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Idénticos, pero distintos. por SonAzumiSama

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Notas del capitulo:

Como siempre, agradezco sus reviews a:

 

• Akari Uchiha.

• Dantaliana.

• En busca de fics geniales.

• Ana.

• Amy1824.

 

Sin más entretenimiento, los dejo con el cap.

CAPÍTULO XIV

 

El estúpido festival

 

Y el sexto día del mes de mayo había llegado.

Los verdes ojos de William se abrieron lentamente y su mente, algo desorientada, intentó recordar lo que había sucedido el día anterior y la palabra «destino» fue la primera que se le cruzó por la mente.

Restregó su rostro con las palmas de sus manos, para intentar aclarar sus pensamientos y solo pequeños fragmentos llegaban como estrellas fugaces y no le dejaban armar bien el rompecabezas.

«Festival» fue la segunda palabra, seguidas de: centro comercial, pañuelo, herida, hasta «Ratatouille» se le había venido a la mente y no sabía por qué.

Fue cuando despertó por completo que supo todo lo que había ocurrido el día anterior. Observó el cielorraso sobre él detenidamente por unos minutos sin poder creerse todavía que el idiota al cual le había limpiado la herida era el mismo idiota que había sacrificado el bienestar de su integridad física para protegerlo de caer por unas escaleras. Además de ser el mismo idiota con el cual estaba haciendo una trabajo y el idiota del cual estaba enamorado.

Demasiadas coincidencias le daban escalofríos.

Decidido a dejar de pensar en tonterías, se levantó d la cama yendo al baño para asearse. Era sábado, día de trabajo, y sabía que Dantalion llegaría en cualquier momento.

Ya bajo la ducha, su mente divagaba sin rumbo alguno. Disfrutaba de la compañía de Dantalion, la mayoría de las veces, eso era seguro, pero solo se estaba haciendo más daño él mismo. Y no era ningún masoquista para seguir con todo eso.

Suspiró y salió de la regadera.

Se preguntaba dónde estaba aquel William Twining que declaraba que las únicas cosas que amaba eran el dinero, el poder y el honor. ¿Cuándo había dejado de ser esa persona capaz, fuerte y decidida? ¿Cuándo se había convertido en ese idiota que era ahora?

Salió del baño justo en el momento en que el aviso de un nuevo mensaje de texto resonó en la habitación. Tomó su celular para revisar de quién se trataba y no se sorprendió al descubrir que era Bianca.

«Buenos días, William. ¿Cómo amaneciste?»

Suspiró profundamente para sacarse por completo a Dantalion de su cabeza y poder responderle a la chica.

«Buenos días, Bianca. Amanecí bien. ¿Y tú cómo estás?»

Suspiró nuevamente y se maldijo por ello. Jamás había suspirado por nadie y ahí estaba en ese momento, suspirando por ese idiota cabeza de chorlito.

Su celular sonó otra vez, sacándolo de nuevo de sus pensamientos.

«Me alegra que te encuentres bien. Yo también amanecí bien.»

«Me alegro.»

Al enviar el mensaje, William mordió su labio inferior, pensativo. Dudó unos cuantos segundos y después volvió a escribirle a la chica:

«Bianca, ¿te puedo hacer una pregunta?»

Se sentía bastante tonto haciendo aquello, pero no podía sacarse el tema de la cabeza. Era como una canción molesta que se repetía en su mente y no podía sacarla por mucho que lo intentara.

«Claro, ¿de qué se trata?», fue el mensaje que recibió y se tomó un buen momento en responderle a la castaña.

Después de tomar una gran bocanada de aire, escribió:

«¿Tú crees en el destino?»

Debía estar mal de la cabeza cuando envió ese mensaje, que fue casi que inmediatamente respondido.

«¡Por supuesto que sí! ¡El destino realmente existe!»

William dudó por un momento y decidió escribir de nuevo:

«¿Y conocer a alguien? ¿Crees que esté predestinado?»

Esperó la respuesta que llegó rápidamente:

«¡Claro que sí! ¡Incluso el hilo rojo que nos une a nuestra persona ideal es real!»

William torció la boca ante aquello. Era natural que la mayoría de las mujeres creyeran en esas cursilerías.

«¿Y por qué preguntas? Si se puede saber, claro», recibió William y supo que debía buscar una explicación convincente que no fuera «simple curiosidad».

«Tuve una conversación con mi hermano respecto a ese tema hace poco. Por eso.», envió diciéndole solo parte de la verdad. El resto posiblemente se lo llevaría a la tumba.

«¡¿Tienes un hermano?!»

«Sí, somos gemelos. ¿No te lo había comentado?»

«No, no lo sabía. Bueno si son gemelos, espero no encontrármelo en la calle y confundirlo contigo.»

«No te preocupes, es imposible no reconocernos. Solo un idiota no nos reconocería.»

Entonces recordó cuando conoció a Dantalion en Stratford y cuando se besaron por primera vez. Esas dos veces Dantalion lo había confundido con Solomon.

«Eso espero. No me gustaría pasar vergüenza.»

«No la pasarías, créeme. Bueno, debo ir a desayunar. Hablamos luego.»

«Está bien. Espero que podamos vernos en persona muy pronto.»

«Sí, yo también lo espero. Qué tengas un buen día.», envió el rubio recibiendo como respuesta un «Adiós. Igualmente.».

William fue a desayunar sin saber lo que había provocado en Bianca con esa pequeña conversación.

La castaña estaba chillando de alegría mientras abrazaba con fuerza una almohada. Recordó cuando, el día anterior, estaba en casa de su amiga, Elizabeth Dale, contándole lo que había sucedido cuando conoció a William.

—Llámalo —había propuesto Elizabeth con una sonrisa y sin apartar sus marrones ojos del rostro de su amiga.

—¿Para qué? —preguntó desconfiada Bianca.

—Solo dile que lo quieres ver. Una amistad solo por mensajes no será suficiente. Tienen que verse para que surja el romance.

Bianca se sonrojó mirando a su igual castaña amiga. Pero sabía que Elizabeth tenía razón. No podía pasar todo el tiempo hablando con William por mensajes. Debían verse de vez en cuando.

Buscó su celular, pero no lo encontró y suspiró decepcionada.

—Creo que lo dejé en casa.

Elizabeth negó con la cabeza y le extendió su celular.

—Si te sabes el número de memoria, puedes usar el mío.

Bianca asintió con una gran sonrisa tomando el celular. Por supuesto que se sabía el número, desde el primer día lo memorizó.

Marcó llevando el aparato a la oreja, pero cuando recién comenzó a sonar, colgó inmediatamente sin dar la oportunidad de contestar.

—N-no puedo hacerlo —tartamudeó la de ojos verde aceituna, sacando un fuerte suspiro de Elizabeth.

—¿Así como quieres que estén juntos? —regañó la de ojos marrones, mientras negaba con desaprobación.

—Las cosas se darán cuando se tengan que dar —respondió firmemente Bianca.

Y ahora con esa conversación que tuvo con William, sabía que estarían juntos algún día. Estaba segura que, cuando el rubio mencionó sobre conocer a alguien por causa del destino, se refería a ellos dos. Era algo indudable.

Pero, sin duda, algo que se debe aprender es no sacar conclusiones de una historia solo con una sola versión de los hechos.

 

 

Dantalion tarareaba una canción mientras entraba a la cocina. Baphomet solo lo miró de reojo con una sonrisa burlona. Últimamente su amo se encontraba feliz por alguna «extraña razón» que estaba seguro que el de ojos rojos no admitiría.

—Buenos días, amo —saludó el mayordomo atendiendo las estufas.

—Hola —respondió Dantalion, sin dejar de tararear la canción.

—¿Se encuentra feliz? —preguntó el hombre con un leve tono burlón, casi indistinguible.

—No comiences —regañó Dantalion, ganándose una falsa mirada incrédula por parte de su sirviente.

—¿A qué se refiere, amo?

—No te hagas —regañó nuevamente Dantalion antes de salir de la cocina.

Baphomet rio mientras negaba con la cabeza. Tarde o temprano su amo organizaría sus propios sentimientos, solo había que tener paciencia.

Dantalion se sentó en la mesa del comedor, donde ya estaban el resto, esperando a que Baphomet colocara los platillos y sentía que ya se estaba tardando bastante. Si no se apresuraba llegaría tarde a la mansión Twining y eso era lo que menos quería hacer.

Sonrió enorme cuando su mayordomo se acercaba con el desayuno.

Volvió a tararear la canción mientras golpeaba silenciosamente la mesa con sus dedos y movía la cabeza sutilmente de un lado a otro.

—¿Te encuentras feliz? —preguntó su madrastra extrañada.

Baphomet rio por lo bajo de un modo sardónico mientras acomodaba los platos sobre la mesa, ganándose una mirada enojada de su amo.

—¡No! ¡Ya dejen de preguntar eso! —comenzó a comer con un puchero bastante infantil, teniendo sobre él la mirada extrañada de todos los presentes.

La verdad sí estaba feliz. Pero era solo por el festival, no por otra cosa. Y no admitiría esa felicidad o sería molestado por Baphomet.

 

 

—¿Se encuentra feliz? —preguntó el chofer, mientras se dirigían ambos a la mansión de William.

