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Idénticos, pero distintos. por SonAzumiSama

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Notas del capitulo:

Agradezco a:

 

Akari Uchiha

Dantaliana

eduardo

Ana

En busca de fics geniales

 

Por dedicarme un poco de su tiempo para leer y dejar reviews que me animan a seguir. ¡A leer!

CAPÍTULO VI

 

Bésame

 

Y ya el día domingo, 16 de abril, había llegado.

Dantalion no sabía exactamente cómo sentirse y eso no hizo más que frustrarlo todo el resto del día sábado.

Intentaba saber exactamente de dónde venía eso de «deseo tu cuerpo» y «déjame hacerte el amor», pero mientras más lo pensaba, más le dolía el cerebro.

Era normal desear a alguien, ¡¿pero a William?! Debía estar mal de la cabeza. Quizás debía asistir con un psiquiatra para asegurarse de que todo en su cabeza funcionara como se supone que debía funcionar.

 

 

William, por su parte, no la había pasado mejor. Esa escena se reproducía en su mente y retrocedía para volver a empezar.

Seguía intentando descifrar la actitud de Dantalion. Una cosa era que lo confundiera con su hermano gemelo y otra muy distinta que estuviera consciente de que se tratara de él y le pidiera no solo besarlo, sino también hacer el amor. Y él, muy idiota, acceder a hacerlo.

Estuvo atormentándose hasta llegar al punto de soñar con ello, solo que la diferencia era que en su sueño sí habían llegado al final.

Cuando escuchó a alguien tocar la puerta, salió de sus pensamientos y salió de la cama, sabiendo ya que se trataba de Dantalion.

—¡Adelante!

Dantalion acató la orden y entró, encontrándose con William estirando con fatiga su cuerpo.

—¿Dormías?

—No, solo pensaba en… cosas —se sentó frente al escritorio, siendo imitado por su compañero—. ¿Y tú? ¿Lograste descansar?

—Algo así.

—¿Algo así? —Cuestionó alzando una de sus cejas—. Te dije que debes hablar con Solomon. No te quiero distraído.

—De hecho… —hizo una pausa llevando su mirada a otro lado de la habitación—, esta vez fue por algo más.

—Te gusta complicarte la existencia, ¿no es así?

—¡No es mi culpa! ¡Es culpa t…! —detuvo su reclamo inmediatamente, apartando con rudeza su rostro.

William le observó en silencio, animándolo a que prosiguiera.

—Han ocurrido una serie de… eventos últimamente y estoy algo frustrado. No todo es por Solomon.

—Bueno, como sea. Solo espero que estés pendiente del trabajo y no envíes a tu cerebro a vagar por el espacio.

—Sí —respondió Dantalion algo pensativo—, lo estaré.

Pero era William quien no podía concentrarse en el trabajo. A pesar de que logró que el pelinegro dudara de la veracidad de ese pequeño incidente entre los dos, todavía se sentía muy incómodo teniéndolo tan cerca. Podría pasar algo si Dantalion descubriera que todo lo que sucedió, sucedió en realidad. ¿Qué haría William si eso llegara a ocurrir? ¿Cómo podría mirarlo a la cara? No sabía cómo prepararse por si ese día llegaba.

—¡William!

La voz de Dantalion lo sacó de sus pensamientos, aunque tardó un poco en asimilar qué era lo que ocurría.

—¿Q-qué? —apenas y logró pronunciar.

—Parece que el distraído es otro —se burló Dantalion, con una sonrisa de medio lado.

William se sonrojó y apartó la mirada con vergüenza. Sabía que no debía pensar en tonterías mientras Dantalion estuviera cerca. Aunque con todo lo sucedido, le era imposible no vagar entre sus pensamientos y perderse en ellos.

—Te equivocas —respondió al fin, intentando descolorar el rojo de sus mejillas—, estaba pensando en el trabajo.

Dantalion lo miró con la misma sonrisa socarrona por unos cuantos segundos, y luego se encogió de hombros con indiferencia.

—Si tú lo dices.

—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó William revisando lo escrito en la computadora e intentando no distraerse con más nada. Si seguía de esa manera, su calificación perfecta estaría en juego y sería la primera mancha en el expediente Twining y eso era algo que no se podía permitir.

—Te preguntaba si debemos colocar esto —dijo Dantalion señalando la computadora.

—Déjame ver.

William se acercó un poco a la laptop para leer lo aludido por su compañero y luego negó con la cabeza.

—No —dijo—, no tiene nada que ver con el tema.

—¡Cómo ordene! —dijo Dantalion en un tono militar, volviendo a teclear.

A pesar de que William se había regañado mentalmente y juró no volver a distraerse, su mente le volvió a jugar sucio y recordó lo que había pasado el día anterior.

Se habían besado. No era la primera vez que lo hacían, pero tampoco era como la quingentésima vez. ¡Era la segunda vez! Es decir, que haya pasado una vez era sorprendente, pero dos veces ya era… ni siquiera sabía qué adjetivo utilizar para describirlo.

Llevó su mirada a su compañero y miró la pequeña herida que él había ocasionado en su labio. Dantalion estaba marcado por él, aunque no fueran nada y el pelinegro estuviera ignorante al respecto.

Llevó después, sin dejar de mirar los labios de Dantalion, una mano a su hombro derecho y lo presionó levemente. Así como Dantalion estaba marcado por él, él estaba marcado por Dantalion.

Apartó la mirada con un suspiro. No tenía la menor idea de cómo asimilar aquello.

El pelinegro lo observó tras escucharlo suspirar y lo vio masajeando uno de sus hombros.

—¿Cansado? —preguntó regresando la mirada a la pantalla.

William se sobresaltó y lo miró por solo un segundo. Ya había vuelto a perderse en sus pensamientos después de decirse que no lo volvería a hacer y eso le frustró.

—Estoy algo cansado —respondió—. Siento que este trabajo se ha hecho eterno.

—Tienes razón —concordó Dantalion con una sonrisa—. A pesar de que no ha pasado ni un mes desde que comenzamos.

—Y son por seis meses… —se lamentó William—. Seis largos y casi interminables meses.

—Tampoco lo digas como si estuvieras conmigo en un espacio confinado especializado en torturas.

—Es exactamente así como se siente —aseguró el rubio mirando fijamente el techo.

—¡Qué exagerado!

—Créeme; es todo, menos exagerado.

