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Idénticos, pero distintos. por SonAzumiSama

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Notas del capitulo:

Gracias a:

 

• En busca de fic geniales

• Akari Uchiha

• Dantaliana

• Eduardo

 

Por sus reviews.

¡A leer!

 

CAPÍTULO XI

 

Ser amado…

 

Discutir con su institutriz y salir enojada de casa definitivamente no había sido la mejor idea que se le había cruzado por la mente, sobre todo cuando el meteorólogo había acertado en su diagnóstico de que el martes veinticinco de abril llovería. Ahora su cabello castaño claro cortado en capas estaba un poco ondulado debido a la lluvia y sus piernas ya estaban cansadas de tanto correr para intentar llegar a su mansión, que parecía haberse alejado más de su ubicación actual.

Se detuvo. Era inútil apresurarse. Después de todo ya estaba empapada de pies a cabeza. Era mejor solo caminar de regreso a su casa.

Con su respiración agitada y sus ojos verde oliva entrecerrados, emprendió de nuevo su camino cuando de pronto las gotas dejaron de caer por su piel y no precisamente porque había dejado de llover.

Llevó su mirada al paraguas sobre ella, y luego a quien lo sostenía, encontrándose con los ojos verdes más hermosos que había visto en su vida, quienes le miraban con preocupación.

—No es seguro para una dama estar fuera con este clima y sin paraguas —fue lo primero que le escuchó decir a aquel chico (muy atractivo, cabe destacar), logrando que ella se sonrojara un poco y su corazón palpitara un poco acelerado.

—Yo… —comenzó a decir, pero sentía que sus cuerdas vocales no querían funcionar—, i-intentaba solo despejar m-mi mente, pero la lluvia me sorprendió. D-dejé mi celular e intenté llegar muy r-rápidamente a casa —explicó la chica, sintiendo como su corazón se descontrolaba, golpeando con fuerza su pecho. Casi podía jurar que el chico podía oír sus latidos alborotados.

Su acompañante rio y pasó una mano por sus rubios cabellos, desviando la mirada, como si un repentino recuerdo le hubiese llegado a la mente.

—A mí me ocurrió hace tiempo algo similar —dijo sonriéndole amablemente—. La acompaño a casa.

—P-pero, ¿no ibas en dirección contraria?

—Eso no importa —agrandó su sonrisa, alborotando un poco más el latir de la castaña—. La acompañaré.

—M-muchas gracias.

Comenzaron a caminar, mientras ella sentía como su corazón latía sin ningún control. ¿Sería aquello lo que llamaban «amor a primera vista»?

—¡P-por cierto! ¡M-me llamo B-Bianca Clifford! —se presentó extendiéndole la mano.

—Oh, yo soy William Twining —respondió el chico, tomando su mano en un apretón—. Un placer.

—I-igualmen-mente.

—Está tartamudeando mucho —se preocupó el rubio.

—¿D-de verdad? —Rio nerviosa la chica—. Debe ser p-por el frío.

—Sostenga un momento —pidió William, entregándole el paraguas para quitarse el abrigo azul marino de su uniforme y colocarlo sobre los hombros de ella.

—¡N-no es necesario! —se apresuró a responder Bianca totalmente sonrojada.

—Está bien —respondió amablemente, tomando de nuevo el paraguas—. Está completamente mojada y debe protegerse del frío o pescará un resfriado.

—E-está bien, m-muchas gra-gracias —logró decir Bianca sin saber si su tartamudeo era realmente por el frío o por la cercanía de aquel chico.

«Sí —pensó la castaña con una sonrisa y mirando a William por el rabillo del ojo, de vez en cuando—, definitivamente esto es amor a primera vista.»

Cuando llegaron a la mansión, ella le entregó su abrigo con las manos temblorosas.

—Mu-muchas gracias p-por todo.

—No fue nada —sonrió William, inclinándose un poco—. Me retiro. Por favor cuídese.

William dio la media vuelta, pero fue detenido por el brazo.

—¡E-espere! ¡No se vaya todavía! ¡Espéreme aquí, por favor!

Dicho esto, se apresuró a entrar en la casa apresuradamente, ignorando los reclamos de preocupación de su institutriz, regresando del mismo modo a donde estaba William.

—¡Me… me gustaría devolverle el favor! —Pidió la chica levemente sonrojada y con el celular en mano—. ¿Me daría su número?

—No es necesario —respondió el chico con una sonrisa—. No fue nada en realidad.

—Bu-bueno, entonces anote mi número y si necesita algo, me llama —insistió Bianca, sacándole una sonrisa al rubio, descontrolando más su palpitar y sus temblorosas manos ahora parecían terremotos.

—Lo anotaré —dijo William aún con aquella sonrisa y estirando la mano.

La sonrisa de Bianca aumentó y rápidamente le dio su celular temblando de la emoción. Mordía su labio inferior para no soltar ningún chillido traicionero, mientras observaba al rubio anotar su número telefónico.

—Listo —dijo el rubio, devolviéndole el aparato—. Ahora sí me retiro. Adiós —se inclinó un poco como despedida.

—A-adiós. De nuevo, muchas gracias.

William le sonrió por última vez y se retiró por completo.

La castaña sonrió, apretando el celular sobre su pecho.

Decían que la primera ilusión es la más maravillosa y tenían toda la razón. En ese momento se sentía como si fuera la única chica sobre la tierra al haberse encontrado con el último chico.

Era una sensación indescriptible, algo imposible de explicar, aunque existieran tantos idiomas y tantas palabras.

—¿Ahora sí podemos hablar de lo ocurrido? —Preguntó su institutriz Mary, algo enojada, colocando una toalla sobre la cabeza de Bianca—. ¡¿Cómo se pudo ir así y no dar señales de vida?! ¡Mírese! ¡Está completamente empapada!

Al ver que Bianca no se movía ni tampoco respondía, la institutriz se preocupó.

—¿Se encuentra bien, señorita Bianca?

—Mary… —murmuró la más joven completamente hipnotizada y sin apartar la vista de la entrada principal desde la partida del rubio—, estoy enamorada.

 

 

Al llegar la noche, estando en las cuatro paredes de su habitación, buscó el número y sonrió. No quería parecer desesperada, pero no pudo evitar enviarle un mensaje.

«Hola, es el joven Twining, ¿no?»

Esperó impaciente la respuesta, saltando de alegría cuando su celular sonó.

«Sí, soy yo, señorita Clifford.»

«Quería asegurarme que me había dado el número correcto.»

Envió de nuevo, mordiendo su labio de la emoción.

«¿Acaso dudaba de mí?»

Dio otro salto de alegría, cubriendo su boca para reprimir sus chillidos de felicidad.

«Para nada. De nuevo, muchas gracias por lo que hizo por mí.»

Respondió mirando fijamente el celular esperando por la respuesta del rubio.

«No fue nada, señorita Clifford.»

«Solo dígame Bianca.»

Envió rogando mentalmente porque el de ojos verde esmeralda le diera el permiso de llamarlo también por su nombre.

«En ese caso, usted solo dígame William.»

Saltó de nuevo de alegría, antes de responder:

«Está bien. Y por favor, tutéeme. ¿Puedo hacerlo también?»

—Di que sí, di que sí, di que sí —murmuraba cruzando los dedos.

«Por supuesto que puede.»

Otro chillido salió de sus labios e intentó calmarse para poder responderle:

«Recuerda, si necesitas algo, llámame. Después de todo, te debo una.»

«Está bien, lo tendré en cuenta. Qué descanses.»

«Igualmente.»

Fue el último mensaje que compartió con él esa noche.

Se recostó en su cama, abrazando su celular contra su pecho.

Ya podía verlo; su primera cita, su primer beso, caminando por la calle tomados de la mano, celebrando San Valentín, la boda… su primera vez…

Se sonrojó ferozmente al imaginar esa última parte, cubriendo su rostro con una almohada. Quizás estaba apresurando demasiado los hechos, pero no pudo dejar de imaginar.

Viviendo juntos, muy cariñosamente, viendo correr por toda la sala de estar a sus hijos, celebrando sus aniversarios…

Eso era lo que llamaban «destino».

Estaba segura que ese era el chico con el que ella estaba destinada a casarse y formar una familia y quería estar segura de que William también lo creía. Sin saber que un realista como él no creía en cosas tan absurdas y poco probables como lo eran esas tonterías del destino.

Pero ella era feliz imaginado. Después de todo, la fantasía es algo sumamente maravilloso. Es la única capaz de alejarte de la amargura que a veces trae la realidad consigo.

 

 

Un fuerte sonido le hizo a Dantalion despertarse y buscar el causante de esa molestia, encontrándose con el celular de William.

Al principio no entendió la situación, hasta que recordó que era martes, dos de mayo, y que el día anterior había sido su cumpleaños, recibiendo como regalo una salida con William. Por alguna razón que ya no recordaba, le había quitado el celular a William y había olvidado devolvérselo.

—¿Una alarma? —Dijo medio adormilado—. ¿Por qué William se levanta a esta hora? ¡Maníaco!

Descartó la alarma para continuar durmiendo, pero otro sonido le hizo maldecir y volvió a tomar el celular para ver qué se trataba esta vez.

—¿Otro mensaje de Bianca? —aún medio adormilado, abrió el mensaje, sintiéndose con derecho, y restregó sus ojos para leerlo bien.

«Buenos días, William. ¿Te encuentras bien? Estaba preocupada porque no me respondiste anoche. No es que estés obligado a responderme, pero me preocupó que te hubiera sucedido algo malo. Espero que estés bien.»

Dantalion volvió a borrar el mensaje, como la noche anterior, y bloqueó el celular para seguir durmiendo.

 

 

—¿William no se ha levantado? —preguntó Solomon al no encontrarlo en el comedor.

—No lo sé —respondió Kevin también extrañado—. No he ido a revisar.

—Iré a ver que todo esté bien.

Solomon se dirigió a la habitación de su hermano, encontrándolo tranquilamente dormido. Se acercó preocupado, colocando una mano sobre la frente contraria, pero su temperatura parecía estar bien.

—William… —susurró sacudiéndolo un poco—. William…

El menor abrió los ojos, encontrándose con su hermano mirándole muy de cerca.

—¿Solomon? ¿Qué ocurre? —preguntó adormilado.

—Te has quedado dormido. Se te hará tarde.

—¿Tarde? —Cerró los ojos otra vez y se acomodó aún más en la cama—. ¿Tarde para qué?

—Para ir al colegio.

—¿Colegio? —Susurró abrigándose de nuevo con las sábanas para seguir durmiendo, pero luego abrió los ojos y se enderezó de golpe—. ¡¿Qué hora es?!

—Las ocho —respondió Solomon mirando su celular.

—¡Demonios! ¡¿Por qué mi alarma no sonó?!

Se levantó dirigiéndose al baño bajo la sorprendida mirada de su hermano.

—¡Te esperaré en el comedor! —gritó Solomon al escuchar las gotas de la regadera.

—¡Está bien! —le respondió William apresurado.

 

 

Cuando finalmente estuvo listo, llegó al comedor encontrándose con Solomon ya desayunado. Sabiendo que no tenían tiempo, solo comió unos cuantos bocados y tomó a su hermano del brazo para arrastrarlo con él.

—Deberías comer más —le aconsejó Solomon, sin poder detener a su hermano.

—¡No hay tiempo!

Cuando finalmente estuvieron en las instalaciones de Stratford, William suspiró aliviado de llegar a buena hora. Se despidió de Solomon y fue directo a su aula correspondiente, sentándose en su asiento con los ojos cerrados.

Cuando sintió algo golpeando suavemente su frente, abrió sus orbes encontrándose con una mano extendiéndole su celular.

—Lo siento. Olvidé dejarlo en tu casa ayer —se disculpó Dantalion con una sonrisa.

—Entonces, tú eres el responsable de que me haya levantado tarde —regañó William, tomando su celular y prendiéndolo solo para descubrir que la batería estaba un poco más debajo de la mitad.

Unas cuantas venas resaltaron en su frente, mientras lo guardaba en uno de sus bolsillos.

—¿Por qué te levantas tan temprano? —preguntó el pelinegro sentándose a su lado.

—Porque sí. ¿Sabes que ni siquiera pude desayunar bien? —reclamó molesto.

—Lo lamento —se disculpó Dantalion sincero.

Ambos guardaron silencio por un rato, hasta que Dantalion habló de nuevo:

—Yo… quería agradecerte por lo de ayer.

—¿Por qué? ¿Por pagar tu consumo? —dijo sarcástico el rubio y molesto todavía.

Dantalion rio sentándose a su lado.

—Bueno, por eso también —cruzó los brazos en la mesa y recostó su cabeza en ellos—, pero principalmente por soportarme todo ese tiempo.

—La verdad es que tengo que soportarte prácticamente que todos los días, así que ya es más costumbre que placer.

—No seas así —rio Dantalion—. De verdad me la pasé muy bien contigo.

—Cualquiera se la pasa bien en una cita si es el otro quien paga —murmuró William lo suficientemente alto para que Dantalion escuchara.

—¿Cita?

—¡No estoy diciendo que lo de ayer fue una cita! —aclaró William rápidamente con un sonrojo en las mejillas.

Antes de que Dantalion pudiera responder, alguien los interrumpió:

—¡Hey, Will…! —Isaac se detuvo sorprendido de ver a Dantalion ahí sentado—. ¡Buenos días, Dantalion! —saludó más alegre de lo usual.

—Buenos días —devolvió el saludo algo extrañado por el tono de voz que usó Isaac.

—Ya lárgate a tu asiento —ordenó William cerrando los ojos con cansancio.

—¡Yo me puedo sentar en otro lado! —Dijo rápidamente Isaac—. ¡No tengo problemas al respecto!