—¡No! ¡¿Por qué todos me preguntan eso?! —se quejó el pelinegro.

—Está sonriendo, es todo —respondió el hombre, dirigiendo su mirada rápidamente al espejo retrovisor.

—Claro que no —contradijo Dantalion deseando todavía más tener su permiso de conducir y su auto propio.

Cuando el auto frenó, el pelinegro salió corriendo rápidamente hacia la parte trasera de la casa, llamando a William por el celular:

Solo entra ya —fue lo único que dijo el rubio al otro lado de la línea, colgando inmediatamente.

Dantalion sonrió y comenzó a subir por el balcón hasta llegar a la ventana de su compañero de trabajo.

William ya estaba sentado frente a la computadora, esperándolo.

—¡Hola! —saludó el pelinegro con una enorme sonrisa.

—Siéntate ya. Quiero comenzar cuanto antes.

Dantalion asintió tomando asiento a su lado, mientras su cabeza bailaba de derecha a izquierda, como si fuera un niño pequeño que iría a Disneyland por primera vez.

—¿Te encuentras feliz? —preguntó William con desinterés.

A pesar de lo molesto que se mostró Dantalion cuando sus sirvientes y su madrastra le hicieron esa misma pregunta, esta vez agrandó su sonrisa para responder:

—¡Claro, hoy iremos al festival! No te retractaste, ¿verdad?

—Ah, eso. No, sigue en pie.

La sonrisa de Dantalion se agrandó dando pequeños saltos en la silla.

—¿Dejarías de actuar así? —pidió William sin entender todavía qué fue lo que le pudo ver a alguien tan infantil como Dantalion.

—¿No puedo estar feliz?

—De que puedes, puedes. Pero deberías actuar como alguien de tu edad.

—Entonces, ¿dejo que mis hormonas se alboroten?

Un pequeño sonrojo cubrió las mejillas de William ante la broma de Dantalion. A veces sentía que era imposible tratar con él.

—Mientras no estés cerca de mí cuando ocurra —respondió el rubio recobrando la compostura.

—Eso es algo que no puedo controlar. ¿Y si estoy cerca de ti cuando ocurra? —Acercó su silla allak a la de William para susurrarle al oído—. Muy, muy cerca de ti.

El rubio suspiró con cansancio y jaló uno de los pendientes que Dantalion tenía a lo alto de su oreja.

—¡No, William, William! ¡Suelta, suelta eso! —se quejó de dolor, tomando a su compañero por la muñeca para que lo soltara.

—Entonces, no actúes como un idiota —le soltó para buscar el trabajo cuando la computadora encendió.

Dantalion sobaba su oreja, mirando a William de reojo con un puchero. Pero, por más que sabía que hacer enfadar al rubio era prácticamente una sentencia de muerte, no podía dejar de hacerlo.

Todo prosiguió en silencio. Solo decían lo necesario y referente al trabajo, pero Dantalion quería buscar conversación.

Hacer bien el trabajo y hablar tranquilamente era algo imposible de lograr. Pero nada se le ocurría. Su cerebro no podía ser más inútil en ese momento.

Luego recordó que todavía podía pedir pistas para saber quién era el idiota que le gustaba a William. Solo debía pensar en una, ¿pero cuál?

—William, ¿por cuál letra empieza el nombre del idiota que le gusta al idiota que te gusta? —preguntó con una gran sonrisa en sus labios.

—¿No piensas darte por vencido? —Preguntó recibiendo solo una negación de cabeza—. Te he dado tantas pistas obvias de las cuales tuviste que haberte dado cuenta a estas alturas. Que te dé una pista más no cambiará nada.

—Nunca lo sabremos si no lo intentamos. Solo dime la letra.

—Está bien, pero que conste que no cambiará nada. Comienza con «S».

Tras todo quedar en silencio, William volvió a hablar:

—¿Ya sabes quién es?

—No tengo ni la menor idea —confesó Dantalion, mirando fijamente la computadora.

—Te lo dije.

—¡Es que no entiendo! —Se quejó el de ojos rojos con un puchero—. ¿Por qué Isaac sí lo sabe y yo no?

—¿Disculpa? —se alertó William, volteando a ver rápidamente a Dantalion.

—Él me dijo que sabía quién te gustaba.

William suspiró molesto.

«Isaac —pensó en su pelirrojo amigo con enfado—, rézale a tu dios, porque la próxima vez que te vea, haré más que solo coserte la boca con una aguja —amenazó como si sus pensamientos fuesen a llegar a los oídos del amenazado.

Dantalion, por su parte, recordó algo que aún le molestaba un poco. Ese día que había visto a William e Isaac con una ligera capa de sudor y la corbata del rubio con el nudo desatado.

¿Y si a William realmente le gustaba Isaac? Es decir, quizás le mintió con las pistas que le dio para no tener que admitir que le gustaba el pelirrojo y ahorrarse esa vergüenza. No es que pensara que Isaac era poca cosa, pero de seguro William sí lo pensaba y no quería admitir que le gustaba alguien como el pelirrojo.

Es decir, Isaac sabía mucho sobre William y caminaba aferrado al brazo del rubio sin ser apartado por éste. ¿Y si eran novios en secreto? ¿Y desde cuándo lo eran? ¿Y por qué él no lo sabía? Y entre todo esto, ¿William ya no era virgen? La verdad, no se atrevía a preguntarle. El rubio terminaría por insultarlo y, posiblemente, golpearlo.

Mejor pensaba en otra cosa.

«¿Te encuentras feliz?»

Recordó esas palabras y suspiró mentalmente.

Sí, estaba feliz y no sabía si eso era algo bueno. Ya una vez había tenido este pensamiento y lo volvería a retomar. Su felicidad estaba dependiendo demasiado de William, porque la razón por la que se encontraba feliz no era precisamente por ir al festival, era porque William lo iba a acompañar.

¿Qué era lo que le ocurría con ese rubio? Sí, era cierto que antes se llevaban bien, pero no tanto como ahora. De vez en cuando sí llegó a bromear con él, haciéndolo enfadar, pero su relación no era tan fuerte como lo era en ese preciso momento.

Pensando en ello, ya desde antes le gustaba hacer enojar a William. No lo llegó a hacer con frecuencia, porque siempre estaba detrás de Solomon, pero de vez en cuando sí le provocaba ver enojado al rubio.

—¿Regresas? —preguntó William, jalando suavemente un mechón de cabello contrario, sacando a Dantalion de sus pensamientos.

—¿Q… qué ocurre? —preguntó un poco fuera de la realidad.

—Que te fascina distraerte mientras trabajamos.

—Perdón, solo estaba pensando en… cosas.

El rubio le miró de reojo, llevando posteriormente su vista a la pantalla de la laptop.

—Puedes pensar en tus cosas una vez que terminemos de trabajar, pero antes de eso no te quiero distraído.

—Sí, lo siento —respondió Dantalion, agitando la cabeza para concentrarse en el trabajo—. Es solo que siento tener muchas cosas en qué pensar. Siento que estoy… enloqueciendo.

—¿Enloqueciendo?

—Sí —murmuró Dantalion recordando lo que esa voz en su cabeza insistía en repetirle—. ¿Te puedo hacer una pregunta? —dijo muy solemnemente.

Ante semejante seriedad, William alzó una ceja con curiosidad.

—¿De qué se trata?

—¿Alguna vez has estado seguro de algo, pero hay una voz dentro de ti que te contradice?

—Sí —respondió William con poco interés.

—¿Y qué haces en esos momentos?

—Si yo creo estar seguro de algo, pero algo dentro de mí dice que estoy equivocado, entonces debo escuchar esa voz en mi interior. Porque si está dentro de mí susurrándome, por algo debe ser, ¿no lo crees?

—Sí, supongo que sí, pero… —suspiró restregando sus manos en el rostro—. Nada. Estoy enloqueciendo.

—Enloquece después, ahora céntrate en el trabajo.

—Ah, está bien.

De repente todos los pensamientos que hace minutos ocupaban su mente desaparecieron y fueron reemplazados por el festival. Una enorme sonrisa apareció en sus labios y miró a William de reojo.

—William —le llamó un tanto inseguro—, ¿sí podemos continuar saliendo después del trabajo?

—Todo depende —respondió sin mirarlo a los ojos.

—¿De qué?

—De que tan maduro te comportes.

Dantalion soltó una pequeña risa y luego asintió con firmeza.

—Está bien, intentaré comportarme.

William le miró por el rabillo del ojo. Era solo cuestión de tiempo para que Dantalion accediera a hablar con Solomon y, a partir de ese día, todo volvería a ser como antes. La atención de Dantalion ya no sería suya, volvería a pertenecer a su hermano.

—Ahora sí, céntrate en el trabajo —pidió con agotamiento.

—Está bien —asintió Dantalion con una sonrisa.

El pelinegro no entendía por qué sentía ser las horas más largas que había trabajado. No dejaba de ver la hora en la laptop a cada cinco segundos, como si esa técnica funcionara para que el tiempo avanzara más rápido, pero solo sentía que avanzaba más lento.

William estaba concentrado solo en lo suyo. Ya había salido antes con Dantalion y no estaba tan emocionado como éste… no tanto.

Y, cuando finalmente guardaron el trabajo y apagaron la computadora, los labios de Dantalion se curvaron en una gran sonrisa que le hizo a William alzar una ceja.