Dantalion lo miró de reojo y sonrió.

—¿Sabes? Comienzas a agradarme.

—¿Qué? —dijo William desconcertado.

—Si es cuestión de ser sinceros, todavía no eres una persona que me agrade del todo y todavía tengo unas cuantas razones para no llevarme bien contigo, pero un poco me has comenzado a agradar.

—¡Vaya! —Soltó William con ironía—, ¡Te he comenzado a agradar! ¡Mi sueño por fin se ha vuelto realidad!

—Esa es una de las razones por la que todavía me desagradas —aclaró Dantalion con cierto disgusto por el tono sarcástico de William.

—¿En serio? Porque tú sigues sin agradarme y la única razón por la que intento llevarme bien contigo es por el trabajo y por la tregua que prometimos. Aún te considero un idiota.

—¡Qué sincero eres! —dijo Dantalion un poco menos disgustado y más con cierta burla.

—Amo eso de mí.

—¿De verdad? Ya es un milagro que alguien como tú pueda amar.

—Soy un ser humano, no un autómata.

—Bueno, ¿y qué más amas de ti, niño presumido?

—Oh, no te imaginas todas las cualidades de mí que amo. Principalmente soy brillante, atractivo y educado. Perfecto en todo aspecto. Soy tan perfecto, de hecho, que me da miedo.

Dantalion lo observó con una ceja alzada y una media sonrisa. En ese momento el narcisismo de William no le molestó en absoluto.

—¿Le temes a las pesadillas? —soltó Dantalion de repente.

—¿A las pesadillas? —repitió William retóricamente—. No, ¿por qué?

—Porque si tienes una pesadilla, dormiré contigo, ¡pero eso sería más aterrador!

William le miró con una ceja alzada sin saber a qué venía aquello, aunque Dantalion tampoco lo sabía. Había bromeado sin saber exactamente por qué.

—Ya quisieras que eso ocurriera —dijo finalmente William, regresando la mirada a la computadora.

—¿Qué dices? Si no es la primera vez que dormimos juntos.

—¿Y crees que dejaré que vuelva a ocurrir?

—No sabes qué circunstancias pueden ocurrir en el futuro y puede que una de ellas te deje con la única opción de dormir conmigo… de nuevo.

—De hecho, aprendí que cada vez que terminemos de trabajar, tú te irás derechito a tu casa y no te entretendrás aquí. Ya cuando terminemos, cada quien volverá a su vida.

Dantalion lo observó con una sonrisa y luego solo se encogió de hombros con desinterés.

—Si tú lo dices…

—El tiempo vale, deberíamos seguir trabajando.

Dantalion intentó también pensar solo en el trabajo, pero tampoco podía olvidar ese sueño que había tenido. ¿Sería que el haber dormido con William había provocado que él soñara semejante barbaridad? Es decir, a lo mejor había abierto los ojos unas cuantas veces y comenzó a soñar entre dormido y despierto mientras veía a William, o quizás su olor —que tanto le gustaba a Dantalion— había tenido algo que ver con ello.

También recordó los labios del rubio cuando se besaron aquella noche lluviosa en la mansión Huber.

No entendía cómo, pero William besaba condenadamente bien. Besaba de forma salvaje, apasionada, intensa… y enamorada.

Ese pensamiento frunció su boca.

Se dio cuenta que, esa noche que se besaron, por un momento Dantalion se había sentido amado. No fue como esos miles de besos que había recibido de otros chicos que solo eran para «encender la calentura». El beso de William fue más que solo eso. Lo sintió como si el rubio lo amara por sobre todas las cosas. Como si, para William, Dantalion fuera el único ser humano sobre el planeta.

Y Solomon…

Solomon era dulce y cariñoso con él y con muchas personas más. Y era justo por ese sencillo detalle que nunca se sintió amado al lado de él. En algunas ocasiones, lo llegó a sentir como si Solomon le tuviera compasión y eso era la sensación más desagradable y repugnante que se podía sentir.

Ese era un pensamiento que había vagado por mucho tiempo dentro de él, pero nunca le prestó atención porque se negaba a aceptar que Solomon despertara sentimientos tan desagradables dentro de él. Pero en ese momento…

Observó a William de reojo y lo recordó de nuevo:

 

 

—Dantalion, te amo. Eres tú… eres tú el «idiota que me gusta». El color encarnado es el color de tus ojos.

—¿De verdad?

—¿Tengo cara de estar bromeando?

—No…, no la tienes.

 

 

Tal vez el hecho de sentirse amado cuando el rubio lo besó aquella vez en su casa fue la razón por la cual soñó que «el idiota» que le gustaba a William se trataba de él.

«Dantalion, te amo».

¡¿Por qué tuvo que sentirse tan real?! Dantalion era alguien que había querido escuchar esas palabras por mucho tiempo, pero no de William… jamás de William.

Sin embargo, quería volver a sentirse amado de esa manera. Aunque fuera una vez más… solo una vez más…

—William —le llamó regresando la mirada a la computadora—, ¿pasaría algo si fuera yo el idiota que te gusta?

—¿Pasaría algo si fueras tú el idiota que me gusta? —devolvió la pregunta sin siquiera inmutarse.

Dantalion lo observó sorprendido y luego apartó la mirada con los ojos levemente entrecerrados.

—Estoy enamorado de tu hermano —respondió con un pequeño murmullo.

—Ahí tienes tu respuesta.

—Pero, tú…

—Piénsalo —le interrumpió William—, si fueras el idiota que me gusta, el único obstáculo sería tus sentimientos por Solomon. Si sabes eso, no tienes por qué preguntar lo obvió.

—Sí —murmuró—, es verdad.

—Bien. Mejor guardemos el trabajo y terminemos por hoy. Estoy agotado.

—¡Dímelo a mí! —Dijo Dantalion levantándose y estirando su cuerpo—. ¡Me duele la espalda!

Cuando William terminó de apagar la computadora, se levantó de su asiento y movió su cuello en círculos.

Entre el trabajo y tratar de comportarse frente a Dantalion, resultaba muy agotador. Le sorprendía que todavía pudiera soportarlo.

—¡Estos días parecen eternos! —se quejó William escabullendo una mano por el cuello de su camisa para calmar una comezón sin saber que había empujado su ropa y su hombro había quedado semidesnudo y, con ello, la marca quedó descubierta.

Dantalion se sorprendió al verla.