William le miró enojado y asegurándole con la mirada que lo iba a matar en cuanto se le presentara la oportunidad.

—¡No te puedes quedar aquí! —Dijo dirigiéndose a Dantalion—. ¡Lárgate a tu asiento!

—Pero Isaac dijo que no había problema —respondió el pelinegro con un tono bastante infantil.

—¡Pero por mí sí hay problema! ¡Lárgate!

—Está bien —rio el pelinegro revolviendo un poco el cabello de William—. Hablamos más tarde —se levantó dirigiéndose a su escritorio con una sonrisa.

Isaac lo miró con reproche por dejar pasar esa oportunidad, pero rápidamente sonrió y se sentó a su lado.

—¡¿Cómo te fue ayer con Dantalion?! —preguntó en un susurro y bastante emocionado.

—No hablaré de eso contigo en el aula —advirtió William sin mirarlo a los ojos.

—¡¿Entonces sucedió algo entre ustedes?! —le brillaron los ojos al preguntar.

—Nada de lo que te estás imaginando —aseguró el rubio cortando las ilusiones de Isaac de raíz—. ¡Y ya deja de hablar de eso!

 

 

—Tú y Twining se están llevando muy bien —dijo Thomas Princeton, el compañero que se sentaba junto a Dantalion—. A pesar de que últimamente parecían querer extinguir la existencia del otro.

—Nos colocaron juntos en el mismo trabajo —respondió Dantalion con una sonrisa—. Acordamos llevarnos bien.

—Sí. Te envidio por haberte tocado el mejor de la clase. Con eso ya tienes la nota asegurada.

—Sí —rio Dantalion mirando cómo William hablaba con Isaac—. Está obsesionado con ser el mejor.

—Hablando de ello —dijo Thomas como perdiéndose en sus recuerdos—, ¿ocurrió algo entre ustedes para que comenzaran a llevarse mal? Recuerdo que ustedes mantenían una buena relación. A veces Twining sí te regañaba, pero se llevaban bastante bien. Hasta que, de un momento a otro, parecían enemigos mortales de toda la vida.

—¿Sabes? Yo también me lo he preguntado bastante —dijo Dantalion tras un suspiro—, pero yo también desconozco el motivo. Un día comenzó a ser insoportable y me vi obligado a alejarme de él por esa actitud suya.

—Tal vez le gustas y no tolera tenerte cerca por lo que sientes por su hermano —bromeó el chico, haciendo reír a Dantalion.

—No seas idiota, eso es imposible.

 

 

En el receso de la mañana, William estaba en el jardín trasero debajo de la sombra de un árbol. Mantenía los ojos cerrados, disfrutando de ese lugar tan silenciosamente agradable, hasta que fue arrebatada su paz por una voz que rellenó el lugar:

—Salgamos hoy de nuevo.

—Olvídalo —respondió William sin abrir los ojos.

—¡Vamos! —Se quejó Dantalion—. ¡Nos divertimos!

—¡ te divertiste! —contrarrestó el rubio aún sin abrir los ojos.

—Tú también. No finjas.

Dantalion se sentó a su lado sin decir nada más.

El rubio volvió a disfrutar de su tranquilidad, hasta que sintió algo sobre sus labios que le hizo abrir los ojos, dándose cuenta de que solo se trataba de un bocado de lo que parecía ser el almuerzo de Dantalion.

—Abre la boca —dijo el pelinegro.

—¿Por qué compartes tu comida conmigo? —preguntó el rubio sin aceptar el gesto del mayor, que aún no lo alejaba de su boca.

—Dijiste que por mi culpa no pudiste desayunar bien, ¿verdad? Déjame compensártelo.

—No, comeré en la hora del almuerzo —dijo intentando alejar aquel bocado de sus labios.

—¡A eso ni siquiera debería llamársele comida! —Se quejó Dantalion—. ¡Parecen desechos que no deberían ser ingeridos por humanos!

—¡No me importa si su sabor no te gusta! ¡Comeré en el comedor!

—No seas idiota y come. Está hecho por Baphomet y, sin duda, su comida es la mejor

—¡Eso no lo discuto, pero no te quitaré tu almuerzo!

—¡No te preocupes por mí! ¡Al menos yo sí desayuné bien y tú no!

—¡Dantalion!

—¡William!

Ambos quedaron en silencio. Parecía una guerra de terquedad que ningunos de los dos estaba dispuesto a perder.

—William… —susurró el pelinegro luego de un largo suspiro.

—Si acepto, luego dirás que te debo un favor, me obligarás a salir contigo y harás que yo pague por todo. No estoy de ánimo para pasar por eso de nuevo.

Dantalion sonrió suavizando sus expresiones. Acercó aún más el bocado a William y, como si estuviese tratando con un niño pequeño, dijo:

—¡Di «A»!

—¡¿Qué no escuchaste lo que acabo de decir?! —reclamó William.

—Sí, fuerte y claro. Ahora di «A».

—No molestes —musitó.

William cerró de nuevo los ojos, pero no pudo evitar reír al sentir la mano de Dantalion juguetear por su abdomen y luego callarse cuando el bocado, que tanto insistió el pelinegro en dárselo, entró a su boca.

—Ayer fue mi cumpleaños —dijo Dantalion en casi un susurro sin darle tiempo a William de reaccionar—. Yo nunca… lo he celebrado, por eso actuaba de ese modo. Supongo que estaba feliz de poder celebrarlo con alguien… contigo.

William apartó la mirada sonrojado y con su corazón bombeando con fuerza.

—«A» —le oyó decir a Dantalion mientras éste acercaba un nuevo bocado a su boca.

—Ya deja eso —volvió a quejarse el rubio—, te dije que comeré en el comedor.

—Y yo te dije que no quiero que comas esa comida —insistió Dantalion con más firmeza que antes.

—A mí no me importa lo que tú quieras. Dije que comeré en el comedor y eso haré. Además, ese es tu almuerzo. No voy a quitártelo.

—Come por lo menos la mitad.

Tanta insistencia de Dantalion arrancó un suspiro de William.

Era verdad que tenía hambre y seguir estancado en esa conversación solo iba a hacer que gastara la poca energía que le había proporcionado su escaso desayuno. Así que pensándolo bien, su mejor opción era acceder a la petición del más alto.

—Está bien —aceptó finalmente estirando la mano—, pero comeré yo solo.

—¡No! ¡Yo quiero dártela! —se quejó infantilmente Dantalion con un puchero.

—¡Por supuesto que no! —negó William inmediatamente—. ¡Cualquiera que nos mire pensará mal!

—¡A mí no me importa lo que piensen los demás!

—¡Pero a mí sí! ¡No quiero rumores circulando por Stratford que me involucren a mí y menos si también te involucran a ti!

Dantalion apartó la mirada con reproche e infló un poco las mejillas mientras le entregaba su almuerzo.

El rubio comió un poco menos de lo que Dantalion aprobaba.

—Ya es suficiente —dijo entregándole el almuerzo, sin mirarlo a la cara.

—¿No quieres un poco más? —preguntó Dantalion ante lo poco que había comido William.

—No, estoy bien así.

Dantalion alzó una ceja, pero decidió no insistir.

—Está bien —guardó al almuerzo, dirigiéndose de nuevo a William con entusiasmo—. ¿Sí saldremos hoy?

—¡No, y no pongas de excusa que me acabas de dar parte de tu comida!

—¡Vamos! —Insistió Dantalion, suplicándole con la mirada—. ¡Quiero llevarte a otro lugar!

—¿A otro lugar? —Dijo William con curiosidad—. ¿A dónde?

—Lo sabrás si vienes conmigo.

—Olvídalo. Puedo pasar el resto de mi vida sin esa información.

—¡Vamos! ¡Ven conmigo! —insistió de nuevo, sacudiéndolo levemente.

—¿Por qué no solo te reconcilias con Solomon y lo llevas a él?

—¿Y tener que aguantarme a su novio? ¡Olvídalo!

William apartó la mirada mordiendo su labio inferior.

Mientras más sabía que debía aclararle a Dantalion sobre el noviazgo falso de Solomon y el representante, más se lo callaba. Más era de él la atención de Dantalion… ya ésta no le pertenecía a su hermano Solomon.

Ya no.

—Te diré lo que te dije ayer —dijo Dantalion sacándolo de sus pensamientos—, te iré a buscar a las dieciséis y media. Si te resistes, te secuestro.

William lo observó con una ceja alzada y después llevó la mirada al cielo.

—No saldré contigo —dijo decidido.

El pelinegro solo lo observó con una sonrisa, recordando algo de repente.

—¡Oh, cierto! ¿Quieres algo para tu cumpleaños?

—¿Algo de ti? No, gracias.

—Vamos. Ayer salimos por mi cumpleaños. Quiero darte algo también. Pide lo que quieras.

—¿Lo que quiera?

—Mientras me sea posible y sea legal —añadió rápidamente Dantalion.

«Te quiero a ti», pensó William.

—Quiero un pastel hecho por Baphomet.

—Ah… claro. ¿Solo eso? ¿No quieres algo más?

—No, está bien con eso.

Dantalion sonrió y se recostó en las piernas de William, sin ser extrañamente apartado por el rubio. A pesar de haber dicho recién que alguien podía pensar mal de ellos dos y que eso era lo que menos quería.

—Bien. Le diré a Baphomet que para el seis de junio, prepare el mejor pastel que jamás haya hecho.

—Cúmplelo, porque si no es el mejor pastel que pruebe, te arrepentirás toda la vida.

—Está bien —rio Dantalion—, lo tendré en mente.

Ambos guardaron silencio después de eso. William llevó su mirada al cielo y Dantalion no la apartó del rostro del rubio, recordando el día anterior, hasta la noche; su encuentro con Solomon, y que estuvo a punto de besarlo.

En ese momento había mandado todo su autocontrol al demonio y no le había ni importado que Solomon ya estuviera en una relación. Nada le importó.

Pero por suerte algo le había detenido. No sabía exactamente qué había sido, pero no importaba.

«Es suficiente. Deja ya de aparecer en mis sueños. Es frustrante verte hasta cuando duermo. ¿No crees ya que es suficiente?»

De repente recordó las palabras de William la noche anterior y se olvidó por completo de Solomon.

¿William soñaba con él? ¿Y qué soñaba exactamente? Había pasado tantas cosas la noche anterior que se había olvidado del asunto.

—William —le llamó—, ¿yo he aparecido en tus sueños?

El rubio se sorprendió un poco, pero supo controlarse y actuar con naturalidad.

—Sí, a veces —respondió tranquilo y sin apartar la mirada del cielo—. No puedo controlar con quienes sueño y, por desgracia, tú has aparecido en ellos.

—¿Y qué has soñado conmigo? —preguntó interesado.

—Lo normal. Sueños que, mientras sueñas, son coherentes y carecen de sentido cuando despiertas.

—¡Oh! —Dijo lentamente con una burlesca sonrisa—. ¿Y alguno erótico?

Se enderezó levemente al sentir un fuerte golpe en su estómago, gimiendo de dolor.

—Comienzo a pensar que eres un tanto masoquista —dijo William sin apartar la mirada del cielo.

Dantalion rio, acomodándose de nuevo en las piernas de William.

«¿Alguno erótico? —pensó el rubio—. ¡Sí! ¡La mayoría de ellos!»

Entonces pensó en su hermano. Dantalion estaba enamorado de él y ese tipo de sueños seguro los había tenido.

—¿Tú has llegado a tener alguno con Solomon? —se atrevió a preguntar con un leve tono color rosa cubriendo sus mejillas.

—¿Algún sueño húmedo?

William asintió sin mirarlo a la cara.

—No, ni uno —guardó silencio por unos segundos, y luego sonrió—. ¿Y tú has tenido alguno?

William se sonrojó sin apartar la mirada de las nubes.

—¿A ti qué te importa? —fue lo único que atinó a decir.

Dantalion amplió su sonrisa entrecerrando los ojos.

—Tomaré eso como un «sí».

El rubio decidió no responder para que la conversación no continuara. Conociendo a Dantalion, sabía que lo molestaría solo con ese tema.

—Creo que estoy muy cerca.

Dantalion rompió el silencio llamando la atención de William, quien finalmente dejó de mirar el cielo para ver de qué estaba hablando su acompañante, y se sorprendió al encontrarlo mirando fijamente su entrepierna.

—No creo que exista la necesidad de «continuar bajando» porque ya estoy lo suficientemente abajo.

Las mejillas de William se tornaron rojas y su instinto asesino salió a la luz. Imaginando mil y una formas de asesinar a Dantalion y hacerlo parecer un suicidio.

¿Por qué el pelinegro insistía en recordar ese momento una y otra vez?

—¡Suficiente! ¡No pienso seguir soportándote! —se levantó y se retiró sin mirar atrás, con sus mejillas encendidas.

—¡William! ¡Espera! —gritó Dantalion, levantándose también para perseguirlo con una sonrisa.

William le ignoró completamente, pero tuvo que detenerse cuando el más alto lo sostuvo del brazo.

—¡Espera!

—¡¿Qué?! ¡¿Qué quieres?!

—Quiero estar contigo.

William se sonrojó ante las palabras de Dantalion y apartó la mirada. No pudo evitar entonces recordar las palabras de Isaac: «Toda la atención de Dantalion te pertenece».

Pero él era William Twining, no podía desfallecer por algo tan simple como la atención de Huber. Así de bajo no iba a caer.

—Pero yo no quiero estar contigo. No molestes —se quiso retirar, pero Dantalion lo abrazó por detrás, un poco más debajo de los hombros, sorprendiéndolo.

—Por favor… —suplicó el pelinegro—. Solo al estar a tu lado me olvido de todo.