—Lo sigo repitiendo, pareces un niño —dijo al cerrar al laptop y colocándose de pie, siendo imitado por su compañero.

—Solo quiero ir contigo —admitió con una sonrisa, haciendo suspirar a William de cansancio.

—Si te reconciliaras con Solomon, fueras a tu primer festival con el amor de tu vida —se quejó con un tono evidentemente molesto.

Dantalion suspiró y sonrió con tristeza.

—Pero si estoy cerca de él, estando él con Camio, solo me darán ganas de embriagarme y embriagarme para no pensar en nada, aunque sea por un momento.

—¿No pensar en nada? —preguntó William con un tono burlista—. Cuando te embriagas, lo único que haces es hablar de Solomon y…

«William, salgamos. Intentémoslo y olvidémonos de todo.»

Recordó esas palabras dichas por un Dantalion borracho, y frunció el ceño con disgusto:

—Dices tonterías —terminó de decir desviando la mirada hacia otro lado—. Pero si te quieres embriagar, adelante. Mientras no estés cerca de mí cuando lo hagas, porque de verdad eres insoportable.

Dantalion sonrió y se acercó a William hasta quedar frente a frente y, sin borrar la curva de sus labios, propuso:

—Entonces quizás deberíamos embriagarnos juntos algún día.

—Eso no va a sucedes —aseguró el rubio mirándole con firmeza.

Dantalion agrandó su sonrisa, inclinándose un poco hacia William.

—¿Y por qué no? Podría ser divertido.

—Cuando despertemos con una gran resaca es cuando será divertido.

Dantalion rio levemente y luego miró a William con una sonrisa. Ambos mantuvieron la mirada fija sobre el otro sin pronunciar palabra, y es que tampoco esperaban que el contrario dijera algo. La vista de cada uno se pasaba de un ojo al otro como si estuvieran buscando algo en la mirada de su acompañante. Hasta que Dantalion comenzó a acortar la distancia entre los dos de manera muy lenta.

—Deberíamos besarnos para romper la tensión.

—¡Déjate de tonterías! —dijo William empujando a Dantalion para apartarlo, antes de acceder a semejante propuesta (otra vez) —. ¿No se te hará tarde para ir a ese festival al que quieres ir?

—Sí, deberíamos irnos ahorita —tomó la muñeca de William y comenzó a dirigirse hacia la puerta.

—¡Espera, espera! —Le detuvo soltándose del agarre—. Yo no estoy listo.

—Claro que sí, luces bien.

William se sonrojó levemente y apartó la mirada.

—He dicho que no estoy listo. Espérame aquí —tomó ropa de su armario y fue directo al baño encerrándose con seguro.

Dantalion dio un par de vueltas por la habitación y luego se sentó en la cama a esperarlo. William no tardó tanto en cambiarse y, cuando salió del baño, Dantalion se acercó a él con una gran sonrisa.

—¿Listo?

William solo asintió como respuesta, siguiendo a Dantalion cuando éste comenzó a caminar hacia la puerta.

De camino al festival, Dantalion supo en ese momento que hubiera preferido ir a ese festival después de obtener su permiso para conducir y su auto propio. Caminar hasta allí, fue agotador, no para él, pero sí para William. Dantalion se había ofrecido cortésmente a llevarlo cargado, pero recibió un fuerte codazo en una de sus costillas por su propuesta.

—¡Llegamos! ¡Ven, entremos! —tomó al rubio de la muñeca y lo arrastró con él hasta dentro del lugar.

—Dantalion —murmuró William cuando finalmente el pelinegro se detuvo—. Esto no es un festival, es una feria.

—¿Y no es lo mismo? —preguntó Dantalion confundido.

—Es posible que hay quienes lo usan como sinónimos, pero existe una gran diferencia entre ambas.

—Bueno, tampoco es que me interese mucho saberlas —dijo Dantalion despreocupado.

William miró a su alrededor con cierto fastidio.

—Te dije que estos eventos son para niños.

—Claro que no, hay adultos también —contrarrestó Dantalion.

—Sí, acompañando a los niños.

—¡Deja de decir que es solo para niños! ¡Los adultos también se divierten! —regañó el pelinegro mirando a William con las mejillas infladas.

—Por supuesto que se divierten. Adultos que se dejan guiar por ridículos colores brillantes y juegos totalmente absurdos y se emocionan con una inmadurez impropia acorde a su edad.

Dantalion lo observaba sin poder creérselo. No podía entender cómo alguien de dieciséis podía actuar como alguien de cuarenta y no divertirse con estos agradables eventos.

—¡Deja de ser tan amargado y diviértete! —le tomó de la muñeca y lo guió mucho más adentro de la feria.

—Olvídalo. Vine aquí para acompañarte, no a hacer ridiculeces.

—Pareces un anciano malhumorado.

—Y tú un mocoso de cinco años.

Dantalion rio como respuesta y lo llevó a ver el lugar.

William no estaba tan entusiasmado, ese tipo de eventos no era lo suyo, pero ver a Dantalion tan feliz de alguna manera lo reconfortaba.

—¿Quieres ir al juego de pesca? —preguntó el pelinegro mientras señalaba el puesto.

—Si quieres ir, vamos, pero te advierto que no voy a jugar ninguno de estos absurdos juegos.

—¿Por qué? ¿Temes ridiculizarte tú mismo? —se burló el pelinegro mirando hacia otro lado con cierta superioridad.

—¿Disculpa? —se cruzó de brazos y alzó una ceja.

—Creí que solo eras malo en deportes, pero en actividades que no requieren ningún tipo de actividad física pesada, ya es demasiado. Ahora entiendo porque solo dependes de tu inteligencia para llegar a la cima.

William no era estúpido, él sabía exactamente lo que Dantalion intentaba hacer. Era muy famoso; se le conocía como «Psicología Inversa», trataba de herir su orgullo para que accediera a sus peticiones. Por un momento pensó en seguir insistiendo en no jugar, pero ya estaba ahí. Podía mezclarse con el resto, aunque sea una sola vez. Nada le costaba y nadie lo iba a juzgar. Todos habían ido a lo mismo, después de todo.

—Está bien, jugaré.

Dantalion sonrió y lo tomó de la muñeca llevándolo al juego.

—Paga —exigió William cuando llegaron al puesto.

—¿Por qué tengo que pagar yo? —se quejó el pelinegro.

—¿No querías que jugara? Entonces pagaras por tu capricho.

Dantalion lo observó con una media sonrisa que se convirtió en una sutil y divertida risa. William lo observó detenidamente. Si podía seguir viendo esa sonrisa, valía la pena jugar esos absurdos juegos.

—Está bien —accedió el pelinegro sacando dinero—. Si esa es la condición para que te unas al festival, entonces no me quejo.

Le pagó al encargado, quien le entregó una pequeña caña de pescar de juguete a William para que pescara sus peces de goma.

Si bien ya era bastante difícil hacer que un imán colgado en el hilo de una caña de pescar hiciera contacto con el imán en la cabeza del pez para poder pescarlo, lo era todavía más con Dantalion molestándolo. Cuando estaba finalmente cerca de sacar al mugroso pez de la tina, el pelinegro le hacía cosquillas o cualquier otra cosa, provocando que volviera a caer al agua.

—¡Deja de hacer eso! —reclamó William ya bastante harto de la actitud tan infantil del de ojos encarnados.

Quien no podía parar de reír era el encargado del juego. Solo se pudo imaginar a un hermano mayor molestando a su hermanito —aunque éstos no se parecieran en nada—.

Al final, Dantalion no dejó al rubio pescar los peces de hule y no pudo ganar.

—Te lo dije una vez y lo hago otra vez: te desprecio —murmuró William en un tono evidentemente molesto y lo suficientemente alto como para que el pelinegro lo escuchara.

—Vamos —dijo colocando su dedo índice en medio de las cejas del rubio—, debes dejar de ser tan amargado. Te ves mejor sonriendo.

William le apartó la mano con rudeza y emprendió su caminar.

—Espera, no te vayas —detuvo Dantalion tomándolo por la muñeca—. Me gustaría intentarlo —le pagó de nuevo al hombre.

—Bien, me da igual.

Si hay algo que es cierto es que no existe venganza sin placer[1] y, justo cuando el pelinegro logró unir ambos imanes, los ojos del rubio se dirigieron a la cintura de Huber y una pequeña vocecita —que de seguro tenía cuernos, cola, tridente y estaba sobre su hombro—, le dijo que no dejara pasar la oportunidad.

Lentamente acercó su mano a la cintura de Dantalion y la pellizcó levemente, logrando un gran respingo en éste. Fue ahí cuando lo supo, el pelinegro también sufría de cosquillas.

—¡William! —se quejó cuando el pez cayó de nuevo al agua.

—La venganza es el placer de los dioses[2] —dijo el rubio con una pequeña sonrisa y mirando hacia otro lado.

—Habló el ateo.

—Aún no se termina el tiempo; todavía puedes pescar algunos. Ánimo.

Dantalion le miró desconfiado por unos segundos y volvió a su pesca.

Y la historia se repitió. Los peces que lograba atrapar, volvían a caer al agua por culpa del rubio.

—Eso fue molesto —se quejó Dantalion cuando no pudo pescar ningún pez.

