa en su rostro.

 

 

De camino a la mansión Twining, el cielo se tornó oscuro y ni un alma habitaba en esas tenebrosas calles a parte de ellos dos.

—¡Suficiente! —Dijo William de repente en medio de tanto silencio—, ¡llamaré a mi chofer!

Sacó el celular, pero Dantalion se lo arrebató rápidamente antes de que pudiera siquiera desbloquearlo.

—¡¿Qué crees que haces?! ¡Devuélvemelo! —reclamó William intentando recuperar su celular sin ningún éxito.

—Te lo devuelvo cuando lleguemos a tu casa. Lo prometo —aseguró Dantalion guardándoselo en uno de sus bolsillos.

—Huber, está muy oscuro y creo que sería mucho más seguro si cada uno de nosotros llamara a sus respectivos choferes y nos vamos a casa en auto.

—Tranquilo. Tampoco es que nos va a aparecer un fantasma.

—¡No me preocupa eso! ¡Los fantasmas no existen! ¡Pero los ladrones sí! ¡Si viene una banda entera y ve a un par de niños ricos caminando solos, nos asaltarían sin siquiera pensarlo! —aclaró William su molestia con el ceño fruncido y los dientes apretado—. ¡Así que regrésame el celular!

Dantalion sonrió y, con un brazo, rodeó la cintura de William y lo atrajo hasta su cuerpo.

—Está bien, no temas. Yo te protejo —dijo mirando al frente con una sonrisa.

William lo empujó para desvanecer el abrazo y lo miró molesto.

—Sin ofender, Huber, podrás ser fuerte, pero incluso los luchadores profesionales tienen problemas con grupos tan grandes y más si están armados.

—Nunca dije que me podría enfrentar a un grupo grande sin salir lastimado —aclaró Dantalion—. Dije que te protegería, y eso significa que lucharé con quien sea, incluso si me lastimo, para impedir que seas tú quien salgas lastimado.

William se sonrojó ferozmente y apartó la mirada.

—Deja de decir tonterías —murmuró—. Además, ¿cómo crees que me sentiría yo si te lastimaran por mi culpa?

—Siempre dices que lo único que te importa eres tú y tu futuro. Si yo no estoy en tu futuro, supongo que no te debe importar lo que me suceda, ¿no?

William se sorprendió y presionó los labios con fuerza.

—Me da igual que no estés en mi futuro —dijo con la mirada desviada—, pero eso no quiere decir que me guste que los demás se lastimen por mi culpa. ¿Qué clase de monstruo crees que soy?

—No digo que seas un monstruo. Digo que no te preocupes tanto por mí. Estoy acostumbrado a recibir palizas en mi vida.

—No sé qué clase de vida llevas o llevabas, pero no necesito que lleves heridas por mí. No necesito esa clase de protección.

—¿Ves a algún grupo armado por aquí? —preguntó Dantalion con los brazos abiertos señalando su alrededor.

—No… —murmuró William.

—Entonces deja de preocuparte. Si no hay nada de qué defenderte, no tienes que preocuparte de que yo te proteja.

William no quiso decir más nada para dejar la conversación hasta ahí, pero de un momento a otro, Dantalion lo cargó en vilo y siguió caminando.

—¡¿Qué estás haciendo?! —se quejó William intentando bajarse—. ¡Suéltame!

—Está bien —dijo Dantalion con tranquilidad—. El camino es largo, no vamos ni por la mitad y yo tengo mejor condición física que tú. Te llevaré de esta manera hasta tu casa… —hizo una pausa—, o hasta que se me cansen los brazos.

William apartó la mirada con un ligero sonrojo y dejó de forcejear. No era muy propio de él dejarse cargar de esa manera, pero estaba cansado y los fuertes brazos del pelinegro eran bastante cálidos.

No había pasado tanto tiempo cuando Dantalion sintió la cabeza del rubio recostarse en su hombro. Cuando lo miró, lo encontró profundamente dormido.

Él solo sonrió y lo acomodó más en sus brazos, agradeciendo que no pesara tanto y que, posiblemente, aguataría hasta llegar a la mansión Twining de esa manera.

De vez en cuando lo veía de reojo. A pesar de ese rostro rígido que lo caracterizaba, una expresión tan tranquila le sentía bien.

Podía sentir su respiración tan calmada y ese rostro tan tranquilo, sumido en un sueño tan relajado. Merecía descansar de sus deberes de prefecto, y hasta admitió que merecía descansar de las bromas que él decía.

 

 

Cuando llegó a la mansión, tocó la puerta y Kevin le abrió con una expresión de angustia que se hizo más pronunciada al ver a su amo inconsciente en los brazos de aquel hombre.

—¡Amo William! —Se alteró el mayordomo con horror—. ¡¿Qué le sucedió?!

—Cálmate. Solo está dormido.

Kevin suspiró aliviado, frunciendo luego el ceño al dirigirse a Dantalion:

—¿Por qué lo traes tan tarde? —regañó con un brillo evidentemente molesto en sus ojos lavandas.