Recordó cierta parte de su sueño en la que había mordido y succionado el hombro de William hasta marcarlo, justo en ese lugar donde estaba marcado el rubio. Eso y la marca en su labio ya era demasiada coincidencia.

Cuando William retiró su mano, Dantalion volvió a desnudar su hombro, desconcertando al rubio.

—¿Qué ocu…?

—¿Cómo te hiciste esa marca? —le interrumpió Dantalion, mirándolo fijamente a los ojos.

El notable sonrojo de William no se hizo de rogar y cubrió las mejillas del rubio sin compasión. El mellizo ocultó la marca de nuevo con su camisa, y regañándose mentalmente por haber olvidado que la tenía.

—¡¿A ti que te importa cómo me la hice?! —le respondió dándole la espalda para evitar mirarlo a los ojos.

—En serio, William. No me estoy burlando. De verdad quiero saber cómo te la hiciste.

—¡¡¡Sabes perfectamente cómo me la hice!!! ¡¡¡Deja de preguntar estupideces!!!

—Sí, pero, ¿quién te la hizo?

—¡Deja de meterte en mi vida privada! ¡¿A ti qué más te da?!

—Por favor… —suplicó Dantalion sin dejar de recordar esa pequeña parte de su sueño—. Dímelo.

William no podía sonrojarse más de lo que ya estaba y, aun así, lo hizo. Se encogió de hombros y apenas murmuró:

—Fue el idiota que me gusta, ¿feliz?

—Ah…

Algo dentro de Dantalion se alivió que al final sí fuera una coincidencia, pero otra se decepcionó que no fuera él quien le hizo esa marca. Y una muy pequeña, muy dentro del fondo de su ser, se enojó de que alguien hubiera marcado a William. Aunque a los dos últimos sentimientos intentó no prestarle atención.

—¿Te dio una oportunidad? —preguntó entre curioso y molesto.

—No —susurró William encogiéndose más de hombros—, solo es un idiota.

Dantalion abrió los ojos y presionó los puños con furia. Una chispa se encendió dentro de él y si algún día conocía la identidad de ese idiota, él mismo se encargaría de darle una paliza que le haría envidiar a los muertos.

—¿Intentó tomarte por la fuerza? ¡¿O te tomó por la fuerza?! William, si fue así, dime quién es. Ese tipo de imbéciles no merecen estar con vida. Yo mismo lo mataré a golpes.

—¡¿Qué?! —William volteó a verlo sorprendido—. No, no. Espera. Eso no…

—No lo defiendas solo por estar enamorado —interrumpió—. Si te hizo algo malo, debe pagar por ello.

—No, escucha…

—No lo perdonaré si llegó a robar tu consentimiento. Lo matare, William, te juro que lo mataré.

—¡Dantalion! —Gritó William para llamar su atención—, ¡escúchame! No fue así como sucedió. Él no hizo nada sin mi consentimiento. Ni siquiera estuvimos juntos sexualmente. Deja de sacar conclusiones por tu cuenta y sin conocer la historia completa.

El enojo de Dantalion fue disminuyendo poco a poco y su respiración agitada fue calmándose también. Si William decía que no había pasado nada, no le quedaba más que confiar en sus palabras.

—Solo nos besamos —dijo William con las manos alzadas para tranquilizar a Dantalion—. Él me pidió que lo besara y yo… —se sonrojó y apartó la mirada— lo besé. Quizás sí estuvimos a punto de ir más lejos, pero no ocurrió nada más.

Dantalion lo observó en total silencio. Podía notar la vergüenza de William al decir aquello, pero también tristeza.

—¿No me dijiste que él estaba enamorado de alguien más? —preguntó Dantalion mucho más calmado.

—Así es.

—¿Y qué pretende al besarte? ¿Jugar con tus sentimientos? —el enojo se pudo escuchar de nuevo muy levemente en el tono de su voz.

—No lo sé —dijo William después de soltar un suspiro—. No sé qué pretende. No es… —hizo una pausa y cerró los ojos—. No es la primera vez que nos besamos.

—¿Se está burlando de ti? William, si es así, tengo una nueva razón para matarlo.

—No lo sé, Dantalion. La primera vez que nos besamos solo lo hizo porque pensó que yo era el chico que le gusta, porque… nos parecemos mucho. Y no fue culpa suya, fui yo quien lo besó primeramente. Y la segunda… él sí estaba consciente de que era yo, así que no sé qué pretende.

En los ojos de Dantalion se reflejó cierta tristeza y en los de William sorpresa cuando Dantalion lo rodeó en un fuerte abrazo.

William se encontró dependiendo completamente del sostén del pelinegro. Las piernas le fallaron y tuvo que corresponder para aferrarse a no acabar en el suelo, aunque los fuertes brazos de Dantalion no lo iban a permitir.

El rubio escondió el rostro en el pecho de su acompañante. Ya no tenía fuerza ni física, ni emocionalmente y no sentía ganas de sacar a su carácter fuerte y orgulloso en ese momento.

—Sé lo que se siente creer que eres especial para esa persona y que al final no sea así —murmuró Dantalion.

William permaneció en silencio.

Ambos estaban sufriendo por el mismo motivo: un amor unilateral. Los dos amaban a alguien que no les correspondía y en eso los dos se entendían. Pero lo que Dantalion no sabía era que, para William, era más duro todo aquello, porque el mismo chico que comprendía su dolor, era el mismo del que William estaba perdidamente enamorado.

Permanecieron en silencio por un buen rato, abrazados y sintiendo el calor del otro. Pero, mientras más pasaba el tiempo, más raro se iba poniendo todo aquello. Así que a Dantalion se le ocurrió una grandiosa idea para romper la incomodidad:

—¿Sabes? —Dijo—, debes besar bastante mal para que ese idiota no quiera nada contigo.

A pesar de esas palabras, Dantalion sabía más que nadie que eran falsas. William besaba de una manera incomparable, pero necesitaba decir alguna broma y esa fue la primera que se le había cruzado por la cabeza.

—¿Disculpa?

William se separó del abrazo y lo miró con una de sus cejas alzadas y los brazos cruzados.

—Es que si después del segundo beso no continuó, debe ser porque besas fatal.

—¿Y tú te crees Míster Beso como para tener el derecho de criticar cómo besan los demás?

—He besado a muchas personas —aseguró Dantalion con una sonrisa— y ninguna se ha quejado.