—¿Verdad que sí?

William comenzó a caminar, sin mirar a su acompañante a los ojos.

—Vamos a otros juegos —dijo Dantalion con una gran sonrisa, mientras seguía al rubio.

—Que te quede claro que no jugaré más.

—Está bien —aceptó Dantalion—. Está bien con que solo estés aquí conmigo.

William se sonrojó ferozmente y apartó el rostro con rudeza. Odiaba que Dantalion dijera ese tipo de cosas. Realmente lo detestaba.

—Ven —le tomó de la muñeca—, vamos a aquel juego.

Cuando llegaron, el pelinegro miró curioso, para luego dirigirse al encargado:

—¿Cómo se juega? —preguntó.

—Muy fácil, le doy cinco canicas grandes y deberá arrojarla por la tabla y hacer que quede atoradas en algunos de los hoyos, que tienen puntajes. Si logra obtener doscientos cincuenta puntos, gana un premio.

—Bien, jugaré —dijo con una gran sonrisa en el rostro, mientras le pagaba al hombre—. ¡Y esta vez no me hagas perder! —le advirtió a William, quien solo se encogió de hombros indiferente.

El rubio observó a Dantalion por unos segundos, perdiéndose en sus recuerdos. Aquella vez en que Dantalion le había dicho que dejar de molestarlo se había vuelo algo imposible de hacer.

Bajó su mirada a la cintura del pelinegro y acercó su mano lentamente, pellizcándolo de nuevo, a lo que la canica cambiara de dirección y cayera al suelo.

—¡William! —se quejó molesto, pero cuando vio reír al rubio, abrió los ojos sorprendido y guardó silencio.

—Todavía te quedan cuatro canicas; no te desamines —dijo William mientras intentaba contener las risas.

—Oh… sí, uh-huh. Sí… —lo observó durante unos segundos más y colocó de nuevo una canica sobre el inicio de la tabla para hacerla rodar.

William solo estaba esperando ese momento para volver a pellizcar la cintura de Dantalion y hacerle perder la puntería para que la canica cayera al suelo.

El pelinegro se volteó enojado hacia donde estaba el rubio y señaló el puesto del frente.

—¡Ve para allá! —ordenó con el ceño fruncido.

—Olvídalo. Tú querías que te acompañara, así que lo haré.

Dantalion le miró desconfiado y continuó jugando, pero las tres oportunidades que le quedaban fueron estropeadas por William.  Si logró acertar solo diez puntos había sido de suerte.

Era increíble que en un juego tan sencillo, que no necesita ninguna habilidad en específico, hubiese perdido por la infantil venganza de William —aunque sí admitía que se lo merecía—.

—Llega a ser molesto después de varias veces —dijo el pelinegro mientras caminaba al lado del rubio—, pero fue bueno verte reír.

William le miró levemente sonrojado por unos segundos y luego apartó la mirada.

—No seas idiota —murmuró.

Caminaron un buen rato por los alrededores, hasta que Dantalion observó un juego que no podía faltar en las ferias.

—Vamos a la casa de los sustos.

William llevó la mirada al susodicho juego con desinterés y encogió los hombros restándole importancia.

—Como gustes.

Mientras caminaban por el oscuro pasillo del juego, el rubio miraba a su alrededor indiferente.

—Por lo menos se hubieran esforzado más en el decorado. Esto no asusta.

—No los critiques —dijo Dantalion con desaprobación, pero con una sonrisa en su rostro—, hacen lo mejor que pueden.

—Aun así, esforzarse un poco más, no cuesta na…

Una luz se encendió de repente y un robot de apariencia horrible apareció al lado de William riendo de un modo espantoso y macabro.

El rubio no había podido terminar su oración y lo único que atinó a hacer fue arrojarse a los brazos del pelinegro, después de gritar, y esconder su rostro en el pecho de éste. Dantalion, por su parte, también se había asustado y abrazó fuertemente a William. Pero, a diferencia del mellizo, él no había gritado. Como mucho, solo un respingo.

No es que creyera en cosas sobrenaturales, ni menos le asustaban esas idioteces, pero William no se despegó del abrazo. No porque tuviera miedo o porque se sintiera bien sentir esos fuertes brazos alrededor de su cuerpo, sino por vergüenza. No podía ver a su acompañante a la cara.

—¿Estás bien? —preguntó Dantalion suavemente.

—Perfectamente —murmuró William, separándose del abrazo con lentitud y con la cabeza gacha, evitando por todos los medios hacer contacto visual con el pelinegro.

—Bueno —prosiguió Dantalion un tanto burlón—, ya no tienes porqué quejarte del decorado.

—Cállate y vámonos —comenzó a caminar con un fuerte sonrojo que se intensificó cuando su cintura fue gentilmente abrazada por el pelinegro—. ¿Q-qué haces?

—Para que no vuelvas a asustarte.

—¡N-no me asusté, solo me sorprendí y es algo muy distinto.

—Claro, tanto así que gritaste como niña —se burló Dantalion.

—¡No grité como niña!

—Por supuesto que no, sonaste muy masculino y varonil cuando te arrojaste a mis brazos.

William apartó el rostro para otro lado con un fuerte sonrojo en sus mejillas. Le molestaba que Dantalion hubiera encontrado algo nuevo para molestarlo.

El resto del viaje, el rubio ya estaba más «preparado» y, por lo tanto, el resto de las decoraciones sorpresas no le sorprendieron.

Cuando salieron de la casa, Dantalion seguía aferrado a la cintura de William y no parecía muy interesado en soltarlo.

El rubio solo suspiró agotado.

—¿Podrías soltarme ya? —pidió con cansancio.

—Nah —fue lo que respondió el pelinegro, molestando más a William.

—Déjate de payasadas y suéltame —se soltó del agarre y adelantó el paso, sin poder creerse todavía que se asustó en la casa embrujada.

—¿A cuál vamos ahora? —preguntó el pelinegro alcanzando al rubio.

—A mí no me preguntes, yo estoy aquí de acompañante —respondió William con un ligero tono color rosa tiñendo todavía sus mejillas.

—Bien, vayamos a los aros.

El juego era bastante simple: insertar diez aros en las botellas y ganas un premio, un clásico en las ferias. Fácil, ¿no? Claro, que William, teniendo en mente su venganza, no se lo iba a dejar tan sencillo.

Cuando Dantalion apuntaba para poder encestar los aros, un ligero pellizco en su cintura le hacía fallar y, si no era eso, eran unas manos sobre sus ojos para impedirle ver. Así, de los diez aros, solo pudo encestar dos.

—Ya basta con eso —se quejó Dantalion—. Yo solo te lo hice una vez. ¿Podrías parar?

—Eso se ha vuelto algo imposible de hacer.

Dantalion llevó su mirada a otro lado y frunció la boca. Recordó que él había usado las mismas palabras en una conversación que había tenido con William. Usándolas de excusas para seguir molestándolo.

William estaba en todo su derecho de hacer aquello.

—Bien, vayamos a uno en el que no puedas hacerme perder —tomó de la mano a William y se lo llevó a otro puesto.

Llegaron a un puesto donde el juego era muy parecido al bingo. Se le repartieron diferentes plantillas a los participantes, las cuales tenían nueve elementos. El cantor, teniendo todos los elementos por separado, gritaba los elementos aleatoriamente uno por uno. El objetivo era marcar todos los elementos de primero y así ganar.

Lamentablemente, al ser un juego de suerte, la primera en marcarlos todo fue una chica que se alegró al marcar su último elemento y recibir su premio.

—Bueno, no hubo suerte —dijo Dantalion con tranquilidad—. Vamos a otros juegos —tomó a William por la muñeca y lo llevó al puesto de los dardos.

 Solo tenía dos oportunidades para reventar uno de los globos delante de él. Le suplicó al rubio que no se interpusiera entre él y su victoria. William solo alzó las manos en son de paz, cruzando después los brazos, esperando que Dantalion arrojara sus dos dardos y ver si le atinaba.

El pelinegro apuntó y, cuando estuvo preparado para arrojar, no tuvo suerte y el dardo cayó al lado del globo. Frunció la boca y, en su segunda oportunidad, respiró profundo para relajarse. Apuntó de nuevo y, al igual que en su primer intento, falló dándole justo arriba del globo.

—¿Es en serio? —se quejó.

—Muy en serio —respondió William comenzando a caminar—. Tengo hambre; cómprame algo de comer —ordenó mientras se dirigía a uno de los puestos de comida.

—¿Y por qué debo pagar yo? —se quejó Dantalion mientras seguía al rubio.

—Porque yo soy el invitado y, por ende, tú tienes que invitar.

—Te recuerdo que yo te des-invité y luego tú dijiste que vendrías conmigo.

—Me da igual; aliméntame.

Dantalion sonrió y negó con la cabeza.

—Está bien. Lo haré porque yo también tengo hambre.

Ya con sus comidas en varas, ambos se sentaron algo alejados de la feria a comer sus alimentos tranquilamente y lejos de todo el ruido.

—No se compara a la cocina de Baphomet, pero sí le da diez patadas a la comida de Stratford —comentó Dantalion al dar su primer bocado.

—Para ti cualquier comida es mejor que la del colegio.

—Es que hay que admitir que es un asco.