Las piernas de William temblaban, tanto que se tuvo que recostar de Dantalion para no acabar en el suelo. Odiaba oír esas palabras, porque le hacían feliz… y esa felicidad dolía.

—Sé que no quieres ver a Solomon —murmuró William intentando conservar la calma—. Y sabes perfectamente que estando conmigo tienes más posibilidades de encontrártelo. ¿Por qué quieres tomar ese riesgo? ¿No sería mejor si te alejaras de mí?

—Lo sé, pero… —dudó—. La verdad, no lo sé. Solo sé que quiero estar a tu lado. Aun si eso implica encontrarme con Solomon.

La mirada de William se desvió y se encontró con su hermano a la distancia, mirándolos a ambos incrédulos.

Se suponía que la primera reacción de William sería empujar a Dantalion y fingir que nada sucedía, pero, en vez de eso, le sostuvo la mirada a Solomon, aferrando sus manos a las mangas del uniforme de Dantalion, arrugándolas en el acto.

La racionalidad dejó de existir en la mente de William y en ese momento solo podía pensar en Dantalion y nada más que en Dantalion. El resto del mundo no importaba en ese momento.

«Dantalion me pertenece —pensó William sin querer y sin apartar la mirada de su hermano—. Por una vez, su atención me pertenece a mí y no a ti. Por una vez, está tras de mí y no tras de ti. Por una vez… déjame ser feliz por una vez. No arregles la relación entre ustedes dos. Quédense como están. ¡No dejaré que me lo quites!»

—¿Qué tanto miras?

La pregunta trajo de vuelta a William, quien permaneció estático por unos momentos ante lo que había pensado.

Dantalion, por su parte, se apartó del abrazo para buscar lo que mantenía tan entretenido a William, pero, antes de poder hacerlo, su rostro fue obligado a girar hacia el otro lado con brusquedad.

—Ya vámonos de aquí —dijo el rubio sonando fatigado—. Estar parado cansa.

—Ah… está bien.

 

 

Ambos caminaban por los pasillos del colegio en total silencio. Como si los temas de conversación se hubieran acabado y ya no tenían nada más que decirse. Y William tampoco sentía ganas de conversar. Su mente estaba ocupada en otra cosa.

¿De verdad le había declarado la guerra a Solomon mentalmente? ¿En qué estaba pensando? Esa sería una guerra que jamás iba a ganar. Además, ¿por qué pensar de esa manera? Solomon era su hermano, compartían la misma sangre. Dantalion solo era su compañero de clases. No debía ser más importante que su familia. No más importante que Solomon.

—¿Sabes que es molesto que me sigas para todos lados? —se quejó el rubio después de un rato.

—Te dije que quiero estar contigo.

—Y yo te dije a ti que no quiero estar contigo. Bien te lo aclaré: no me importa lo que quieras tú.

Tras William finalizar sus palabras, observaron al equipo de básquet y al equipo de fútbol juntos, caminando en dirección contraria hacia ellos.

—¡Hey, mira, tus amigos de deportes! ¡Ve a divertirte con ellos! —empujó a Dantalion para que cayera en brazos de uno de los deportistas.

—¡Huber! ¿Qué te ocurre? —preguntó sorprendido el chico que atrapó a Dantalion.

—N-nada, yo… —quiso seguir a William, pero su compañero lo detuvo abrazándolo por los hombros.

—Ven, tú eras el único que nos faltaba para estar ambos clubes completos —y, en contra de la voluntad de Dantalion, lo arrastró con ellos.

Dantalion llevó su mirada a William que se alejaba y suspiró. Ya lo encontraría en la hora del almuerzo.

 

 

—Oigan —llamó Dantalion a sus compañeros después de haberse sentado—. ¿Alguno de ustedes fue a un restaurante ayer?

—¿Un restaurante? —dijo uno de ellos extrañado—. No, cariño, yo desayuno, meriendo y ceno en mi casita. Almuerzo aquí.

—¿Y los demás? —continuó cuestionando Dantalion, recibiendo una negación simultánea—. ¿Seguros?

—Creo que recordaría haber comido ayer en un restaurante —respondió otro compañero mirando a Dantalion con burla. A menos que… —hizo una pausa dramática— tenga una doble personalidad.

Los chistes entre los chicos continuaron, mientras Dantalion fruncía la boca, pensativo.

Si William había afirmado que el idiota que le gusta estaba en los clubes de fútbol y básquet, pero todos afirmaron no haber comido en ningún restaurante el día anterior, entonces solo podía significar dos cosas: que el idiota que le gusta a William no estaba en ningunos de esos clubes o que nunca estuvo realmente en aquel restaurante y solo lo dijo para molestarlo.

De un modo u otro, William le había mentido.

 

 

Cuando llegó la hora del almuerzo y los estudiantes salían de sus aulas hambrientos, Dantalion alcanzó a William antes de que se marchara.

—¿Ahora qué quieres? —se quejó el rubio cuando el otro lo detuvo por el brazo.

—Ven conmigo —fue lo único que dijo, arrastrando a William junto con él.

El rubio volteó a ver a Isaac, quien solo se despedía de él con una gran sonrisa, agitando su mano.

«Idiota», pensó el rubio mirando enojado a quien se suponía que era su mejor amigo.

Dantalion lo arrastró con él hasta debajo del mismo árbol y abrió lo que le quedaba de almuerzo.

—Comamos —dijo el pelinegro con una gran sonrisa.

—Claro que no. Comeré en el comedor.

—No, comerás conmigo.

—No molestes —quiso levantarse, pero Dantalion lo detuvo.

El pelinegro lo abrazó por detrás, inmovilizando todos sus movimientos, quedando William con la espalda recostada en el pecho de Dantalion.

—¡S-suéltame!

—Abre la boca —ordenó Dantalion acercándole un bocado a la boca.

—¡No! —se negó obstinado, apretando los labios con fuerza.

—Te haré cosquillas para que abras y sabes que soy capaz, porque ya lo hice antes —advirtió Dantalion con una juguetona sonrisa.

Intentó zafarse, pero Dantalion tenía demasiada fuerza y William… él no tenía nada de fuerza. Así que era un perder-perder para él.

Al ver que era inútil, soltó un suspiró y finalmente cedió.

—Comeré, pero solo si me sueltas y me dejas comer a mí.

—¿No saldrás corriendo cuando lo haga? —preguntó Dantalion desconfiado.

—No, Huber. No huiré, lo prometo. Solo suéltame —aseguró William con la voz fatigada.

Dantalion dudó un momento y poco a poco fue soltando su agarre.

William se alejó un poco para sentarse a su lado y estiró la mano pidiendo el almuerzo. Dantalion se lo dio sin chistar.

No fue mucho lo que comió William, pero para el pelinegro fue más que suficiente.

Al terminar, Dantalion recordó la conversación con sus compañeros en los clubes y pensó que ese era el mejor momento de encarar a William.

—¿Sabes? Eres un mentiroso.

—¿Disculpa? —preguntó William alzando una ceja.

—Le pregunté a los chicos si alguno de ellos estuvo en un restaurante ayer y todos lo negaron. Así que me mentiste diciendo que el idiota que te gusta formaba parte de esos clubes o me mentiste diciendo que estaba en ese restaurante.

William torció los ojos y suspiró con cansancio. Quizás debía dejar pasar el tema y dejar que su acompañante creyera lo que quisiera, pero la idiotez de Dantalion lo enfermaba.

—En ningún momento te mentí —aseguró el rubio—. El idiota que me gusta pertenece a esos dos clubes y se encontraba ayer en ese restaurante.

—¡No mientas! ¡Le pregunté a todos y todos dijeron que no! Además, no reconocí a nadie en ese lugar.

—A ver, Huber —dijo William con toda la calma posible y mirándolo directamente a los ojos—. Usa tus neuronas aunque sea una sola vez en tu vida; piénsalo bien: ¿de verdad no había nadie en ese restaurante que pertenezca a los clubes que tú perteneces?

—No, nadie. Te lo dije, no reconocí a ninguno y los muchachos lo negaron.

—Te estoy diciendo que lo pienses bien: ¿no había absolutamente nadie en ese lugar que pertenezca a los dos clubes que perteneces?

—¡Ya te dije que no!

William le miró fijamente por unos segundos. Sabía que Dantalion no pillaría la indirecta. Nunca pillaba nada.

—¿El doctor te dejó caer cuando naciste? —preguntó intentando hallar una explicación lógica a la idiotez de Dantalion.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que me gusta tener fe en las neuronas de los demás, pero con las tuyas es imposible —se levantó y comenzó su andar—. Ya terminará la hora del almuerzo.

—¡Hey! ¡Espera! —gritó Dantalion para comenzar a seguirlo.

 

 

Cuando las clases finalizaron y William se hallaba en el auto junto a su hermano, dirigiéndose a la mansión, todo se encontraba en silencio. Fue la voz de Solomon quien lo desvaneció.

—¿A dónde fueron Dantalion y tú ayer? —preguntó interesado.

—Ah… —murmuró William saliendo de sus pensamientos—, no hicimos mucho. Solo comimos y caminamos.

Luego de unos segundos de silencio, William mordió su labio y miró a su hermano de reojo.

—Me esperaste, ¿no es así? —le preguntó.

—Sí, lo hice. Estaba muy preocupado por ti. Dantalion te trajo en sus brazos muy tarde. Creí que te había ocurrido algo, pero de inmediato me percaté que solo estabas dormido.

—Lo lamento —se disculpó William apenado—. Te hubiera avisado si Dantalion no me hubiera quitado el celular.

—Está bien —sonrió Solomon—. Yo no estaba tan preocupado como Uriel.

William sonrió ante la costumbre de Solomon de llamar a su mayordomo Kevin por su segundo nombre.

«Uriel, fuego de Dios» o «Dios es mi luz». A Solomon, desde muy pequeño le gustó, y siempre lo llamó así. William prefería solo «Kevin».

—¿Por qué no estabas tan preocupado? —preguntó después de un rato con una juguetona sonrisa y una ceja alzada.

—Yo sabía que con Dantalion no te ocurriría nada. Él te protegería y no te haría daño.

—¿Tanta confianza le tienes? ¿Cómo estás tan seguro?

—Porque eres mi hermano.

William entrecerró los ojos.

Solomon tenía razón. William era su hermano y Dantalion lo cuidaría a toda costa solo por ese motivo.

—¿Y sobre que Dantalion entró por el balcón a dormir contigo…? —preguntó Solomon sacando a William de nuevo de sus pensamientos.

—¡Fue solo a dormir! —aclaró rápidamente—. Dijo que estaba sufriendo de insomnio y tiene en mente que mi cama es súper cómoda y que eso lo ayuda a dormir. Así que se le ocurrió la maravillosa idea de irrumpir la santa tranquilidad de mi habitación.

Solomon le miró por unos cuantos segundos y sonrió.

—Recuerdo que te molestaba la sola idea de hacer un trabajo con él —dijo mirando fijamente por la ventana—, y ahora se llevan bastante bien.

—Solo mientras dura el trabajo —aseguró William con su vista también en la ventana y deseando que ese dichoso trabajo terminara pronto.

 

 

Al llegar a la mansión, William fue el primero en bajar, siendo recibido con una sonrisa gentil por su mayordomo cuando entró a su hogar. Fue inmediatamente a la cocina para beber un vaso con agua, mientras Solomon seguía de largo a su habitación.

Él también iría a su alcoba y se olvidaría del mundo, pero algo llegó de repente a su mente:

«Salgamos hoy de nuevo.»

No quería seguir soportando a Dantalion por el resto del día, así que se dirigió a su mayordomo:

—Kevin, si «el idiota cabeza de chorlito» viene, no lo dejes entrar.

El hombre sonrió y se inclinó un poco en señal de respeto.

—Como ordene.

William se encerró cómodamente en su habitación conectando su celular al cargador para proceder a hacer los deberes. Cuando los finalizó, se sentó a leer un libro, olvidándose por completo de ese día que le había resultado uno de los más agotadores de todos.

Su concentración era tanta, que casi se cae de la silla cuando alguien tocó su hombro.

Se giró para ver quién era el culpable, encontrándose con quien menos esperaba.

—¡¿Dantalion?! —dijo sorprendido—. ¡¿Qué haces aquí?!

—¡Vine a secuestrarte!

—¡¿Y cómo entraste?! —preguntó enojado—. ¡Le aclaré a Kevin que no te dejara entrar!

—No te enfades con tu mayordomo —dijo Dantalion con una sonrisa—. Él hizo bien su trabajo. Cerró la puerta en toda mi cara. Por eso escalé por el balcón.

—Debo recordar cerrar esa cosa con llave —murmuró mirando fijamente el balcón.

—Bien, vámonos —dijo Dantalion con una sonrisa.

—Te dije que no.

William volvió a su lectura para ignorar a Dantalion, pero éste le arrebató el libro y lo cargó en vilo.

—¡¿Q-qué crees que haces?!

—Creo habértelo dicho ya; te estoy secuestrando —respondió Dantalion sin borrar su sonrisa—. ¿Creíste que estaba jugando?

—¿Y tú crees que Kevin te dejará que me lleves?

—¿Cuándo dije que saldremos por la puerta?

Dantalion acomodó más a William en sus brazos y fue directo al balcón.

—¡E-espera! ¡¿Qué pretendes hacer?! —se alteró el rubio, aferrándose fuertemente al cuello de Dantalion.

—Saltaré desde aquí —respondió tranquilamente, colocando un pie sobre la balaustrada.

—¡No! ¡Bájame! —se asustó William, intentando zafarse de los brazos de Dantalion.

No podía estar hablando en serio, ¿verdad?

—No te muevas. Un paso en falso y resultaremos gravemente heridos —advirtió Dantalion mirando hacia abajo, totalmente decidido a saltar.