—Quizás no frente a ti.

—Si hubiese sido así, no me hubiesen pedido repetir, cariño.

—No me digas así —advirtió William señalándolo amenazante—. Además, tú nunca me has besado como para criticar cómo beso.

Dantalion sonrió y de repente una idea —una muy mala idea— se le cruzó por la mente. Y es que era tan mala que supo que debía llevarla a cabo.

Se acercó a la puerta y la cerró con seguro, acercándose de nuevo a William con una lentitud escalofriante.

—Entonces, muéstrame lo que tienes y prueba que me equivoco.

William sintió sus nervios recorrer cada célula de su cuerpo y su corazón golpeó con fuerza su pecho, como si intentara salir. Y cuando Dantalion se acercó a él y se inclinó para que sus rostros estuvieran a pocos centímetros, fue mucho peor, sobre todo cuando susurró sobre sus labios:

—Bésame.

Por un momento, William sintió desfallecer y sus piernas temblaron amenazando con tumbarlo al suelo. Aun así, mantuvo sus emociones bajo control y preguntó con firmeza:

—¿Por qué lo haría?

—Ya te lo dije, para que pruebes que estoy equivocado. Además, si tan malo eres besando, no me molestaría enseñarte.

—¡Déjate de estupideces! ¡Yo no necesito que tú me enseñes!

Dantalion alzó una ceja y sonrió de medio lado. Tomó el brazo de William y lo llevó directo a la cama sentándolo en ella y sentándose él al lado.

—¿Tanto miedo te da darme la razón? —preguntó el pelinegro con la misma sonrisa.

—¿Darte la razón?

—No sabes besar —aseguró acercándose peligrosamente a los labios de William.

—Cierra el pico —apartó el rostro con rudeza y quiso levantarse, pero Dantalion se lo impidió sosteniéndolo del brazo.

—Solo hay una manera de hacerme callar —volvió a acercar sus labios a los del rubio—: bésame.

—Ya te dije que no.

A pesar de que William había remarcado cada palabra, haciendo énfasis en cada una de ellas, la verdad era que tenía ganas de arrojarse a los labios de Dantalion y no separarse nunca.

—Deja que te enseñe si no sabes —dijo Dantalion de nuevo—. Tómame como un muñeco de práctica.

—Ya te dije que no necesito que me enseñes nada. ¿Y qué quieres decir con eso de muñeco de práctica?

Úsame para que aprendas a besar.

—Esto tiene que ser una broma —murmuró William consiguiendo finalmente levantarse de la cama—. Escucha Huber, no me interesa que pienses que beso mal. No pienso ganarme la vida repartiendo besos a los demás, así que si lo hago mal o bien, la verdad no me importa.

—Lo que ocurra en la habitación de William, se queda en la habitación de William —aseguró Dantalion con su sonrisa burlona y sin moverse de su lugar—. Anímate, solo es por práctica. Además, me muero por saber por qué te rechazó ese idiota.

—Porque le gusta alguien más. Creo que ya te lo dije.

—¡Nah! Yo no me lo creo. Si te pidió que lo besaras es porque quiso darte una oportunidad, pero cuando notó lo malo que eres besando, decidió renunciar.

—Tú ni siquiera sabes lo que sucedió. Deja de sacar conclusiones tan ridículas.

—La puerta tiene seguro —intentó de nuevo Dantalion—, nadie va a entrar sin tocar. Además, lo que ocurra aquí no quiere decir que signifique algo para los dos.

—Esa no es la cuestión… —sin previo aviso, fue jalado de nuevo a la cama y fue sentado otra vez.

—Nadie lo sabrá —aseguró Dantalion acercando de nuevo sus rostros.

William ya había perdido por completo el control de sus emociones. Observaba los rojizos ojos de Dantalion tan cerca que su respiración se descontroló por completo. Quería arrojarse a los labios de su acompañante y no había nada que se lo impidiera.

Su cuerpo se aflojó y sostuvo los hombros de Dantalion con mucha sutileza. Podía ver en los ojos de su compañero cierto deseo, como si lo de «quiero ver cómo besas» fuera solo una excusa… una excusa a la que William quería acceder.

—¿Nadie… lo sabrá? —murmuró con el poco autocontrol que le quedaba.

—Al menos que tú lo cuentes. Yo, por mi parte, no tengo intención alguna de estar diciendo mi vida a los demás.

William se acercó lentamente a los labios del pelinegro y se detuvo a unos cuantos milímetros. Observó una vez más aquellos ojos encarnados, quienes esperaban que William continuara.

Finalmente sus labios se unieron en un pequeño roce y así permanecieron por unos buenos segundos. Cuando William supo que Dantalion no tenía intención alguna de profundizar el beso, fue él quien comenzó a mover sus labios sobre los contrarios, sintiendo como era correspondido.

El beso fue bastante tierno, sin lengua, sin lujuria. Solo labios moviéndose sobre los otros, siguiendo un ritmo danzante.

Poco a poco William se fue alejando y ambos se miraron de cerca, sin pronunciar una sola palabra, pero sus miradas hablaron por ellos. Al mismo tiempo los dos se acercaron y volvieron a unir sus labios con mucha más pasión.

William se arrodilló en la cama y abrazó el cuello de Dantalion para profundizar aquel toque, sintiendo cómo era tomado firmemente por las caderas.

El rubio era tan bueno besando como lo recordaba. Los labios del mellizo parecían hambrientos solo de sus labios y esa era la sensación más maravillosa que había sentido en su corta vida.

Con las manos todavía en las caderas, guio al rubio hasta sus piernas para sentarlo de una forma en la que quedaran frente a frente, con las piernas de William arrodilladas a cada costado de Dantalion.

El beso era cada vez más intenso y más desesperado. El rubio se separó y, con su dedo índice, le abrió la boca a su acompañante para introducir su lengua y continuar besándolo, dejando completamente atónito a Dantalion ante esa acción. William le resultó una persona que sabía lo que quería y no se molestaba en ocultarlo.

Sus lenguas luchaban por tener el control, a la vez que intentaban explorar el sabor contrario.

Ya cierta parte de su anatomía había comenzado a despertar y Dantalion podía sentir esa parte del cuerpo contrario rozando su vientre. Ya no había marcha atrás.