William se perdió en sus pensamientos por unos momentos, recordando el almuerzo extra que Dantalion llevaba para él.

—Entre todo esto —murmuró el rubio—, ¿alguna vez le llevaste el almuerzo a Solomon?

Dantalion le miró sorprendido por unos segundos y luego llevó su mirada a sus alimentos.

—No, no lo hice.

—¿Entonces? —Preguntó William fingiendo desinterés—, ¿compartías tu almuerzo con él?

—N-no… yo…

—Entonces ¿no te importaba que él comiera esa asquerosa comida?

—La verdad es que hace poco fue que probé la comida de Stratford. Baphomet amaneció enfermo y no tuve otra opción. Cuando yo estaba junto a Solomon, no había probado la comida, por eso no sabía lo mala que era.

—Mmm… ya veo.

Mentira. La primera vez que comió en el comedor de Stratford fue su primer día de clases. A partir de ese día, le dijo a Baphomet que le preparar su almuerzo. No pretendía seguir comiendo esos alimentos. Pero nunca llegó a pensar en llevar un segundo almuerzo para Solomon, como lo hacía con William.

¿Qué clase de enamorado era? Seguramente el peor de todos.

Suspiró mentalmente y continuó comiendo casi sin ganas.

Quizás tuvo que actuar un poco más lindo con Solomon. De ese modo, pudo haber sido suyo en vez de Camio. Sí, si tan solo no se hubiera quedado callado observándolo leer y hubiera buscado un poco más de acercamiento y más contacto, Solomon hubiese sido suyo. De hecho, Solomon tuvo que haber sido suyo. ¡Pero qué tarde era para lamentos!

Si no hubiese tenido ese absurdo pensamiento de querer ser amado, no estuviera sufriendo como un miserable en ese momento. Pero no era algo que estuviera a su alcance, o que pudiera haber evitado.

—¿Es un pecado querer ser amado? —pensó en voz alta, olvidándose por completo que estaba acompañado.

—¿Qué?

—¡Ah! No —cayó en cuenta que no estaba solo y carraspeó—. Pensé en voz alta. No me prestes atención.

William lo observó detenidamente por el rabillo del ojo. Había escuchado perfectamente a Dantalion y sintió decepción de sí mismo. Estaba seguro que no conocía casi nada del chico del cual estaba enamorado.

—¿Quieres ser amado? —preguntó llevando su comida en vara a la boca y mirando hacia ninguna parte en concreto.

Dantalion se sonrojo levemente y llevó su mirada hacia otro lado. No se suponía que William escuchara eso. No se suponía que William conociera esos pensamientos.

Al no recibir respuesta, William formuló otra pregunta que bien tuvo que haberse quedado en su mente:

—¿Sientes que nadie te quiere?

Pensó que tampoco iba a recibir respuesta, pero esta vez fue diferente:

—Quizás…

William abrió la boca, pero se detuvo. No valía la pena decirle sus sentimientos si no eran bilaterales.

—Tienes amigos en Stratford, ¿no? —dijo sin saber exactamente qué más decir.

—No. Como mucho conocidos.

—¿Y tus amigos de los clubes?

—Son solo compañeros. No los considero mis amigos. Mi único amigo eres tú… —hizo una pequeña pausa y agregó— y Baphomet.

«No somos amigos» quiso decir William. Pero no decidió no decirlo.

—Aunque te hayas portado tan mal conmigo —prosiguió Dantalion—, y me hayas hecho escribir esas infernales líneas en latín.

—¿Y yo cuándo hice eso? —exigió saber William.

—¿No lo recuerdas? Fue un par de semanas después de que ingresé a Stratford… creo.

—Ah… sí, ya lo recordé. Apenas obtuve mi manto de prefecto y tú apenas ingresaste y ya estabas buscando problemas.

—¡¿Qué yo estaba buscando problemas?! —Se indignó Dantalion—. ¡Ellos fueron los que empezaron! Pero tú nunca me dejaste contar mi versión de los hechos.

—Está bien. Cuéntame tu versión de los hechos —propuso William succionando el sorbete de su bebida.

—¿Para qué?

—Para que no se acaben los temas de conversación y quede todo en silencio.

Dantalion rio y luego suspiró.

—Está bien.

 

 

Era el año 2015. El día lunes 21 de septiembre, Dantalion Huber, el estudiante recién ingresado, ya había entablado una buena relación con Solomon, el amor de su vida. Ya todos en Stratford sabían que Dantalion sentía algo por el mayor de los gemelos y él tampoco se molestó en ocultarlo, mucho menos en negarlo.

Muchos no le dieron importancia y otros decidieron no involucrarse, pero habían algunos que creían establecer las reglas, y aquel que se atreviera a pensar o actuar diferente a lo «normal», lo pagaría muy caro.

Dantalion guardaba sus libros en su casillero tranquilamente, cuando escuchó una voz por detrás.

—Oye.

El pelinegro se volteó encontrándose con dos chicos mirándole con una sonrisa siniestra.

—¿Me hablan a mí? —preguntó sin inmutarse.

—Así es. Queríamos aclararte que aquí no nos gustan los maricas.

—¿En serio? —Ladeó la cabeza hacia un lado—. Entonces ¿qué hacen ustedes aquí?

La risa de los estudiantes alrededor no se hizo de esperar, molestando a los dos bravucones.

—Escúchame bien, maricón —dijo el que parecía ser el líder, tomando a Dantalion por el cuello de la camisa y mirándolo amenazante, a pesar de que el pelinegro era mucho más alto que él—, más te vale no aparecer aquí mañana si no quieres pagar las consecuencias.

—Para tu desgracia y mi felicidad, soy un estudiante de esta institución, por lo tanto regresaré mañana, pasado mañana y el resto del año.

—Si regresas, te romperemos la nariz a ti y a tu novio —amenazó el chico.

Dantalion frunció el ceño ante esa amenaza. Que se metieran con él le daba igual, ya estaba acostumbrado, pero que amenazaran con hacerle algo a Solomon, eso sí no se os iba a perdonar.

—Oh, créeme, no querrás hacer eso —aseguró el pelinegro con serenidad.

—¿Y por qué no? ¿Crees que le tenemos miedo a un par de maricas?

—¿Y ustedes creen que me están intimidando con sus palabrerías? —Sonrió Dantalion—. Hay algo interesante en personas como ustedes. Comúnmente el abusador es abusado, quizás por alguien cercano a ustedes.

El entrecejo de los chicos se arrugó, mientras que la sonrisa de Dantalion aumentaba. Había dado en el blanco.

—¿O será que —prosiguió el pelinegro— acaso no han «salido del closet» y les revienta que yo me haya fijado en Solomon y no en ustedes?

—¡Tú te lo buscaste! —gritó el chico alzando su puño y aventándolo con fuerza hacia el rostro de Dantalion, pero éste lo detuvo sin ningún esfuerzo.

—Oh, pequeña oveja, ¿no te han enseñado que no debes hacer enfadar a un lobo y menos si éste no te está asechando? —Sonrió de medio lado y le miró con superioridad—. No tienen ni la menor idea de con quién se han metido.

El chico intentaba liberar su mano, pero era imposible. Su acompañante quiso arrojarle un golpe a Dantalion, pero éste lo detuvo con la mano que le quedaba libre.

—Se nota que no aprenden —negó con desaprobación—. Deberían prestar un poco más de atención.

Le dio un rodillazo en el estómago al líder, al momento que los soltaba a ambos, propinándole un golpe en la nariz al secuaz.

—¿Así sí entienden? —preguntó de brazos cruzados y mirando a ambos bravucones en el suelo.

Todos los que estaban alrededor se quedaron estáticos y algunos habían comenzado a susurrar entre ellos.

—Maldito infeliz, ¡me las vas a pagar!

El líder levantándose del suelo e intentando golpear de nuevo a Dantalion, pero su golpe fue esquivado sin ninguna dificultad, recibiendo luego un golpe en el extremo de su labio.

El chico quedó de rodillas en el suelo  se inclinó hacia delante escupiendo dos dientes y abriendo los ojos de la sorpresa. Se notaba que ese tal Huber era algo fuerte, pero no imaginaba que lo fuera tanto.

—Alégrate —sonrió Dantalion—, gracias a mí, esta noche te visitará el hada de los dientes.

El chico se levantó molesto del suelo, dispuesto a continuar la pelea, pero algo le detuvo.

—¡¿Qué está sucediendo aquí?! —gritó William estrenando su autoridad como prefecto.

—Ellos empezaron —se defendió Dantalion rápidamente.

—No estoy preguntando quién empezó. ¡Los tres me acompañarán a la dirección!

—¡No te entrometas! —gritó el chico dispuesto a golpear a William que, si no fuese por los rápidos reflejos de Dantalion, ese golpe hubiera aterrizado en toda su nariz.

El pelinegro tomó a William del brazo y lo jaló abrazándolo para usar su propio cuerpo como escudo y que el bravucón golpeara su espalda en vez del rostro del rubio.

Dantalion y William conectaron miradas. El rubio lo observaba sorprendido y sin reaccionar, mientras que la ira se apoderó del cuerpo del pelinegro. Se giró con el ceño fruncido hacia el chico y, tomándolo por la muñeca, le dio otro rodillazo en el estómago.