—Perdimos la noción del tiempo —fue lo único que respondió Dantalion, encogiéndose un poco de los hombros.

Kevin lo miró entre molesto y con desconfianza y estiró sus brazos para tomar a William.

—Dámelo, lo llevaré a su habitación.

Pero Dantalion retrocedió y le impidió hacerlo, sin saber exactamente por qué lo había hecho.

—¿Qué crees que haces? —reclamó el mayordomo con el ceño totalmente fruncido.

—Yo lo llevaré.

—Es suficiente con que lo hayas traído aquí —remarcó Kevin—. Yo me haré cargo del resto. Dámelo y regresa por donde viniste.

Dantalion volvió a retroceder y casi cae hacia atrás por no saber que el suelo recto detrás de él se había terminado y quedaban solo las escaleras de cinco escalones que había que subir para llegar a la puerta principal de la mansión.

—¡Amo William! —se alteró Kevin ante esa caída fallida.

—Déjame llevarlo yo —dijo Dantalion, manteniéndole la mirada—. Si no me dejas, me daré la media vuelta y lo llevaré a mi casa. Después de todo, no puedes hacerme nada si lo tengo en brazos. Tú decides.

Kevin presionó los puños con algo de fuerza y agachó la mirada, siendo sus ojos levemente cubiertos por sus cabellos marrón-púrpura. Sin más opción que se le cruzase, abrió espacio para que Dantalion entrara,

El pelinegro apretó más el cuerpo de William y lo llevó directo a su habitación. Cerrando la puerta con su pie derecho y recostándolo cuidadosamente en la cama, quitándole los zapatos y abrigándolo con las sábanas.

Quiso retirarse, pero William lo abrazó del cuello y lo atrajo hacia él hasta que sus bocas se unieron. No podría considerarse un beso, después de todo, sus labios solo estaban presionados uno con los otros. Pero, aun así, el pelinegro no quería separarse, había algo que se lo impedía.

—¿Dantalion? —murmuró William moviendo sus labios sobre los del pelinegro al momento de hablar.

Dantalion se separó un poco, pero manteniéndose aún muy cerca, mirando los abiertos ojos de William.

—Dantalion —volvió a pronunciar su nombre, apretando más el agarre de sus brazos—. ¿No crees ya que es suficiente?

—¿Suficiente? —preguntó el pelinegro confundido.

—Es suficiente —repitió William—. Deja ya de aparecer en mis sueños.

Dantalion abrió los ojos sorprendido, sin saber cómo responder.

—Es frustrante verte hasta cuando duermo —prosiguió William—. ¿No crees ya que es suficiente?

—Lo lamento —murmuró Dantalion sin saber qué más decir.

—Dantalion, yo… yo te… —sus ojos se cerraron levemente y sus brazos amarrados en el cuello del pelinegro se soltaron y cayeron a la cama.

Dantalion observó detenidamente el rostro durmiente del rubio. Sintió unas inmensas ganas de quedarse y estaba pensando seriamente en hacerlo.

—Gracias por traerlo.

Dantalion se sobresaltó al escuchar esas palabras y las llevó a donde provenían, encontrándose a Solomon entrando del balcón.

—Estaba preocupado por él, así que preferí quedarme aquí a esperarlo —explicó Solomon sin apartar la mirada de William—. Kevin estaba en la sala de estar, así que no quise estar ahí. Su relación conmigo no es tan buena como su relación con William. Los dos somos sobreprotectores con él, pero lo sobreprotegemos de forma distintas. Ni yo apruebo su forma de protegerlo, ni él aprueba la mía. Así que discrepamos mucho —dijo con una pequeña sonrisa.

El pelinegro se puso de pie lentamente sin apartar la mirada de Solomon. Era increíble cómo podía hablar como si no hubiera ocurrido nada. Como si todo fuera igual que antes. Eso le molestaba.

—Kevin estaba más preocupado que yo —prosiguió el rubio—. Yo sabía que estaba contigo y confío plenamente en ti. Sabía que él se encontraba bien si se trataba de ti —llevó su mirada a Dantalion y le sonrió—. Gracias por cuidar de él.

El pelinegro inclinó un poco la cabeza y se dirigió a la puerta para retirarse. No podía soportar estar ahí con Solomon. Su corazón estaba golpeando con fuerza y no quería seguir sintiendo todas esas emociones. Pero Solomon lo tomó del brazo impidiéndoselo.

—Dantalion —le llamó tomando su rostro entre sus manos y acercándolo al suyo para unir sus frentes—. Feliz cumpleaños.

Dantalion sintió que las piernas le fallaron, pero supo mantenerse en pie. Tomó a Solomon por los hombros y lo miró fijamente a los ojos. Ese era el chico del cual él estaba enamorado. Había pasado tanto tiempo de estar cerca de él que, en ese momento, nada importaba.

Sus manos bajaron por los brazos del rubio y se detuvieron en sus caderas. Atrajo a Solomon a su cuerpo hasta unirlo por completo a él y acercó sus labios a los del más pequeño.