William lo tomó de los hombros y, sin dejar de besarlo, lo recostó en la cama, dispuesto a descomponer los frenos de su vehículo y acelerar al máximo, mientras que Dantalion estaba dispuesto a decirle qué debía aflojar para que los frenos dejasen de funcionar. Iban con todo a estrellarse.

El rubio acarició los abdominales por debajo de la ropa de Dantalion, sintiendo en sus dedos esos pequeños cuadros, que el pelinegro había obtenido ejercitándose, y los acarició como si estuviera leyendo con el sistema Braille.

Dantalion lo tomó más fuerte de las caderas, intentando unir más sus cuerpos. Aquello ya era más que solo desear besarlo. La línea del límite había dejado de respetarse y la temperatura se estaba elevando cada vez más.

En un movimiento rápido y repentino, Dantalion cambió de posiciones, quedando arriba de William, bajando sus besos al hombro que no estaba marcado, para desnudarlo un poco y marcarlo también, escuchando gemir al rubio.

Dantalion no pudo evitar excitarse todavía más. La voz de William siempre era autoritaria y firme, pero escucharlo gemir de manera tan dócil y suplicante, era placenteramente maravilloso.

Lentamente se enderezó y se levantó de la cama, quedando frente a frente de William, tumbado. Se quitó la camisa, dejando su torso bien formado al descubierto.

El rubio se apoyó de los codos y se enderezó ligeramente para deleitarse con la vista, e invitando a Dantalion que regresara a la cama con él y continuara donde quedó. El pelinegro le abrió las piernas para posicionarse entre ellas y continuar besándolo.

—Te haré mío —susurró sobre los labios de William y sostuvo sus caderas para fingir una embestida, rozando amabas erecciones.

William no dijo nada; no pudo decir nada. Solo gimió ante aquel movimiento, trasladando sus manos al trasero de Dantalion y atrapando sus glúteos en sus manos, a lo que el pelinegro gimió, observando luego como el rubio se aprovechó de aquello para introducir su lengua en la boca y jugar con su lengua. Rápidamente y con desesperación, William abrió los pantalones de Dantalion, repitiendo la misma acción en su trasero, pero debajo de la ropa, escuchando cómo el pelinegro gemía entre besos.

El pelinegro escabulló una de sus manos por debajo de la camisa de William, subiéndola para dejarle el torso desnudo, descendiendo sus besos, hasta atrapar uno de los pezones en sus labios y succionarlo, haciendo gemir al rubio de manera lenta y provocativa.

—Sigue bajando —ordenó William retorciéndose de placer.

—Debes aprender a decir «por favor» —le reprendió Dantalion divertido, atrapando entre sus labios el otro pezón.

—No me hagas repetirlo.

Dantalion sonrió y continuó jugando con sus pezones, recorriendo con un camino de besos el tronco de William, hasta llegar a su cuello y, posteriormente, capturar sus labios.

El rubio gemía de placer y reproche por negarse su compañero a continuar bajando y encargarse de «su» responsabilidad que pedía a gritos atención.

Dantalion continuaba besándolo, divertido de la actitud de William, pero, complaciéndole, tomó firmemente la entrepierna endurecida del rubio, escuchándolo gemir con fuerza entre besos.

—Dime «por favor» y uso mi boca —susurró Dantalion sobre los labios contrarios y sin hacer ningún tipo de movimiento en la mano que sostenía la erección de William, pero el rubio se negaba a ceder—. Vamos, sé que quieres tanto que te lo haga, así como yo quiero tanto hacértelo.

—Si quieres tanto hacerlo, entonces hazlo —ordenó William intentando mantener la cordura y no rebajarse a suplicar por sexo oral.

—Pero no lo haré si no dices «por favor» —se mantuvo firme el pelinegro, escondiendo luego su rostro en el cuello del rubio para besarlo y lamerlo, esperando a que el rubio accediera—. William, quiero hacerte mío —confesó en un susurro cerca del oído contrario, que le erizó la piel a William.

—Y yo quiero que me hagas tuyo —confesó también, aferrándose fuertemente al cuerpo de Dantalion y perdiendo por completo ante la voz tan suave que usó el pelinegro al decirlo—. Por favor, continúa bajando.

Dantalion sonrió victorioso y lo besó apasionadamente, jugando un poco con su lengua.

—No dejes de verme a los ojos mientras lo hago —pidió muy cerca de los labios del rubio.

Sus besos descendieron de nuevo al cuello y bajaron hasta sus pezones, jugando con ellos una vez más, antes continuar bajando hasta toparse con la orilla del pantalón y el notorio bulto que había en él.

William cumplió con su petición y no dejó de mirarlo en ningún momento.

Dantalion abrió el botón y bajó el cierre dispuesto a desnudarlo para liberar la erección de aquellas estorbosas telas, pero antes de poder hacerlo, alguien tocó la puerta, deteniendo todo movimiento.

—William —se oyó la voz de Solomon al otro lado de la puerta.

Ambos llevaron la vista a la puerta y luego se miraron entre sí, percatándose de lo que estaban haciendo y con quien lo estaban haciendo, cuando solo se supone que se besarían.

Se apartaron rápidamente del otro, acomodándose la ropa y evitando la mirada contraria.

—¡Espera un segundo! —le gritó William a su hermano, intentando controlar su agitada respiración.

—Usaré tu baño —susurró Dantalion tomando su camisa del suelo y corriendo al lugar mencionado, encerrándose allí para solucionar cierto problema que había en sus pantalones.

William esperó a que su respiración se calmara y luego se levantó entreabriendo la puerta para solo asomar la cabeza y esconder el resto del cuerpo. Su erección era muy notoria como para ocultarla y sería muy bochornoso que su hermano lo viera en esas condiciones.

—Estamos ocupados. Es mejor que sea rápido —le regañó William lo más autoritario que pudo, aunque su corazón latía con fuerza.

—¿Por qué se encerraron? —quiso saber Solomon, intentando ver por atrás de William.

—Por obvias razones; estamos ocupados y a ti te encanta entrar a mi habitación sin pedir permiso. Ve al grano y ya dime qué es lo que quieres.

—¡Ah! Tío Barton llamó y dijo que se le presentó un asunto que atender y tardará un poco más en regresar.

—Ah… ya veo —sonrió con cierta tristeza—. Bien, son cosas que no se pueden evitar. Así que volveré al trabajo. ¿Eso era todo?

—Sí… —hizo una pequeña pausa y llevó la mirada a la habitación que el poco espacio de la puerta entreabierta le daba para observar—. ¿Y Dantalion dónde está?