—¡Bueno, basta ya! —Gritó William al salir de su trance—. ¡Soy un estudiante supervisor y si yo les digo que vendrán a la dirección conmigo, me van a obedecer!

El chico, enojado, miró a William por unos segundos, luego llevó su mirada a Dantalion, quien, con solo una expresión, le dijo que obedeciera al rubio.

—Tch —chasqueó la lengua con molestia y comenzó a caminar, seguido de su secuaz.

—Tú también —le dijo a Dantalion mientras emprendía su camino.

—Déjame explicarte lo que sucedió —pidió Dantalion siguiendo a William.

—No me interesa saberlo. Tu castigo será el mismo que el de ellos dos —sentenció el rubio sin mirar atrás.

 

 

—Y eso fue lo que sucedió —terminó de contar Dantalion.

William bajó la mirada ante el relato.

—No sabía que te habían molestado por tus gustos sexuales —murmuró.

—Si eres homosexual, siempre van a molestarte. Hay algunos, por ejemplo, que no toleran mis gustos, pero me tratan por no tener opción.

—¿Qué quieres decir?

—Los miembros de los clubes en los que estoy, a muchos de ellos le desagrada tenerme cerca.

—Yo veo que todos ustedes se llevan bien —dijo William extrañado.

—Hay algo que se llama «hipocresía», porque, poco después de que ingresé a los clubes…

 

 

Era 2016 del mes de septiembre, día dieciséis. Dantalion se dirigía al gimnasio para practicar básquet con su equipo, pues en octubre habría una confrontación entre Stratford y Orwig. Aunque faltara mucho, el capitán de verdad quería ganar.

Llegó pero se detuvo antes de entrar, manteniéndose escondido a un costado de la puerta.

—De verdad me incomoda tener a un marica en el equipo —dijo uno de ellos, sintiendo cierta repulsión por aquello.

—No eres el único, es decir, ¿no se nos quedará mirando mientras entrenamos? ¿Y cuándo nos duchamos?

—Lo único que a mí me importa es que sea bueno en básquet, lo demás me es irrelevante —dijo el capitán en todo autoritario y como regañando a los otros dos para que guardaran silencio.

—No se preocupen —dijo Dantalion entrando al gimnasio—, tengo malos ratos, no malos gustos. Y, créanme, ninguno de ustedes es mi tipo. Ni siquiera los considero atractivos.

Dantalion no supo si fue por vergüenza o porque sabían que él podía con todos ellos y más, pero guardaron silencio manteniendo desviada la mirada.

—Qué bueno que llegaste —dijo el capitán—. Ya podemos comenzar.

 

 

—A muchos no les importa estar cerca de mí e incluso tocarme, pero otros prefieren hablarme desde las sombras.

William no supo qué decir con todo eso. No sabía lo mucho que despreciaban a Dantalion solo por sus gustos sexuales. Él era el mejor deportista de Stratford, así que supuso que todos lo amaban. Ahora al enterarse que no era así, sintió ganas de castigar a todos esos imbéciles con líneas en latín.

—Eres bastante fuerte —fue lo único que se le ocurrió decir.

Dantalion sonrió de lado e infló el pecho con orgullo.

—Sí, puedo romperle los dientes a cualquiera.

—No me refiero a fuerte físicamente —aclaró ganándose una mirada sorprendida por parte de Dantalion—. Debe ser difícil ser homosexual y estar en un colegio solo para chicos.

—Cuando no les prestas atención, no te importa. Pero creo que es más difícil para ti, ¿no?

—¿Qué quieres decir?

—A mí me da totalmente igual lo que digan de mí, pero tu reputación es muy importante para ti. El hecho de que te guste un chico debe ser duro, ¿no?

William abrió los ojos con sorpresa y sintió que una afonía le hizo un grueso nudo en la garganta. Apartó la mirada hacia el lado contrario de donde estaba Dantalion.

Su reputación…

Su brillante futuro directo a la cima…

Sí, era cierto. Para él su reputación era una de las cosas más importantes. Pero, sabiendo que nunca tendría una oportunidad con Dantalion, aceptó con facilidad estar enamorado de alguien de su mismo sexo, sin sufrir una crisis existencial por eso y se permitió fantasear de mil y una formas ridículas.

Si de alguna manera, él hubiese tenido alguna posibilidad con ese pelinegro, entonces quizás su manera de reaccionar ante semejante descubrimiento de estar enamorado de un idiota que compartía su mismo sexo, hubiese sido diferente. Muy diferente.

—¿Dije algo que no debía? —preguntó Dantalion sacándolo de sus pensamientos.

—¿Huh? No, está bien —succionó su sorbete para beber lo poco que le quedaba de su jugo.

—Es que te quedaste callado de repente. Me hiciste sentir culpable.

—No, solo me perdí en mis pensamientos.

Dantalion le observó por unos segundos y sonrió.

—¿Sabes? Hay un club de fans de Sitri con más de doscientos miembros. Cuando existe algo así en una escuela masculina, no creo que me puedan juzgar por ser homosexual.

—Sí, creo que tienes razón —sonrió William.

—Hablando de ello, ¿es cierto que una vez salvaste a Sitri de unos acosadores?

—Sí, Solomon me había dicho que ya una vez, cuando Sitri ingresó a Stratford, esos mismos chicos habían intentado lo mismo —guardó silencio al percatarse de algo—. ¿Sabes? Irónicamente son los mismos sujetos con los que te peleaste. De los que recién hablamos.

—¿De verdad? —Preguntó sonriendo, aunque con los ojos abiertos de la sorpresa—. ¡Vaya cinismo! Pero bueno, no son tan importantes para que estemos hablando de ellos.

—Sí, un par de escorias como ellos no valen la pena —afirmó William.

—Me refería a Sitri también. ¿Volvemos al festival?

William soltó una pequeña risita y negó con la cabeza.

—Sí, vamos —respondió—. Y ya te dije que es una feria, no un festival.

El pelinegro sonrió y ambos se levantaron yendo de regreso.

Dantalion observaba su en derredor buscando un juego que le llamase la atención y, uno en específico, sí que la ganó toda. Muy disimuladamente caminó por el frente, dirigiéndose a William:

—¿Qué dices? ¿Nos casamos?

—¿Disculpa? —se alertó el rubio.

Al ver que Dantalion tenía su mirada fija en uno de los puestos, llevó su mirada también y leyó un cartel con enormes letras que rezaban: «REGISTRO CIVIL». Obviamente, un casamiento de mentira.

—No seas idiota, ese juego es para aquellos que traen a la persona que les gusta y no se han declarado. Les preguntan si se quieren casar y si aceptan, son correspondidos, si rechazan, bien lo puedes dejar como que era una broma. Y, hasta donde tengo entendido, yo no soy la persona que te gusta, así que déjate de estupideces y sigue caminando.

Emprendieron su camino y Dantalion miraba hacia atrás, alejándose cada vez más y más del «registro civil». Mordía su labio inferior y sus manos no podían quedarse quietas. Bailaban de un lado a otro o sus dedos se retraían y se estiraban, como si un cosquilleo dentro de su piel lo estuviera molestando. No lo soportó más y tomó la muñeca del rubio para dirigirse al juego.

—Ven, casémonos —propuso mientras arrastraba a William con él.

—¿Qué? ¡Claro que no! —se sonrojó ferozmente intentando liberar su mano.

—Vamos, solo es un juego.

A pesar de los intentos de William por zafarse del agarre, Dantalion tenía mucha más fuerza que él y le obligó llegar hasta el puesto.

—Nos queremos casar —dijo el pelinegro a la encargada, mientras le extendía el dinero.

—Okey —rió la chica comenzando a buscar los papeles para el «casamiento».

—No es verdad. Vámonos —dijo William sonrojado intentando por todos los medios librarse del agarre sobre su muñeca.

—Aquí está —habló la encargada con una sonrisa, colocando dos hojas sobre el mostrador enfrente—. Solo deben firmar.

—¿Sin testigos? —preguntó Dantalion divertido.

—Sí, solo la firma de ustedes dos bastará.

Dantalion soltó a William para poder escribir, pero le sostuvo con la otra mano para que éste no huyera.

Cuando su firma estuvo en ambos «contratos», le pasó la pluma al rubio quien solo la miró sin tomarla, llevando luego su disgustada mirada a Dantalion.

—No voy a firmar esa cosa, ya suéltame —intentó zafarse, pero de nueva cuenta fue en vano.

—Solo te soltaré cuando firmes.

—¿Recuerdas lo que te dije sobre usar tu fuerza para conseguir lo que querías? —regañó William entre dientes, evidentemente molesto.

—Vamos —pidió Dantalion con una pequeña sonrisa—, es solo un juego.

El rubio le miró enojado y, sabiendo lo infantil que era el de ojos rojos y que no lo soltaría hasta no estar su firma plasmada en esos papeles, tomó la pluma de muy mala gana y firmó.

—¡Felicidades! —Dijo la encargada—. ¡Ya están casados! Anillos de cortesía —tomó una pequeña caja donde había pequeños anillos de plástico dorados que seguramente en tres semanas se desgastarían.

—No voy a usar esa cosa —aclaró William.

—No seas tan amargado.