—¡Ya bájame! —insistió William aterrado.

—¡Sostente fuerte! —avisó acomodándolo más en sus brazos e inclinándose para saltar.

—¡Iré, iré! —gritó William deteniendo todos los movimientos de Dantalion y completamente aferrado al cuello de éste—. ¡Solo no cometas una locura!

—¡Vaya…! —susurró el pelinegro sorprendido—. Yo realmente tenía intenciones de saltar. No sabía que cambiarías de opinión de esa forma.

»Pero, aunque no era lo que esperaba, estoy bastante satisfecho con el resultado.

Dantalion entró de nuevo a la habitación y bajó a William, quien estaba totalmente pálido.

—¡¿Me quieres matar de un infarto?! —regañó el rubio, ganándose una sonrisa inocente de Dantalion.

—He saltado de alturas mucho peores; no te hubiera pasado nada —aseguró revolviéndole el cabello.

William abrió los ojos levemente sorprendido. Había sentido algo familiar en aquellas palabras, pero no lograba recordar exactamente qué.

—¿Ya podemos irnos? —preguntó Dantalion sacándolo de sus pensamientos.

—Ah… espera a que me arregle.

—¿Por qué, si estás perfecto?

William se sonrojó ante esas palabras. No todos los días oía al idiota que le gustaba decir que estaba «perfecto».

—¡No saldré en estas fachas! ¡Espérame aquí! —tomó una muda de ropa y entró al baño.

No sabía si estar enojado o sentirse feliz. Después de todo, la atención de Dantalion seguía siendo suya. Quizás debía disfrutarla mientras durara.

—Idiota —murmuró.

Cuando salió del baño, el pelinegro estaba frente a uno de los estantes, curioseando los títulos de los libros, pero volteó a verlo cuando escuchó la puerta abrirse.

—¿Estás listo? —preguntó con una sonrisa.

—Eres molesto —fue la única respuesta de William antes de salir de la habitación, seguido de Dantalion.

Para Dantalion, la cara del mayordomo era de fotografía; una mezcla entre asombro, enojo y shock.

—¡¿Cómo es qué…?! —Pronunció a medias el hombre sin terminar de creérselo—. ¡¿Qué haces aquí?!

—Entró por el balcón —explicó William al pasar por el lado de su sirviente—. Saldré con Dantalion nuevamente. No te preocupes.

William volteó a ver a Dantalion con expresión fatigada.

—Camina —fue lo último que dijo antes de salir de la mansión.

Dantalion le sonrió victorioso a Kevin y se retiró siguiendo a William, sin borrar esa expresión burlona.

—Amo William… —susurró Kevin con preocupación.

 

 

—¿Y bien? ¿A dónde iremos? —preguntó William desinteresado.

—Aún es muy temprano; hay que esperar a que llegue la noche.

—¡¿La noche?! —se sorprendió el rubio—. ¡Olvídalo! ¡No puedo estar fuera hasta tarde otra vez!

Se dio la media vuelta para regresar a su casa, pero Dantalion lo detuvo rápidamente por el brazo.

—Tranquilízate. Si se hace muy tarde, puedo llevarte en brazos como la última vez. No me molestaría.

—Claro que no —se negó inmediatamente girando el rostro con brusquedad—. ¿Y a dónde se supone que iremos cuando llegue la noche?

—A un hotel, ¿a dónde más? —Respondió Dantalion con naturalidad—. No me harás desperdiciar la lencería que comp…

No pudo terminar la frase al recibir un fuerte codazo en una de sus costillas. Para ser alguien que no se ejercitaba, William sabía golpear bastante fuerte.

—Solo bromeaba… —murmuró aguantando el aire.

—Y yo te hablo muy en serio; mantén tus pensamientos enfermos alejados de mí, pervertido.

—¿Pervertido yo? —Dijo Dantalion recuperándose del golpe—. Eres tú el que se masturba minutos antes de que yo llegue.

Muchas personas alrededor voltearon a verlos por un segundo, sonrojando a William.

—¡Primero, yo no estaba haciendo eso! ¡Y segundo, no digas esas cosas en público!

—¿Por qué no? —murmuró Dantalion abrazándolo por detrás, por encima de los hombros, con una sonrisa pícara—. Todos los hombres lo hacemos; no tienes por qué avergonzarte.

William sintió un escalofríos de los pies a la cabeza al sentir el aliento de Dantalion chocar contra su oreja. Y fueron las curiosas miradas de los demás lo que lo trajo de vuelta a la realidad.

Dio un nuevo golpe con el codo a las costillas de Dantalion, logrando que éste lo soltara y se hincara de dolor.

—Esto afirma mi teoría de que eres masoquista —dijo William dejando a Dantalion atrás.

El pelinegro se recuperó rápidamente y trotó hasta alcanzar a William, abrazándolo de nuevo por la espalda y recostando su mentón en el hombro.

—Y tú eres un poco delicado, ¿no? —Se defendió Dantalion—. Mira que avergonzarte por algo tan natural.

—No me importa si es o no natural. No tienes por qué decir esas cosas en público.

Dantalion guardó silencio observándolo de reojo con una burlesca sonrisa. Suspiró mirando luego el cielo.

—Yo lo hago todos los días en la bañera… y antes de irme a dormir.

William se sonrojó inmediatamente ante las imágenes que llegaron a su mente. Odiaba esa manera tan brusca y poco delicada de hablar de Dantalion.

—¡No me interesa saber lo que tú hagas con tu intimidad! —aclaró William, totalmente sonrojado.

—Puritano —murmuró Dantalion con una sonrisa de medio lado.

En ese momento, William no podía pensar claramente. No con esos fuertes brazos rodeándolo.

—¿Ya puedes soltarme? —preguntó algo incómodo por tanta cercanía, pero mucho más incómodo por las miradas de los viandantes.

—¡Nah! —fue lo que respondió Dantalion abrazándolo con más fuerza.

El rubio intentó no pensar en lo vergonzoso que era aquello. Su corazón latía descontrolado y era imposible pensar en algo que no fuera lo bien que se sentía estar entre los cálidos brazos del pelinegro.

Sabía que no tenía la fuerza para soltarse y el cuerpo de Dantalion estaba tan pegado al suyo que no podía darle un nuevo codazo para que se apartara. Así que comenzó a retorcerse hasta que Dantalion finalmente cedió aflojando en agarre, a lo que William finalmente pudo liberarse.

—Hace mucho calor —murmuró sacudiéndose la ropa, como quitándose residuos del abrazo.

—¿Tan caliente te pongo? —bromeó Dantalion inclinándose a la altura del rubio.

—Ya quisieras.

Dantalion rio enderezándose, mientras el silencio los rodeaba a ambos. A Dantalion parecía no importarle, pero para William era un tanto incómodo no tener un tema de conversación. Intentaba pensar en alguno, pero su mente estaba completamente en blanco.

—Dantalion… —mencionó quedamente—. ¿Exactamente cómo te enamoraste de Solomon?

No quería entablar una conversación que se tratara de su hermano, y menos cuando le había declarado la guerra mentalmente, pero no se le ocurrió nada más.

Dantalion alzó una ceja y le miró con la cabeza ladeada.

—¿No te conté la historia de cómo nos conocimos? —preguntó.

—Sí, pero no cómo te enamoraste de él. ¿O intentas decirme que fue amor a primera vista? Porque eso no existe.

—Claro que existe —defendió Dantalion rápidamente—. Es decir, no me enamoré de él a primera vista… pero sí «al primer abrazo».

—Lo que quieres decir —dijo William pausadamente, como intentando entender a Dantalion— es que quince minutos después de conocerlo, ya estabas enamorado de él.

—Así es.

—¿Sí sabes que nadie puede enamorarse así de rápido verdad?

—¿Intentas persuadirme de que no estoy enamorado de él?

William guardó silencio. Ni él se había dado cuenta de sus intenciones con esa conversación. Quizás sí estaba intentando persuadir a Dantalion de manera inconsciente… y quizás podía lograrlo.

—Solo digo que puede existir atracción física a primera vista —dijo finalmente—, pero enamorarte de alguien que no conoces, no es posible. Y aclaraste que no te gustaba Solomon por su físico.

»A ti solo te gustó su trato y te obsesionaste tanto con él, que terminaste creyendo que él era así solo contigo sin pararte a pensar cómo él trataba a los demás. Solo confundiste amabilidad con afecto. Después de todo, a mí me tomó un año entero enamorarme de t… —se detuvo abruptamente ante lo que estuvo a punto de decir—, del idiota que me gusta —corrigió.

—Aun si es así —dijo Dantalion—, él me ha seguido gustado. No fue una obsesión pasajera y siento mi corazón latir fuertemente cada vez que pienso en él.

William sintió la sangre hervir y suspiró fuertemente para calmarse. No iba a caer en esos celos estúpidos.

—Piensa con lógica, Huber. Conociste a Solomon y te gustó su modo de tratarte.

»Enamorarte de alguien que recién conociste no es algo real, por lo que es imposible que te hayas enamorado de él tan rápido. Sin embargo, las mentiras pueden parecer verdad cuando las personas se convencen de que lo son, así que tú te convenciste tanto de que te enamoraste de él que te lo terminaste creyendo.

—¿Intentas decir que sabes lo que siento? —preguntó el pelinegro sonando un poco enojado al respecto.

—¿Solomon es tu primer amor?

—Lo es —afirmó Dantalion rápidamente.

—Ahí lo tienes. Nunca te has enamorado y por eso no sabes lo que es.

Dantalion abrió los ojos indignado. William hablaba como si fuera un experto en el tema y el pelinegro estaba seguro que no era así.

—Estoy seguro que es la primera vez que tú también te enamoras —murmuró entre dientes y molesto por la actitud del más pequeño.

—Lo es —afirmó William mirando hacia el frente con tranquilidad.

—Entonces ¿cómo sabes que estás enamorado?

—Porque no dejo de pensar en él.

Dantalion cerró los labios y no supo qué decir al respecto.

—No importa con quién esté yo —prosiguió William—, siempre estoy pensando en ese idiota. Tú, por el contrario, afirmas que cuando estás conmigo, te olvidas de Solomon, aun cuando somos gemelos y, por ende, debería ser yo quien más te lo recuerde, ¿no es verdad? —preguntó mirando a Dantalion un tanto burlista.

—S-sí, pero…

—Entonces —interrumpió William— ¿puedes asegurar estar enamorado de alguien a quien puedes olvidar tan fácilmente?

Dantalion abrió la boca para defenderse, pero no supo qué responder. Lo que decía William tenía sentido, no podía negarlo.

—Pero en fin —dijo el rubio sacándolo de sus pensamientos—, yo solo estoy diciendo la lógica de los hechos. También es posible que te hayas enamorado de él durante todo el tiempo que han estado juntos. Así que si dices que realmente lo amas, yo no soy quien para cuestionarte.

El andar de Dantalion se redujo tanto que William adelantó el paso sin darse cuenta.

«Yo… yo lo amo —pensaba Dantalion—. Mis sentimientos son reales.»

«¿Seguro?»

Dantalion volvió a la realidad, mirando a su alrededor para asegurarse de que William había dicho algo, pero era imposible; éste ya estaba algo lejos.

—¡William, espérame! —trotó hasta llegar a él—. No te adelantes así.

—¿Dijiste algo? —preguntó William al volver a la realidad.

—¿En qué piensas? —preguntó Dantalion curioso.

—En cuando nos conocimos —respondió el rubio, perdiéndose de nuevo en sus recuerdos—. La primera vez que te vi, me pareciste…

—¿Joven y atractivo? —preguntó burlón el pelinegro.

—¡No, imbécil! Me pareciste familiar, como si ya te hubiera visto antes…

—¿De verdad? —dijo Dantalion extrañado—. La verdad, yo no te recuerdo antes de verte en Stratford.

—Y no solo esa vez al conocernos —aclaró William pensativo—; cuando me salvaste del estante también y, ahora que recuerdo, cuando me sorprendiste esa vez que casi caigo por las escaleras también sentí estar en una situación similar. Y hoy también, cuando me bajaste luego de intentar saltar por el balcón.

—¿En serio? —preguntó Dantalion sorprendido—. Yo no recuerdo nada. Quizás me estés confundiendo con alguien más.

—Tal vez.

William soltó un profundo suspiro y alborotó su cabello con sus dedos para despejar su mente. Miró a su alrededor y notó que parecían caminar sin rumbo alguno.

—¿Se puede saber a dónde vamos? —preguntó.

—No lo sé. Yo te estoy siguiendo a ti.

—¿Cómo que me estás siguiendo a mí? ¡Yo te estoy siguiendo a ti!

—Entonces sigamos siguiéndonos para ver dónde nos depara el destino.

William le miró fastidiado y bufó por lo bajo.

Dantalion llevó su mirada a un pequeño puesto de bebidas y sintió antojos de tomar una.

—Compremos unas bebidas —propuso—, ya me está dando sed.

—¡No! —se negó firmemente el rubio, pretendiendo continuar su andar.

—Está bien —le detuvo Dantalion—. Esta vez yo pago las bebidas. Espérame aquí.

Dantalion lo sentó en una banca y se retiró.

William, una vez solo, suspiró. Se sentía fatigado. Fatigado de sentir todo eso, de no poder controlarlo, de que las cosas hubieran tomado ese rumbo.

No se suponía que así debía ser ese estúpido trabajo. Solo era eso, un trabajo. ¿Cómo es que ahora estaba así con Dantalion? Y no quería retroceder en sus recuerdos para averiguarlo; sentía fatiga hasta para eso.

—Oye…

William salió de sus pensamientos y llevó la mirada a quién habló, encontrándose con cuatro chicas alrededor de él, con demasiados atributos que no parecían muy interesadas en cubrir como era debido.