—En el baño. Ahora sí, retírate, que estamos ocupados —cerró la puerta en las narices de su hermano y suspiró con cansancio y con una molestia en los pantalones.

Se arrojó a la cama y cubrió su erección con la sábana.

Se preguntó cómo fue que llegaron a eso y por qué accedió a besar a Dantalion. Definitivamente tenía que aprender a controlar un poco más sus emociones. Acabaría arrepintiéndose por no haber tomado las decisiones correctas.

Después de un rato, Dantalion salió del baño y ninguno de los dos conectó mirada ni habló. Para ambos fue un momento muy vergonzoso que querían olvidar.

—Ya me voy. Adiós —dijo finalmente Dantalion y se retiró sin dejar que William se despidiera, aunque éste tampoco pensaba hacerlo.

Y así acababa todo. Casi tenía sexo con Dantalion y éste lo dejaba solo con un pene erecto y avergonzado.

Suspiró y evaluó sus opciones, que eran dos; la primera sería entrar al baño a darse una buena dosis de agua fría, o buscar la camisa hurtada que guardaba en su armario y solucionarlo dejándose llevar por su imaginación.

A pesar de que la primera opción lucía muy atractiva, se sintió más atraído por la segunda alternativa.

Miró de reojo el armario y escuchó silenciosamente, en un silbido del viento, como si la camisa estuviera encantada por una sirena y lo estuviese llamando con un canto imposible de ignorar:

~William… William…~

Tal vez terminó enloqueciendo y ahora oía voces que no estaban allí en realidad, pero no pudo resistirse al llamado. Además, el dolor que comenzaba a producirse en su entrepierna le pidió que ya tomase una decisión.

William se levantó y cerró la puerta con seguro, acercándose a su armario y tomando la camisa de Dantalion que acalló sus llamados cuando por fin estuvo en sus manos. Aspiró su aroma, envolviéndose en esa fragancia que jamás le pertenecería y sintió como su cuerpo le reclamaba a gritos las caricias de Dantalion. O, por lo menos, vagas imitaciones que William podría hacer con sus propias manos y manteniendo al pelinegro dentro de sus pensamientos.

Se la llevó directo a su cama y la imagen de Dantalion volvió a aparecer en su mente. Sus manos recorrieron su cuerpo con los ojos cerrado, evitando así la vergüenza que sentía con solo hacer aquello.

Cuando rozó con las puntas de sus dedos por encima de la ropa su muy despierta erección, soltó un audible gemido que chocó contra las paredes y el eco se encargó de devolvérselo.

—D… Dantalion —susurró apenas aferrándose con fuerza a la camisa y arqueando ligeramente la espalda al liberar y tomar por completo su entrepierna, que se hallaba totalmente sensible al tacto—. No quiero que… te detengas —le suplicó a alguien que no se encontraba a su lado.

«No pienso hacerlo», pudo escuchar claramente la voz de Dantalion respondiéndole su petición, mientras el placer lo envolvía en un mundo donde, hasta para un realista como él, la mismísima realidad dejaba de existir.

Mientras más aferraba la camisa a su nariz, más su mano aumentaba la velocidad y los gemidos subían de volumen, hasta convertirse en sonoros gritos que llenaban la habitación y regresaba a sus oídos al chocar con las paredes.

—¡Dantalion! —era lo único que podía articular.

Su cuerpo comenzó a retorcerse y ya no podía pensar racionalmente.

Sus ojos se presionaban con fuerza, su espalda se arqueaba y la camisa se arrugaba entre su mano y su rostro.

Cuando todo acabó y aquel momento de placer fue liberado en una forma tibia, blanquecina y pegajosa, sus pulmones reclamaban con urgencia cada ramo de energía que el oxígeno le podía ofrecer tras haber quedado sin aliento.

Suspiró y cerró sus pantalones abrazando la camisa de Dantalion con más fuerza y cerrando los ojos.

Estaba seguir que el siguiente día sería catastróficamente incómodo.

 

 

Y no estuvo equivocado. Llegó el lunes, diecisiete de abril, y ninguno de los dos se había dirigido la palabra, ni para saludarse.

Cada vez que se encontraban cara a cara, apartaban la mirada y pasaban por un lado sin decir absolutamente nada.

William esperaba que Dantalion cumpliera su palabra de «lo que ocurra en la habitación de William, se queda en la habitación de William». Porque si no lo hacía, Dantalion se iba a enterar por qué Solomon le tenía tanto miedo a su gemelo.

—¿Ocurre algo, William?

El rubio llevó su mirada a quien osó interrumpir su soledad debajo de aquel árbol, encontrándose con su amigo Isaac.

—Hey —le saludó—. No es nada.

El pelirrojo se sentó a su lado para hacerle compañía.

—¿Se trata de Dantalion?

William se estremeció al oír ese nombre, pero supo controlarse.

—¿Qué te hace pensarlo?

—He notado que se evitan mutuamente —respondió Isaac con calma—. Como si se incomodaran completamente solo con verse.

William apartó la mirada con las mejillas completamente rojas y maldiciéndose por haber sido tan obvio. Al principio decidió mentir para que lo que sucedió en su habitación se quedase en su habitación, pero confiaba en Isaac lo suficiente para confesarle sus problemas —aunque nunca lo admitiría—.

—Nos besamos —dijo rápidamente y fingiendo que no había dicho nada, con la esperanza de que Isaac no hubiese escuchado nada, porque aún se sentía muy avergonzado por todo. Para su desgracia, su amigo lo escuchó perfectamente.

—¡¿Qué?! ¡¿En serio?! ¡¿Cuándo?! —con cada pregunta, alzaba más la voz y más le brillaban los ojos de alegría.

—Estás hablando muy fuerte —le reprendió William para después suspirar—. Fue ayer —confesó en un murmullo y con las mejillas rojas.

—¡¿Ayer?! ¡¿Y cómo fue?!

—¡Deja de gritar! —Le regañó William de nuevo—. Y tampoco pidas detalles que no te los daré.

—¡No quiero detalles! —Aclaró el pelirrojo con un puchero—, sólo quiero saber cómo pasó.

William suspiró. Sabía que hablar con Isaac lo ayudaba a liberarse de todo ese peso, pero era muy bochornoso contarle lo que había sucedido con Dantalion.