Se probó varios anillos hasta encontrar uno que le quedase, haciendo lo mismo con el rubio, a pesar de los intentos de éste por soltarse.

—Ya tienes lo que querías. Vámonos —dijo William cuando ya tenía puesto su anillo.

—¿Y no puedo besar al novio? —bromeó Dantalion acercándose peligrosamente al rubio.

—¡No! ¡Larguémonos de aquí! —adelantó el paso con un notable sonrojo en sus mejillas.

Dantalion rio tomando ambas hojas y despidiéndose de la encargada con una sonrisa.

—El rubio sí que se ganó la lotería —murmuró la chica ante lo atractivo que le había parecido Dantalion.

—No le digas a nadie que nos casamos de mentiras en una feria —advirtió William cuando sintió que el pelinegro lo había alcanzado.

—No se lo diré a nadie —aseguró extendiéndole una de las hojas—. Aquí está el tuyo.

El rubio la tomó molesto ojeándola rápidamente.

—Aquí debería estar la firma de Solomon, no la mía —regañó doblando el «contrato» para guardarlo en los bolsillos de su chaqueta.

—Bueno, si estuviera la firma de Solomon, entonces la otra firma debería ser de Camio y no mía, ¿no crees?

William le miró de reojo y suspiró.

—¿Hay algún otro juego que quieras intentar? ¿O ya te aburriste?

Dantalion ojeó el lugar rápidamente, tomando a William por la muñeca y llevándolo a un puesto.

Sin duda, otro clásico en las ferias. Disparar agua en la boca de un payaso para hacer que un globo explote y, esta vez, Dantalion había olvidado pedirle a William que no le hiciera perder.

Después de ser frustrado por la venganza del rubio, Dantalion, con una sonrisa en sus labios, le arrojó un poco de agua al rostro.

—¿Qué crees que haces? —se molestó William tomando otra pistola de agua para mojar a Dantalion.

—¡Oigan! —detuvo rápidamente el encargado sosteniendo ambas pistolas.

—Lo lamentamos —se disculpó el pelinegro entregando ambos juguetes—. Ven, vayamos a otro juego.

Arrastro a William con él en busca de otro puesto que pudiera divertir a Dantalion.

Llegaron al puesto de dispararles a unos patos en movimiento. Dantalion pagó el juego y se colocó detrás de William, tomando sus muñecas con una sola mano, mientras que con la otra sostenía la pistola.

—¿Qué crees que haces? —dijo William sonrojado al sentir el cuerpo de Dantalion completamente pegado al suyo.

—Asegurándome de que no me harás perder.

Dantalion apuntó hacia los patos, respiró con profundidad y disparó logrando derribar a varios de ellos sin desperdiciar ni una sola «bala».

—Felicidades —dijo el encargado impresionado—. ¡Qué gran puntería tiene!

—Gracias —sonrió Dantalion feliz de, finalmente, haber ganado un juego.

—¿Has usado una de esas antes? —preguntó William aludiendo a la pistola.

—Claro que no, ¿por quién me tomas? —murmuró el pelinegro soltando al rubio para recibir su premio.

William estiró su cuerpo sintiéndose agotado.

—¡Mira lo que gané! —se acercó Dantalion con un oso de felpa marrón que, si se colocaba en el suelo, alcanzaba la cintura de ambos.

William solo le miró con una ceja alzada en total indiferencia, para luego proseguir su camino siendo seguido por Dantalion.

—Se llamará Dalliam —nombró a su oso con una gran sonrisa.

—¿Por qué? —preguntó William con poco interés y más para buscar conversación.

—Es tu nombre y el mío combinados.

El sonrojo de William fue inmediato. Volteó a ver a Dantalion con las mejillas enrojecidas y el ceño fruncido.

—¡¿Y por qué combinas nuestros nombres?!

—Porque lo gané estando a tu lado.

William se abrazó a sí mismo y desvió la mirada.

—¿Y no preferirías combinar tu nombre con el de Solomon?

—Honestamente, no sé si funcionaría —dijo Dantalion frunciendo la boca con duda—. Solantalion, Santalion, Salion. No creo que ninguno de esos nombres suene bien.

—Intenta combinarlos de otras formas —sugirió William mirando el cielo nocturno.

—Dalomon, Danlomon, Dantalomon, Dantaliomon. Mejor me callo, siento que en cualquier segundo voy a digi-evolucionar.

Cuando una sonora carcajada salió de la voz de William, Dantalion rápidamente se contagió.

—Tengo que saberlo, ¿por qué le pusieron ese nombre? —quiso saber Dantalion, intentando en vano calmar sus risas.

—Creí que te gustaba su nombre —respondió William al dejar de reír.

—Claro que me gusta —afirmó Dantalion logrando detener sus risas—, es solo que es poco común que alguien le ponga así a su hijo.

—La verdad, no sé por qué nuestros padres le pusieron así. Pero es bastante curioso, su nombre es poco común mientras que el mío es uno de los más comunes. Al igual que el tuyo, no es un nombre común.

—Bueno, si tu nombre es común significa que le gusta a muchas personas. Como a mí. Tu nombre resulta muy lindo.

William se sonrojó y apartó la mirada.

—Además, ya está comprobado que tu nombre combina mejor con el mío —dijo Dantalion sosteniendo el oso en el aire como si el muñeco fuera un niño, mientras un tenue sonrojo pintaba las mejillas de William—. Ten —le extendió el oso.

—¿Qué quieres que haga con eso?

—Quiero que tú lo tengas.

—¿Por qué?

—Porque si lo llevo a casa, Lamia lo va a querer y no quiero que ella lo tenga.

William alzó una ceja y llevó su mirada al frente.

—Creo que es mejor que una niña lo tenga. Yo no voy a hacer nada con eso.

—No, prefiero que lo tengas tú —dijo Dantalion con un puchero, sonriendo luego con sorna—. No le rechazarás un detalle a tu esposo, ¿verdad?

—Cierra el pico —se sonrojó William tomando el oso—. Me lo quedo si no vuelves a mencionar el asuntito del registro civil.

—Está bien —rio el pelinegro echándole una rápida mirada al lugar.

Los juegos no es lo único que se ven en las ferias, habían atracciones de todo tipo y Dantalion llevó a William a ver todas y cada una de ellas, y comiendo todo lo que su estómago podía aguantar, recibiendo poco entusiasmo por parte del rubio. No porque éste fuera un amargado —bueno, en parte—, era porque desde hace rato se sentía agotado y su nariz había comenzado a chorrear, y creía saber exactamente por qué. Un estornudo fue lo que alertó a Dantalion.

—¿Te encuentras bien? —se angustió el pelinegro volteando a ver rápidamente a William.

—Sí, pero me encontraría mejor si alguien no hubiese arrojado agua a mi cara.

—¡Tú lo hiciste también! —se defendió Dantalion.

—Porque tú comenzaste.

Dantalion frunció la boca y tomó la mano del rubio dirigiéndose a la salida.

—Mejor vámonos. No quiero que empeores.

—Creí que querías quedarte un poco más —dijo William mientras era jalado por el más alto.

—Está bien. Ya me divertí bastante. Jugué en muchos juegos, aunque me hiciste perder en la mayoría; gané un premio; nos casamos y te oí gritar como niña. En mi opinión, fue un gran festival. Diez de diez.

El rubio se sonrojó ante las dos últimas enumeraciones del pelinegro y apartó la mirada hacia un lado.

—Es una feria, no un festival —murmuró haciendo reír a Dantalion.

Todo iba en silencio de camino a casa. Para Dantalion estaba bien, pero para William resultaba ser algo incómodo.

—Si sabes que Solomon te quiere, ¿verdad? —murmuró el rubio.

Dantalion le miró de reojo y después llevó su mirada al frente.

—¿Por qué sueltas eso de repente? —preguntó.

—Por lo que dijiste sobre eso de que querías ser amado.

El pelinegro le miró sorprendido y luego miró hacia el suelo entrecerrando los ojos con tristeza.

—Pero no me quiere como yo quiero que él me quiera.

—Si de verdad crees que no tienes oportunidad con Solomon, entonces deberías buscar a alguien más en vez de lamentarte.

—Eso intentó —murmuró con tristeza—. Es decir, no estoy buscando a alguien más, pero sí intento distraerme para no pensar en él. Aunque… —sonrió— hay alguien que me ha hecho sentir amado. Pero la verdad es que no me es suficiente. Yo quiero estar con alguien a quien pueda besar cuantas veces yo quiera, hacerle el amor en vez de solo tener sexo con él, poder dormir juntos, comer juntos y caminar tomados de la mano.

—Qué cursi eres —dijo William haciendo reír a Dantalion.

—Sí, lo soy.

Ambos llevaron sus miradas, al mismo tiempo, a sus manos que no se habían soltado durante todo el camino. De hecho, sus dedos se habían entrelazado y pareciera que ninguno de los dos lo había notado hasta ese momento que Dantalion mencionó querer ir de la mano con alguien.

Al asimilarlo, el rubio se sonrojó y soltó la mano contraria adelantando el paso.

Dantalion observó la espalda de su acompañante y luego su propia mano. Pensando en ello, él y William se habían besado unas cuantas veces —y se sorprendía que ambos pudiesen actuar con normalidad después de eso—, habían dormido juntos y comido juntos —sentarse uno al lado del otro en las horas del almuerzo contaba como comer juntos— y caminaron tomados de la mano. Incluso ganó un enorme oso de felpa y se lo dio a William.