—¿Q-qué ocurre? —pregunto todavía un tanto ido.

—¿Nos presentarías a tu amigo? —pidió una de ellas mordiendo su labio inferior.

—¿Mi… amigo? —preguntó confundido.

—El chico alto con el que llegaste —aclaró otra sonando emocionada.

—¿El chico alto?

A William le tomó un momento regresar por completo a la realidad y darse cuenta de qué estaban hablando.

—¡Él y yo no somos amigos! —aclaró apartando la mirada.

—Bueno, a tu hermano o lo que sea. Preséntanoslo —dijo la primera chica animando a William a que accediera.

El rubio enarcó una ceja y las observó a las cuatro bastante molesto. ¿Qué es lo que pretendían? ¿Llevarse a Dantalion a la cama y hacer una especie de orgía con él?

—Tampoco es mi hermano.

—Sea lo que sea tuyo. Primo, qué sé yo —dijo otra de ellas impaciente.

—No es nada de eso —aclaró de nuevo William con la mirada desviada.

Odiaba que Dantalion fuera tan atractivo que atrajera la mirada de cada chica por la cual se le cruzara por el medio. Era irritante.

—Entonces ¿qué son? —Cuestionó la chica cruzándose de brazos—. ¿Son cuñados? ¿Es el novio o prometido de tu hermana?

—No —volvió a responder cortante el rubio.

Tenía ganas de alejarlas de él. No quería seguir oyendo sus irritantes voces. Quería que se fueran, que se largaran, que dejaran de molestar. No las soportaba.

«¡Somos novios!», es lo que le hubiera gustado gritar. Pero su orgullo no se lo iba a permitir.

—Entonces ¿qué son? —siguió cuestionando la chica, agotándole poco a poco la poca paciencia que tenía William.

Estaba a punto de estallar.

 

 

Dantalion había dejado a William en el banco sentado y se alejó para comprar las bebidas. Mientras otros clientes eran atendidos, Dantalion llevó su mirada hacia William y lo vio perdido en sus pensamientos. Se veía tan adorable cuando no tenía esa cara de odiar a cada habitante sobre la Tierra.

No supo exactamente qué lo impulsó, pero sacó su celular y tomó una fotografía del rubio. La observó con una sonrisa y se dirigió al vendedor que ya lo estaba llamando.

Una vez compradas las bebidas, observó a cuatro chicas rodeando a William. No sabía de qué estaban hablando, pero le desagradaba la imagen que presenciaba en ese momento.

Se acercó a paso apresurado y se detuvo detrás de las chicas, aunque éstas no se habían percatado de su presencia.

—¿Nos presentarías a tu amigo?

Dantalion alzó una ceja ante semejante petición. No era la primera vez que una chica intentaba acercarse a él con dobles intenciones.

—¿Mi… amigo? —le escuchó decir a William.

—El chico alto con el que llegaste.

—¿El chico alto? —William hizo una pequeña pausa y luego habló como cayendo en cuenta—. ¡Él y yo no somos amigos!

Dantalion sintió cierto dolor en su pecho al oír eso. Pero era natural que William no lo considerara como tal. Era William, después de todo.

—Bueno, a tu hermano o lo que sea. Preséntanoslo.

—Tampoco es mi hermano.

—Sea lo que sea tuyo. Primo, qué sé yo.

—No es nada de eso.

—Entonces ¿qué son? ¿Son cuñados? ¿Es el novio o prometido de tu hermana?

—No.

Dantalion pudo oír cómo William ya estaba agotado. Y lo comprendía, estar rodeado de semejantes molestias debía ser frustrante.

—Entonces ¿qué son?

—Somos amantes —dijo Dantalion sin siquiera pensar en lo que estaba diciendo.

William había quedado mudo al oír su voz diciendo aquello. No lo podía ver, porque las chicas le obstruían la vista, pero solo oírlo decir semejante frase, fue suficiente para acelerar su corazón.

Las chicas se apartaron para voltear a ver a Dantalion, sorprendidas. El pelinegro les sonrió y se acercó a William, sentándose a su lado.

—Tu bebida, cariño~ —le dijo dulcemente al rubio.

William no podía decir absolutamente nada. Su voz no quería reaccionar. Así que solo tomó el jugo con un fuerte sonrojo que se pronunció todavía más al recibir un beso en la mejilla de parte de su supuesto novio.

—Mientes —aseguró una de ellas.

—¿No me crees? —preguntó Dantalion con la cabeza ladeada.

—No —respondió con firmeza—. Si quieres que te crea, bésense en los labios.

William tragó un poco de saliva ante tal petición.

—Bueno —dijo Dantalion tras un suspiro—. Primero, a mi chico no le gusta que nos besemos en público y segundo, no veo motivo para estar demostrándole nada a nadie —llevó el sorbete a su boca para succionar un poco de su bebida mirando fijamente a la chica.

—¿Es eso? ¿O solo son excusas?

—¿Excusas de qué? —preguntó Dantalion confundido—. Aun si fuera mentira, ¿crees que accederé a salir con ustedes? Honestamente, para rechazarlas no necesito inventar una historia así. Solo tengo que decirles «no» y ya estuvo.

William lo observó de reojo.

Si ese era el caso, ¿por qué se molestaba tanto en inventar esa historia? Pero la verdad, ni el mismo Dantalion lo sabía.

—Mi chico y yo salimos a caminar un rato —prosiguió el pelinegro—. Solo queremos un poco de privacidad y le agradeceríamos que nos la dieran. Es un poco molesto no poder estar a solas con él en una cita.

De algo estaba seguro William, mataría a Dantalion al acabar toda aquella tontería.

—Por supuesto —dijo la chica con una sonrisa—, nos iremos si se besan —aumentó más la curva de sus labios — con lengua.

William se sonrojó todavía más y apartó la mirada. Aquello ya se estaba tornando ridículo.

Dantalion, por el contrario, solo suspiró con cansancio.

—Es por este motivo que no soporto a las mujeres —murmuró—. Escuchen, si mi chico se enoja conmigo, tengan claro que es culpa de ustedes.

William abrió los ojos y miró a Dantalion sorprendido, pero no le dio tiempo de reaccionar cuando el pelinegro lo tomó de la barbilla y unió sus bocas, moviendo sus labios sobre los del rubio para que éste lo imitara y tener una oportunidad para introducir su lengua, pero William parecía no querer colaborar.

Dantalion dejó su bebida sobre la banca, tomó fuertemente a su acompañante de las caderas y lo atrajo un poco más hacia él.

William reaccionó y colocó la mano que no sostenía la bebida sobre el hombro de Dantalion con la intención de empujarlo y separarlo de él, pero no pudo proceder en su cometido. Los labios del más alto se sentían tan bien sobre los suyos que no podía hacer ningún movimiento brusco para alejarlo.

Poco a poco cerró los ojos y rodeó el cuello de Dantalion con el brazo y dejando, finalmente, que aquella intrusa saboreara el interior de su boca, intentando él imitarla.

Las chicas fruncieron la boca en una mueca de decepción y asco. ¡Era increíble que semejante hombre estuviera «torcido»!

—Vámonos chicas —dijo una de ellas, recorriendo una última vez a Dantalion con la mirada—. ¡Qué desperdicio!

Dantalion y William procedían sin saber qué ya las chicas no estaban presentes. Al rubio no se le cruzaba por la cabeza que habían muchos ojos mirando; solo se dedicaba a disfrutar del beso como si el resto de la humanidad no existiera. Sus lenguas rozaban la otra en una danza entre rápida y lenta, olvidándose de absolutamente todo.

Una de las manos de Dantalion se entrelazó con los cabellos de William, posándola sobre su nuca, mientras la otra se mantuvo en su cadera, deslizándose luego por el muslo del rubio, acariciando la pierna hasta la rodilla y regresando a las caderas con el mismo proceso. Repitiéndolo como un ciclo.

La mano de William fue la más traviesa; recorrió un camino hasta los abdominales, pasando por todo el pecho. Incluso se atrevió a introducir una mano por debajo de la camisa, acariciando el abdomen de Dantalion con las puntas de sus dedos, llegando luego a su espalda y rasguñándola un poco, sacando un pequeño gruñido del pelinegro.

La falta de aire no era problema para ninguno. Cada uno tomaba una bocanada de oxígeno cuando se le presentaba la oportunidad.

El beso fue volviéndose cada vez menos intenso. Sus lenguas dejaron de participar y sus labios le daban besos cortos a los del otro, hasta que se separaron unos pocos centímetros, mirándose fijamente a los ojos.

William fue el primero en reaccionar.

—Ya vámonos —se levantó de la banca con toda su elegancia y tratando de fingir que nada había ocurrido—. Ya hemos hecho un buen show aquí.

Comenzó a caminar sin mirar a Dantalion y dejándolo atrás.

—¡Espérame! —tomó su bebida y trotó hasta alcanzar a William.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó el rubio con la mirada desviada.

Dantalion bebía entusiasmado su cóctel. Pero, al escuchar la pregunta de William, soltó el sorberte y miró a su acompañante de reojo y después miró hacia el frente, pensativo.

—Para que se fueran. Creí que diciéndoles que éramos amantes bastaría, pero como exigieron pruebas, siento que no tuve otra opción.

—Pudimos irnos y dejarlas atrás. No hacía falta demasiada exhibición.

—La verdad, no se me había ocurrido.

William lo observó de reojo con reproche y succionó un poco su sorbete, deteniéndose abruptamente al divisar unas escaleras un poco altas.

—¿Qué ocurre? —preguntó Dantalion llevando su mirada a donde William estaba observando—. ¿Qué hay ahí?

—Ese lugar… —musitó William sonando entre ido y sorprendido—. Dantalion… creo recordar dónde te he visto antes…

 

 

Era el año 2014. Un día sábado, diecinueve de julio, Solomon decidió aprovechar el comienzo de las vacaciones queriendo salir a pasear y arrastrando a William con él.

El menor de los dos ya se encontraba agotado de tanto caminar, al contrario de su gemelo.

Cuando una de las trenzas de sus zapatos se desató, William se arrodilló para volverla a atar, solo para descubrir, al enderezarse, que su hermano había desaparecido del rango de su visión.

—¿Solomon? —alzó un poco la voz, pero fue en vano.

Suspiró con cansancio y comenzó a caminar para ver si daba con él, pero no fue así.

—¿Dónde se metió? —preguntó retóricamente, subiendo hasta la mitad de unas escaleras, con demasiados escalones, para ver si desde la altura lograba encontrarlo.

Miraba a todos lados sin darse cuenta que unos infantes jugaban a atraparse y chocaron con él, logrando que perdiera el equilibrio.

No tuvo tiempo de reaccionar y solo pudo ver a alguien corriendo a donde estaba él, para rodearlo con sus brazos. A pesar de ello, eso no fue suficiente para encontrar el equilibrio.

El chico que lo abrazaba tan protectoramente, hizo una maniobra para caer de espaldas, deslizándose por las escaleras, sintiendo los golpes de cada uno de los escalones en su columna vertebral. De esa manera, William no recibió daño alguno.

Una vez que estuvieron al final de las escaleras, las personas a su alrededor se acercaron preocupadas preguntándoles cómo se encontraban, pero ninguno de los dos prestó atención a su alrededor.

El chico tomo los hombros de William, que se encontraba arriba, para enderezarlo cuidadosamente, evitando lastimarlo si de casualidad había sufrido algún daño.

La caída había ocasionado que su largo flequillo negro cubriera por completo su rostro y solo uno de sus ojos apenas y se divisaba.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó a William, recorriendo su mirada por el cuerpo contrario para asegurarse de que todo estuviera como debía estar.

—¡No te preocupes por mí! ¿Tú te encuentras bien? —preguntó William angustiado.

—Sí, estoy bien.

El chico se levantó despacio y con un poco de dificultad, haciendo muecas de dolor, pero ayudando a William a levantarse también.

—Vayamos al hospital —insistía William—, fue una caída horrible.

—Estoy de acuerdo —dijo un hombre acercándose a ellos—. Deberías ver a un doctor.

—Está bien —agradeció el chico—, pero no sufrí daño severo. No debemos alterarnos por esto.

—¡¿Cómo lo sabes?! —gritó el rubio más alterado que nunca—. ¡No puedes estar seguro hasta que no veas a un especialista!

El chico rio de una forma que hizo sonrojar a William. Era la misma risa que usaba su hermano para burlarse de él y no se sentía nada agradable que un extraño la usara también.

—De verdad te agradezco que te preocupes por mí —sonrió el chico (o al menos eso creyó William, pues el cabello aún cubría su rostro) —. He caído de alturas peores, así que me encuentro bien. Tú ten más cuidado —alborotó los rubios cabellos de William para calmarlo—. Adiós.

Se despidió pasando por el lado de William para comenzar a subir por las escaleras por las que recién se había caído, siendo el momento cuando William estaba a sus espaldas que acomodó su fleco.

Algunas personas, mientras subía, le preguntaron si se encontraba bien a lo que el pelinegro respondía de forma afirmativa. Pero William no terminaba de creérselo.

—¡Oye…! —quiso detenerlo, pero alguien interrumpió sus palabras.

—¡William!

El susodicho atendió al llamado encontrándose con su hermano. Solomon no parecía estar preocupado, así que seguramente no había visto el accidente y William agradeció eso. Solomon era demasiado sobreprotector con él.

El menor volteó a ver de nuevo a aquel chico, pero ya estaba algo lejos, así que solo optó por dirigirse a Solomon.

—¿Dónde estabas? —le preguntó molesto.

—Comprando libros —dijo mostrándole las cuatro bolsas donde estaban sus compras.