Todo el esfuerzo que había hecho desde que conoció a Solomon por controlarse se estaba yendo por el drenaje.

Solomon no ponía resistencia y sus labios ya se rozaban. Un solo movimiento más y lo besaría. Finalmente lo besaría.

Pero de repente a su mente le llegó todo lo que había hecho con William ese día, enfocándose en su sonrisa.

Todas esas imágenes le hicieron detenerse y no pudo continuar.

Se separó lentamente de Solomon y miró a William que todavía dormía.

No podía. No sabía por qué, pero no podía.

Rápidamente se retiró sin mirar atrás y sin dejar que Solomon dijera palabra alguna.

—Te estoy vigilando —advirtió Kevin a Dantalion, mirándole furioso.

Dantalion no dijo nada. Tenía demasiadas cosas en la cabeza como para prestarle atención a pequeñeces como los celos de un mayordomo y solo se retiró en completo silencio.

 

 

Solomon se quedó mirando fijamente la puerta de la habitación con los ojos entrecerrados. Llevó su mirada a William y sonrió acercándose.

—Que pases buenas noches —murmuró—. Descansa.

Y, después de besar la frente de su hermano, se retiró a su habitación acomodándose en su cama, listo para dormir.

—Dantalion… —soltó en un murmullo.

Había una razón por la cual él no le permitía dar un paso más a Dantalion en su relación. No era porque no lo quisiera, porque sí lo quería. ¿Cómo podría no quererlo?; ni porque no estuviera dispuesto a ir más allá, porque sí lo estaba. Pero quería mucho más a William que a Dantalion y era por ese motivo que no podía dar ese paso.

—Porque William te ama —murmuró con tristeza—, y prefiero su felicidad antes que la de cualquier otro, incluso más que mía…

 

 

Dantalion llegó a su mansión, yendo directamente a su habitación,

No le dio tiempo siquiera de pensar en lo que había ocurrido recientemente con Solomon, porque se sobresaltó por un sonido que salía de su bolsillo. Introdujo la mano para tomar al responsable, encontrándose con un teléfono que no le pertenecía.

—¡El celular de William! —se regañó mentalmente—. Bueno, se lo regresaré mañana.

Vio en la barra de notificaciones un pequeño icono que indicaba que un mensaje de texto había llegado, el causante del sonido de recién. Bajó la barra y alzó una ceja.

—¿Quién es Bianca? —preguntó retóricamente, abriendo el mensaje con curiosidad.

«Hola, quería desearte buenas noches.», era lo que decía el texto.

Siguió subiendo hasta llegar al primer mensaje. No eran muchos los que habían intercambiado y todos eran muy recientes.

«Hola, es el joven Twining, ¿no?», era el primer mensaje.

«Sí, soy yo, señorita Clifford.», fue la respuesta.

«Quería asegurarme que me había dado el número correcto.»

«¿Acaso dudaba de mí?»

«Para nada. De nuevo, muchas gracias por lo que hizo por mí.»

«No fue nada, señorita Clifford.»

«Solo dígame Bianca.»

«En ese caso, usted solo dígame William.»

«Está bien. Y por favor, tutéeme. ¿Puedo hacerlo también?»

«Por supuesto que puede.»

«Recuerda, si necesitas algo, llámame. Después de todo, te debo una.»

«Está bien, lo tendré en cuenta. Qué descanses.»

«Igualmente.»

El resto de los mensajes solo eran de saludos. Continuó leyendo hasta llegar al mensaje que había llegado recién. Sabía que no debía hacerlo, pero borró ese último mensaje sabiendo que si William lo leía, sabría que estuvo husmeando su celular.

—¿Bianca Clifford? —Susurró arrojándose a la cama—. ¿Quién será?

Observó el fondo de pantalla de William y sonrió. Estaba Solomon con una enorme sonrisa abrazándolo por el cuello, siendo él quien tomaba la fotografía, mientras William lo miraba enojado por haber interrumpido su lectura.

De repente recordó el beso que estuvo a punto de darle a Solomon y bloqueó el celular colocándolo en la mesa de noche.

Cubrió su rostro con una almohada y ahogó un grito en ella.

Debía recordar que Solomon ya estaba saliendo con Camio. No podía ir por ahí besando novios ajenos.

Destapó su rostro y miró fijamente el cielorraso.

Lo que más le extrañó fue que no pudo continuar, no porque Solomon ya tuviera en una relación, sino por el recuerdo de William sonriendo.

Quizás era porque se encontraban en la habitación del mismo y si se despertaba podía encontrarlos a ambos en semejante situación. Pero el sentimiento que sintió en ese momento y que le hizo detenerse fue diferente.

No sabía qué era, solo sabía que no podía continuar.

Suspiró y cerró los ojos.

—No puedo seguir de esta manera —fue lo último que dijo ese día.


[1] Morpheus: «Morfeo» en español. Dios griego del sueño. Deidad menor. Uno de los Oniros.

Notas finales:

¡Muchas gracias por leer!


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