—No es… —tartamudeó el rubio—, no es la primera vez que nos besamos. Con la de ayer, serían tres veces.

Cuando Isaac no dijo absolutamente nada, William lo observó de reojo y vio cómo éste mantenía los ojos abiertos de la sorpresa y su mandíbula colgando de lo abierta que estaba su boca.

—¡Deja de mirarme así! —reclamó William apartando la mirada con vergüenza.

—Pero, ¿por qué se han besado? —preguntó Isaac confundido—. ¿Están saliendo?

—¡Por supuesto que no idiota! La primera vez… —suspiró para continuar—. La primera vez fue al principio de este año. Discutí con Solomon por algo que ya ni recuerdo, y salí a caminar un rato, pero me alejé demasiado y comenzó a llover. Para resumir, pasé por la casa de Dantalion y él me ofreció quedarme. Me resfrié y caí en fiebre y por un momento yo… —dejó el relato hasta ahí, sintiendo que no podía continuar.

—¿Qué fue lo que sucedió? —preguntó Isaac animándolo a continuar. En el fondo se negaba que su amigo lo dejara así.

—Yo sentí ganas de besarlo y eso fue lo que hice —prosiguió—. Ese día fue cuando me di cuenta de que estaba enamorado de él. Luego recuerdo que se cortó la electricidad y fue él quien me besó esa vez, pero lo hizo porque creyó que yo era Solomon.

—¿Por qué lo dices?

—Porque mencionó su nombre.

—Ah… —fue lo único que atinó a decir Isaac.

—Pero él piensa que estuve delirando por la fiebre y cree que no recuerdo nada.

—Ya veo…

—La segunda vez fue el viernes. Al parecer, Dantalion no había dormido nada y estaba cansado, por lo que decidió dormir en mi cama. Yo me acerqué para quitarle los zapatos y, antes de que pudiera darme cuenta, él me jaló y me abrazó. En ese momento me di cuenta de que él tenía fiebre y quise pararme para atenderlo, pero él me lo impidió. La historia es que una cosa pasó a la otra y terminamos por besarnos.

«Y casi hacerlo», terminó en sus pensamientos.

—¿Y ayer? —preguntó Isaac.

—Se la dio de graciosito diciendo que quería enseñarme a besar e insistió en que lo besara. La verdad, ni siquiera recuerdo por qué accedí a hacerlo.

—Y por eso se sientes tan incómodos con el otro —dedujo Isaac asintiendo lentamente con la cabeza.

—De hecho, ayer a nosotros se nos escapó el control de la situación y… —calló desviando la mirada.

Isaac abrió los ojos de nuevo entendiendo perfectamente a lo que se refería el rubio.

—¡¿Lo hicieron?!

—¡Por supuesto que no! —gritó William sonrojado—. Pero sí estuvimos a punto.

—¡¿De verdad?!

—¡Sí! ¡Pero ya deja de gritar!

—Sí, lo siento —murmuró cubriendo su boca.

—Ahora ninguno de los dos puede mirar al otro a la cara. Es muy vergonzoso.

—Lo imagino.

William suspiró e Isaac rio.

—¿Qué es tan gracioso? —quiso saber el rubio.

—Nada. Es solo que Dantalion te hace suspirar mucho.

William se sonrojó y apartó la mirada.

—¡Cállate!

Ni siquiera el mismo William había notado aquello.

Nadie nunca lo había hecho suspirar de esa forma.

Algunos dicen que suspirar por alguien significa que ese alguien le hace revelar su parte más débil. Por eso un gran consejo de vida es: nunca debes suspirar por nadie. Y ahí estaba él, suspirando por Dantalion.

Aquel pensamiento casi le hace suspirar de nuevo, pero William no se lo permitió.

 

 

Dantalion no la había pasado mejor que William.

Intentaba hallar explicación alguna a su comportamiento. Entendía que William besaba jodidamente bien y admitía que quiso ser besado de nuevo de semejante manera, algo que se intensificó cuando tuvo aquel sueño tan real. Pero no supo por qué se le pasó por la cabeza el querer «enseñarle» a William a besar como una simple excusa para sentir ese furor de nuevo.

El querer ser besado de nuevo por William tuvo que ser un deseo que permaneciera en su interior y no salir de allí nunca. Pero se le presenta una oportunidad, él no la desperdicia y ahora se siente incómodo al mirar a William a los ojos.

Suspiró y fue directo al baño abriendo uno de los grifos y metiendo su cabeza debajo del agua para enfriarse.

No dejaba de pensar en los dulces labios de William y en lo mucho que quería repetirlo.

Sacó la cabeza y se miró al espejo con el cabello y el rostro mojado y goteando agua.

—Terminaré por enloquecer —murmuró.

 

 

En el aula, cuando comenzó la clase, Dantalion intentaba concentrarse en lo que explicaba el pedagogo y no voltear a ver a William ni de reojo. Sin saber que los rojizos ojos de Isaac lo observaban disimuladamente.

—¡Deja de ser tan obvio! —susurró el rubio sentado al lado del pelirrojo.

—Lo lamento, no puedo evitarlo —se disculpó Isaac también en un murmullo.

—Ya presta atención que después te quejas de quedar de último en los exámenes.

Un aura deprimente rodeó a Isaac tras esas palabras.

William solo intentaba prestar atención a la clase, aunque era un poco inútil. Ya leería el libro en casa y sabría de qué se trataba —si es que Solomon no se lo había pedido prestado y habría olvidado dónde lo dejó, que esperaba que no fuera así—.

Lo que más le carcomía era cómo continuarían trabajando juntos después de lo ocurrido. No podían ni mirarse a los ojos, mucho menos continuar con el dichoso trabajo. ¡Y ni siquiera un mes había pasado!

Si todo aquello continuaba él enloquecería, su calificación perfecta se arruinaría y todo su futuro se iría directo al drenaje.

Intentaba buscar alguna explicación científica con la cual excusarse, y la encontró.

Dantalion era hombre y el sexo suele considerarse una necesidad humana. Seguramente Dantalion no había estado con nadie por mucho tiempo —suponiendo que era muy leal a sus sentimientos por Solomon— y, al momento de besarse, era bastante lógico que se dejasen llevar.

Dantalion solo reaccionó como biológicamente debía reaccionar… y él también.

—¡William! —le sacó Isaac de sus pensamientos.

—¿Ah? ¿Q-qué ocurre?