—Por supuesto, unos cuantos más para tu colección de «pilares» —aludió a los libros que Solomon tenía en su habitación con reproche.

—Estaban en oferta —se excusó el mayor.

—Eres un idiota. Ya hemos paseado bastante. Mejor regresemos a casa.

—Está bien —respondió Solomon adelantando el paso.

William volvió a mirar por última vez la dirección por la cual se había retirado el pelinegro e hizo una mueca.

«¿De verdad se encontrará bien?», se preguntó en sus adentros con preocupación.

—¡William! —le llamó Solomon sacándolo de sus pensamientos.

—¡Voy! —trotó alcanzando a su hermano, pero sin dejar de pensar en aquel chico.

—¿Te encuentras bien? Pareces distraído.

—¿Ah? S-sí, perfectamente —tartamudeó William—. Solo estoy algo cansado.

Dijo la verdad a medias. Lo que menos quería era mencionarle a Solomon el accidente de recién.

«De verdad espero que esté bien», volvió a pensar mordiendo su labio inferior.

 

 

Dantalion lo miraba incrédulo ante el relato. Con los ojos abiertos y pestañeando seguidamente sin salir de su asombro.

—¿Ése eras tú? —preguntó al fin el pelinegro sin terminar de creérselo.

—Entonces —dijo William mirándolo con una ceja arqueada—, después de casi tres años, me vuelvo a encontrar con aquel idiota que me hizo preocuparme por él por un largo tiempo.

—¿Cuáles tres años? —Cuestionó Dantalion—. ¡Nos reencontramos hace año y medio!

—Sí, pero desde ese incidente de las escaleras hasta este momento, han pasado casi tres años.

Dantalion sonrió y alborotó el cabello de William, sonrojando levemente las mejillas del menor.

—De verdad lo lamento —se disculpó sincero—. ¿Tan preocupado te dejé?

—¿Preocupado? —Se indignó William—. ¡¡¡Tuve una pesadilla en la que, debido a esa caída, te perforaste un pulmón con una costilla rota, habías muerto y todos me culpaban a mí!!!

Dantalion no pudo evitar reír, alborotando más sus cabellos.

—No solo te dejé preocupado, también te hice sentir culpable —sonrió todavía más, entrecerrando levemente los ojos—. De verdad lo lamento. Pero no me había ocurrido nada. Como mucho, solo algunos hematomas.

—Algunos hematomas, algunos hematomas —murmuró William molesto—. ¡Eres un idiota! —adelantó el paso bebiendo su jugo con enfado.

—¡Lo lamento! —Se disculpó trotando un poco para alcanzarlo—. No estaba acostumbrado a que los demás se preocuparan por mí, así que no le di importancia.

—Tu cabello cubría tu rostro… —murmuró William.

—¿Qué?

—En todo el tiempo que hablamos, tu cabello cubrió tu rostro, por eso no te reconocí. En aquel tiempo, venía todos los días a esas mismas escaleras. Como éstas llevan a un pequeño paisaje natural donde hay mucha tranquilidad, pensé que tal vez frecuentabas mucho ese lugar. Detuve a muchas personas con tus características, preguntándole sobre aquel incidente, pero todas negaban haber estado involucradas. Dejé de ir después de dos meses, aproximadamente.

—¡¿Dos meses?! —se sorprendió el pelinegro—. ¡¿En serio tan preocupado estabas por mí?!

Dantalion no sabía cómo describirlo, pero una felicidad inmensa lo llenaba y se desbordaba.

—¡Tenía catorce años! ¡Estaba asustado! —se quejó William.

Dantalion rio y tomo la mano del rubio.

—Ven —dijo llevándolo en dirección contraria a la que iban—, volvamos a ese lugar.

A William no le dio tiempo de reaccionar y, de un momento a otro, ya estaban en la cima de aquellas escaleras.

Era en verdad un lugar hermoso. Cualquier amante de la naturaleza lo amaría. Era como entrar a una de esas pinturas paisajistas, llenas de árboles, arbustos, flores y hasta pequeñas aves que daban un toque primaveral. Había contenedores de basuras, etiquetados para reciclar. Alrededor había muchas bancas y mesas de cementos, las cuales muchas de ellas ya estaban ocupadas.

Paradise Park era como llamaban a aquel lugar. Y el ambiente le daba honor a su nombre.

Ya ambos habían terminado sus bebidas y los envases vacíos estaban en uno de los contenedores. Ahora solo caminaban por los alrededores, curioseando el lugar.

Dantalion hacía equilibrio al borde de una cerca un poco alta, como si le gustara poner su salud en riesgo.

—Si un guardia te ve haciendo eso nos correrá a los dos —advirtió William mirándolo de reojo.

—Quisiera ver cómo lo intenta.

El rubio lo observó de reojo. Mientras más intentaba buscar la respuesta del por qué le gustaba alguien como Dantalion, menos lograba percatarse de algo así. Era todo un enigma.

—Si te caes me río —dijo William regresando la mirada al frente.

Y como si lo hubiera ocasionado con sus palabras, un paso en falso dio paso a la caída del pelinegro.

—¡Dantalion! —se alteró el rubio corriendo rápidamente a donde estaba el mayor—. ¡¿Te encuentras bien?!

—Dijiste que te reirías —dijo Dantalion con un puchero.

—¿Qué?

—Me caí a propósito solo para verte reír.

William se sonrojó y se levantó molesto, emprendiendo de nuevo su caminar.

—¡Eres un idiota!

—¡William, espera! —se levantó y lo alcanzó, abrazándolo por detrás—. Vayamos a sentarnos.

—¡Está bien, pero suéltame!

—¡No!

A pesar de que había varias bancas desocupadas, Dantalion había optado porque ambos se sentaran bajo la sombra de un árbol.

—El jugo ya está haciendo efecto —dijo el pelinegro sintiendo su vejiga llena—. Iré al baño. Enseguida vuelvo.

William lo observó alejarse y suspiró. No podía terminar de creerse que aquel idiota que lo protegió al caer por las escaleras, se tratara del mismísimo Dantalion.

—Increíble… —murmuró.

 

 

Luego de orinar, Dantalion se dirigía a donde estaba el rubio y lo vio mirando el cielo muy concentradamente.

Sonrió y sacó su celular para tomarle varias fotografías a William. Las revisó todas y guardó su celular para dirigirse a donde estaba William esperándolo. Pero unos brazos alrededor de su cuerpo lo detuvieron. Al girarse para ver de quién se trataba, de encontró con una cabellera rubia y unos ojos azules mirándolo entre burlones y pícaros.

—Hola, Dantalion~ —sonrió guiñándole un ojo.

 

 

A William el jugo también le estaba haciendo efecto. Su vejiga pedía a gritos ser vaciada con urgencia.

Se levantó yendo directo al baño, creyendo que Dantalion estaría allí, pero no fue así.

«De seguro habrá regresado», pensó aliviado. Sabía que si el pelinegro hubiera permanecido ahí, no lo hubiera dejado orinar tranquilo.

Una vez acabó, se dirigía al lugar de encuentro, pero se escondió detrás de un árbol al encontrar a Dantalion entre un chico y la pared.

William observó al desconocido. Su largo cabello rubio, crecido hasta los hombros, le impedía ver su rostro. Se notaba que era un poco más alto que Dantalion y, por su tono de voz, se podía decir que era un imbécil —o solo era el hecho de que a William le molestaba el cómo recostaba a Dantalion con tanta confianza—.

—Hace poco fuiste a mi casa —decía aquel rubio.

Utilizaba sus dedos, índice y medio, como si fueran las piernas de su mano caminando por el abdomen de Dantalion, ascendiendo lentamente. Y William solo sintió ganas de apuntárselos.

—Llegaste con el labio marcado —procedía el chico—, me recostaste contra la pared y me besaste. Pero no decidiste continuar y me dejaste con las ganas —acercó sus labios a los de Dantalion—. Eso fue muy cruel de tu parte.

William sintió desagrado que Dantalion buscara todavía algún «desahogo». Es decir, sabía que Dantalion había tenido sexo con muchos chicos, pero verlo con uno de ellos, le resultaba algo… molesto.

Dantalion solo se limitaba a mirar al rubio indiferente.

—¿Qué te puedo decir? —Dijo Dantalion—. Ya no me enciendes.

El rubio sonrió burlón, llevando su mano a la orilla del pantalón del pelinegro para jugar con el botón, como si quisiera abrirlo.

—Estoy seguro de que puedo volver a encenderte —murmuró sobre sus labios—. ¿Por qué no buscamos un lugar solitario cerca de aquí para demostrártelo?

William presionó los puños. Si Dantalion accedía y lo dejaba a él plantado, se iba a arrepentir por el resto de su existencia.

—Lo lamento —se disculpó Dantalion, aunque muy hipócritamente—, estoy con alguien que es diez mil veces más lindo que tú.

William abrió los ojos sorprendido y bajó luego la mirada sonrojado. Estaba seguro de que Dantalion solo le decía «lindo» por su parecido físico con Solomon, pero escuchárselo decir, era suficiente para que su corazón quisiera salirse de su pecho.

—Sí, te vi acompañado —dijo el rubio con una sonrisa—. Es muy extraño. ¿El chico se está haciendo el difícil? ¿Accedió a acostarse contigo después de una cita? Normalmente tú no accederías a estupideces como esas —hizo una pausa y agrandó su sonrisa—. ¿O es que acaso ya probaste su boca y hace buenas mamadas?

El sonrojo de William se prolongó y miró al otro rubio con enojo. Si algún día conocía su identidad, iba a cobrárselas. De algún modo lo iba a hacer. ¡¿Quién se creía aquel imbécil?!

—No tengo por qué responder a tus estupideces —dijo Dantalion, todavía mirando indiferente los azules ojos del contrario.

—Oh, vamos. Sé perfectamente que tienes intenciones ocultas. Si haces todo esto por él, es porque te lo quieres follar. ¿Hay alguna otra razón?

—Sí, una no sexual —respondió Dantalion con el ceño ligeramente fruncido—. Me gusta estar con él. Es todo.

—Oh, ¿de verdad? —se burló el rubio—. ¡El lobo solitario se encontró una amigable oveja que le hace compañía y asegura que no se la quiere comer! ¿Quieres realmente que me lo crea?

—Tú puedes creer lo que te dé la gana. No podría importarme menos.

—No seas tan frío —dijo el chico fingiendo estar dolido y acariciando la mejilla de Dantalion, prosiguió—. Me sigo preguntando por qué no me aceptas —murmuró con tristeza.

William no escuchó esa última parte, pero, ya harto de las tonterías de aquel imbécil descerebrado, salió de su escondite de manera que Dantalion lo viera.

—¡William! —dijo el pelinegro librándose del rubio y corriendo hacia donde se encontraba el mellizo.

—Ah, aquí estás —dijo William sin siquiera mirar al otro rubio.

—Sí, ya vámonos —lo tomó de la muñeca y comenzó a caminar apresurando el paso.

—¡Sabes que siempre estaré aquí! —gritó el rubio.

William volteó a verlo, pero ya estaban demasiado lejos como para ver su rostro. Y, aunque Dantalion lo escuchó, lo ignoró por completo.

—¿Era un amigo tuyo? —se atrevió a preguntar William dejándose arrastrar por su acompañante.

—Sí, algo así.

Una vez llegaron al árbol, se volvieron a sentar debajo de él en silencio.

William observaba de reojo a Dantalion y esa expresión de enojo. ¿Por qué odiaba tanto a ese chico?

—¿Te acostabas con él? —preguntó finalmente.

—¿Ah?

—Con ese chico. Si te acostabas con él.

—Ah, por ratos sí.

—¿Y qué te pasa? —Preguntó con una ceja alzada—. ¿Por qué estás tan enojado?

—No estoy enojado —respondió Dantalion soltando un suspiro de frustración—. Es solo que ese sujeto me saca de mis casillas. Solo teníamos sexo. No es como si fuéramos amigos.

—Y él actúa como si así fuera —dedujo William sin apartar la mirada de Dantalion.

—Es peor que eso… —murmuró Dantalion.

«Tranquilo. Estoy aquí.»

Esas palabras llegaron a la mente de Dantalion y todavía recordaba como esos fuertes brazos lo rodeaban, ofreciéndole la protección que siempre pedía en silencio.

«Estoy aquí.»

—Algo mucho peor… —volvió a murmurar.

William lo observó y suspiró cansado.

—Es molesto estar contigo con ese humor —dijo—. Si quieres podemos irnos cada quien a su casa.

—¡¿Qué?! —Se alertó Dantalion—. ¡No!

—¡Entonces, cambia esa expresión! —regañó William frunciendo el ceño y cerrando los ojos.

—Está bien —murmuró Dantalion con un puchero.

Entonces fue cuando a William le llegaron a la mente ciertas palabras:

«¿O es que acaso ya probaste su boca y hace buenas mamadas?»

No pudo evitar sonrojarse, mientras, muy disimuladamente, desviaba la mirada a la entrepierna de Dantalion.

La verdad, nunca entendió cómo era posible que las personas hicieran eso. Introducir «esa parte» anatómica en la boca —sin saber dónde estuvo metida antes—; lamerlo y succionarlo como un caramelo —que, de seguro, de dulce no tenía nada—; sentir el líquido pre-seminal recorrer la boca —esa cosa viscosa que parecía baba de bebé— y, si acaba dentro de ella, tragarse aproximadamente doscientos cincuenta millones de espermatozoide de esa eyaculación —contando también el hecho de que por la misma uretra por donde se expulsa el líquido seminal, también se expulsa la orina—. Mirara por donde mirara, era asqueroso.