Sacando cuentas, solo faltaba hacer el amor con él y la lista entera estaría marcada. Pero estar íntimamente con alguien que no amas es simplemente sexo y no se le puede llamar «hacer el amor».

Sacudió la cabeza y trotó para alcanzarlo.

—¿Acaso no te gustaría estar así con el idiota que te gusta? —preguntó Dantalion al acercarse.

—De hecho, decidí invertir mejor mi tiempo y ya no estaré al pendiente de lo que hace o deja de hacer ese idiota.

—Entonces, ¿te dará totalmente igual lo que haga?

—Exactamente.

Un nuevo estornudo alertó a Dantalion, quien colocó una mano sobre la frente contraria.

—Deja de exagerar —dijo William apartando la mano del pelinegro.

—Es que si empeoras no podremos ir mañana al centro comercial.

—¿Al centro? Ah, eso.

—¿Lo habías olvidado?

—Sí —admitió el rubio ganándose un ceño fruncido y una sonrisa juguetona de Dantalion.

—¿No tienes frío? —preguntó el pelinegro luego de estar ambos en silencio durante unos minutos.

—No, estoy bi… —estornudó de nuevo.

Dantalion lo abrazó por detrás, abrazando también a Dalliam, mientras sostenía las manos de William entre las suyas.

—Esto no es necesario —dijo William con sus blancas mejillas enrojecidas.

—Está bien —susurró en su oído, recostando su mentón en el hombro—. Nadie nos está viendo.

—N-no… no lo decía por eso —tartamudeó en un murmuro girando el rostro hacia otro lado.

Después de eso, todo quedó en total silencio. El rubio presionó más el oso contra su pecho intentando pensar en otra cosa.

Te amo.

Ambos se sobresaltaron al oír esas palabras.

—¿Qué? —dijeron al unísono.

—Yo no dije eso —aclaró William llevando su mirada al peluche—. Creo que fue el oso.

—¿Dalliam habla? —preguntó Dantalion sorprendido.

—Primero, deja de llamarlo así, y segundo, no, no habla. Tiene un artefacto en su interior que tal parece que si lo presionas dice eso —soltó un fuerte suspiro frunciendo por completo el ceño—. Lo que me faltaba, que me regalaras un oso de felpa que dice «te amo».

—Él no dice «te amo», lo dice el artefacto en su interior —se burló Dantalion.

—¡Sabes a qué me refiero! —dijo William molesto.

—En mi defensa, yo no tenía ni la menor idea que hacía eso cuando te lo regalé.

William llevó su mirada al oso y luego al camino.

—Si quieres, puedo dárselo a Solomon —murmuró.

—No, quédatelo tú. Lo gané estando contigo. Además, no quiero tener problemas con Camio.

El rubio suspiró quedamente, llevando su mirada del asfalto al frente. Sabía que debía decírselo, pero las palabras no lograban salir de su boca.

—¿Estás cansado? —preguntó Dantalion.

—No vas a cargarme.

El pelinegro rio algo fuerte al haberse descubierto sus intenciones. Pero dejó de reír cuando un nuevo estornudo hizo eco en la solitaria calle.

—¿Sabes? Creo que es mejor que dejemos la salida de mañana para otro día, deberías descansar. De hecho, es mejor que ni vaya a hacer el trabajo.

—Creo que exageras, pero como gustes —aceptó William restándole importancia. Ya el trabajo estaba bastante adelantado, por lo que no tenía que preocuparse por ello.

Finalmente la mansión comenzó a divisarse y William lo agradeció internamente. Sentía que sus piernas fallarían en cualquier momento.

—Bien, ya llegamos —dijo el rubio—. Ya puedes soltarme.

—Ah… claro. Bien, entonces, buenas noches —se despidió comenzando a caminar por el mismo camino donde habían llegado.

William entrecerró los ojos con preocupación, mientras lo veía caminar.

—Oye, Dantalion —lo detuvo.

Dantalion volteó a verlo tras el llamado y William dudó en si debía continuar hablando. Suspiró profundamente y decidió continuar:

—¿Estarás bien si vas solo caminando?

—Claro que sí, lo he hecho varias veces.

William no estaba convencido. Temía que algo le pasara yendo de regreso.

—¿Seguro? —cuestionó nuevamente.

Dantalion guardó silencio unos segundos y luego sonrió con gracia. Se acercó de nuevo hasta quedar frente a frente y se inclinó para murmurar muy cerca de sus labios:

—¿Me estás invitando a quedarme? ¿Y a dormir contigo?

—¿Cuándo he dicho algo de dormir juntos? —preguntó William molesto. Tuvo que imaginar que Dantalion iba a salir con una de esas.

—No lo mencionaste, pero ahora soy tu esposo; tengo derecho.

Y esa fue la gota que rebasó el vaso.

William tomó un mechón de cabello de Dantalion y lo jaló con fuerza, haciendo que éste gimiera de dolor.

—Deja ya de mencionar el asunto del registro civil o esta vez sí despídete de tus futuras descendencias.

—Está bien, están bien —se quejó el pelinegro en medio del dolor.

—Bien, ya que dices haberlo hecho muchas veces, largo de aquí —dijo William soltándolo.

—Está bien. Buenas noches.

—Adiós —se despidió William, comenzando a adentrarse al jardín.

—¡Gracias por preocuparte por mí!

William se detuvo sorprendido y se sonrojó.

—¡¿Cuándo me he preocupado por ti?! ¡Solo me preocupa mi calificación en el trabajo! ¡Es todo! —comenzó a caminar rápidamente hacia la mansión.

—Está bien. Hasta mañana —alcanzó a decir antes de que William desapareciera del rango de su visión.

—¿Hasta mañana? —murmuró William extrañado—. ¿No había cancelado el trabajo y la salida?

Suspiró luego, sacudiendo la cabeza y entrando a la mansión. Se quedó unos pocos minutos a escuchar el sermón de su mayordomo Kevin de la hora que era y fue directo a su habitación. Al entrar, se encontró con Solomon muy cómodo en su cama con un libro en sus manos y muchos más regados por el suelo. Dándose cuenta después de que en sus estantes había espacios vacíos, lo que le indicaba que esos libros en el suelo eran suyos.

Eso molestó a William.

—¡Llegaste! —dijo Solomon con una gran sonrisa.

—Tienes cinco minutos para reordenar esos libros antes de que te estrangule —amenazó William borrando la sonrisa de Solomon.

Mientras Solomon cumplía la amenaza de su hermano, observó el enorme oso de felpa que William había colocado en un rincón del cuarto.

—¿Y eso? —preguntó curioso.

—Fui con Dantalion a una feria. Ganó ese oso y le dio por dármelo a mí.

—¿A una feria? —Se extrañó Solomon colocando el último libro en el estante—. Tenía entendido que no le atraían ese tipo de eventos.

—¿De verdad? Porque pareció divertirse.

—Supongo que cambió de opinión al ir a uno por primera vez.

—Sí, supongo. Estoy agotado, quiero dormir.

Y esa era la señal para que Solomon se fuera a su habitación.

—Descansa —dijo el mayor con una sonrisa.

—Igualmente.

Una vez que Solomon se retiró William observó el oso detenidamente.

«Dalliam.»

No sabía que sus nombres combinados sonaran tan… lindos. Se sonrojó y sacudió la cabeza para dejar de pensar en ello.

Después de lavar sus dientes, William vestía su pijama cuando su celular sonó. Terminó de abotonar la pieza superior y tomó su celular revisando el mensaje, imaginándose que se trataba de Bianca, cuando en realidad fue Dantalion quien le escribió.

«Llegué sano y salvo a casa. Ya puedes dormir tranquilo, William Huber. Atentamente, tu amado esposo.»

William se sonrojó y bloqueó el celular dejándolo en la mesa de noche. Ahora debía aguantarse lo del registro civil.

Suspiró y buscó la hoja del falso casamiento.

—Esposos de mentiras… —murmuró entrecerrando los ojos—. No se cansa de molestarme.

Guardó el «contrato» en las páginas de uno de sus libros y fue directo a la cama después de un estornudo.

 

 

Dantalion envió el mensaje con una sonrisa que no borró durante toda la noche. De verdad se sentía bien estar con William. A pesar de que éste era alguien amargado que no conocía el concepto de diversión, era bastante confortable estar a su lado.

Estiró la mano hacia el cielorraso y observó el anillo en su dedo sonriendo todavía más.

—Esposos de mentiras —murmuró agrandando su sonrisa mientras poco a poco el sueño iba entrando en él—. Me casé con el chico más… —bostezó acurrucándose entre sus tibias sábanas— más difícil de Stratford.

Y eso fue lo último que pronunció ese día.


[1] Frase sacada de una canción de rap perteneciente a SolamenteMay (no me culpen; me gustan sus canciones):

 

https://m.youtube.com/watch?v=HnqkeK6xwM4

 

[2] Frase sacada de la novela Las Cuatro “M” de Dimas Parra.

Notas finales:

¡Y finalmente llegué aquí! Espero y les haya gustado. El próximo capítulo ya está en proceso.

Besos mis niños hermosos y se me cuidan.


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