—Ya la clase terminó.

—Ah… claro —sacudió la cabeza y comenzó a guardar sus pertenencias.

Isaac se quedó esperando a que terminara, comenzando a caminar a su lado cuando terminó.

—¡Me siento agotado! —Se quejó William cerrando los ojos y masajeando uno de sus hombros—. Apenas llegue a mi casa me daré una ducha caliente.

—¡William! —gritó Isaac cuando el rubio chocó con alguien por tener los ojos cerrados y fue sostenido fuertemente por ese alguien.

—Dis… —cuando vio que se trataba de Dantalion, apartó la mirada sonrojado y se alejó a unos pasos de él—. Disculpa —pasó por un lado del pelinegro queriendo escapar, pero éste lo detuvo por el brazo.

—Te estaba buscando. ¿Podemos hablar un momento? —dijo Dantalion con cierta súplica.

William tragó grueso mientras intentaba ocultar su incomodidad.

—Está bien —susurró despacio.

—Me adelantaré William —informó Isaac apresurando el paso.

Él no era ningún chismoso, pero no pudo evitar esconderse para saber de qué hablarían.

—¿Entonces? ¿De qué quieres hablar? —preguntó William fingiendo desinterés.

—Sabes perfectamente de qué —soltó a William y se recostó en una pared deslizándose hasta caer sentado—. Sobre ayer…

—No enloquezcas por eso —interrumpió sentándose al lado de Dantalion—fue una reacción biológica normal. Somos seres humanos y era lo más lógico que debía suceder.

«Pero esa reacción biológica solo me ocurre contigo últimamente», pensó el pelinegro, recordando que fue a visitar a un conocido para arreglar ese asunto y al final no pudo hacer nada.

—Supongo —respondió Dantalion rascando su nuca—. Así que… ¿podemos continuar con normalidad y no incomodarnos por lo que estuvo a punto de ocurrir entre los dos?

—Sí, podemos hacerlo. Solo no me pidas de nuevo que te bese solo para saber cómo lo hago, porque te dejaré sin el día del padre.

—Por ello ni te preocupes. Ya sé perfectamente cómo besas.

William apartó la mirada y jugó con sus manos.

Sabía que no debía hacer esa pregunta, pero al final la soltó sin proponérselo.

—¿Y… qué tal?

—¿Qué tal qué? —preguntó Dantalion mirándolo confundido.

—¿Qué tal beso? —dijo ocultando su sonrojo con su flequillo y totalmente muerto de vergüenza.

—Ah… —Dantalion se aclaró la garganta y rascó su nuca mirando hacia otro lado—. Sé que te dije que seguramente te rechazaron porque besabas mal, pero veo que no era el caso.

—¿No beso tan mal? —murmuró William.

—No besas nada mal.

—Te dije que fui rechazado porque él está enamorado de alguien más —calló por un momento y suspiró—. No le digas a nadie lo que pasó entre nosotros o te mataré.

William se sintió un poco hipócrita al decir aquello cuando él mismo se lo había contado a Isaac. Pero el pelirrojo sabía mantener la boca cerrada, por eso confiaba en él.

—«Lo que ocurra en la habitación de William, se queda en la habitación de William» —le recordó con una sonrisa—. Esa fue la primera regla, ¿lo recuerdas?

—Sí. Más te vale cumplirla.

—Tranquilo. De mi boca no saldrá ni una palabra.

—¡Hey! ¡Huber! —le llamó a lo lejos uno de fútbol agitando la mano.

—¡Voy! —Se levantó y le dedicó una sonrisa a William—. Nos vemos mañana.

—Sí. Adiós.

Dantalion le sonrió aún más antes de retirarse.

—¿Por qué tiene que ser tan atractivo? —murmuró para sí mismo mientras se levantaba y comenzaba su andar, encontrándose con Isaac escondido—. ¡¿Se puede saber qué haces tú aquí?! —regañó con venas palpitando en su frente.

—Lo siento. No pude evitarlo.

William suspiró y continuó su camino siendo seguido por Isaac.

—¿Sabes? —dijo el pelirrojo—. Es extraño que ya Dantalion no esté detrás de Solomon.

—Ah… parece que ocurrió algo entre ellos. Algo sobre que Dantalion no es lo suficientemente bueno para Solomon o algo así. No sé la historia completa y no me interesa conocerla.

—¿Y eso no te da esperanzas?

—Isaac, que el idiota de Dantalion esté evitando al idiota de mi hermano, no quiere decir que haya dejado de estar enamorado —señaló William lo obvio.

—Bueno —murmuró Isaac llevando la mirada al techo—, tal vez está usando la técnica de «te ignoro y tú me ruegas».

—¿Crees que Dantalion sería capaz de algo así?

—Los enamorados hacen cualquier locura por la persona que aman.

—¡Cuánta seguridad! —Expresó William con sarcasmo—. ¿Acaso te has enamorado alguna vez como para saber de qué es capaz un enamorado?

—B-bueno…

—No estarás saliendo con Gladstone, ¿verdad? Están haciendo el trabajo juntos.

Isaac se sonrojó y miró a William con reproche.

—¡C-claro que no! ¡¿Por qué dices esas cosas?!

William se encogió de hombros sin responder. Solo quería que Isaac dejara de hablar de Dantalion y la mejor forma de callar a alguien es avergonzándolo.

—Por cierto, yo solo espero que no le estés diciendo a los demás lo que te he contado de Dantalion. Ni siquiera a tu amado Gladstone.

—¡No lo haré! ¡Y no digas que Ather y yo estamos juntos románticamente! ¡Solo estamos juntos haciendo el trabajo como compañeros!

—¡Oh! ¡Hasta lo llamas por su nombre! ¿Cuándo se volvieron tan cercanos?

Isaac hizo un puchero inflando las mejillas, mientras William pensaba en Dantalion y en todo lo que había sucedido.

Era reconfortante saber que ya no debía apartar la mirada cada vez que se encontraran frente a frente. En los fines de semana debía concentrarse solo en el trabajo y dejar de perder el tiempo charlando con Dantalion sobre sus amores no correspondidos.

Esperaba que hacerlo fuera tan fácil como decirlo.

Notas finales:

Aclaro, no colocaré ninguna escena yaoi de Isaac y ese tal Ather. William solo lo hace para molestarlo.

En fin. ¡Espero y les haya gustado! ¡Nos leemos!


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