Aun así, asqueroso o no, no supo por qué sintió tanto deseo de hacérselo a Dantalion. Quería escuchar su voz gimiendo mientras él le proporcionaba placer. Rogándole que no se detuviera. Que continuara hasta acabar…

—¿Qué tanto piensas? —preguntó Dantalion recostándose en las piernas de William.

—Huh… en… en nada en particular —tartamudeó apartando la mirada con un notorio sonrojo en las mejillas.

No debía preguntar lo que tenía en la mente. Sabía que no debía hacerlo, pero aun así…

—Oye, Dantalion.

—¿Hmp?

—¿Tú… —se sonrojó apartando la mirada— le has llegado a hacer sexo oral a los chicos con los que has estado?

—¿Dónde quedó el «no me interesa saber lo que tú hagas con tu intimidad»?

William se sonrojó ferozmente escuchando reír a Dantalion. Sabía que no debía hacerle esa pregunta, pero aun así la hizo.

—Sí, lo he hecho —respondió Dantalion—. No a todos y no muy seguido. Pero sí llegué a hacerlo unas cuantas veces. ¿Por qué preguntas?

—Porque me parece asqueroso.

—¿No te ves haciéndolo? —preguntó Dantalion sonriendo con cierta burla.

—No.

—Bueno —agrandó su sonrisa—, al parecer no te parece asqueroso cuando es a ti a quien se lo van a hacer, ¿no es verdad, señor «continúa bajando»?

William se sonrojó todavía más. Estaba harto de que Dantalion recordara ese día una y otra vez.

—¡Voy a cortarte la lengua! —amenazó.

Dantalion rio y enrolló en su dedo índice uno de los mechones rubios de su acompañante.

William se veía demasiado lindo cuando reía. Quería verlo de esa manera para siempre, pero no sabía si eso era algo posible. Después de todo, lo que caracterizaba al rubio era su fuerte carácter.

De pronto una idea se le cruzó por la mente y sonrió con amplitud. Como si el mejor plan para conquistar el mundo hubiera llegado de repente a su cabeza.

Se enderezó para revisar su celular, desconcertando un poco a William, y luego, sin previo aviso, le comenzó a hacer cosquillas con una sola mano, logrando que éste se carcajeara y se retorciera.

—D… detente —reía el rubio intentando apartar la mano de Dantalion—. No… no seas in… infan… til…

El pelinegro aprovechó y sacó varias fotografías a la vez para tener una de William riendo. Cuando estuvo hecho, lo dejó tranquilo y volvió a recostarse en sus piernas para revisar si alguna de las fotos se encontraba nítida y solo una de ellas no se encontraba borrosa.

William había salido como si realmente estuviera feliz; con los ojos cerrados, el cabello serpenteando y una gran sonrisa que le hizo sonreír a él también.

—Eres molesto… —musitó William intentando recuperar el aire perdido—. Por cierto, ya se está haciendo algo tarde. ¿Se puede saber a dónde es que me llevarás?

—¡Cierto! ¡Lo había olvidado! —reaccionó Dantalion levantándose y ayudando a William a hacerlo—. Si nos vamos ahora, podemos llegar para cuando oscurezca. ¡Ven! —lo tomó de la muñeca y comenzó su andar.

Caminaron por un tiempo que no resultó ni tan largo y no tan corto, llegando a un lugar protegido por una cerca de tablas de maderas bastante desgastadas.

Dantalion movió una e hizo un movimiento de cabeza.

—Entra —le dijo con una sonrisa.

William dudó por un momento y luego accedió curioseando el lugar con la mirada. Parecía un teatro… corrección, era un teatro.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó extrañado—. ¿No me digas que te emocionaron las obras escolares y ahora quieres ser actor?

—¿Por qué no? Soy bueno actuando. Además, según tu criterio, soy joven y atractivo. Quizás hasta sería una estrella de cine.

—No me pareces atractivo —dijo entre dientes—. Al caso, ¿qué hacemos aquí?

—Aún no ha oscurecido. Ven —lo llevó al escenario mientras lo recorría con la mirada.

—No me harás actuar, ¿verdad? —preguntó William mirándole con recelo.

—¿Por qué? ¿Quieres actuar? —preguntó Dantalion burlesco—. ¿Yo como Romeo y tú como Julieta?

—¡¿A quién le dices Julieta?! —Reclamó William—. ¡El de rostro andrógino eres tú!

—¿Rostro andrógino? —Dantalion alzó una ceja con una media sonrisa y se acercó a William—. Estoy seguro de que si te colocamos una peluca con el cabello largo, parecerás mujer.

—¡Eso no es verdad!

Con una sonrisa, Dantalion dio la media vuelta, volviendo a curiosear el lugar.

—Estoy seguro que también me veo bien vestido de mujer. Ya he hecho varios personajes femeninos en las obras.[1]

—¿Tú? ¿Verte bien vestido de mujer? ¡Para nada!

—¿Te gusto más como hombre?

—¡T-tú no me gustas! —dijo William totalmente sonrojado.

Dantalion rio y lo tomó de las muñecas para atraerlo a su cuerpo.

—¿Quién es el idiota que te gusta? —preguntó uniendo su frente a la de William.

—Nadie que te importe.

—En serio que lo sabes ocultar. Actúas igual con todos. Con nadie actúas diferente y es difícil saberlo.

—Esa es la idea, idiota. No puedo ser como tú que, desde el primer día, no te molestaste en ocultar tu amor por Solomon.

—¿Por qué debería ocultar mis sentimientos? Ni que sintiera vergüenza de ellos —soltó a William para sentarse al borde el escenario e inclinarse hacia atrás, apoyándose de los codos y los antebrazos—. ¿Tú te avergüenzas de lo que sientes por ese idiota? ¿Ya sea porque es un idiota, o porque es un hombre, o por lo que sea?

—¿Avergonzarme? —Repitió William sentándose al lado de Dantalion—. Es cierto que es un idiota y que es hombre, pero la verdad… —hizo una pausa y miró el cielo—, no me avergüenza en absoluto.

William dobló sus piernas para abrazarlas y esconder su boca entre las rodillas.

—¿Sabes? —Dijo Dantalion luego de suspirar—, me gusta pensar en ese futuro para los dos.

—¿Cuál futuro? —preguntó William confundido.

—Ese en el que yo esté con Solomon y tú con el idiota que te gusta.

William le miró de reojo y entristeció la mirada, regresándola al frente. No era posible esos dos futuros en uno, u ocurría uno, u ocurría otro. Los dos al mismo tiempo, no.

—Eso es imposible —dijo William.

—¿Por qué?

—Porque eres un idiota.

—Eso no tiene sentido —se quejó Dantalion.

—Créeme. Tiene más sentido de lo que parece —llevó la mirada al cielo estrellado—. Ya oscureció, ¿qué es lo que querías mostrarme?

—¡Oh, cierto! —Se levantó tomando la mano de William y llevándolo a los asientos del público—. Quería mostrarte la Luna.

—¿Me trajiste aquí solo para ver la Luna? —se quejó el rubio—. La he visto millones de veces, ¿cuál es la diferen…?

Se detuvo cuándo alzó la mirada y se encontró con una muy grande y luminosa Luna. No era plenilunio, era cuarto creciente, pero aun así, era espléndida.

—Esa es la diferencia —dijo Dantalion con una sonrisa sentándose y sentando a William a su lado—. ¿No es hermosa?

—Lo es —admitió el rubio todavía hipnotizado por el brillo de aquel satélite.

—Y deberías verla llena. Es más hermosa todavía.

—Y no lo dudo —susurró William—. Es hasta romántico.

—¿Qué? —se sorprendió Dantalion.

—¡Q-quiero decir el paisaje, no el momento! —aclaró William sonrojado.

Avergonzado por lo que dijo, llevó su rostro hacia el lado contrario de donde se encontraba su acompañante.

—¿Te gusta el romance? —preguntó el pelinegro mirándole de reojo.

—No es que me guste, solo pensé que para una cita de novios, sería romántico. Cosa que no es el caso.

—¿Quieres que nos besemos para que sea más romántico?

—¡Claro que no!

Dantalion rio y llevó de nuevo su mirada a la Luna.

—¿Has llegado a traer a Solomon para este lugar? —preguntó William con la cabeza algo cabizbaja y mirando a Dantalion por el rabillo del ojo.

El pelinegro negó con la cabeza sin apartar la mirada de la Luna.

—No. Solo nos encontrábamos en el colegio. A veces él me acompañaba en mis enfrentamientos deportivos, pero era todo. Si lo llevaba a casa muy tarde, tú te enojabas.

William apartó la mirada hacia el otro lado, algo apenado. Quizás si hubiese permitido que Dantalion y Solomon pasaran más tiempo juntos, hubiera surgido algo más que solo una amistad.

¿Qué tan egoísta llegó a ser? ¿Por qué imponía su felicidad sobre la de Solomon y la de Dantalion? ¿Con qué derecho lo hacía?

Ahora se sentía como una…

—¡Hey, ¿qué hacen ustedes aquí?! —gritó un hombre alumbrándolos con una linterna.

—¡Corre! —gritó Dantalion, tomando a William por la muñeca y corriendo apresuradamente.

—¡Oigan! —escucharon decir al guardia cuando ya estaban cruzando la cerca.

Continuaron corriendo hasta que ya no pudieron más.

William estaba recostado de un muro con la respiración agitada y Dantalion inclinado hacia delante, apoyándose de sus rodillas.

—¿Sabías… que… que ese… sujeto… estaba… estaba ahí…? —preguntó William con reproche y tratando de normalizar su respiración.

—Sí, pero… esperaba que no… nos descubriera.

—Eres… eres un… un idiota.

—Bien —se repuso rápidamente Dantalion tras una larga bocanada de aire—. Vamos, te llevaré a casa —quiso tomarlo en brazos, pero William se alejó.

—Puedo… caminar —dijo con la respiración todavía agitada.

—Con esa carrera que dimos y con esa pésima condición física que te gastas, no lo creo —tomó a William en brazos y comenzó su andar—. Si quieres dormir, adelante.

—¡Ya te dije que puedo caminar! —decía William mientras intentaba bajarse.

Por mucho que lo intentó e insistió, resultó inútil y al rato dejó de forcejear y se dejó llevar por Dantalion. Acomodándose en el hombro del pelinegro, cerró los ojos escuchando solo la respiración de su acompañante y los latidos de su corazón.

Dantalion caminaba lentamente sin ninguna prisa, mientras miraba las estrellas con una sonrisa, pero al poco se sintió algo cansado. William no pesaba mucho —no para él—, pero sus brazos pedían a gritos descansar un poco, así que se sentó en la orilla de la acera sentando al rubio sobre sus piernas y aflojando un poco su agarre, pero sin soltarlo.

—¿Qué ocurre? —preguntó William abriendo los ojos.

—Solo tengo los brazos un poco cansados —explicó Dantalion mirando el cielo nocturno—. Quiero descansar un momento.

—Ah… está bien. Puedo caminar.

William quiso levantarse, pero Dantalion se lo impidió.

—Solo serán unos minutos —dijo el pelinegro.

—Te dije que puedo caminar —insistió William con el ceño fruncido.

—Está bien. Puedo seguir contigo en brazos.

William suspiró con pesadez. No quería admitir lo bien que se sentía estar entre la calidez de los fuertes brazos de Dantalion. Se negaba a reconocerlo.

Observó de reojo como su acompañante miraba las estrellas con una sonrisa.

Sabía que debía arreglar las cosas entre Dantalion y su hermano y no pensar solo en él. Si quería a Solomon y quería a Dantalion, tenía que hacerlo. Era lo correcto.

—Dantalion… tú… —comenzó a decir con cierta tristeza—, quieres que todo vuelva a ser como antes, ¿cierto? Porque antes eras feliz, ¿verdad?

William bien sabía que con solo decirle «Solomon y el representante no están juntos», Dantalion correría de nuevo a los brazos de su hermano y volvería a poner esa cara de imbécil, esa que delataba cuán feliz era al tener a Solomon tan cerca de él.

Si Dantalion era de verdad feliz junto a su hermano, él no tenía ningún derecho a arrebatársela. No era justo para Dantalion, para Solomon, ni para él mismo.

—¿De qué estás hablando?

La pregunta de Dantalion hizo que William alzara la mirada con confusión. No entendía de qué estaba hablando su acompañante.

—Ya todo es como antes —aclaró el pelinegro con una sonrisa, confundiendo más al rubio.

—¿A qué te refieres?

—¿No lo recuerdas? —Preguntó Dantalion con una sonrisa—. Tú y yo no nos llevábamos tan mal, y esa relación duró un año entero. Luego, de un momento a otro, comenzamos a odiarnos y a soportarnos menos. Pero ahora, todo ha vuelto a ser como antes, como era en ese entonces —amplió su sonrisa—, y te juro que soy feliz así.

William se sonrojó un poco y apartó la mirada. ¿Cómo no ser egoísta si Dantalion decía ese tipo de cosas?

—¿Te tengo que recordar que todo es por una tregua?

Dantalion alzó una ceja y entrecerró los ojos, sin creer lo que oía.

—Acepta ya que no es una tregua. Nos llevamos bien, es todo, pero… —hizo una pausa, presionando más su agarre y levantándose con el rubio en sus brazos—, si tanto insistes en que es una tregua, entonces te pediré que continuemos con esa tregua incluso después de acabar el trabajo.

William suspiró sin mirarlo a los ojos. No recordaba en qué momento se había involucrado tanto con Dantalion, pero ya se estaba saliendo de control. Si seguían así, ya William dejaría de importarle el ser egoísta e iba a querer a Dantalion solo para él; sin importar nada ni nadie más.

—No creo que eso sea posible —murmuró William, aunque Dantalion lo escuchó a la perfección.

—¿Por qué no?

—Porque no.

Dantalion frunció la boca y continuó su andar.

Para él William seguía siendo un mocoso malhumorado, pero le gustaba estar junto a él a pesar de eso. Y no iba a permitir que William rompiera eso que habían creado en ese lapso que estuvieron juntos.

 

 

Cuando llegó a la mansión Twining, miró de reojo al rubio durmiendo en sus brazos y agrandó su sonrisa.

No se iba a molestar en llamar a la puerta. Como pudo, la abrió y entró encontrándose con un mayordomo molesto.

—¡¿Qué son estas horas de traerlo?! —gritó eufórico y mirando a Dantalion con desprecio.

—¡Shhh! —ordenó callar el pelinegro mirándole con reproche—. Está dormido.

E ignorando a Kevin, fue directo a la habitación de William cerrando la puerta y acomodándolo cuidadosamente en la cama para abrigarlo. Llevó la mirada al balcón y se encontró a Solomon sonriéndole desde allí.

Dantalion solo apartó la mirada y se retiró antes de que Solomon se le ocurriera entrar en la habitación.

—No volverás a llevarte a mi amo —advirtió Kevin mirándole con el ceño totalmente fruncido.

—Quiero ver que intentas detenerme, sirviente de cuarta —respondió Dantalion abriendo la puerta decidido a retirarse, pero…

—Sé quién eres.

Esas palabras detuvieron por completo el andar de Dantalion.

—Sabía que tu apellido me sonaba de algo —prosiguió Kevin—, así que me tomé la molestia de investigarte.

—Oh, ¿de verdad? —sonrió Dantalion sardónico mirándole burlón—. ¿Y encontraste algo interesante?

—Sabes perfectamente qué —reprochó Kevin—. No te le vuelvas a acercar.

Dantalion, sin borrar su sonrisa, se acercó a Kevin, haciendo notar la diferencia de altura de tres centímetros, siendo el pelinegro más alto.

—La cosa es —dijo Dantalion— que él y yo hacemos juntos un trabajo escolar. No puedo alejarme por ese motivo —se acercó al oído del mayordomo y susurró—: y tampoco puedo alejarme, porque no se me da la gana. Porque no sigo órdenes de sirvientes de cuarta como tú.

Sin decir más, se dio la media vuelta y salió de la mansión sin mirar atrás.

 

 

Justo cuando Dantalion se había retirado de la habitación, William había abierto los ojos y había suspirado profundamente.

—¿Se te hizo costumbre que Dantalion te traiga en sus brazos?

William se sobresaltó al oír la pregunta, encontrándose a Solomon entrando por el balcón.

El menor se sonrojó y apartó la mirada.

—Él insiste en cargarme —aclaró—, y no tengo la suficiente fuerza para resistirme. Suele hacer lo que se le da la gana.

—¿De verdad? —Se extrañó Solomon—. Cuando estaba conmigo, siempre pedía mi consentimiento antes de hacerme algo.

Unas cuántas venas resaltaron en la frente de William y miró enojado a su hermano.

—¿Y tú a qué te refieres exactamente con eso? —preguntó entre dientes.

—A nada sexual —se apresuró a aclarar Solomon con las palmas levantadas.

William suspiró y masajeó uno de sus hombros.

—A todo esto, ¿qué haces aquí? Ya deberías estar dormido.

Solomon se acercó y lo abrazó fuertemente.

—Te estaba esperando.

Antes de que William pudiera responderle, su celular sonó sobresaltando a ambos.

William lo agarró y revisó el mensaje que recién había llegado:

«Buenas noches, William. Estoy muy preocupada de que no hayas respondido ninguno de mis dos mensajes. Como dije, no estás obligado a responderme, pero espero que no te haya pasado nada malo.»

William ladeó la cabeza y alzó una ceja.

—¿Quién es? —preguntó Solomon curioseando el mensaje.

—Es Bianca. Una chica que conocí hace poco —respondió William revisando los mensajes anteriores—. ¡Y NO es mi novia! —aclaró rápidamente.

—No te iba a preguntar eso —se defendió Solomon inocentemente.

—Sí, sí lo ibas a hacer —golpeó la frente de su hermano con su dedo índice y continuó revisando los mensajes.

Al no encontrar ninguno, le escribió a la chica para responderle.

«Buenas noches, Bianca. No he recibido ningún mensaje tuyo.»

«¿De verdad? A mi celular llegó el informe de entrega.»

«Quizás el problema sea mío. Puede que la cobertura estuviera pésima. Pero no te preocupes, me encuentro bien.»

«Me alegra. En verdad estaba preocupada.»

«Tranquila. Solo he estado algo estresado por los deberes escolares y por tres idiotas que me vuelven loco. Pero es todo.»

«Me alegra saberlo. Entonces, que tengas buenas noches.»

«Gracias. Igualmente.»

—¿Ella te gusta? —preguntó Solomon que había leído los mensajes que se enviaban.

—Solo como amiga. No como mujer.

—Mmm… —guardó silencio antes de proseguir—. ¿Por «tres idiotas», te refieres a Dantalion, Isaac y a mí?

—¿Conoces a otros idiotas?

Solomon sonrió y abrazó más fuerte a su hermano recostándolo en la cama y posicionándose arriba.

—¿Q-qué crees que haces? —preguntó William un poco alterado.

Solomon era una persona muy extraña, así que se podía esperar cualquier cosa de él.

—Todos en el fondo somos idiotas, incluso el más sabio —tocó la frente de William con su dedo índice—. Tú también eres un idiota.

William le miró molesto y se enderezó mirando muy de cerca la cara de su hermano.

—Vuelve a llamarme «idiota» y la pagarás muy caro.

—Idiota —murmuró Solomon con una sonrisa burlona.

—Muy bien. Tú te lo buscaste.

En un movimiento rápido, cambió de posiciones y sostuvo a Solomon fuertemente por los bíceps.

—Retráctate ahora mismo —advirtió William.

Pero, sin previo aviso, Solomon se deshizo del agarre y cambió de nuevo las posiciones.

—No.

Solomon estaba tan cerca que su largo cabello rozaba las mejillas de William. Algo que molestó al menor.

No supieron por cuánto tiempo estuvieron en ese juego, pero se detuvieron al caerse de la cama y dolerle la caída.

Ambos estaban sobre la cama, quejándose del dolor mientras masajeaban los lugares lastimados.

—Recuérdame no seguirte tus jueguitos —pidió William un tanto molesto.

—Nos estábamos divirtiendo.

William lo observó de reojo y sonrió cerrando los ojos.

—Sí… —murmuró—, fue divertido.

Era increíble que hubiese dejado la felicidad de Solomon a un lado por un simple capricho suyo. Dantalion era un amor de la adolescencia; era pasajero. Solomon era su hermano y la familia debía ser para siempre. Debía ser lo primero y lo último siempre.

—Intenta hablar con Dantalion de nuevo —dijo—. Si necesitas mi ayuda para hacerlo, no dudes en pedírmela.

Solomon lo observó sorprendido y luego sonrió.

—¿Sabes? Por más que de verdad quiera hablar con él, no sé exactamente qué es lo que le voy a decir.

—Solo dile cualquier tontería y él caerá rendido a tus pies. Siempre ha sido así.

Solomon rio y se recostó del hombro de su hermano.

—Dantalion no es tan fácil como lo parece.

—Contigo es el más fácil de todos. Parece tu perrito entrenado.

—No le digas así —rio Solomon.

—Es la verdad.

Solomon rio de nuevo, mientras William apartaba la mirada. Tenía que despegarse a Dantalion de encima. No podía seguir teniendo esas emociones dentro de él.

—Tú quieres a Dantalion, ¿verdad? —preguntó William.

—¿Cómo no quererlo?

—Entonces díselo. Creo que le hará bien oírtelo decir.

—Sí —murmuró Solomon—, tal vez deba hacerlo.

Hubo un pequeño silencio de unos cuantos segundos antes de que Solomon hablara de nuevo:

—Te quiero.

—¿Qué dices? Es a él a quien se lo tienes que decir no a mí.

Solomon se abrazó todavía más a su hermano y volvió a susurrar:

—Te quiero.

William hizo una mueca en la boca y luego suspiró.

Sin darse cuenta, ambos se quedaron profundamente dormido, mientras abrazaban fuertemente al otro.

 

 

Dantalion se encontraba en su habitación, recostado en su cama, mirando fijamente el cielorraso.

Al reencontrarse de nuevo con aquel viejo conocido rubio de ojos azules, no pudo evitar recordar cierto momento de hace mucho tiempo.

 

 

Un día lunes, siendo veinte de julio del año 2015. La voz del rubio gemía sin control al sentir ser penetrado de esa forma por el pelinegro. Era una sensación que no se cansaba de sentir.

—D-Dantalion, más… más duro —suplicó aferrando una de sus manos a las sábanas debajo de él y la otra masajeando su propia hombría.

Dantalion lo tomó de las caderas y volvió más frenéticas las embestidas, escuchando a su acompañante pedir por más.

—D-Dan… talion —gimió de nuevo arqueando la espalda—, justo… justo así… no… no te detengas.

El pelinegro cerró los ojos concentrándose en su propio placer e intentando no pensar en más nada, pero tuvo que abrir los ojos cuando el rubio tomó su nuca y unió sus labios con frenesí.

A Dantalion realmente no le llamaba la atención los besos mientras tenían sexo, pero a veces lo concedía. Además, ese rubio de ojos azules parecía estar desesperado por devorar los labios ajenos.

Cuando sintió estar cerca del final, Dantalion movió mucho más rápido las caderas cerrando sus ojos con fuerza, mientras los gemidos de ambos chocaban con la boca contraria. El rubio tuvo que separarse para poder gemir, moviendo más rápido su mano y arqueando más la espalda. Totalmente sonrojado por el placer.

—¡D-Dantalion! —gritó sin poderse contener—, ¡y-yo…! ¡Y-ya casi!

El pelinegro se movió mucho más hasta que su semilla se perdió dentro del chico, mezclándose con el grito desgarrador que acompañó su orgasmo, seguido del orgasmo del rubio, quien arqueó la espalda ante semejante clímax.

El pelinegro salió de él y se recostó al lado, mientras su respiración volvía a la normalidad. Miraba el cielorraso sin pronunciar palabra alguna, y tampoco es que le interesase buscar algún tema de conversación.

Así como el rubio no se cansaba de las sensaciones que Dantalion provocaba en él mientras tenían sexo, el pelinegro se estaba hartando de todo aquello tan superficial. Quería algo verdadero.

—¿En qué piensas? —preguntó el rubio acariciándole dulcemente la mejilla.

—Quiero amar… —dijo sin tapujos, queriéndole aclarar que ese sería el último día en que se acostarían.

El rubio se sorprendió y luego suavizó la mirada.

—Entonces ama. Sé que alguien estará feliz de recibir tu amor.

Dantalion negó con la cabeza levemente.

—No quiero amar y no ser correspondido. Tampoco que me amen y no corresponder. Quiero un amor bilateral. Yo… quiero enamorarme.

El rubio entrecerró los ojos con tristeza y enroscó un mechón de cabello del pelinegro en su dedo.

—Quizás la persona ideal para ti esté más cerca de lo que te imaginas… y tú no te has dado cuenta.

Quiso acercarse a Dantalion, pero éste se levantó de la cama buscando su ropa.

—Me voy —informó sin mirar al rubio a los ojos.

—¿Ahora? Puedes quedarte a cenar… y a dormir —propuso el rubio, aun sabiendo que sería rechazado.

—Nunca me quedo a dormir y hoy no será la excepción. Esto es solo sexo. No intentes llevarlo más allá.

Al vestirse, se retiró sin pronunciar más palabras que esas.

 

 

Era verdad.

Llegó a sentir envidia por aquellas parejas que se tomaban de la mano, que se regalaban detalles, que hacían cualquier cursilería para demostrarse que se amaban. Él quería algo así. Quería enamorarse y estar con alguien en quien pensar cada mañana.

Aquel momento sucedió dos semanas antes de conocer a Solomon. Creyó que había encontrado al chico para él. Pero había ocurrido su peor pesadilla; amaba sin ser amado.

«¿Puedes asegurar estar enamorado de alguien a quien puedes olvidar tan fácilmente?»

Mordió su labio inferior al recordar las palabras de William.

¿Sería verdad? ¿Había estado tan desesperado por querer amar y ser amado que creyó haberse enamorado?

«Solomon…», pensó y, en el mismo instante, su corazón se descontroló.

Estaba enamorado… era la única explicación del porqué sus latidos se aceleraban con mayor fuerza solo pensando en Solomon.

Pero quería un amor bilateral, no unilateral. Quizás alejarse de Solomon había sido lo mejor. Seguir teniendo esperanzas en algo que quizás no iba a ocurrir, era estúpido.

Había cometido un error bien grande al sentir algo por ese rubio de ojos esmeraldas, tan perfecto que los mismos ángeles lo envidiarían.

Pero ¿quién carajos controla de quien enamorarse?


[1] Esto lo saqué de La sección secreta de Isaac —Isaac's undercover section— de Dantalion:

 

https://vignette.wikia.nocookie.net/makai-ouji-devils-and-realist/images/b/b7/Undercover_Dantalion.jpg/revision/latest?cb=20140804212216

Notas finales:

Bueno, nuevamente les dejo el link de la imagen de Bianca:

 

https://vignette.wikia.nocookie.net/makai-ouji-devils-and-realist/images/4/42/Bianca4.png/revision/latest?cb=20160128222417

 

Espero y les haya gustado el cap. Le cambié el nombre, le quité algunas cosillas y agregué otras y este fue el resultado. A mí me gustó mucho, espero que a ustedes también.

Sin más, me despido y sean felices. ¡Un beso!


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